UNIDAD 7. GUERRA COLONIAL Y CRISIS DE 1898

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 UNIDAD 7. GUERRA COLONIAL Y CRISIS DE 1898 Cuba fue siempre una colonia muy especial para los españoles por razones que van desde lo económico a lo afectivo. Cuba había logrado un desarrollo económico mayor que el de la Península y estaba entrando en la órbita económica de la nueva potencia en ciernes: los Estados Unidos. Los lazos entre cuba y España se mantenían, sin embargo, debido a los vínculos familiares, económicos y sociales. Las guerras anteriores (Guerra de los Diez Años) no habían finalizado con el conflicto independentista. Por el contrario, pronto volvería a resurgir con más fuerza. El conflicto cubano era percibido de diferente manera por los grupos sociales españoles y cubanos. Los campesinos y clases bajas de la isla, los llamados “mambises”, entendían que para mejorar su situación debían seguir el camino de la independencia, como hicieron los norteamericanos con Inglaterra. La esclavitud había sido abolida sólo unas décadas atrás, y la mayoría de los campesinos negros o mulatos se sumaran a la revuelta independentista. Las oligarquías criollas se habían dado cuenta de que sus intereses económicos estaban en Estados Unidos mucho más que en España. La vinculación política con España era un obstáculo que había que salvar, lo que se puede extender, en gran medida al caso de Puerto Rico y a Filipinas, los restos del vasto imperio que la Monarquía Hispánica del siglo XVI levantó. Por parte española el tema cubano se vivió con auténtica pasión. Muchas familias estaban repartidas entre Cuba y España Los intereses económicos eran enormes, especialmente en el caso catalán. De ahí que en la prensa se alentara a luchar por la identidad española de Cuba. Todos los partidos políticos de la época, a excepción del P.S.O.E., eran favorables a ir a la guerra si era necesario. El problema principal era que no era un problema típico entre colonia y metrópoli. En este caso, el conflicto será triangular: España, Cuba y Estados Unidos. Se era consciente de que, inevitablemente, España y los Estados Unidos acabarían enfrentándose por Cuba. El dilema era difícil: la crisis cubana parecía irresoluble y un enfrentamiento con los norteamericanos podría llevar al desastre. ¿Por qué se hizo la guerra? Probablemente por cuestiones de honor, orgullo y patriotismo, conceptos que para la época tenían un enorme valor. El ejército, además, no hubiera permitido la entrega sin más de una parte del territorio español. Es posible que el equilibrio político de la Restauración y la propia monarquía se hubieran venido abajo. 1 1. EL DESASTRE DEL 98: LA GUERRA DE CUBA Y FILIPINAS El 10 de diciembre de 1898 se firmó en París el Tratado de Paz entre España y los Estados Unidos de América que ponía fin a una guerra que había comenzado en Cuba en 1895 y al imperio español en América y en el Pacífico. En este tratado se determinaba que España "renunciaba " a "toda pretensión de soberanía y propiedad sobre Cuba ", que sería ocupada por los Estados Unidos el 1 de enero de 1899; España' "cedía", además, a éstos "el archipiélago de las islas Filipinas" con Mindanao y Joló, a cambio de una indemnización de veinte millones de dólares, "la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam" en el archipiélago de las Marianas. La pérdida de las colonias fue el hecho más sobresaliente de este "clima del 98", y el desastre fue un desastre militar, toda vez que a España le fue imposible defender un territorio tan disperso; para ello hubiera necesitado un potencial económico fuerte del que carecía, una marina de guerra amplia y moderna y una política internacional de alianzas capaz de frenar los intentos de los Estados Unidos. De ahí que el "98" no fuera un problema específicamente español. Otros estados tuvieron también su "98”. En todos estos estados pudo observarse una oleada de pesimismo y frustración que, en el caso hispano, se convirtió en un "desastre nacional". En el "98" español se mezclaron tres componentes que contribuyeron a ese clima: • Una larga guerra colonial. • Una guerra con los Estados Unidos, interesados en controlar el Caribe frente a las intromisiones de Inglaterra. • La inhibición de las potencias europeas ante todo ello. Para llegar a la Paz de Zanjón con los rebeldes cubanos, fin de la guerra de los "diez años" en 1878, el general Martínez Campos había ofrecido reformas político-­‐
administrativas y concesiones al autogobierno. Con estas promesas, se fortaleció en Cuba una corriente autonomista, que cristalizó en el Partido Liberal Cubano, integrado por criollos, que aceptaba la unión superior en la Corona de España. Pero frente a éste apareció la unión constitucional de los "españoles incondicionales", compuesta por las familias españolas de latifundistas, de negociantes y especuladores, y secundadas por los que eran sus cómplices en la explotación de la isla. Este partido, que reunía a la verdadera oligarquía isleña, se opuso a todo tipo de reformas por miedo a perder sus prebendas y movió todos los hilos ante los gobernadores insulares y ante Madrid. De forma que cuando Antonio Maura, ministro de Ultramar en 1893, presentó un proyecto de régimen de autonomía al Congreso, éste fue rechazado unánimemente tanto por los liberales como por los conservadores, así que se vio obligado a dimitir en enero de 1894. Fue entonces cuando se radicalizaron los sentimientos de muchos sectores de la población cubana, que comenzaron a evolucionar desde la autonomía hacia el separatismo. Pero para entonces José Martí, en 1892, ante el temor de que prosperase la línea de autonomía para Cuba, había fundado el Partido Revolucionario Cubano, netamente separatista, que contó con el 2 apoyo norteamericano. Con esta tensión que anunciaba otra guerra, el Congreso español se apresuró a aprobar en febrero de 1895 una nueva ley de autonomía para Cuba, que llegó nuevamente tarde porque en ese mismo mes, con el grito de Baire, comenzó la definitiva insurrección para alcanzar la independencia. Impulsada por Máximo Gómez, Calixto García y Antonio Maceo, presididos por Martí, respondía a una filosofía nacionalista liberal, basada en los principios de la emancipación de los pueblos oprimidos, capaz de llenar los ideales cubanos de libertad en contra de la metrópoli. La súbita muerte de este último en una emboscada proporcionó el mártir cuya venganza se iba a unir a la conciencia nacional en pro de la independencia. Las causas de este levantamiento, que acabaría con la independencia cubana, pueden verse en: • Incumplimiento por parte española de los acuerdos de Zanjón, lo que molestó a los cubanos. • La incapacidad económica española para estar a la altura de las circunstancias, lo que frenaba el desarrollo cubano, más interesado en relacionarse en su espacio natural: EE.UU. • Inadaptación legislativa a la realidad, los proyectos de autonomía para Cuba se sucedían, Paz de Zanjón (1878), proyecto de Antonio Maura (1893), pero no entraban en vigor. El proyecto de 1895 llegó ya tarde. • Auge del sentimiento nacional en Cuba, igual ocurre en Filipinas, promovido por EE.UU. Fue una guerra dura, más que por las acciones militares de tipo guerrillero, por las condiciones de la geografía, el clima y la enfermedad. Volvió a Cuba el general Martínez Campos dispuesto, por encima de todo, a la negociación. Cuando ésta fracasó, optó por pedir fuertes contingentes de tropas y llevar a cabo el aplastamiento de la insurrección con una táctica de guerrillas; y de este modo recorrió la isla de una punta a otra sin encontrar apenas resistencia. Cuando creyó que el territorio estaba dominado, pudo comprobar que la guerrilla cubana seguía actuando a sus espaldas con la ayuda de la población civil; fue entonces cuando, según confesó, al negarse a castigar a ésta para no empeorar todavía más la situación, pidió dejar el mando y volver a la península. La guerra comenzaba a alargarse y los insurrectos contaban cada vez más con ayuda material facilitada por los norteamericanos. Así que a Cánovas no le quedó más remedio que enviar al general Valeriano Weyler, militar enérgico que recurrió a medidas que entonces fueron calificadas de extraordinarias; tal fue la orden de " concentración de pacíficos" de 1897 para aniquilar la guerrilla, por la que obligó a la población civil a reunirse en zonas controladas para evitar que apoyaran a aquélla. Fue lo que la prensa norteamericana calificó de "atroces campos de concentración". Pero en el retraso de la guerra y en su balance final fue factor decisivo la intervención de los Estados Unidos, que se produjo de forma escalonada; primero, por la ayuda material a los insurrectos, con armas, municiones y dinero; segundo, por la presión diplomática directa sobre Madrid, con la propuesta de compraventa de la isla, y tercero, por la declaración final de la guerra. 3 Y en medio, dos sucesos: el presidente de Estados Unidos, Cleveland, que se había manifestado proclive a que España encontrara una solución pacífica que pasaba por la compra de la isla por los Estados Unidos, fue sustituido a principios de 1897 por el republicano y expansionista McKinley y el asesinato de Cánovas del Castillo, en agosto de ese año, que trajo el ascenso precipitado de Sagasta y el cambio de procedimiento: la puesta en práctica de una política de pacificación para Cuba basada en la concesión total de la autonomía. Para realizarla fue sustituido Weyler por el general Blanco, mientras se perdía en pocas semanas el territorio reconquistado a lo largo del último año. En efecto, desde el 1 de enero de 1898, y aunque seguía la guerra, la isla era un Estado autónomo bajo la Corona de España, teniendo sus habitantes los mismos derechos que los peninsulares, con un Gobierno propio y con un gobernador general semejante a la figura del virrey, todo según el modelo británico de la Commonwealth. A fines del mes de enero fondeó en la bahía de La Habana el acorazado norteamericano Maine con la excusa de proteger los intereses de los ciudadanos de los Estados Unidos en la isla. Al filo ya del siglo xx, era la primera acción desde su independencia que esta nación realizaba fuera de su territorio. La presencia del Maine no fue más que el resultado de una preparación psicológica de la opinión pública por parte de la prensa propiedad de dos grandes rivales, Hearst y Pulitzer, vieron en la provocación de una guerra una "nueva manera de hacer periodismo" para aumentar las tiradas, que respondía a los intereses de las grandes compañías azucareras y a los presupuestos ideológicos que unían la grandeza de un pueblo a su poderío naval ya la consecución de bases exteriores para hacerlo práctico. De esta forma, y a la vez, comenzó a ponerse en práctica el doble objetivo norteamericano de tener "la parte trasera de la casa" Centroamérica y el Caribe-­‐ limpia de enemigos como forma de preservar el territorio del propio país, y de asegurarse el dominio de ambos océanos -­‐
el Atlántico y el Pacífico-­‐, que se iba a concretar en un canal de Panamá bajo su control. El "desastre" comenzó cuando el 15 de febrero una explosión hundió en pocos minutos el Maine con gran parte de su tripulación. Todavía hoy no se sabe, a ciencia cierta, quién la provocó, pero la prensa norteamericana optó entonces por convertir en evidencia la autoría española del atentado, con lo que se abrían las puertas para una intervención inmediata. Todo se aceleró aún más cuando el Gobierno español rechazó la exigencia norteamericana de comprar la isla por 300 millones de dólares. El 20 de abril llegó el ultimátum formal de los Estados Unidos, que exigía de España la renuncia inmediata a su soberanía sobre Cuba en el plazo de tres días. En Madrid la declaración de guerra norteamericana lanzó a los habitantes a la calle para manifestar su patriotismo y la prensa se encargó, de forma irresponsable, de inclinar a la opinión pública del país a un belicismo frívolo y a aceptar el reto. La guerra se desarrolló en dos escenarios: las islas Filipinas, en el océano Pacífico, y el mar de las Antillas, en el océano Atlántico, y quedó reducida a tres acciones decisivas: Cavite, Manila y Santiago de Cuba. 4 En el archipiélago de Filipinas la población española era escasa y los capitales invertidos no eran relevantes. Durante tres siglos la soberanía se había mantenido gracias a una fuerza militar, no muy amplia, y a la presencia de varias órdenes religiosas. La insurrección comenzó por el descontento de ciertos grupos indígenas con la administración española y con el excesivo poder de dichas órdenes. En 1892, José Rizal fundó la Liga Filipina con un programa simple, basado en la expulsión de los españoles y de las órdenes religiosas, así como en la confiscación de sus latifundios para, así, lograr la independencia. A partir de 1896 se extendió la insurrección por la provincia de Manila; el general Polavieja, llegado de España con refuerzos, pudo reprimirla y Rizal fue condenado a muerte. Continuó la insurrección, sin embargo, dirigida ahora por Emilio Aguinaldo; España, en esta ocasión, envió al general Fernando Primo de Rivera que en una doble acción, militar y negociadora, volvió a vencer a los independentistas y en diciembre de 1897 cerró el Pacto de Bial-­‐Na-­‐Bató. Aguinaldo, desde su exilio de Hong-­‐Kong, pretendía reavivar la insurrección. Pero antes de que se produjera su regreso, ya Estados Unidos había declarado la guerra a España y la escuadra había salido de Hong-­‐Kong hacia Manila. A la escuadra española, compuesta por antiguos cruceros de madera, frente a los acorazados norteamericanos, le quedaban dos opciones: impedir su acceso a la bahía de Manila o consentir su entrada para luchar con el apoyo de la artillería del fuerte de Cavite. El almirante Montojo optó por esta segunda y el l de mayo entró en un combate desigual que duró pocas horas, y el fuerte quedó en manos norteamericanas. El Gobierno español intentó enviar refuerzos lo más rápidamente posible a través del canal de Suez, pero los ingleses no los dejaron pasar. Mientras tanto, sí llegaron refuerzos norteamericanos, que atacaron Manila y la rindió el 14 de agosto, cuando ya se había firmado el armisticio que ponía fin a la guerra, y ello porque para entonces la guerra ya se había decidido en el mar de las Antillas con la derrota de Santiago de Cuba. La escuadra del almirante Cervera, llegada de España, entró en el puerto de Santiago de Cuba con el objeto de aprovisionarse de carbón y salir hacia La Habana o Puerto Rico. Pero el aprovisionamiento se hizo con lentitud, de modo que se encontró con que el puerto estaba bloqueado por la escuadra norteamericana. Ante una fuerza cuatro veces superior y más moderna, Cervera consideró perdida la escuadra por lo que comunicó el dilema: salir y ser destruido o rendirse. El Gobierno, empujado por las Cortes y prensa, ordenó la salida y el enfrentamiento, de modo que el 3 de julio quedó aniquilada en menos de cuatro horas. A partir de ese día los sucesos se precipitaron: a mediados de julio cayó Santiago de Cuba y a finales de mes fuerzas norteamericanas desembarcaban en Puerto Rico y ocupaban la isla sin oposición. Así, Filipinas y Puerto Rico iban a ser "botín de guerra" del anexionismo norteamericano, en la estrategia de dominar el Caribe. España, al no vender Cuba a los Estados Unidos, había propiciado que éstos se quedaran con Puerto Rico. En el Tratado de Paz firmado en París (10/12/1989) aparte de la renuncia de España a Cuba y de la cesión de Filipinas, Puerto Rico y Guam, a la vez que se confirmaba la soberanía española en todos los territorios no mencionados en él: las 5 islas Marianas, las Carolinas y las Palaos, y, por no haber sido incluidas en el texto quizás por error, las islas Sibutú y Cagayán. Sin embargo, este patrimonio apenas duró años en manos de España. La venta de las primeras a Alemania es el último episodio, muchas veces olvidado, de la pérdida del imperio español, negociaciones que se acabaron concretando en el Tratado hispano-­‐alemán de 30 de junio de 1899. Año y medio más tarde, en noviembre de 1900, un Tratado hispano-­‐norteamericano subsanó el error de 1898, y las islas Sibutú y Cagayán de Joló pasaron a Estados Unidos, mediante el pago de 100.000 dólares al gobierno español. 2. CONSECUENCIAS DE LA GUERRA La pérdida de las colonias no es un hecho aislado. Forma parte de un proceso de redistribución colonial entre las grandes potencias que abarca de 1895 a 1905, aproximadamente, y que también perjudicó a países como Italia, Rusia, Japón, Francia o la República Sudafricana de los Boers, y que benefició esencialmente a Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, convertidas así en las grandes potencias coloniales en vísperas de la I Guerra Mundial. Ante un proceso de acaparamiento de territorios coloniales de tal calibre, poco o nada podía hacer un país como España, potencia de segunda fila ya desde el siglo XVIII. Sin embargo, el desastre supuso un auténtico aldabonazo en la conciencia de los españoles, y arrastró una serie de consecuencias importantes, que hacen del fin de siglo un momento crucial de nuestra historia: • Están, en primer lugar, las pérdidas humanas. Se calcula que las guerras de 1895-­‐1898 costaron en conjunto unos 120.000 muertos, de los cuales la mitad fueron soldados españoles. La mayoría de las muertes se debieron a enfermedades infecciosas, que dejaron además graves secuelas en los supervivientes. Si al principio los daños no repercutían demasiado en una opinión pública adormecida, poco a poco comenzaron las protestas y se fue extendiendo la amargura entre las familias pobres cuyos hijos habían sido enviados a pelear en las colonias por no poder pagar las 2.000 pesetas que excluían de las quintas. Los perjuicios psicológicos y morales fueron también importantes: los soldados retornaban heridos, pésimamente atendidos, muriendo de hambre, mutilados o tarados por la guerra. A ello se añadía la desmoralización de un país consciente de su propia debilidad y de lo inútil del sacrificio. • Las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas en la metrópoli, salvo la fuerte subida de los precios de los alimentos en 1898, sí fueron graves a largo plazo. La derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias, así como de los mercados privilegiados que éstas suponían y de las mercancías que, como el azúcar, el cacao o el café, deberían comprarse en el futuro a precios internacionales. Sin embargo, se produjo, con el fin de la guerra, un considerable ahorro en las finanzas del Estado, lo que permitió superávit, así como una importante repatriación de capitales. 6 •
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La crisis política resultó inevitable, y derivó de la incapacidad de los sucesivos gobiernos para evitar primero, controlar después y, finalmente, vencer en tres guerras que se les escaparon por completo de las manos. El desgaste fue de ambos partidos, pero afectó esencialmente al liberal ya Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota. Consecuencia inmediata fue la pérdida de autoridad y el final, de la carrera de la primera generación de dirigentes, que debe ceder el terreno a los nuevos líderes, como Francisco Silvela y Antonio Maura, en el Partido Conservador, o Segismundo Moret, Eugenio Montero Ríos y José Canalejas, en el bando liberal. Pero quizás fue más grave el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota, y a pesar de la capacidad demostrada aisladamente por algunos generales y el valor de las tropas. Era evidente que el Ejército, pese a las impopulares quintas, a los recursos materiales y los sacrificios humanos, no había estado preparado para un conflicto como el ocurrido. Aunque en último extremo la responsabilidad era más política que militar, el Ejército salía considerablemente dañado en su imagen, lo que traerá graves consecuencias en el siglo xx. Crisis de conciencia nacional, el proyecto de país había fracasado, lo que se manifiesta de diversas formas: -­‐ Pesimismo crítico reflejado en la obra de la generación del 98. -­‐ Propuestas regeneracionistas de reforma y modernización política, basadas en la transformación de la situación política, la reforma educativa y el fortalecimiento de los movimientos nacionalistas. Quedaba demostrado el agotamiento del sistema de la Restauración promovido en 1875, lo que se podía simbolizar en el asesinato de Cánovas en 1897 y en este desastre del 98. En definitiva, el impacto del desastre militar se dejó sentir en muchos aspectos del vida española. En 1898 se cerraba una época, el Imperio, y se abría otra bien distinta donde España era una nación europea más donde no todos se reconocían. 3. LA REACCIÓN INTELECTUAL: REGENERACIONISMO, KRAUSISMO Y OTROS MOVIMIENTOS. En 1898 España "se había quedado sin pulso", según expresión del político Silvela, y había que buscar una salida. Con el sistema de la Restauración desarmado moralmente, se sintió en España la necesidad de revisar y replantear los presupuestos que la habían llevado a la crisis; y un ansia de regeneración ocupó a las fuerzas materiales e intelectuales, de modo que se convirtió en un "eslogan" hablar de ella como sustrato previo para todo programa de futura acción. El resultado fue una revisión crítica pluralista de la "España tradicional", que se concentró en varios campos: en un regeneracionismo, como el de Joaquín Costa, volcado en proponer remedios a "los males de la Patria"; en el institucionismo, más inclinado a la reforma educativa y pedagógica del pueblo español como punto de partida para rehacer el 7 país; en la actitud crítica de intelectuales y escritores que convergieron alrededor del modernismo y de la generación llamada del 98; en el criticismo específico de la burguesía catalana, la más afectada por la pérdida del mercado de las colonias, que redobló sus motivos para la defensa de su peculiaridad regional o nacional, y en la expansión del movimiento obrero, que entró, ya directamente, a participar en la política nacional. En el clima de la derrota surgieron una serie de críticas tanto hacia el funcionamiento del sistema político como a la propia mentalidad derrotista y conformista del país. Sorprendió especialmente a los dirigentes políticos y a los intelectuales la pasividad con que la opinión pública reaccionó a la pérdida del Imperio colonial, pasividad sólo alterada por el dolor y las protestas por las pérdidas humanas. Ni la guerra cubana ni el desastre provocaron en el país un movimiento de exaltación nacionalista. De hecho, los políticos justificaban el sacrificio de la flota en batallas que llevaban a una derrota segura en la idea de salvar la dignidad patria y en evitar al país una humillación nacional, y el resultado sorprendente era que la población española no reaccionaba como se esperaba: se aceptó la derrota con resignación y con fatalidad. La convulsión se produjo entre los políticos y los intelectuales, no entre las clases populares. Entre todas las críticas y análisis de aquellos meses destacan las de los llamados regeneracionistas. Entre ellos destacaron Ricardo Macías Picavea, autor de El problema nacional, Damián Isern y, sobre todo, Joaquín Costa, cuyas ideas se reflejaron en una serie de conferencias en el Ateneo de Madrid, y que se publicaron con el título de Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno de España. La tesis regeneracionista se basaba en la constatación del aislamiento del cuerpo electoral del país, de la corrupción de los partidos políticos y del atraso económico y social que España presentaba respecto a los países europeos más avanzados. Tales críticas no eran nuevas: ya en años anteriores las habían realizado hombres como Valentí Almirall, autor de España tal como es, o Lucas Mallada, que escribió Los males de la Patria. Los regeneracionistas presentaban programas basados en una reorganización política, y la limpieza del sistema electoral, la dignificación de la vida parlamentaria, la reforma educativa, la acción orientada hacia la ayuda social, las obras públicas y, en definitiva, una actuación encaminada al bien común y no en beneficio de los intereses políticos de la oligarquía. Sin embargo, no quisieron formar partidos ni participar en la vida política, quizás porque, tras hacer una dura crítica de las Cortes y del Gobierno, no querían implicarse personalmente en la vida parlamentaria. Por ello su crítica, con ser un revulsivo valioso, que dejó una profunda huella en el pensamiento político nacional, fue estéril, porque no transcendió en un movimiento político concreto con capacidad de acción. Algunos de los nuevos políticos que en el contexto del desastre se pusieron al frente de los partidos, como Silvela, Maura, Canalejas o el general Polavieja, adoptaron muchas de las ideas regeneracionistas e intentaron aplicarlas. 8 En marzo 1899 la presión política desembocó en un voto de censura hacia Sagasta, causado por la derrota. Francisco Silvela, nuevo líder conservador, formó un gobierno que presentó un programa regeneracionista, con el propósito de moralizar la vida política y emprender un ambicioso plan de reforma económica y de inversiones. Pero el gobierno entró pronto en crisis. Los enfrentamientos internos entre el Ministro de Hacienda, Fernández Villaverde, que quería recortar el gasto a toda costa y elevar los impuestos directos, y el resto de los ministros, que se negaban al recorte precisamente porque querían emprender programas de reforma, demostraron que el proyecto era inviable. Además, los grupos oligárquicos se enfrentaron a la reforma fiscal y llegaron, en el caso de Cataluña, a boicotear los impuestos. En marzo de 1901 Sagasta volvía a formar gobierno. En mayo de 1902 Alfonso XIII era proclamado Rey, al cumplir la mayoría de edad, comenzando su reinado. Un año más tarde, ya retirado del gobierno, moría Sagasta. Con la muerte del viejo líder liberal, el inicio del nuevo reinado, y las consecuencias del desastre, termina el primer periodo del régimen de la Restauración. Paralelo al movimiento regeneracionista se desarrolla en España el krausismo, que parte de la idea básica de difundir la educación, de calidad, promoviendo a partir de ella todo un conjunto de reformas. Esta educación, que tendrá su más clara manifestación en la Institución Libre de Enseñanza (1876), defiende: • Libertad. • Neutralidad religiosa. • Coeducación, etc. El krausismo entró en España de la mano de intelectuales / políticos como Emilio Castelar o Nicolás Salmerón; mientras que las máximas figuras de la Institución Libre de Enseñanza serán F. Giner de los Ríos y M.B. Cossío y Fernández de Castro.Ligados a estos movimientos intelectuales se da un cierto despertar científico, caso de Santiago Ramón y Cajal, o el matemático Leopoldo Torres Quevedo. 9 
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