la moral del cristiano ayer y hoy

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PHILIPPE WEBER
LA MORAL DEL CRISTIANO AYER Y HOY
Continuidad y novedad, unidad y diversidad, caracterizan a todo organismo vivo
incluyendo la fe cristiana. En la cultura occidental existe un gran interés por saber el
"por qué" y el "cómo" de la continuidad.. Pero, a menudo, esto plantea un problema.
¿Puede cambiar la moral, cristiana? Esta pregunta la encontramos entre los creyentes
a los que les parece más importante cuanto que, para muchos, lo esencial del
cristianismo parece estar en su, moral y, en los principios en los que se abastece. El
artículo contribuye a clarificar esta cuestión.
La morale du chrétien, hier et aujourd' hui, La foi et le Temps, 20/2 (1990) 101-121
Cuando se habla de moral hay que distinguir tres significados diferentes de este
término, aunque interrelacionados: las costumbres o la "moralidad", es decir el conjunto
de actitudes adoptadas por una colectividad humana; los principios, las leyes o normas
teóricas que inspiran esta moralidad y que permiten evaluarla; finalmente, la reflexión
sistemática del filósofo o teólogo-sobre las costumbres y lo que las inspira. Aquí nos
referirnos, principalmente, a la evolución de los principios morales sin perjuicio de
subrayar también su relación con la experiencia concreta y la reflexión de los
moralistas.
PERMANENCIA DEL CAMBIO
Una rápida ojeada a través de, la historia de la moral cristiana evidencia una singular
mezcla de continuidad y de cambios, ocasionados s éstos, fundamentalmente, por la
cultura ambiental {filosofía, ciencias y técnicas; política, etc.). Pero eso no significa que
los cambios se refieran a los aspectos secundarios, ya que la diferenciación entre lo
esencial y lo accesorio ha ido variando con la historia. Así, por ejemplo, no hace mucho
tiempo que nació una moral social preocupada por las exigencias particulares de la
justicia entre los grupos.
Estas modificaciones se circunscriben en una larga tradición ya que, incluso en el
Nuevo Testamento hay acentos diferentes en función de los contextos particulares de
donde surgen los textos. El más claro ejemplo de ello lo encontramos en la oposición,
por lo menos relativa, entre una moral de los hechos como la preconizada en la epístola
de Santiago, "y la concentración sobre la sola fe en la epístola de Pablo a los Romanos.
Si el mensaje cristiano está encarnado y si entra en diálogo con las culturas con las que
entra en contacto, es justo y bueno que esté marcado por su entorno y que la forma con
que, la Iglesia comprende y expresa su fe esté sujeta a cambios. Con esta óptica es
preciso interpretar la bella expresión del vaticano II la Tradición viva. Pero
precisamente por ello no de los grandes roles de la reflexión teológica y del diálogo
ecuménico, consiste en determinar cuáles son los límites tolerables de estas mutaciones.
Por otro lado, lo s pastores y formadores deben tener en cuenta que aceptar los cambios
no es nada fácil. Pues se tiende a asociar lo religioso con lo inmutable, no considerando
como verdaderamente obligatorio lo que no suene a eterno. Sin embargo se redescubre
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actualmente que todo, incluso la comprensión del Dios salvador, es histórico, es decir
situado en una época y cultura determinadas influenciado todo ello por la situación
concreta de las personas y de los grupos. Por grande que sea el esfuerzo de objetividad
de los exegetas, la re- lectura de la Biblia vendrá marcada por la lengua, las necesidades
o los métodos de exégesis dominantes en uña sociedad determinada.
Esta insistencia en la historia exige el aprendizaje de un cierto sentido de lo relativo y
qué no se presente, demasiado rápidamente, una norma como eterna. En este sentido
conviene redescubrir la necesidad de lo relativo o de lo contingente. La vida está tejida
de elecciones provisionales. Pretender determinar únicamente sobre la base de leyes in
mutables absolutamente universales, significaría renunciar a vivir. La historia de la
Iglesia testimonia multitud de cambios a través de los siglos en cuestiones morales. No
hay ninguna razón para: que esta situación cambie aunque ello signifique para los
creyentes una cierta inseguridad, una constante humildad y permanente búsqueda Estos
son, precisamente, los elementos característicos de la fe cristiana.
Entre los factores que permiten el progreso de la Tradición, el Concilio Vaticano II cita
la contemplación y el estud io y la predicación de los sucesores de los apóstoles. Podría
añadirse también la vida en sus múltiples manifestaciones. En todo caso el texto
conciliar, muestra cómo la historia del cristianismo y de su moral es el resultado de la
actividad del conjunto de los creyentes que ha contribuido, a su manera, á la lenta
germinación de la Tradición viva. Los pastores han recibido la misión de interpretar y
guiar con autoridad están llamados a centrar su reflexión sobre el Evangelio y sobre
Cristo; pero también están invitados a favorecer los nuevos desafíos y una participación
creativa a partir de ellos. Tras el Soberano Pastor deben mostrar, del modo lo menos
autoritario que sea posible, el camino a seguir en un contexto concreto. Así, colaboran a
la evolución de la Tradición y a uña evangelización adaptada y renovada. Se trata de
"corresponsabilidad" a todos los niveles de la vida de Iglesia. Los pastores tienen la
función de ser reguladores de la reflexión moral.
CAUSAS DE LOS RECIENTES CAMBIOS
El Concilio Vaticano II ha esbozado nuevas orientaciones. Basta con comparar los
documentos pontificios de principios de siglo con los actuales para descubrir el camino
recorrido y las diferencias tanto en el estilo como en los contenidos. Pero conviene notar
que pensadores como J. Leclercq, J. Fuchs o K. Rahner tuvieron el mérito de dar forma
a las orientaciones inscritas en la vida de comunidades concretas. La investigación
histórica actual ha repudiado la historia de batallas o grandes hombres, para mostrar el
lugar de unos y otros en su contexto social. También la historia de la moral es tributaria
de la experiencia de grupos y personas que, impulsados por las exigencias de su fe y las
llamadas de la época, han buscado respuestas en consonancia con el Evangelio y con el
hombre.
Entre otros factores, tres elementos parecen haber influenciado la evolución de la
moraren los últimos decenios. Cada una de ellos corre el peligro de desviacionismo. El
rol de la reflexión creyente es el de prevenir y evaluar qué papel corresponde a estas
novedades en el organismo complejo de la moral cristiana. En este delicado
discernimiento es evidente que tanto el cambio como la fijación en el pasado presentan
riesgos que es preciso afrontar.
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a) Una nueva representación del hombre
La imagen que se tiene del hombre, de sus posibilidades y destino influye directamente
en la
moral. Las divergencias entre moralistas cristianos provienen de antropologías
diferentes no puede darse moral sin antropología. Además del redes cubrimiento de la
persona humana como centro de relación, tres factores parecen determinantes en el
desarrollo actual de la moral católica.
1. La insistencia sobre la libertad individual
Inaugurado por el Iluminismo (siglo XVIII) que, en Alemania, Inglaterra y Francia
subrayó el papel predominante de la razón, el liberalismo desarrolló, en el siglo XIX la
iniciativa individual. Después de las dos guerras mundiales se considera como un valor
fundamental la libertad individual y los derechos que la favorecen. No es casual, pues,
que la Iglesia católica, a pesar de las reticencias históricas, haya terminado defendiendo
la causa de los derechos del hombre y la libertad religiosa para todos. Así, a una moral
centrada en la sumisión, libremente consentida, a la autoridad o a la colectividad, ha
seguido una moral en la que la conciencia personal ocupa un primer plano.
En tal contexto, la mentalidad contemporánea tiende a supervalorar al individuo cada
uno es soberano en su obrar moral. En lo sucesivo la singularidad es lo que se valora en
detrimento de lo universal. Esta situación comporta varias consecuencias. La primera
consistirá en la enorme importancia que tiene la educación moral para ayudar a que cada
uno decida lúcidamente en un mundo pluralista, en constante cambio e imprevisible.
¿Cómo formar las conciencias? ¿Cómo, en una cultura individualista, sensibilizar a cada
uno para que se interese por el conjunto? ¿Cómo desplegar una educación de la libertad
que no sea violenta?
La segunda consecuencia del redescubrimiento de la libertad la encontramos en la.
responsabilidad individual, menos coaccionada que antaño y que obliga a los individuos
a decidir por sí mismos, lo que puede resultar muy duro para algunos. Ciertas formas de
suicidio, drogadicción, uso masivo de sedantes, pueden explicarse como un medio de
huir de una libertad que se halla desamparada: Si no caen en el extremo contrario (el
autoritarismo) de un derecho espiritual, muchos grupos religiosos nuevos ofrecen una
reacción saludable contra el aislamiento, el anonimato y la sequedad característica de
las sociedades occidentales.
2. Una nueva relación con los tiempos actuales
La moral cristiana tradicional, acrisolada en sociedades de lento desarrollo, valoraba la
continuidad. La cultura occidental actual trastoca tal situación. El ritmo temporal se
acelera como se ve por los descubrimientos y las proezas técnicas. Se vive en la
provisionalidad, en el desinterés por el pasado. demasiado distinto para que resulte
iluminador. La atención se centra en el presente.
La sociedad y las instituciones actuales no valoran la perseverancia y la fidelidad, sino
la flexibilidad y la adaptabilidad a las novedades. Esta redefinición de la experiencia de
lo temporal no se hace sino es a base de cuestionar aquellas instituciones que se
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presenten como garantes de la tradición. Los compromisos duraderos o definitivos
aparecen como difícilmente aceptables. El cristianismo parece que no pueda vivirse sino
es en el presente y la fidelidad que, como indica su etimología, es sinónimo de fe, aflora
más la verdad de lo inmediato que la perseverancia en la obra comenzada.
3. La búsqueda de la felicidad
La libertad individual y la fascinación por el presente confieren a la búsqueda de la
felicidad características específicas. El término felicidad, cuando no es el de placer, ha
llegado a tener una importancia enorme, hasta tal punto, que se habla del derecho a la
felicidad. No se le considera como una añadido inesperado o una póstuma
compensación, sino un valor deseable que debe ser conseguido inmediata y totalmente.
Estamos lejos del ascentismo kantiano.
Por otro lado, aunque la felicidad que busca la sociedad occidental incluye las buenas
relaciones con los demás (la familia, los compañeros, la comunidad...), sin embargo
destaca un cierto hedonismo individual: el placer sensible ocupa un lugar capital. Se
habla de un "neoromanticismo": gozar el instante y al máximo. Sin ceder a lo atractivo
de esta concepción, el pensamiento cristiano, en contraste con los manuales del pasado,
intenta mostrar hoy, con prudencia, que el amor de sí mismo forma parte de la vocación
cristiana y que bien podría incluir una cierta búsqueda de placer.
Con la insistencia en la libertad individual, la inmediatez y la búsqueda de la felicidad
terrenal, aparecen nuevos valores; que son propagados por los medios de comunicación.
Al cristiano se le plantea el problema de si pueden ser integrados en una moral
fundamentada en el Evangelio y de si pueden darse posturas diversas frente a estos. Esto
sería posible en la lógica de un pluralismo que tanta importancia concede a la libertad
individual. Aún más, sería: necesario que el espacio de las diferencias compatibles con
los ejes del evangelio fuera redefinido. Con flexibilidad, en todo caso, dado el influjo de
los medios de comunicación; hay que reflexionar, a fondo, sobre el rol, el lenguaje y los
hitos de la moral en la actualidad.
b) El impacto de las ciencias sobre la moral
Es significativo que muchos de los buenos moralistas actuales conozcan bien las
ciencias humanas como la psicología, sociología, economía: Los métodos de trabajo y
determinadas conclusiones teóricas de las ciencias influyen en la reflexión de los
moralistas de tal manera que el diálogo entre unos y otros se desarrolla sobre cuestiones
de interés común, como la economía. bioética, etc. En este contexto se plantea de nuevo
la articulación entre las ciencias que hablan "de lo que es" y las que pretenden
comprender e indicar "lo que debe ser".
1. El rol de las ciencias humanas
La función última de las ciencias humanas y sociales podría definirse como la de servir
a la libertad. Tratarían de inventariar y explicar los determinismos que conducen la
acción colectiva y personal.
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Esta libertad podría definirse, en una primera aproximación, como la posibilidad de
elaborar y de ejecutar un proyecto sin estar forzado por factores internos ni por
elementos exteriores, tal y como propone el Vaticano II (Gaudium et spes, n° 17). Las
ciencias humanas y sociales no deben determinar lo que es el bien moral, sino más bien
analizar qué posibilidades existen y cuáles son las raíces y los riesgos de cada opción:
En la práctica, determinadas ciencias pueden suministrar, además, técnicas susceptibles
de salvaguardar o ampliarlas posibilidades de acción colectiva o personal.
Los efectos del discurso moral. Una de las mayores interpelaciones que dirigen las
ciencias a los moralistas consiste en recordarles que no todo es posible en la vida real y
que los valores, para ser actualizados, requieren ciertas condiciones sociales,
psicológicas, culturales, etc. Les recuerdan que no basta con querer, y menos aún con
saber, para poder actuar humanamente. Sin duda, el orden morar comporta siempre un
aspecto de utopía; el verdadero bien siempre está, de alguna manera, más allá de las
posibilidades del sujeto. Por eso, no llega a realizarse totalmente. Pero no por ello debe
verse como algo imposible, Ó que no pueda llevarse a cabo aunque sea parcialmente; o
lo que sería aún peor, como algo capaz de culpabilizar indebidamente a quien, por
alguna razón, se vea imposibilitado de cumplirla ley moral. De ahí la insistencia actual
sobre la formación de la conciencia, sobre la "gradación", y sobre la necesaria distinción
entre culpabilidad subjetiva (falta moral o pecado) y el desorden objetivo.
Los ejemplos podrían multiplicarse. En el terreno de la psicología, ciertos retrasos en el
desarrollo podrían conducir a comportamientos inaceptables para el moralista, aunque el
sujeto sea incapaz de corregirlos. La solución no está en exhortar o amenazar con
sanciones, sino en recurrir a los métodos terapéuticos disponibles. En el plano social se
subraya la considerable influencia de las estructuras y del entorno social en los
comportamientos individuales. En un grupo humano, en donde domine la violencia o la
miseria, la libertad personal está seriamente hipotecada, y los moralistas deben tenerlo
en cuenta.
La crítica del discurso moral. Además de los efectos del discurso moral, las ciencias
humanas se preocupan de analizar sus raíces. Sin negar el papel de la reflexión en la
producción del discurso moral, se destaca, sin embargo, que toda palabra está enraizada
en una cultura, en una educación concreta, en una psicología y lenguaje determinados.
La reflexión jamás es pura. Elementos no-racionales intervienen siempre en el discurso
del teólogo o filósofo. Todo discurso revela algo de la persona que lo produce y de sus
circunstancias. Las ciencias humanas contribuyen a mostrar, más allá de los motivos
confesados y/o conscientes, porqué una autoridad decide expresarse sobre una cuestión,
y porqué lo hace de una manera concreta.
Este tipo de análisis sobre las raíces del discurso moral ¿perjudicará su credibilidad?,
¿se relativizará la autoridad? Aunque no dejará de ocuparse sobre el hombre y su
vocación, sí es cierto que deberá tenerse en cuenta que también en lo religioso toda
expresión humana es tributaria de una situación particular y que sólo se comprende en
su contexto. Todos los documentos fundadores del cristianismo, empezando por el
Nuevo Testamento, son producidos por mediaciones particulares que los ma rcan con su
impronta. Es preciso interpretarlos para discernir cómo y a través dé qué mediaciones
humanas se expresa algo del proyecto divino sobre la humanidad. Aunque algo sea
considerado infalible, cosa poco corriente en moral, no es exhaustivo y, por tanto, puede
ser completado y, por lo tanto, corregido por afirmaciones posteriores.
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2. El método científico
Aunque actualmente puede acusarse un cierto desencanto respecto a las ciencias
positivas, su método de trabajo se impone como el mejor. Se da así, en muchos, la
tentación de oponer el método de las ciencias positivas (física, biología, química, etc.) al
de otras disciplinas (teología y filosofía), consideradas arbitrarias, metodológicamente,
y subjetivas.
Ciertamente, el cientismo de antaño no encuentra apenas defensores en cua nto a que
sólo las ciencias positivas permitirían proporcionar referencias creíbles para la vida y el
pensamiento. Pero la esperanza de edificar una moral objetiva, permanece en muchos.
Hace algunos decenios una corriente de filosofía moral, inspirada en la sociología,
identificaba la moral con la descripción rigurosa de las costumbres y de las i' deas
dominantes en una sociedad determinada. Tal reducción de la moral al análisis de un
estado de hecho es hoy día, muy criticado. Lo que es, no puede ser considerado como lo
que debe ser. Los hechos no son nunca normativos. A pesar de; ello, el problema de la
relación entre teoría y experiencia no ha sido aún resuelto.
Podría aclarar tal situación una aplicación del método científico a la moral, aunque con
las transposiciones y matices adecuados. En el cristianismo muchos pensadores
defienden que, al igual que en las ciencias, la moral tenga en cuenta la experiencia
concretar Tal corriente estaría en la línea de revalorar la metafísica clásica, en otro
tiempo dominante en la iglesia católica, en su agere sequitur esse (el obrar sigue al ser):
Sin entrar en polémica con tal aseveración, podría decirse que lo contrario no es menos
exacto; esse sequitur agere (el ser sigue al obrar). En consecuencia, el discurso
metafísico sobre las esencias podría modificarse en función de la experiencia, es decir,
según las gentes viven y actúan. Si los frutos revelan al árbol que los lleva, éste no es
indiferente a lo que produce y al uso que de ellos se hace. La fe personal es, en parte, la
resultante de las prácticas manifestadas.
En este contexto dialéctico entre la teoría y la acción, los principios morales están
presentes como hipótesis cuya verdad tendrá que verificarse por las prácticas que
generan. Ciertamente, no hay que olvidar la desviación fecunda que siempre separa los
principios y la vida. Del mismo modo que en el método científico, habrá una corrección
recíproca permanente entre la teoría y la práctica. El método del moralista articulará
también la inducción y la deducción.
Tal perspectiva no provocará reticencias notables, ya que los principios propiamente
cristianos permanecen intangibles. Ciertamente, las orientaciones evangélicas son algo
más que hipótesis; se trata de la Palabra de Dios. Sin embargo, los textos bíblicos deben
ser interpretados. Los conceptos centrales como el amor, la justicia, la fe o la liberación
pueden ser definidos de maneras parcialmente diferentes. La experiencia concreta puede
intervenir para rectificar o completar una interpretación previa. La reciente historia de la
moral cristiana evidencia que la forma de definir y de vivir el amor es tributaria tanto de
la experiencia como del progreso de las ciencias humanas. Los cambios que ha
conocido la moral católica no se deben sólo a la reflexión teológica o a la flexibilidad de
las autoridades; cuenta también la experiencia cristiana, el contexto cultural o la
confrontación con otras formas de pensar. ¿Hay que entristecerse por esta situación o
intentar ocultarla para salvaguardar una determinada forma de credibilidad? Es dudoso.
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En primer lugar porque la verdad tiene sus derechos; y también porque la cultura
occidental no considera que el inmovilismo sea algo valioso y verdadero.
El dato revelado no deja de ser releído y reinterpretado a través de los siglos y de las
culturas. La fidelidad de los discípulos al Maestro no consiste sólo en conservar o
repetir, sino que es creadora. Con viene evocar la acción del Espíritu de verdad, agente
primordial del diálogo entre la teoría y la práctica. Gracias a las ciencias humanas puede
advertirse el vínculo entre el discurso moral y la experiencia vivida. Esto no sólo debe
reconocerse sino, además, valorarse.
c) Una nueva relación en las fuentes
El elemento más conocido cuando se evoca la reciente evolución moral es,
innegablemente, una nueva relación con el corazón y la fuente de la Revelación: el
mensaje bíblico. Ahí está la guía que ilumina toda la reflexión teológica. En lo sucesivo
la Biblia debe ser tratada con la honestidad y seriedad que exige todo documento
histórico, y mucho más si es portador de la misma Palabra de Dios. El Magisterio y la
experiencia del pueblo cristiano son componentes esenciales de la Tradición viva, en la
cual debe ser leída la Biblia. Por ello no hay que buscar en los textos bíblicos o en la
exégesis la única o definitiva palabra que Dios quiere comunicar a los Suyos: la
recepción y la interpretación de la Iglesia contribuye a la comprensión de la Palabra de
Dios. Sin embargo esta Tradición debe, en cada época, dejarse cuestionar por el
Mensaje bíblico para verificar si los discípulos permanecen fieles a lo esencial del
mensaje legado por los apóstoles.
Tres elementos, por lo menos, hay que tener en cuenta al relacionar la renovación de la
moral y el retorno a la Escritura.
1. El primero es el redescubrimiento de la diversidad interna de la Biblia y,
particularmente, del Nuevo Testamento. Los autores bíblicos perciben, de diferente
modo, Dios y sus llamadas. De ahí la diversidad de iglesias cristianas y la diversidad de
las distint as espiritualidades en la Iglesia misma. La manera de presentar a Jesús o su
relación con el Antiguo Testamento, la relación entre la fe y las obras, el lugar del
Espíritu, etc., lo atestiguan. En la base de estos múltiples acentos se encuentra la
preocupación de los autores por, reunir la problemática y las experiencias de las
comunidades a las que ellos se dirigen.
Este pluralismo interno del Nuevo: Testamento en el terreno de la moral como en el
dogma, cuestiona el buen uso de dicha diversidad. ¿Es preciso intentar una
conciliación?, ¿debe privilegiarse alguna aproximación determinada?, ¿es preciso
mantener la diversidad y aceptar que suscite posiciones diferentes en el interior de la
Iglesia? Aunque son posibles diferentes opciones, actualmente la última hipótesis
parece más aceptable sobre todo por causa del ecumenismo.
2. El segundo aspecto importante de renovación bíblica está centrado en la experiencia
de los personajes evocados en la Escritura y su vínculo vital entre su fe y su obrar. Para
el cristiano la figura de Jesús y su ley constituyen el centro a partir del cual debe
iluminarse. Se valoran las narraciones tanto como los discursos, aplicándose en mostrar
su coherencia y, en el caso de los discípulos; las diferencias entre los compromisos
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concretos y las convicciones profundas. En resumen, la Biblia es una colección de
historias vividas y de relatos sugerentes, mucho más que una colección de doctrinas
abstractas y de normas morales.
En el núcleo del Nuevo Testamento está, sin duda, la caridad que se descubre como
primera expresión de la fe. Amor cristiano que en Cristo se hace preferencial, es decir,
renuncia a ciertas tareas en favor de otras más urgentes.
3: Un tercer` 'y último aspecto capital del retorno a la Escritura lo encontramos en el
papel del Espíritu Santo. Para Lucas y Pablo el motor principal de la vida de Jesús y de
su cuerpo eclesial no consiste en una doctrina ni en una convicción, sino en el Espíritu
divino que es la fuente inagotable de verdad y de vida, de unidad y de diversidad.
Este redescubrimiento del Espíritu no es indiferente para los moralistas. Ciertamente
podría ocasionar un cierto tipo de libertinaje iluminado que, en nombre del Espíritu
pretendiese que "todo está permitido"; podría correrse el riesgo de descuidar la labor de
discernimiento y de reflexión dentro de la Iglesia de replegarse en un cristianismo que
ignore el drama del mundo. Pero el sobresalto pneumatológico actual es importante,
pues permite redescubrir lo que es la "dinámica de lo provisional". La iglesia y los
creyentes se sienten arrastrados en un movimiento permanente e imprevisible que no
permite identificar, sin más, una moral determinada con la Palabra de Dios. Por su
característica mudable e inasequible, el Espíritu recuerda que, aunque indispensables,
las decisiones humanas sólo son medios o ayudas para garantizar la salvación, jalones
en un caminar hacia el Reino que al igual que en el pasado no han desvelado aún todas
sus virtualidades.
Tradujo y condensó: JOSÉ ANTONIO GARÍ
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