Bullying: La ley del más fuerte

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Domingo 13 de mayo de 2012 | Publicado en edición impresa
Sociedad
Bullying: La ley del más fuerte
Acoso, maltrato entre pares, matonismo: los casos de violencia escolar entre
menores no dejan de crecer en el país, muchas veces en silencio, a espaldas de
los adultos, y acompañados de un grado de virulencia que, afirman los
especialistas, va también en aumento. Por qué, pese a la falta de estadísticas
oficiales, se habla de una epidemia y cuál es el costo psicológico para las víctimas
Por Fernanda Sandez | Para LA NACION
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Ver más fotos Foto: Ilustración: Martín Balcala / Fotos:
Le tocaron el hombro. Le pasaron un papel. "Morite", decía. Era su segundo día de clases en
uno de los colegios más caros y más bilingües de Belgrano. Acababa de llegar de Brasil y
todavía estaba mareado por la mudanza, el cambio de idioma, de paisaje, de todo. Por eso, al
principio creyó que se trataba de una "cargada" de bienvenida. Después, todo quedó más claro.
"Las chicas, sobre todo, lo volvieron loco", dice Julio, su padrino. "Como mi ahijado usa
anteojos, le decían "nerd" y se la pasaban mandándole mensajes superagresivos. El es un chico
muy tranquilo, muy lector, pero lo tomaron de punto. Nunca entendió por qué", dice. Y tal vez
haya dado, sin siquiera sospecharlo, en el corazón oscuro del acoso escolar: nunca hay un
porqué. Cualquier excusa sirve: ser gordo o flaco, nuevo o compañero de años, muda,
conversadora, bajo o alto. Rubia o pelirrojo. ¿Qué es entonces lo que sí se repite? La asimetría
de poder entre víctima y victimario. El silencio. Y -condición necesaria en todo episodio de
maltrato escolar- adultos que se fugan de su lugar de adultos. Maestros, profesores y padres que
miran para otro lado. Sólo así puede explicarse por qué el acoso escolar es definido por muchos
especialistas como una "epidemia silenciosa". Ese fue, de hecho, el título de una nota publicada
por este mismo diario seis años atrás. Desde entonces, la escalada de maltrato no ha dejado de
crecer y así lo confirman los especialistas y las entidades dedicados al tema.
Bullying Cero Argentina es uno de esos grupos. Ofrece capacitaciones en colegios y charlas
abiertas a la comunidad. Su coordinadora, la pediatra Flavia Sinigagliesi, precisa que "si bien el
bullying ha existido siempre, ahora la sociedad es mucho más violenta y eso termina
repercutiendo en los niños". ¿De qué manera? Todo depende. Hay nenas a las que el "destierro
social" al que las someten sus compañeritas de curso no las afecta, a otras, en cambio, las arrasa
emocionalmente. Ese es el punto: que nunca se sabe en qué puede terminar el acoso. Según
Sinigagliesi, "todo depente de la vulnerabilidad de cada chico y de su capacidad de volver al
estado inicial luego de una experiencia traumática".
Para el psicoanalista y especialista en psiquiatría Juan Vasen, por cuyo consultorio desfilan
maltratadores y maltratados, la experiencia del acoso es "siempre muy dolorosa. Pensemos que
en el proceso de socialización de los chicos, en un momento los pares toman en parte el lugar
que antes ocupaban los padres. Pasan a ser figuras muy importantes, y si ese traslado implica
una relación despótica, el dolor es tremendo. El rechazo es vivido con la misma intensidad con
la que se viviría un rechazo de parte de los padres. La sensación de fracaso es total", alerta.
En los pasillos. En el patio. En los baños. En los juegos. Antes de entrar al colegio o a la salida.
Allí donde los adultos no están (o están pero no miran, que es la otra manera de no estar), el
bullying nace, crece y florece en carámbanos negros. En moretones como los que le crecían a
Paula -morocha, pelo largo, flaquita- cada día que pasaba en lo que ella misma llama su "otra
escuela", esa que no tuvo más remedio que dejar hace dos años. Cada veinticuatro horas, una
nueva sesión secreta de pellizcos y patadas a cargo de sus encantadoras compañeras de clase la
dejaba ronca de bronca y dolor. Terminó cambiándose de escuela, como la mayoría de los
protagonistas de las historias recogidas para esta nota.
"El bullying te mata, te suicida o te saca del colegio", resumió con impotencia el padre de una
de las víctimas, que pidió reserva de identidad. Belgrano, Flores, Recoleta, Burzaco,
Temperley, Aldo Bonzi, Ezeiza. Distintos colegios, edades, barrios y familias enfrentando un
mismo problema sobre el que, para variar, las estadísticas locales son casi una quimera. De
todos modos, lo poco que se sabe es de lo más tranquilizador. Según el informe ¿Qué dicen los
chicos? Datos cuantitativos sobre la violencia en las escuelas , un estudio realizado por el
Ministerio de Educación sobre 70.000 alumnos de colegios secundarios privados y estatales, el
8% de los chicos sufrió exclusión, al 12% lo insultaron, a otro 12% le hicieron burlas, al 14% le
gritaron y al 32% le rompieron los útiles. Pero como todos esos hechos son considerados
"incivilidades" y no "violencia", se concluye que "a partir de los datos obtenidos es posible
refutar la creencia de la escuela como un lugar inseguro".
Otro, y muy diverso, es el panorama en el exterior. Sólo en EE.UU., las víctimas de acoso
escolar trepan a trece millones, se estima que cerca de 160.000 chicos faltan diariamente a clase
por temor a ser molestados y casi la mitad de los estudiantes teme ser "buleado" en el baño.
Aun así, la mitad de las situaciones de acoso no se denuncia.
También la Universidad de Yale publicó un trabajo en el que se señala que un niño víctima de
acoso escolar multiplica casi por diez sus chances de tener ideas suicidas. Otro mapeo realizado
hace dos años en Finlandia asegura que "ser acosado o acosador a los ocho años es un factor de
riesgo de trastorno psiquiátrico en la edad adulta" y que "la tasa de suicidio femenino se
reduciría en un 10% si se eliminara la victimización escolar de las niñas". Estas son, según se
comprobó, quienes tienen más chances de matarse antes de los 25 años cuando han sido
acosadas por sus compañeros en la escuela. Y, sin embargo...
El Gran Bonete
Silencio, escuela. Silencio porque "acá estas cosas no pasan. Son peleas de chicos". La sola
mención de la palabra "bullying" ("toreo", adoptada en 1993 por Dan Olweus, un investigador
noruego, para aludir al maltrato sistemático y continuado entre pares) tiene la extraña capacidad
de erizar la piel del cuerpo docente. "Es que cuanto menos se sabe de un tema, más miedo se le
tiene. Y si los docentes detectan el tema pero no tienen herramientas para intervenir, prefieren
no saber. Por eso lo primero que hay que hacer es capacitar a los docentes e implementar
políticas institucionales al respecto", destaca Sinigagliesi.
Damián Melcer es sociólogo y vicerrector de un colegio secundario y, si bien coincide en el
diagnóstico, tampoco se hace grandes ilusiones. ¿Por qué? "Porque hoy podemos hablar de
bancarrota social. Hay vínculos que se han quebrado para siempre y la escuela no hace más que
reflejar ese estado de cosas. Hoy, la clase de vínculo entre las personas que exalta la sociedad
es la violencia, la sospecha, la competencia?". Vasen señala, al respecto, el papel nunca
inocente de los padres.
"En el caso de un chico que es agresivo, esto casi siempre viene fomentado desde la familia.
Son chicos criados en contextos en donde se promueven el exitismo, la competencia, todo esto
de ser «líder» al precio que sea. Pero ¿cuáles son los atributos de ese liderazgo? ¿El hijo es un
líder o es un jodido?", se pregunta. Tal vez por cuestiones como ésas, señala Melcer, "si bien el
hostigamiento escolar no es nuevo, hoy se da una agresividad extrema que sí lo es. Hay armas
de fuego, suicidios, de todo. Ya no sólo se da una situación violenta, sino que su resolución
también lo es".
O no. En un episodio sucedido en la escuela media donde Melcer es vicerrector, un chico había
hecho un video burlón sobre otro. Pero las cosas decantaron bien. ¿Por qué? Porque se habló
del tema. Y porque hubo adultos escuchando. "El chico vino, se quejó y llamamos al del video.
Hablamos y le pedimos al agresor que hiciera otro video, sobre el tema de la violencia escolar.
Le mostramos que el recurso se podía usar de otra manera. Cuando el adulto da garantías de
que interviene y construye justicia, recupera su lugar como referente. La escuela tiene que
aparecer garantizando la justicia que la vida real al damnificado no le da", afirma.
El silencio
No hay maltrato sin testigos. Sin eso que los sajones llaman by standers : los que se paran a un
lado y observan la acción. Sin intervenir, pero sabiendo."Lo que pasa es que a veces en los
chicos el temor es pasar de testigos a víctimas del bullying, y por eso se callan", apunta la
psicoanalista Sara Arbiser, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y
especializada en adolescencia. "Que esos chicos se animen a hablar, y que los adultos los
escuchen y actúen en consecuencia es lo que hace toda la diferencia", explica. "En Estados
Unidos, por ejemplo, vi cómo ante un caso así a los chicos se los reunía y se los ponía a hablar.
Aquí rara vez se toma la palabra y por eso estas cosas arrancan en jardín y se las deja crecer de
año en año. Al final, la violencia es imparable." Pero ¿cómo no entender el silencio cuando el
estigma del "delator" es sacudido por algunos adultos sobre la cabeza del chico que se anima a
contar? ¿Cuándo los chicos toman conciencia de que sus voces no cuentan? "El docente suele
subestimar lo que dice el nene agredido. Por eso, al final, las víctimas optan por no denunciar.
Saben que no van a ser creídos y que nadie intervendrá en su defensa", concluye.
Eso -el silencio asesino- fue algo que Jesús Campo descubrió del peor de los modos. Fue hace
exactamente un año, cuando lo llamaron del hospital donde su hija Celeste, de diez años,
acababa de ser internada. Con fractura de cráneo. Con tres coágulos en la cabeza y muchos,
demasiados golpes en todo el cuerpo. "Un compañerito de la misma edad que siempre la
molestaba y que ya había sido expulsado de otros colegios la tiró por la escalera. Celeste cayó
cuatro metros. Estuvo diecisiete días internada, le hicieron dos operaciones. Está viva de
milagro", dice. El video que Jesús armó como pudo y colgó en YouTube cuenta lo demás.
Noemí, la mamá de Celeste, cuenta lo que no está en ningún lado. Por ejemplo, que hoy
Celeste, tan coqueta como era, debe ir por la vida "con un casco como el de los skaters, porque
todavía el hueso no está bien. Tuvimos que cambiarla de escuela, tiene que ir en remise. Perdió
casi el 50% de la visión del ojo derecho. Se cansa, se marea, nunca más volvió a patinar ni a
hacer gimnasia. Es otra nena", dice. Silencio.
Los rotos
El video todavía da vueltas por Internet. Lo grabaron con un celular. Muestra un nene flaquito
enfrentando a un compañero dolmen que le lleva dos cabezas y veinte kilos de ventaja. David
amaga a tirar un par de piñas. Acto seguido, Goliat lo levanta, lo pone cabeza abajo y lo estrella
contra el piso. El video no tiene audio ni fin: una y mil veces, la espalda vuelve a dar contra el
cemento. Huesos rotos. "Cosas de chicos."
Chicos como Víctor Feletto, otro que también era menudito y prefería estudiar. "En la última
prueba de matemática se había sacado diez", cuenta su abuelo José. "Era agradecido, muy
responsable". Pero, ay, no le gustaba el fútbol. No al menos como se lo hacían jugar en su
escuela de Temperley: rodeado de chicos cuatro años mayores que se divertían empujándolo y
pateándolo. Un día, le golpearon un hombro; otro día, le golpearon el que faltaba. Terminó en
el hospital Gandulfo, con hematomas y enorme dolor. "El no quería ir más, lo trataban peor que
a un esclavo. Era tanta la angustia que tenía? La mamá habló con la directora, pero él se asustó
porque ella dijo que si no hacía gimnasia podía perder el año." Perdió otra cosa: el 4 de abril, al
volver de otra sesión de insultos y patadas, fue al cuarto de sus abuelos, tomó la pistola de José
y apretó el gatillo.
Cosas de chicos. De chicos como cosas.
HUELLAS VISIBLES DEL ACOSO ESCOLAR
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Negativa a asistir a clase.
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Golpes y moretones.
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Tristeza.
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Pérdida de objetos.
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Pérdida del dinero que le dieron para el recreo.
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Decaimiento, pesadillas, ansiedad, nerviosismo.
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Síndrome del domingo a la tarde.
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Cefalea, dolores intestinales.
Fuente: Centro de Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico (CIDEP)
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