sócrates y los sofistas

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2. SÓCRATES Y LOS SOFISTAS
2.1 Los sofistas
2.1.1 Las profundas transformaciones políticas, sociales y culturales en la Grecia
del siglo V a.C.
El término “sofista” deriva de la palabra griega “sophia” (sabiduría). Los sofistas eran
maestros e intelectuales que entre el siglo V y IV a.C. viajaban por la Hélade
difundiendo la práctica de dar cursos de sabiduría y retórica retribuidos.
Aunque hoy la palabra sofista tiene un significado peyorativo, en realidad aquellos
intelectuales eran el signo más evidente, en el plano cultural, de la nueva Grecia
democrática y mercantil. De hecho, en el siglo V se producen en las polis profundos
cambios sociales: las viejas clases aristocráticas, excepto en Esparta, estaban siendo
sustituidas en el poder por nuevos grupos de mercaderes y burgueses que determinaban
también el desarrollo democrático de la vida política.
En la llamada “Edad de Pericles”, que acontece tras la victoria sobre los persas, se
había extendido entre los habitantes de Atenas la conciencia de ser los custodes
(guardianes) de la identidad griega, los defensores de la helenidad frente a la barbarie.
Todo ello favorecía un feliz acuerdo entre individuo y comunidad, por el que las
tendencias individualistas, fruto de la expansión de las nuevas fuerzas económicas
mercantiles, se conciliaban perfectamente con los ideales de salvaguardia de la
comunidad de ciudadanos, en una concepción superior de justicia y respeto de las leyes
comunes. En suma, parecía que el ciudadano ateniense se sentía libre en cuanto que
participaba en la vida política de una ciudad libre.
En las ciudades-estado griegas, los ciudadanos hacían política activamente mediante las
elecciones, las asambleas públicas, la participación en consejos, tribunales, etc. Esto
determinaba la exigencia por parte de los nuevos estratos emergentes de la sociedad de
tener cultura y capacidad oratoria.
Es aquí cuando los sofistas responden a esta exigencia social de una mayor divulgación
de la cultura: se presentaban como maestros de sabiduría y retórica, capaces de
enseñar la “virtud política” a los jóvenes de las nuevas familias de ricos comerciantes
que, accediendo al poder político, buscan también el acceso a la cultura, rompiendo así
el monopolio de los aristócratas que habían considerado la cultura y el poder como sus
privilegios.
La crítica al dogmatismo y al despotismo de la tradición, así como al origen de las
leyes, que los sofistas promovían, nacía de la quiebra de los privilegios de los
aristócratas, que habían justificado su dominio haciéndolo proceder de la voluntad de
los dioses. La desmitificación del estado y la crítica de la ley divina por parte de los
sofistas son consecuencia del cambio de clases en el poder, porque, al poner en duda la
autoridad y el valor del estado, se afirmaba el origen humano de cualquier ley y del
mismo ordenamiento del estado: es siempre el hombre quién crea las leyes y el estado,
no ya una fuerza divina.
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2.1.2 El humanismo de los sofistas
Se comienza a delinear así el humanismo de los sofistas, que colocan como centro de su
interés al hombre, rechazando cualquier forma de absolutismo en la política, en la ética
y en la cultura. Ahora las antiguas creencias morales y religiosas y las leyes
tradicionales resultan insuficientes: nuevas necesidades y nuevos problemas surgen
contemporáneamente a las profundas transformaciones de la sociedad griega y la
misma educación para los sofistas tiene una finalidad puramente política, en el sentido
de que debe buscar capacitar a los ciudadanos para que contribuyan a la conducción de
la vida pública y la gestión del estado.
La virtud tiene una finalidad pública, entendida en su valor político es enseñable y
puede ser aprendida por todos.
En este contexto es significativo que los sofistas cobren, en cuanto que esto representa
históricamente un progreso respecto al concepto de cultura como privilegio de los
aristócratas. El trabajo intelectual, para los sofistas, es un trabajo como otro cualquiera,
que es por tanto retribuido, así como la cultura no debe ser exclusiva de unos pocos;
todos, independientemente de su origen social, pagando, tienen derecho a ser instruidos.
En particular, los sofistas enseñan retórica o el arte de la elocuencia y la persuasión y la
dialéctica (erística) o el arte de discutir.
2.1.3 Contribuciones de los sofistas a la renovación de la cultura
En el plano histórico, los sofistas han hecho una gran contribución al desarrollo del
pensamiento:
1) Critican la existencia de toda verdad absoluta, de todo prejuicio, sosteniendo que
existen tantas verdades como hombres, por tanto no existen verdades sino
opiniones. La verdad no es otra cosa que la opinión que se afirma en un
determinado momento como predominante.
2) El hombre es puesto en el centro del mundo y todas las ideas no son otra cosa
que proyecciones humanas. Los dioses no tienen ninguna importancia, por lo
que es falsa toda idea que pretenda ser absoluta en virtud de una justificación
divina.
3) Las leyes, que durante el período de predominio de los aristócratas se
consideraban derivadas de la voluntad divina, para los sofistas son obras
humanas y, por tanto, susceptibles de error e imperfección.
4) Dan gran importancia al lenguaje, de hecho son los primeros estudiosos de la
gramática. La palabra es muy importante porque el saber convencer determina la
afirmación de una opinión sobre las otras.
Los sofistas, definidos como los “ilustrados” de la antigua Grecia, han tenido el mérito
de ampliar la base cultural de la sociedad griega: han sido divulgadores y difusores de
cultura.
Su límite ha sido el relativismo del conocimiento y sobre todo el relativismo de la
moral. Decir que no hay verdades absolutas supone un gran paso hacia delante, pero al
reducir el saber a la simple dialéctica de las opiniones se corre el riesgo de convertir el
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conocimiento humano en un estéril verbalismo. Sobre todo en la moral, el relativismo
puede banalizar cualquier empeño humano: el bien es identificado con aquello que es
útil al individuo particular (moral utilitarista).
Los sofistas fueron numerosos, casi todos recorrieron Grecia de una ciudad a otra. Sus
nombres fueron célebres en toda Grecia, entre éstos recordaremos a Protágoras y
Gorgias.
2.1.4 Protágoras de Abdera (486- 411 a.C.)
La tradición dice que fue discípulo de Demócrito. En Atenas suscitó gran admiración,
siendo amigo de Pericles y recibiendo de éste el encargo de redactar la legislación de la
colonia de Turios. Viajó mucho, sobre todo por la Magna Grecia; enseñó a los jóvenes
la oratoria y la dialéctica, haciéndose por esto célebre y rico.
En Atenas fue acusado de impiedad por su escrito “Sobre los dioses”. Tras la condena
huye y su libro es quemado en el ágora.
Sus afirmaciones más conocidas son:
1) Sobre cualquier cosa podemos afirmar dos tesis contrapuestas, pero se impondrá
aquella que venga sostenida con mayor fuerza de persuasión.
2) El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son en cuanto que son,
de las que no son en cuanto que no son.
3) Los dioses no existen, y si existieran, no tendríamos tiempo de debatir sobre
cosas de las que no tenemos clara experiencia.
De esto se deduce que para todo hombre el criterio del conocimiento fundamental es su
experiencia, obviamente distinta de individuo a individuo. Ciertamente nueva es la
segunda afirmación, que encierra el sentido del humanismo de Protágoras: se sostiene la
centralidad del hombre y la dependencia de él de toda cosa.
Lo que es, lo es por el hombre, por lo que el dilema metafísico ser/no-ser, tan debatido
por Parménides, se transforma en la proyección de dos modos de ver del hombre: el ser
es aquello de lo que el hombre tiene experiencia; el no-ser es aquello de lo que el
hombre no tiene conocimiento.
No existen verdades absolutas, sólo opiniones que representan verdades, si bien
personales, en base a las cuales todo individuo regula su existencia. Todo es relativo al
punto de vista del observador. Es el hombre el que funda la verdad. Lo real tiene un
significado en la medida en que esté relacionado con el hombre.
Esta centralidad del ser humano implica que no hay instituciones por encima del
hombre mismo: leyes e instituciones son productos del hombre y como tales, pueden ser
justas y erradas o mejorables según el punto de vista.
En el plano religioso la actitud de Protágoras es más bien agnóstica que escéptica. Si los
dioses no pueden tener influencia determinante sobre la existencia humana, tampoco se
puede afirmar su existencia o inexistencia.
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El subjetivismo hallado en el conocimiento se refleja también en la ética, en cuanto que
el bien es identificado con aquello que place al individuo (moral hedonista) y lo justo se
identifica con lo útil (utilitarismo). La virtud que quiere enseñar Protágoras tiene valor
político y concierne al hombre en su capacidad de vivir en una comunidad social y
política. Dice Protágoras en el diálogo platónico homónimo:
“Mi enseñanza es la buena administración de los bienes familiares, de modo que
pueda él [el alumno] dirigir óptimamente su casa y acerca de los asuntos políticos,
para que pueda ser el más capaz de la ciudad, tanto en el obrar como en el decir”.
2.1.5 Gorgias de Leontinos (480-375 a.C.)
Llegó a Atenas en una embajada, instalándose y haciéndose rico dando clases de
retórica y dialéctica. Se hizo tan rico que puedo dedicar en el templo de Apolo en
Delfos una estatua suya de oro al dios. De sus obras destacan “Elogio de Helena” y
“Ensayo sobre el no-ser”.
Gorgias es el más grande defensor de la importancia fundamental de la palabra en el
mundo humano:
“La palabra es un poderoso tirano, capaz de realizar las obras más divinas a pesar de
ser el más pequeño e invisible de los cuerpos. En efecto, es capaz de apaciguar el
miedo y eliminar el dolor, de producir la alegría y excitar la compasión”.
Afirma también que:
1) Nada es.
2) SI algo fuera, no sería cognoscible.
3) Si fuera cognoscible, no sería comunicable, dado que se comunican palabras y
no cosas.
Gorgias va más allá de la posición de Protágoras y sostiene la idea de que el hombre no
puede comprender las estructuras reales del ser, ni hacer del hombre la medida de todas
las cosas. El relativismo de Protágoras se convierte en el pensamiento de Gorgias en un
sustancial nihilismo, la única realidad se da en la palabra.
2.1.6 Segunda sofística o sofistas menores.
Los sofistas de esta segunda generación degradan el humanismo y el relativismo de sus
maestros a un mero principio utilitarista, buscando sobre todo el lucro en las
enseñanzas. Algunos encuentran, sin embargo, elementos que sostienen sus
argumentaciones críticas y tienen el mérito de conducir significativas investigaciones
sobre el origen del derecho y la religión, contribuyendo a desmitificar leyes, tradiciones
e instituciones.
Trasímaco identifica el derecho con la ley del más fuerte, y el estado debe amoldarse a
esto. Tiene derecho a gobernar el más fuerte, aquél que por naturaleza tiene la fuerza y
la capacidad de imponer el orden.
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Por su parte, Hipias identifica las leyes de la naturaleza con un principio reconvivencia
y concordia entre los hombres. Predica la autarquía (autosuficiencia) del sabio. Sostiene
la necesidad de un decidido cosmopolitismo en nombre de la concordia y la fraternidad
humanas. Hay una sustancial igualdad en la naturaleza que las leyes de los hombres no
deben violar.
Finalmente, Critias, que fue alumno de Gorgias y de Sócrates, propone también el
derecho del más fuerte sobre los débiles y critica los sistemas que permiten y tutelan a
los más débiles y que impiden el gobierno de los más fuertes.
2.2 Sócrates
2.2.1. Vida
Sócrates vivió en Atenas entre el 469 al 399 a.C. Pertenecía al mismo mundo cultural
que había producido la sofística, pero en su investigación sobre el hombre se alejó
mucho de los planteamientos comunes de los sofistas. Hijo del escultor Sofronisco y de
la matrona Fainarate, fue para sus contemporáneos un ejemplo de honestidad y de
templanza. No se ocupó de las indagaciones sobre la naturaleza de los filósofos
precedentes y se dedicó esencialmente a los problemas éticos. Eligió no alejarse nunca
de Atenas, salvo para cumplir con su deber como soldado. En Atenas amaba hablar con
todos: artesanos, poetas, artistas o soldados.
Al contrario que a los sofistas, no le gustaba dar lecciones ni escribir obras porque no se
consideraba a sí mismo maestro de nadie pues- según defendía- no tenía nada que
enseñar. Acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes, fue condenado a muerte.
Su comportamiento en la cárcel y su muy digna muerte (que describe Plató en e diálogo
“Critón” y en las últimas páginas del “Fedón”) representan un importante testimonio de
su coherencia moral.
Sócrates no escribió nada, Lo que sabemos de él se lo debemos sobre todo a sus
discípulos (principalmente a Platón), a los historiadores griegos y al comediógrafo
Aristófanes (en “Las nubes”).
2.2.2 Sócrates y los sofistas.
Sócrates pertenecía al mismo ambiente cultural de los sofistas, y como en éstos, el
interés por el hombre era en él exclusivo. El hombre era el centro de su búsqueda, pero,
mientras los sofistas se detenían en la exterioridad del hombre, en su comportamiento y
en las habilidades que le eran necesarias para introducirse en la sociedad con éxito y que
podían ser perfectamente enseñadas, Sócrates era bien consciente del valor de la
interioridad del hombre. Los sofistas enseñaban cómo afirmarse en la lucha política,
cómo adquirir el arte de la palabra: a Sócrates, por el contrario, le interesaba el diálogo
sólo para hacer aparecer en el interlocutor el conocimiento de sí y esta virtud, que es
única, no puede ser traída de fuera como la virtud enseñable de los sofistas, sino que
debe brotar tan sólo de la racionalidad interior.
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2.2.3 El diálogo socrático.
Como se ha dicho, a Sócrates le gustaba hablar con todos: por esto el diálogo es el
medio preferido para la búsqueda de la verdad. Eso sí, no la conversación entre muchos,
sino el diálogo entre dos personas, que admite un ritmo cerrado de discusión. ¿Cómo se
articula el diálogo socrático? En los dos momentos fundamentales de la ironía y la
mayéutica:


La ironía es la fase preparatoria de demolición de las creencias erróneas del
interlocutor; ésta consiste en hacerlo reírse de sus prejuicios.
La mayéutica (del griego “maieuo”= dar a luz) es el momento más productivo:
como la madre de Sócrates, que era comadrona, ayudaba a la gestante a parir,
igualmente Sócrates no tiene una verdad que entregar al interlocutor, pero puede
ayudarle a encontrarla dentro de sí mismo. La mayéutica socrática es por tanto la
búsqueda de la verdad que, en cuanto racional, no puede más que encontrarse
dentro de cada hombre, puesto que cada hombre es un sujeto racional, un
portador de elementos de racionalidad.
Obviamente Sócrates no puede aceptar, en la ética, el relativismo utilitarista de los
sofistas, dado que el común fondo de racionalidad que hay en la conciencia humana
implica la existencia de un Bien Absoluto y, consecuentemente, de una virtud que debe
realizarse por completo para alcanzarlo.
2.2.4 “Conócete a ti mismo”
¿Pero qué es el bien? Para Sócrates no hay duda: el saber. ¿Pero saber qué? Desde luego
no un contenido determinado. A Sócrates no le interesa saber esta o aquella materia,
este o aquel argumento. El saber socrático es sobre todo conocerse a sí mismo, esto es,
entender el significado de las propias acciones, comprender el sentido de nuestro obrar.
Sócrates hace así suya la máxima del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”,
realizando sobre todo tal investigación en él. Pero intenta también comunicar a sus
conciudadanos la necesidad de tal razón introspectiva, explicándoles la importancia de
excavar dentro de sí mismo en la búsqueda de la racionalidad.
Algunos discípulos de Sócrates solían contar una anécdota muy significativa. Un amigo
de Sócrates preguntó al oráculo quién era el hombre más sabio de Grecia. El oráculo
respondió que Sócrates. Conversando con los intelectuales más sabios de la antigua
Grecia, el mismo Sócrates, en un primer momento incrédulo, se habría dado cuenta de
que el oráculo tenía toda la razón; él, Sócrates sabía con certeza una cosa más que todos
los sabios: sabía que… ¡no sabía!.
2.2.4.1 El intelectualismo ético
¿Qué quiere decir “conocerse a sí mismo”? Significa ser consciente de sí mismo, tener
plena conciencia del significado de las propias acciones y, obviamente, llevar a cabo
solo aquellas acciones de las que se tiene conciencia y, por tanto, realizarlas de modo
mejor, cada vez de modo más perfecto, obteniendo siempre mejores resultados. El
saber del que habla Sócrates no es un saber abstracto sino técnico-práctico. Este saber
tiene carácter formal y universal, cualquier cosa que el hombre haga (sea soldado,
artesano, político o artista) tiene que hacerla siempre consciente de aquello que hace y
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debe hacer bien aquello que ha elegido hacer. Lo importante no es tanto el contenido de
la acción, sino la forma, el cómo se actúa.
De aquí deriva una concepción que podemos llamar intelectualismo ético: el objeto del
intelecto (el saber) y el objeto de la moral (el bien y la virtud necesaria para
conseguirlo) coinciden. El sumo bien es el saber, no es posible conocer el bien y no
hacerlo; el mal es fruto de la ignorancia: quien sabe no puede más que hacer el bien.
2.2.4.2 La felicidad
El mensaje socrático es extraordinariamente moderno: la invitación a ser siempre
consciente y no dejarse nunca instrumentalizar, a tener siempre conciencia de aquello
que se hace, a hacer únicamente aquello de lo que se está plenamente convencido. De
esta manera se podrá solamente hacer el bien. Se alcanzará así la felicidad porque ésta
consiste en la coherencia con uno mismo, en el apelar al fondo de racionalidad que
habita en nosotros. El hombre, al practicar esta virtud, alcanza también la libertad,
porque obedece a una ley moral que brota de su racionalidad, del fondo de su
conciencia, no de nada externo a él.
La ética socrática se realiza toda ella en nuestro mundo humano, sin ninguna
implicación sobrenatural .Sócrates a menudo afirmaba que su misión de iluminar a los
ciudadanos para hacer surgir la verdad que albergan en su interior venía impuesta por un
“daimon” interior, por o que se veía obligado a cumplirla.
El bien del individuo, una vez identificada la virtud con el saber, coincide perfectamente
con el bien de la comunidad. La libertad interior que propugnaba Sócrates no entraba
en conflicto con las leyes, pero el espíritu crítico que había intentado inculcar a sus
conciudadanos le condujo a ser acusado por los nuevos poderosos de Atenas.
2.2.5. La muerte de Sócrates.
Sócrates simbolizaba para sus acusadores el espíritu crítico que había conducido a
Atenas a su desgraciada derrota contra los espartanos. Probablemente el proceso podía
haber acabado con una condena al exilio (como Anaxágoras o Protágoras) pero el
debate procesal se radicalizó, Sócrates pasó de acusado a acusador, demostrando que su
obra había sido el mejor servicio que se puede hacer a la patria.
Rechazó la posibilidad de huir, arguyendo que la condena era de los hombres, no de las
leyes. Quiso mantenerse fiel a las leyes de la polis, a las que siempre había considerado
justas: “¿quién podría amar una ciudad sin leyes?”. Los gobernantes del nuevo régimen
democrático tenían miedo de la sabiduría crítica reivindicada por Sócrates, y al llevarlo
al martirio dejaban testimonio de su ignominia.
En un mundo como el nuestro, en el que muchas “sirenas” buscan capturar las
conciencias de los individuos, la reivindicación socrática de una constante vigilancia
crítica es más actual que nunca. Hoy no podemos dejar de admirar a Sócrates, el primer
mártir de la libertad de pensamiento de la historia de la humanidad.
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