Cuentos en el muro Ratero

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Tarea
Cuentos en el muro
Armando Ramírez Rodríguez
Ratero
Ratero tenía el rostro amarillo, el labio inferior le temblaba como
gelatina, con la mano derecha se echó el cabello que caía sobre su
frente hacia atrás, bajó la cabeza hasta pegar su barbilla al pecho, sus
párpados se bajaron hasta ocultar sus ojos café oscuro, su rostro
adquirió una expresión de resignación, sus dedos entre ellos mismos
se enredaban y se desenredaban con agitación. Y cuando menos se lo
esperaba, ¡pas!, otro lamparazo en la boca del estómago, exhaló un
¡uuff! Lastimoso; su cuello se dobló colgándole la cabeza como gallina
moribunda. Instantes después lo reanimaron con dos quedas
bofetadas, nada más para que se pusiera al tiro. Lo cogió por la punta
de los pelos de su copete, le zarandeó levemente la cabeza. Ratero
entreabrió los ojos, le echó una mirada, así, como un borreguito a
medio morir; la mirada era ¿una súplica? O ¿una interrogación? Por
todo recibió una bofetada, que lo terminó de despabilar, y de nuevo le
cayó la pregunta como ladrido de perro. ¿Quién te compra lo robado?
Permaneció inmóvil, con los párpados entreabiertos, sus pupilas fijas,
débilmente miraban a su verdugo con su implacable rostro: moreno
de facciones de piedra, ojos de capulín, nariz de cotorro, labios de
boxeador (o de borracho), dientes de defensa delantera de automóvil
—de los años cuarenta— y el cabello lacio embadurnado de vaselina
sólida, casi manteca. El “tira” volvió a mover los labios de boxeador,
le escupió de nuevo la taladrante pregunta: ¿quién te compra lo
robado? Ratero volvió a sentir el caliente, casi quemante, aliento del
“tira”. Pero volvió a demostrar su terquedad digna de un irlandés, o
de un indio rejego de fruta en las calles del centro de la ciudad. Mas
por lo que se veía no contaba que ahí enfrente tenía a la ¡ley!
Dispuesta a sacarle hasta el último nombre involucrado en la última
jugada que había hecho en un departamento de la colonia Roma, en
la calle de Jalapa. “El alarmota” se había ocupado de ellos en primera
plana. (¡Chihuahuas!, pero cómo él iba a ser el “chiva”, ¡no! ¡cómo
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creen, no!, ni loco que estuviera, ellos son muy reatas y luego
hacerles esta fregadera; pues este bato me la está poniendo dura, no
suelta prenda, a güevo quiere que le suelte prenda; no, ni maíz,
palomas).
El agente lo miró como con satisfacción, bajó el volumen de su voz y
le dijo en tono fraternal, o tal vez paternal:
—¡Órale!, dime, si te encerramos, allá adentro te va a ir pior, me cai.
—¿Sabe qué?, vamos a hablar claro. (A mí las cuentas claras y
chocolate caliente).
—Deso estoy pidiendo mi limosna. (Pendejo).
—¡Ya va!, ¿cuánto va a querer por soltarme? (A este me lo como).
—Ya sabes, una buena feria y que eches de carnaza al comprador de
chueco. (Se quiere pasar de vivo).
—¿Pero qué?, al único que pasan a amolar, es a mí. (Qué chingón).
—No’mbre, cómo crees. (Ponte-buzo-porque te cruzo).
—“Noo’mbree, cómo crees”, eso cree, y la quemadota que me doy
con usté, con los demás, no, ni chi, mejor deme tambo. (Qué pelada
se la encontró este güey).
—Tú nomás dime quién es, y de lo demás yo me encargo, no van a
saber ni quién fue. (¡Ora!, descuídate y te rompo toda tu madre).
El “tira” miró a través de la ventanilla. La calle estaba desierta. Miró
de reojo de nuevo a Ratero, quien se limpiaba el sudor de las palmas
de sus manos en su pantalón. El “tira” sonrió a la vez que se acercaba
a ratero, y le dice:
—Caray, eres duro, pero de qué te sirve si de todos modos te vas ir un
buen ratito a la chirona. (Sigue de aferrado y de mi cuenta corre, no
sabes en la que estás).
—Pues sí—respondió Ratero, a la vez que seguía tallando las palmas
de sus manos en el pantalón, en forma mustia—, ¿pero qué?, me
aguanto como los buenos, y yo sé que mis amigos no me han de dejar
morir solo. (Seguro ellos se parten la madre por mí como yo por
ellos).
—Eso crees, pero el único amigo es un peso en la bolsa, me cai, no te
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creas tan vivo que de tan vivo te vayas a morir y ni un petate tengas
para enterrarte. (Pregúntamelo a mí: amigos los perros, no se tiene
amigos, se tienen compañeros; uno nunca sabe cuándo tiran por la
espalda. Entre una víbora y un amigo, me quedo con la víbora; ésta
de perdida sabes que te va a atacar).
—Tal vez, pero ahorita, ¡a morir por mis amigos! (Es verbo el cuatito
este; no te dejes embrollar con tanto palabrerío, te quiere hacer
dudar: tú nomás síguele la corriente). —y por toda respuesta, ¡pas!,
otro lamparazo en plena boca del estómago y otro ¡uujff!. Del
colorado había pasado al verde y del verde al blanco su rostro, en
donde se veía su dolor; la desesperación; la angustia; el miedo que
sentía. Ahora. En ese momento. Alzó los ojos suplicantes. El “tira” no
lo veía, miraba a su pareja, que hasta ese momento no había
intervenido para nada y sólo se entretenía leyendo las Ovaciones de
la tarde en el asiento delantero; éste le devolvió la mirada a su pareja,
por el espejo retrovisor, y una significativa seña de: calma.
Ratero echó su cabeza hacia atrás buscando el respaldo del asiento.
Pero cuando se relajaba, ¡pas!, otra vez. Ahora con el puño cerrado
en sus genitales. Ratero exageró el dolor, puesto que más bien el
golpe le había pegado en las caras interiores de sus piernas. El “tira”
lo volvió a coger por los cabello, y bruscamente le levanta la cabeza y
le grita enfrente de su rostro casi mordiéndolo:
—A ver si también los chingadazos, también te los quitan tus compas
— Ratero no contestó, estaba demasiado adolorido para poder
responder, lo mira despectivamente el “tira” todavía sujetándolo por
los cabellos; lo soltó como quien suelta un muñeco de trapo. Miró a su
pareja, al tiempo que se alisaba el cabello. Después le ordenó—:
vamos a darle una vueltecita (… ver si se apantalla este jijo de…)
Ratero se puso pensativo: “me va a dar otra calentada”. La radio
comenzó a funcionar, se oía una madeja enredada de nombres,
números, nombres de calles, y de palabras ininteligibles. Entraron por
Matamoros a los mercados de Tepito, doblaron a la derecha por
Toltecas, luego a la izquierda por la Rinconada, el “tira” que iba
adelante después de enfrenar se bajó con velocidad, penetró a una
vecindad de esas a medio caer. Ahí entraba más gente de lo que
cabría suponer.
Por fin salió el pareja del “tira”, se introdujo y se sentó, más antes le
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dio un paquetito envuelto en papel periódico, y aparte un billete de a
mil pesos. Volvió a encender el motor, el clutch, el acelerador, la
palanca de velocidades en reversa hasta llegar a la bocacalle;
agarraron por Aztecas, el Carmen, Correo Mayor para agarrar por
Tlalpan…, sssmmmmm, se oía el zumbido de los que nos rebasaban o
rebasábamos, o venían, o se desviaban; nos desviamos. Ratero
estaba dispuesto a aguantar otra calentada, primero lo mataban, o se
mataba, que cantar, él no era una chiva. A él nadie nunca le gritaría
que era un rajado, y menos unos mierdas como los “tiras”. Él ya había
adivinado que no lo querían llevar a la Jefatura, y que no se
conformarían como una piscacha de feria. Estos se traían algo más
entre manos, sino ya le hubieran dicho cuánto… (… bieran llevado ya
a los separos, estos tienen algo gordo, chancho, ¡Chihuahuas!, y yo ni
color me doy de lo que se trata por más que me pongo buzo, no, no
alcanzo a descifrar la transa que se train entre las manos).
—… pérense, deme chance, hábleme al chile, y ya veremos si es
cierto, ¿eh?, ¿me entiende?
—Sí, ya sabes, ¿para qué te haces? Lo único que nos vas a dar va a
ser el nombre del comprador de chueco. —Pero…, ¿pa’ qué?, si yo le
puedo dar lo de los dos, usté’na’másdiga cuánto. —Tú nomás caile
con lo tuyo, que el otro le caiga con lo suyo; órale, para qué te
complicas la vida.
—Pues usté, carajo, hasta la riega, de tanto querer pasar por muy
inteligentes, hasta giles se vuelven, a ver pa’ qué tanta faramalla,
usté quiere necesita y pa’ eso se metió de tirabuzón pa’ chingar sin
ver a quién, pa’ sacar el dinero que dio de mordida para tener su
plaza de agente, y poder ganar dinero fácil, honradamente, y sin que
nadie le diga nada, porque usté es la ley, la que tiene la razón
(téngasla o no la tengas, jijo de tu pu…), la maciza la que apaña la
güita (… poca madre no debías de…), la que se divide la ganancia de
la transa (… a tu jefe le tienes que dar su cuota, acuérdate, porque
hasta eso tienen: son re’ organizados y re’ …), total se debería de
poner más buzo y no tenemos tanto tiempo encana, si afuera te
servimos más (… blemas con tu jefe, ni el jefe con su jefe y así hasta
sacar una cadenita de oro/desgracias…), no, jefe, si hasta la riega re’
gacho…
—¡Ya cállese, cabrón! –y, ¡pas!, otro lamparazo, ya loco lo traían a
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Número 56. (Mayo 2015) La educación en tiempos de la posmodernidad y las identidades móviles
puro lamparazo. El “tira” agregó –: dinos, ¿quién te compra lo
robado?, me cai que si te llevamos a la Jefatura te va a ir peor.
—Pues llévame, al fin y al cabo, el único que sale perdiendo, es usté.
—No te creas tan vivo, te vamos a meter derechito a los separos, sin
siquiera des tu nombre, y ahí te vas a tener hasta que sueltes prenda.
(Síguele de aferrado y te jodo bonito, sabes que te las sabes de todas
todas, pero ya estás muy quemado, me tienes y te tengo sincho;
vamos a ver de qué cuero sa…) Ciertamente iba muy temeroso
Ratero, pero se creía, a la vez, lo suficiente hombrecito para
demostrarles que si hay algo que le sobra es … eso. Tiene muchos.
II
Era un cuarto semioscuro. Ratero estaba completamente desnudo,
los “tiras” estaban a ambos lados de él. Le ofrecieron una silla, se
sentó, trataba de darse calor él mismo, frotándose con sus manos el
cuerpo de carne de gallina. Tenía una vaga noción de lo que le iban a
hacer en ese momento, pero trataba de disimular, trataba de no
recordar lo que le habían contado sus amigos de oficio: (… me
desnudaron el cuarto oscuro los alambres toques en los testículos la
cabeza me la metieron en un excusado lleno de orines con mierda.
Me golpearon aquí mira donde no se ven las señales de los golpes…).
¡PUM Pun Pun un nnnn! Sintió como los oídos le rebotaban en forma
punzante. El golpe se lo había dado sobre los oídos a un mismo
tiempo el “tira” nariz de cotorro. Exhaló un grito que retumbó en el
cuarto, y desgarró los sentimientos de las paredes. Los “tiras”
permanecieron inconmovibles. Ratero sentía quedarse sordo, todavía
tenía adoloridas las entrañas de su cabeza. Con su rostro muy
solemne, la pareja del “tira” nariz de cotorro, interrogó:
—Ya ves, dinos, qué te cuesta, total, ¿ellos qué son de ti? Nada. Es
más, mira, tú nomás dinos quién es el comprador, y luego luego te
soltamos sin que nos des un quintonil —Ratero medita, y trata de
llegar a una conclusión. Pero… (… ¿qué se traerán estos? Ha de ser
algo grande: sino, no me estuvieran jodido a cada ratito. ¡Oh…! ¿ya
sabrá algo de lo grande que hace y quieren agarrarla, aunque sea
algo sin importancia? Pero, ¿qué tal si nomás es un cuatro? Pero ya
era hora que la Lola ya se hubiese movilizado para tratar de
desafanarme; seguro que ya le llegó el pitazo de que me
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amachinaron los “tiras”, ¡Chihuahuas!…) Lo hicieron que se parara,
temblando de frío, cubriendo con sus manos órganos genitales, más
por el frío que por pudor. Le indicaron que se dirigiera hacia uno de
los rincones oscuros del cuarto, en el cual alcanzó a distinguir un bulto
como entre humo. A cada paso que avanzaba se le fue haciendo
visible aquélla cosa, pero aun así, cuando estuvo a medio metro no
distinguió muy bien qué era (?). Le hicieron poner sus manos atrás de
su espalda, se acercaron un poco más a aquélla cosa (?). Por fin
alcanzó a descifrar el objeto, era un tambo, un tinaco, un barril. Como
de un metro y medio de altura, apenas si lograba sobrepasarlo un
poco con su metro cincuenta y cinco centímetros de estatura. Vio con
espasmo en su estómago, que el tambo estaba lleno de agua (… me
van a dar tambo/tanque, de ahí que cuando a uno lo llevan a la cárcel
se diga que le dan/lo llevan/le toca tanque o tambo…), después ese
espasmo se convirtió en un miedo/tiempo indescifrable (… me van a
meter ahí…). Sintió como el agua helada le penetraba en su miedo,
un escalofrío, un sudor (ç), una encomendación a San Dimas, un
hondo suspiro, y una larga interrogación lanzada con sus ojos
apagados. Fue toda una cadena de reacciones, lo que le produjo su
introducción al agua.
—¿Entonces qué? ¿Vas a hablar? … … … ¿Sí o no? Contesta —acaba
gritando enfurecido el “tira” con cabellos llenos de vaselina sólida,
que casi parecía manteca.
—Ya se lo dije. Máteme pero yo no digo nada.
—¡Oh!, qué cabrón eres, necio como una …, ¡ya súmelo!—ordenó a
su compañero. Éste, sumiso, obedeció; después de haberse
arremangado la camisa, le puso las manos sobre los hombros, e hizo
presión hacia abajo. Ratero intenta hacer resistencia. El “tira” de ojos
de capulín con decisión a su pareja ayuda, empujando a Ratero por la
cabeza hasta sumergirlo dentro del agua, a la vez que le decía—:
Órale, no se ponga perro, a ver, quiero ver si es cierto, no que no,
chingaquedito. Vamos, no se me raje, vamos, demuéstreme que no
es pura pantalla. Y Ratero sentía como le invadía la desesperación y
cómo el aire que metía en la boca le inflaba los cachetes, y de
repente comenzó a hacer: glu glu glu glu glu, y las burbujitas subían a
la superficie del tambo. Uno a otro se quedaron viendo, el “tira” que
nunca hablaba lo jaló de los cabellos y lo sacó a que respirara. Se oyó
el chapoteo del agua, al caer al suelo, el resbalársele por el cuerpo a
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Ratero, quien dio una fuerte aspiración, junto a un suspiro aliviador. El
“tira” de facciones de piedra lo interroga: —¿Ya escarmentó? A ver,
vamos a ver si ya escarmentó. ¿Quién es el comprador?
Ratero sentía cómo el corazón le latía reaprisa, le hacía: BUM PAS
BOM PUM TRAS, y el miedo que se le introducía por el ano y se le salía
por los ojos y su cerebro que trataba de trabajar a un millón de
revoluciones por décimas de segundo: (¿y ora si este güey si me
mata? No no no no ni chi aguante a ver si se le afloja el corazón el
callao tiene cara de buena gente pero chinchiguillas americanas sea
pinche vieja que no se moviliza ya era hora que … caray vamos uste
nunca se ha chivateado ahora es cuando dijo la gallina al gallo no ni
madres no aflojes …) Y como no obtuvo contestación el “tira” de
labios de boxeador (o de borracho), de nuevo que lo sumergen y de
nuevo que, vuelve a sentir el miedo que se le cuela por las axilas y le
hace caricias a su corazón, que late a ritmo de un caballo desbocado,
los pies los sentía que ya no los sentía, y sus piernas de lo frías que
estaban parecía que se le iban a quebrar. Pareció adquirir de repente
una súper inteligencia —cuando la necesidad apremia al hombre, este
exige que su cerebro trabaje mejor, ¿o no lo han notado después de
cada guerra?—, que lo hizo deducir (…ce ratito hice glu glu glu glu glu,
y me sacaron, qué tal si de nuevo vuelvo a hacer glu glu glu glu glu y
me vuelven a sacar, y de nuevo hizo: glu glu glu glu glu glu glu, y de
nuevo que lo sacan a la superficie). El agua que le escurría de la
cabeza por la frente, le impedía ver así es que sacudió la cabeza
como las gallinas. Cuando adquirió la suficiente visibilidad, volvió a
preguntar el “tira”: —¿quién es el comprador de chueco?, ¿quién es?,
¿quién es? quienesquienes quienesquienes quienesquienesquienes
quienesquienes.
Y de nuevo que lo vuelven a sumir. Sentía que su voluntad flaqueaba,
y la desesperación por salir a la superficie, por no temblar, por no
sufrir, por no querer pasar por un tonto, lo hacían que dudara y
quisiera por momentos decidirse a cantar, ¿pero pa’ qué?, de todos
modos iba a salir lo mismo (le lavan a uno primero el cerebro los
agentes para que como la cenicienta comience a decir no que no yo
no fui fue teté pégale pégale que ella fue y que no siempre no fue el
otro, aquel viejo trombón panzón y cagón, y que no tampoco fue
porque aquí lo que se trata es de echarte tú la culpa la tengas o no la
tengas —la ley nunca se equivoca— así es que no vengas y salgas con
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que a Chuchita la bolsearon si ella ya estaba más que bolseada sólo
que hay que hacerle al cuento. . . . . . . . . sí sí sí me lo dijo la chata, es
más, ya sabía a lo que le iba tirando pero pues siempre la duda que le
meten estos canijos y su verbo butipalabrerío: no que ya vinieron que
ya te echaron de cabeza que ya tenemos pruebas en tu contra que
mira que si dices así pues te vamos ayudar y sino dices pues
ayudamos al otro que mira que te voy a recomendar con el juez y que
en la peni nomás te va a tocar hacer la fajina que que por qué pos
porque yo soy aquél yo las puedo donde sea a mí pelones y mamones
y que hasta grifa te voy a dar y que si te sigues portando bien como
hasta ahora cuando salgas te voy a mandar a la frontera para que le
entres al talón del bueno y ahora sí lo que ganes es de cada quien
para su santo y ya sabes toda una lavadota de cerebelo). Comenzó a
sentir la desesperación frenética, la que hace cosquillas en la espalda
atrás del estómago, y hacer esfuerzo, y adquirir fuerza, y a querer
salir a la superficie, y unas manos que no lo dejaban, las manos
impotentes que se le resbalaban, y los pies atados, y que pierde el
equilibrio, y se va de lado, su cabeza se golpeó contra una de las
paredes del tambo. Por fin unas manos lo sujetaron de los cabellos y
lo sacaron a la superficie: aaah-jaaaaa aaah-jaaaaa aaah-jaaaaa. El
“tira” cuando vio que se recuperaba un poco, volvió a preguntar:
—¿Qué pasó?, ¿quién es el comprador? Habla porque si no te vamos a
matar, ya que qué nos cuesta, ni cuenta que se den, te aventamos al
canal del desagüe y ni quién se las huela, y si se las huelen se hacen.
Habla, te conviene, yo sé lo que te digo.
Ratero los miraba. (Quien sabe cómo, así, ¿no?, como que me miras y
no me miras, me entiendes, ¿eh?, simón, así mero). Por fin dijo con
voz entrecortada por la temblorina que sacudía a todo su cuerpo:
—Ya le dije, total cuánto quiere, dígame, y deme chance de
conseguírselos, ni una hora, en menos de los doy, ¿quihúbole?
—Ya te dije, no queremos ni madres. Nada más dinos quién es el
puerquito para ponerle Jaume y ya ni te molestamos más.
—Total —intervino el “tira” callado—, qué te cuesta, nada, mira, por
nosotros no va a saber nadie quién fue el del pitazo; es más, te pongo
una y buena… ¿vas?
—A ver, suéltela —contestó Ratero, pero más con el evidente
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propósito de tener más tiempo de reposo antes de que lo volvieran a
sumergir.
—Mira, nosotros necesitamos al chango ese para una transa, pero
necesitamos agarrarlo forzado, para que él no nos agarre forzados,
¿me entiendes?, ¿no?
—Pero, ¿pa’ qué conmigo?, si ustedes tienen al resto a su disposición,
no se hagan.
—Seguro. Pero todos están quemados y superfichados, nosotros
queremos a alguien nuevecito, o que no sea tan conocido.
—¿Y yo qué gano con todo esto? —cortó la plática Ratero dándose
cuenta que los podía tener amarrados, poner las cartas a su favor,
prosiguió—: aparte de las calentadas que me han dado.
—Pues tu libertad.
—¡Nada más!
—¿Pues qué querías más? Te agarramos en una transa y te soltamos,
¿quieres más?
—Mmmm mmm (… mi pepsicola nada más…), no me convencen, ¿es
fayuca?
—Qué te importa— y, ¡pas!, que lo vuelven a sumir. Pero lo volvieron
a sacar, le desamarraron las manos y le hicieron salirse del tambo. El
callado le prestó ayuda. Depositado en el suelo, se formó un charco
de agua, ¿de miedo?, del agua que le escurría por todo su cuerpo,
temblaba y le castañueleaba la dentadura, al momento que le
aventaban una toalla—. ¿Entonces qué? –le volvieron a interrogar.
—¿Es fayuca? —contestó otra vez Ratero.
—Hay algo de’so y otras chivas.
—No sé dónde vive. Pero sí sé dónde tiene su bazar, ahí está él todos
los días, todo el día.
—Pues dinos dónde es.
—No, cómo creen, además ya es muy tarde, hasta mañana (… es mi
seguro de vida…). ¡Aaah!, pero yo no me voy a quedar aquí toda la
noche.
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—Pero tampoco te vamos a andar cuidando.
—Pues déjenme en mi casa.
—Qué peluca (…cucha…), no, y luego te vas de cuete.
—No, aquí te quedas.
—Entonces olvídense, no hay nada hecho.
—¡Oooh!, no comiences de nuevo. Chicotes.
—Ahorita, o mejor ni maíz, palomas.
—Pues vamos a llevárnoslo al imperio.
—Está bien —aceptó resignado el “tira” de ojos de capulín. Ratero se
comenzó a vestir a presurosamente.
III
Y otra que piensa que su cliente es pura chinche. Y que ya llega el
“tira” de nariz de cotorro con su pareja (…callado se calla…) y un
invitado muy especial.
IV
Se sentaron en una mesa hasta el rincón. Ratero contra la pared, en
medio de los dos “tiras”. Se les acercó una prostituta de blusa roja,
con falda gris con cuadros blancos, con la bastilla diez centímetros
arriba de la rodilla enseñando unos muslos moreteados, unas
pestañas postizas que parecen mechas de color negro, ésta no
mascaba el chicle, ni las otras. Pero eso sí ya andaba más borrachina
que yo el quince de septiembre en la noche. Lo de borrachina no le
gustó al “tira” nariz de cotorro, con dientes de defensa delantera de
automóvil, quien sin más ni más le pidió dinero.
—Dame todo lo que traigas. Necesito dinero, luego te cuento —al
momento se acercan dos prostitutas. Pero con dureza en sus gestos y
en su voz las repelió el “tira” de nariz de cotorro—. Orita no molesten,
ándale rápido que me voy.
La prostituta como medio asombrada, no acertaba qué hacer, se dio
la media vuelta y fue al guardarropa. En tanto Ratero la miraba: (…así
son todas si las tratas bonito y que cariñito lo hacen a uno como su
trapeador por eso hay que ser duro con ellas porque si no nos dejan.
Ahorita ha de estar taloneándole lulú en el pirata si no es que ya me
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anda buscando no no creo a no ser que haya ido mi socio a
buscarme. Ese callao nomás se le queda viendo a uno y a las viejas si
yo tuviera los pesos que tiene luego luego dos tres viejas en mi cama
pinche gordo es gil el otro no es macizo pero para un vivo, vivo y
medio cuando él va yo ya vengo…). Y el gordo callao veía con ojos
ávidos, con sonrisita de maniático sexual, cara de sátiro que no puede
con ella, y su cabeza con sus pensamientos revoloteándole ahí
adentro de su ser: (… ese raúl cómo tiene suerte con las viejas pero
se quiere pasar de vivo y esta reladino remustio remosca muerta y
todo el guato ahí en mi casa y con la bronca cada día más dura todos
quieren su pedacito cómo le tiemblan los senos. Yo mejor que se
venda rápido la morena baila sabroso. Tiene buenas piernas la
chaparrita total a nosotros nos llovió del cielo sí me pasaría una
cerveza fría…). El gordo gelatinoso se movía sudorosamente al
momento en que veía venir, quién sabe cómo, a la prostituta del
“tira” de nariz de cotorro, quién se mostraba pensativo: (… éstos
cómo miran a mi vieja todavía está buena maldita para qué traería a
este ahorita ahora sí qué bonito ando cuidando a mi vieja por andar
con este par. Ese gordo es así así con su carita pero bien que se sabe
cubrir esta vieja con sus pasitos ándale hay que traerlas, movidas
porque si uno se duerme le pasa lo que al camarón que se durmió).
La prostituta muy melosa se le acercó dándole el dinero muy
discretamente a “tira” de ojos de capulín, a la vez que le
embadurnaba de lápiz labial la boca. Un sujeto trastabillado se les
acercó, llevaba una botella de cerveza en la mano derecha y
evidentemente estaba muy tomado. Miró al “tira” en forma por
demás odiosa, con movimientos torpes le lanzó la botella a la cara del
“tira”, quien la esquivó con un movimiento brusco al momento que
daba un fuerte empellón a la prostituta. Se lanzó tras de su agresor
quien se daba a la fuga en la gorma más torpe, lenta y lastimosa que
quepa hacer un ser humano. El “tira” lo alcanzó, lo jaló con su brazo
por atrás del cuello y el hombro. El borracho comenzó a musitar
palabras de perdón: “perdón jefecito le juro que no lo vuelvo a hacer”,
“es que se me fue la onda por su mamacita”, “perdóneme en verdad
que no sabía lo que hacía, estaba borracho”. El borracho llega al
extremo de hincársele y suplicarle llorando: “no me pegue tengo diez
hijos y tres hermanos y una mamacita y una esposa…” No lo dejó
terminar el “tira”, quien dándole un puntapié en el pecho, lo lanza de
espaldas contra el suelo. Ahí tirado lo patea una, dos, tres, cuatro,
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Número 56. (Mayo 2015) La educación en tiempos de la posmodernidad y las identidades móviles
cinco veces más en las costillas, sin lástima, a lo desalmado, a lo alma
méndiga. Se regresa a la mesa con el rostro contrariado. A voz grave
le grita al mesero que traiga una media de Presidente……… “sabe
que la quiere y la irá a buscar, esa paloma negra, no la alcanzará”.
Cantaba terriblemente descuadrado, al momento que se movía como
su estuviera bailando con su dama. Volteó a ver a los músicos de la
orquesta que descansaban, y les gritó: Órale échense esa paloma
negra nunca volverá. Y la orquesta, como si raúl fuera el dueño del
cabaret, le obedece fielmente (…ese “tira” trai los pesos…). Mientras,
la media de Presidente llegaba con tres vasos y tres sidrales y sin
hielo, ahí no hay. Bueno, sí hay, pero casi no lo usan. Y el “tira” nariz
de cotorro como que de repente se pone alegre, y que abraza de
repente a su viejita querida, a su dizque noviecita del alma, y
comenzaron a bailar de a cachetito. El gordo de ojos de perro, nariz
de gato cucho y boca de ratón asustado, con movimientos así medio
que como que se mueve muy sabroso pa’ bailar la rumba y la paloma
negra bailaba con la morenita de piernas bonitas, y toda la pista era
de ellos. Ratero medía la situación (…etros más centímetros menos
total ai de Dios será mi suerte maltrecha rene…). No esperó más
fracciones de segundo. Llegó hasta la puerta del cabaret tumbando
gente por doquier, el “tira” de labios de boxeador se apartó
rápidamente de su pareja cuando camelot a Ratero írsele por piernas.
Una ráfaga también pasó tumbando gente, y tras él, en cámara lenta
iba el gordo panzón panseco, barrida de pulquero viejo. Llegó Ratero
a la esquina de los mercados de la Lagunilla. Cruzó a toda velocidad el
asfalto renegrido. En tanto gordo luchaba consigo mismo por correr
más de prisa, jadee que jadee. El “tira” de facciones de piedra por
momentos parecía que se acercaba a Ratero. Ahora se iniciaba una
carrera loca, en la oscuridad, entre las calles vacías que escuchaban:
pas pas pas pas pas pas pas pas pas de las pisadas, el ah-jaaa ah-jaaa
ah-jaaa de la agitación. Los ojos brillan en la oscuridad, llegan al
estacionamiento, Ratero logra comenzar a sacar de nuevo ventaja al
ojos de capulín, Ratero vuelve a dar vuelta como quien va para la
calle de Ecuador. Llega a Ecuador, vuelve a doblar, se pega a la pared
sssch (…silencio…) del mercado que da a Garibaldi, aguanta la
respiración, se sujeta el corazón, crispa las manos, fija los ojos, aguza
los sentidos y tensa sus músculos. El “tira” labios de boxeador (…dio
la vuelta se me va a pelar hijo de su chinglanca manca ora sí… quieto
camarón no te apresures… ahora rápido…) dobló hacia el mer… pum
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pum. No contó que lo que le esperaba no eran las manos sino una
metida de pie, una zancadilla, y lo hace rodar por la banqueta hasta
casi caer al asfalto. Trata de revolverse al momento en que trata
también de ponerse de pie. Pero es lanzado de nuevo al suelo por
feroz patada en plena boca, la pistola del agente —la cual había
tratado de sacar y de usar— se dispara, incrustándose el balazo en la
pared de un comercio de telas, sus credenciales vuelan, al igual que
su placa. Trata de nuevo de incorporarse con movimientos violentos,
para no darle tiempo a que lo vuelva a golpear Ratero, quien, como
animal, como fiera, como humano, va al acecho de su pieza. La
misericordia no tiene valor. Sólo hay dos caminos (…él o yo…), es la
serie de injusticias, de complejos, de marginación, de golpes que da la
vida, de TIRAnización, de sometimiento, de mustia rebelión hecha
pensamiento
irracional,
pensamiento
del
marginado,
es:
chingaquedito, chinga chingón soy yo, para un cabrón, cabrón y
medio, ahora es cuando, mata mata con el diablo se atrabanca. Uno
no es ninguno, dos es uno, tres son dos, cuatro ya mejor construye tu
rastro porque eso ya es carnicería. Y lo seguía pateando, ora con la
izquierda, ora con la derecha, ora por tu alma maldito perro
enterrador, que mañana la banda celestial te tocará las mañanitas.
Una piedra de tamaño amenazante se estrelló contra la cabeza del
“tira”, lanzada por Ratero. Los jugos lanzaron sus chisguetes color:
rojo, amarillo —un gritito apenas si se oyó— gris cristalino, y una
masa que se coagula de color: blanqui-gris-amarillo. De la cara del
“tira” nariz de cotorro sólo quedó una masa de carne apachurrada,
amartajada, amasada, aplastada. Un diente había caído cercas de los
pies de Ratero que ahora se apellidaba Asesino (…para servir a
usted…).
Tan, tan, tan, tan. El gordo llegó al lugar de los hechos —léase en un
tono así medio amarillista, tú me entiendes, ¿no?—, gordo con su
barriga que al respirar se le subía hasta arriba y se le bajaba hacia
abajo y se le bamboleaba como un cuero lleno de pulque, y
limpiándose el sudor de su frente con un pañuelo blanco, se detuvo
ante el cuerpo de su compañero, sus ojos se dilataban, y el corazón
se le iba por la boca, y la lengua se le volvía de madera, y los
movimientos de su cuerpo denotaban la invasión del miedo que le
hacía: cus cus, y su mente que trabajaba más de lo acostumbrado (…
ya le pusieron en toda la chapa por güey quién le manda total ¡pero!
Y ¿ahora qué? Chinga esto se está poniendo ya anda valiendo híjoles y
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yo con toda la mercancía pu… pa…’amos a la… ya valió el puro
embarque no ni madres sobre el gordito pero capta tu onda hay que
actuar a lo seguro es jodón ese cuate te va a dar gane de puro cuete
se te va a ir no ni chia ti nadie te gana el mandado si así con tu carita
de que no quiebras un plato pero bien que rompes una cazuela bajita
la mano école tú sí sabes dos y dos no son cuatro son los que a ti te
convienen que sean porque así es la ley de la lógica la lógica
marciana la que se vive donde tú vives donde lo transparente es lo
negro y los cien años de soledad no son nada cuanto tú te pones grito
y cantas el quiquiriquí y pedrito el de comala te hizo los mandados y el
amarillo te pidió favores y te regaló varios de a mil cuando compraron
a aquel ingeniero que se las daba quesque de muy santo aquí no hay
nada aquí todos bailan el jarabe tapatío al son de la guitarriza pero
qué jijo de su mamacita linda pero par un jodón hay jodón y medio.
Acuérdate de la feria la luz sin luz y feria no baila el oso tú sabes la ley
de la plusvalía cuánto tienes cuánto vales o mejor dicho tus calzones
no mandan mandan tus bolsillos —llenos naturalmente, tú ya sabes de
qué— tienes: radios, televisores, gatos, relojes, máquinas de escribir y
de coser, grabadoras, estéreos, autoestéreos, rifles, pistolas,
ametralladoras, licuadoras, whisky, porcelana japonesa, corbatas
italianas, telas inglesas, alfombras persas, gobelinos, automóviles.
Juguetes mecánicos y eléctricos, discos, ropa y etcétera. Pero de qué
te sirven, si lo tienes que tener escondido, necesitas comprador. El
periodista que te iba a pasar el tip —con su respectiva comisión— se
esfumó. Nada más sacó su cuota de la casa de citas de doña gila, de
los picaderos y de los garitos y ora para encontrarlo va estar medio
difícil, total algún día se le ha de venir a ofrecer un favor, y entonces
va a sentir lo duro y lo tupido. Ooooy este cuate la bronca ¿por qué lo
mataron? ¿qué andaba haciendo? Hoy les toca descanso la bronca
chancha ¿lo dejo? ¿lo desaparezco? El cuate… ese ya se esfumó ya se
me fue de cuete mi comandante pues estuvo así la bronca …… no me
manda por un tubo y hasta tambo me da y la mercancía el guato ¿a
quién vendérsela? Total este cuate se pasó de vivo ya le tocaba me
andaba ganando el mandado pero yo no me voy a la tiznada y ¿ora
qué? Yo lo dejo aquí ya después los pesos hablan fuerte casi gritan
mejor me voy de volada sobres de ese patrañas chincho se fue hacia
Garibaldi…). Y gordo gelatinoso corrió —dizque corría— hacia
Garibaldi. Ratero entró a la plaza de Garibaldi por la calle de
Honduras, vio las manchas de gente, un montón de charritos… aquí,
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un montón de prostitutas allá, un montón de borrachos hasta más
allá, un montón de turistas hasta cercas de por acá, y el olor a ponche
de granada malhecho, y los vómitos de tequila revuelto con cerveza.
Ratero se fue escabullendo por la acera del tenampa —en la calle un
conjunto jarocho se aventaba la bamba—, oyó un chiflido conocido,
como que le hablaban a él fiuuu iiuuu iu. Pero nada, no volteó, dio la
vuelta hacia le derecha, al mercado, entró en él, tenía el
presentimiento de que lo venían siguiendo. Pasó los puestos de birria,
de barbacoa, de tostadas, de carnes asadas, de flanes, de capirotada,
de chongos zamoranos, pozole, y demás antojitos mexicanos que
anexe tu imaginación o tu añoranza nacionalista. Llegó a los
excusados públicos —primero el de mujeres luego el de hombres—
claro das un veinte para poder depositar tu recuerdo de que un día
visitaste Garibaldi. Todavía se oye hasta el mingitorio: cucurrucucú
paloma no llores y cielito lindo con su fayuca y ay Jalisco no te rajes —
ésta cantada por Octavio Paz con todo y sombrero y pistola al cincho
— y el gran resto de canciones folklóricas del folklore mexicano, tú
sabes la serranía y las cantinas y la tequila y los balazos y las mujeres
de ojos negros, las trenzas largas, los senos pequeños, y las anchas
ancas del caballo prieto azabache —el caballo blanco todavía anda
con el hocico sangrando—. Un hombre mal encarado entró a orinar,
fue directo al mingitorio, donde también hacía Ratero, sintió su
mirada, se relajó, pero sin tomarle mucha importancia (…uno de
tantos …), pero el desconocido lo seguía mirando con fijeza. Ratero se
molestó pero se contuvo, lo miró así nomás por no dejar, por el rabillo
del ojo izquierdo, volvió la vista para no darle importancia al
impertinente. Mas el desconocido fingiendo tambalearse, le da un
empujón a Ratero, éste se sube el cierre de la bragueta y da la media
vuelta. Pero se encuentra con un cuchillo de carnicero, que se le va
hundiendo en el estómago y le desgarra los intestinos, el páncreas, el
hígado, y hasta el pericarpio alcanza —a Ratero la vista se le nubla,
siente casi dentro de la inconsciencia un algo caliente que le escarba,
y le hace una hondonada, y otro algo que le escurre. Después un vaho
frío, helado y más después nada—, el cuchillo se detiene en vilo el
cuerpo inerte de Ratero, con sus ojos saltándole, por no sé qué cosa,
¿si por miedo? O ¿porque ya son así? O ¿porque ya está muerto?
Todavía después de haberle destrozado completamente, literalmente
la parte abdominal, y desencajarle el cuchillo. Al caer el cuerpo en el
suelo —mojado de orines— le da cerca de ocho machetazos, en
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donde caiga. El desconocido murmura más o menos así: “¿te
acuerdas año del cuarenta y nueve, allá por la Candelaria de los
Patos? A mi hermano tú le diste fierro, entierrado mueras, así hasta el
fin de la caminata del judío errante que ya no volverá”. Desconocido
salió de los excusados para hombres con el cuchillo lleno de sangre; la
gente al verlo pasar, ahogaba un grito de terror, los mariachis
callaron… por un momento.
Armando Ramírez Rodríguez
Escritor y guionista cinematográfico. Armando Rodríguez Ramírez nació en el barrio
de Tepito de la Ciudad de México, el 31 de julio de 1951. Como estudiante de la
vocacional número 7 del Instituto Politécnico Nacional (IPN), vivió de cerca el
Movimiento del ’68. (Mi manera de ver la literatura es sin penas ni culpas, dice
Armando Ramírez. Por Emiliano Pérez Cruz. Uno más uno. México, 18 de agosto de
1986. P. 23). Sin haber realizado estudios de literatura, Armando Ramírez se inició
como escritor en 1971 con la novela Chin Chin el teporocho, misma que fue llevada
a la pantalla grande por el realizador Gabriel Retes en 1975. Este largometraje
recibió en 1977, el Ariel en la categoría de Mejor Ópera Prima. Durante la década
de los setentas, Armando Ramírez publicó dos títulos más, Crónica de los
chorrocientos mil días del barrio de Tepito (1975) y El regreso de Chin Chin el
teporocho en la venganza de los jinetes justicieros (1978), en la que según
palabras del autor, quería hacer algo entre novela y cómic, para lo cual se apoyó
en dibujantes y amigos que le ayudaron a hacer los chistes, algunos de la Peña de
Tepito. También en esta década, junto con Daniel Manrique comenzó a formar el
grupo conocido como Tepito Arte Acá, el cual surgió a partir de una asociación de
inquilinos que deseaban expresarse a través de murales. De este proyecto
surgieron más adelante varias publicaciones, entre ellas El ñero, Desde el zaguán y
Aquí Tepito, en las que Ramírez también participó. (Me he apartado de dictaduras
que marcan gustos literarios, dice Armando Ramírez. Por Emiliano Pérez Cruz. Uno
más uno. México, 20 de agosto de 1986. P. 24). En 1972, nuevamente se basó
una película en un cuento suyo, titulado Ratero. En esta ocasión Ismael Rodríguez,
Julio Pórter y Alejandro Galindo se apoyaron en la obra del autor para escribir el
guión de la cinta, misma que fue dirigida por Ismael Rodríguez. Su siguiente libro
se publicó en 1977 bajo el título de PU, el cual se reeditó después con el nombre
de Violación en Polanco. La novela Noche de califas que escribió Ramírez en 1982,
fue adaptada tres años más tarde por Martín Luis Salinas y Héctor Suárez, como
guión para la cinta del mismo nombre, dirigida en 1985 por José Luis García Agraz.
Este mismo título se puso en escena en 1992 en el teatro Tepeyac bajo la dirección
de V. Carrillo. Anteriormente, Armando Ramírez junto con Ignacio Betancourt había
escrito las obras de teatro Sucedió entre changos y Rumbera, que se estrenaron en
1987. (CEBALLOS Edgar. Diccionario Enciclopédico básico de teatro mexicano.
México, Siglo XX, 1998. P. 382). Su primera incursión como guionista
cinematográfico fue en 1987, en las cintas El rey de los taxistas, dirigida por Benito
Alazraki, y Me llaman la chata Aguayo del realizador Manuel Bonilla. En 1989,
debutó como director en el cortometraje Muchacho en llamas, del cual también
escribió el guión. Su siguiente trabajo como director-guionista fue en el filme
Quinceañera, realizado en 1990. Este título también se dio a conocer como obra de
teatro en 1995, cuando se estrenó en el teatro Julio Jiménez Rueda. (CEBALLOS
Edgar. Op. Cit.). Respecto a sus obras Ratero, Chin Chin el teporocho y Noche de
califas que han sido adaptadas al cine, Armando Ramírez comentó lo siguiente en
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una entrevista para el diario Uno más uno: “–Creo que por fin entendí aquello de
basado en tal libro o como decía Ismael Rodríguez, más honestamente: inspirado
en (...). La adaptación de Chin Chin me sigue gustando; Ratero y Noches no tienen
que ver con los libros en que están inspirados. No es lamentación, uno sabe a qué
se expone cuando vende los derechos y el director es consecuente con su visión
del texto para hacer cine, claro, cuando es buen director.” (Me he apartado de
dictaduras que marcan gustos literarios, dice Armando Ramírez. Op. Cit.)
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