La democracia abierta: ¿el caballo de Troya del régimen

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Número 1/2012. Sección monográfica.
LA DEMOCRACIA ABIERTA:
¿EL CABALLO DE TROYA DEL RÉGIMEN DEMOCRÁTICO?
DIEGO ESPIGADO GUEDES
Supervisado por:
DR. ANTONIO CIDONCHA MARTÍN
Profesor Contratado Doctor de Derecho Constitucional
Abstract: Los debates sobre la permisión de partidos antidemocráticos o partidos combativos en el marco
de la democracia de partidos occidental están a la orden del día, máxime cuando se observa un importante auge de partidos populistas de extrema derecha en Europa. El eterno debate entre democracia abierta
y democracia militante. El modelo de democracia que diseña la Constitución española y que desarrolla la
Ley Orgánica de partidos políticos parece, en ocasiones, ser contradictorio. Es necesaria una breve incursión sobre las cuestiones jurídicas relevantes para lanzar algo de luz sobre este debate, así como adentrarnos en el campo de la filosofía política, ya que es imprescindible ser normativo —que no puramente
subjetivo— en estas cuestiones.
Palabras clave: Constitución, democracia militante, democracia abierta, partidos políticos, ley, límites,
paternalismo, derecho constitucional.
INTRODUCCIÓN
El debate en torno a qué requisitos han de establecerse para impedir o abrir la
participación en el juego democrático es de los más intensos dentro de las disciplinas
del derecho constitucional, de la filosofía del derecho y de la teoría política. En esta
corta publicación intentaré simplemente acercarme desde dos perspectivas diferentes
que deben ser adoptadas para comprender mejor el problema y aportar mejores soluciones. Estas dos perspectivas son absolutamente complementarias para tratar, desde
un punto de vista jurídico, cualquier cuestión que tenga relación con los principios fundamentales del funcionamiento político del Estado: una perspectiva formal, desde el
derecho constitucional y de lege lata, como gusta decir a los juristas, y una perspectiva
material, desde la filosofía del derecho o la teoría política y de lege ferenda en definitiva.
La causa por la que debemos adoptar estos dos puntos de vista metodológicos
es sencilla: una cosa es lo que el derecho puede hacer según sus propias reglas y otra
muy distinta es lo que creemos que el derecho debería hacer ante un problema como
el de la determinación de los principios básicos de la democracia representativa. Digo
ya que no es mi intención caer en el más banal relativismo ni en el fácil (y muy manido) argumento de que todo vale en materia deontológica. El objetivo final es ver la
línea que debería seguir el poder legislativo para configurar un marco normativo lo
más acorde y coherente posible a los ideales que dice defender elevando como bandera la Constitución española.
Antes de iniciar el estudio concreto de la legislación, es preciso que marquemos
para el lector las diferencias entre una democracia abierta y una democracia militante.
La primera permite que entren a la pugna electoral y, por tanto, permite participar en
las instituciones representativas del Estado a aquellos partidos que —tras lograr un
apoyo electoral suficiente como para conseguir algún escaño en el parlamento— pretendan subvertir el orden liberal-democrático, es decir, permite que partidos que pretenden destruir la democracia formen parte del sistema. En cambio, la democracia
militante no permite que tales partidos compitan en las elecciones democráticas; el
paradigma de este modelo es la República Federal de Alemania, que, tras el trauma
de la dictadura nacionalsocialista, decidió establecer en el artículo 21.2 de la Ley Fundamental de 1949 la siguiente exigencia:
Aquellos partidos que, de acuerdo con sus objetivos o el comportamiento de sus
seguidores, pretendan obstaculizar o destruir el libre orden democrático o hacer
2
peligrar la existencia de la República Federal de Alemania son inconstitucionales.
Su inconstitucionalidad la decide el Tribunal Constitucional Federal.
1
España es de los países que se enmarcan, a la luz de su Constitución, en el
modelo de democracia abierta, mas sua legislación de desarrollo la aleja bastante, a
mi juicio, del modelo fijado en la Carta Magna.
LOS LÍMITES DEL DERECHO CONSTITUCIONAL
En primer lugar, hemos de acercarnos al artículo 6 de la Constitución y a la Ley
Orgánica 6/2002, de 27 de junio, de partidos políticos (LOPP), que desarrolla aquél. El
artículo 6 reza:
Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y
manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del
respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.
Durante la tramitación parlamentaria, se introdujeron dos modificaciones muy
importantes a este artículo2. La primera es la que introdujo el Grupo Mixto, de la mano
del Partido Socialista Popular, que incluía a la redacción inicial la necesidad de que el
funcionamiento y la estructura interna de los partidos fueran democráticos. La segunda, a la que se ha dado menos relevancia en ocasiones pero que la tiene y mucha
desde mi punto de vista, es la que introdujo Carlos Ollero, que fue parcialmente aceptada. Tal enmienda (la número 6553) proponía la sustitución de la expresión «pluralismo democrático» por la actual «pluralismo político» y la inclusión de un apartado en el
que se encargaría al Tribunal Constitucional el control de constitucionalidad de los
partidos. De lo ya dicho se deduce que esta última parte no se aprobó.
Al margen de las intenciones del Sr. Ollero al introducir esta enmienda, la aparición del adjetivo «político» abría muchísimo más las puertas a las sensibilidades que
debían expresar los partidos. Se permitía, de este modo, que partidos antidemocráticos compitieran democráticamente.
1
«Parteien, die nach ihren Zielen oder nach dem Verhalten ihrer Anhänger darauf ausgehen, die
freiheitliche demokratische Grundordnung zu beeinträchtigen oder zu beseitigen oder den Bestand der
Bundesrepublik Deutschland zu gefährden, sind verfassungswidrig. Über die Frage der
Verfassungswidrigkeit entscheidet das Bundesverfassungsgericht.»
2
TAJADURA, Javier: Partidos Políticos y Constitución. Madrid: Civitas, 2004, p. 42-45.
3
Constitución española. Trabajos parlamentarios. Madrid: Cortes Generales, 1980, tomo III, pp. 2.943 y
2.944.
3
Por otro lado, la referencia a que los partidos manifiesten la «voluntad popular»
parece ser un guiño más a la imposibilidad de limitar el contenido del discurso ideológico de los partidos, ni directa ni indirectamente, como hace la LOPP. La expresión
«voluntad popular» es sencilla de comprender y no debe entenderse en ningún momento de manera restringida a una voluntad ajustada a los principios del Estado democrático, ya que se corre el riesgo de que tal ajuste suponga una tergiversación absoluta del contenido de dicha voluntad. Si la voluntad popular es acabar con el Estado
democrático, en otras palabras, algo habremos hecho mal, pero habremos de aceptarla.
En cuanto a la LOPP, ésta concreta en su capítulo II los requisitos de organización interna y funcionamiento que preceptúa el artículo 6 de la Constitución deben tener los partidos. Para determinar qué partidos son inconstitucionales, dice el preámbulo de la LOPP (apartado IV):
La Ley opta…por contrastar el carácter democrático de un partido y su respeto a
los valores constitucionales, atendiendo no a las ideas o fines proclamados por el
mismo, sino al conjunto de su actividad. De este modo, los únicos fines explícitamente vetados son aquellos que incurren directamente en el ilícito penal.
Esta concepción es correcta, pues nos lleva no a limitar la existencia de los partidos por las finalidades que tiene, como haría una democracia militante, sino a limitar
la existencia de los partidos por sus comportamientos penalmente ilícitos. El problema
es que el legislador va más allá y, en el artículo 10.2 de la Ley, establece que:
La disolución judicial de un partido político será acordada por el órgano jurisdiccional competente en los casos siguientes:
a) Cuando incurra en supuestos tipificados como asociación ilícita en el Código
Penal.
b) Cuando vulnere de forma continuada, reiterada y grave la exigencia de una estructura interna y un funcionamiento democráticos, conforme a lo previsto en
los artículos 7 y 8 de la presente Ley Orgánica.
c) Cuando de forma reiterada y grave su actividad vulnere los principios democráticos o persiga deteriorar o destruir el régimen de libertades o imposibilitar o eliminar el sistema democrático, mediante las conductas a que se refiere el artículo 9.
La LOPP permite, por tanto, la disolución judicial de un partido político a través
de una vía no penal en las letras b y c de su artículo 10.2. La decisión sobre la disolución del partido corresponderá a la Sala Especial del Tribunal Supremo que regula el
artículo 61 de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del poder judicial, conocida, por
ello, como la Sala del 61.
4
Manteniéndome al margen de las actividades que se enumeran en el artículo 9
de la Ley4, en el que se establecen las conductas y causas por las que un partido puede ser declarado ilegal según su actividad, la cuestión fundamental es definir la palabra «actividades» que allí se utiliza. El problema es que separar las actividades de los
partidos, entiéndanse como se entiendan, de sus fines u objetivos es sumamente
complicado en la realidad. ¿Cómo puedo permitir a un partido promover la destrucción
de la democracia sin que pueda, por ejemplo, ser coherente con su ideario y articular
de este modo sus discursos? El respeto a los derechos fundamentales de sus afiliados
debe garantizarse pero ¿debe la ley obligar a que los afiliados se organicen de manera
democrática en el funcionamiento de una asociación5? ¿Es esto un derecho constitucional o un principio rector de la configuración de las instituciones del Estado? Digo
más, principio rector de determinadas instituciones del Estado, dado que no todas las
instituciones son democráticas.
Como bien señala el profesor Solozábal, exigir «que los programas de los partidos no señalen objetivos que conculquen la idea básica del derecho del régimen constitucional» es muy probablemente un «control ideológico-programático»6 y, por ende,
un control de los fines. Unos fines estarán respetados cuando el ordenamiento, allende
admitirlos como legítimos, permita la utilización de medios proporcionados para promover el logro de tales fines. Un fin político alcanzable no dotado de medios permitidos jurídicamente para alcanzarlo es un fin inalcanzable y, por ende, no admitido de
facto. Es un fin desvirtuado. Como gusta decir al Tribunal Constitucional, es un fin sin
su contenido esencial, irrecognoscible. Es complicado saber, en definitiva, qué son
esas actividades democráticas.
El artículo 10 de la LOPP fue recurrido ante el Tribunal Constitucional por el Gobierno Vasco, que lo consideraba inconstitucional por instaurar un modelo de democracia militante contrario a la Constitución. El Tribunal, en STC 48/2003, de 12 de marzo (ponente Sr. Jiménez de Parga), desestima el recurso, aduciendo, principalmente,
la ya expuesta diferencia entre actividades y fines. El mismo Constitucional dice que
«la Constitución es un marco de coincidencias suficientemente amplio como para que
4
No me muestro crítico con muchas de las conductas del artículo 9, aunque sí especialmente con el
«apoyo tácito al terrorismo», dado que un apoyo tácito es difícilmente controlable por los tribunales y,
por otra parte, su control podría suponer una violación de la libertad ideológica del artículo 16 de la
Constitución.
5
Aquí soy crítico incluso con la obligación de funcionamiento democrático de los partidos que exige el
artículo 6 de la Constitución, pero no es el objeto de este artículo tratar este extremo.
6
SOLOZÁBAL, Juan J.: «Sobre la constitucionalización de los partidos políticos en el Derecho Constitucional y en el ordenamiento español», en Revista de Estudios Políticos, n.º 45, 1985, p. 59.
5
dentro de él quepan opciones políticas de muy diferente signo7» y que esto es tan cierto que «cualquier proyecto es compatible con la Constitución, siempre y cuando no se
defienda a través de una actividad que vulnere los principios democráticos o los derechos fundamentales»8. Aquí entra en juego otro de los problemas, ya enunciados anteriormente: la extensión de los principios democráticos más allá de su «hábitat natural»,
una extensión que considero excesiva y falta de lógica o, incluso, de legitimidad. La
democracia no opera ni debe operar en todos los campos. Debe haber margen para la
asociación y la autonomía de las partes en la determinación de las reglas de funcionamiento de su partido y, si las partes desean establecer, sin vulnerar ninguno de los
derechos que constitucionalmente les son reconocidos, una organización oligárquica
no democrática, debería estarles permitido. No entiendo el paternalismo estatal en
este punto.
La intención es acotar (y acortar, seguramente) el panel de actores políticos en
la escena. Pero si la Constitución española es enteramente reformable —si bien con
mayorías más reforzadas para cuestiones que el constituyente consideró más importantes como es la llamada «revisión total» o la reforma del título preliminar, de la sección 1.ª del capítulo II del título I o del título II—, ¿qué sentido tiene acotar el abanico
de posibles actores políticos que quieran promover dichos cambios? De hecho, el
mismo Tribunal Constitucional ya dijo que el requisito del juramento o promesa de acatamiento a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico no implica la adhesión al
ordenamiento constitucional:
El acceso al cargo implica un deber positivo de acatamiento entendido como respeto a la misma, lo que no supone necesariamente una adhesión ideológica ni una
conformidad a su total contenido, dado que también se respeta la Constitución en
el supuesto extremo de que se pretenda su modificación por el cauce establecido
en los arts. 166 y siguientes de la Norma Fundamental.
9
Dicho de otra manera, el Tribunal Constitucional admite la subversión del orden constitucional desde dentro o, como diría el profesor Aragón Reyes, «desde el punto de vista
jurídico, la democracia puede destruirse a sí misma por procedimientos democráticos»10.
7
Citando la STC 11/1981, de 8 de abril, fundamento jurídico 7.
8
STC 48/2003, de 12 de marzo, fundamento jurídico 7.
9
STC 101/1983, de 18 de noviembre, fundamento jurídico 2.
10
ARAGÓN REYES, Manuel: Constitución y Democracia. Madrid: Tecnos, 1990, p. 48 (citado en TAJADURA: op. cit., p. 92).
6
La promesa o juramento de acatamiento de la Constitución puede ser vista como
un mecanismo que, al igual que la exigencia de comportamiento, organización y actividades democráticas, no supone adhesión a un ordenamiento, sino sometimiento a
unas formas. Frente a esta tesis, habría que decir que no es comparable una mera
formalidad para la adquisición plena de la condición de parlamentario nacional con lo
que establecen los artículos 9 y 10 de la LOPP. Ahora bien, sujetarse a una formalidad
para la adquisición de la condición de parlamentario no tiene parangón con limitar de
facto la posibilidad de actuación y de proyección a la esfera pública de partidos antidemocráticos. Lo uno no limita las posibilidades de un partido de promover su doctrina,
lo otro sí. La obligación de jurar o prometer acatar la Constitución no es incompatible
con tener fines antidemocráticos ni con exteriorizar mediante actividades la ideología
profundamente antidemocrática, ni es por sí sola una característica que nos acerque a
la democracia militante. Como ya ha dicho el Tribunal Constitucional, la democracia
puede destruirse desde dentro y por los mecanismos democráticos, por lo que es preciso primero entrar en las instituciones, sometiéndose a sus reglas. Someterse a las
reglas implica aquí respetar un límite fundamental: el ilícito penal, el respeto al derecho
penal vigente. «Una mera aceptación de las reglas de juego y un compromiso de reforma [del ordenamiento] según las previsiones legales»11, mas no un respeto obligado
al principio democrático en su actividad.
El error del Tribunal Constitucional al resolver el recurso planteado por el Gobierno Vasco está en extender el ámbito de aplicación del artículo 9.1 de la Norma
Fundamental, obligando a los ciudadanos a respetar y aplica en todo caso los principios que allí se enuncian:
Principios todos que vinculan y obligan, como la Constitución entera, a los ciudadanos y a los poderes públicos (art. 9.1 CE), incluso cuando se postule su reforma
o revisión y hasta tanto ésta no se verifique con éxito a través de los procedimien12
tos establecidos en su Título X.
El artículo 9.1 obliga a los ciudadanos y a los poderes públicos a respetar la
Constitución y el resto del ordenamiento, pero no obliga a que se aplique el principio
democrático en todos los ámbitos de la vida. Volvemos a la aplicación extensiva del
principio democrático. ¿Por qué ha de operar en la actividad de una organización privada —aunque con relevancia constitucional— como los partidos políticos el principio
11
FERNÁNDEZ-MIRANDA, Carmen: «La pretensión estatal de someter a normas jurídicas la actuación
de los partidos políticos», en Revista de derecho político, n.º 31, 1990, p. 78.
12
STC 48/2003, fundamento jurídico 7.
7
democrático? ¿Cuál es la justificación a esta limitación de la libertad de asociación de
las partes? No puede ser el carácter democrático de la Constitución misma, dado que,
como ya he apuntado, no todas las instituciones de nuestra democracia son democráticas. De manera similar a como algunos autores plantean que la igualdad no tiene por
qué ser el principio fundamental en todas las esferas de la vida13 (así, en la educación
es el mérito; en el ejercicio de cargos, la capacidad), el principio democrático no ha de
imponerse como paradigma necesario para cualquier institución que creemos en el
marco de la democracia.
A mi modo de ver, del artículo 6 de la Constitución no se puede deducir un desarrollo legislativo como el que supone la LOPP. Es cierto que esta ley nació con un claro objetivo (no permitir que ETA tuviera un brazo político en las instituciones representativas de la voluntad popular), pero los fines no justifican los medios y la LOPP es una
actuación ultra vires del poder legislativo. Una decisión como el (posible) cambio de
paradigma democrático de la democracia abierta a la democracia militante —como el
que se hace, a mi parecer, por la LOPP— no puede hacerse por la vía de una ley, aun
orgánica. Esta decisión está, como mínimo, a la altura de los demás artículos que copan el título preliminar de nuestra Carta Magna: un principio fundamental de la organización jurídico-política del Estado. Debería haber sido más cauto el legislador al elaborar la LOPP y más contundente aún, si cabe, el Tribunal Constitucional al pronunciarse
en torno a ella cuando le ha sido solicitada su intervención. El legislador sí está, en
definitiva, limitado materialmente en el desarrollo del artículo 6 de la Constitución por
la no actuación del poder constituyente, que, de haber querido introducir una limitación
tal de las posibilidades de acceso a los órganos de representación de la voluntad popular en la democracia española, lo habría hecho14. Si el legislador quiere introducir
esta modificación, que lo haga a través de la reforma del artículo 6 por la vía del artículo 168 de la Norma Fundamental. La Constitución, como ya he dicho, no tiene ningún
precepto inalterable.
¿JUSTIFICACIONES SUSTANTIVAS DE PESO PARA SOSTENER LA DEMOCRACIA MILITANTE?
Dicho ya que hay límites jurídicos a la actuación del legislador, es decir, visto
que el legislador podría haber introducido esa alteración de la democracia abierta a la
13
WALZER, Michael: Spheres of Justice: A Defense of Pluralism and Equality. New York: Basic Books,
1983.
14
DE OTTO, Ignacio: Defensa de la Constitución y partidos políticos. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1985, pp. 35 y 36.
8
militante a través de la reforma del artículo 6 de la Constitución, veamos ahora si hay
motivos para hacerlo.
Una de las primeras justificaciones que se da es la de la coherencia del Estado
democrático: un Estado democrático no puede admitir en su sistema político a partidos
que no respeten los valores democráticos. Es la idea de que la democracia es un «orden en el cual no pueden tener cabida todas las ideologías políticas»15. Sin embargo,
es justo lo contrario. La coherencia nos debe llevar a tolerar los partidos antidemocráticos. Eso es lo realmente democrático. La democracia es sin más el gobierno del
pueblo, el que éste se quiera dar y toda valoración que de ella se haga será interesada
y sesgada. La democracia, entendida así, es al pueblo como la autonomía de la voluntad es al individuo: condición de su recognoscibilidad. Una comunidad política es responsable por su devenir. La democracia debe ser una horma, un conjunto de reglas
que permitan la participación de las diferentes sensibilidades presentes en la sociedad.
La legitimación de la democracia pasa por tolerar las posturas de aquéllos que creen
que es posible un régimen mejor no democrático. Tolerar es aprender a convivir con
algo que no nos gusta. La defensa de la democracia no puede pasar por la censura,
por excluir del debate otras sensibilidades. No creo que lo pueda ilustrar mejor que el
profesor De Otto:
El orden constitucional no se defiende mediante la ilegalización de sus enemigos,
sino con su propio funcionamiento correcto sobre una base social, económica y
política adecuada, con el desarrollo de la primacía del derecho, con la creación de
una conciencia constitucional, tareas todas ellas más arduas que la «defensa de la
Constitución» pero más acordes con el orden constitucional de cuya garantía se
trata.
16
El argumento que se esgrime contra quienes defienden, como yo lo hago aquí, el
carácter formal de la democracia es que ésta siempre promoverá y deberá promover
valores acordes a ella. ¿Qué hay más acorde a los valores democráticos que la posibilidad de que pueblo (demos) decida mediante su poder o gobierno (kratós) que quieren gobernarse de manera no democrática? ¡Qué paternalismo tan condescendiente
con los ciudadanos! No se puede exonerar al pueblo de la responsabilidad que le corresponde ejercer cuando se dota de una forma de organización política o cuando deposita una papeleta en una urna. Tales blindajes a la democracia, y a la posibilidad de
autodeterminación de la comunidad política por consiguiente, son antidemocráticos.
15
TAJADURA: op. cit., p. 200.
16
DE OTTO: op. cit., p. 48. En el mismo sentido se pronuncia KELSEN, Hans: Esencia y valor de la
democracia. Granada: Comares, 2002, p. 134.
9
En cuanto a la posibilidad de que promueva determinados valores, ello es perfectamente legítimo en la medida en que las decisiones que se tomen sean adoptadas
conforme a las reglas del juego. Cabe que una Constitución promueva determinados
valores (¿cómo no?), pero debe existir la posibilidad de que, siguiendo las reglas jurídicas establecidas, esas reglas secundarias de cambio17, el derecho se modifique y la
Constitución pueda promover otros valores. Obviamente la norma constitucional de un
Estado no es una norma neutral, pero los blindajes que puedan establecerse en ella
deben ser únicamente aquéllos que se refieran al procedimiento para su revisión (como los artículos 167 y 168 de la española), para garantizar que sea una norma de
consenso y que todo cambio en cuestiones esenciales o básicas del edificio constitucional sea ampliamente aceptado. Ahora bien, blindajes materiales, sólo los penales,
con todo el respeto a los límites del ius puniendi en un Estado democrático18. La Constitución no es neutral, bien, pues hagamos las reglas de manera que permitamos que
pueda no ser neutral en otros sentidos y no únicamente en el que a unos cuantos nos
gusta.
CONCLUSIONES
El artículo 6 de la Constitución española configura una democracia abierta. Los
partidos tienen que cumplir dos requisitos: respetar la Constitución y la ley y tener un
funcionamiento interno democrático. Como se deduce de lo expuesto, este funcionamiento interno democrático no es un requisito que entienda justificado, pero el tenor
del artículo 6 no deja lugar a dudas y la dificultad de su modificación (procedimiento
reforzado del artículo 168 de la Constitución) me hacen mostrarme algo más benévolo
con él. En cuanto al respeto a la Constitución y a la ley, además de que su acatamiento no implique adhesión ideológica, como dijo la STC 101/1983, la LOPP hace un
desarrollo del artículo 6 muy desvirtuado de lo que el constituyente probablemente
quiso decir al redactarlo. Por otro lado, la introducción encubierta —desde mi punto de
vista— de una democracia militante vía ley orgánica es una decisión poco acertada del
legislador, que debía (hablando en términos de técnica legislativa) haber realizado tal
modificación a través de la reforma del artículo 6, por ser una modificación sustancial
del edificio constitucional (recuérdese la importancia de los partidos políticos para el
17
HART, Herbert L.A.: «El derecho como unión de reglas primarias y secundarias», El concepto de derecho. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 1968.
18
Soy consciente de que aquí se abre otro debate, el de los límites del derecho penal en la protección
de los valores democráticos (punición o no de comportamientos xenófobos, homófobos, etc.), pero ello
nos llevaría mucho tiempo y no es el objetivo de este artículo.
10
constituyente —están insertos en el título preliminar—). No obstante, hablando en clave deontológica, creo que hay muy pocas —si las hay— justificaciones de peso para la
limitación del acceso a la contienda electoral. Por tanto, la reintroducción de la democracia abierta en el derecho constitucional español podría hacerse por la vía de la reforma de la LOPP, sin necesidad de cambios constitucionales.
La democracia militante parte de la premisa de un Estado paternalista, que se
muestra titubeante y temeroso de dejar en manos de sus súbditos la decisión de su
futuro.
Un gobierno basado en el principio de la benevolencia hacia el pueblo, como el
gobierno de un padre sobre los hijos, es decir, un gobierno paternalista (imperium
paternale), en el que los súbditos, como hijos menores de edad que no pueden
distinguir lo que les es útil o dañoso, son constreñidos a comportarse tan sólo pasivamente, para esperar que el jefe de Estado juzgue la manera en que ellos deben ser felices, y a esperar que por su bondad él lo quiera, es el peor despotismo
que pueda imaginarse.
19
La defensa de la democracia debe hacerse como lo expresaba el profesor De
20
Otto . Del mismo modo que se defienden las ideologías con debate y no con censura,
así debe defenderse la democracia como sistema político. Es preciso hacer, de manera similar a cómo lo dijo Radbruch respecto del derecho penal, no sólo un mejor derecho, sino algo mejor que el derecho para poder asentar la democracia y seguir defendiéndola21. Creo que los demócratas tenemos muchísimas más bazas a nuestro favor
que en nuestra contra y podemos ganar cualquier dialéctica con el valor mismo de la
democracia y con plena tolerancia. De manera similar a como lo dijo Voltaire sobre la
religión cristiana en aquellos difíciles momentos en torno a la tolerancia religiosa, también nosotros podemos divinizar la democracia. «Cuanto más divina es la religión cristina, menos corresponde al hombre imponerla; si Dios la hizo, Dios la sostendrá sin
vos»22.
19
KANT, Immanuel: Über den Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber nicht für die
Praxis, 1793 (citado en BOBBIO, Norberto: Liberalismo y democracia. México: Fondo de Cultura
Económica, 1989, p. 24).
20
V. supra, nota 16.
21
En RADBRUCH, Gustav: Der Mensch im Recht, ausgewählte Vorträge und Aufsätze über Grundfragen
des Rechts. Göttingen: Vandenhoeck und Ruprecht, 1961, p. 57, dice el autor que necesitamos «no un
mejor derecho penal, sino algo mejor que el derecho penal» («nicht ein besseres Strafrecht, sondern
etwas, was besser als Strafrecht ist»).
22
VOLTAIRE: Tratado sobre la tolerancia, 1767, capítulo IX.
11
En definitiva, la respuesta al interrogante que planteo como título a este artículo
es un rotundo no. Troya no caerá si nos esforzamos. La democracia abierta no llevará
per se a que los partidos antidemocráticos logren destruir el modelo de democracia
representativa desde dentro. Al revés, nos reforzará y nos dará más calidad democrática tener ese debate. Si finalmente ese caballo entra en Troya y Troya cae, podremos
ser todos tristes artífices de un fracaso monumental: no haber conseguido hacer nada
mejor que el derecho para defender la democracia.
12
BIBLIOGRAFÍA
ARAGÓN REYES, Manuel: Constitución y Democracia. Madrid: Tecnos, 1990.
BOBBIO, Norberto: Liberalismo y democracia. México: Fondo de Cultura Económica, 1989.
Constitución española. Trabajos parlamentarios. Madrid: Cortes Generales, 1980, tomo III.
DE OTTO, Ignacio: Defensa de la Constitución y partidos políticos. Madrid: Centro de Estudios
Constitucionales, 1985.
FERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, Antonio: Ley de partidos políticos y derecho penal. Una perspectiva en la lucha contra el terrorismo. Valencia: Tirant lo Blanch, 2008.
FERNÁNDEZ-MIRANDA, Carmen: «La pretensión estatal de someter a normas jurídicas la
actuación de los partidos políticos», en Revista de derecho político, n.º 31, 1990.
HART, Herbert L.A.: El concepto de derecho. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 1968.
KANT, Immanuel: Über den Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber
nicht für die Praxis, 1793.
KELSEN, Hans: Esencia y valor de la democracia. Granada: Comares, 2002.
RADBRUCH, Gustav: Der Mensch im Recht, ausgewählte Vorträge und Aufsätze über
Grundfragen des Rechts. Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1961.
SOLOZÁBAL, Juan J.: «Sobre la constitucionalización de los partidos políticos en el Derecho
Constitucional y en el ordenamiento español», en Revista de Estudios Políticos, n.º 45,
1985.
TAJADURA, Javier: Partidos Políticos y Constitución. Madrid: Civitas, 2004.
VOLTAIRE: Tratado sobre la tolerancia, 1767.
WALZER, Michael: Spheres of Justice: A Defense of Pluralism and Equality. New York: Basic
Books, 1983.
13
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