Diego López Bruzual

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superyo | testimonio
Yo creo que el secreto de mi vida está en haber tenido la oportunidad de comenzar de cero varias veces”
62+SALUD
testimonio | superyo
Relato de vida / Diego López Bruzual
“Siempre dije
que mi enfermedad
no me iba a limitar”
En la adolescencia le fue diagnosticada retinosis pigmentaria,
una enfermedad que reduce considerablemente el campo visual. Sin embargo,
su discapacidad no lo detuvo: estudió Arquitectura y Comunicación Social.
Hoy, a sus 54 años, es instructor de Pilates y tiene su propio centro
de entrenamiento / Mireya Tabuas | Fotografía Roberto mata
De niño nunca logré atajar una pelota de béisbol ni
chutar un balón de fútbol, y en las excursiones escolares no veía nada de noche. Estudiaba en un colegio
donde el deporte era muy importante, y pensaba que eran
torpezas mías. Así pasé mi adolescencia.
A los 16 años fui a una consulta de rutina al oftalmólogo,
para revisar la fórmula de mis lentes. Después de varios exámenes, me diagnosticó retinosis pigmentaria, una patología
ocular genética, degenerativa e incurable, que reduce considerablemente el campo visual y la visión nocturna. Tenía
antecedentes: había heredado la enfermedad de mi padre.
Cuando el oftalmólogo me lo dijo, no me asusté, más
bien sentí cierta tranquilidad, porque había encontrado
la razón de mi torpeza en el colegio: una visión normal
es de 180 grados y la mía apenas cubre entre 3 y 4 grados.
Tiempo después, un examen a mi hermana menor, Leonor,
determinó que también tenía retinosis pigmentaria. Mis
padres, ‘aparentemente’, no le dieron mucha importancia a
nuestro diagnóstico. Para ese momento, sobre esa realidad
familiar poco se hablaba en casa, pero años después mi
madre reveló que una de sus grandes tristezas era que sus
hijos heredaran la enfermedad.
Un médico que consulté para tener una segunda opinión
dijo que debía empezar a estudiar Braille y aprender todo
el sistema de desplazamiento propio de los discapacitados
visuales. Sin embargo, no tomé ese camino, porque tenía
como ejemplo a mi padre que nunca se detuvo: es un gran
endocrinólogo.
Luego de graduarme de bachiller, comencé a estudiar
Arquitectura en la Universidad Simón Bolívar. En el cuarto
año de la carrera, después de un esfuerzo muy grande de
tres días sin dormir porque tenía la entrega de una maqueta, perdí la visión del ojo derecho. Me asusté mucho y fui
a consulta. Me diagnosticaron retinopatía serosa central,
una acumulación de líquido debajo de la retina, en mi caso
producida por el cansancio del ojo.
Para corregir la lesión, me trataron con láser, pero una
cicatriz en la retina impidió cualquier recuperación posterior. Mi médico tratante dirigió una carta a la Facultad
de Arquitectura de la Universidad Simón Bolívar recomendando consideraciones especiales en mi caso a la hora de
las entregas de diseño, pero esa petición fue negada: las
autoridades argumentaron que alguien con problemas de
visión no debía estudiar Arquitectura. Quedé completamente desubicado.
Entonces, empecé a estudiar Urbanismo y me dediqué
al teatro y la danza. Eso me ayudaba a salir de mi timidez
y, sobre todo la danza, a contrarrestar la pérdida de consciencia del espacio que tenía por mi enfermedad. Desde ese
momento, el movimiento es parte de mi vida.
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Uno de los beneficios de usar el bastón
es que deja clara mi discapacidad
frente a los demás”
Decidido a seguir una carrera universitaria, y gracias al
apoyo de mis padres, a los 24 años inicié estudios de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello.
Me gradué a los cinco años en la Mención Audiovisual, y
enseguida empecé a trabajar en publicidad. Poco tiempo
después estaba ocupando el cargo de director creativo en
una agencia.
Cuando yo tenía 30 años, a mi hermana y a mí nos dijeron que en Cuba estaban haciendo operaciones para curar
la retinosis. Esperanzados y optimistas, viajamos con mi
padre a La Habana. Fue un tratamiento difícil que nos
llevó a pasar casi un mes vendados completamente, pero
no hubo mejoría.
Al año, cruzando la calle frente a mi casa, me atropelló
un carro. El conductor se quedó dormido y yo no lo vi.
Estuve cinco días hospitalizado y tuvieron que operarme
los ligamentos laterales de la rodilla izquierda.
Mi práctica de budismo me permitió aprender a levantarme de las caídas y a dejar atrás las quejas y resentimientos del pasado. Además, siempre dije que mi enfermedad
no me iba a limitar, y que sería independiente. Después
de unos meses en rehabilitación, retomé mi trabajo en
publicidad y mis actividades artísticas. Incluso, llegué a
manejar, aunque muy lento y con espejos especiales para
darme mayor visión.
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En el camino de la recuperación, después de una segunda
operación de la rodilla izquierda, descubrí el método Pilates, y empecé a formarme como psicoterapeuta corporal.
Cuando me gradué dejé la publicidad y abrí un centro de
entrenamiento, con la ayuda de mis alumnos.
A mis 42 años, después de haberme caído por unas escaleras, me compré un bastón: no quería seguir caminando
lento y encorvado para no tropezarme. Al principio, los
compañeros de trabajo me veían raro, y sentí que iba a
ser humillante caminar con él, pero mi padre me enseñó
que el ridículo es una escuela por la que hay que pasar.
Uno de los beneficios de usar el bastón es que deja clara
mi discapacidad frente a los demás: antes tenía que estar
todo el tiempo pidiendo ‘perdón’, porque tropezaba; ahora,
por el contrario, tengo que estar diciendo ‘gracias’, porque
la gente siempre está pendiente de mí.
Poco tiempo después de la caída, me invitaron a formarme en España para certificarme como profesor de Pilates y
consolidar así un equipo de instructores de un importante
estudio sobre esta disciplina que se iba a abrir en Caracas.
Esa experiencia fue muy enriquecedora y productiva.
A más de 30 años de mi diagnóstico, no sé si mi visión
está mejor o peor: hay días en los que veo más y otros en
los que veo menos. Algunos médicos me aseguraron que mi
enfermedad podía desencadenar una ceguera total, pero
yo tengo la certeza de que eso no me ocurrirá.
A las personas con retinosis pigmentaria les sugiero
llevar una vida sana y saludable. Yo hago mucho más de
lo que hacen otras personas de mi edad: desde hace tres
años formo instructores y otorgo una certificación internacional de Pilates en Venezuela; recientemente terminé un
libro en lenguaje publicitario para expresar ideas; practico
acrobacias en telas y sigo abriéndome nuevos espacios
como artista.
Estoy convencido de que las enfermedades son oportunidades para evolucionar como individuo y como familia.
Yo creo que el secreto de mi vida está en haber tenido la
oportunidad de comenzar de cero varias veces”.
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