Día Internacional del Libro 23 de Abril Primer Premio Categoría adulto III Certamen de Relatos Cortos 2012 "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" Primer Premio Categoría Adulto "GRACIAS AMOR" Hoy te escribo para agradecerte en quien me convertiste y todo lo que hiciste y haces por mí. Recuerdo todos esos momentos donde me sentía perdida y sin rumbo, donde tú me hacías sentir mejor, y seguir luchando, yo recuerdo que estabas ahí sin importarte la hora, si llovía o hacia cuarenta grados. Yo recuerdo que fuiste tú quien me enseñó a ser fuerte cuando no me quedara fuerza ni para respirar, a levantarme tras cada caída, a ser valiente, tú me enseñaste que nadie es más que nadie y que la humildad es necesaria, que no estamos solos y que si miras a los lados habrá alguien para ayudarte y si no… que mirase hacia atrás y le encontraría. A que si eres constante en lo que haces, te esfuerzas y pones empeño mejoras y si mejoras te sientes genial. Tú me enseñaste que si te equivocas y rectificas aprendes, que si te rindes no ganas y que lo fácil no conviene, que tengo derechos y por lo tanto tengo deberes, que a veces los amigos no son tan amigos y que los enemigos se pueden convertir en alguien importante en tu vida. Tú me enseñaste a no juzgar y a conocer, porque no es oro todo lo que reluce, ni mugre todo lo que no brilla. Tú me viste llorar de tristeza o de felicidad, tú provocaste esas lágrimas, tú me enseñaste que hay situaciones donde la maña da más resultado que la fuerza, que el egoísmo es un error y que con él solo conseguimos perjudicarnos. Tú me enseñaste que si no sabes dónde vas te dará igual cualquier camino, que a veces dar un paso hacia atrás es la mejor solución para avanzar, y que si abres tu mente todo saldrá mejor. Tú me enseñaste que la unión es preciosa. Tú me enseñaste a amarte y me amaste. Y te convertiste en mi gran amor y en mi mejor amigo. Por eso tú me entiendes mejor que nadie, porque siempre estuviste cuando mis ánimos flojeaban, o cuando los nervios no me dejaban dormir la noche antes de un partido difícil. Porque tú estuviste ahí cuando anoté un gol y sentiste conmigo como me abrazaban mis compañeras orgullosas. Porque suspiraste conmigo cuando el entrenador daba la convocatoria y yo estaba en ella y estuviste a mi lado cuando me daban patadas y codazos e hiciste que el dolor desapareciera, y sufriste conmigo la impotencia de estar lesionado. Porque tú sabes lo que duele hacer una falta y sabes lo que se siente cuando el jugador al que le haces un marcaje mete un gol. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" Porque tú gritaste conmigo las paradas de mi portera, y porque nos viste perder un partido a pocos minutos del final sin merecerlo, Porque tú también te has cabreado con los desaciertos del árbitro y le has aplaudido cuando lo ha hecho bien. Porque estabas a mi lado en esos meses de Julio, Agosto y septiembre en los torneos y haciendo pretemporada mientras que otros estaban de vacaciones o en la piscina. Porque tú has visto lo mal que se siente tras fallar un penalti y porque tú sabes cuánto te amo FÚTBOL SALA. Y yo sé que para amarte hay que sentirte y que somos muchos los que te sentimos. Gracias… Celia Bermúdez Rueda. Alozaina, Malaga 17 años Día Internacional del Libro 23 de Abril Segundo Premio Categoría adulto III Certamen de Relatos Cortos 2012 "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" Segundo Premio Categoría Adulto "EL TESTARUDO" Arturo discutía frecuentemente con su padre. Le dolían los argumentos que éste utilizaba para cortar sus deseos: - Eso es para críos. - Le decía algunas veces. - Nunca ganarás dinero. - Cuando tengas treinta años y veas que no has hecho nada de provecho te arrepentirás. - Le advertía de vez en cuando. - No voy a malgastar lo poco que tenemos en algo sin futuro. – Dictaminó en cierta ocasión, hastiado de las presiones de su hijo. El pequeño siempre contestaba con la misma indiferencia. Lo tenía decidido aunque para su padre aquello supusiese un mazazo terrible. Él, que había sido futbolista semi-profesional. Él, que tuvo que retirarse dolorosamente a los veinticuatro años por una grave lesión de rodilla, que había rozado la gloria jugando unos amistosos, en Segunda División, no alcanzaba a comprender el motivo por el cual un chico de apenas ocho años prefería ser Dani Salgado o Batería pudiendo parecerse a Cristiano Ronaldo o Messi. - Le inculqué mi pasión. Desde pequeño ha visto infinidad de partidos, y sin embargo, por un partido de fútbol-sala que ve en la tele, sólo uno, no hace más que repetir que a él no le gusta el fútbol, que él quiere jugar a esa mierda aburrida. - Jaime, es un crío. - Atajaba Luis. - Pronto se le pasará. Luis era el mejor amigo de Jaime y el padrino de Arturo, al que adoraba como si fuese su propio hijo. Desde la muerte de la mujer de Jaime en un accidente de tráfico, dejando huérfano al pequeño Arturo con tan sólo un año, se convirtió en un pilar fundamental. Con sólo veinticinco años había perdido al gran amor de su vida y una lesión le apartó del deporte que amaba, que lo había sido todo para él, dejándole al cuidado de un niño que necesitaba más atenciones de las que Jaime podía proporcionarle. Ahí creció la figura de Luis, sosteniendo la cordura de un Jaime volcado en su hijo, obsesionado hasta el paroxismo con la idea de que su hijo debía triunfar en el fútbol. Quiso que probase en el Real Madrid, en el Rayo Vallecano o en el Getafe, tanto daba. Pero el pequeño Arturo no mostraba simpatías por ninguno de ellos. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" - No importa, hijo. Entrena duro, juega fuerte, y algún día serás tú quien decida en qué equipo quieres jugar. - Le inculcaba orgulloso intentando transmitirle una pasión que no sentía. El pequeño no mostraba interés. Veía los partidos que su padre ponía en la tele, pero notaba que le faltaba algo, que aquello no colmaba sus expectativas. Cuando se quedaba dormido, su padre le reprochaba que no estuviese atento a las tácticas, a los movimientos de los jugadores sin balón, incluso a los pensamientos del entrenador cuando hacía un cambio y sus motivaciones. Para el crío, aquello suponía una gran bola de aburrimiento que le aplastaba y oprimía, quitándole las pocas ganas que pudiese sentir por el "deporte rey". Un sábado, su padre tuvo que marcharse a realizar unos recados. Luis, habitual niñera de Arturo, también había salido. La relación de Jaime con sus padres era tan mala que Arturo apenas sí recordaba la cara de sus abuelos. "Es muy temprano y no quería molestarles", le dijo Jaime a su hijo cuando le comunicó que se quedaría sólo unas horas. - Vete tranquilo. Me portaré bien. Arturo había crecido y era lo suficientemente inteligente como para comprender que su padre, en realidad, no tenía a quien llamar. Cuando su padre se marchó, hizo por inercia lo mismo que tantas y tantas otras veces había visto hacer a su padre: coger el mando a distancia. Sin él allí, pensó que tal vez era momento de probar otra cosa. Pasando de un canal a otro llegó a MarcaTV, un canal al cual apenas prestaban atención. Solían retransmitir partidos de Segunda y amistosos, lo que para alguien que aspiraba a que su hijo fuese idolatrado en el Bernabéu o el Camp Nou, no tenía suficiente categoría. Lo que televisaban no era fútbol normal, al menos como él lo concebía. Había muy pocos jugadores en el campo. “El campo es demasiado pequeño. Si dan un pelotazo se irá fuera seguro”. Pero eso no ocurrió. Nadie daba pelotazos como los que abundaban en su fútbol. Los que vestían de rojo movían la pelota más rápido que cualquier equipo que hubiese visto jugar antes. La tocaban todos, y por más que intentaba, Arturo era incapaz de discernir quien era el delantero y quién el defensa. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" “Lo tengo. El defensa es el trece”, pensó con rotundidad al ver un espigado jugador, con el brazalete de capitán en su brazo izquierdo, tocar el balón siempre desde el círculo central. Sin saberlo, estaba viendo jugar a Kike Boned, eterno capitán de ElPozo Murcia. Le sorprendía la rapidez con que movían la pelota, siempre a ras de suelo, intercambiando sus posiciones constantemente, pisando el balón con suma facilidad, practicando unos regates en defensa que hubiesen desquiciado a su padre de haber estado viéndolo con él. Pero Arturo sabía que, de haber estado con él, no estaría viendo ese partido. Le habría dicho que era una tontería y habría buscado una repetición de cualquier partido para explicarle los entresijos tácticos, a fin de convencerle de que su futuro estaba ahí, y no en los estudios. Mientras cavilaba, el contrincante, vestido de negro, había defendido con orden, sin apenas moverse, cubriendo huecos y replegándose como un acordeón, todos al compás. Era bello ver movimientos tan fluidos. Parecía un entrenamiento, ensayando transiciones defensa-ataque, más que un partido propiamente dicho, aunque la intensidad del narrador mostraba que debía ser un partido importante. Arturo creyó que el árbitro pitaría falta cuando vio a dos jugadores cambiarse con el balón en movimiento. Pensó inocentemente que era trampa, pero su asombro se elevó a límites insospechados cuando el jugador sustituido volvió a entrar en el campo. Creyó enloquecer viendo sacar de banda con los pies, al portero dar pases de portería a portería con precisión increíble, un balón que apenas botaba... No entendía nada, pero se divertía. Según el marcador quedaban cinco minutos de partido. Consultó el reloj. Había transcurrido una hora desde que pusiese por casualidad el partido, y observó que había una cuenta atrás que se detenía siempre que el balón salía del campo. Le gustó porque evitaba las famosas "pérdidas de tiempo" que su padre intentaba enseñarle para determinados momentos. Se sorprendió asimismo de lo rápido que había pasado. No entendía muy bien las reglas, y menos aún cuando vio que el equipo que vestía de negro (que para el asombro de Arturo no era sino el Barcelona, aunque no reconocía a ningún jugador) sacaba un portero distinto y éste marchaba al ataque con sus compañeros. ¿Qué hará?, se preguntó extrañado. Y sin embargo no había duda: el once, un tal Saad, estaba allí, en el medio campo, tocando el balón con tranquilidad, dejando la portería vacía. Los de rojo defendían como buenamente podían los embistes del Barça. “ElPozo va a marcar, seguro”, se dijo convencido. Sólo tenían que robar la pelota. Pero no, se mantenían fijos en sus posiciones, como si no quisieran atacar. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" El poco sentido que tenía la situación desapareció del todo cuando el Barcelona, a falta de 4 minutos, empató el partido por medio de Torras. Todo cambió nuevamente, como si otro partido comenzara a jugarse en aquel instante. Volvió el portero de siempre a defender el arco culé mientras ElPozo se movía con presteza en ataque buscando el gol de la victoria. Y entonces sucedió algo maravilloso. A falta de siete segundos coge el balón Gréllo. Arturo nunca ha visto un partido de fútbol sala, no cree que alguien pueda coger la pelota con esa confianza, hacerse un autopase para regatear a Sergio Lozano y lanzar un misil con la puntera (se asombró de que alguien pudiese rematar tan fuerte con esa parte del pie sin hacerse daño) que se cuela irremisiblemente por la escuadra izquierda de la portería blaugrana a falta de dos segundos para el final, ante la atónita mirada de Paco Sedano, que agacha la cabeza reconociendo la imposibilidad de detener el disparo. El pabellón estalla jubiloso. Las cámaras captan a gente casi llorando, mientras los jugadores se abrazan, a punto de reventar de felicidad. Sin darse cuenta, a Arturo se le escapa un grito de alegría, un “gooool” que nunca antes chilló pese a los muchos intentos de su padre. Se ha emocionado. Ha sentido otro tipo de juego, más rápido, más técnico, con más goles y jugadores de primer nivel mundial. Y quiere más. Cuando el comentarista, rozando la afonía, grita que vuelven en apenas dos días para el quinto y definitivo partido, Arturo no puede creer lo afortunado que será si su padre le deja verlo. Pero aunque él no lo sabe, su futuro está decidido: quiere ser jugador profesional de futsal. No quiere parecerse al Falcao colombiano, sino al brasileño. Aunque aún no les conoce, quiere tener la potencia de Miguelín, la inteligencia de Javi Rodríguez o el pase con el exterior de Mati. ¿Su padre? Por mucho que se empeñe el destino había lanzado la moneda y su suerte estaba echada. Sólo unos pocos llegaban a la élite, pero nada ni nadie le impediría intentarlo. Aquel veintitrés de junio de dos mil doce marcaría un antes y un después en la vida del pequeño Arturo. Fueron días complicados, de duras discusiones y enfados provocados por el rechazo del hijo al sueño del padre y del padre al sueño del hijo. En incontables ocasiones se marchó cada cuál a su cuarto sin dirigirse la palabra, sin cenar. Poco a poco Jaime comprendió que no conseguiría cambiar a su hijo. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" - Está tan empecinado como tú cuando te propusiste ser futbolista profesional. - Le dijo en cierta ocasión Luis, intentando que abriese los ojos. Animado por su único amigo, acudió un día a ver un partido de su hijo, el cuál había conseguido entrar por sus propios medios en el equipo de fútbol-sala de su barrio. Cuando terminó el partido, Arturo, que apenas había disputado cinco minutos y pasó inadvertido, corrió hacia su padre. Le dio un abrazo y un beso como no le daba desde la muerte de su mujer… El niño había vuelto a ser feliz, gracias al deporte, y aquel día Jaime comprendió que tal vez su hijo sí podría ser un gran futbolista, aunque no como él lo entendía. Le ayudó en todo cuanto su hijo se propuso. Crecieron juntos, se hicieron un hueco en las pobladas ligas federadas de su distrito. El nombre de Arturo fue creciendo al unísono con su cuerpo, hasta convertirse en un prometedor jugador, hecho a sí mismo, fruto de su tesón y su amor por un deporte hasta unos años antes tan desconocido profesionalmente como practicado. Diez años después de aquel histórico partido, Arturo conseguiría un hito también histórico, debutar en Primera División marcando el gol de la victoria. Su segundo pensamiento fue para Gréllo, aquel brasileño que con su fantástico gol le metió en la sangre la pasión por el fútbol-sala. El primero, para su padre, fallecido tres días antes. “A pesar de todo”, comentó en la entrevista posterior, “sé que está orgulloso de mi”. Cuando marcó el gol y las lágrimas asomaron al rostro de la joven perla del equipo, todos comprendieron al instante que aquellas lágrimas no provenían del dolor o la rabia, sino de la alegría de haber alcanzado su meta: ser jugador profesional de fútbol-sala. La cámara pudo captar unas palabras murmuradas entre dientes por el joven jugador justo tras ver que era gol. Unas palabras que emocionaron a los espectadores: “Va por ti, papá”. Daniel López Utrilla. Madrid 30 años Día Internacional del Libro 23 de Abril Tercer Premio Categoría adulto III Certamen de Relatos Cortos 2012 "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" Tercer Premio Categoría Adulto "EL PATIO" Lo habían dejado como nuevo, el olor del alquitrán reciente inundaba el recinto escolar anunciando que llegaban nuevos tiempos, las potentes líneas amarillas delimitaban un lugar sagrado para nosotros. Era tan bonito como hostil, aquel áspero terreno nos hacía soñar a nosotros y les quitaba el sueño a nuestras madres, y es que escorchones, zapatillas repeladas y pantalones recosidos eran las heridas de guerra de aquella pista de fútbol sala cincelada en asfalto. Pero el fútbol sala trascendía más allá de aquel colegio. Se respiraba en la papelería de enfrente, en el bar de al lado o en la pastelería del chaflán. Todos sabían que en aquella mañana de sábado comenzaba la temporada y que tres equipos del cole afrontaban como locales su nueva andadura. La puerta metálica daba cobijo a padres, madres, familiares y curiosos de esos que siempre cuentan batallitas del fútbol grande como para agrandar su leyenda futbolística y alejarse de este “deporte menor”. Comienza la moda de las botas de colores y los abuelos de los chicos se tocan los ojos con indignación ante ese derroche cromático que cubren los pies de sus nietos. Sin embargo todo lo que se respira allí es amistad, fútbol sala y muchas raciones de pelotazos de esos duros MIKASA desviados contra la pared. Entre esa multitud se abrocha las zapatillas Alberto, el número 10 del zaragozano equipo de Calasancio. Delgadito el chico, enjuto y sin cuerpo. Mucho fútbol sala por dentro, eso sí. Tiene días malos; los del frío y el agua , pero cuando la primavera llega florece cual almendro en un despliegue brutal de pisar, repartir y jugar. Chutando poco y sin gol. Los días de frío coinciden con la ausencia en la banda de su abuelo Ángel, fan incondicional de su nieto y algo justillo de salud, por lo que no presencia los partidos del crudo invierno. El abuelo está en la banda, impecable; chaqueta y pantalón de Emidio Tucchi, gorra de mayoral, jersey de pico y su bastón de ébano reluciente como siempre. La primavera ha vuelto, y él ya no puede faltar. El 10 lo sabe, ya lo ha visto y su cabeza empieza a funcionar a 150 revoluciones. Donde hay una pared de colegio ve una banda repleta de aficionados, donde está la puerta de la biblioteca escolar imagina un grupo de forofos con pancartas, timbales y bufandas. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" El rito está pendiente todavía. Alberto chuta para dentro el último disparo del calentamiento y se cruza la pista para besar en la mejilla a su abuelo que le despide con dos cariñosos azotes en el occipucio del futbolista, mientras dos tímidas lágrimas asoman entre los azules ojos del emocionado jubilado. Todo está por tanto preparado y los de fuera, los que sin estar también respiran fútbol sala abandonan el poso del café, la conversación en la calle o la compra de la barra de pan, para cruzar aquel humilde y efímero templo del fútbol sala. Silencioso espectador del encuentro en ciernes es Primitivo, religioso del colegio y parte activa de este movimiento futbolero que adorna la mañana. Ex practicante, que no ex futbolista, porque dentro de sí arde ese extremo derecho que despuntó en las categorías inferiores del Logroñés. Tras su frondosa barba grisácea aflora un amor emergente hacia el fútbol sala, especialidad de la que se hizo asiduo seguidor a nivel amateur durante su etapa como misionero escolapio en Brasil. En aquellas favelas de Río, “ Primitinho” (como a nosotros nos gusta llamarle a escondidas) vio como el fútbol sala aunaba todas aquellas cosas que los niños desfavorecidos podían necesitar como evasión de una vida mucho peor. El caso es que tras tres duros años de alfabetizar, educar y desenganchar de la mala vida a muchos niños y jóvenes, se planteó volver con su labor de párroco y docente del colegio. El centro no tenía por aquel entonces vida deportiva más allá del basket y plantear un equipo de fútbol era algo inalcanzable. Se dio cuenta que las dimensiones del olvidado campo de balonmano podían albergar a muchos amantes del pelotón sin salir de las puertas del cole. Los niños se apuntaron en masa, pero el propio religioso les alertó de que nadie daría un pase, centro o remate, sin antes haber hecho los deberes en la biblioteca. Ese binomio educación – deporte llevaba unida en matrimonio desde hacía una década, y cada sábado hacía esbozar una sonrisa al barbudo profesor, que solía ser un discreto y crítico observador futbolístico de sus alumnos. El 10 de los locales había comenzado a divertirse, lo cual ponía en buena dirección el partido para los anfitriones. Se entendía especialmente bien con José, un sobrio, tranquilo y ambidiestro muchacho con el que venían jugando desde párbulos. La balompédica pareja se estaba especializando en hacer simples las acciones más bonitas de este juego; paredes, pantallas, prolongaciones y demás diabluras al primer toque eran marca de la casa de esta pareja tan unida dentro como fuera del campo. Fuera del campo estaba Iván, esperando su momento, su partido,el siguiente de aquella bonita mañana de sábado. El chico era un juvenil algo rebelde y con un pasado intenso. Sus padres, operarios de la metalurgia habíán sido durante años nómadas por la geografía española, y él y sus hermanos no habían tenido la oportunidad de echar el ancla en ningún lugar. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" De Ciudad Real, su ciudad natal, se fueron a Castellón para convertirse en asiduos de los partidos del “Playas” y, cada gol de los Javi Rodriguez, Llorente o Javi Sánchez, le habían convencido un poquito más de su pasión por el juego. Pasión compartida, eso sí; al adolescente que nos ocupa había algo que todavía le quitaba más el sueño que la pelota, el rap. Realmente para este pivot de punterazo fácil, carrera corta y balón bien pisado, el rap era una excusa para unirse a sus colegas y terminar la tarde con una pachanga, o incluso empezar la reunión con un partido a 3 goles y clausurarla con lo mejor del “flow” de cada uno. El fútbol sala de Iván no era de uniformes, alineaciones y arbitro por medio. Él era de potrero, de parque, de partido de salidas a dos goles sin ley, y sin regla. Sí entre medias no tocaba jugar, mejor porque surgirían los duendes de la rima en cada rendija de la valla de la pista, a la espera de la nueva llamada de la pelota. Aún así el forastero futbolista en patio extraño miraba el encuentro con atención. No escuchaba los gritos ni los golpeos al balón, tampoco los comentarios de los curiosos que le rodeaban. Los oídos de Iván, taponados con los cascos del discman y envueltos por completo en la música de Jamiroquai. Aquel número 10 de los locales había llamado su atención, y es que como buen rapero observar la realidad era parte del oficio. Reflexionaba sobre como un cuerpo tan menudo podía encerrar tantas dosis de alegría, sorpresa e inspiración para compañeros y observadores. Pensó entonces en lo falso de la aparencia, en los prejuicios, en la mentira que vivimos las personas por los cánones impuestos… El abuelo disfrutaba del partido, pero más de lo que la vida le estaba dando estos últimos años. De lado dejaba los problemas de salud que le azotaban, y tan solo valoraba la grandeza de poder ver a su nieto jugar al fútbol. El sala le encantaba, lo veía directo, veloz, puro y verdadero fútbol. A menudo, soñaba que jugaba, imaginaba jugadas preciosas con el 11 a la espalda, sin canas y joven, muy joven. Consciente de la mentira no quería despertar, pero siempre acababa. Soñar es gratis, soñar que juegas otra vez al fútbol; gratis y maravilloso. Durante la semana se ilusionaba recortando de los periódicos la clasificación del equipo de su nieto y lo guardaba cual tesoro en unas hojas perfectamente cuadriculadas a carboncillo que marcaban la evolución objetiva de aquel ilusionante conjunto escolar. Su nieto atacaba la portería de Nacho, sindrome de “Asperger” según los doctores del hospital clínico, muy introvertido y con muy poca capacidad para relacionarse con sus compañeros de clase. Sus padres atendieron a la recomendación de los galenos de que debía realizar alguna actividad deportiva en la que tuviera que convivir con sus iguales. Su colegio, el de Nacho ,sólo tenía la oferta del recién creado equipo de fútbol sala, y ahí que lo apuntaron. Nacho solitario en la vida, eligió una prolongación de su existencia en la portería, bajo los palos, con sus compañeros pero solo al fin y al cabo. No lo hacía nada mal. Su grado de concentración deteniendo y blocando era tan alto como cuando leía sin descanso las aventuras de T intín, Milú y el malhablado Capitán Hadock. III Certamen de Relatos Cortos "Lee, escribe… ¡Entrena tu mente!" Pero la empatía seguía sin ser su fuerte, y no dudaba en abroncar a un compañero si fallaba, o en discutir una decisión del entrenador en voz alta. Todos le respetaban, sin excepción, conocedores de un problema que le impedía cambiar drasticamente de comportamiento. Lección de vida, la que sus padres, contrarios de siempre a la cultura del fútbol, se llevaron al contemplar con ternura el trato que su hijo recibía de una docena de chicos que habían demostrado más comprensión que todos los familiares y médicos consultados por el problema. José generó superioridad de su equipo en el área contraria, y la pelota , como siempre, le fue devuelta por Alberto al primer toque pero antes de golpearla a gol sintió que alguien le golpeaba por detrás. ¡ Penalty! – gritó el respetable ante la acción.Alberto, sin dudarlo, cogió la pelota y la colocó con mimo sobre la línea continua del área de gol; él lo iba a lanzar. Delante Nacho, con expresión imperturbable y como siempre muy concentrado en lo único que importaba, detenerla. El 10 resolvio como solía; seco y fuerte a la izquierda del portero, Nacho, que no se movió y que mostró su enfado como solía tras cada tanto encajado. El 10 corrió a dar el segundo beso de la mañana. Éste contenía más alegría y menos rito que el primero, aunque ambos equivalían en amor sincero por el destinatario, el abuelo, feliz por el gol que había lanzado en un gesto espontáneo el bastón dentro de las líneas amarillas de la pista. Todo se había encarrilado, el fútbol había vuelto al patio, sus personas, sus emociones, pero la tarta necesitaba la guinda del gol que recordaba a todos que los sábados volvían a ser sábados. Iván retiró por un momento la música de sus tímpanos y también gritó gol, con una irrefrenables ganas de empezar a jugar y de que la pelota se moviera al ritmo de sus zapatillas de suela de caramelo carcomida por las tardes de pista de parque. Primitivo se retiró tras la puerta de la biblioteca a proseguir con la corrección de aquellos interminables exámenes de literatura; repletos de faltas de ortografía, sintaxis terroríficas y horas de estudio sin fructificar. Mientras su boli repasaba cada tilde se sonreía al escuchar que el balón volvía a rodar en aquel colegio, el suyo , en el que el compañerismo , la amistad y la pasión valían más que cualquier libro de texto. Mariano Gimeno Garcia Cuarte de Huerva, Zaragoza 30 años