Ninguno llevaba chaleco salvavidas. No sabían nadar. El mar los

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Era un niño más
que intentaba alcanzar la isla griega de Kos. Su familia pagó
cerca de mil dólares a los traficantes por cada una de las plazas del bote. Eran seis, pero el
mar se cobró la vida de cuatro. Tres de ellos eran niños.
Ninguno llevaba chaleco salvavidas. No sabían nadar. El mar los engulló de un trago
y los escupió sobre la arena, donde un guardia costero recogió sus cuerpos con cuidado.
El mundo sabe hoy que el niño sin nombre se llama Aylan Kurdi, tenía tres años y
murió junto a su hermano de cinco (Galip) y junto a su madre. Con ellos viajaba también
Zeynep Abbas Hadi, madre de cuatro hijos, tres de los cuales nunca se levantaron de la
orilla.
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Lo normal a los tres años es verlos en la orilla
con el bañador y no vestidos.
Lo normal es verlos dando saltos y no tumbados
de este modo: boca abajo y de lado, como
escuchando el latido de la tierra. Si es que ésta
tiene todavía corazón.
Lo normal a los tres años es que te hagas el
muerto y no que lo seas, que sea divertido mojarte, que prefieras las olas grandes a las
pequeñas, que le pidas al hermano mayor que te entierre vivo para que saques la
cabeza y después, con el cuerpo embadurnado en arena, corras muy deprisa hacia el
mar.
Lo normal a los tres años es que poses
para una foto en un lugar como éste que ven
y que nadie tenga que pixelarte la cara.
La fotografía de Nilufer Demir ya forma
parte del álbum migratorio de la infamia: un
niño varado en la playa como si fuera un
ballenato en pantalones cortos. Si querían
una imagen que de verdad nos salpicara
como el ácido, si querían una imagen
evocadora del horror, aquí tienen una: para algunos críos el estío no es una tumbona; es
una tumba.
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Me acuerdo de la subsahariana Josephine, que estuvo una semana dándole sus
propios orines a su hija Chioma en una patera, de camino a Canarias, hasta que al
séptimo día no resucito. Me acuerdo de los que viven sin boya.
Y también me acuerdo de aquella
otra imagen cotidiana... Creo que tengo
una foto tuya con una composición
parecida, sólo que posando a gatas
mirando al mar de Conil. Sonriendo. Lo
normal a los tres años.
No vas a entender la fotografía.
Pero quiero que la mires y no olvides
una cosa: ya te he dicho mil veces, hijo,
que en las playas de verano puede
hacer un frío hondo y oscuro.
Un amigo me comentó hace
tiempo, medio en serio medio en
broma, que una de las pruebas más
palpables de la existencia de Dios es
que el hombre permanece sobre la
Tierra. Porque alguien tiene que
estar sosteniendo a esta especie que
lleva desde el inicio del mundo
intentando autodestruirse y todavía
no lo ha conseguido.
Hay momentos en los que me
vale ese razonamiento y éste es uno
de ellos. Otros piensan lo contrario,
que las guerras y las tremendas desgracias que conllevan no pueden ser permitidas por
un ser plenamente bondadoso y, por tanto, ese ser es una entelequia. Recuerdo aquel
grito del Papa alemán al visitar el campo de exterminio de Auschwitz: «¿Por qué, Señor,
permaneciste callado?»
Amigo lector, no sé cuál de estos dos pensamientos le traerá la fotografía del niño….
Pero crea en Dios o no, esa imagen desasosegante y excepcional nos debería obligar a
pararnos unos segundos a reflexionar sobre esa casi ilimitada capacidad que tiene el ser
humano de hacerse daño.
Ese niño y su familia nos tocan hoy la conciencia por la crudeza de esa imagen que
tardará tiempo de irse de nuestros pensamientos. Pero Nilufer tiene que ser para
dirigentes y ciudadanos de a pie el símbolo que nos recuerde a todas las víctimas de la
violencia, desde las mujeres agredidas, cristianos decapitados o homosexuales arrojados al
vacío….., pasando por todos los perseguidos en países en los que no existe la libertad.
…. soy optimista y pienso que esta generación también dejará a la posterior un
mundo mejor, como ha ocurrido casi siempre en la Historia. Pero, a la vez, también creo
que el mayor grado de educación y de bienestar conseguido por una parte de los
ciudadanos debe hacer mucho más responsables en nuestra relación con los que tienen
menos y viven peor o, simplemente, malviven. Y no hace falta irse muy lejos.
vicentelozano
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