LA VIDA CÉLIBE POR AMOR A DIOS

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LA VIDA CÉLIBE POR AMOR A DIOS
P. Steven Scherrer, MM, ThD
www.DailyBiblicalSermons.com
Homilía del jueves, 11ª semana del año, 18 de junio de 2015
2 Cor. 11, 1-11, Sal. 110, Mat. 6, 7-15
Las citaciones bíblicas son de Reina Valera, revisada 1960, si no indico otra
traducción.
“Os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para
presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Cor. 11, 2).
San Pablo dice que los cristianos son como una virgen pura y casta desposada
a Cristo como a su único esposo. Deben, pues, vivir en un vínculo nupcial con
él. Deben ser castos, la mujer de un solo esposo, Cristo. Este es nuestro ideal
como seguidores de Cristo, y los casados también deben vivir según este ideal.
Ellos, junto con su esposa, tienen que ser castos y abstener de todas las otras
mujeres, y, junto con su esposa, amar a Cristo con todo su corazón. Junto con
su esposa, deben encontrar todo su deleite en el Señor y practicar la abnegación
a sí mismo, para que, junto con su esposa, su amor vaya directamente a Dios y
no sea disperso entre los placeres mundanos que nos hacen olvidar a Dios.
Los célibes hacen la misma cosa, pero lo hacen de una manera más radical aún,
porque renuncian incluso a una esposa humana, para que todo su amor vaya
literal y directamente sólo a Cristo. Esta es la vida religiosa, consagrada,
monástica, sacerdotal, célibe. Son célibes por Cristo, por el reino de Dios.
Los célibes tienen que tener cuidado para que su amor por Cristo no venga a ser
dividido y disminuido por contacto con mujeres y con los deleites de banquetes,
comida suntuosa, y otros entretenimientos mundanos que causan alienación de
afecciones, división de corazón, y nos hacen olvidar a Dios. Si uno es célibe
físicamente pero obsesionado de mujeres y placeres mundanos, él está
derribando el propósito de su celibato, y no está disfrutando del fruto ni de las
ventajas espirituales de una vida célibe. Está sacrificando el matrimonio, pero
no está disfrutando de las ventajas de su sacrificio.
Por eso los célibes deben vivir su celibato integralmente si quieren experimentar
las ventajas de su sacrificio de una esposa humana. Así pueden amar a Cristo
con todo su corazón, alma, mente, y fuerzas (Marcos 12, 30) y servir sólo a un
señor, y no también a los placeres del mundo (Mat. 6, 24) de una manera más
radical, literal, y completa que fuera posible en la vida casada. Pueden seguir al
Cordero de Dios con todo su tiempo y todo su corazón, con un corazón
completamente indiviso en su amor por él. “Estos son los que no se
contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al
Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres
como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada
mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios” (Apc. 14, 4-5).
San Pablo nos da un bello cuadro de la vida célibe como una vida
completamente dedicada a Cristo en un exclusivo vínculo nupcial, excluyendo
todo otro amor de este tipo, excluyendo aun a una esposa humana, para que
seamos enamorados y casados sólo con Dios con todo el amor de nuestro
corazón. Dice:
“El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor.
El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer;
está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se
preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas
la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido” (1
Cor. 7, 32-34 NBJ).
Los célibes son como una virgen pura y casta, desposada a un solo esposo,
Cristo, con todo el amor de su corazón, sin alienación de afecciones, sin división
de corazón con mujeres ni con los placeres de una vida mundana. Ellos deben
tratar de vivir según este ideal si quieren disfrutar de las ventajas espirituales de
su estado de vida.
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