Gracias por haberme salvado la vida

Anuncio
pikara magazine
http://www.pikaramagazine.com
Gracias por haberme salvado la vida
Nací en una familia totalmente estructurada y funcional con roles tradicionales de los que bebí.
Repetía paso por paso los modos de actuar mamados. Los cuentos que me leían, los que
posteriormente leería yo, mis juguetes, la televisión, las revistas, la publicidad y mi entorno, me
hicieron creer que calladita y complaciente estaba más guapa. Y yo, cómo cualquier niña,
adolescente y persona adulta que aspira a ser “normal”, sólo quería resultar agradable, para
encajar en el mundo que me había tocado, y vivir felizmente. Así que no me molesté en darle
demasiadas vueltas a nada. Hacía lo que me decían.
No sé si fue una decisión o si en realidad apenas tuve margen de maniobra, pero desde que
empecé a hablar, he sido un encanto. Mi vida ha girado en torno a gustar al resto, para poder
gustarme yo. ¿Y qué mejor para gustar que acceder a todo lo que te piden, e incluso anteponerte
a las necesidades o deseos ajenos y ser la más detallista de la pista? Debo decir que mi caso no
creo que fuera un caso aislado, porque miro a mi alrededor y constato que nuestra valía, la de las
mujeres educadas de forma tradicional, más a menudo de lo que nos gustaría, la marcan desde
afuera. Y nosotras nos creemos lo que dicen de nosotras. Lo hacemos nuestro. Al menos es mi
caso.
¿Le cuesta a alguien entender que muchas mujeres que hemos tenido sexo sin protección lo
hacíamos no por gilipollez innata, ni desinformación, sino por seguir con nuestro rol de mujeres
complacientes?
Todo iba bien en la niñez y en la adolescencia temprana. Pero cuando empecé a tener encuentros
eróticos de coito vaginal sufrí un cortocircuito de los más heavy. Por un lado me dicen que tenga
sexo “con cabeza” y utilice anticonceptivos de barrera para prevenir lo prevenible. Por otra parte,
yo no sé si me habré relacionado con garrulos, en ciertas fases de mi vida, pero todos los tíos con
los que he estado decían la frase hecha de “No se siente lo mismo. A pelo es mejor.”
No puedo hacer otra cosa que infatilizarme, porque yo con dieciséis, diecisiete y dieciocho años,
era una niña. Una niña mayor con su menstruación y su derecho al voto, pero una niña al fin y al
cabo. Y empezaban mis dilemas internos. Yo nunca he disfrutado especialmente del coito vaginal.
Hasta los diecinueve ni siquiera sabía lo que era el clítoris. Era una de aquellas que no se
masturbaban. Así que mi exploración corporal la han hecho los novios de turno, que iban
informándome de los respectivos avances: se te ha roto el himen, tienes un coño precioso,
lubricas fatal y demás estupideces. A mí todo me la traía al pairo, yo estaba centrada en gustar. En
sentirme válida, útil, importante, especial, diferente, única: la mejor. Quiero insistir en que aunque
parezca una perturbada inestable y desequilibrada, esto se da con más frecuencia de lo que nos
gusta admitir. Basta con autoanálisis, interés o un par de sesiones de terapia para que salga todo
a la luz.
¿Tiene alguien alguna duda de por qué prescindía esporádicamente de condones, píldoras, anillos
1/6
pikara magazine
http://www.pikaramagazine.com
vaginales o sentido común, o la cosa está bien explicada? Para gustar. ¿Le cuesta a alguien
entender que muchas mujeres que hemos tenido sexo sin protección lo hacíamos no por gilipollez
innata, ni desinformación, sino por seguir con nuestro rol de mujeres servidoras, cuidadoras y
complacientes? Cuidadoras con el resto, claro está, porque a nosotras flaco favor nos hacemos
con estas prácticas de mierda.
Pero la vida son decisiones y azar. Y cuando ambas se unen, resulta que puedes quedarte
embarazada. Ese fue mi caso. La primera vez tenía 22 años, y lo descubrí con 23. Mi cumpleaños
estuvo entremedias. Me quedé embarazada de mi novio con el que llevaba un año y pico. Lo
sorprendente es que no me hubiera quedado embarazada antes. Porque hice mucho el idiota.
Hicimos mucho el idiota. Pero sobre él no recae culpa, ni bombos, ni raspados. Me quedé
embarazada un 28 de junio y descubrí que estaba encinta a finales de julio cuando no me bajaba
la regla. Tenía las tetas hinchadas como dos balones de baloncesto y me notaba inflada en
general. Yo que siempre he sido “de comer salado”, devoraba brownies y donuts. Una cosa muy
rara.
En cuanto vi el resultado del test de embarazo supe que abortaría. Lo cierto es que flipé bastante,
porque no creía que esas cosas les pasaran a gente como yo. Yo soy una tía con suerte. Con
estudios. Mi familia tiene suficiente pasta para haber vivido cómodamente. Y no soy “una de esas
perdidas” que anda por ahí. O eso pensaba yo. Porque ahora sé que en esa distinción entre “ellas
las perdidas y nosotras las correctas” no hay ninguna diferencia que no sea económica. El maldito
nivel adquisitivo de tu familia determinará si serás una de esas (utilizo este tono despectivo
parodiando la realidad) “chonis catetas que se quedan preñadas con 16, y además lo tienen”. Yo
tenía claro que abortaría. No tenía ni puñetera idea cómo. Pero lo haría.
No perdí el tiempo. Entré en Internet, busqué clínicas y concerté una cita para dentro de una
semana. Por supuesto, por teléfono me dijeron que después de esta llamada tenía que pasar al
menos un plazo de tres días en el que me pensara mi decisión. Y que después volviera a llamar.
Aborté un 4 de agosto en Estados Unidos (que era donde vivía). Pagué alrededor de 600 dólares.
En la entrada de la clínica privada en la que lo hice, había un camión con fotos gigantes de fetos
siendo atravesados por agujas. Y de bebés recién nacidos. En la misma puerta en la que yo tuve
que pasar para meterme dentro de la clínica, había un cura vestido de cura y unas seis mujeres
con rosarios, sollozando y gritando que “por favor no entres ahí”, “piénsalo, podemos ayudarte”,
“dios no quiere que lo hagas”.
Yo, hasta haber llegado allí, estaba tranquila. Había visto un par de carteles ANTI-ELECCIÓN en
el trayecto de carretera, pero no tenía duda de lo que estaba haciendo. Al ver tal espectáculo
dantesco en la clínica, me temblaron las piernas y cuando se me acercaban las mujeres con
rosarios a tratar de convencerme, yo les decía que “soy buena persona, de verdad, soy
vegetariana”. Por favor. Pobre de mí. Una cosa es querer ser complaciente y otra muy diferente
dar pena. Este acto de estupidez transitoria e ida de olla que yo tuve fue dar pena. ¿Qué hacía yo,
la encantadora niña, tratando de conseguir la aprobación de aquellos especímenes que querían
2/6
pikara magazine
http://www.pikaramagazine.com
coartar mi libertad de la manera más ridícula?
El aborto encendió la luz roja en mi cabeza. “Algo estás haciendo mal”. Cambié de novio un par
de veces y no volví a tener sexo sin condón. Hasta que tuve coito vaginal sin preservativo con un
chico que aseguraba ser estéril, y que además insistió en que quería que yo siguiera con el
embarazo.
Entré en la clínica y el hall estaba lleno de postales de agradecimiento de mujeres que habían
abortado allí. Me hicieron pasar a una sala de espera, me hicieron algunas pruebas, me
preguntaron la razón de mi embarazo no deseado y el motivo por el que no quería seguir adelante
con él. No dije la verdad, expliqué que se me había roto el condón y no tomé la píldora del día
después. En aquel entonces no sabía explicar que fue mi falta de autoestima lo que me llevó hasta
allí. La intervención fue muy breve. Recuerdo que me anestesiaron, porque así lo pedí, y para
cuando me desperté ya todo había terminado. Pasé unos minutos caminando, en una especie de
camisón, por un pasillo con otro par de chicas que también acababan de abortar. Me puse el
chándal que me aconsejaron que llevara. Cogí las pastillas que me dieron para tomar, los
panfletos informativos que me facilitaron y me dijeron que llamara al de un par de semanas para
pedir cita y que revisaran que todo había ido bien. Me fui a mi casa, me tomé las pastillas y nunca
llamé para pedir cita. ¿Volver hasta allí con esa gente en la puerta? No gracias.
Afortunadamente todo fue bien. Aunque fui una inconsciente no haciéndome el segundo chequeo,
no tuvo final fatal. Mi novio vino de visita al de unas semanas, porque estaba en Europa. De
alguna manera que no sé cómo justificar ni explicar, me sentí algo así como “importante” por
haber gestado un embrión, que se convirtió en embrión con él. Como si esto nos hubiera unido.
Hasta le pusimos un nombre al aborto. Ruth.
Ahora lo pienso y me da mucha vergüenza haber pensado y pseudo-razonado de aquella manera.
Veo que estaba desvalida, desprotegida, sin autoestima y desempoderada. Me agarraba a un
clavo ardiendo para salir a flote de aquella NADA en la que estaba sumida. En diciembre de ese
mismo año acudí por primera vez a terapia. No hablé con mi terapeuta de este tema del aborto,
pero mientras yo entre lágrimas trataba de explicar que no estaba satisfecha con nada en mi vida
y que odiaba mi forma de ser, que creía que estaba condicionada por mi educación familiar, me
diagnosticó con un tono asquerosamente condescendiente: estás anulada como persona. Escupió
las palabras como si fueran las últimas de su vida. O quizás no. Quizás fuera encantadora
conmigo. Pero creo que fue una de las primeras personas con la que fui realmente yo. Sin intentar
gustarle. Le conté mis miserias. Y me dijo que era miserable. Lógicamente.
En fin. No creo que esta breve pero intensa sesión de terapia tuviera nada que ver con el aborto.
Es más, creo que el aborto encendió la luz roja en mi cabeza. “Algo estás haciendo mal”. Cambié
de novio un par de veces y no volví a tener sexo sin condón. Hasta el día del cumpleaños del chico
con el que me estaba acostando por aquel entonces. Yo tenía la regla y él se estaba inyectando
no sé qué gaitas porque tenía un tumor no sé dónde. Así que me aseguró que era estéril. No me
3/6
pikara magazine
http://www.pikaramagazine.com
preguntéis cómo, ni por qué. Supongo que sería mi jodida manía por satisfacer de nuevo. El caso
es que tuve coito vaginal sin preservativo aquel día. ¿Cuál era la probabilidad de volverme a
quedar embarazada con la regla y con sus inyecciones? Ínfima. ERROR.
Esto sucedió a principios de octubre. En noviembre no me bajó la regla. Empecé a comer
brownies y donuts como una condenada y tenía las tetas hinchadas como balones de baloncesto.
¡OH NO! No quería hacerme el test. Pero el tío en cuestión, con el que ya había roto, pero
seguíamos quedando como amigos, insistió. Me hice el test y estaba embarazada. De nuevo. Aquí
yo ya no daba crédito. Un año y pico antes había pasado por algo muy similar, pero me la había
jugado al tener sexo sin protección bastantes veces. Esta segunda vez las posibilidades eran tan
remotas…como yo inteligente. Me he culpabilizado mucho de esta segunda vez. No tenía que
haberme quedado embarazada una segunda vez. No. Pero pasó.
Y el drama fue in crescendo cuando el tío en cuestión decidió que quería que yo siguiera con el
embarazo. Yo ya le dije que esa no era una posibilidad que barajara. Nunca he querido ser madre.
Él, insistió. Insistió. Insistió. Me seguía por la calle. Me dejaba notas en el coche. Me venía a
buscar a casa para convencerme. Cuando le amenacé con denunciarle si seguía acosándome,
empezó a mandar amigos suyos médicos a aconsejarme a casa. Fue un infierno.
Esta segunda vez ya conocía de la existencia de un Centro de Planificación Familiar. Llamé por
teléfono y pedí cita para abortar. Cuando mientras rellenaban mi ficha por teléfono me preguntaron
si había abortado antes, mentí y dije que no (una vez más por intentar salvar mi re-putación) y
cuando me preguntaron por mis ingresos y se los dije, me dijo que me correspondía una especie
de “ayuda”. Gracias a aportaciones económicas de terceras personas, las jóvenes con “pocos
recursos” como yo, podíamos costearnos una interrupción de embarazo no deseado, porque nos
pagaban la mitad en el centro. Esto fue la gota que colmó el vaso. No lloré en el primer aborto y en
este segundo tampoco hasta este momento. Pero aquí empecé a llorar como una loca. ¿¿¿¿Por
mi poca cabeza de mierda estaba quitando dinero a otros abortos de otras mujeres???? ¡¡¡Yo ya
sabía como evitar embarazos no deseados!!! ¿¿Por qué me veía envuelta en esta mierda de
nuevo??
Aquí desperté. NUNCA MÁS. Aborté. De esta vez no recuerdo demasiado. También había
personas anti-elección en la puerta. Pero lejos de buscar su aprobación, les hubiera pasado por
encima con el coche sin miramientos. Así podrían haberme llamado asesina con razón. Llamadme
burra, pero cuando tienes este percal, lo último que necesitas es gente intentando disuadirte de
llevar a cabo tu repensada decisión. En este aborto no tuve anestesia. No podía permitírmela. Salí
de allí con molestia entre las piernas. Fui directa a dar clase. Había calculado todo perfectamente
para que aquel segundo y último aborto no cambiara mi vida en lo más mínimo. Llegué a clase a
tiempo, pero antes de entrar vomité dos veces en el baño. Una compañera de trabajo me escuchó
y pensó que estaba enferma. Yo no lo desmentí. Y ahí se quedó. En clase debía estar pálida, por
lo que me dijeron. Al finalizar mi jornada laboral me fui a casa, descansé, me tomé las pastillas
pertinentes y me juré a mí misma que no volvían a pillarme en una de esas.
4/6
pikara magazine
http://www.pikaramagazine.com
Después del segundo aborto, me corté el pelo, me hice mi prioridad, saqué de mi vida a toda
persona que considerara tóxic0, me metí en grupos activistas de izquierda y LGTBQ+. Deconstruí
el maldito amor romántico. Deconstruí los asquerosos roles de género. Vivo feliz
El maldito imbécil que quería obligarme a seguir con el embarazo y dejar el neonato en sus
manos, me escribió una carta al de un mes para darme las gracias por haberle ayudado tanto en
su vida. Me decía que no supo estar a la altura de las circunstancias, que se había dejado llevar
por esto y aquello y en definitiva que le perdonara. Yo, que he sido doña segundas , terceras,
cuartas y vigésimas oportunidades, creo que me limpié el culo con aquella carta.
En cuanto caí en la cuenta de que tenía que tomar las riendas de mi vida, lo primero que hice fue ir
a la peluquería y cortarme el pelo muy corto. El pelo largo era un engorro. Necesitaba un cambio.
Quería cambios. Me hice mi propia prioridad. Empecé a dedicarme más tiempo. Ideé un plan,
gracias al que decidí que me convertiría en quién yo quería ser.
Y comenzó el proceso de construcción de mi identidad. Cambié de amistades. Saqué de mi vida a
toda persona que considerara tóxica (al acosador que expulsó esperma dentro de mi vagina
prometiéndome que era estéril el primero). Empecé a leer más. Empecé a escribir más. Añadí más
voluntariados a los que ya hacía, que incluía traducir panfletos de inglés a españoles para las
usuarias latinas del centro de Planificación familiar. Me metí en grupos activistas de izquierda y
LGTBQ+. Empecé a vivir. Deconstruí el maldito amor romántico. Deconstruí los asquerosos roles
de género. Me analicé por libre y en terapia hasta terminar exhausta y no tener ninguna duda
sobre por qué actuaba como actuaba. Me volqué en mis estudios. Empecé a leer feminismo. Me
metí en el movimiento feminista.
Y desde aquel fatídico día en el que lloré en el teléfono mientras me decían que contaba con 250
dólares para pagar los 500 que me costó este segundo aborto, soy realmente quien quiero ser.
Recuerdo que me compré una GRAN pegatina que decía PRO-CHOICE (pro-elección) y la puse
en mi coche para que todo el mundo la viera. Estaba hasta el mismísimo coño de ver pegatinas
ANTI-ELECCIÓN y de apoyo a las tropas militares en el mismo coche. Cada vez que algún coche
lleno de gilipollas me gritaba insultos (pasaba muy a menudo), yo sacaba el dedo por la ventanilla
y gritaba improperios que harían las delicias del mismísimo Satanás.
Hoy por hoy no tengo ningún trauma de aquellos dos abortos. Que yo sepa. Y que nadie me los
imponga. Porque el trauma sin consciencia, no es trauma. Es pantomima social. Sí es cierto que,
de vez en cuando, me viene a la cabeza el hecho de que podría ser madre de dos criaturas en
estos momentos. Aunque sé que de haber tenido la primera, la segunda nunca hubiera tenido
lugar. Y viceversa. Pero me cruza la mente como cualquier otra encrucijada en la que tuve que
decidirme por un camino, como haber decidido estudiar X carrera en vez de Y, por poner un
ejemplo.
Nunca jamás me he arrepentido de las dos veces que decidí abortar. En ningún momento se me
5/6
pikara magazine
http://www.pikaramagazine.com
pasó por la cabeza seguir adelante con los embarazos. Nunca. Y además, gracias a la luz roja que
se encendió en mi cerebro, ahora tengo una vida perfecta. Tengo un entorno envidiable y una
relación conmigo misma basada en el conocimiento, la aceptación y el autoamor. Cada día
aprendo más. Me río a carcajadas hasta que me duele el estómago. Me encanto. Llevo una
existencia plenamente consciente y feliz. Y todo gracias a aquella ginecóloga que me intervino la
segunda vez. Le envié una postal de agradecimiento que decía: “Gracias por haberme salvado la
vida”.
6/6
Powered by TCPDF (www.tcpdf.org)
Descargar