progreso y tradición

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HEINRICH FRIES
PROGRESO Y TRADICIÓN
Uno de los problemas más acuciantes a que se ve enfrentada la Iglesia es la opción
entre tradición y progreso. Problema agudizado por cuanto esa opción se plantea en un
mundo que constantemente opta por canonizar de manera unilateral uno de los dos
términos del dilema, aniquilando al otro. El autor hace ver lo insuficiente de tales
planteamientos: progreso y tradición no son opuestas, sino que sólo son válidos en una
unidad dialéctica que los refiere mutuamente uno al otro y que sólo será posible si cada
uno de ellos conoce su lugar y sus límites.
Fortschritt und Tradition, Stimmen der Zeit, 193 (1975) 75-89
La relación entre progreso y tradición se podría precisar del modo siguiente: Tradición
es una de las posibilidades para conducir el progreso, y progreso es el elemento que
preserva a la tradición del anquilosamiento y fosilización. Para clarificar estas
relaciones, vale la pena describir el camino que lleva a ellas.
Concepto de progreso
La palabra progreso aparece en alemán, por primera vez, a finales del siglo XVIII y
adquiere prioridad sobre las palabras desarrollo y adelanto. Poco a poco conquista los
dominios más diversos. En 1800, se admira Lavater del "gigantesco progreso del arte y
de las ciencias". Hegel lo emplea en la frase famosa: "La historia universal es el
progreso en la conciencia de la libertad, progreso que hemos de admitir como
necesario". En 1848 nuestra palabra cuenta entre los principales slogans de la época y
adquiere un marcado acento político. Desde entonces provoca esta palabra una
fascinación indescriptible.
Hasta el presente, la palabra y el hecho "progreso" han dominado la escena, han
acuñado el rostro de la hora histórica como valor supremo, y a un ritmo verdaderamente
vertiginoso.
No hemos de olvidar que el .progreso no consiste sólo en el paso del hoy al mañana,
siempre ligado al tiempo y a la historia, sino supone que el hoy es mejor que el ayer y el
mañana mejor que el hoy, precisando que mejor significa: más rápido, mayor, más
cómodo, más perfecto, más fácil, más eficaz y más racional. Al progreso está ligado el
elemento de novedad, transformación y creatividad. Basta citar la llegada a la luna, la
medicina y farmacología para demostrarlo y quien niegue, rechace o ignore este
progreso renuncia a un elemento importante para la felicidad y la salud del hombre.
Concepto de tradición
La tradición, por el contrario, implica algo que no cambia y que se preserva al ser
entregado y transmitido. La tradición ni elimina el progreso ni lo considera en
contradicción con su causa. Pero proclama lo antiguo como verdadero y lo considera
como algo irrenunciable. Su misión es conservar lo transmitido, puro y sin falsificación,
para proponerlo a cualquier tendencia progresiva. Con ello, la tradición no quiere
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oponerse al hoy y al mañana, sino quiere expresar que nada es tan necesario al momento
y a lo que los tiempos piden como aquella verdad que parece inadaptada.
A primera vista, se atribuye el progreso al ámbito de la técnica aunque éste no se limite
a ella, sino que tiene además un puesto en lo social, económico, etc, y algo parecido
ocurre también con la tradición, pues a ésta se la coloca en el ámbito de lo religioso y de
la fe (allí donde se hace referencia a la revelación, que sólo se recibe mediada y
transmitida a modo de tradición) y, no obstante, la tradición existe también en el amplio
campo de las ciencias del espíritu, del arte y de la cultura.
Afinidad de teología y tradición
La teología está referida a la revelación y a la fe, y la explica como reflexión
metodológica, como ciencia de la fe (aunque distinta del criterio científico de las
ciencias naturales y de la técnica). Ello hace sospechar que la teología se relacionará
más primariamente con la tradición y su modo de transmitirla y sólo podrá ocuparse del
progreso en una reflexión crítica no exenta de cierto escepticismo. En la línea de estas
ideas, se ha de preguntar aún por la posibilidad de la expresión "teología actual". ¿No ha
de ser la teología el modo de formular la revelación y la fe que se recibe y se transmite?
Esto es especialmente válido tratándose de una teología en sentido cristiano, la cual está
referida a una revelación de origen y dimensiones históricas, y ha de tener siempre
presente el "en aquel tiempo". ¿Puede consistir la tarea de la "teología actual" en otra
cosa que no sea el mantener la unidad, procurar que el recuerdo permanezca vivo para
ser impulso, luz, orientación y fuente de acción en cada momento histórico?
Pero aunque revelación y tradición sean dadas a la teología como puntos de referencia y
orientación, la visión y la perspectiva con que se las mira serán distintas según la época.
Esto proviene de la historicidad de la fe. Con tal incidencia histórica, la reflexión no es
un simple considerar cómo eran las cosas antaño, sino una aportación al hecho mismo.
DESCONFIANZA DEL PROGRESO EN NOMBRE DE LA TRADICIÓN
La llamada época moderna, que comienza en el siglo XVI, está determinada por la
victoria de las ciencias naturales y la técnica. La pregunta por el "cómo" de lo conocido
suplanta el hasta entonces definitivo "qué" de lo conocido. Su método es la observación,
la experiencia, la experimentación.
Condena del progreso
Aunque los pioneros de la nueva ciencia Galileo, Kepler, Copérnico, Newton, eran
cristianos creyentes, con el hecho de haber procesado a Galileo, quedaron enfrentadas
las ciencias naturales y la fe. "No necesito la hipótesis Dios" decía Laplace a Napoleón
1, y actualmente nos explica el biólogo Julian Juxley que cada idea sobre Dios obstruye
el camino a una explicación verdadera de la naturaleza. Este decía: "dentro de poco le
costará tanto a un hombre culto creer en Dios como antaño el que la tierra era lisa". Se
adjudican rasgos demoníacos a la técnica y como ejemplo, baste citar que, en el siglo
pasado, el papa Gregorio XVI consideró la vacuna contra la viruela como una
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intromisión en el dominio de las previsiones divinas y su sucesor, Pío IX, condena la
expresión: "La iglesia, mejor dicho, el papa de Roma debe reconciliarse con el progreso,
el liberalismo y la nue va civilización".
Por último, está la condena del modernismo por Pío X, a principios de siglo. Aquí, no
sólo se cuestiona el pensamiento del progreso técnico, sino, sobre todo, la ciencia
moderna, en especial la crítica histórica, como un posible elemento en el campo de la fe,
de la teología y de la iglesia. De ahí, la condena del modernismo como "compendio de
todas las herejías" y como causante de todas las funestas consecuencias hasta el
presente.
El progreso como elemento irrenunciable
Frente a esta sospechosa condena, se desarrolló una corriente en contra, la cual veía la
legitimidad y la necesidad del progreso y reconocía que tal actitud negativa ante las
ciencias de la naturaleza y la técnica, junto con la condena del progreso, llevaba a la
iglesia a una desesperada contradicción con el tiempo, que se agudizaba en la medida
del ritmo acelerado del progreso y del correspondiente "no" que se articulaba en contra.
Existía, además, la interna contradicción de los creyentes y de la misma iglesia al
aprovecharse cada vez más de la técnica y de la medicina.
Aplicación a la teología
Esta linea de pensamiento objetaba que el enfrentamiento de fe y progreso en nombre de
la tradición se debía sólo a incomprensiones objetivas, casi siempre de tipo
herménéutico, como por ejemplo en la interpretación del relato bíblico de la creación, el
cual en modo alguno puede ser tomado por un informe de ciencias naturales. Se ponían
en evidencia los elementos de progreso que hay en la misma revelación y en su más
auténtico testimonio: la Biblia. Se pensaba en el progreso del AT al NT, en la novedad
del acontecimiento de Jesucristo. Se citaba: "Yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,
15). Se recordaban las muchas parábolas que tratan del crecimiento y, por tanto, de
progreso. Se aludía, por último, a los progresos que realizó la iglesia en el campo de la
cultura, arte, educación y ciencia, a lo largo de la historia y en lo que respecta a los
niños, esclavos, enfermos y mujeres como obra de humanización en el más amplio
sentido. Se evidenciaba, en una palabra, el desarrollo que se da en teología, y, por tanto,
el progreso en la comprensión de la fe, no sólo como realización de las palabras de
Jesús: "El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad completa" (Jn 16, 13), sino
también en razón de la dependencia entre fe y comprensión. El mandato: "Creced y
multiplicaos y dominad la tierra" (Gn 1, 28) se puede entender, decían, del dominio.
conquistado por el progreso de la civilización, de las ciencias y de la técnica. Este
progreso es una misión llena de sentido y una gran esperanza si el hombre, como
imagen de Dios, constituye el fin de la creación. Se trata de un mundo encomendado al
hombre como responsable, y de cuya realización ha de dar cuenta. Se ha de tener en
cuenta, también, que las ciencias de la naturaleza y la técnica sólo fueron posibles sobre
la base de la fe cristiana en la creación: en la concepción de un mundo no divino,
distinto de Dios. Intervenir en la naturaleza no era un delito contra los derechos de la
divinidad, como se dice, por ejemplo, en el mito de Prometeo, sino una acción
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legitimada por la fe. Por eso no sorprende que las ciencias de la naturaleza y la técnica
tengan su origen en occidente y no precisamente en Asia.
Conflictos
En la misma época en que el progreso y el modernismo fueron condenados por el
magisterio de la iglesia, encontramos ideas y temas como "El catolicismo como
principio del progreso". Estas ideas aparecen en las obras apologéticas de Hettinger,
Weiss y Schanz, los cuales afirmaban qué la iglesia es la promotora e impulsora de
todas las ciencias y portaestandarte de todos los progresos terrenos y que la idea de
progreso es específicamente cristiana e incluso una idea católica. Así tuvieron gran
éxito títulos como "Iglesia y cultura", "Iglesia y arte", etc, y pronto se hablará del
progreso de la fe y del dogma.
La idea de desarrollo, inseparable de la idea de progreso, tenía ya un lugar importante
en la teología desde Vicente de Lerin (siglo V), quien habla de "profectus fidei", usando
la imagen del crecimiento que va desde la infancia hasta la madurez. Esto fue muy
apreciado por la escuela católica de Tubinga y por Henry Newman, quien en su ensayo
Sobre el desarrollo de la doctrina cristiana rebate la tesis que considera los primeros
siglos cristianos como tiempo clásico y canónico para el cristianismo.
Todos estos intentos fueron rebatidos: las obras de H. Schell y Albert Erhard fueron
puestas en el índice, Newman fue considerado como iniciador del modernismo y
seguidor del darwinismo y el influjo de la escuela católica de Tubinga fue
contrarrestado por la neoescolástica. Todo lo que sonaba a renovación y reforma era
considerado como protestante y la idea del progreso como principio del catolicismo fue
ahogada para asegurar la tradición.
Reconciliación con el progreso
La tendencia a la apertura y reconciliación fue reconocida oficialmente por el papa Juan
XXIII y Vaticano II. El primer paso se dio al adoptar una actitud que renunciaba
conscientemente a cantar sólo las glorias de los buenos tiempos antiguos y a considerar
lo presente como lo peor de todas las épocas. Tuvieron el valor de admitir un presente
marcado por la técnica, el progreso, la libertad de determinadas ideas y no vieron en él
menos oportunidades para la fe cristiana de las que hubo en el pasado. El concilio, de
inspiración pastoral sobre todo, renunció conscientemente a poner en lo moderno y su
creatividad el sello de muchos "ismos" negativos, que consideran el espíritu moderno
como contrario al evangelio.
Sí el tema fundamental del Vaticano II fue la renovación de la Iglesia en el sentido del
aggiornamento, si la hora histórica fue considerada como lugar teológico, entonces el
progreso está afirmado. El documento conciliar Gaudium et Spes marca a la Iglesia una
línea desacostumbrada de participación, solidaridad y compromiso con el mundo y esto
constituye precisamente sus angustias, sus alegrías y sus esperanzas.
En este contexto, hemos de citar la teoría de Carl Amery expuesta en su libro El fin de
la Providencia. Las consecuencias desgraciadas del cristianismo (Hamburgo, 1972), y
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también a D. Meadows: Crecimiento hasta la catástrofe (Stuttgart 1974). En estos
escritos, se afirma que el progreso moderno, junto con sus consecuencias negativas que
ya vamos conociendo, es una consecuencia del mandato bíblico "dominad la tierra",
consecuencia de la situación de dominio del hombre acentuada por la biblia. Según
Amery ocurre lo mismo en las fuerzas seculares que hoy conservan ese impulso de
dominio más eficazmente que el cristianismo : "Toda ideología progresista, incluido el
marxismo, cree en fin de cuentas que se trata de conseguir un estadio final que superará
todas las imperfecciones de la existencia y nos hará por vez primera hombres
auténticos". Y lo mismo da que se le llame Reino de Dios, sociedad sin clases, o
producto nacional bruto.
CRÍTICA DE LA TRADICIÓN EN EL NOMBRE DEL PROGRESO
Además de la desconfianza frente al progreso, y de la idea de su legitimidad, se
encuentra también en la teología actual una crítica de la tradición en nombre del
progreso.
La falta de equilibrio
Una perspectiva tal es posible cuando se mira a la tradición como una historia de caídas
y de degeneración a partir de un origen puro y normativo. También es posible, cuando
se piensa que el único motor del presente es el futuro - marxísticamente dicho: el
"principio esperanza" (E. Bloch ), la sociedad sin clases; teológicamente expresado: el
Reino de Dios,- el nuevo cielo y nueva tierra- juntamente con los impulsos, que
tendiendo a ese fin cambian la situación presente. Estos impulsos provocan el paso a un
grado superior y esto es precisamente el progreso.
Existe la convicción de que lo modificado ahora en el proceso del progreso universal es
una anticipación del fin. La tradición se convierte en obstáculo para ese fin e impide la
libertad y el progreso; hay que demoler sus bastiones, por tanto, e incluso olvidarla si
fuera necesario para comenzar ex nihilo, de la nada, la totalidad del cristianismo.
Posiciones extremas
Estas perspectivas se desarrollan hoy en día en una extrema teología de la esperanza o
en una teología política muy parcial, cuya única determinación temporal es el futuro, y
cuyo fin consiste en la crítica de la sociedad y el cambio de las estructuras. La teología
de la revolución es aún más radical y corre el peligro de llegar, incluso, a prescindir de
Dios, pues en el ámbito de lo humano, del compromiso social y revolucionario, que está
ligado con la crítica de la cultura, tradición y sociedad, se pretende ya y se realiza
aquello que le importaba a Jesús de Nazaret.
Las perspectivas sobre el tema progreso y tradición descritas hasta aquí, se han
caracterizado porque cada uno manipulaba al otro y tanto la tradición como el progreso
intentaban imponerse a costa del otro. En las siguientes refle xiones se trata de conseguir
una relación más objetiva entre ellos.
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LA REALIDAD OLVIDADA
Con la palabra progreso, tan significativa según E. Bloch cuando se habla del progreso
técnico, no se puede abarcar la totalidad de lo real cuando se trata del hombre. Esto no
sólo es válido porque la técnica no puede responder a todo, sino, en especial, porque hay
dominios en los que la palabra progreso no cabe en absoluto.
Modos distintos de saber
Según Pascal, existen dos modos de ciencia humana: una se basa en la experiencia y
argumentación racional y la otra en la autoridad y tradición. El primer modelo
corresponde a la física y el segundo está representado por la teología en la que sólo vale
la palabra transmitida. Añade Pascal: Si esta diferencia la vemos clara, lamentaremos la
ofuscación de aquellos que en física quieren hacer valer la tradición en lugar del
razonamiento y experimentación, y nos asustaremos ante los que usen en teología el
razonamiento en lugar de la tradición, Escritura y Santos Padres. Con ello, no quiere
decir Pascal que el razonamiento no tiene lugar en teología, sino que dice expresamente
que el razonamiento no debería tomar el lugar de la tradición.
En conexión con otra expresión de Pascal: "¿Quién es más sabio que Sócrates?", se
podría formular lo siguiente: ¿Cómo se relacionan las ciencias del espíritu y la teología
con el progreso? Por ejemplo:
"¿Hay alguien más sabio que Sócrates? ¿O mejor creyente que Abraham? ¿Es Platón un
Aristóteles que se quedó a medio camino? ¿Es la obra de Bach un intento no logrado,
comparado con Beethoven? ¿Es Trento mejor que Calcedonia? ¿Puede Vaticano I
señalar un progreso en su fe si se la compara con la de Pablo? ¿Serán superadas las
grandes figuras del dogma y de la historia de la teología? ¿Se puede decir que la
religión, gracias a la progresiva revelación, se encuentra en un continuo tender hacia
adelante? ¿O, puede darse en teología lo que pasó en física y quedará un día acabada y
concluida? ¿No se vuelve lento el progreso dogmático precisamente porque cada
adelanto en el conocimiento de la verdad excluye cada vez más la posibilidad de un
error? ¿Se da un progreso de época a época o termina cada época inmediatamente en
Dios y en un estado de perfección? ¿El sentido de la historia está en su última hora o en
la hora presente? ¿Es cada época mejor que la pasada o toda ganancia histórica se paga
con una pérdida? ¿Significa la evolución de la creación que ésta se encuentra también
en un proceso histórico de perfeccionamiento y cada vez más cercana a su meta
última?" (Max Seckler).
Límites de la técnica para la realización humana
La categoría progreso no encuentra su campo adecuado en las realidades arriba
descritas. La fe, la filosofía y la religián, pertenecen a la irrenunciable personalidad del
hombre y, sin ellas, no es hombre en el sentido más acabado. La técnica y su progreso
no pueden crear el horizonte de la realidad humana, en el que estamos continuamente
inmersos y del cual vivimos, es decir, el horizonte de la confianza, del amor, de la
comprensión, de la pregunta por el sentido, de la felicidad, de la realización. No
obstante, el hecho de que el progreso técnico no pueda producir todo esto desde su
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propia dinámica, no puede hacernos olvidar que el progreso contribuye de muchas
formas en los supuestos y condiciones para conseguir esa forma de la realidad humana,
aunque no pueda crear la realidad misma. Arthur Koestler describe al hombre moderno
como un "Dinosaurio" dotado con un máximo de perfección técnica y un mínimo de
ética humana. Albert Einstein describió nuestro tiempo como la época de perfección de
medios, y de fines equivocados. Desde hace treinta años había intuido este famoso
físico que el problema no radicaba en la energía atómica, sino en el corazón del hombre.
Si volvemos al punto de partida, constatamos que hay una realidad humana que no se
puede conseguir por medio de la técnica. La única posibilidad para conseguir la
sabiduría de Sócrates, la fe de Abraham y el sentido de la existencia cristiana, es la
apropiación por medio de la tradición, recuerdo y presencia, por medio de revitalización
e imitación, por medio del cuidado y la protección, por medio de la comprensión, de la
interiorización y del amor. En el ámbito de lo humano, sólo existe progreso en la
medida e intensidad que se da todo esto.
El hombre moderno tiene conciencia de que no puede hacerlo todo aunque vea que en el
campo técnico "todo es factible", y experimenta de nuevo sus fronteras, en especial, la
de la muerte. Por otra parte, el hombre es alguien que se sabe deudor de todo lo que es y
posee, y por eso permanece deudor de los otros. ¿De dónde nos viene el lenguaje, la
cultura, si no es de haberla aceptado y de la tradición? ¿De dónde proceden las
realidades que se nos han concedido, como son el amor, la confianza, la entrega, la
comunidad y que nosotros designamos como felicidad, plenitud, logro, sino a través de
esta tradición?
Esto nos lleva a la siguiente reflexión. Sólo progreso y tradición conjuntamente hacen
posible una existencia humana en la que el hombre no pierda su totalidad a costa de una
parte de ella, y evitan que el hombre quede circunscrito como víctima, fin y función de
otra cosa, a fin de que se haga y rescate a sí mismo.
LAS FRONTERAS DEL DESARROLLO
La dependencia necesaria entre la indoctrinación de la huma nidad progreso y tradición
adquiere mayor consistencia ante la declaración del "Club de Roma": "El crecimiento de
la población y producción es un crecimiento que conduce a la muerte. Provoca
superpoblación, hambre, contaminación y destrozo del espacio vital". Konrad Lorenz
coincide en lo mismo al hablar de los Ocho pecados capitales de la civilización humana
(München 1973):
"La superpoblación, la destrucción de los espacios vitales naturales, la carrera de la
tecnología que insensibiliza al hombre para otros valores, la debilitación de todos los
afectos y sentimientos fuertes, el progreso farmacológico que produce una intolerancia
creciente ante las más mínimas molestias, el atropello genético, el desprecio de la
tradición con el distanciamiento generacional que trae consigo, el crecimiento de la
indoctrinación de la humanidad con sus secuelas despersonalizadoras y el equipamiento
de la humanidad con armas nucleares".
Estas frases ponen de manifiesto que el progreso técnico dejado sólo a sus propias leyes
(como quieren los tecnócratas ), conduce a situaciones críticas y amenazadoras. Y es
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que, en sí mismo, el progreso técnico es ambiguo. Lo que importa es para qué y en
servicio de qué se utiliza. Ahora bien, la ciencia y la técnica no suministran metas ni
sentidos y dejadas a su propia dinámica, crecen más que el hombre y se lo comen.
Mientras que en manos de hombres a quienes no importa la ganancia, el provecho o el
egoísmo, sino el cuidado y la ayuda a los demás, se convierten en una verdadera
bendición y una enorme posibilidad para mejorar la condición humana.
LA FUERZA SOBRE LA FUERZA
La supresión de la fuerza y la catástrofe no vienen de la técnica, sino de la ética y la
responsabilidad.
Conflicto del "deber humano" y el "poder técnico"
Es el hombre quien ha de dominar la técnica. Hace ya veinte años que Romano Guardini
consideró este problema como el principal que tenía la humanidad y articuló una ética
que podría resumirse en esta pregunta: ¿Debemos hacer (humanamente) lo que podemos
técnicamente? C. F. Weizzácker, científico, filósofo y cristiano creyente, expresa lo
mismo de modo más acuciante:
"Las dificultades actuales no consisten en el no-dominio de las fuerzas de la naturaleza,
sino en la incapacidad humana para orientar el obrar del hombre. El saber es poder y el
poder debería significar responsabilidad; pero esperar que los conocimientos científicos
nos traigan a la vez la dosis de moral necesaria para llegar a esa responsabilidad, es una
esperanza que no corresponde a los hechos".
Werner Heisenberg habló de la necesidad de trazar un camino al empleo de las ciencias
naturales y la técnica, cuyo punto de referencia sería, en definitiva, la escala de valores
del cristianismo. También L. Steinbuch y Amery no se avergüenzan de una conversión
orientada hacia metas distintas del crecimiento, de la producción y del consumo: hacia
la igualdad y solidaridad
¿Qué es ser hombre? Una pregunta que se impone
Para llegar a dominar el progreso técnico, necesitamos un conocimiento del ser humano
y de los deberes y posibilidades que de él se derivan, conocimiento que no puede
producirse como un producto técnico, sino que se obtiene de la experiencia histórica y
de la tradición. Una humanidad que pierde su memoria es una humanidad enferma.
La historia nos ofrece muchos proyectos para el futuro y por eso necesitamos saber cuál
de ellos se orienta verdaderamente hacia lo que es el hombre. ¿Es el hombre un
producto de la biología o del medio ambiente, un conjunto de circunstancias
socioeconómicas, un resultado de impulsos inconscientes, un homo faber, un
consumidor..., o es el que encuentra su verdad en el ecce homo de Jesús de Nazaret, en
el que el ser para Dios y el ser para el hombre constituyen una unidad indisoluble? Allí,
el hombre no aparece nunca como medio, sino como fin, y su libertad y sus derechos
encuentran su fundamento profundo en Dios Padre de todos los hombres.
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El hombre a la imagen de Jesús
El que profesa esta imagen del hombre no se avergonzará de compararla con otros
proyectos antropológicos. Lo que importa es transmitirla y conservarla intacta, tarea en
la que el progreso y tradición se implican mutuamente.
Si resulta difícil una ética positiva del progreso que sea aceptada por todos, existe, sin
embargo, un acuerdo amplio sobre aquello que no es humano, que no debe ser. En ese
acuerdo, aparece la imagen del hombre que entró en la historia por medio de Jesucristo.
La historia del dolor de la humanidad es un contrapeso a todas las presunciones del
hombre, porque muestra cuánto dolor pueden añadirse los ho mbres unos a otros. Pero
esa historia que evoca y hace presente la pasión de Cristo, abre un sentido al dolor que
no lo tendría sin Cristo. El dolor no es necesariamente lugar de la maldición y el castigo
de la ausencia de Dios, sino que puede ser posibilidad de encuentro con él.
CONCLUSIÓN
Lo que la teología sabe de Dios y sobre el hombre, que se haya concentrado en la
palabra y el destino de Jesucristo, es lo que ha de posibilitar su contribución al tema de
tradición y progreso. La teología sabe que en el campo de lo humano no hay nada que
pueda superar la imagen y la causa de Jesucristo. Su tarea es mantener esa unicidad
viva, de modo que se la experimente siempre como nueva. Una tradición así entendida
se convertirá para la fe en progreso, en crecimiento que interpela a todo el hombre y que
distiende todas sus determinaciones temporales: pasado, presente, futuro, recuerdo,
presencia y esperanza.
La iglesia, comunidad de los creyentes -hombres y pecadores- está obligada a un
servicio en el campo de la tradición y del progreso: evitar tanto las unilateralidades
como las falsas alternativas, ayudar a que permanezca vivo aquello que hay de
irrenunciable, tanto en el progreso como en la tradición, reconciliar a ambos en lugar de
enemistarlos.
¿Cómo puede hacerse eso? Nos lo dice una palabra de Tomás de Aquino: "El poder de
Dios es su bondad, y por eso necesariamente usa bien de ese poder. Pero con el hombre
no pasa lo mismo. Y por eso no basta con que el hombre se parezca a Dios en el poder,
sino se le ha de parecer también en la bondad" (I-II, 2, 4).
Tradujo y condensó: M. DOLORES ESCRIVÁ
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