93 LATERCERA Sábado 10 de septiembre de 2016 EL VUELO DE MADRUGADA Sociedad Cultura E s poco lo que en general sabemos acerca de la literatura brasileña. El idioma, en este caso, ha demostrado ser una barrera tanto más infranqueable que la distancia geográfica. Afortunadamente, de vez en cuando, una nueva traducción nos permite adentrarnos en ese mundo que aún permanece lejano y difuso, más allá de los tópicos desperdigados en torno a una idea bastante vulgar de Brasil. La experiencia casi siempre es provechosa, por cierto, pero en esta ocasión resulta memorable debido a que Sérgio Sant’Anna, el escritor carioca, se nos revela antes que nada como un maestro del relato, y luego, tras llegar a las conclusiones evidentes, como alguien que ha sido capaz de expandir las fronteras del género hasta confines sorprendentes. El vuelo de madrugada está dividido en tres partes: la primera contiene 12 narraciones más o menos breves, todas sumamente originales y en ocasiones inquietantes; luego viene una novelita corta, o nouvelle, y después, a modo de cierre, tres potentes divagaciones “sobre la mirada”. Sérgio Sant’anna Hueders, 258 págs. $ 14.000 CRITICA DE LIBROS El hechicero alucinante Juan Manuel Vial Crítico literario Definir El vuelo de madrugada como un libro de cuentos implicaría caer en un reprensible acto de ligereza y mezquindad. El volumen de Sérgio Sant’Anna viene a ser, antes que nada, un acto de maestría. Definir al conjunto como un libro de cuentos implicaría caer en un reprensible acto de ligereza y mezquindad. Ello debido a que el volumen trasciende su propio contenido y ofrece recompensas mayores que las que sin duda otorgan las narraciones por sepa- rado. En este sentido, El vuelo de madrugada vendría a ser una clase magistral de literatura (o de cómo escribir gran literatura), una admirable declaración de principios existenciales y una defensa concluyente de ciertas posturas estéticas provocadoras. El primer relato, el que le da el título al libro, está escrito con una textura densa, trascendente, y es, en rigor, una delicada obra maestra, una pieza perfecta que transmite al lector –no una, sino varias veces– la inusual conmoción propia de la belleza tétrica. Allí también quedan establecidos de entrada ciertos rasgos salientes de la literatura de Sant’Anna: los narradores obsesionados con la idea de escribir un cuento, los raptos suicidas, las sutiles ligazones entre el mundo de los vivos y los muertos, la melancolía matizada con brochazos de humor negro, la sexualidad enaltecida a punta de magníficas descripciones, la lujuria que a varios personajes les despiertan las niñas impúberes. La novelita corta tiene de protagonista a uno de los psicópatas más entrañables que ha producido la literatura. Se trata del Gorila, un tipo que acosa a sus víctimas, casi todas mujeres, a través de comiquísimas llamadas telefónicas. Además de lascivo, y además de la voz de barítono, la risa cavernosa y el pecho peludo, el Gorila es culto, inteligente, fino, sensible y dueño de un sentido del humor envidiable, eso hasta que, atrapado en su propio juego, se ve obligado a tomar una de- terminación grave. En El Gorila, que en último término puede definirse como una impresionante obra acústica, Sant’Anna dispuso de una serie de recursos narrativos propios del teatro y de la televisión, demostrando con ello que, bajo su comando, la fusión poco ortodoxa de géneros puede transformarse en una fuente de excelencia. Notables son también los tres escritos dedicados al acto de observar con detención. Allí, nuevamente, Sant’Anna revela ser un hechicero alucinante al momento de articular historias a partir de fragmentos mínimos y aparentemente desperdigados por el éter. En el último de los textos, titulado Contemplando las niñas de Balthus, Sant’Anna expresa uno de los pensamientos más lúcidos que se han escrito sobre la obra del magnífico pintor polaco-francés. La frase, repleta de sutileza e inteligencia, viene a ser en varios sentidos un espejo de su propia obra: “Decir que son lascivas las niñas en los cuadros de Balthus sería ciertamente impropio, porque la lascivia se esconde en la mirada que las contempla antes que en los cuerpos contemplados”.