El sentido de la evaluación desde la vida cotidiana. Análisis sobre la importancia de seguir procesos de evaluación, así como de conocer implementar diferentes formas de evaluación. Autor: Mery Poveda, asesora de Fucai para los proyectos de la Fundación Promigas. A pesar de los cambios propuestos con el reciente decreto 1290 sobre los sistemas institucionales de evaluación, se sigue haciendo énfasis en los procesos de calificación y medición por parte del docente y en las evaluaciones externas como factores fundamentales para transformar la calidad educativa. Adicionalmente, con el cambio que dieron la mayoría de las instituciones a las calificaciones con números, asumieron los procesos de autoevaluación y de coevaluación como la asignación de una nota individual y colectiva, respectivamente. Es por ello que una mirada a la evaluación desde la vida cotidiana quizá nos ayude a tomar conciencia de lo fundamental que resulta entender la evaluación como un proceso de formación en sí mismo, en el que la participación activa de los estudiantes se hace indispensable. Aunque a veces no seamos conscientes de ello, la evaluación es parte de nuestra existencia, pues siempre analizamos y valoramos las situaciones en que nos encontramos, y actuamos en consecuencia. No solo la madre evalúa al niño para interactuar con él (¿por qué llorará?), sino que el niño evalúa la interacción con su madre para conseguir lo que desea (si lloro, me atiende). Podríamos decir que nuestra vida trascurre a través de autoevaluaciones permanentes a través de las cuales buscamos siempre nuestro bienestar; es decir nuestras evaluaciones siempre están orientadas al mejoramiento de nuestra vida. En sentido amplio, podemos entender entonces la evaluación como el proceso de valoración que hacemos de los actos, las circunstancias y condiciones en que nos encontramos para tomar las mejores decisiones en nuestro beneficio. Pero el análisis y valoración que se hagan, dependen de las concepciones que maneja cada individuo, de la situación en particular en que se encuentre, del contexto en general y de lo que desea para su desarrollo. Es decir, en circunstancias y contextos parecidos, dos personas pueden tomar decisiones diferentes producto de las valoraciones que hagan, basadas en las concepciones individuales que tengan sobre la situación. En este sentido, las evaluaciones entonces dependen del sujeto que las realiza, es decir, tienen un fuerte aspecto subjetivo. Por ello, las personas cuando deseamos tomar una decisión que va a afectar de manera importante nuestra vida, le contamos a otros para conocer su opinión, pues sabemos que nuestra percepción no es la única 1 y que si atendemos la opinión de otros, tendremos mejores oportunidades de tomar la decisión más adecuada. Podemos entonces también decir, que para muchas de las decisiones importantes de nuestra vida, acudimos a la co-evaluación con el ánimo de objetivar nuestras auto-evaluaciones, de volverlas menos subjetivas, menos dependientes de nuestra propia percepción; pero claro, acudimos a personas en las que confiamos pues consideramos que sólo ellas nos ayudarán a tomar una mejor decisión para nuestra vida. Por otro lado, vivimos dentro de un grupo social en el que nuestras decisiones afectan a otros, por lo que también ellos hacen valoraciones en relación con lo que nuestras actuaciones pueden afectar su vida. En algunas ocasiones necesitan decirnos directamente esas valoraciones, porque de nuestras decisiones depende su bienestar. Pero en otras ocasiones no, a veces hablan de ello con otros y entonces corre “el chisme” (bueno o malo) o simplemente se alejan y nosotros nos quedamos sin saber por qué. Es decir, las hetero-evaluaciones también son parte fundamental de nuestra vida como seres sociales; sin embargo, al ser hechas por otros, y la mayoría de las veces sin nuestro consentimiento, nos afectan más en el plano emocional. Como siempre, somos nosotros los que elegimos cómo sentirnos y cómo reaccionar frente a las hetero-evaluaciones, porque, de nuevo, lo que siempre hacemos es autoevaluarnos. Así, si tengo la oportunidad de conversar con quien está haciendo la hetero-evaluación puedo pasar a hacer una co-evaluación y de esta forma, me enriquezco con la percepción de la otra persona, y ella a su vez, tiene la oportunidad de hacer una valoración más completa de mí o de mi situación; si la hetero-evaluación me llega a manera de informe o chisme (lo que dicen de mí, bueno o malo), yo puedo retomar esa información para ver de qué forma cambio, mejoro o conservo lo que estoy haciendo; lo más complicado es cuando se alejan de nosotros, porque en ese caso es más difícil, pues conocemos la decisión tomada por la otra persona, pero no la evaluación que hizo de nosotros, por lo que nuestro trabajo de autoevaluación al respecto se vuelve más difuso. Tal como podemos ver, aunque los tres tipos de evaluación hacen parte de nuestra vida, es la autoevaluación la que nos permite integrar las otras dos, pues en últimas, cada uno de nosotros es dueño de su propia vida. Así mismo, es claro ver que los procesos de evaluación los buscamos de manera natural para mejorar nuestra vida y vemos como negativos aquellos casos de hetero-evaluación que no nos permiten hacerlo. Ahora bien, en la vida cotidiana de la escuela y de sus integrantes se dan estos tres tipos de evaluación de manera inconsciente, pues como ya dijimos, hacen parte de la vida misma; sin embargo, institucionalmente, el tipo de evaluación en el que se hace énfasis de manera explícita es en la hetero-evaluación, es decir la evaluación que hacemos unos de otros. Dl Ministerio evalúa a las Instituciones, los rectores a los maestros y éstos a los niños, pero en muchas ocasiones no se dan las condiciones para dar el paso a la co-evaluación y para poder comprender los resultados de dicha evaluación y tomar las decisiones necesarias para cambiar y mejorar los procesos educativos. 2 Igualmente, en muchos casos estas evaluaciones en el ámbito educativo aunque buscan mejorar el proceso de los involucrados (los niños, los docentes, los rectores) son asumidas como premios o castigos a través del reconocimiento o la censura pública. El producto de la evaluación en algunos casos se asume como una calificación emitida por otro y no como un análisis de los problemas o aciertos que él mismo fue encontrando durante su proceso. El alumno (el docente, el rector…) se puede llegar a sentir juzgado y puede adoptar conductas que lo llevan a evitar este control para no correr el riesgo de mostrar sus dificultades o sus errores, ya que éstos no sólo contarán para la calificación final sino que lo harán más vulnerable ante los demás. El reto que nos queda es el de crear un ambiente en el aula donde la autoevaluación sea un proceso orientado a potenciar el desarrollo de la propia auto-regulación de los procesos de aprendizaje y en el que sea natural consultar con otros nuestros procesos para mejorarlos; un ambiente en el que la evaluación lleve a un proceso de análisis de los aciertos, las dificultades y las estrategias de mejoramiento que es necesario asumir para superar los contratiempos y las equivocaciones, sin que nos sintamos censurados, sino al contrario, animados al ver que vamos encontrando caminos para ser mejores cada día. 3