Descomposición del PDC

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El Clarí-n de Chile
Descomposición del PDC
autor Felipe Portales*
2007-12-05 15:06:01
El enconado conflicto Alvear-ZaldÃ-var constituye –más allá de sus apariencias- una manifestación de la grave crisis que
experimenta el Partido Demócrata Cristiano chileno. Crisis producida por la pérdida del sentido histórico de un partido
que, inspirado en los valores cristianos y democráticos, nació para sustituir el capitalismo liberal por una sociedad y una
economÃ-a regidas por la solidaridad y la justicia social.
“Condenamos el régimen capitalista como factor de producción que mantiene a las muchedumbres en la esclavitud
moral y económica―, afirmaba la Falange Nacional en sus Veinticuatro Puntos Fundamentales de 1935. A su vez, el
PDC planteaba, en su Declaración de Principios de 1957, que “es antisocial y anticristiano un régimen que, en nombre
del derecho natural de propiedad privada, excluya prácticamente del acceso a ella a una gran parte de los hombres,
permitiendo a unos pocos representar, dirigir y dominar a los demás. Un sistema fundado en la concentración de los
medios de producción, no es natural, sino abominable―.
Pues bien, el régimen abominable de concentración del poder económico impuesto por la dictadura de Pinochet es el
que el PDC –en conjunto con los demás partidos de la Concertación- se ha encargado de consolidar en estos ya largos
17 años. Producto del hecho reconocido por la eminencia gris del proceso de “transición―, Edgardo Boeninger, de que e
liderazgo del PDC y del resto de la Concertación experimentó, a fines de la década de los 80, un proceso de
“convergencia― con el pensamiento económico de la derecha chilena; convergencia que “polÃ-ticamente el conglome
opositor (la Concertación) no estaba en condiciones de reconocer―.
Hace ya tiempo que esta convergencia ha sido plenamente asumida. AsÃ-, la mayorÃ-a parlamentaria con que contó
Lagos entre agosto de 2000 y marzo de 2002, y con que cuenta Bachelet desde sus inicios, no se ha traducido en el
cumplimiento de ninguno de los compromisos del Programa original de la Concertación de 1989, de reformar
profundamente el sistema neoliberal impuesto por la dictadura. Es más, ya somos testigos de verdaderas apologÃ-as
públicas de la obra económica de Pinochet efectuadas por connotados lÃ-deres concertacionistas, como Alejandro
Foxley y Eugenio Tironi. También podemos ver la naturalidad con que se asume que numerosos dirigentes
democratacristianos y socialistas accedan a directorios de grandes empresas, bancos y AFP. Son los casos –entre otrosdel propio Boeninger, René Cortázar, Edmundo Pérez, Ximena Rincón, José Antonio Viera Gallo, Jaime Estévez y
Ricardo Solari. Tampoco llama la atención los estrechos vÃ-nculos desarrollados con grandes grupos económicos,
como los de Andrés y Adolfo ZaldÃ-var con el grupo Angelini.
Qué lejos está el actual PDC de aquel partido que efectuó la liberación del campesinado del sistema semifeudal del
latifundio. ¡Algo que ni el Frente Popular se habÃ-a atrevido a hacer en Chile! Qué lejos de aquel partido que hizo de la
organización popular un eje central de su polÃ-tica. Qué lejos de aquel que comenzó el proceso de nacionalización del
cobre.
A tal punto ha llegado el abandono del proyecto histórico del PDC por parte de sus lÃ-deres, que la actual directiva ha
desconocido abiertamente los más elementales principios democráticos. En efecto, el reciente Congreso Ideológico del
PDC aprobó una posición completamente contraria a que el Estado continuara subvencionando a empresarios que
operan colegios y liceos con fines de lucro. Pues bien, ¡al mes siguiente la directiva del partido se sumó a un acuerdo
con la derecha para continuar con dicho esquema neoliberal en el sistema educativo!
Es claro que un partido que abandona sus ideales, valores y proyecto histórico tiene que experimentar un profundo
proceso de descomposición moral y polÃ-tico. Se va transformando, paulatina pero inexorablemente, en una maquinaria
donde lo que en definitiva importa es la conquista personal y grupal de poder; el acceso a cargos o favores públicos; y
la obtención de status y prestigio social.
Además, si aquel abandono se hace en aras de una conversión al neoliberalismo pasan a ser naturales todas las
formas de colusión entre los grandes poderes polÃ-ticos y económicos; es decir, todas las formas de corrupción.
¿Cómo puede extrañar, entonces, que el PDC esté sufriendo desde hace tiempo una disminución progresiva de su
adhesión popular? ¿Cómo puede extrañar que ya no concite ninguna mÃ-stica y que sus campañas electorales estén
crecientemente efectuadas por personal pagado? ¿Cómo puede extrañar que desde hace muchos años la adhesión
a la democracia cristiana haya desaparecido prácticamente en los estudiantes universitarios?
De hecho, ya casi no existe vida partidaria en las propias bases vecinales. Sólo permanecen en ellas –y de modo cada
vez más pasivo- los viejos militantes que se resisten comprensiblemente a abandonar su antigua fe; y algunos nuevos
militantes motivados principalmente por los cargos públicos y el ascenso social que les puede ofrecer la maquinaria
partidaria, a través de su influencia en el aparato burocrático gubernamental y municipal.
Por todo esto –y más allá de las apariencias- el agudo conflicto Alvear-ZaldÃ-var no significa otra cosa que un escalón
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más de este profundo proceso de descomposición. Si no se produce una vuelta a las raÃ-ces de la Falange y el PDC –a
estas alturas algo muy improbable- este proceso, lamentablemente, va a llevar al PDC chileno a seguir las aguas de sus
congéneres italiano, venezolano, ecuatoriano, guatemalteco y salvadoreño. Es decir, a su virtual desaparición.
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Felipe Portales, sociólogo
ArtÃ-culo publicado en El Mostrador. Cedido gentilmente a ClarÃ-n por su autor
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