Scriptorium Apostilla sobre un Equívoco del Lenguaje Jurídico en

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Apostilla sobre un Equívoco
del Lenguaje Jurídico en materia
de Documento Público
Carlos Delgado Ocando
Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
Universidad del Zulia
Maracaibo, Venezuela
[email protected]
Sabemos que en cualquier idioma, como quiera que las ideas se expresan con palabras, la única manera de entender su verdadero alcance es
acudiendo a su significado castizo, a su etimología y a su morfología, y a su
sintaxis en la construcción de los conceptos fundamentales, particularmente en el lenguaje jurídico que es prescriptivo de la conducta humana social
intersubjetiva y que necesita desentrañar, en aras de la seguridad jurídica y
de la justicia, su contenido normativo. En este afán, y tras su incumplimiento, la ley puede derivar en conclusiones injustas; por ello se evalúa el
texto del artículo 1.366 del Código Civil, indudablemente mal redactado, si
lo concordamos con sus restantes normas sobre prueba escrita, que fue
afortunadamente corregido por el propio legislador con la promulgación
del Decreto con Fuerza de Ley del Registro Público y del Notariado, del 13
de noviembre de 2001.
Es necesario respetar las reglas fundamentales de la lógica que regulan el pensamiento humano, para no violentar los principios de identidad,
de no contradicción y de razón suficiente en la interpretación de los conceptos expresados en la ley, que pueda conducir a conclusiones injustas.
Ante todo debemos advertir que normalmente nuestro legislador no
suele incurrir en estos errores, pues es admirable el lenguaje empleado en
nuestro Código Civil, en donde se ha conservado, en principio, la magistral redacción del Código Napoleónico, que en gran medida constituyó su
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fuente. Sin embargo, siempre existen excepciones (errare humanum est) que,
precisamente por ser escasas, cuando la ley incurre en ambigüedad o en
contradicción, resulta indispensable que la interpretación doctrinaria y jurisprudencial acudan en su auxilio para superar cualquier duda derivada
de la impropiedad del lenguaje normativo utilizado, y no empecinarse en
agravar el error cometido, lo cual atenta aún más contra el sentido que
aparece evidente del significado propio de las palabras y de la conexión de
ellas entre sí, como ocurre, según veremos, con el texto del artículo 1.366
del Código Civil, indudablemente mal redactado.
En efecto, para percatarnos del error cometido basta leer el citado artículo 1.366, cuando dispone: “Se tienen por reconocidos los instrumentos
autenticados ante un Juez con las formalidades establecidas en el Código
de Procedimiento Civil”. Ahora bien, si nos atenemos a su sentido castizo,
auténtico y autenticado tienen significados equivalentes, en tanto ambas
palabras son adjetivos que sirven para calificar las cualidades atribuidas a la
persona u objeto de que se trata; solo que autenticado es el participio pasivo adjetivado del verbo autenticar y, por ende, es el efecto ya realizado de
la acción de autenticar, verbo que significa “acreditar o dar fe de la verdad
de un hecho o documento con autoridad legal” (cf. Diccionario de la Lengua Española. 2001: 169); y auténtico es un adjetivo también derivado del
señalado verbo, que significa “acreditado de cierto y positivo por los caracteres, requisitos o circunstancias que en ello concurra” (ibídem: 169). Por
consiguiente, documento autenticado es el resultado de la actividad de autenticar, que es la facultad que la ley otorga al órgano o funcionario competente para darle al documento, previa las formalidades legales, carácter
de autenticidad que es sinónimo de auténtico (ibídem: 169); y si el participio pasivo autenticado no aparece enunciado en el Diccionario de la Real
Academia Española, es para evitar repetición de palabras sin ninguna necesidad práctica, como ocurre cuando la acepción castiza de un participio
pasivo como autenticado, por ejemplo, se corresponde exactamente a la
acepción del verbo de cuya conjugación es parte integrante, como se expresa en las Advertencias para el Uso de este Diccionario, de la señalada edición
del D.R.A.E., donde se aclara: “Las acepciones de un participio que corresponden a las del verbo de cuya conjugación forma parte, aunque tengan
usos adjetivos habituales, no aparecen recogidas en el Diccionario”
(2002: p. XXXII) (el destacado es nuestro).
Significado distinto en cambio tiene el documento que en nuestro léxico forense se califica de reconocido, participio pasivo adjetivado del verbo
reconocer, que en uno de su sentido castizo (9a. acepción) significa: “Dar
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por suya, confesar que es legítima, una obligación en que suena su nombre, como una firma, un conocimiento, un pagaré, etc.” (ibídem: 1.300).
Por tal razón, nuestro legislador sí excluye expresamente del concepto
de documento público al instrumento simplemente reconocido y lo hace
precisamente en materia procesal, cuando en el artículo 151 del Código de
Procedimiento Civil vigente dispone textualmente: “El poder para actos judiciales debe otorgarse en forma pública o auténtica. Si el otorgante no supiere o no pudiere firmar, lo hará por él un tercero, expresándose esta circunstancia en el poder. No será válido el poder simplemente reconocido,
aunque sea registrado con posterioridad” (el destacado es nuestro).
En efecto, lo que hace público un documento es que sea autorizado
con las solemnidades legales por un registrador, un juez u otro funcionario
o empleado público que tenga facultad para darle fe pública en el lugar
donde el instrumento se haya autorizado (artículo 1.357 del Código Civil).
Por eso, el libro o archivo donde se insertan los documentos redactados,
leídos y firmados ante el notario público competente para dar fe del cumplimiento de las solemnidades de ley, se denomina Libro de Autenticaciones, en su sentido castizo.
Por otra parte, es bueno advertir que resulta de perogrullo que el
acto emanado de un órgano u autoridad del Estado, con todas las solemnidades de ley y dentro del ámbito de su competencia o atribuciones para el
cumplimiento de una finalidad pública o la satisfacción de un interés general o particular, constituye un documento público o auténtico per se, no
sólo porque en su formación y otorgamiento intervienen la voluntad de un
órgano o funcionario del Estado, sino además porque tal actuación se encuentra enmarcada, por la Constitución o por la Ley, dentro del ámbito de
su competencia y siempre que en ella se hayan cumplido las formalidades
legales para su validez. Pero de allí a querer excluir de la naturaleza de documento público o auténtico a los actos autenticados de los particulares,
que para satisfacer un interés privado o público de su esfera jurídica acudan ante el notario u órgano del Estado autorizado precisamente para darle fe pública, previo cumplimiento de las solemnidades legales, a los efectos
de que autentique el documento otorgado en su presencia, leído, confrontado y firmado también en los libros donde se inserta el original del documento, el cual queda archivado en la Oficina Pública correspondiente, que
es a lo que se refieren las normas comentadas, significaría hacer tabla rasa
de las pertinentes disposiciones del Código Civil en materia de prueba documental pública y sería una arbitrariedad atentatoria a la seguridad jurídica de los ciudadanos, porque la naturaleza del interés público o privado
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que sirva de contenido al acto cuya autenticidad se propone proteger la
ley, es intrascendente para calificar de público al documento otorgado con
las formalidades legales por el funcionario competente para darle fe pública, porque en definitiva se debe entender por documento, instrumento o
escritura pública el otorgado por el funcionario público competente en
ejercicio de su cargo o con su intervención, previo cumplimiento de las solemnidades legales, como ocurre, entre otros numerosos casos (imposible
de enumerar taxativamente), con la promulgación de una ley, la publicación de una sentencia, la concesión de un servicio público, la celebración
de un contrato o el otorgamiento de un poder para juicio por vía de autenticación ante un notario público, o la protocolización de una hipoteca directamente ante el registro inmobiliario o la realización de un matrimonio
ante la autoridad civil competente.
Pero, además, es indiscutiblemente cierto que el documento autenticado, de acuerdo con las solemnidades que exigía el artículo 927 del Código de Procedimiento Civil vigente, jamás se puede identificar con el procedimiento conforme al cual el interesado presenta un documento privado
ante un juez del domicilio del deudor para que sea reconocida la firma por
aquél contra quien se opone, en donde el documento elaborado privadamente por las partes debe necesariamente estar firmado por el obligado o
si no supiere o no pudiere firmar, por un firmante a ruego jurídicamente
capaz y por dos testigos, sin lo cual no tendría ni siquiera el valor de documento privado, a tenor del artículo 1.368 de Código Civil, que es precisamente el documento privado que puede llegar a ser reconocido a que se
refieren los artículos 1.364 y 1.365 eiusdem, en concordancia con los artículos 444 y siguientes del Código de Procedimiento Civil, uno de cuyo
ejemplo típico es el de la preparación para la vía ejecutiva contemplado en
el artículo 631 del último citado código.
En efecto, el procedimiento de jurisdicción voluntaria previsto en los
hoy derogados artículos 927 y 928 del citado Código de Procedimiento Civil, exige que el documento sea leído y otorgado en presencia del juez o
notario que lo declarará autenticado, con la nota correspondiente al pie
del mismo instrumento que firmarán el juez o el notario, el otorgante u
otro que lo haga a su ruego, si no supiere o pudiere firmar, dos testigos
mayores de edad y el secretario del tribunal con identificación del otorgante. Por tanto, la intervención del juez o notario en la formación misma del
instrumento es una actuación intrínseca al acto, hasta el punto de que la
ley lo obliga a llevar por duplicado un registro en el cual insertarán cada
instrumento que autentiquen bajo numeración continua y el asiento deberá firmarse por los mismos que hayan suscrito la nota de autenticación en
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el original. De allí que, el señalado procedimiento de autenticación cumplía con las mismas exigencias requeridas por el artículo 1.357 de Código
Civil para que un documento otorgado por las partes en protección de sus
intereses públicos o privados de un negocio, acto o contrato que voluntariamente quieran celebrar, llegue a adquirir la calidad de documento público o auténtico.
Es claro que si el documento original que contiene el negocio jurídico
para ser autenticado ante el notario público pudiera ser presentado firmado privadamente por los otorgantes, como pareciera sugerir cierta doctrina y jurisprudencia patria, su inserción en el Libro de Autenticación, según lo exigían los artículos 927 y 928 del Código de Procedimiento Civil,
debía ser transcripción fiel y exacta del documento original presentado
para su autenticación en su contenido y firma; tendría que dejar constancia
de que le fue presentado firmado, de tal modo que el asiento transcrito no
tendría que volver a ser firmado al pie de los mismos y la nota de autenticación respectiva se limitaría a dejar constancia solamente de las firmas reconocidas al pie del instrumento manifestado por los interesados, diciendo
que son suyas, lo cual de haber ocurrido en algún caso se hubieran violado
todas las solemnidades requeridas, para ese entonces, por el mencionado
Código de Procedimiento Civil en materia de autenticaciones y, por consiguiente, en semejante situación claro está el documento jamás podría haber logrado legalmente la categoría de documento público, por no haber
sido autenticado en su contenido y firma como lo requiere la ley.
De allí que es una manifiesta contradicción equiparar la facultad que
un juez o funcionario público tenga para dar por reconocida la firma suscrita en un documento privado o para tenerlo como legamente reconocido,
con el señalado procedimiento de autenticación de un documento original
presentado por el otorgante para celebrarlo en presencia del notario o registrador, quien después de ordenar su inserción, lectura y confrontación del
documento original con el transcrito en los libros, procede a recoger las firmas de todos los interesados y funcionarios intervinientes que deberán estampar en el documento original, en los asientos de los Libros de Autenticaciones y en las respectivas Notas de Autenticación, todo lo cual debe hacerse
necesariamente en presencia del funcionario autorizado para dar fe pública
al documento no sólo de sus firmas, sino también de su contenido relativo a
la verdad de sus declaraciones y demás hechos acaecidos en su presencia.
Por esta misma razón, sería un verdadero contrasentido siquiera pensar que quienes acuden a autenticar un documento, vayan con el propósito
de hacer reconocer firmas que todavía no existen en el documento original
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sencillamente por no haber sido otorgado todavía, y del cual, por el contrario, los interesados quieren que se le de fe pública de su contenido y de sus
firmas en garantía de la seguridad jurídica del negocio que desean por ese
medio perfeccionar. Por estas mismas razones, la comentada norma del artículo 1.366 del Código Civil resulta una antinomia frente al artículo 1.357
del mismo Código, porque las formalidades del Código de Procedimiento
Civil en el procedimiento voluntario de autenticación eran similares a las
requeridas por el artículo 1.357 del Código Civil, por lo que el documento
autenticado es sin duda un documento público o auténtico y nunca un documento privado reconocido, interpretación que conduciría a una conclusión absurda en materia, por ejemplo, de otorgamiento de poderes para
juicio, pues el Código de Procedimiento Civil le niega validez al documento simplemente reconocido, aunque fuese luego registrado, ya que, los poderes otorgados por vía de autenticación, según la jurisprudencia y doctrina referida, estarían afectados de nulidad si se consideran simplemente reconocidos, a pesar de cumplir con todas las formalidades de ley ante un
funcionario competente para darle fe pública; como también es auténtico o
público el otorgamiento del poder apud acta, es decir, en las actas del expediente en presencia del Secretario del Tribunal, a que se contrae el artículo
252 del Código de Procedimiento Civil. Pero resulta que cuando una interpretación de la ley conduce a conclusiones absurdas, por ser contradictorias con el sentido de otras normas conexas con ella y que además violentan el significado castizo de las palabras, es una interpretación que debe ser
rechazada por ilógica en cualquier tipo de argumentación jurídica.
Por tales razones, ante las ambigüedades incurridas por una parte de
la doctrina y la jurisprudencia patria acerca de lo que debe entenderse por
documento, instrumento o escritura pública, nuestro legislador ha procedido a superar, sin dejar ningún género de duda, la impropiedad terminológica en que incurrió al redactar la comentada norma del artículo 1.366
del Código Civil, cuando promulgó el Decreto con Fuerza de Ley del Registro Público y del Notariado el 13 de noviembre de 2001, en cuya Exposición de Motivos deja expresa aclaratoria de que la función de los notarios
o notarias no puede quedar reducida a la simple autenticación de las firmas de un documento privado, sino que se le debe reconocer competencia
para dar fe pública de los otorgamientos de documentos que los particulares hagan en su presencia, bien sean redactados físicamente y depositados
en sus archivos o bien sean digitalizados en registros electrónicos, y donde
ya se establecía expresamente, en sus artículos 74 y 77, la fe pública notarial y la publicidad notarial, principios estos que se encuentran igualmente ratificados en la vigente Ley del Registro Público y del Notariado pro-
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mulgada el 22 de diciembre de 2006, en sus artículos 69 y 75 en concordancia con el artículo 27 eiusdem, a cuyos asientos les da carácter de documentos públicos, pues tanto el registrador o registradora o el notario o notaria tienen facultad para inscribir o autenticar los documentos que se otorguen en su presencia.
De todo lo anterior expuesto debemos concluir que la vigente normativa sobre prueba documental pública, no sólo descarta toda posible confusión entre un documento autenticado ante un notario o notaria con un documento privado simplemente reconocido, como de manera contradictoria en el uso del léxico castellano hacía el artículo 1.366 del Código Civil vigente y cierta interpretación de la doctrina y jurisprudencia patria, sino
que además la hace inaplicable en su contenido, no sólo por ser intrínsicamente antinómica, ya que un documento público no puede ser al mismo
tiempo un documento privado reconocido (aún cuando en sus efectos tenga entre las partes y respecto de terceros la misma fuerza probatoria en
cuanto al hecho material de las declaraciones, pero amparadas de una presunción de verdad iuris tantum que, como tal, admite prueba en contrario
según el artículo 1.363 del Código Civil), sino porque se trata de nuevas
normas contenidas en la Ley de Registro Público y del Notariado, que por
ser una ley especial y de vigencia posterior, sustituye los criterios normativos confusos o ambiguos a que daba lugar la legislación hasta entonces vigente, por ser aquélla de aplicación preferente.
Lista de Referencias
CÓDIGO CIVIL VENEZOLANO. Gaceta Oficial Extraordinaria No. 2.990 de fecha 26 de julio de 1982.
CÓDIGO DE PROCEDIMIENTO CIVIL. Gaceta Oficial Extraordinaria No. 4.209
de fecha 18 de septiembre de 1990.
DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA (2001). Real Academia Española.
Vigésima Segunda Edición, España.
LEY DE REGISTRO PÚBLICO Y DEL NOTARIADO (2008). Gaceta Oficial No.
38.945 del 04 de junio.
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