El hechicero alucinante

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LATERCERA Sábado 10 de septiembre de 2016
EL VUELO DE
MADRUGADA
Sociedad
Cultura
E
s poco lo que en
general sabemos
acerca de la literatura brasileña.
El idioma, en este
caso, ha demostrado ser una barrera tanto más infranqueable
que la distancia geográfica.
Afortunadamente, de vez en
cuando, una nueva traducción
nos permite adentrarnos en
ese mundo que aún permanece lejano y difuso, más allá de
los tópicos desperdigados en
torno a una idea bastante vulgar de Brasil. La experiencia
casi siempre es provechosa,
por cierto, pero en esta ocasión resulta memorable debido a que Sérgio Sant’Anna, el
escritor carioca, se nos revela
antes que nada como un maestro del relato, y luego, tras llegar a las conclusiones evidentes, como alguien que ha sido
capaz de expandir las fronteras del género hasta confines
sorprendentes.
El vuelo de madrugada está dividido en tres partes: la primera
contiene 12 narraciones más o
menos breves, todas sumamente
originales y en ocasiones inquietantes; luego viene una novelita
corta, o nouvelle, y después, a
modo de cierre, tres potentes divagaciones “sobre la mirada”.
Sérgio Sant’anna
Hueders, 258 págs.
$ 14.000
CRITICA DE LIBROS
El hechicero
alucinante
Juan Manuel Vial
Crítico literario
Definir El vuelo de madrugada como un libro
de cuentos implicaría caer en un reprensible
acto de ligereza y mezquindad. El volumen de
Sérgio Sant’Anna viene a ser, antes que nada,
un acto de maestría.
Definir al conjunto como un libro
de cuentos implicaría caer en un
reprensible acto de ligereza y
mezquindad. Ello debido a que el
volumen trasciende su propio
contenido y ofrece recompensas
mayores que las que sin duda
otorgan las narraciones por sepa-
rado. En este sentido, El vuelo de
madrugada vendría a ser una
clase magistral de literatura (o de
cómo escribir gran literatura),
una admirable declaración de
principios existenciales y una defensa concluyente de ciertas posturas estéticas provocadoras.
El primer relato, el que le da el
título al libro, está escrito con
una textura densa, trascendente,
y es, en rigor, una delicada obra
maestra, una pieza perfecta que
transmite al lector –no una, sino
varias veces– la inusual conmoción propia de la belleza tétrica.
Allí también quedan establecidos de entrada ciertos rasgos salientes de la literatura de
Sant’Anna: los narradores obsesionados con la idea de escribir
un cuento, los raptos suicidas,
las sutiles ligazones entre el
mundo de los vivos y los muertos, la melancolía matizada con
brochazos de humor negro, la
sexualidad enaltecida a punta de
magníficas descripciones, la lujuria que a varios personajes les
despiertan las niñas impúberes.
La novelita corta tiene de protagonista a uno de los psicópatas
más entrañables que ha producido la literatura. Se trata del Gorila, un tipo que acosa a sus víctimas, casi todas mujeres, a través
de comiquísimas llamadas telefónicas. Además de lascivo, y
además de la voz de barítono,
la risa cavernosa y el pecho
peludo, el Gorila es culto, inteligente, fino, sensible y dueño de un sentido del humor
envidiable, eso hasta que,
atrapado en su propio juego,
se ve obligado a tomar una de-
terminación grave. En El Gorila, que en último término puede definirse como una impresionante obra acústica,
Sant’Anna dispuso de una serie de recursos narrativos propios del teatro y de la televisión, demostrando con ello
que, bajo su comando, la fusión poco ortodoxa de géneros
puede transformarse en una
fuente de excelencia.
Notables son también los tres
escritos dedicados al acto de observar con detención. Allí, nuevamente, Sant’Anna revela ser
un hechicero alucinante al
momento de articular historias a partir de fragmentos mínimos y aparentemente desperdigados por el éter. En el
último de los textos, titulado
Contemplando las niñas de
Balthus, Sant’Anna expresa
uno de los pensamientos más
lúcidos que se han escrito sobre la obra del magnífico pintor polaco-francés. La frase,
repleta de sutileza e inteligencia, viene a ser en varios sentidos un espejo de su propia
obra: “Decir que son lascivas
las niñas en los cuadros de
Balthus sería ciertamente impropio, porque la lascivia se
esconde en la mirada que las
contempla antes que en los
cuerpos contemplados”.
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