SHO 2 Cuando Satoshi se quedó dormido, rompí a llorar. Todo había ocurrido tan rápido que ni siquiera sabía cómo había llegado a aquel punto. Satoshi se había despertado después de casi tres semanas en coma, y no recordaba nada. No recordaba su nombre, no recordaba donde vivía, no me recordaba a mí, ni siquiera recordaba si tenía familia. Y yo no supe reaccionar. Durante aquellas tres semanas le creí muerto. Creí que nunca iba a abrir los ojos, y mi corazón no pudo soportar el dolor. Estaba convencido de que le había perdido para siempre, de que nunca más iba a volver a ver sus ojos brillando de alegría, y de que no iba a volver a escuchar el sonido de su risa. El médico me lo había confirmado varias veces, era casi imposible que volviera a abrir los ojos. Pero lo hizo. Y para mí, fue un milagro. Cuando vi sus párpados moviéndose, sentí que ya nada más importaba. Estaba vivo, estaba abriendo los ojos. Después de creer que le había perdido para siempre, que me había dejado, que ya no había marcha atrás, que nunca más podría volver a hablar con él, no podía creer que se nos estuviera concediendo una segunda oportunidad. Y me asusté. Satoshi. Mi Satoshi. El que se acercó a mí con su gesto dulce en el jardín de infancia, cuando sólo teníamos tres años, y me ofreció su juguete favorito. El que me fascinó con su manera de ser y me enamoró desde el primer momento en que le vi, a pesar de que yo era demasiado pequeño para entender aún lo que estaba sucediendo. El que hacía vibrar mi corazón cada vez que sonreía de aquella manera tímida, tan suya. Y el que se iría a Hokkaido en cuanto se recuperase y pudiera salir del hospital. No podía soportar la idea. No quería volver a perderle. Siempre había sabido que era la persona más importante de mi vida y que le necesitaba como el aire que respiro, pero después de aquellas tres semanas no quería volver a vivir la tortura de una vida sin él. No podía soportar volver a estar solo en Tokyo, con la incertidumbre de si algún día iba a poder volver a verle. Antes hubiera preferido la muerte que toda una vida con Satoshi lejos de mí, en un lugar donde no podía buscarle cuando me sentía perdido. Cuando me di cuenta, las palabras estaban saliendo solas de mi boca. En cuanto me dijo que no recordaba nada fue como si algo se activase dentro de mí, y mi corazón actuó por cuenta propia. Me vi envuelto en una espiral de la que, poco a poco, me di cuenta de que no iba a ser capaz de salir. Estaba mal. Me estaba metiendo en el fango hasta el cuello, y ni siquiera sabía cómo iba a manejar aquella situación que no había premeditado y que no se sostenía por ninguna parte, pero estaba tan desesperado por evitar que se volviera a alejar de mí que simplemente dejé que las palabras abandonaran mi boca, sin pensar en las consecuencias que traerían. Y ahora no tenía ni idea de cómo iba a arreglármelas para salir del embolado. Me limpié las lágrimas, cogí mis cosas y salí del hospital como alma que lleva el diablo. Necesitaba pensar. No quería aprovecharme del estado de Satoshi, y sin embargo lo estaba haciendo. Mi intención no era hacerle daño en ningún momento, pero al mismo tiempo sabía que era inevitable hacérselo si de verdad quería mantenerle a mi lado. Y eso era lo único que tenía claro. Yo le quería. Le había amado con cada fibra de mi ser desde que éramos niños, y estaba dispuesto a luchar con uñas y dientes por él, incluso a renunciar a mi integridad moral si era necesario, pero no iba a permitir que se fuera a Hokkaido. No iba a permitir que nadie le alejara de mí. Mientras caminaba hacia mi coche, mi móvil sonó dentro de mi bolsillo. Lo saqué con torpeza, debido al estado de nervios en el que me encontraba, y respondí la llamada sin pararme a comprobar quien era. "Sho", la respuesta llegó desde el otro lado de la línea. Mis ojos se abrieron y mi corazón se heló. "Jun...", dije, casi sin aliento. "¿Ha pasado algo?" "N-No. No ha pasado nada" "Suenas tenso", contestó mi amigo. "Te tiembla la voz. ¿Dónde estás?" Suspiré y cerré los puños. "En el hospital. Tengo noticias" Hubo un silencio al otro lado. "¿Hay... novedades?", preguntó, con voz entrecortada. "¿Dónde estás?" "¿Qué ha pasado, Sho? ¡Dímelo!", exclamó. Noté cómo su voz se quebraba. Me mordí el labio inferior, cerré los ojos y suspiré, mirando al cielo. Cuando los volví a abrir, las lágrimas habían empezado a rodar de nuevo por mis mejillas, y el labio que estaba mordiendo había empezado a temblar sin control. Me apoyé contra mi coche y me pasé una mano por el pelo. "Jun...", balbuceé. "Ha... muerto..." "No", respondió él. "Lo siento...", susurré yo. "¡No!", gritó él. "No, no... ¡¡NO!!" Me tapé la cara con la mano mientras seguía llorando. "Lo siento... lo siento...", dije. "Lo siento mucho..." Era la persona más horrible del mundo. Cómo había llegado a aquello, ni yo mismo lo sabía, pero ya no podía volver a atrás. Si lo hacía perdería a Satoshi, y si para evitarlo tenía que herir a Jun, siendo plenamente consciente de ello, lo haría sin pensármelo. Estaba convencido de que si el destino le había frenado en su camino hacia Hokkaido y había permitido que se despertara de su coma, tenía que ser una señal. Se nos estaba dando una segunda oportunidad, y yo no tenía pensado desaprovecharla. "No puede haber muerto", dijo Jun, llorando al otro lado del teléfono. "Sho, dime que no es verdad. Dime que todo esto es sólo una pesadilla de la que me voy a despertar" "Ojalá... pudiera decirte eso..." "¡¡Dios!! Sho... esto es una pesadilla..." "Lo sé..." Hubo un largo silencio al otro lado. "¿Jun?", le llamé. "¿Sigues ahí?" "Le he matado" "No digas eso" "Ha muerto por mi culpa. Si no hubier..." "¡No digas eso!", le corté. "Ni siquiera lo pienses. No ha sido culpa de nadie. ¿Lo entiendes, Jun? Los accidentes ocurren, y no son culpa de nadie. No te cargues con la responsabilidad" Inconscientemente, me encontré repitiendo las palabras que Satoshi me había dicho a mí minutos antes, y una enorme punzada de culpabilidad me golpeó el pecho con fuerza, haciendo que me mordiera el labio de nuevo, preguntándome a mí mismo qué era lo que estaba haciendo. Estaba traspasando demasiados límites en una sola noche. "Íbamos discutiendo", dijo él. "Le grité" Abrí la boca, con las lágrimas aún rodando por mis mejillas, e intenté respirar. No soportaba aquel sentimiento de culpabilidad. Me estaba ahogando. "Jun", logré decir. "¿Estás en casa?" "No puedo ir a ninguna parte con esta maldita pierna" "Voy para allá. Espérame, ¿vale?" "Vale" Colgué el teléfono y me pasé ambas manos por el pelo. Aquella presión en mi pecho se estaba haciendo insoportable, pero tenía que aguantar. Ahora que había empezado y me había mentido de lleno en aquel enfangado, no podía contar la verdad si no quería perderlo todo. Mientras conducía hacia casa de Jun, recordé el beso que Satoshi me había dado en el hospital. No estaba en mis planes que pasara nada físico entre nosotros porque no quería aprovecharme del estado en el que se encontraba, pero él me pidió que me acercara y, cuando me di cuenta, ya me estaba besando. Sus labios eran suaves y cálidos, tal y como me los había imaginado tantas veces, y aunque el beso duró apenas unos segundos, hizo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal y que se me dibujara una sonrisa boba en la cara. A pesar de que sabía que no estaba bien besarle, no pude evitar disfrutar del contacto de sus labios con los míos después de haberlo anhelado durante tantos años. Cuando aparqué el coche, suspiré por enésima vez aquella noche. Iba a enfrentarme a una de las situaciones más difíciles de mi vida. Conocía a Jun desde que estábamos en el instituto, y aunque no siempre habíamos congeniado bien del todo, había llegado a cogerle cariño. Mentirle de aquella manera, en algo tan serio, era despreciable, y ya me estaba remordiendo la conciencia antes de hacerlo, pero no tenía opción. Tenía que enfrentarme a él cuanto antes. Si todo salía como pensaba, las cosas irían volviendo a su cauce poco a poco, y cuando Jun volviera a Hokkaido con su familia, podría contarle la verdad a Satoshi. Probablemente me despreciaría y odiaría tanto como yo me despreciaba y odiaba a mí mismo, y no querría volver a verme, pero al menos se quedaría en Tokyo. Y el tiempo sería el encargado de decidir el final de nuestra historia. No usé el ascensor. Subí las escaleras lentamente, tomándome mi tiempo para asimilar lo que estaba a punto de hacer. Llamé al timbre del apartamento de Jun, y respiré hondo. Lo que ocurriría a continuación sería decisivo. Si mi mentira no sonaba convincente, todo se habría acabado y tendría que renunciar a Satoshi para siempre. No sólo a estar con él como su pareja, sino a compartir todo lo que habíamos compartido durante casi treinta años, y yo no sabía vivir así. No quería vivir así. Satoshi era demasiado importante para mí. Su presencia era esencial en mi vida. Sin él, nada tenía sentido para mí. Jun abrió la puerta con los ojos enrojecidos e hinchados. Tenía un aspecto horrible. "Pasa", dijo casi en un susurro, apartándose para dejarme entrar. La venda que rodeaba su torso y cubría su hombro asomaba ligeramente a través del cuello de su camisa. Tenía la pierna derecha escayolada hasta la rodilla, y caminaba apoyado sobre una muleta, haciendo pequeños gestos de dolor a cada paso que daba. Yo sabía que aquello no iba a ser fácil, lo había tenido claro desde que fui consciente de lo que estaba haciendo, pero aún no habíamos empezado a hablar y su imagen ya me estaba desgarrando el corazón. Sentí unas ganas casi irrefrenables de romper a llorar de nuevo, sobrepasado por mi propio sentimiento de culpa, pero me contuve y le seguí en silencio hasta el salón. "¿Quieres tomar algo?", me preguntó. "No, estoy bien", dije. "Tú siéntate tranquilo" Le ayudé a apartar la muleta para sentarse, y a poner su pierna en alto. Después me senté a su lado y esperé en silencio, jugueteando con mis manos sobre mi regazo. "No puedo creer que esté muerto, Sho" Tragué saliva, intentando deshacer el nudo en mi garganta. "Yo tampoco...", respondí. "Nos íbamos a Hokkaido, los dos juntos. Iba a presentarle a mi familia", sollozó. "Y ahora está muerto. Por mi culpa" "Jun, no es tu culpa. No es culpa de nadie", suspiré. "Ha sido un accidente. Tú no lo has provocado. Y a Satoshi no le hubiera gustado verte así" Una lágrima resbaló lentamente por la mejilla de Jun, y yo sentí que se me hacía un nudo en el estómago. A mi sentimiento de culpabilidad se le había sumado la mala conciencia desde hacía un buen rato, pero ver a Jun destrozado y culpándose por una muerte que ni siquiera era real me estaba haciendo sentir tan bajo, tan rastrero, que deseé desparecer. Deseé evaporarme y dejar de existir. "No sé qué voy a hacer, Sho" Rodeé sus hombros con mi brazo. "Hoy no es un buen día para pensar", le dije. "Date tiempo. Ya tomarás decisiones cuando la herida empiece a cicatrizar, y lo veas todo un poco menos oscuro" Jun afirmó, se apoyó contra mi pecho y lloró en silencio entre mis brazos. Su dolor era inconsolable. Lo único que yo podía hacer era intentar que se sintiera un poco menos solo, a pesar de que sabía que estaba siendo un cínico y que iría al infierno por lo que estaba haciendo. Pero cualquier cosa era mejor que ver cómo Satoshi se marchaba. Tenía que jugármela a todo o nada.