La relación moral

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LA RELACIÓN MORAL
Juan Cruz Cruz
1. Verdad especulativa y verdad práctica
La verdad formal, de la que hasta ahora se ha tratado aquí, es la especulativa –
regulada en nuestro intelecto por las cosas, a las que él se conforma–: hace
referencia a las cosas mismas, como lo regulado y medido a su medida y regla.
Poinsot –aceptando en esto la posición de otros tomistas, como Báñez1–, estima
que „la relación veritativa‟, de suyo y por la fuerza de su fundamento, es real;
aunque por defecto del término la relación sólo sea irreal.
Mas cuando se trata de la verdad práctica –la del intelecto que produce las
cosas mismas, como el artífice las cosas artificiales–, la relación es distinta: en
cuanto productor, el intelecto es la medida de tales cosas, y éstas son lo medido por
él; por ello, no tiene propiamente una relación real a las cosas, sino una relación
irreal, porque la medida no hace realmente referencia a lo medido, sino al
contrario. La verdad práctica no se comporta a modo de relación real en el
intelecto. Y por esto mismo, la verdad de Dios respecto a las criaturas no está
medida por las cosas, sino que ella las mide.
Si la verdad práctica establece y determina qué ha de hacerse y cómo, la verdad
especulativa sólo asevera –por afirmación o negación– que nuestro pensamiento es
adecuado a lo que la cosa es.
Por su parte, la verdad práctica “mide” el objeto del acto humano y, en
consecuencia, la conformidad o disconformidad de dicho acto con el objeto
“medido”. Es esa relación del acto humano a su objeto la que ahora nos ocupa.
2. Del acto a su objeto
a) La frecuencia de calificativos morales
A lo largo del día solemos utilizar calificativos morales. Referimos las conductas de la gente como „buenas‟ o „malas‟; nos parece que unos son justos, otros
injustos; que unos proceden con generosidad y otros con egoísmo; alabamos a
unos, vituperamos a otros. Esta frecuencia es testimonio de un hecho: que el
hombre no es sólo un ser natural, sino un ser moral. A la universalidad de este
1
In STh I q16 a3, dubio ultimo.
2
Juan Cruz Cruz
hecho –en todas partes ocurre así– llamó Kant “factum” de la moralidad2. Estos
calificativos no los aplicamos a los animales o a los fenómenos atmosféricos. Es
cierto que hablamos también de „buen‟ tiempo o „mal‟ tiempo; pero en estos casos
no damos a tales términos una connotación moral, sino simplemente física o
natural.
¿En qué estriba la moralidad? A esta pregunta respondían algunas doctrinas
contemporáneas, como el existencialismo y los movimientos vitalistas, postulando
una moral basada exclusivamente en el ejercicio mismo de la libertad, sin ajustarse
a valores objetivos o a normas basadas en la realidad misma. No habría más norma
de acción que el querer mismo del sujeto. Con eso se vaciaba la moral de valores,
de órdenes objetivos obligatorios. Este vaciamiento era parte de lo que Nietzsche
llamó ‘nihilismo’; e implica además apartar del hombre todo rastro de
trascendencia. Solamente el individuo crearía y destruiría valores.
¿Mas sólo por ser libre sería moral nuestra conducta? Volvamos a los frecuentes
calificativos morales para indicar a qué dimensión humana se refieren: indudablemente a las acciones. Aun tratándose de las acciones humanas, no les
asignamos aquellos calificativos considerándolas en su estricto ser psicológico o
natural. Es la tesis que admirablemente se expone en la doctrina de Santo Tomás –y
que compartían otros grandes pensadores altomedievales–, recogida luego por
comentaristas del XVII tan ponderados como Gregorio Martínez, Francisco Araujo
o Juan Poinsot y, más recientemente, por Santiago Ramírez. Para explicar esta tesis
me ceñiré al recorrido sistemático que hacen estos autores3, especialmente Poinsot.
Es claro en todos ellos que el acto moral puede ser considerado en su dimensión
óntica o natural y también en su dimensión axiológica o moral. Como entidad
natural, incluye determinaciones que se deben al principio natural del que brota
físicamente, a saber, de la voluntad; mas pertenece al ser moral lo que el acto
obtiene del principio que lo especifica, a saber, el objeto regulado por las normas
de la razón. Distinción parecida ocurre con lo natural y lo artificial. Si
examinamos algo producido por el artificio humano, como una silla de madera, lo
que ahí pertenece a la entidad física se debe a los principios naturales de los que
procede en cuanto es madera de un árbol, a saber, corresponde a la generación y
dimanación física; pero pertenece a lo artificial lo que esa madera recibe de la
ordenación y regulación del arte. Así también, un acto moral posee, de un lado, una
entidad física y natural4 –es su dimensión óntica–, cuyas determinaciones se deben
al principio del que dimana natural y físicamente; y posee, de otro lado, determinaciones morales que se deben a que se ordena a un objeto regulado o medido
por normas racionales5 –es su dimensión axiológica–. ¿Qué es propiamente el bien
y el mal en el orden moral?
2
I. Kant, Kritik der praktischen Vernunft (1788), 55-56, 79, 91-92, 147, 73.
Gregorius Martínez, Commentaria super I-II, t. 1, Valladolid, 1617; Franciscus Araujo, Commentaria in STh I-II, Salamanca, 1638; Joannes a Sancto Thoma, Cursus Theologicus in Summam
Theologicam D. Thomae , In I-II, Madrid, 1645 (t. V, ed. Vives, París, 1886); Jacobus Ramírez,
Opera omnia, t. IV, De actibus humanis, C.S.I.C., Madrid, 1972.
4
Franciscus Araujo, In STh I-II q18 a1, p. 100.
5
Joannes a Sancto Thoma, Cursus Theologicus, In I-II q21, dp8 a2, t. V, n. 8, p. 641.
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La relación moral
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Este orden acontece como articulación de dos polos ónticos: el del sujeto y el
del objeto. Y acerca de esta articulación enseña Santo Tomás tres tesis fundamentales:
1ª Que la moralidad no se constituye por la libertad, sino por una relación del
acto libre al objeto conveniente y al fin, en cuanto que el fin es también un objeto
del acto interior6.
2ª Que esta relación es intrínseca y real en el mismo acto y se refiere a un
objeto que es ya conforme y está medido por las reglas de la razón7.
3ª Que la bondad habida en el polo del objeto requiere una agregación y estructura de todos aquellos elementos que –como el objeto, el fin y las circunstancias– son precisos para la perfección del acto en su línea moral8. Pero la
bondad moral no consiste formalmente en esa misma estructura, sino en una
relación del acto a ella. Pues la bondad formal –o sea, lo que es formalmente la
bondad moral– se halla en el mismo acto que tiende al objeto conformado y
modulado por aquella estructura de circunstancias y demás elementos requeridos
para su perfección. Por tanto, la bondad moral objetiva consiste en la estructura
que hay en el polo del objeto; mas la bondad formal de la acción consiste en la
relación o tendencia del acto a tal objeto así medido y conformado.
Estas son las tesis que a continuación voy a desarrollar.
b) La libertad como materia de la moralidad
1. Una cuestión decisiva estriba en saber en qué consiste esa “forma” de la
moralidad. En la época altomedieval no eran unánimes las opiniones sobre este
punto. Por ejemplo, Duns Scoto enseñaban que la “forma” de la moralidad consiste
en la libertad. Fueron varios sus seguidores9; incluso algunas corrientes actuales de
pensamiento podrían considerarla adecuada, aunque interpretada de diversos
modos.
6
“La primera bondad moral que hay en el acto se toma del objeto conveniente”: STh I-II q18 a2.
“La misma proporción o relación de la acción al efecto es la razón de la bondad de esa acción”:
STh I-II q18 a2 ad4. “Aunque el fin es una causa extrínseca, sin embargo, la proporción debida al fin
y la relación a él es interna a la acción (inhaeret actioni)”: STh I-II q18 a4. “El acto humano que se
llama moral posee una determinación específica que proviene del objeto ligado al principio de los
actos humanos, que es la razón. Por tanto, si el objeto del acto incluye algo que conviene al orden de
la razón, será un acto bueno específicamente, como dar limosna al pobre. Pero si incluye algo que
repugna al orden de la razón, será un acto malo específicamente, como robar, que es arrebatar lo
ajeno”: STh I-II q18 a8.
8
“Son varias las bondades que concurren al acto, a saber, la bondad del objeto, la de las circunstancias, la del fin, etc.”: STh I-II q18 a4. “A la acción que tiene sólo una de las bondades
antedichas le ocurre que le falta otra”: STh I-II q18 a4 ad3. “La plenitud de ser en la acción no
consiste totalmente en su especie esencial, sino que absorbe algo de aquellas cosas que comparecen
como ciertos accidentes”: STh I-II q18 a3.
9
Durandus, In II Sent d38 q1; Duns Scotus, In II Sent d40 q1, De secundo principali; Henricus,
Quodlibetus 13 q10; Soto, De iustitia et iure, q7 a2; Conradus, In STh I-II q18 a5-a6.
7
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El núcleo de esta posición puede resumirse en dos puntos. Primero, si existe la
libertad en un acto, ese acto es moral; por lo tanto, la moralidad no añade nada a la
libertad y a la índole de lo voluntario. Debido a la libertad el acto es capaz de
moralidad; en cambio, un acto necesario no es capaz de moralidad. Segundo, por lo
mismo que el acto es libre, también es imputable y merecedor de alabanza o
vituperio: por tanto, tiene moralidad. La imputabilidad es una propiedad del acto,
aunque no en su índole óntica o natural, sino moral.
Podrían encontrarse en Santo Tomás algunos textos que permitirían dar algún
crédito a esa posición; como los dos siguientes. Primero: suponiendo que el acto es
humano en la medida en que es voluntario10, se seguiría que “lo que comparece del
lado de la voluntad se comporta como lo formal en los actos humanos” 11. Segundo:
“El bien y el mal son esencialmente diferencias del acto de la voluntad, porque el
bien y el mal pertenecen de suyo a la voluntad, como la verdad y la falsedad a la
razón; luego la voluntad buena y la mala son actos diferentes específicamente”12.
Parecería, pues, que en los actos humanos lo propiamente voluntario no funciona
como materia, sino como forma. Pero no es esa la doctrina que enhebra dichos
textos.
Para entender el primer texto, hay que tener en cuenta dos tesis implícitas del
Aquinate. Primera: que el acto voluntario, en virtud de la libertad –la cual es el
voluntario perfecto– es también capaz de disciplina moral perfecta; sin embargo,
aun siendo cierto que sólo el acto libre es capaz de moralidad o de disciplina
perfecta y racional, no se sigue de ahí que la moralidad consista formalmente en la
misma libertad y en la índole de lo voluntario; sino que lo voluntario o libre es
capacidad de moralidad; y tal capacidad se presenta en la moralidad como si fuera
la materia de ésta13. Segunda tesis: que la imputabilidad no se sigue del acto
voluntario en cuanto es voluntario, sino en tanto que es voluntario regulado por la
razón y la ley. Si falta la regla o la ley entonces el acto no se imputa ni se castiga.
La imputabilidad implica que un sujeto actúa con potestad o dominio de sus
actos14, pero una potestad sometida a las reglas de la razón y a la ley.
10
STh I-II q1 a2 y a3.
STh I-II q18 a4.
12
STh I-II q19 a1.
13
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, nn. 35-36, p. 630.
14
Aunque moralidad e imputabilidad parecen conceptos equivalentes, en realidad no lo son. Para
comprender esto, es preciso considerar el acto humano bajo dos aspectos, el objetivo y el subjetivo: a)
Hay un aspecto que mira al objeto pretendido por el acto y a la norma que lo regula: en este sentido el
acto se llama moral. La „moralidad‟ es la propiedad que los actos tienen de estar referidos a un objeto
y a una norma que los regula. Dicho de otra manera: la moralidad es la relación de conformidad o
disconformidad de los actos humanos con la regla racional de conducta. La relación que el acto hace a
la norma moral puede ser de conformidad, y entonces el acto es bueno, o de disconformidad, y
entonces el acto es malo. b) Hay otro aspecto que mira a cada uno de los hombres como sujetos de los
que procede el acto, o sea, a los sujetos en cuanto libres y conscientes. Bajo este aspecto los actos son
„imputables‟ a un sujeto; quien es digno de alabanza o reprobación es el sujeto. La imputabilidad es la
propiedad que los actos humanos tienen de ser atribuidos a su autor. A la imputabilidad responde en
el sujeto o autor la responsabilidad: pues ser responsable significa considerarse autor y señor de los
propios actos.
11
La relación moral
5
De modo que la libertad no es como el género de la moralidad, sino como algo
que se presupone, como algo requerido materialmente15; o sea, “se comporta como
una materia que recibe la moralidad”16. La libertad es de orden óntico; lo moral, de
orden axiológico. De hecho, tradicionalmente los actos espirituales se han dividido,
desde el punto de vista óntico o psicológico, en intelectuales y volitivos; siendo los
de la voluntad, a su vez, necesarios o libres17.
2. Conviene advertir que en los actos morales la libertad se requiere no sólo en
la facultad volitiva, sino también en el acto mismo18, de modo que el acto sea
libre19. Un acto necesario es incapaz de moralidad; porque es incapaz de ser
regulado por una ley y por la razón práctica. Y así como la razón no puede imperar
los actos necesarios, tampoco puede moralizarlos, o sea, reducirlos a lo moral o a la
norma; porque donde no hay ley, tampoco hay falta; y lo que es incapaz del mal es
incapaz de moralidad. Si el acto careciera de libertad, del modo que fuere, sería
incapaz de la ley y la norma. Luego tampoco es capaz de maldad, ni de mérito, ni
de moralidad: lo que no es capaz de ley y de precepto no es capaz de malicia, y
consiguientemente, de moralidad. Lo que no puede ser imperado, no puede ser
moralizado.
Resumiendo: en el orden moral la libertad es algo requerido materialmente, o
sea, exigido por aquella materia –el acto mismo – que se hace receptora de la
moralidad–; es sólo un presupuesto y no algo formal y constitutivo de la moralidad20.
3. Pero si el bien y el mal son de suyo aspectos del acto en su ser moral, es
preciso que la diferencia del bien y del mal tenga su fuente en la razón; pues los
actos son morales y humanos en cuanto que son presididos por la razón. Esto
explica que los actos no sean morales simplemente por provenir de la libertad. Tal
libertad está en la voluntad, pero la razón está en la mente: de modo que el bien del
hombre es lo conforme con la razón; siendo el mal humano lo disconforme con la
razón. El bien del hombre no estriba en obrar conforme a la voluntad o libertad –
pues podría haber conductas moralmente erróneas y la voluntad habría sustituido a
la razón–. Por lo tanto, el acto humano es moral por el objeto regulado mediante
ese principio de los actos humanos que es la razón. La moralidad no recibe su
especificación de la libertad o voluntariedad, sino de una formalidad oriunda de la
razón, aunque exija la libertad como prerrequisito.
4. Queda por indicar que, en el segundo texto presentado, Santo Tomás no
conecta las diferencias del bien y del mal con la razón, sino con la voluntad. Para
aclarar esta conexión es preciso indicar que allí no se habla de una diferencia
esencial y de una voluntad en sentido natural u óntico, sino de una voluntad en
sentido moral, y por tanto, de un accidente que recae en la voluntad considerada ya
como una naturaleza. Ciertamente “el bien y el mal son esencialmente diferencias
15
16
17
18
19
20
Gregorius Martínez, Super STh I-II q18, a1, p. 99.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, nn. 10-14, p. 620-622.
STh I-II a3 ad3.
Gregorius Martínez, Super STh I-II q18 a1, Dub 2, p. 850-851.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, nn. 8-10, pp. 619-621.
Gregorius Martínez, Super STh I-II q18 a1, Dub 2, p. 848-850.
6
Juan Cruz Cruz
del acto de voluntad”, pero no el bien y el mal óntico o físico, sino el bien y el mal
moral; entonces la “voluntad” no es tomada como algo puro y absoluto, sino como
“voluntad regulada”: el bien y el mal son diferencias de esta voluntad regulada y
sometida a la razón; y así la voluntad buena y la mala son actos específicamente
diferentes, pero en el orden moral y regulable por la razón.
Se trata del acto propio de una voluntad que es ya moral –acto sometido a la
razón– y de la relación de ese acto al objeto, en cuanto cae bajo el orden de la
razón y pertenece al género de lo moral: “El bien es representado por la razón a la
voluntad como un objeto; y en cuanto cae bajo el orden de la razón pertenece al
género de lo moral y causa la bondad moral en el acto de la voluntad, pues la razón
es el principio de los actos humanos y morales”21. La moralidad, en lo que tiene de
más específico, proviene del objeto enlazado con la razón y no precisamente con la
voluntad o la libertad –no proviene del objeto en cuanto simplemente querido–.
Por tanto, no es, sin más, bueno moralmente algo que es más perfecto y más
pleno en su propio ser de libre y en virtud de la libertad. Puede incluso ocurrir lo
contrario: que un acto sea muy libre psicológicamente y contener un gran mal
moral. Ejercitar una conducta no sólo con gran advertencia y juicio, sino también
para ejercer la libertad misma, para mostrar la libertad y el puro ejercicio de querer,
suele hacerse con intemperancia y presunción; en este caso la voluntad ha tomado
el puesto de la razón. La plenitud y el incremento de la libertad no hace que un acto
sea bueno o sea mejor en el ámbito moral, aunque la libertad sea requerida para que
el acto sea ordenable y medible por la razón práctica y sus reglas; si no existe esta
ordenación y medida entonces el acto se vuelve malo moralmente. A su vez, si el
acto no es libre ni voluntario no puede ser dirigido por las reglas de la razón
práctica moral, porque no está en nuestra potestad; pues ni la ley ni el precepto
ordenan los actos necesarios, sino los libres; y la razón práctica moral se refiere a
los actos del arbitrio que, en cuanto tales, son contingentes. La materia moral es
justamente el ser libre.
El acto moral exige la libertad, tanto en el acto interno originado por la voluntad, como en el acto externo e imperado; pero esta libertad es una condición
requerida, un presupuesto; en cambio, la moralidad no consiste formalmente en esa
libertad, sino en la con-formidad o dis-conformidad de esa libertad con las reglas
de la razón. En realidad, la acción libre no está determinada siempre a lo bueno o
siempre a lo malo; los clásicos decían que está „indeterminada al bien o al mal
moral‟. Por lo tanto, no es regla de sí misma. Tiene que ser determinada por una
regla distinta de la libertad misma. La acción libre se hace moralmente buena o
mala por su conformidad o disconformidad con una regla que surge suscitada por
un valor no engendrado por la misma libertad.
21
STh I-II q19 a1 ad3.
La relación moral
7
c) Dimensiones ónticas y axiológicas del acto humano
1. Se dijo más arriba que las calificaciones morales se refieren a las acciones
humanas. Pero no a cualesquiera acciones, sino a las realizadas por el hombre con
advertencia consciente y con libertad, sin sufrir coacción o violencia. Los actos
humanos propiamente dichos son los „internos‟, los realizados inmediatamente por
la voluntad. Los actos „externos‟, mandados por la voluntad en otra facultad (los
brazos, la lengua, los músculos) para que se realicen externamente, están
supeditados a aquéllos.
Pues bien, morales son los actos humanos, los propios del hombre en cuanto
hombre, porque obra y se regula mediante la razón. Los actos humanos proceden
de una voluntad deliberada, o sea, dirigida con advertencia racional, propiedad que
no se encuentra en los animales. Las habilidades que los animales adquieren
mediante disciplina no se pueden llamar morales; ni reclaman alabanza o vituperio,
ni mérito o demérito. Sólo aquellos actos son morales, o sea, laudables o
vituperables. Mas ¿en qué consiste en los actos humanos esta moralidad?
Por lo dicho se aprecia que la moralidad es una determinación que se le añade
el acto humano22. Algo parecido ocurre en el arte, el cual se encuentra con una
materia de la que se hace el artefacto, y aplica una forma por la que éste es
configurado y acabado. En el orden moral hay unas acciones que son medidas por
la razón práctica prudencial, de la misma manera que las acciones artificiales son
medidas por la razón práctica artística; ahora bien, la materia de la dirección moral
son los actos libres y voluntarios, los únicos que son capaces de esa regulación. Los
actos serán entonces con-sonantes o di-sonantes (o sea, morales e inmorales) por
estar sujetos a las reglas morales o por carecer de ellas.
2. La bondad del acto humano, considerado tanto óntica como axiológicamente,
debe apoyarse ya en los mismos elementos que constituyen la bondad de las
realidades naturales. Pero la bondad de las cosas, cualesquiera que sean, consiste
acumulativamente en tres integrantes: o sea, en la esencia, en los accidentes y en la
finalidad; a los que en el acto humano responden el objeto, las circunstancias y el
fin23.
Y es que hablar del bien y del mal en las acciones puede hacerse de parecida
manera a como lo hacemos sobre el bien y el mal en las cosas, por cuanto una
acción es también una cierta entidad. Ónticamente todas las cosas tienen esencia,
accidentes y finalidad, en las cuales consiste la índole del bien. Pero estos tres
principios o elementos de la bondad o maldad del acto no concurren por igual, sino
guardando un orden de prelación. En primer lugar y de manera principal concurre
la esencia del objeto; porque el acto, que es un movimiento, se especifica por su
propio término que es el objeto. Después concurre la finalidad, en cuanto que es
causa del movimiento o de la acción a modo de incitación; por último concurren las
puras circunstancias, como accidentes del acto.
22
23
Franciscus Araujo, In STh I-II q18 a1, p. 99.
Jacobus Ramírez, Opera omnia, t. IV, De actibus humanis, nn. 654-658, pp. 494-496.
8
Juan Cruz Cruz
De aquí se desprende que hay en los actos humanos un doble tipo de bondad y
de maldad, a saber: primero, el óntico, que conviene al acto en cuanto es un
proceso vital, y es medido por esos tres principios considerados sólo en su aspecto
natural; segundo, el axiológico, que le adviene seguidamente a lo óntico, y consta
de aquellos tres elementos considerados en cuanto están bajo la regla moral, a
saber: bajo la ley natural y la razón práctica humana.
Si se comparan entre sí lo óntico y lo axiológico, resulta que el bien y el mal
óntico es lo primero naturalmente; y de este modo es determinable por el bien y el
mal moral; por tanto, se comporta respecto a lo axiológico como la materia
respecto a la forma, o como lo determinable respecto a lo determinante y, en
consecuencia, como el género respecto a la especie. Y sólo por esta razón habla
San Tomás de bondad y malicia secundum genus24. No es que lo natural óntico sea
un género lógico; sino que se comporta como si lo fuera, como materia o sujeto
determinable. Claramente se sigue que la “moralidad” viene a ser como una
“diferencia” respecto a lo natural óntico.
3. ¿Cómo están en un mismo acto humano la bondad y la maldad óntica y la
bondad y la maldad axiológica? Pues de modo similar a cómo están en un acto el
bien y el mal natural y el bien y el mal artificial. Por ejemplo, la entidad del acto
de la voluntad –su esencia física o natural– es una cualidad vital e inmanente, que
está orientada al bien apetecible y dimana en forma de volición. Y lo mismo
acontece con el acto de la inteligencia, ordenado a la verdad; o con el acto libre. El
acto, en su dimensión óntica –física y natural–, participa todas sus condiciones de
su principio originante, del cual procede física y eficientemente. Y como el acto no
es producido físicamente por la facultad si no es en orden al objeto sobre el que ella
versa, también le es ónticamente natural esa tensión al objeto. Todo esto es lo que
tiene óntica o naturalmente el acto voluntario, incluso cuando carece de la
regulación propia de una ley de la razón25.
La relación axiológica, sea la del bien o la del mal, es una referencia del acto al
objeto, aunque no precisamente en cuanto éste es apetecible y hace de término del
acto de voluntad como algo querido –porque esto pertenecería también a la entidad
natural del acto, a su aspecto óntico–, sino al objeto en cuanto es regulable por la
razón. Enfocada así esta relación, formalmente supone: 1º toda la entidad del acto
y sus predicados físicos; 2º también supone la relación al objeto en cuanto querido
o apetecible; 3º y añade algo propio, a saber, el estar o quedar como regulable; este
“quedar” no es distinto ónticamente del mismo orden natural del acto al objeto
apetecible; pero añade una nueva formalidad, de suerte que el acto “queda”
ordenado al objeto en cuanto regulable; o sea, esa relación está orientada al objeto
y puede afectar a todo lo que se halla en el objeto y pertenece a su esfera26.
Resumiendo: en tanto que el objeto es enfocado precisamente como apetecible,
pertenece a la dimensión física u óntica del acto, –v. gr. acto de la voluntad y no del
intelecto, o acto de amor y no de odio, etc.–. Pero en tanto que el acto enfoca en ese
24
STh I-II q18 a4.
Joannes a Sancto Thoma, Cursus Theologicus, In I-II q21, dp8 a2, t. V, n. 9, p. 642.
26
Joannes a Sancto Thoma, Cursus Theologicus, In I-II q21, dp8 a2, t. V, n. 10, p. 642.
25
La relación moral
9
objeto el orden y la medida de la razón, es moral, o mejor, hace que ese mismo acto
“quede” en la línea moral.
4. Es claro que lo moral no se reduce a lo óntico o físico del acto: pues a la línea
moral sólo pertenece el acto humano en cuanto humano, no en cuanto físico. En
cuanto físico un acto puede identificarse específicamente con otro –por ejemplo, un
acto de querer con otro acto de querer–, pero en cuanto moral puede ser diverso;
por ejemplo, querer la mujer propia y querer la ajena es de la misma especie en su
ser óntico, pero muestra diversas especies en el género moral. Y a la inversa, puede
haber diversas especies ónticas, como el amor y el odio, y tener la misma especie
moral.
Pero lo cierto es que en el mismo acto hay que distinguir la bondad óntica y la
moral. La bondad que se sigue de la entidad real es una bondad trascendental y
pertenece a la línea de lo físico o psicológico, no a la línea de la moralidad, la cual
se añade a la entidad trascendental y se identifica, pues, con ella inadecuadamente;
aunque la entidad natural del acto no pueda separarse realmente de la bondad
moral, o sea, de la conformidad con la razón27.
5. Sólo cabe añadir que la recepción de la regla racional y moral en el acto no es
meramente pasiva, como ocurre en el orden artificial, sino activa. En realidad,
tanto lo moral como lo artificial están presididos por la medida en su sentido más
propiamente racional. La moralidad de los actos humanos pertenece a un orden óntico preciso: el del ser que es mensurable y ordenable por la ley y por la razón
práctica (prudencia); lo mismo que el ser artificial pertenece al orden óntico del ser
mensurable por la razón operativa propia del arte. Pues bien, “los actos no se
ordenan por la prudencia y la razón como una materia externa y como algo que es
posible de hacer por el arte; pues esta materia del arte no es algo que versa
activamente acerca de algunos objetos, sino que sólo recibe en sí misma pasivamente la forma y el orden del arte. Pero la acción que versa acerca de los objetos
y tiende a ellos no es dirigida por quien la regula recibiendo pasivamente una mera
ordenación o forma, sino emitiendo una tendencia al objeto que está ordenado y
regulado bien o mal; y por tanto, en toda regulación y ordenación de los actos debe
tenerse en cuenta el orden y la tendencia al objeto”28.
Pero, entonces, ¿qué es lo que al acto libre se le añade como carácter o aspecto
formal de la moralidad? Pues se le añade una relación intrínsecamente implicada
en el acto, un orden a su principio axiológico, o sea, a las reglas racionales
formadas en el dictamen de una razón determinada por la ley, para que se
produzcan actos buenos o malos.
27
28
Joannes a Sancto Thoma, Cursus Theologicus, In I-II q21, dp8 a2, t. V, nn. 2-10, p. 640-643.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 38, p. 631.
10
Juan Cruz Cruz
3. La unidad relacional en la moralidad
a) Estructura de los polos objetivo y subjetivo de la moralidad
1. Antes se dijo que debe estar interiorizada en el acto la relación al objeto. En
principio se comprende que la tendencia que se orienta a lograr el objeto en su
índole de apetecible y de bien sea esencial y naturalmente intrínseca al acto. Pero
¿se prueba con ello que también es intrínseca y esencial la tendencia a alcanzar el
objeto en su ser moral? ¿Pertenece acaso esta tendencia a la constitución del acto
en su entidad y naturaleza? ¿O no pertenecería más bien a la constitución del acto
sólo en su moralidad y regulación por la ley? Mas si esto último fuese algo
accidental, entonces accidentalmente el acto dependería de la ley, de la advertencia
racional y de la intención del agente, cosas todas que sólo pondrían en el acto una
mera denominación extrínseca29. Poinsot responde a estos interrogantes indicando
que si el orden y la tendencia al objeto en su ser apetecible y bueno es real en el
acto de querer o apetecer, resulta que también la moralidad misma o la ordenación
racional, que acontece en el polo del objeto, es alcanzada por el acto mediante una
relación real al objeto. Porque también esta moralidad, existiendo por la
conformidad con la ley, en la que consiste la bondad moral, es apetecible y
deseable. O mejor, la ley misma y la medida que establece es apetecible por el
hombre bueno (y es rechazable por el malo). Lo cual significa que el acto no sólo
se orienta ónticamente con una relación real e intrínseca al bien natural del objeto
apetecible, sino también a la bondad moral, porque también ésta es apetecible por
el bueno (y es recusable por el malo); de manera que puede alcanzarse con un solo
acto real30.
2. Luego la moralidad conviene al acto por referencia a su objeto, desde el cual
se juzga y regula la cualidad del acto y del mismo agente. O dicho de otro modo:
en los actos libres la moralidad no es otra cosa que la medida y la ordenación que
estos actos reciben de las reglas de la razón práctica, la cual concierta los actos que
han de hacerse en cuanto relacionados al fin y determinados y medidos por la ley.
Pero ni la razón práctica ni la ley misma determinan o miden en los actos humanos
su dimensión óntica, su entidad física –sus cualidades vitales originadas de su
principio psicológico y referidas a su objeto–; pues la razón sólo determina lo que
ha de hacerse y acerca de qué cosas: el acto es emitido justo para alcanzar la
materia y el objeto; lo mismo que la visión se produce para alcanzar las cosas
sensibles. Si el objeto desaparece, la razón y la voluntad se inhiben acerca de la
emisión del acto. Porque la regulación o la medida racional recae sobre un acto
orientado al objeto: prohíbe el homicidio, porque versa sobre un hombre; prohíbe
el adulterio porque se refiere a una mujer que no es la propia. Luego la perfección
o bondad de la regulación del acto humano consiste en el orden del acto mismo al
29
30
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 12, p. 683.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 13, p. 683-684.
La relación moral
11
objeto así regulado y medido; no estriba en algo que se añade y adhiere
extrínsecamente al acto, sea una denominación extrínseca, sea algo absoluto31.
b) Insuficiencia de la relación extrínseca
1. A estas alturas del discurso puede parecer ocioso indicar que, en el caso de la
moralidad, la relación del acto al objeto no es extrínseca. Ahora bien, un grupo de
autores españoles del Siglo de Oro –como Vázquez32– opinaban que el orden de la
moralidad no es intrínseco y real en el mismo acto. Porque la relación de moralidad
depende de las circunstancias y de la ley; a su vez, las circunstancias
frecuentemente son extrínsecas, como el lugar y el tiempo, la consaguinidad y la
afinidad, etc. Las circunstancias son tan extrínsecas al mismo acto que no ponen
nada real en él en su ser natural, sino que se comportan de manera completamente
accidental respecto al acto considerado en su ser natural. Luego tampoco ponen
nada en el género de lo moral33.
2. En cambio, otros autores, como Gregorio Martínez, Araujo, Juan Poinsot y,
muy posteriormente, Ramírez –entre otros muchos– determinan la forma propia de
lo moral como la de una relación intrínseca34: “En los actos humanos originados
inmediatamente de la voluntad, la moralidad no es una mera denominación
extrínseca, sino un orden intrínseco al objeto, y eso no sólo en los actos buenos,
sino también en los malos. Y digo en los actos originados inmediatamente de la
voluntad, porque no se aplica esta conclusión a los actos originados en otra
potencia por el imperio de la voluntad, si estos actos son voluntarios por una mera
denominación extrínseca. Pues como la materia regulable por la ley y la prudencia
es el acto voluntario –el único que es capaz de tal ordenación y medida–, si un acto
sólo fuese voluntario extrínsecamente, también del mismo modo sería regulable y
medible por la razón, lo cual sería el ser moral. Y todo esto sería extrínseco a ese
acto, el cual únicamente por una denominación extrínseca sería voluntario y capaz
de ser medido por la razón. Pero si un acto es intrínseca y realmente voluntario,
puede incluir un orden real al objeto medido por reglas de la razón, el único que
puede ser objeto del acto voluntario, en cuanto es voluntario. Ahora bien, el ser
propia y realmente voluntario se halla de modo máximo en los actos oriundos de la
voluntad y, por tanto, la conclusión anterior se aplica a ellos propiamente”35.
31
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 9, p. 682.
“Adviértase que el género moral no es la misma sustancia de la acción interior, sino cierta
determinación y denominación extrínseca que le adviene; pero ésta no es la determinación de
voluntario y de libre, sino una determinación común a la malicia y a la bondad, y que podemos
llamar, dentro de este debate, la regulabilidad por la razón”. Gabriel Vázquez, In STh I-II q20 a3,
dist. 73, cap. 9, n. 43.
33
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, nn. 44-47, p. 633-634.
34
Gregorius Martínez, Super STh I-II q18 a1, Dub 2, p. 851.
35
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 23, p. 625.
32
12
Juan Cruz Cruz
En realidad, la tesis de que la moralidad consiste en una mera denominación
extrínseca es de difícil asimilación. Pues una denominación extrínseca es, en el
fondo, algo ideal o quizás irreal, un ens rationis. Ocurre aquí como en el caso del
“ser visto”, el cual contiene dos aspectos: algo real –lo que se llama una forma
radical, como la “visión” que, siendo real en el ojo, denomina la pared vista–; y
algo puesto por la razón –la aplicación de la forma radical al sujeto denominado, y
eso es una relación surgida de la razón–.
c) La índole intrínseca de la relación moral
1. En cambio, la moralidad está de manera intrínseca y formal en al acto
humano; y de él se predica primariamente. A este propósito, Santo Tomás afirma
que “aunque el fin es causa extrínseca, sin embargo la debida proporción y relación
al fin es interna al acto”36. Estamos, pues, ante una relación interna que, como tal,
no puede ser una denominación extrínseca37.
Los aludidos autores explicaron con claridad la diferencia entre la denominación intrínseca y la extrínseca: “La denominación intrínseca difiere de la extrínseca o del respecto ideal e irreal, en que éste no es interno al sujeto, sino que
sólo lo denomina externamente, como el „ser visto‟ en la pared, que sólo tiene ser
en el conocimiento, aunque sea considerado al modo de una forma interna. Luego
la relación y la proporción al fin, si es interna al acto, no es en él una denominación
extrínseca”38.
El bien y el mal moral, en cuanto especies de la moralidad, provienen del objeto
y del fin, que es el objeto del acto interior; luego si la relación al objeto o al fin es
un orden radicado internamente en el mismo acto, entonces la relación de la
moralidad en los actos es intrínseca y real. También el acto moralmente malo tiene
su objeto: “pues el acto se llama específicamente malo no por carecer de objeto,
sino por tener un objeto que no conviene a la razón, como robar lo ajeno; por tanto,
36
STh I-II, q18 a4 ad2. Referencias, siquiera breves, sobre la relación moral pueden verse en: V.
Cathrein, “Worin besteht das Wesen des sittliche Guten und des sittlich Bösen”, Philosophischer
Jahrbuch, n. 9 (1896), 121-135. Joan Costa Bou, El discernimiento del actuar humano: contribución
a la comprensión del objeto moral, Pamplona, Eunsa, 2003. –G. Feldner, “Das innerste Wesen der
Sittlichkeit nach St. Thomas von Aquin”, Jahrbuch für Philosophie und Theologie, n. 18 (1904), 308326. –Aurelio Fernández, Ética filosófica y teología moral: la cuestión sobre el fundamento, Madrid,
Ateneo de Teología, 2000. –Joseph de Finance, Éthique générale, Roma, Pontificia Università
Gregoriana, 1988. –Margarita Mauri Alvarez, Bien humano y moralidad, Barcelona, Promociones
Publicaciones Universitarias, 1989. –C. Mindorff, “De conceptu moralitatis”, Antonianum, n. 2
(1927), 351-368; 469-482. –Vittorio Possenti, L'azione umana: morale, politica e stato in J. Maritain,
Roma, Città Nuova, 2003. –Josef Seifert, Qué es y qué motiva una acción moral, Madrid, Centro
Universitario Francisco de Vitoria, 1995. –Robert Spaemann, Ética: cuestiones fundamentales,
Pamplona, Eunsa, 1995.
37
Cfr. en la primera parte de este libro un título dedicado a la consideración de la relación como
denominación intrínseca y extrínseca.
38
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 24, p. 625.
La relación moral
13
en cuanto el objeto es algo puede positivamente constituir la especie del acto
malo”39. El acto malo se constituye en su especie moral precisamente por relación
al objeto.
2. Todo el aspecto moral de los actos proviene, pues, de la relación al objeto,
pero no al objeto considerado ónticamente, en su ser natural, sino axiológicamente,
en su conexión con reglas morales. Ahora bien, el acto que se relaciona al objeto y
a todo lo que circunda al objeto tiene una referencia intrínseca y real; y por ésta se
constituye en su ser moral. O dicho de otro modo: se constituye en su ser moral por
relación al objeto regulado por las reglas de la razón o en cuanto cae bajo el orden
de la razón. De manera que si la relación al objeto y a todo lo que confluye en el
objeto es intrínseca y real, también habrá una relación intrínseca y real en la
referencia al objeto en cuanto regulado.
Es cierto que ónticamente el acto se inclina o refiere por su propia naturaleza
hacia el objeto, pues lo enfoca como especificativo, o sea, desde su interior. Decían
los clásicos medievales que a lo especificativo se inclina el acto como especificable; y sólo es especificable o receptor de especie por su propia naturaleza
interna, por su propia entidad40. Pero ocurre que la moralidad no es una especie
intrínseca o entitativa del acto en su ser natural; más bien, la moralidad es una
“especie accidental” del acto considerado ónticamente, en su ser natural. Sin
embargo, esta especie accidental proviene del objeto en cuanto sometido a reglas
morales, y esa conexión axiológica nunca puede ser algo sobreañadido al mismo
acto, ni le puede convenir por una denominación extrínseca. Esa conexión es
connatural al acto intrínsecamente y surge ónticamente con el mismo acto, cuando
éste brota de lo profundo de la facultad. Por tanto, si se entiende que la moralidad
conviene al acto mediante una relación al objeto, se entenderá también que no le
conviene por una simple denominación extrínseca, sino que surge ónticamente de
la naturaleza misma del acto, aunque la moralidad sea accidental al objeto y
constituya una especie accidental.
3. Ocurre aquí algo parecido –de nuevo el mismo ejemplo– a lo que sucede en
la visión, la cual mira en el objeto coloreado no sólo el color y la luz –los sensibles
propios–, sino también el movimiento, el reposo, la figura y todos los sensibles
comunes que se refieren de modo accidental a la visión; y sin embargo la vista se
orienta con una relación positiva a esas cosas, porque por la misma relación con
que se endereza al objeto propio se orienta también a las cosas que se dan cita en el
objeto y lo circundan, aunque esto sea a veces algo negativo, como el reposo. Así
pues, la misma relación especificativa que, en la visión, afecta al objeto en sí
mismo, afecta a las determinaciones accidentales de tal objeto, porque en el acto la
relación al objeto no es un orden a un objeto desnudo, sino circunstanciado; y así la
misma relación que llega al objeto desemboca también en las cosas que rodean al
objeto. De igual manera, con la misma relación que el acto de la voluntad llega al
objeto como algo que es apetecible y es un bien en su ser natural, alcanza también
ese objeto como algo sometido a las reglas de la razón, aunque esto sea accidental
respecto a lo primero; al igual que la visión llega con la misma relación tanto al
39
40
STh I-II, q21 a5 ad2.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 26, p. 626.
14
Juan Cruz Cruz
color como al movimiento y a la quietud, aunque esto segundo sea accidental
respecto al color41.
4. Decir que la moralidad es formalmente un ente de razón, o algo ideal, es
negar la existencia real de la moralidad. Porque el ente de razón no existe, ni puede
existir en la realidad. No parece lógico afirmar que, fuera de la inteligencia, la
moralidad carece de ser; pues pensemos o no pensemos los actos, unos son buenos,
otros malos y otros indiferentes. Sería absurdo decir que el mérito que reconocemos y a veces premiamos en una obra buena es algo irreal; o que el reproche con
que sancionamos una obra mala se basa en algo irreal.
La moralidad formal no consiste en una relación ideal o irreal; porque existe
independientemente de las ficciones mentales, de los entes de razón. Y aunque es
cierto que en los actos humanos la forma de lo moral no se toma de una relación al
objeto considerado en su ser natural, sino impregnado de las reglas de lo moral,
también es cierto que el acto, en su orden al objeto y a todo lo circunstanciado en el
objeto, se relaciona mediante una ordenación intrínseca y real; y por lo mismo se
constituye en su ser moral. Dicho de otro modo: se constituye en su ser moral en
cuanto se relaciona a un objeto regulado por las reglas de la razón, o en cuanto cae
bajo el orden de la razón.
Hay aquí, pues, dos aspectos decisivos. Primero, la relación al objeto y a todo lo
que hay en el objeto es intrínseca y real: ya en el orden natural, el acto está
relacionado con el objeto no por algo extrínseco y sobreañadido, sino desde su
propia interioridad y desde la propia naturaleza del acto, porque mira al objeto
como algo que lo especifica. Segundo, también hay un orden intrínseco y real en la
relación al objeto en cuanto regulado: el acto puede alcanzar en el objeto lo que es
conveniente o disconveniente a la razón, pues se orienta a tal objeto no sólo
atendiendo a la bondad en cuanto es apetecible en su ser natural, sino también en
cuanto es regulable y ordenable por la razón. Pues el acto se regula por la razón y
la ley no en virtud de sí mismo, como una cualidad que surgiera del sujeto, sino
sólo en virtud del objeto que alcanza. Tampoco puede alcanzarse el objeto –o lo
que hay rodeando el objeto– si no es porque el acto mismo lo enfoca; y no
mediante una denominación extrínseca, sino mediante una relación a tal objeto;
solamente por la tendencia y relación del acto al objeto ocurre que el objeto
pertenece al acto y el acto al objeto. Y así, ninguna ley prohíbe o manda un acto en
cuanto éste es cualidad vital natural que surge de la facultad: y si, por ejemplo,
prohíbe el homicidio, es porque con ese acto se mata objetivamente a un hombre,
no simplemente porque el acto vital subjetivo de matar provenga de la voluntad42.
4. La estructura del polo objetivo de la moralidad
1. Los elementos que comparecen en la bondad del acto no concurren en el
polo subjetivo del acto mismo como entidades diversas que se agregan a él, porque
41
42
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 27, p. 626-627.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 28, p. 627.
La relación moral
15
el acto es en sí mismo, ónticamente, una cualidad vital, una operación que surge de
la facultad, no una colección o mezcla de varias cualidades o entidades. Por otro
lado, el acto no llega a un objeto desnudo, sino revestido de circunstancias
diversas, acerca de las cuales dicta la razón que el acto las consiga o las evite.
Ocurre aquí algo parecido a lo que sucede en el acto de la visión: pues el acto de
ver muchas cosas congregadas no es él mismo una agregación ni una pluralidad de
visiones, sino de objetos sensibles que son alcanzados por una visión única. Y en su
caso, la bondad del acto no consiste en una colección o agregación de elementos
psicológicos, sino en una relación, un orden al objeto que reabsorbe elementos
estructurados43. Por lo tanto, en el polo del objeto se requiere una complexión de
todos los elementos que pertenecen a la perfección del acto, de manera que éste
tienda a tal objeto así revestido y puesto bajo esa estructura.
Porque el acto moral en cuanto tal, o sea, en cuanto medido y regulado por la
razón, no debe orientarse solamente al objeto desnudo en sí mismo, un objeto
abstracto, sino que debe orientarse de modo práctico en el espacio y en el tiempo.
Pero el acto que ha de ejercerse prácticamente alcanza un objeto afectado de
muchas circunstancias y aspectos, porque así es en la realidad, en el espacio y en el
tiempo, y porque así debe ser según el orden de la razón, la cual dictamina también
acerca de las circunstancias; y si estas no son tenidas en cuenta, el acto mismo se
juzgaría defectuoso.
2. También en el ámbito del arte ocurre algo parecido: cuando el arquitecto hace
una casa no sólo atiende a la sustancia de la fábrica, como las piedras y las maderas
utilizadas en la construcción, sino a muchas otras circunstancias y aspectos, por
ejemplo, que tenga ventanas dispuestas de cierto modo para recibir el aire y la luz,
que las habitaciones posean una amplitud concreta para cumplir determinadas
funciones, etc. Así, la bondad moral del acto debe alcanzar en el objeto el conjunto
estructurado de todos aquellos elementos que la razón ordena en esa materia,
porque el bien aparece cuando el todo está íntegro, y para que haya bondad moral
debe haber integridad de todos estos elementos en el acto; sólo se dice que el acto
los tiene cuando los alcanza en el objeto, y no de otro modo.
3. Los elementos que concurren en el objeto han de estar estructurados. Pero,
aunque el objeto tenga cierta unidad, ¿qué tipo de complexión debería tener? ¿Se
trataría de una mera agregación accidental de cosas múltiples? ¿De un ente irreal?
Estas preguntas tienen sentido, pues es claro que muchas circunstancias
heterogéneas no pueden conjuntarse físicamente en unidad: como el lugar, el
tiempo, la condición personal, los medios con que se opera, etc. Parecería que esta
colección de cosas múltiples sólo puede ser una agregación accidental. ¿Cómo
podrá surgir de ellas una unidad esencial, especialmente cuando todas esas cosas
no tienen algo real y unitario en que se conecten, por ejemplo, un orden o una
composición?44 Es preciso responder a estos interrogantes indicando que si las
cosas que confluyen en el polo del objeto, y que son requeridas para la bondad
moral, se consideran en su aspecto óntico y físico muestran tan sólo la unidad
accidental de un mero agregado. Pero si son consideradas axiológicamente en su
43
44
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 8, p. 682.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 15, p. 684.
16
Juan Cruz Cruz
condición de “regulables” y de objeto formal del acto interno en la línea moral,
entonces muestran unidad “de modo moral” y pueden reducirse a una forma, por
cuanto se contienen bajo una regla o bajo un modo de regulación y se ponen al
servicio de un solo fin, el que es enfocado en ese modo de regular. Por lo tanto, la
unidad del acto en la línea moral ha de ser tomada de la unidad del objeto en el
mismo género moral. Y como el objeto es ónticamente múltiple, resulta que se hace
“unidad moral” no por la unidad del acto, sino por la unidad de regulación, bajo la
cual se coordinan las demás cosas.
Resumiendo: la colección de requisitos para la bondad moral es ónticamente
una agregación y una “unidad accidental”; pero axiológicamente, en cuanto
coordinada bajo una regla moral, es una estructura o “unidad absoluta”45 en ese
mismo género. El objeto es unidad moral y así hace de término y especifica con
una sola especie moral el acto. Ocurre aquí –vuelvo a repetir– como con los
muchos objetos sensibles que hacen de término y especifican un solo acto de
visión. Tal unidad basta para dar la especie al acto, especie que no se toma de la
unidad óntica o física de las cosas, sino de la unidad objetiva y formal –axiológica–
, bajo la cual se reducen todas ellas a objeto 46.
4. Hay en este polo objetivo, a propósito de la heterogeneidad de los elementos
que concurren en él, otro punto que merece aclaración. Porque si las circunstancias
indicadas y los demás requisitos son tan heterogéneos que no hacen sino una
unidad de agregación en el polo del objeto, ¿por qué no habrían de ser alcanzados
por el acto con varias relaciones, aunque fueran parciales? Si la respuesta fuese
afirmativa, entonces cabría decir que la bondad moral del acto consiste en un mero
repertorio de todas estas relaciones. Es lo que sostenía Duns Scoto. De este modo
no sólo la bondad moral objetiva, la requerida en el polo del objeto para la bondad,
sino también la bondad formal, la que hay en el polo del acto, consistirían en
agregación o acopio de varias relaciones. Mas no es esta la postura de Santo
Tomás. Pues desde el punto de vista óntico, para el Aquinate es común a los actos
psicológicos, tanto a los cognoscitivos como a los volitivos, el alcanzar con una
sola y única relación diversas cosas, si están contenidas bajo la misma razón formal
y en la misma línea, aunque sea de manera inadecuada, y aunque materialmente se
multipliquen los términos, como ocurre en la relación de un solo padre a varios
hijos47; porque las relaciones no se multiplican numéricamente por los términos,
sino por los sujetos en que se hace la multiplicación de accidentes. Así, una sola
relación paterna tiene su terminación en varios hijos: se ordena a cada uno de ellos
de manera inadecuada y puede tener su terminación en pocos o en muchos con la
misma relación, porque todos proceden del mismo principio. De modo semejante,
la relación interna de un único acto de visión puede alcanzar varios objetos que se
capten bajo la misma línea visual, aunque ónticamente sean muchos los objetos; y
no por eso se emiten tantas visiones como objetos se presentan. Así es como el acto
moral se relaciona con el objeto, con las circunstancias y con todo lo que respecta a
45
46
47
Gregorius Martínez, Super STh I-II q18 a1, Dub 3, p. 853-854.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 17, p. 685.
STh III q35 a5.
La relación moral
17
la regulación por la recta razón: se trata de una sola relación, la que conviene a una
sola regulación moral48.
5. Lo cual equivale a decir que ser bueno o malo viene a significar lo mismo
que ser bueno o malo por el objeto; a su vez, ser bueno o malo por las circunstancias no acontece porque tales circunstancias afecten inmediatamente al acto,
sino porque afectan al objeto: y por el objeto circunstanciado recibe el acto la
moralidad. Y así, por robar una determinada cantidad de lo ajeno, la cantidad
misma no afecta al acto, sino a la cosa robada, y con esa conexión afecta al acto;
tener relaciones sexuales con una hermana es una circunstancia que afecta al objeto
en concreto, a la persona, y de ahí deriva al acto49. También las circunstancias,
incluso las extrínsecas, son alcanzadas por el acto de la voluntad, en cuanto éste se
orienta al objeto al que se conectan aquellas circunstancias.
6. Queda, pues, claro que la relación, por la que el acto posee bondad moral, es
intrínseca y real en el acto mismo: no es una denominación extrínseca, ni un ente
irreal producido por la razón, porque el orden del acto al objeto pertenece a la
naturaleza interna del acto; todo lo que hay en la naturaleza y especie del acto está
ordenado al objeto, y del objeto recibe su especie moral, siendo así que la especie
óntica es intrínseca y real en el mismo acto50.
5. La moralidad como relación trascendental
a) Querer realmente lo ideal
1. La relación del acto al objeto no es categorial, porque ésta depende de la
existencia del término. En verdad, no es lo mismo el “objeto” que el “término” del
acto; y de ahí se sigue que incluso cuando no existe el término, el acto puede versar
sobre un objeto. Tal relación es, pues, trascendental51. En efecto, puede ser real la
“relación al objeto” aunque éste quede afectado por un ente ideal, incluso bajo el
modo de lo irreal (ens rationis), o por una denominación extrínseca; por ejemplo,
el dinero no tiene un valor por sí mismo, sino por la voluntad social y legal que lo
establece, la cual es completamente extrínseca al dinero; pero puede ser apetecido
por un acto real. Hay otras muchas cosas que consisten en una denominación
extrínseca, como las que pertenecen al honor o a la dignidad –ser juez, ser alcalde o
gobernador, ser abogado– y, sin embargo, son apetecidas por actos reales. Incluso
la lógica, que es una ciencia real, versa sobre las llamadas “intenciones lógicas”,
irrealidades que no ponen nada en los objetos. De parecida manera cabe decir que
48
49
50
51
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 19, p. 686.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 29, p. 627-628.
Gregorius Martínez, Super STh I-II q18 a1, Dub 3, p. 854.
Franciscus Araujo, In STh I-II q18 a1, p. 100, 102.
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Juan Cruz Cruz
el ser moral no pone nada real en el objeto, sino una mera relación ideal a la ley, o
a la privación, o a la deformidad, si se diera52.
Lo cual significa que el acto, por su propia realidad y tendencia, versa sobre el
objeto mismo, si en éste hay una regulación racional y las demás circunstancias que
lo acompañan. Con la misma relación que alcanza el objeto podrá alcanzar las
circunstancias adyacentes, como la visión alcanza con la misma relación no sólo el
color, sino también la figura, el movimiento y los demás sensibles comunes53. Es lo
que sostienen Francisco Araujo, Gregorio Martínez y Juan Poinsot, entre otros.
También parece ser la opinión de Cayetano54.
2. Mas lo que en el polo del objeto está sometido a la ley y es medido por ella
puede ser algo ideal o una denominación impuesta. Aquello que en el polo del
objeto sólo es un ente ideal o una denominación extrínseca –como las dignidades y
los honores, etc.– puede ser alcanzado por un acto real y por una relación real: todo
eso lo ambicionamos con actos reales y, sin embargo, no son sino denominaciones
ideales. También son fingidas e irreales las quimeras que representamos con la
imaginación; y sin embargo, las formamos y fingimos con actos reales de la mente.
Por eso también, aunque en el objeto la ordenación misma de la ley sea solamente
una denominación y advertencia oriunda de la razón –la cual pone en el objeto una
denominación extrínseca–, sin embargo, el acto de la voluntad que está orientado a
las cosas que confluyen en el objeto tiende por su acto real a lo que quizás en el
polo del objeto no es real, al igual que la lógica trata, con un acto real, de objetos
que son ideales, como las “segundas intenciones” de sujeto y predicado, de género
y especie, etc.55 Es más, aunque en el polo del objeto la agregación de tantos
requisitos y la medida bajo la ley sea una entidad ideal (puesta por la razón), eso no
impide que exista la unidad real del acto que tiende hacia ellos. Por eso no puede
ser categorial la relación del acto al objeto: la relación categorial está siempre
dirigida a un término existente, pero la relación trascendental del acto interno no
exige que la cosa exista ni que sea verdadera: basta que sea estimada o considerada
para que pueda tender hacia ella el acto real, como cuando ambicionamos honores
o formamos entes de razón56.
3. Para la escuela tomista, pues, la moralidad –como forma por la que los actos
humanos son buenos o malos moralmente– pertenece al ámbito de la relación; y si
bien no es una relación ideal, tampoco es una relación real categorial57. El acto
humano se constituye como bueno o malo moralmente por una relación a un objeto
que, a su vez, está sometido a una regla moral; pero la moralidad no es una relación
categorial del acto libre a los principios de moralidad. La relación categorial sólo
se orienta al término en cuanto puro término, mas no en cuanto objeto o principio
de especificación suya, ni en cuanto influye y causa de cualquier otro modo,
porque en los puros relativos no tiene lugar la causación y la influencia. Y es que a
52
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57
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a2, tomo V, n. 48, p. 654.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 11, p. 683.
Tomás de Vío Cayetano, Commentaria in I-II, q18, a5, q71 a6, q72 a1.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 14, p. 684.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 18, p. 685.
Gregorius Martínez, Super STh I-II q18 a1, Dub 3, p. 855.
La relación moral
19
la relación no le compete el movimiento por sí misma. Sin embargo, la bondad
moral –también la malicia– que hay en el acto se toma y depende del objeto; asimismo depende del fin en cuanto atrae y seduce, lo cual es influir y causar; y
depende incluso de las circunstancias, entre las cuales hay aspectos causales, como
ocurre en las que funcionan como medios. Luego la moralidad en los actos implica
una relación no puramente categorial y pura, que sería una relación al puro
término, sino real trascendental, la cual se despliega en los actos, en los hábitos y
en las facultades.
b) Lo moral como género de contrarios
1. Además, esa relación moral funda la contrariedad del bien y del mal moral.
En realidad la moralidad es un ámbito muy peculiar, en el que se dan los contrarios
del bien y del mal: es un “genus ad contraria”, como decían los lógicos. Pero
ocurre que la relación categorial no acoge los contrarios, pues los relativos se
oponen justo “relativamente”, o sea, no por contradicción, ni por contrariedad, ni
por privación –como se vio en el primer capítulo–. En cuanto tal, la relación prescinde de la perfección y de la imperfección. Ahora bien, la moralidad no prescinde
de la perfección y la imperfección, sino que necesariamente incluye ambos
aspectos. Por lo tanto, esa forma que es la moralidad está adecuadamente
representada por la relación trascendental58.
2. Así pues, la contrariedad no está en las relaciones categoriales y puras, pero
se da en los actos y en los hábitos, que son cualidades. No estamos entonces ante
un orden a un término como puro término; sino –como se ha dicho– ante un orden
al objeto59. Es claro, por otra parte, que esa relación de la bondad moral es
ónticamente una cualidad, como también lo es el mismo acto o el hábito, los cuales
se ordenan trascendentalmente a sus objetos y se especifican por ellos. Y así, la
diferencia última de la bondad moral es ónticamente algo absoluto que, no
obstante, implica un orden trascendental al objeto en cuando medido y regulado
por las reglas de la razón. Este orden trascendental absoluto, que es la diferencia
del acto moral, se reduce ónticamente a la categoría de cualidad, porque el acto
mismo o el hábito moral pertenece a ella, siendo así que la diferencia siempre se
reduce a su género correspondiente: se pone al lado de ese género, porque en sí
misma es algo incompleto. En resumen, esta relación trascendental es ónticamente
algo absoluto que puede tener contrario y fundar también relaciones categoriales,
en las cuales no puede consistir la misma razón propia del acto o del hábito, incluso
en la línea moral60.
3. Si la moralidad es una relación trascendental del acto libre al objeto propio,
en cuanto referido a la regla moral o a la razón humana práctica, es claro que no se
trata del orden que tiene el acto libre a su propio objeto ónticamente considerado,
58
59
60
Jacobus Ramírez, Opera omnia, t. IV, De actibus humanis, nn. 668-669, p. 505-507.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 22, p. 687.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a1, tomo V, n. 23, p. 687.
20
Juan Cruz Cruz
sino tomado axiológicamente, como objeto ordenable al fin último de la vida
humana.
Reitero que en su inicio el acto humano está indeterminado al bien y al mal
moral, porque posee una libertad defectible. Pero un acto así indeterminado no es
regla de sí mismo, sino que ha de ser determinado por una regla. Resulta entonces
que la forma por la que un acto –que está indeterminado al bien y al mal moral– se
constituye como bueno o malo moralmente es su conformidad o disconformidad
con una regla moral. Semejante conformidad o disconformidad es, en verdad, una
especificación del acto humano como moral: éste se hace bueno por la primera y
malo por la segunda. Y así, la bondad y la malicia moral son las especies supremas
de la moralidad. A su vez, tal especificación del acto moral es verdaderamente una
“relación trascendental” del acto a un objeto sometido a reglas morales.
4. Podría verse aquí, no obstante, una dificultad. Porque si la moralidad se
refiere accidentalmente al acto de la voluntad considerado como una naturaleza,
entonces el acto mismo no podría referirse al objeto moral mediante la misma
relación trascendental que se identifica con la entidad misma o naturaleza del acto;
dicho de otro modo: la relación moral –y la moralidad misma– se identificaría con
el mismo acto en su ser natural, y entonces sería esencial e intrínseca, no
accidental. Pero si se dijera que es accidental y que no es la misma relación
trascendental al objeto, entonces sería una denominación extrínseca; tampoco
podría ser una relación categorial, porque no se refiere a un puro término, sino a un
objeto. ¿Qué sería entonces?
5. Para responder adecuadamente es preciso tener en cuenta que la indicada relación trascendental –por la que el acto de la voluntad tiende al objeto como
apetecible– se orienta también y alcanza a la misma moralidad que se halla en el
objeto y en sus circunstancias, porque ese acto puede alcanzar en la misma relación
todo lo que rodea al mismo objeto. Ahora bien, esto último es accidental al mismo
acto considerado en su ser natural, mas no porque sea una nueva denominación, o
una relación sobrevenida, sino porque desde el objeto la regulación axiológica se
comporta accidentalmente respecto a la misma bondad natural del objeto y a su
apetibilidad. Pero la dimensión óntica o natural del acto sólo se refiere a la bondad
natural del objeto como apetecible; la moralidad, en cambio, es algo accidentalmente conectado a eso apetecible y a la bondad del objeto; y no obstante, con la
misma relación real se alcanza tanto la bondad óntica como la moralidad o
regulabilidad que acaece a esta bondad.
Ya se dijo que ocurre aquí lo mismo que en el acto de ver, el cual, por la misma
relación y tendencia con la que llega al ser coloreado, llega a sus accidentes, como
la figura, el movimiento, la quietud; aunque alcance estas cosas como accidentes de
aquél; pero no necesita para esto otra tendencia diversa o relación sobreañadida, o
una denominación extrínseca: pues ocurre que la misma tendencia y relación que
alcanza el objeto específico coloreado, también alcanza sus accidentes sensibles
comunes, como la figura y el movimiento, y eso mediante el mismo acto real y
mediante la relación trascendental, aunque uno sea alcanzado como esencial y
específico objeto, y otro como accidente suyo. Así pues, en el mismo acto y en la
misma relación que alcanza la bondad natural y el objeto en cuanto apetecible,
alcanza también su regulación y moralidad, conforme a la cual ese objeto está
La relación moral
21
sometido a las reglas morales; aunque esta moralidad se comporte accidentalmente
respecto a la índole buena y apetecible del objeto en su ser natural61.
6. Supongamos por un momento que la bondad moral fuese una relación pura,
sea real, sea ideal. Tal bondad moral sería una relación de conformidad de lo
medido con la medida; y el acto sería moral en cuanto fuese medido y ordenado
por reglas racionales. En tal caso la relación de lo medido a la medida sería pura y
categorial, siendo una de las tres en que se divide la categoría de relación.
Aparentemente este supuesto es correcto y adecuada la conclusión. Pero pasa por
alto un punto importante. Porque la relación de lo medido a la medida –relación de
conformidad con la medida– es categorial cuando sólo hay pura medida y la
orientación al término tiene un puro término. Mas cuando en tal medida el término
es un objeto que la especifica, o es un término que ejerce una causalidad, entonces
esa medida no es relación categorial, sino trascendental.
Es lo que ocurre también en la ciencia, la cual se orienta al objeto como a algo
que la especifica, pero no lo enfoca como puro término, sino como objeto y como
causa formal extrínseca; además, en esta especificación y en esta orientación al
objeto la ciencia no depende de la existencia del objeto. En cambio, la relación
categorial depende de la existencia del término; y también la relación irreal
depende del conocimiento del término, aunque la única existencia que tenga ese
término sea la de ser conocido.
7. Pero, como ya ha quedado dicho, la especificación es dada por el objeto no
porque éste tenga existencia o produzca una información real, pues no es una forma
intrínseca; ni porque ejerza una terminación real, pues no es puro término, sino
causa especificativa. Sólo hay aquí relación del acto al objeto en su ser inteligible y
cognoscible, en su representación; no se requiere la presencia real del objeto,
porque éste se hace presente suficientemente en la representación de sus contenidos
inteligibles. Por lo tanto, esas relaciones a objetos que ejercen especificación no se
orientan a una cosa existente en sí misma, ni dependen de la existencia del objeto,
sino que consisten en la misma orientación del acto al objeto en cuanto cognoscible
o apetecible o factible, lo cual puede darse sin la existencia del objeto: pues basta la
presencia del contenido inteligible. De hecho, como se acaba de indicar, puede
darse un acto real que verse sobre un objeto inexistente; e incluso puede darse la
moralidad real del acto sobre un objeto inexistente. Pero ese objeto inexistente
puede estar medido y subordinado a las reglas de la razón; ahora bien, en su real
orientación el acto es especificado por un objeto que, sin existir, es conocido o
aprehendido. De manera que por una sola tendencia el acto puede alcanzar el
mismo objeto en cuanto medido por las reglas de la razón, y por este aspecto el
acto se llama moral, o sea, acto medido y regulado en cuanto se orienta al objeto62.
8. A su vez, basada en esta relación trascendental del acto o del hábito al objeto
puede surgir luego una relación categorial al objeto, pero no a un objeto que ejerza
especificación, sino a un objeto simplemente existente, de manera que existiendo
sea término actual de una relación existente. Tal relación al objeto existente sería
una relación de medida real. Pero la especificación del acto no consiste en esa
61
62
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a1, tomo V, n. 40, p. 635-636.
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp8 a2, tomo V, n. 29, p. 690.
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Juan Cruz Cruz
medida, porque ésta puede existir o no existir. Sólo aquella medida trascendental y
especificativa es la que constituye la especie del acto, incluso en la línea moral63.
63
Joannes a Sancto Thoma, In I-II q21, disp9 a2, tomo V, n. 28, p. 690.
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