El pacto republicano

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El Clarí-n de Chile
El pacto republicano
autor Armando Uribe Echeverría
2009-11-28 14:58:20
A pesar de su muy antigua invención, la forma de gobierno llamada democracia en Atenas o república en Roma se
demoró decenas de siglos en imponerse como un modelo cuasi universal. Sin ser la primera de las repúblicas, la
República francesa parece haber sido sin embargo el ejemplo que fundó las democracias representativas modernas.
La Primera República duró poco (1792-1799), ya que no convenÃ-a a los intereses permanentes de los banqueros
suizos que financiaron la revolución de 1789: captar una parte del poder polÃ-tico y controlar desde allÃ- los procesos
económicos. Acabó en el Imperio de Bonaparte, y éste en el restablecimiento de la monarquÃ-a plurisecular. La
Segunda República duró aún menos (1848-1851), y asustó tanto a los aristócratas y a los burgueses que se
prometieron nunca más dejar que el pueblo se envalentonase al punto de querer gobernar. La Tercera República nació
del desastre militar de la guerra franco-prusiana en 1870 y del aplastamiento de la Comuna de ParÃ-s y con ese crimen
cambió de naturaleza: quienes fundaron ese régimen (1871-1945) admitieron que la república no era necesariamente
el gobierno del populacho, sino que podÃ-a ser también el mejor de los modelos polÃ-ticos para los negocios. Los
monarquistas franceses —a veces mano a mano con los fascistas de la época— creÃ-an aún en 1940 que la monarquÃ-a e
el mejor modelo de gobierno; desafortunadamente, buena parte de ellos aplaudieron a la ocupación de Francia por los
soldados de Hitler y al gobierno de colaboración del mariscal Pétain. Los resistentes (de todos los colores polÃ-ticos,
pero con una mayorÃ-a de izquierda) agrupados en torno al general de Gaulle llegaron a la cabeza del paÃ-s al final de la
guerra, y en 1945 de Gaulle, un aristócrata, garantiza el nacimiento —mediante una Asamblea Constituyente y un
referéndum— de la Cuarta República (1946-1958) y más tarde de la Quinta (1958- ). Más allá de las peripecias que
hicieron que Francia se dotó de una nueva Constitución apenas doce años después de promulgada la de 1946, el
hecho polÃ-tico fundamental que apareció inmediatamente después de la Segunda Guerra mundial y que sigue vigente
en Francia hasta hoy es lo que se podrÃ-a llamar un Pacto Republicano.
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La pugna de ideas, de clases, de intereses que cubrÃ-an los términos de monarquÃ-a y república pasaron a ser la pugna
entre la derecha heredera de los monárquicos, de los bonapartistas (partidarios de Napoleón III, “su poquedad― como lo
llamaba Victor Hugo) y de la derecha republicana fundada en el XIX por Thiers, por un lado, y la izquierda heredera de
los republicanos de 1789, de 1948 y de la Comuna de ParÃ-s de 1870, por el otro. En 1946, después de haber luchado
juntos durante la guerra (los colaboracionistas desaparecieron por asÃ- decir del mapa polÃ-tico), esa derecha y la
izquierda francesas pactaron lo que habrÃ-a de formar el zócalo común de intereses de todas las partes, en materia de
instituciones, de educación (obligatoria, laica y gratuita — y libre, es decir permitiendo la existencia en paralelo de la
escuela privada) y de protección social y salud (creación de la Seguridad Social, del sistema público de pensiones, de
las redes de la Asistencia pública — hospitales, clÃ-nicas, etc.).
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En el mes de abril de 2007, entre las dos vueltas de la elección presidencial francesa en la cual se enfrentaban Nicolas
Sarkozy y Ségolène Royal, estuve cenando en casa de un gran banquero parisino. Uno de sus asociados —un señor ya
de mucha edad— me preguntó de repente qué pensaba yo, como extranjero, de estas elecciones. Le respondÃ- que me
parecÃ-an elecciones de lujo, y que las diferencias polÃ-ticas y, por ende, programáticas entre los candidatos, eran
claramente diferencias de matices, nada más : un poco más de recursos para la Seguridad Social o para la Educación
superior, o un poco menos; un poco más de impuestos para los más ricos o un poco menos, etc. Porque todo se da, en
efecto, en el marco de una democracia madura, seria, en la cual los principales partidos habÃ-an desde hace más de
sesenta años, precisado lo que entendÃ-an todos ser el interés común, el interés general. Lo que se puede definir como
un Pacto Republicano. ¿Cómo le hice entender el valor de ese lujo? Explicando, por comparación, la situación
polÃ-tica y social chilena, no tan diferente, en fin de cuentas, en materia de participación popular, de democracia, de
representatividad, a lo que habÃ-a sido el Chile de los gobiernos oligárquicos coloniales. El sueño de ser un paÃ-s de
verdad, un paÃ-s moderno y no arcaico, duró de Portales a Allende. Se transformó en pesadilla con los militares, y en
grisácea caricatura con la Concertación.
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El proyecto revolucionario de la izquierda hoy, de la izquierda democrática y plural a la chilena, es llegar a ese punto,
fomentar ese consenso polÃ-tico, ese Pacto republicano que sirva de base a una convivencia realmente apaciguada. No
es el proyecto ni de Piñera, ni de Enriquez-Ominami, ni de Frei —ni el de todos sus seguidores.
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Es el proyecto de Arrate. Es el proyecto del Partido de Izquierda de Chile.
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