Transformaciones de los discursos a cerca de la

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CARLI, Sandra: “Transformaciones de los discursos acerca de la infancia en la historia de la educación
argentina entre 1880 y 1955”. Editorial Miño y Dávila. CAPÍTULO VII: Los niños entre los derechos y la
política. Peronismo, Pedagogía y transformaciones sociales (1945-1955). Fragmento, págs. 291 a 295.
JARDINES DE INFANTES O FORTINES ESPIRITUALES
La constitución del niño como sujeto de una nueva cultura política incluía la necesidad de una intervención
pedagógica desde los primeros años de vida. Para los años ‘40, el jardín de infantes era una institución escasamente
difundida. Hasta entonces, el nivel inicial había experimentado un crecimiento desparejo, tanto en el ámbito
nacional como provincial. Durante 1945-55, la explosión cuantitativa de –este nivel fue notoria. Según un
documento oficial, durante el primer gobierno se crearon 636 secciones de jardines de infantes anexas a escuelas
comunes de la Capital, provincias y territorios (MINISTERIO DE EDUCACIÓN DE LA NACIÓN, 1952). Los
datos estadísticos revelan que fue durante el peronismo cuando la matrícula creció en forma contundente (Wiñar,
1974).
Hasta entonces la expansión del jardín de infantes había estado atada a la discusión sobre su valor como
institución pedagógica o doméstica. En este sentido, la creación de jardines había estado vinculada con las
demandas de las maestras y especialistas en el nivel –herederas y discípulas de Sara Eccleston–, con cierta
promoción por parte de algunos ministros de educación o con las políticas asistenciales del Estado. La expansión
del nivel inicial durante los gobiernos peronistas permitió ligar las demandas pedagógicas de difusión del jardín con
las necesidades políticas y sociales del Estado que requerían una institución funcional a la inserción de la mujer en
el mundo del trabajo y a la nueva cultura política. La creación del Profesorado “Sara Eccleston” y del Jardín Mitre
durante el gobierno de Justo, con el auspicio del Ministro Coll, fue un antecedente de un jardín que conjugaba la
satisfacción de necesidades sociales con la conducción de especial islas en el nivel, como fue su directora Margarita
Ravioli.
En ocasión de la inauguración de un jardín de infantes en San Vicente construido por la Fundación Eva
Perón, Juan Domingo Perón pronunció un mensaje en el que el jardín de infantes se presenta como una pieza clave
en la estrategia de gobierno. Sostuvo entonces Perón: “Al hablar del privilegio de que habrán de gozar los niños, yo
he querido dar el ejemplo haciendo esta donación, en nombre del gobierno, al pueblo en que vivo, para que en este
jardín de infantes puedan formar su personalidad los niños del mañana” (PERÓN, J. D., 1949c).
El jardín de infantes era un medio considerado excelente para garantizar un punto de partida social
homogéneo para la construcción de una nueva generación infantil. Perón ligó este aspecto con una política de
cuidado del crecimiento infantil recurriendo a la metáfora del árbol tomada del Martín Fierro. Dijo entonces:
“Y nosotros, siguiendo la política asentada en el inmortal poema gauchesco, creemos que cuando el niño se aparte
por propia gravitación de la madre, que es su mejor maestra, debe comenzar a educarse para que su tronco no se
tuerza. Educando a los chicos conformaremos la futura Argentina, porque los pueblos que no saben educar a sus
niños, están perdidos” (ibídem: 1).
La política de infancia se concibe como estratégica. La creación de jardines no era exclusivamente un
medio para igualar las condiciones sociales del crecimiento infantil, sino una manera de establecer las condiciones
de la sociedad futura. El jardín de infantes debía “formar ciudadanos útiles desde los primeros años” (ibídem: 1),
sin perder por ello su estética propia, adecuada al mundo infantil.
Esta expansión del nivel inicial fue notoria en la Provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Coronel
Domingo Mercante, con la sanción de la llamada Ley Simini N° 5.096 (anunciada el 14/12/1946) que estableció la
obligatoriedad y gratuidad de la educación preescolar entre los 3 y los 5 años (art. 2); creó la Inspección General de
Jardines de Infantes, inspirada en las normas del Profesorado Sara Eccleston, único establecimiento oficial de
formación de personal especializado (art. 4), y estableció la aplicación de los métodos froebeliano y montessoriano
(art. 8, c). El incremento de la cantidad de establecimientos, la expansión de la matrícula, la difusión de los
principios y fines de la educación infantil caracterizó una política en la cual el jardín de infantes aparece diseñado
como una institución de mejoramiento social.
La estrategia educativa del gobierno bonaerense incluyó la creación de las escuelas formativas de profesores de
Jardín de Infantes, es decir, una propuesta de formación especializada; la fundación de los jardines de infantes
integrales (180 en 1947, 1.426 en 1948 y se preveían 10.080 para 1949); una propuesta de atención psicológica,
médica, pedagógica y social integral de los niños, centrada en el estudio psico-médico-social del infante (con la
elaboración de una ficha médica, una ficha social, una ficha de apreciación psicopedagógica, una libreta del niño);
y una política de difusión y divulgación de principios de educación infantil, tanto a partir de publicaciones como de
la promoción de las escuelas para padres. Según un documento que despliega la estrategia educativa del gobierno
de Mercante durante los dos años iniciales, la creación de Jardines de Infantes Integrales y populares se concebía
como “el punto de partida de una revolución educacional” (DIRECCIÓN GENERAL DE ESCUELAS, 1948a:81).
El fin expresado era “aproximar el Hogar Familiar al Hogar Educativo” (ibídem: 81). La difusión de los jardines
pretendía atender a la población infantil más pobre:
“De las criaturas, diremos, menos protegidas por la sociedad, pues si bien sus inquietudes, necesidades, afectos y
deseos han merecido consideración especial en los tratados teóricos de pedagogos, psicólogos y sociólogos, su
educación no había sido encarada en forma integral por ningún gobierno de nuestro país, ni de muchos otros, ajenos
e indiferentes al clamor de las madres, que incorporados al trajín febril de la tienda, de la fábrica, de la actividad
cívica o absorbidas por la rutina del quehacer doméstico, encuentran en la Acción coadyuvante del Jardín Educativo,
el complemento indispensable para atender el desarrollo físico, moral, intelectual y estético de sus tiernos vástagos,
prácticamente abandonados en la edad mas sensible de la vida.
La Ley de educación preescolar gratuita e igualitaria para todos los niños del solar bonaerense ha reparado, con la
creación de los jardines de infantes integrales y populares, este injusto olvido de la sociedad argentina de ayer),
marca el punto de partida de una revolución educacional, que no es aventurado aseverarlo, alcanzará reflejos
nacionales, porque tiene genuina inspiración democrática y una suprema aspiración de dignificación y justicia
humanas” (ibídem: 81).
La educación del niño desde temprana edad se vinculaba, en el discurso peronista, no sólo con la
posibilidad de mejoramiento social, sino con la formación de la infancia inspirada en “el sagrado culto a la Familia,
a la Patria y a Dios” a partir de instituciones concebidas como “fortines espirituales de la educación del pueblo”
(ibídem: 87). El objetivo enunciado era “la configuración del futuro arquetipo argentino”, para lo cual los jardines
comprendían el ciclo básico de la educación popular. Según el inspector general de escuelas Dr. E. Moldes, dicha
formación aprovechaba la infancia como “la edad más apropiada para modelar y encauzar los instintos, los
sentimientos, las inclinaciones y los hábitos del hombre”. El jardín era concebido como hogar de la Patria, con
capacidad de educar al niño con conciencia, disciplina y orden, sin que el niño tuviera una ajustada percepción,
“convirtiendo en juego y distracción la enseñanza de tal manera que, más tarde, le sea juego deleitoso y feliz el
trabajo y el cumplimiento de sus deberes” (DIRECCIÓN GENERAL DE ESCUELAS, 1948a). El carácter
vulnerable de los primeros años del niño era considerado una condición propicia para una intervención políticopedagógica con proyección futura: que el infante fuera un futuro trabajador obediente.
Este moldeamiento del niño orientado tanto al mejoramiento social como a la construcción de un nuevo
sujeto patriótico, moral y nacional se torna notorio en muchos artículos referidos al jardín de infantes y publicados
en la Revista de Educación de la Provincia de Buenos Aires, que transcriben guías preparadas por la Inspección
General de Infantes. Un recorrido por estos textos permite observar la combinación ecléctica entre ideas de la
escuela nueva y postulados del nacionalismo católico en el discurso acerca del niño y del papel del jardín de
infantes.
El énfasis notorio en el cuidado de la salud infantil y en la formación de hábitos se ligaba al imperativo
moral de “introducir un orden en el espíritu infantil y crear una serie de buenos hábitos de conducta y convivencia
por medio de una ejercitación sencilla; como todas las otras, impregnada de moralidad” (REVISTA DE
EDUCACIÓN, 1949b:75). Se consideraba que el vínculo entre la salud física, la moral y el orden se adquirirían en
el jardín y se transferiría a la familia a través del niño. El eclecticismo también se visualiza en la noción de juego,
entendido como “juego educativo”, es decir, con orientación moral y social, “encauzado” con fines educativos.
Desde esta concepción se critica a los pedagogos de “posición extremista” que asimilan de manera absoluta la
niñez al juego, dejando afuera “la realidad futura del ser”, ausencia que podía provocar la proyección del juego
sobre la vida adolescente y el alejamiento del sentido de responsabilidad en el trabajo (REVISTA DE
EDUCACIÓN, 1949a).
También se enfatiza en los artículos la necesidad de trasmitir la cultura hispánica y la tradición argentina a través
del jardín en la enseñanza de rondas, en el cuidado y la atención en el uso del lenguaje y en la práctica del canto.
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