El respeto a la diferencia comienza en el aula . Tolerancia

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Santa Cruz de la Sierra ­ Bolivia, Domingo 9, NOVIEMBRE de 2008 El respeto a la diferencia comienza en el aula . Tolerancia ¿En los colegios se respetan las ideas, creencias y prácticas de los demás? Hay opiniones diversas, pero lo cierto es que los estudiantes reconocen el fenómeno de la intolerancia en las aulas contra las personas diferentes. Las autoridades educativas buscan superar el problema mediante la capacitación de los docentes Texto: F reddy Lacio F. / foto: Archivo e I ntern et El científico y escritor alemán Georg Lichtenberg (1742­1799) recomendaba “conceder al corazón el hábito de la tolerancia”, entendiéndose ésta como la consideración hacia las ideas, creencias o prácticas de los demás. Pero la palabra tiene también otra connotación más amplia: el respeto a las diferencias entre las personas. En un país como Bolivia, donde algunos sectores de la población hacen gala de su intolerancia... ¿se enseña el valor de la tolerancia en las aulas del colegio? “A todos nos enseñan que no hay diferencias entre blancos y negros, o entre collas y cambas”, dice con seguridad José Luis, estudiante de secundaria en un establecimiento del centro de la ciudad. Pero esa confianza en su voz se desvanece cuando se consulta al escolar si en su curso todos se tratan como iguales o, por el contrario, no faltan los alumnos que son blanco recurrente de las bromas... u otro tipo de ataques. “Bueno, a Carlos le dicen colla por negringo... y a Julio cabeza’e chancho porque su cabello es tieso”, reconoce. Insistiendo aún más, José Luis acepta que las víctimas frecuentes de los apodos son los estudiantes diferentes: el gordo, el flaco en extremo, el provinciano, el moreno, el demasiado blanco, el estudioso, el enfermizo, el pobre, el afeminado y el proveniente de otros departamentos, especialmente de la parte occidental del país. ¿Alguna vez los profesores los reprenden por apodar feo a sus compañeros?, se le pregunta. “Nun­ca. Los profesores no se meten en esas cosas”, responde. José Luis se sincera en la breve entrevista y relata que, en cierta ocasión, a un estudiante proveniente del interior del país le quitaron su calculadora, su libro de Álgebra de Baldor y otros textos escolares. Cuando el muchacho reclamó y amenazó con denunciar la sustracción del material ante los profesores, fue amedrentado por sus compañeros más fornidos, quienes le advirtieron sobre temibles represalias si la noticia del robo trascendía hasta la dirección del establecimiento. ¿Por qué eligieron a ese estudiante en particular para quitarle sus cosas? “Porque era colla y como recién había llegado al colegio, no tenía amigos que lo defiendan”, dice José Luis. El tema puede pasar desapercibido para una gran mayoría, pero lo cierto es que la intolerancia en los establecimientos educativos de Santa Cruz existe. Una encuesta de percepción elaborada por el Defensor del Pueblo reveló que el 75,4% de los bolivianos admite la existencia de discriminación en Bolivia; entre los grupos más marginados están las personas con VIH/sida, los indígenas y campesinos; las personas con discapacidad y los homosexuales, sean gays o lesbianas.
Otro estudio, realizado por la Fundación Unir, corrobora la información al señalar que Santa Cruz se presenta con el más alto nivel de racismo en Bolivia. En su encuesta nacional 2008, se encontró que los factores identificados como causantes de discriminación son la pobreza, la procedencia indígena, el color de la piel y el apellido indígena. El mismo estudio expone que los grupos más rechazados –según las personas consultadas­ son los indígenas, las personas con discapacidad, los enfermos de sida y los pobres. Los datos son ratificados por Roxana Rodríguez, comunicadora de la organización Apoyo para el Campesino­ Indígena del Oriente Boliviano (Apcob), que trabaja con la comunidad ayorea Degüi en el barrio Bolívar de la Villa Primero de Mayo. En el lugar se encuentra una unidad educativa donde los niños ayoreos cursan hasta cuarto de primaria. Los problemas se presentan cuando los pequeños deben abandonar el lugar para completar su formación en los colegios de la zona. Rodríguez explica que muchos escolares ayoreos tienen entre dos y cuatro años más que el promedio de sus compañeros no indígenas. Como en los establecimientos son fácilmente identificables por sus rasgos indígenas y su habla, el resto de los estudiantes los discrimina con epítetos como guarayos, indios o cunumis, como si estas palabras fuesen insultos. La intolerancia llegó al punto de que uno de los niños empezó a ser víctima constante del robo de sus cuadernos, libros y lápices. La situación fue al extremo cuando, en cierta ocasión, un estudiante aprovechó que el pequeño se quitó los zapatos para llevárselos. Molesto de sobre manera por la afrenta, el estudiante indígena hizo valer su tamaño y fortaleza para golpear al ladronzuelo, lo que provocó a su vez que los profesores del establecimiento lo calificaran como alumno­problema y lo tuvieran entre ceja y ceja. Muy similares son las historias de los otros seis menores ayoreos que deben dejar la seguridad de la comunidad para formarse en los colegios de la Villa, al punto que muchos se resisten a asistir a clases y los padres tampoco insisten en ello, porque conocen de la discriminación que sufren y por eso prefieren evitar nuevos problemas, argumenta Rodríguez. I nform ación peligros a A pesar de algunos cambios en el sistema educativo nacional, todavía existe desinformación y conceptos equivocados cuando se manejan ciertos temas en las aulas, sostiene Álex Bernabé, presidente de la organización Igualdad, que trabaja con la población LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans). Un caso bastante preocupante se presentó a mediados de 2007. Un estudiante homosexual del último curso de secundaria de un establecimiento educativo céntrico se vio conmocionado por información errónea proveniente de, nada menos, su maestra. Según Bernabé, el desfile por el Día del Orgullo Gay había pasado hacía muy poco y los estudiantes estaban ávidos por conocer información sobre el tema de la homosexualidad. Fue entonces que la educadora le dijo tres cosas a los futuros bachilleres: que todos los homosexuales iban a morir de sida; que “ellos saben que la homosexualidad está mal, pero lo siguen haciendo”; y que “en el recto existe una glándula y de tanto tener penetraciones anales, ésta se puede romper o lesionar, y los gays pueden morir desangrados”. “La profesora se dejó llevar por sus prejuicios y la desinformación. Cuando el estudiante nos comentó el caso, lo hizo con mucha preocupación… no cuestionó si la profesora estaba equivocada, sino que preguntó con cara de ‘¿es esto cierto?’. El muchacho estaba recibiendo información de una persona a la que creía, porque en el colegio los profesores son los dueños de la verdad”, señala Bernabé. Inquietados y molestos por la situación, los integrantes de la organización enviaron cartas de reclamo al establecimiento y a las oficinas del Defensor del Pueblo. Cuando llegaron hasta el colegio para presentar su queja, la directora los recibió muy cortés y educada. A través de la mediación de la Defensoría del Pueblo, se acordó que algunos integrantes desarrollarían una charla sobre el tema, para corregir las ideas equívocas vertidas por la docente. “Queríamos explicar que la homosexualidad no es una enfermedad, que no sólo los gays se pueden enfermar de sida y que, por el contrario, los índices de contagio se están elevando entre las amas de casa; que no es cierto que hay una glándula que se puede romper en el ano, lo que puede provocar la muerte por desangramiento. En esa ocasión quedamos en una fecha, pero cuando volvimos nos impidieron dar la charla. El consejo de profesores del colegio determinó que los mismos docentes iban a resolver el tema”. Nuevamente se recurrió al Defensor del Pueblo, pero entre idas y venidas –dice Bernabé­ fue pasando el tiempo y los directivos del colegio, para concluir el asunto, hicieron firmar una carta a los estudiantes en la que éstos agradecían al cuerpo docente por la información recibida y la consideraban suficiente para clarificar sus dudas sobre el tema de la homosexualidad. Lo triste es –agrega el activista­ que la misma abogada que los asesoraba parecía estar de acuerdo en que, si la exposición se llevaba a cabo y era dictada por una persona homosexual, se podía confundir la orientación sexual de los estudiantes. El caso fue cerrado y sin ‘culpables’ a la vista. P ara acabar co n los prejuicios Según los estudios del Defensor del Pueblo y la fundación Unir, los portadores del VIH y enfermos de sida son uno de los grupos más afectados por la intolerancia... y en el entorno educativo no hay excepciones; por el contrario, los casos registrados demuestran discriminación al rojo vivo, señala Julio César Aguilera, director ejecutivo de la fundación Redvihda. Hasta la fecha, en la institución recuerdan el caso de Fernandita, una niña de 6 años que fue víctima de la
discriminación en su colegio por ser portadora del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). La intolerancia en este caso llegó al punto de que las autoridades educativas del establecimiento intentaron expulsarla bajo el pretexto de que podría contagiar tanto a los estudiantes como al cuerpo de docentes, recuerda Aguilera. “Se le quería negar el derecho a la educación que tiene todo niño, y sólo por el hecho de vivir con un virus que no se contagia. La ignorancia y discriminación siempre van acompañados y era evidente que los directivos del colegio estaban muy mal informados”, señala. Aguilera informó de que, tras conocer el caso, se procedió a presentar una denuncia formal en la oficina del Defensor del Pueblo y un memorial de reclamo ante las autoridades del Servicio Departamental de Educación, donde se dejó claramente establecido que la organización iba a llegar hasta las últimas consecuencias mientras se intente negar el derecho a la educación de la menor. En aquella oportunidad, se logró conciliar con los directivos del colegio y los padres de familia, pero los casos de discriminación no cesaron. “Pronto nos enteramos del caso de una compañera de trabajo, que salía en televisión porque era una activista por los derechos de las personas con VIH­sida y que admitió públicamente que vivía con el virus. Los directivos del colegio donde estudiaban sus cuatro hijos decidieron expulsarlos por el temor de algunos padres a que los menores pudieran contagiar a sus compañeritos. Procedimos con el mismo rigor y por fortuna se logró conciliar sin necesidad de llegar hasta los tribunales”, señala el director de Redvihda. En opinión de Aguilera, los casos de discriminación contra los portadores del mal son especialmente tristes cuando suceden en el ámbitop escolar. En primer lugar, permitió establecer que los profesores y padres de familia estaban muy mal informados en lo que respecta a la enfermedad, lo que se tradujo en acciones discriminatorias hacia los menores. También fue preocupante observar que, si bien los menores eran ajenos al supuesto problema, muy pronto eran influenciados por sus progenitores, quienes en ciertos casos extremos les prohibieron a sus niños acercarse y hasta hablar con sus compañeros infectados. “Estos niveles de intolerancia se producen cuando falta la información. En este caso, vemos que no importa cómo se agrede ni a quién, porque cuando se trata de niños hablamos de los más vulnerables al ejercicio de sus derechos humanos”, dice Aguilera. Entonces, ¿qué se debe hacer para inculcar el valor de la tolerancia en los educandos cruceños? El director del Servicio Departamental de Educación (Seduca) que responde a la Prefectura, Salomón Vargas, indica que en la malla curricular de los diferentes cursos y ciclos existen líneas transversales que promueven el respeto y la responsabilidad entre los alumnos. “Los profesores, dentro del desa­rrollo curricular, elaboran y realizan temas al respecto de la tolerancia. El problema se presenta porque en la medida que transcurre el tiempo, más avanza la tecnología y las personas –y los estudiantes entre ellas­ adquieren conocimientos de otros países, otras culturas, donde la intolerancia de los jóvenes es muy notoria. Al final, de a poco estos modelos mentales se van copiando y reflejando”, señala. Según Vargas, el Seduca desarrolla talleres durante todo el año, para que los docentes cruceños estén bien informados sobre el tema y sepan cómo actuar cuando descubran un caso de intolerancia. En este aspecto, Vargas hace hincapié en un aspecto que todos los entrevistados apuntan como primordial: la buena formación y capacitación de los docentes. El profesor competente y bien informado tiene la atención y el respeto de sus alumnos y es, por tanto, el mejor transmisor de valores, en una etapa en la vida de los jóvenes cuando su palabra es la única verdad. Opin ión Res peto, m ás qu e tolerancia Sonia Soto / Defensora del Pueblo Creo que habría que separar o hacer análisis distintos de lo que es la tolerancia y lo que es el respeto. La tolerancia ­particularmente me suscribo a la corriente que señala dentro del ámbito de los derechos humanos­ se produce en el tema ideológico. Es decir, una persona tiene una cosmovisión de la vida y yo otra. Yo tolero que esa persona tenga su cosmovisión y seguimos campantes ambos, respetándonos. No voy a querer que piense como yo. La tolerancia se aplica a la libertad de expresión, de culto e ideológica. La corriente a la que me suscribo no habla de tolerancia, sino de respeto, frente a diferencias de origen, de nacionalidad, de edad, diferencias físicas o de opción sexual. Hay otra acepción de la tolerancia que me hace sentir superior: “Sé que estás loco, pero soy superior y te tolero, te acepto como eres”. Aquí la persona demuestra un prejuicio y eso no es aceptable. Si existen diferencias –opciones sexuales, físico, color de piel, procedencia­ ahí exijo respeto como principio. No puedo sentirme superior ni sentir compasión ni conmiseración hacia el otro, sino saberlo diferente y respetarlo en su integridad, sin quererlo cambiar. Hay que hablar de respeto, porque hablar de tolerancia conlleva un prejuicio de superioridad. Cuando llegamos a eso de “colla y camba” como juego, pasa. Pero otorgar mayor o menor valor a una persona por ser flaca o gorda, haber nacido en otro lugar, tener el VIH­sida o una opción sexual diferente, eso ya es
discriminación. Ante la intolerancia, denu ncie Según el psicólogo Hernán López Cairo, del Centro de Referencia de Atención a Adolescentes y Jóvenes (CRAJ), dependiente del Servicio Departamental de Salud (Sedes), una persona discriminada o víctima de la intolerancia puede sufrir serios problemas de baja autoestima, depresión, estrés o inestabilidad emocional... y con mayor razón si se trata de un estudiante en formación. “Si el estudiante es víctima constante de actitudes intolerantes, se pueden presentar serios dese­quilibrios mentales que, incluso, pueden llevar al menor al suicidio”, explica. La intolerancia es un antivalor que debe desaparecer de las aulas, pero para ello, deben ser los mismos afectados quienes deben denunciar el hecho, primero ante el director del establecimiento y luego en la dirección distrital correspondiente, si no hay solución a la vista, señala el director del Seduca, Salomón Vargas. “Hay casos que ocurren y prosiguen porque el padre de familia no tiene el coraje de presentar la denuncia, sin comprender que la familia es la primera instancia para hacer respetar los derechos del niño y adolescente”, indica. Vargas informó de que, si la situación lo requiere y la distrital no puede solucionar un caso de intolerancia en las aulas, la Dirección Departamental puede actuar de inmediato. De la misma forma, en las oficinas del Defensor del Pueblo están prestos a atender una denuncia sobre el tema. Copyright © 2006 EL DEBER
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