Santos populares argentinos

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La Argentina Engualichada
Carlos R. Cengarle
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Capitulo VII - Santos populares argentinos...
A veces se necesita juntar a todos
aquellos que quieren intentar hacer un
bien.
Un mal muy grave se extendía en la
Argentina del año 2007 y cada vez con
mayor ímpetu. Fue así que se reunieron
en Embalse Río Tercero, en la Provincia
de Córdoba, junto a una roca muy
conocida, que llaman "el hongo", un
grupo de personajes muy especial. Eran
la difunta Correa, el Gauchito Gil, Don
Triángulo y el Niño de la Esfera Azul
Celeste, con el objetivo concreto de luchar contra un enemigo común, un motivo
puntual que urgente los convocaba, para neutralizar un mal de la Argentina
engualichada.
Tata Dios los congregó como para darnos una mano a todos. ¿Y contra que podrían
luchar estos súper santos populares argentinos? La respuesta era muy simple, pues el
mal a combatir, era algo vergonzoso y hasta difícil de contar, pues se trataba de una
cantidad enorme de ancianos jubilados, que querían suicidarse. Luchar, para que no se
suiciden los jubilados, era el nudo de la cuestión. El primero sobre el que debían actuar,
se domiciliaba en la localidad de Beccar, en el conurbano bonaerense.
La primera en llegar, fue nada más y nada menos que la Difunta Correa. Y para los que
no la conocen y se preguntan quien era, vaya esta explicación, que se remonta a la
historia misma de la Argentina del siglo XIX.
Su nombre completo era Maria Antonia Deolinda Correa. Ella y su hermana, se casaron
con dos criollos de apellido Bustos, que también eran hermanos y además, sobrinos del
gobernador Bustos, caudillo de Córdoba. Estamos hablando aproximadamente, del año
1827.
El general Lamadrid, comandando una columna del ejercito unitario, ocupó por dos
veces la provincia de San Juan. La hermana de la que hoy conocemos como difunta
Correa, era la esposa del doctor Francisco Ignacio Bustos, ministro del gobernador
federal don José María Etchegaray. Perdió a su marido en junio de 1830, cuando lo
asesinaron en prisión por orden de Lamadrid, en ocasión de un intento de fuga
aparentemente facilitada, pero que en realidad se trataba, de una vil acción traicionera.
Deolinda Correa también se quedó sin marido. Fue en la segunda invasión de Lamadrid,
cuando corría el año 1841. A su cónyuge lo reclutaron por la fuerza en una leva en Valle
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Fértil, un enganche de gente para el servicio militar, para sumarlo a las montoneras de
Facundo Quiroga y se lo llevaron contra su voluntad, a la Provincia de la Rioja.
Ella se encontraba recién superando las dificultades del alumbramiento, cuando recibió
la tan terrible noticia. No faltaron los galanes que se relamían por dentro, al saber que
ahora había quedado sola y desamparada. Pero ella, sabiendo que su marido estaba
enfermo, se lanzó sola y a pie, con el hijo de meses en brazos, siguiendo la huella de la
montonera, por el camino que pasa entre San Juan, Valle Fértil y la Rioja.
- No quiero quedarme sola. No quiero vivir lo que sufrió mi hermana, cuando perdió al
marido. Mi vida esta al lado de él. ¿Para que quiero vivir si no lo tengo a mi hombre?.
Le rogaré al mismo Tigre de los llanos, que le devuelva el padre a mi hijo. Nunca sabré
de lo que soy capaz, si ni siquiera lo intento.
Y con mucho valor e improvisación, se largo a caminar una fría madrugada. Pero
andando el solitario camino, consumió a los pocos días las provisiones que acarreaba.
Fue quedándose sin el charqui, la carne salada y secada al aire o al sol para que se
conserve; sin el patay, la pasta seca hecha del fruto del algarrobo; sin el pan casero
hecho de harina amasada y cocinada en hornos fabricados a mano; sin los higos, esos
que son el segundo fruto o el más tardío que da la higuera y que es blando, de gusto
dulce, por dentro de color encarnado o blanco, lleno de pequeñas semillas y
externamente cubierto de una piel fina y verdosa. Y lo peor, el agua potable se le
terminó, aunque la cuidó como el oro. Recogió algunas tunas y desesperada, mordió su
jugosa carne, aliviando en algo la sed. Arrancó del suelo algunas raíces de espantoso
sabor amargo, pero que igual ingirió para un poco mitigar el hambre. Hasta llegó a
masticar el barro que encontró bajo un arbusto, para arrancarle unas gotas del agua.
Luchó y luchó contra la misma muerte, con el valor y el arrojo de una tigresa herida,
intentando defender con uñas y dientes a los suyos. Y cuando las fuerzas la
abandonaron, sedienta y agotada, se dejó caer en la cima de un pequeño cerro, al cual
había subido para ver si podía divisar la polvareda que siempre dejan atrás las
montoneras o aunque sea orientarse, porque estaba muy perdida. Solo alcanzó a
observar el confuso espejismo de lo que le pareció eran las primeras arboledas de
Caucete.
El sol la castigaba sin piedad y aun tirada en el suelo, abrasándola con sus rayos, la
llevó al paroxismo del sufrimiento. Cayó al suelo transpirando gruesas gotas de sudor.
Con su cuerpo, seguía protegiendo del sol la cabeza de su hijo. Luchó por seguir
despierta, pero el mundo se le achicaba más y más. Comenzaron los calambres
dolorosos y las sacudidas violentas, mientras clamaba al altísimo por una gota de
sombra aliviadora. La sed, estrangulaba su garganta y le parecía ver agua en todas
partes, victima de los espejismos burlones del inclemente desierto.
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La debilidad cedió su lugar al intenso
dolor de cabeza, que como una
gigantesca prensa le asfixiaba su
cerebro. La angustia y la ansiedad,
explotaban entre los escasos restos de
lucidez que le quedaban. Batallones
de hormigas y centenares de agujas, le
parecían adueñarse de sus miembros,
exacerbando sus dolores atroces.
Su respiración se hizo muy rápida y sacudía su menudo cuerpo, mientras la vida se
escapaba incontenible entre sus resecos dedos. Sus labios y su piel se resquebrajaron,
imitando la reseca y agrietada tierra del desierto. Por fin, se encontró con su marido y
gozaron juntos en el lecho de su hogar y luego, bailaron y bailaron el minué en una
fiesta concurrida y muy alegre... y luego del piadoso y aliviante delirio, murió mirando
el inmenso cielo azul.
Unos arrieros que pasaban por la zona, vieron decenas de caranchos, esas lóbregas aves
de carroña que revoloteaban nerviosas sobre el cerro. Cientos de veces habían visto
escenas similares, pero esa vez, algo los movió a acercarse y mirar. Grande fue la
sorpresa cuando junto al cadáver de la madre, encontraron a un niño con vida,
rechoncho, bien hidratado y amamantándose de sus pechos, prendido como un pequeño
ternero a los últimos frescores de su progenitora.
Recogieron al pibe, lo atendieron con cariño y le dieron cristiana sepultura a su madre,
cerca del cementerio Vallecito, en la cuesta de la sierra Pie de Palo.
Cuando se enteró la gente, todos quedaron muy asombrados por semejante prodigio. Se
habló y se habló del asunto, hasta que una cosa quedó muy en claro. Nunca lo que pasó,
pudo ser algo simplemente natural. La madre siguió cuidando a su hijo desde el mismo
cielo y solo una madre santa, pudo lograr hacer el prodigio milagroso de alimentarlo
con su cuerpo muerto.
Empezaron a visitar su tumba, a llevarle flores y ofrendas. Al principio, fue un oratorio
que siempre estaba lleno de ofrendas y luego, en el kilómetro 62 de la ruta de San Juan
a Chepes, levantaron una capilla, donde se venera a la Virgen María por intercesión de
la Difunta y donde le piden los promesantes de San Juan y las provincias vecinas.
Allí, se honra y venera a la madre que da la vida por sus hijos. Los viajeros le dejan
repuestos de vehículos como una forma de compartir sus angustias al quedar varado en
los caminos y en las ermitas, dedicadas a la difunta, dispersas por todas las rutas del
país, hay coronas, botellas con agua para calmar su sed, flores naturales o de papel y
miles de velas, como muestra de admiración eterna por su martirio.
Los poetas y cantores han dedicado preciosas canciones y coplas a la Deolinda (linda
como Dios), para que nadie la olvide. Los campesinos le piden protección para sus
cosechas ya que nadie como ella, conoce en carne propia lo que es la falta de agua y
comida. Los arrieros, sienten con orgullo que ella tiene una deuda para con ellos, pues le
salvaron al hijo. La transformaron en su santa protectora y bajo su amparo, se animan a
peligrosos viajes a través de serranías y quebradas. Las madres, que por alguna
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debilidad carecen de leche para amamantar a sus hijos, siempre le rezan a ella para que
les fortalezca sus escuálidos pechos.
Mamar de un cadáver no se conocía ni se conoció jamás en la historia de la humanidad
y eso, es algo muy asombroso. Es tomar la vida de la misma muerte.
Mucho gusta tenerla con nosotros, señora María Antonia Deolinda Correa de
Bustos. Es un honor contar con su presencia y con su ayuda - dijo Don
Triángulo.
El gusto es mío y estoy aquí como cualquier mujer argentina para prestar sus
servicios cuando se trata del bien y ordene, pa' lo que guste mandar - respondió
la Difunta Correa, que se había materializado con permiso del Tata Dios.
No es que yo la conozca a usted de ahora. La conocía de antes. En 1840 ya tenia
noticias de usted. Y le digo más, la primer misa que se dio por su alma fue el 13
de agosto de 1883 y la dio el presbítero Ramón Salcedo, cura y vicario de
Caucete; el que la encargó, se lo digo con orgullo, fui yo mismo, para que Dios
le de la paz que usted tanto se merece y la colme de su gloria. Siempre admiré su
coraje y la entrega total por su hijo. Y todavía le digo más, a su hijo lo conocí
muy bien. Llegó a ser médico y entre los amigos, lo conocíamos como el negro
Bustos. Un primor, siempre contento ese pibe. Murió muy de grande, me
acuerdo como si fuese ahora, con una sonrisa en los labios. Muy bueno también
como profesional, la gente apreciaba mucho la humanidad que tenía – dijo Don
Triángulo.
Si, ya lo sé - contestó la difunta Correa - y sé que él lo apreciaba mucho a usted.
Y desde el cielo yo sabía también, que usted estaba reservado para una misión
especial y por eso Tata Dios nunca lo dejó morir. No veía la hora que Dios me
permitiese venir a ayudarlo y ahora, por fin se ha dado. Estos ancianos
jubilados que ahora se suicidan, son en su mayoría de la edad de mis nietos.
¡Mis nietos se están muriendo!. Nacieron con tanta alegría. Sabían que
trabajando, tendrían un buen pasar y que después de años de trabajo duro, los
esperaba una linda jubilación. La seguridad esta en el ahorro, les enseñaron. El
que guarda siempre tiene, le repetían. Pero del pobre viejo hoy ya nadie se
acuerda, porque le comieron los ahorros y le negaron recuperar el esfuerzo que
depositaron. Te jubilaste, sonaste, es la triste realidad. Si no sos joven, hermoso
e inteligente, es difícil que hoy día te tengan en cuenta. Los jóvenes de hoy,
confunden información con sabiduría. La sabiduría del viejo es joya preciosa,
que le ha llevado muchos años conseguirla. Podrán no saber como se hace algo,
o sabrán hacerlo y no tener fuerzas para lograrlo, pero ellos tienen lo
fundamental: saben si algo hay que hacerlo o no. Hoy en día los pichones nacen
con ganas de ser jefe antes de aprender a volar, pero lo primero es lo primero.
Primero hay que ser Jefe de uno mismo para poder mandar a los otros
Sabias palabras las suyas - dijo Don Triángulo -¿y que idea tiene para enfrentar
el problema de los viejitos suicidas?
Vamos a necesitar mucho de sus habilidades telepáticas – contestó muy segura
la Deolinda – ya que con ella habrá que rastrear a los viejitos en riesgo de
suicidio, o sea, tendremos que buscar entre los hombres y mujeres solteros de
edad avanzada, los divorciados y los viudos. Sobretodo si tienen una enfermedad
crónica y están aislados socialmente, si viven solos y se han quedado sin apoyo
de nadie; si ya eran depresivos y le daban al alcohol, si hablaban del suicidio y
si alguna vez lo intentaron. Si a todo eso se le suma una jubilación de ciento
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cincuenta pesos roñosos, teniendo que decidir entre comer o comprar remedios,
la mecha ya esta encendida... ¿no?
¡Menudo trabajo nos espera! – exclamo Don Triángulo
Si el Tata Dios esta con nosotros, nada hay que temer, le aseguro como que me
llamo Deolinda – respondió bravamente la difuntita.
¡Buenas y santas! - se oyó una voz – Soy Antonio Mamerto Gil Núñez y vengo
desde Corrientes porá, porque si la Argentina entra en guerra... Corrientes la va
a ayudar, chamigo.
¡Es el gauchito Gil! – exclamó contento el Niño de la Esfera Azul Celeste
Gauchito me dicen últimamente, pero en Corrientes porá me llamaron siempre
Curuzú Gil, en honor a la cruz que hizo mi verdugo – respondió el recién
llegado.
Y como la Difunta Correa, la vida, pasión y muerte del Gauchito Gil merecen
explicación, sobretodo para aquellos que todavía lamentablemente, no lo conocen.
Este Correntino de ley, era hijo de Doña
Encarnación Núñez y Don José Gil de la Cuadra y
había nacido en Mercedes, un 12 de agosto de 1847.
Creció y se hizo un hombre, justo en el tiempo en
que en su provincia, se mataban entre sí, los liberales
celestes y los colorados autonomistas.
Antonio Gil era uno más de los reclutados para la
guerra fratricida, del pago fundado junto al arroyo
Paiubre, nombre con el cual se conocía antes a la
ciudad de Mercedes. En su caso particular, había
sido incorporado a la fuerza, por el jefe político de
Mercedes, el coronel Juan de la Cruz Salazar,
caudillo político del Partido Liberal, en guerra contra
el Partido Autonomista.
Pero un día, los jefes provinciales de esas fuerzas,
pactaron una tregua y los hombres reclutados, fueron licenciados. El trámite
indispensable para salir de baja, era pasarles lista. Ahí fue cuando se conoció, que el
gaucho Gil había desertado. Traición más grande, no podía existir.
Lo cierto es que él había huido al monte con dos amigos, que decidieron seguirlo sin
dudar, cuando les contó el mensaje divino que había recibido. Un ángel se le apareció
en sueños mientras dormía en el cuartel y le dijo que Ñandeyara Guazú Porá (el Dios
Grande y Hermoso de los guaraníes), mandaba a decir que no había razón alguna para
pelear entre hermanos de la misma sangre.
Sus detractores comenzaron a tildarlo de bandolero por su conducta. Es cierto,
cuatrereaba las reses de los ricos, pero lo hacía como teniendo en cuenta, la letra
deformada de la canción del Arriero:
Las penas y las vaquitas
se van por la misma senda,
las penas son de nosotros
las vaquitas son ajenas,
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las penas son de nosotros
las vaquitas “de Anchorena”
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Un país se pudre – le había dicho su padre – cuando aquellos que tienen que dar
el buen ejemplo, juntan la maldad con la fuerza bruta y se la aplican sin piedad
al pueblo para hambrearlo. Recuérdelo siempre m´hijo, la corrupción de lo
mejor, es lo peor que hay...
Aquellos que sirvieron a sus órdenes sin embargo, se le inundaban los ojos de lagrimas
cuando hablaban de él. Juraban que hipnotizaba con la profunda mirada que destellaban
sus grandes ojos negros y que tenía la capacidad de curar, imponiendo sus curtidas
manos.
Mi lucha es contra el mal y contra el injusto, que quiere volverse rico en poco
tiempo, a costa del sudor y de la sangre de sus hermanos – solía repetirle a sus
hombres.
La historia de su captura es confusa para muchos. Hay quien habla que se entregó luego
de un año de llevar esta vida, al Coronel Salazar, ignorando que Antonio Gil era hombre
de muy fuertes convicciones. Otros, hablan que una partida de milicos lo sorprendió en
el monte y lo agarró prisionero, desconociendo la profunda intuición, sensatez y
prudencia que lo caracterizaba.
Me entregó a los milicos un mal parido y traidor, que esa noche quedó de
centinela – aclaró con tristeza el Gauchito Gil – Para los que no tienen
convicciones espirituales, el dinero todo lo puede, hasta vender al amigo y
mucho más.
Cuando fue llevado ante las autoridades, estos no creyeron en su explicación del
mensaje divino y decidieron trasladarlo a la ciudad de Goya, para que lo juzgue un
tribunal militar. Los habitantes de Mercedes temieron que Gil fuese ajusticiado por los
militares en el camino, ya que estos se la tenían jurada y juntaron firmas para liberarlo,
pero los milicos se dieron cuenta, se apuraron y los vecinos terminaron cuando Gil
había partido.
El 8 de enero de 1876, a los veintiocho años de edad, al llegar a un paraje ubicado a
ocho kilómetros al norte de Mercedes, el sargento a cargo del pelotón, siguiendo
órdenes secretas, decidió terminar con la vida del prisionero. Gil clamó para que no lo
mataran y les advirtió que la orden de su perdón, estaba en camino. No lo escucharon y
cuando estaba a punto de ser ajusticiado, le advirtió a su verdugo:
Vos me vas a degollar, pero cuando llegues esta noche a Mercedes, con la orden
de mi perdón, te van a decir que tu hijo se está muriendo de una mala
enfermedad. Como vas a derramar sangre inocente, invócame para que
interceda ante Dios Nuestro Señor por la vida de tu hijo, porque la sangre del
inocente suele servir pa´ milagros.
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El sargento no le creyó y se rió, sabiendo
que no lo iba a degollar, sino que el
procedimiento de eliminación sería el
fusilamiento, como a cualquier desertor.
Y para aumentar la deshonra de Antonio
Gil y que la medida sirviese a todos de
ejemplo, ordenó colgarlo cabeza abajo en
un algarrobo y dispararle, mediante un
pelotón de ejecución.
Algunos que vieron el ajusticiamiento,
juran que las balas no entraron en su
cuerpo porque llevaba un retrato de San la Muerte bajo la piel, pero otros, confiesan que
en realidad parecía, que los soldados no querían tirarle a pegar. Pero sea como sea, esto
enfureció al despiadado sargento, el cual fuera de sí, tomó el propio cuchillo de Antonio
Gil y le cortó la yugular, sin darse cuenta que la profecía comenzaba a cumplirse
inexorablemente.
Cuando regresaron a Mercedes, el sargento comprobó con estupor que todo lo predicho
por el Gauchito Gil se había cumplido y desesperado, rezó arrodillado para que
intercediera ante Dios por la vida de su hijo y perdonará su infame pecado.
Dios lo escuchó y para mostrar su grandeza, el niño se recuperó milagrosamente.
Agradecido y a la vez arrepentido, el Sargento construyó una cruz con ramas de
ñandubay, que llevó sobre sus hombros hasta el lugar del crimen y la clavó en la tierra
manchada con la sangre de Curuzú Gil.
Detrás del arrepentido Sargento y al poco tiempo, llegaron miles de devotos, algunos
para agradecerle favores recibidos y otros, para pedírselos. Cada uno se acercaba con su
vela y su bandera roja, por la sangre inocente derramada.
Paso que al poco tiempo, un estanciero de la zona, se asustó pensando que las velas
podrían incendiar su campo, por lo que hizo trasladar la cruz al cementerio de
Mercedes, donde estaba enterrado el cuerpo de Gil.
Al poco tiempo, su vida cambió y se llenó de desgracias, como morírsele la hacienda,
enfermarse su familia y sumirse él mismo, en una depresión muy profunda. Una
madrugada despertó sobresaltado. La figura de un gaucho recortada en la penumbra le
dijo claramente:
Soy Antonio Gil. Tus males se irán, cuando devuelvas la cruz a su lugar.
Cuando la cruz fue repuesta en su lugar, el ganadero construyó una capilla para que las
velas ardiesen, pero quedando resguardadas y sin peligro de incendiar el campo. Y
terminaron las desgracias para el chacarero.
¡Que problema el de los jubilados suicidas! – exclamó el gauchito Gil,
dirigiéndose a los presentes en la roca de “el hongo”, en embalse Río Tercero –
es propio de guachos el no tener en cuenta en las políticas, a los viejos. Meter a
los viejos en un pozo y aislarlos, condenándolos a la pobreza, a no existir y
despreciándolos, no solamente es injusto y muy cruel, sino que es el suicidio de
todos, porque todos terminan llegando a viejo.
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Tiene usted mucha razón, don Gauchito Gil – contestó el Niño de la Esfera Azul
Celeste – da asco ver como tiran en los geriátricos, hoy en día, a los pobres
viejos. Al principio los visitan pero después, con una vez al año, alcanza. Total,
ya se sacaron de encima la molestia del viejo. A nadie le importa que el viejo se
deprima porque nadie lo visita. Solo le queda que alguien del lugar, como una
enfermera o una mucama le tiren algunas migajas de cariño, como a los perros.
Si hasta parece que internarse fuera una forma aliviada de suicidarse y el viejo,
llega a pedir el geriátrico como los cazadores ancianos en las tribus, que se
dejan morir para no interferir con los planes de los más jóvenes.
¿Y cual es la solución? ¿Hay una salida con los medios humanos, o se necesita
un milagro del Tata Dios? - preguntó Don Triángulo
Si que hay una salida con medios humanos. Lo primero es cambiar el "no sirvo
más para nada" por el "todavía sigo siendo útil" y eso, será un avance dentro de
la psicología de cada viejo. Si uno sabe porque quiere vivir, seguro que va a
encontrar como hacer para vivir - respondió el Niño de la Esfera Azul Celeste –
y lo segundo, es el cambio que deberá ocurrir a nivel de la estructura política del
futuro, que será sobre la base de nuevos políticos, que deberán estar capacitados
en ingenierías de administración de recursos, licenciaturas y doctorados en
planeamiento y estrategia, todo dentro de un marco constitucional que permita la
formación de equipos multidisciplinarios que reemplazaran a los partidos
políticos que elegirá la ciudadanía. O sea, solo ocuparan un puesto político,
aquellos que estén capacitados en cada área y disciplina en la que les tocará
actuar. En nuestra querida Argentina, más del sesenta por ciento de los políticos
son abogados, o tienen títulos que nada tienen que ver con su tarea, o
simplemente son analfabetos. Y el otro grave problema, el de los corruptos, serán
eliminados por eficientes sistemas de control administrativo, que serán bien
transparentes y fácilmente controlables.
La pucha que tiene labia el mozalbete – exclamó sonriendo Don Triángulo.
¿Y como vamos a estar en todos los lugares que nos necesiten por este tema? –
preguntó preocupado el Gauchito Gil.
Dios ha permitido que transitoriamente utilicemos el fenómeno de la
traslocación – dijo con cara de seriedad y misterio Don Triángulo.
¿Y eso, que viene a ser? – pregunto más extrañado todavía el Gauchito Gil.
Es poder estar en varias partes al mismo tiempo – le aclaró con mucha
compostura Don Triángulo.
¡Pero eso es algo muy raro! – dijo el Gauchito Gil, rascándose la cabeza.
No es tan raro ni tan extraordinario el tema de la bilocación, que es estar en dos
lugares al mismo tiempo, ni tampoco el de la multilocación, que es estar en
muchos lados simultáneamente – dijo el Niño de la Esfera Azul Celeste – Esta
mezcla de espacio y tiempo, en el fondo, es un efecto de la mente, muy conocido.
Y para explicarme mejor, permítaseme usar un ejemplo. Él número siete es
siempre el mismo en todas partes, aún en la infinidad de veces que se lo nombra
o se lo escribe, relacionado o no con múltiples cosas. Aunque constituyan entes
diferentes, ubicados en coordenadas espacio tiempo disimiles, tiene algo
unificador: Siempre es el mismo número siete.
Esta clarísimo. Mas claro échele agua – dijo la Deolinda Correa, como para dar
por terminada la charla y ponerse inmediatamente a trabajar.
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Y así fue como cada uno recibió la tarea de asistir a un jubilado. El Gauchito Gil,
empezó por un banco financiero en la Ciudad de Buenos Aires, pero tuvo que viajar
para atrás, en el tiempo, hasta llegar al año 2001. Se encontró con Norberto, un viejo
jubilado, enfermo y desesperado, que con una granada apretada en su puño, le gritaba a
los banqueros
Me dan mi plata o volamos todos.
La granada no era de verdad, era una simple imitación. Pero consiguió que le
devolvieran el dinero que le había confiscado el banco. Cobró, mientras le apuntaban
sus fusiles un cuerpo de elite, que no dejaba de enfocarlo con sus miras telescópicas con
láser. Después, la policía se lo llevó preso, con las manos esposadas, la cabeza tapada y
haciendo ulular las sirenas. El Gauchito Gil miraba extrañado y no podía entender lo
que pasaba.
Y menos entendió cuando el fiscal, alegando intimidación publica, daño moral y
amenazas, pidió de ocho a dieciséis años de cárcel.
¡¿Cómo?¡ ¿Para el jubilado?! ¿No tendría que ser para el banco el pedido de
cárcel? – preguntaba, totalmente confundido, el Gauchito Gil - ¿Qué es más
pecado, fundar un banco o asaltarlo?
Y tomándolo de una mano al jubilado, mientras en la sala del juicio tomaban posiciones
los abogados, fiscales, jueces, periodistas y publico en general, frotándose impiadosos
las manos para juzgarlo, el Gauchito Gil no aguanto más y se lo llevó viajando a través
del tiempo hasta el año 2007. El cuerpo del jubilado, sin embargo, quedó tirado en el
suelo, como fulminado por un rayo asesino, ante el estupor de los que se habían
congregado y mientras un médico, calzando con gravedad el estetoscopio en sus oídos,
diagnosticaba Paro Cardio Respiratorio No Traumático.
Esta acción del santo argentino, fue acompañada por una multitud de almas de ancianos
jubilados que se juntaron al Gauchito Gil y Norberto, mientras estos volaban en el
tiempo hacia el año 2007. Mil cuatrocientos cuarenta ancianos y sus nietos, sumaban en
total doce mil ochocientos sesenta personas y representaban todos los suicidios
acaecidos en los últimos diez años en la República Argentina. Se agruparon alrededor
del hongo, en Embalse Río Tercero, esperando las órdenes de todos los Super Santos
Argentinos.
- ¡Qué lo tiró de las patas! Tan lindo que es vivir y acá, en la Argentina, se están
matando las personas a sí mismas... – dijo con estupor el Gauchito Gil.
- No se sorprenda. Las cosas han ido empeorando para todos, en vez de mejorar,
desde el siglo en que usted vivió al que nos toca vivir ahora – contestó tranquilo el
Niño de la Esfera Azul Celeste – Y cada vez la cosa se pone peor. Argentina, ocupa
el primer lugar en Latinoamérica en suicidios, y undécimo en el mundo. Hay un
promedio de doce suicidios por día, sobretodo pegando fuerte entre los veinte y
veinticuatro años, donde hay cinco suicidios por semana. Hasta se duplicaron las
tentativas de suicidio. Y bueno... Entre los jóvenes faltan ideales, los valores han
explotado por el aire, no hay inserción laboral y se han quedado sin futuro. Y entre
los viejos, andar mendigando la comida o eligiendo entre comer o comprar
remedios, porque para las dos cosas no alcanza, fue una dura prueba que destruyo
su autoestima.
- La cosa se ponía fea y no nos quedó más remedio que acabar con nuestras vidas.
Lamentablemente, en vez de estar mejor, seguimos igual o peor. Nosotros no hemos
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muerto y tampoco seguimos vivos. Nadie reza y el que lo hace, lo hace mal. Esa es
la razón por la cual están penando nuestras almas todavía en este mundo. No nos
quieren en el cielo ni tampoco en el infierno. Permítasenos hacer algunas obras
buenas y eso, servirá para elevarnos espiritualmente – dijo el alma de una jubilada
que se arrojo desde un balcón de un sexto piso, en la esquina de Rincón y Moreno
de la Ciudad de Buenos Aires.
Está bien. Los invito a todos a que oremos para apoyar a Don Triángulo, que en
estos momentos se encuentra en la Ciudad de Rosario, en lo más alto del
Monumento a la Bandera, luchando contra la desesperación de Aníbal, un ex
combatiente de Malvinas – dijo el Niño de la Esfera Azul Celeste.
Don Triángulo había subido en ascensor los veintitrés pisos de la torre del monumento,
llegando hasta el mirador que domina la ciudad, e incluso, tuvo que encaramarse hasta
lo más alto para poder dialogar, con un muchacho que intentaba suicidarse. El río y el
viento contemplaban la escena y el dialogo entre los dos hombres:
Don Triangulo: - ¡Vaya, vaya! ¡Que peligroso es el hombre para si mismo!
Aníbal: - Cuando no nos queda nada, cuando nos han robado hasta la esperanza,
cuando el vivir cada día es un desastre, una patética ridiculez, un sin sentido egoísta e
infame, surge a borbotones desde nuestra conciencia la muerte, como una obligación
ineludible.
Don Triángulo: - Sin duda el suicidio es valentía, la única valentía posible en el
cobarde…
Aníbal: - Mire Don Triángulo, hace mucho que me hubiese suicidado sino hubiese sido
porque en el catecismo, o hablando con mis padres e incluso con muchos de mis
amigos, siempre se opinaba que el suicidio era abominable, sobre todo cuando todavía
uno puede hacer algo por los demás. Pero mi vida no es hermosa como quisiera que
fuese y destilo veneno amargo, por todos mis poros.
Don Triángulo: - Por supuesto que vivir una vida inútil es como morirse temprano en la
vida. Pero no olvide que el hombre vive en este mundo solo una vez y el arte de vivir,
después de todo, es el arte de aprender a esquivar permanentemente el dolor y el
sufrimiento que nos persiguen como perro de presa. Personalmente, estoy convencido
que procurarnos la propia muerte es un error garrafal, propio de un demente, que no
alcanza a comprender que en la muerte del ser humano, jamás podrá existir lo hermoso
y puro que puede haber incluso en la peor de las miserias que nos toca vivir en esta
vida.
Aníbal: - Déjese de joder, Don Triangulo ¿no se da cuenta usted, de cuanto me cuesta
esta decisión? Así como al que le va todo bien, quiere escaparse de la muerte, así la
muerte se quiere escapar de mi, que soy un desgraciado. No me condene a algo peor
que la misma muerte, como es el querer morir y no poder hacerlo. No creo que
suicidarse sea aborrecible y me importa un pito que Dios lo haya prohibido.
Don Triangulo: - No se equivoque muchacho. No es que Dios lo haya prohibido y por
eso el suicidio sea repugnante. Es más bien al revés, o sea, como el suicidio es
repugnante, el Tata Dios lo prohibió.
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Aníbal: - Si hay algo a lo que tengo derecho, no me cabe ninguna duda, es a disponer
de mi vida cuando se me de la gana. No es que en Malvinas me haya sentido humillado,
sino que sentí que había fracasado, que lo dí todo por un país de mierda. Si me hubiese
sentido humillado, estoy seguro que me hubiese llenado de coraje. Pero como me sentí
un fracasado, la única salida que le veo a mi problema, es el suicidio.
Difunta Correa: - A veces la vida hay que saber pelearla no solamente sin miedo, sino
también sin esperanzas. Hay que saber desenterrarla a la esperanza y ponerla delante
de nosotros - dijo la difunta Correa, apareciendo de sorpresa – lo que más necesitamos
en la vida no son los lujos y las comodidades, mocito, sino entusiasmarnos por algo.
Estoy de acuerdo con usted que pareciera mas fácil morir que soportar sin treguas una
vida plagada de amarguras, pero ¿Sabe bien que es lo que le espera del otro
lado?¿Tan seguro está, que se terminan todos los problemas?¿No será que empiezan
otros tipos de frustraciones?
Aníbal: - Ustedes no me entienden. Estos setenta metros que me separan del suelo no es
casualidad que sea en este lugar, que es todo un símbolo de la patria. Desde que
volvimos de Malvinas nunca tuvimos apoyo real y constante de nadie. Tuvimos que
seguir viviendo entre la indiferencia, el desamparo, el desapego, el aislamiento y la
desprotección. Queríamos que se supiese la verdad y que alguien nos diga gracias por
lo que hicimos. Nuestra neurosis de Guerra destruye todas y cada una de las relaciones
de pareja que formamos. En Malvinas quedaron doscientos sesenta y cinco argentinos.
Conmigo serán doscientos sesenta y cuatro ex – combatientes que se quitaron la vida
después de la Guerra.
Difunta Correa: - Lo entiendo perfectamente m´hijo. A aquel que naufragó, le agarran
escalofríos cuando ve acercarse la simple marejada del río. La humanidad siempre ha
sido así y hay que tratar de entenderla, si uno la quiere cambiar en algo. La sociedad
es como esas flores carnívoras, que están al acecho para devorarnos. Pero veo que
usted mocito tiene sus dos piernas, sus dos brazos y sobre todo, tiene la cabeza pegada
al cuerpo y mientras tenga la cabeza, nada puede estar totalmente perdido para usted.
Parecería que ustedes como veteranos, quedaron diseñados para matar y como hoy no
pueden hacerlo, se abalanzan sobre ustedes mismos, como si nadie les hubiese dado la
orden de “alto el fuego”. Sepa que acercándonos a usted como lo estamos haciendo,
hace que sintamos algo de su dolor.
Aníbal: - Basta, por favor, que me están convenciendo y no quiero... No aguanto esta
vida, solo quiero morir. ¡Acaso no me entienden!
Difunta Correa: - ¿De que le va a servir el orgullo mocito, cuando su única compañía
sea la soledad?
Aníbal no contestó y sólo se limitó a encogerse de hombros. Prometió que lo pensaría y
después daría una respuesta.
Pero después, fue demasiado tarde. Aníbal se arrojó a la muerte desde setenta metros de
altura, llevando aferrada en su mano derecha, una foto de sus hijos. Al principio, sintió
la sorpresa de quedar suspendido en el aire y la rareza, de no sentir el cuerpo apoyado
en ningún punto. Solo quería llegar abajo y que todo terminase. Sintió por un instante el
placer de algo parecido a volar. Pero la velocidad de su cuerpo comenzó a
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incrementarse a cada segundo. El aire golpeaba con furia su rostro y hasta le impedía
cerrar los parpados, lo cual intentaba realizar desesperadamente para aliviar el horror
del mundo girando y girando, en un caleidoscopio macabro. Su ropa ondeaba
produciendo un ruido de tableteo seco, como el de las sabanas colgadas en el patio de su
casa de niño, cuando el viento soplaba imparable. La fuerza del viento le impedía
respirar y lo apretaba en su pecho. Comprendió que era el fin... y comenzó a recordar: el
rostro de su madre joven sonriéndole; la maestra del primer grado de la cual se
enamoró; la vez que se perdió en una fiesta; la compañera que sonrió cuando él le
declaro su amor... toda su vida, como una rápida película desfiló ante sus ojos... y por
fin sintió miedo...
Faltaba un segundo para impactar contra el suelo, cuando sintió una mano cálida y
húmeda que tomaba la suya. Era La Difunta Correa, la cual comenzó a transportarlo
serena por el aire. Por dentro, respiro aliviado y se dio cuenta que estaba por cometer
una locura... giro su cabeza para mirar el lugar donde hubiese impactado y se vio. Su
cuerpo yacía retorcido, inmóvil y grotesco.
- Pero... ese soy yo... ¿quiere decir que estoy muerto? – concluyó Aníbal
- Muerto esta el que no tiene ilusiones ni esperanzas y vive ahogado en su egoísmo,
aunque el cuerpo siga vivo - le respondió la Difunta Correa.
-
Ante la sorpresa de Aníbal, en pocos segundos se
encontraban en Embalse Río Tercero, alrededor de
la roca "el Hongo", donde los doscientos sesenta y
cuatro ex - combatientes suicidados lo esperaban
como nuevo compañero, formados en un cuadro de
doce soldados de frente y veintidós de fondo. El
espectáculo militar era imponente y eso, conmovió
al Gauchito Gil, el cual inocentemente pregunto:
¿Por qué no ponen a un General que se haya suicidado, al frente de estos
guerreros?
Se miraron todos entre si y se hizo un profundo silencio, hasta que el Niño de la Esfera
Azul Celeste le respondió:
- Las cosas han cambiado mucho, Don Gauchito Gil. Ahora en la Argentina,
los Generales que pierden batallas no se suicidan, ni los Capitanes de
buques que se hunden, mueren ahogados. Ahora en cambio, lo que hacen es
escribir y publicar best - seller...
- Y no vaya a creer que los políticos corruptos se suicidan como en China o en
Japón. No señor, para nada. Acá los corruptos acusados ponen solicitadas
en los diarios y aseguran en programas de televisión y radio, ser victimas
de persecución y campañas de desprestigio, maquiavélicamente
orquestadas. Embarran la cancha como para sembrar la duda y así, la
justicia vive llorando y escondida por los pasillos del palacio de tribunales. agregó Don Triángulo ante el estupor del Gauchito Gil.
- Yo me cansé de galopar contra el viento – dijo, apareciendo de golpe, el
cardiocirujano René Favaloro - y con mi suicidio, busque morir para
hacerme oír en la Argentina. Me harte que le robaran la medicina al medico
y al enfermo. No pude soportar que los que no son médicos, se metan a
dirigir algo sagrado como la misma medicina, decidiendo ellos que se hace
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y que no, según les reporte o no ganancias. Nadie de la dirigencia política
del país, contestaba mis cartas y si llamaba a alguna Obra Social, un
empleado de tercera categoría era el único que se dignaba a responderme.
Para ellos, lo que vale es el dinero, total la salud va y viene. Yo me prepare
como medico y científico, para poner lo mejor de mis conocimientos al
servicio de la gente y no, para dirigir empresas financieras que lucren con
la salud de los argentinos.
Un aplauso cerrado y unánime de todos los presentes, rubricó las palabras del eminente
científico. De repente, dos puntos luminosos se encendieron en la parte más alta de los
cerros que corresponden a la ciudad de Merlo, en la Provincia de San Luis. Todos
voltearon a mirarlos, mientras esas luces se acercaban lentamente al inmenso grupo de
almas suicidas.
Cuando las formas estuvieron cerca, se puso en evidencias quienes eran. Una, era La
Muerte y la otra, La Depresión. De la primera se adivinaba su azada, sostenida por una
mano huesuda y el rostro, conformado por una tétrica calavera. Toda ella, estaba
cubierta por un largo y enorme manto negro, como la noche. La Depresión, era una
mujer de pelo seco y enmarañado, de cejas fruncidas en el medio, formando el omega
melancólico en su frente. Los parpados semi cerrados, la lengua saburral y el aliento
fétido, provocaban repulsión. Las ropas sucias y las manos con sus uñas ennegrecidas,
completaban la imagen patética del abandono y la dejadez. El cuello y la columna,
caídos hacia adelante, al igual que su cabeza, evidenciaban el cansancio y la astenia. Su
hablar era lento y las comisuras de sus labios, permanecían caídas, lo cual armonizaba
con las únicas palabras que salían de su boca: desesperanza, todo esta mal, para que
vivir...
Desde adentro de la roca del Hongo, súbitamente se escuchó una voz de ultratumba:
- Tata Dios, le da la oportunidad única a Don Triángulo, de lograr que nadie más se
suicide por una parte y de recuperar, por la otra, todas las almas suicidas que están
penando.
- Acepto y sin condiciones - dijo ansioso y rápido Don Triangulo
- Para eso vine - respondió La Muerte. La Depresión no contestó y solo hizo un
gesto despectivo, ya que pensaba que nada en este mundo merecía la pena...
- Prepárense entonces, para el desafío en un juego de Taba a Suerte o Culo respondió la roca "el Hongo"
Hicieron del terreno pegado a la roca del hongo, el campo del encuentro. El Niño de la
Esfera Azul Celeste, como todo gurí de la ciudad, no tenía la menor idea en que
consistía “la Taba” y Don Triángulo, con su paciencia infinita, se lo explicó con lujo de
detalles.
En la campaña argentina se juega a la Taba desde hace cientos de años, ya que
la trajeron en sus barcos los españoles – comenzó a contar mientras chupaba con
fruición un mate que le acercaron -. La Taba es un hueso semi cuadrado en forma
de S, que lo sacan del talón del pie de un animal como la vaca, la oveja o el
carnero, aunque generalmente es del primero. Los veterinarios lo llaman
astrágalo y los gauchos, generalmente le ponen unas chapitas que llaman calzas
y sirven para que no pierda su forma. Se tira la Taba al aire y según como caiga,
se gana o se pierde. Póngase al lado del “queso” y verá como se juega mocito.
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El “queso” es un lugar de la tierra elegida para jugar, que se encuentra húmeda y blanda,
de forma cuadrada y de unos tres por tres metros. En el medio, se le traza una raya que
divide el terreno en dos. De cada lado, a una distancia entre cinco a siete metros de la
misma, se ubican los contendientes. La Muerte y Don Triángulo, eran los oponentes
elegidos para esa ocasión.
Un paisano de la zona fue escogido de “Canchero”
para presidir la reunión, como una especie de Juez
recibía las apuestas y las dejaba en el suelo. Recibía las
de adentro - entre los dos actores – como las de afuera
– las que realiza la gente por uno u otro -, pero estas
ultimas, no en esta ocasión. Si ganaba Don Triángulo,
el premio sería la suspensión de las muertes por
suicidios, en toda la Argentina. Pero si ganaba La
Muerte, bueno, lo mejor es ni decirlo…
La Muerte quiso ser la primera en tirar y Don Triángulo, muy tranquilo se lo concedió.
Comenzó La Parca colocando la taba sobre la palma bien abierta de su huesuda mano,
con el brazo tendido aunque levemente flexionado. La vista clavó en la raya y con gran
habilidad, hizo un tiro llamado “de roldana” en que el hueso fue dando vueltas por el
aire hasta tocar el suelo, pero sin pasar la raya divisoria. Antes de detenerse, la taba giró
y giró sobre si misma, despertando en todos una gran desconfianza.
La Muerte volvió a tirar la taba por orden del Canchero y si bien, esta vez pasó la raya
divisoria, cayó del lado llamado CHUCA, uno de los lados angostos del hueso y el tiro,
fue considerado no válido. Además, igual que en el primer tiro, la taba giró sobre sí
misma como si fuera un trompo…
Esa forma de rodar, solo la tienen las Tabas Tramposas – gritó enojadísimo Don
Triángulo al Canchero, levantando el índice de su mano derecha – Esa taba,
debajo de las calzas, seguro que tiene escondido algún peso para que caiga
siempre con la parte lisa para arriba, la que se llama Suerte.
La Muerte ni se inmutó y aceptó sin chistar que le cambiaran la taba. Tiró por tercera
vez y el hueso se clavó en el barro… con la parte hueca para arriba.
- ¡CULO! - fue el grito unánime que se escuchó en todo Embalse, gritando a los
cuatro vientos que La Muerte iba perdiendo.
Normalmente, La Muerte hubiese perdido la jugada, pero esa vez habían acordado que
tirasen la Taba hasta que uno sacase Culo y el otro Suerte, en la misma jugada.
Don Triángulo se colocó en posición, calentando y meneando la Taba con sus manos.
Luego, mirando fijo como un tigre a la raya en el terreno, extendió su mano con la
palma bien abierta y lanzó el hueso por el aire, en un tiro que llaman “de dos vueltas”,
pues justo dio ese número de volteretas. Impecable, la Taba se clavó en el barro de
punta.
¡PININO! – gritaron todos, pues cuando cae en forma vertical, parada de punta,
haciendo equilibrio, vale doble y hasta triple.
¡No vale! – aclaró el Canchero muy serio - Solamente vale, si antes de empezar
el juego, se ponen de acuerdo los contendores. Tiene que volver a tirar.
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Don Triángulo respiró hondo y volvió a ponerse en posición de tirar. Probó flexionar su
muñeca y con angustia comprobó, que un dolor moderado le impedía moverla con
soltura. Miró a los muchachos, a los jubilados, al Dr. Favaloro que le hizo un guiño de
aprobación con su sonrisa. Y junto a este último, vio que estaba majestuosamente
parada una dama, Doña Alfonsina Storni, la gran poetisa de América, que enferma de
cáncer, sola, triste y abandonada por el amor, a los cuarenta y seis años entró caminando
en el mar, luego de escribir su último poema: "Voy a dormir".
Mirando a todo ese grupo anhelante, sintió un golpe bien adentro de sus entrañas y
olvidándose de la angustia y del dolor en la muñeca, Don Triángulo se encomendó al
altísimo, para que no lo abandone en semejante tribulación.
Voló por el aire la Taba, haciendo sin contratiempos la pirueta que llaman de vuelta y
media. Cuando llegó bien alto, por un instante eterno quedó como suspendida... y
cayendo como peso muerto y emitiendo un seco ¡plaff!, se clavó en el barro del otro
lado de la línea, con la parte lisa de la Taba hacia arriba.
¡¡¡SUERTE!!! – estalló el grito sonoro por todo Embalse Río
Tercero. Suerte, gritaba la roca del Hongo. Suerte, gritaban los
jubilados mientras abrazaban a sus nietos. Suerte, gritaba
Favaloro, abrazándola a Alfonsina. Suerte. Suerte. Suerte...
La Muerte mordía sus dientes y La Depresión se agarraba la cabeza, mientras gritaban a
coro:
Nos dieron una Taba Culera, de esas que siempre caen de culo,
para que perdiésemos.
¡¿Y porque mierda no protestaron en su turno, si es que tenían esa
sospecha?! – respondió el Canchero - ¡Ahora se joden!
Por toda respuesta, la Muerte que nunca supo perder, agarró su filosa guadaña y se la
tiró al cuello del Canchero. El degüello era inminente e imparable. Pero un súbito y
enceguecedor rayo, bajo intempestivamente del cielo y una espada de brillante acero,
frenó en seco la hoja de la guadaña, chocando y chirriando los fríos metales. El
Canchero agradecido, se resguardó presuroso atrás de la roca del Hongo.
Detrás de la espada y sosteniéndola, se recortó la figura del Arcángel San Gabriel. Y
más atrás, los Arcángeles San Rafael, San Miguel, Uriel y Metatrón, que montaban
guardia silenciosos y observaban como las patéticas figuras de las perdedoras,
emprendían una desesperada corrida hacia los cerros. Estas, cuando llegaron a la cima,
convocaron a miles de demonios que presurosamente se le unieron y como en una
desenfrenada tromba, intentaron lanzarse sobre el grupo para pulverizarlos.
Los Arcángeles
desenvainaron sus espadas
y auxiliados por todos los
coros
celestiales
de
Ángeles, se pusieron en
formación
abierta
de
batalla, en tres cuerpos de
tres coros cada uno.
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El primer grupo a la izquierda, era el de los Serafines,
con seis pares de alas, que sirven para tapar sus ojos
cuando están muy cerca de Dios y acercar a los humanos
al camino espiritual. Los Querubines, como niños
pequeños alados que emanan sabiduría e inspiran ideas
creativas y los Tronos, ángeles inmensos que emanan
conocimiento y fuerza.
El segundo grupo, ubicado a la derecha del cuerpo de batalla, era el de las
Dominaciones, los ángeles médicos vestidos con ropajes blancos, piedras preciosas y
alas de color blanco, que ayudan a recuperar la Salud. Las Virtudes, que son caras con
dos alas y que en situaciones de peligro, evitan las desgracias y los Poderes, que son
ángeles guerreros armados de lanza, escudo y casco, como verdaderos policías
espirituales.
En el tercer grupo, ubicado en el centro, los
Principados, unos seres muy altos y de cabellera
rubia y larga, que se relacionan con fenómenos de
la naturaleza. Los Arcángeles, verdaderos
coordinadores de las huestes angelicales y los
conocidos Ángeles de la Guarda, de aspecto
delicado y con aureola, asignado uno para cada uno
de los seres humanos.
Del otro lado, La Muerte y La Depresión encabezaban las legiones de demonios, junto a
sus Jefes: Lucifer, la soberbia; Mammón, la avaricia; Asmodeo, la lujuria; Satanás, la
ira; Belcebú, la gula; Leviatán, los celos y Belfegor, la pereza.
El combate en el cielo de Argentina fue dantesco y sobrecogedor. Comenzaron a las seis
de la tarde y terminaron a las ocho y media de la noche. Las espadas de los Ángeles
buenos, volaban cizallando los cuerpos de demonios y sus diabólicos jefes. Cientos de
tifones y huracanes, terremotos e incendios, lluvias torrenciales e inundaciones se
propagaron por los cuatro puntos cardinales... hasta que todo cesó.
Algunos demonios escapaban malheridos hacia los confines infinitos del negro
universo. Otros, daban sus últimos estertores tirados sobre la tierra Argentina. Don
Triángulo, hizo un enorme pozo y enterró sus cuerpos. Mucha de la sangre vertida en el
combate, quedó flotando en el aire y eso, explica porque los atardeceres siempre tienen
un tinte rojo cuando el sol los ilumina en sus últimos fulgores.
Cuando todo se calmó, se acercó hasta el lugar una comisión de funebreros y
trabajadores de empresas funerarias. Estaban muy preocupados, hasta enojados y le
dijeron seriamente a Don Triángulo:
Usted perdone, Don Paisano. Nosotros no le deseamos mal a nadie, pero
tampoco queremos que nos falte el trabajo... ¿Cómo es eso de que se
suspenden las muertes en Argentina...?
Por primera vez en su larga vida, Don Triángulo no supo que responderles.
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