Camus Premio Nobel 1957: luces que aclaran aún hoy Dra Inés de Cassagne El propósito de esta exposición no es simplemente conmemorativo. Se trata más bien de rescatar, de aquel discurso memorable de hace cincuenta años, las luces que proyecta y aclaran aún hoy el lenguaje literario. El autor galardonado con el premio Nobel, en su Discurso de Suecia destaca la “nobleza” del oficio de escritor, en cuanto artista, comprometido con un ideal formal exigente, dentro del cual ha de dar cabida a un testimonio verídico. Esto es: dar cuenta de la grandeza y de la miseria que le son inherentes al hombre siempre, y hablar en nombre de sus coetáneos acerca de sus aspiraciones y sufrimientos, sin olvidar la admiración ante la belleza natural en donde se puede llegar a vislumbrar el misterio que sacia el alma. Tal propuesta de verdad y belleza implica un no fácil equilibrio, cuyas dificultades son encaradas por Camus, alentando con confianza a lograrlo nuevamente –una vez y otra vez-, a ejemplo de autores a quienes llamamos clásicos por haber resistido la prueba de siglos. Por ello cabe atender hoy a este desafío estimulante y a estas luces de esperanza. 1-“Sólo el arte verdadero une y comunica” Al entregársele el Premio en Estocolmo, Camus pronunció una alocución el 12 de diciembre completada, el 14, por el gran Discurso al que tituló El artista en su tiempo. En la alocución había declarado: “Sólo el arte verdadero une y comunica”. En el Discurso corroboró este aserto, no sin antes hacer un análisis de dos tipos de literatura que han falsificado la esencia artística. En el primero ubica a los “fabricadores de arte”, de un arte cortado de la realidad viviente, puramente formal, hecho de preciosismos y abstracciones. El segundo tipo, a la inversa, corresponde los escritores que, diciéndose “realistas”, han cedido a consignas ideológicas y han presentado la realidad que ellas prometen: una realidad parcial y simplificada; esta producción dejó de ser artística para convertirse en propaganda. El disertante observa que, a pesar de oponerse, “terminan por juntarse, lejos de la realidad, en una misma mentira y en la supresión del arte” (DS, II, 1089). Es que, según la concepción de Camus, entre el artista y la realidad, debe mantenerse un vínculo de equilibrio y, para ello, debe evitarse simplificar, que ha sido lo propio de estas dos estéticas que “durante tiempo se han contrapuesto”. Por simplificar, por hacer hincapié en uno de los aspectos de la realidad del arte –libertad del artista en “el arte por el arte”, o sumisión a lo real (en el supuesto “realismo”)-, ambas estéticas han desembocado en “mentiras que no tienen nada que ver con el arte” (id.). Mentiras que, engañan, decepcionan y crean barreras entre los hombres, y hasta en las naciones. Así, por un lado la estética del “arte por el arte” separa porque sólo promueve obras que sólo pueden ser gustadas por un público reducido, condenando a la mayoría a la insatisfacción. Por otra parte, la del “realismo”, al desentenderse de la preocupación artística, excluye a los artistas auténticos y “les impide ser leídos” y “comunicarse con el público, al que obliga, por otro lado, a contentarse con obras vulgares, en las que no reconoce su verdad ni sacia su anhelo de belleza. En la “literatura dirigida” –dice Camus- “la miseria se utiliza”, so pretexto de “consolación oficial” y además, “el arte verdadero es desfigurado, o amordazado, e imposibilitada la comunicación por parte de los mismos que la querían más apasionadamente” (I, p. 1088). 1. “El arte verdadero es testimonio de miseria y de grandeza” Después de haberse explayado ampliamente acerca de las dos estéticas que llevan a negar el arte, en este como examen de conciencia de artista ante el tribunal de su tiempo, Camus insistió acerca de esa responsabilidad que el artista debe asumir “para reanudar el nudo gordiano de la civilización”, que veía “cortado por la fuerza de la espada”. “Ese renacimiento –decía- está hoy entre nuestras manos”, “depende de nosotros” (II, p. 1093). Y las condiciones que pone no han perdido vigencia. Depende del artista, que el arte vuelva a hablar a todos, a ser comprendido por todos, y a saciar en todos sus nostalgias de superación y de belleza, suscitando hasta en el más humilde y oprimido esa “grandeza” humana latente junto a su “miseria”. Depende del artista, en cuanto reasuma su “difícil” libertad, no “para evadirse de la miseria común”, ni para “juzgar” o “despreciar”, sino para “comprender” a todos y, comprendiéndolos, dar testimonio de “su miseria y su grandeza”. El artista puede hacerlo, descubriendo (como lo hizo Wilde en la prisión) que “inclinándose ante el último de los criminales”, “rinde homenaje al mismo tiempo a la más alta figura del hombre”. (II, p. 1092). Es una “libertad difícil”, que se parece más bien a una disciplina ascética, pues el artista está siempre tentado, como lo mostró antes, de caer en “tentaciones de comodidad”: ya sea “comodidad de los divertimentos”, ya sea la “comodidad del conformismo”. Negando toda responsabilidad, cono en “los juegos del arte por el arte”, o sometiéndose “a las prédicas de la estética realista, el artista reniega de esa libertad que lo pone en “riesgo” y lo obliga al “esfuerzo” (II, p. 1093). Camus compara a esta libertad, por lo elevada y expuesta, a la de un equilibrista que camina por las altas cumbres: “Camina –dice- entre dos abismos, que son la frivolidad y la propaganda. Sobre esta cima en que avanza el gran artista, cada paso es una aventura, un riesgo extremo. En ese riesgo, sin embargo, se halla la libertad del arte” (II, p.1092-3). Esta imagen nos da una clave de la teoría de Camus: la “libertad” del arte consiste en un justo medio elevado, equidistante de las dos tentaciones que lo mantendrían sujeto a requerimientos unilaterales y que lo harían caer en “nihilismo” y “esterilidad” . En ese punto elevado de equilibrio, el artista puede “reunir”: puede responder al grito de dolor del oprimido que le pide que se exprese por él, y puede responder a la exigencia de belleza que desde su interior, y como eco del anhelo de todos, pide ser explicitada y concretada. “La grandeza del arte” –dice Camus- está “en perpetua tensión entre el dolor y la belleza, el amor de los hombres y la locura de la creación, la soledad insoportable y la muchedumbre cansadora, el rechazo y el consentimiento” (II,p.1092). El artista tironeado entre dos tipos de exigencias, en principio incompatibles, puede reunirlas y fecundarlas en la obra de arte, que cuando es tal, “cuando es alta”, como la “de los trágicos griegos, Melvilla, Tolstoi o Molière, equilibra lo real y el rechazo que el hombre opone a eso real, haciendo que lo uno rebote en lo otro en un incesante brotar”, reflejo –agrega- del “de la vida gozosa y desgarrada” (id.). 3- “La imagen fugitiva e insistente de una realidad que reconocemos sin haberla nunca encontrado” Cuando se fecundan así la realidad común y la búsqueda de la belleza, cuando en una obra juegan, de ese modo equilibrado, el “consentimiento” y el “rechazo”, sucede entonces una especie de milagro de verdad y transfiguración. Los que acceden a este universo creado por el arte, ven el mundo que conocen, reconocen el sello particular del artista y, al mismo tiempo, llegan a vislumbrar algo escondido en la realidad misma, del cual todos tienen idea pero que habitualmente se les escapa: “Entonces surge –dice- de tanto en tanto, un mundo nuevo, diferente del de todos los días, y sin embargo el mismo, particular pero universal, lleno de inseguridad inocente, suscitado por algunas horas por la fuerza y la insatisfacción del genio. Es esto y sin embargo no es esto, el mundo es nada y el mundo es todo: he ahí el doble e incansable grito de todo artista verdadero, el grito que lo mantiene en pie, con los ojos siempre abiertos, y que, de tanto en tanto, despierta para todos, en el seno del mundo adormecido, la imagen fugitiva e insistente de una realidad que reconocemos sin haberla nunca encontrado.” (II, p.1091) En esta afirmación de sabor platónico, Camus ratifica lo dicho en sus ensayos. Habla de una realidad trascendente que el arte hace patente, cuyos indicios se revelan al artista atento a la belleza del mundo y de los seres. La belleza, para Camus, es la otra cara del mundo, como decía en su ensayo El revés y el derecho: el “revés” de lo cotidiano, del dolor, de la miseria; es esa “película” casi imperceptible que luce en las cosas en ciertos momentos privilegiados, tras los cuales parece eclipsarse. En su ensayo capital, El Hombre rebelde, Camus había observado que el anhelo de belleza es constitutivo del ser humano, y por eso caracteriza a la “rebeldía” como un movimiento espontáneo de reivindicación: de la esencia humana y de la belleza a la vez. Todos ansían la belleza, pero el artista, además, vela, al acecho, para descubrirla y captarla. La belleza es “promesa” –agrega en ese ensayo- , y el artista tiene, a diferencia de los demás hombres, la capacidad de explicitarla plenamente en la obra de arte. El arte hace posible la concreción de esta “trascendencia viviente” que, aunque esquiva, está presente en este mundo, como un secreto o un anuncio. A través de la belleza se trasluce un “plus” en las cosas, que remite a algo más, en la realidad, si bien no “más allá” como en la concepción ideal de Platón, sino en este mismo mundo. En todos sus ensayos líricos, nuestro autor se ha dedicado a indicar su aparición gozosa en paisajes y rostros. Subraya siempre este efecto de gozo y también de apaciguamiento gracias al cual el hombre que contempla la belleza siente que hay un preestablecido parentesco y “acuerdo” entre él y “este mundo”. De allí deduce que no es necesario más. “Aprende –dice en Bodas- que “no existe una felicidad sobrehumana ni eternidad fuera de la curva de los días” (B, II, p.75). Y en El Hombre Rebelde insiste sobre esa “trascendencia viviente, de la cual es promesa la belleza, que puede hacer amar y preferir, a cualquier otro, este mundo mortal y limitado” (HR, II, p.662) En el Discurso de Suecia declara que al artista le corresponde cumplir esa promesa al darle “forma” a esa realidad trascendente que “huye en el devenir perpetuo”. Conclusión de esperanza: Alegrémonos en cuanto hombres y en cuanto artistas El artista ha de dar su “consentimiento” a este aspecto luminoso, mientras al mismo tiempo dice su “rechazo” a lo mezquino, incompleto, injusto. Asumir estas dos caras implica lucidez y audacia. No simplificar, no mentir, y asumir el ideal, son desafíos, y virtudes que él propone a los escritores. Después de haberlos alertado acerca de dos tentaciones de “facilidad” que se dieron en el siglo XX (los cómodos divertimentos y el conformismo a una realidad de tipo ideológico-partidista), concluía animándolos con esperanza: “hoy el renacimiento depende de nuestro coraje y de nuestra voluntad de clarividencia” (DS, II, p.1093). Esto fue expresado hace cincuenta años por un autor joven, que acababa de cumplir 44 años, y que habría de morir tan sólo dos años después. Llaman la atención estos datos cronológicos cuando se piensa que el Premio Nobel le fue otorgado (como es costumbre) por su “obra completa”, que, por cierto, era muy extensa. Sin embargo ¡cuánto más hubiera podido escribir de acuerdo con su ideal! Tanto más nos tocan las propuestas del autor galardonado, si notamos que se atiene a ellas para tratar de cumplirlas él mismo creyendo que le quedaba mucho por hacer todavía para realizarlo, y que la muerte tronchó este proyecto. Hoy en día, ya que las condiciones del mundo siguen siendo difíciles, podemos hacer nuestro nuevamente su desafío: “El tiempo de los artistas irresponsables ha pasado”, pues “ciertamente, hay pocos ejemplos en la historia, de artistas confrontados con tan duros problemas. Pero, justamente, cuando las palabras y las frases, aún las más simples, se pagan en peso de libertad y de sangre, el artista aprende a manejarlas con medida. El riesgo hace clásico, y toda grandeza tiene su raíz en el riesgo.” (DS, II, p.1093) “Esta prueba nos da ocasión de ser auténticos, y aceptaremos el desafío.” “Prueba de fuego”, de la que se salvarán las obras “cuyo metal sea puro” (id). Esto vale para nosotros. Si otra vez se rescata la “libre esencia del arte”, se verá también que las obras artísticas poseen “fuerza de emancipación” al despertar en los hombres los valores de “dignidad”, que los enriquecen y los reúnen justamente en torno a esa dignidad. Si otra vez se hace “resplandecer para todos la verdad, siempre amenazada”, verdad que implica dar testimonio de la miseria y grandeza del hombre, entonces podremos hacer nuestra también su conclusión alentadora: “Alegrémonos” –dice-. “Alegrémonos, en efecto, de haber visto morir una Europa mentirosa y cómoda, y de encontrarnos enfrentados a crueles realidades. Alegrémonos, en cuanto hombres, pues se ha derrumbado una larga mistificación y porque vemos claro lo que nos amenaza. Y alegrémonos en cuanto artistas, arrancados al sueño y a la sordera, ante la miseria, las prisiones, la sangre, si ante este espectáculo sabemos guardar la memoria de los días y de los rostros; si, inversamente, ante la belleza del mundo sabemos no olvidar a los humillados, entonces el arte occidental reencontrará su fuerza y su realeza.” (II, DS, p.1094-5). Bibliografía: Albert Camus: Essais, Paris, Gallimard, 1965, tomo II, citado: Discours de Suède : DS ; L’Homme Révolté : HR ; Noces : B. Las traducciones son nuestras. Dra Inés de Cassagne