INSTITUTO DE BIOCIÊNCIAS, LETRAS E CIÊNCIAS EXATAS CÂMPUS DE SÃO JOSÉ DO RIO PRETO PROGRAMA DE PÓS-GRADUAÇÃO EM ESTUDOS LINGÜÍSTICOS PROVA DE PROFICIÊNCIA EM LÍNGUA ESPANHOLA Instruções: • Responda em português, na folha de respostas, às questões abaixo sobre o fragmento extraído do artigo Planificación Lingüística en España escrito por Francisco MorenoFernández. • Evite responder às questões apenas citando partes do texto ou traduzindo-as. • Enumere, na folha de respostas, as questões respondidas. • É permitida a utilização de um dicionário. Questões: 1. Que posturas são observadas até a primeira metade do século XX, na Espanha, no que se refere à diversidade lingüística e em que se fundamentam? 2. Explique a mudança ocorrida na segunda metade do século XX nos chamados ideais tradicionalistas e progressistas espanhóis, no que concerne à questão lingüística. 3. Que avanços, em termos de política lingüística, propiciou a Constituição Espanhola de 1978 em relação à Constituição de 1931? 4. Assinale V (Verdadeiro) ou F (Falso): ( ) ( ) ( ) ( ) ( ) Antes da Constituição da República Espanhola de 1931, vários documentos jurídicos já haviam tratado da oficialidade do idioma espanhol no país. Ao assumir o poder na Espanha, Francisco Franco defendeu a unidade nacional e o uso de uma só língua. Durante boa parte do século XX, a esquerda política da Espanha defendia o uso de expressões idiomáticas para assegurar a unidade da classe trabalhadora. O reconhecimento da diversidade lingüística pela legislação espanhola não representa inovação, se compararmos a Espanha a países como Alemanha, França e Itália. As Constituições de 1931 e 1978 determinam o espanhol e o castelhano como as línguas oficiais do Estado Espanhol. INTERPRETACIÓN DE LA POLÍTICA LINGÜÍSTICA MORENO FERNÁNDEZ, F. Planificación lingüística en España. In: BARROS, L. G.; COSTA, M. J. D.; VIEIRA, V. R. de A. (Orgs.). Hispanismo 2004: Língua Espanhola. Florianópolis: UFSC/ABH, 2006. Para comprender en sus justos términos históricos qué ha supuesto la política lingüística del último siglo en España, se nos hace imprescindible atender a la interpretación ofrecida por González Ollé (1993). Identifica este estudioso dos actitudes ante la diversidad lingüística de España, que a su vez se insertan en sendos idearios que sostienen posturas contrarias en los ámbitos político y social. El nombre que les da a cada una de estas actitudes es el de tradicionalismo y progresismo. Según González Ollé, durante los siglos XVIII, XIX y parte del XX, los tradicionalistas se presentarían como partidarios de la diversidad idiomática y los progresistas como opuestos a ella y, por tanto, favorables a la unidad idiomática de España. El progresismo unificador, entendido en las claves de la época, fue el que dictó la política lingüística de Francia en el siglo XVIII o las Reales Cédulas de Carlos III, promoviendo, en España y en América, el uso general y común de la lengua española. En nombre de ese mismo progresismo defendió Stalin, desde el pensamiento de Engels, la necesidad de una lengua nacional unificadora. La idea de una lengua nacional unitaria como instrumento superior se encuentra en Marx, en Lenin y en sus seguidores, en una línea que viene de las ideas revolucionarias de Francia (Calvet 1977; Alvar 1982: 76-77). No es de extrañar, pues, que la izquierda política de España durante la mayor parte del siglo XX se haya identificado con las tesis "progresistas" defensoras de la unidad idiomática, una unidad que claramente redundaba en beneficio de la unidad de la clase trabajadora (Lodares 2001 b: 171 y ss.). De lleno ya en el siglo XX, el citado progresismo vino a inspirar diversas disposiciones legales alusivas a cuestiones prácticas en el uso de la lengua. Pero, sin duda, la acción política que mejor representa la actitud progresista a la que nos venimos refiriendo es la redacción y promulgación de la Constitución de la República Española, de fecha 9 de diciembre de 1931. Allí se encuentra un artículo general en el que se da nombre oficial a la lengua y se establece también la oficialidad del "castellano" como idioma de la República. La trascendencia de este texto constitucional es histórica porque, por primera vez un documento jurídico de primer rango atiende explícitamente a la situación lingüística de España y decide sobre el estudio y uso de las lenguas, consagrando el carácter común, general y obligatorio de la lengua española y amparando legalmente la posibilidad de la enseñanza en las lenguas respectivas de las llamadas entonces regiones autónomas. De este modo, la política de España, incluida la corriente que podría denominarse "nacionalismo estatal", se decanta por una solución "progresista", a favor de la unidad, que hacía suyo el pensamiento de intelectuales de gran talla, continuadores del pensamiento de la generación del 98. Frente a esta tendencia se levantaba la actitud tradicionalista de los "nacionalismos regionales", defensores de un modelo basado en la diversidad y que parecía ir en contra de la modernidad (González Ollé 1993: 130). Ahora bien, hacia la mitad del siglo XX, se produce una inversión de los idearios tradicionalista y progresista. Por obra de esa inversión, los tradicionalistas pasarían a ser partidarios de la unidad idiomática y los progresistas, partidarios de la diversidad. Naturalmente, en ese cambio de tornas resultó decisiva la Guerra Civil y la subida al poder de Francisco Franco, quien decidió, desde una mentalidad ya tradicionalista, respaldar la "unidad nacional" en el uso de una sola lengua, la española. Pero resulta curioso que, una vez derogada la Constitución de 1931, no se aprobara ninguna ley de rango similar donde quedara constancia jurídica de la nueva actitud gubernamental en materia lingüística. Al margen de las declaraciones públicas o de órdenes muy precisas, tanto de Franco como de las autoridades de sus gobiernos (Colomines 1992: 55-57), la obligatoriedad del español y la marginación de las otras lenguas se plasmó en legislación de rango menor, aunque tuviera una proyección popular importante. Tras la Constitución de 1931, el siguiente hito en la legislación lingüística de España, tal vez el más sobresaliente de toda su historia, fue la promulgación de la Constitución de 1978. La instauración de un régimen democrático podía traer una nueva forma de entender el ordenamiento jurídico en materia de lenguas y realmente lo hizo, aunque no de un modo manifiestamente diferente a lo que había existido en el pasado. La Constitución de 1978 es continuadora del espíritu de la de 1931, en el sentido de que consagra la oficialidad general y común de la lengua española, también llamada en este texto "castellana". Sin embargo, se reconoce la oficialidad de las demás lenguas españolas en sus respectivas Comunidades Autónomas y se garantiza el tratamiento de patrimonio cultural, así como su protección. De esta forma quedaba abierta la puerta para la legislación lingüística de las Comunidades Autónomas a través de sus Estatutos, que habrían de referirse a su presencia en la enseñanza y en los diversos ámbitos de la vida pública. Así pues, puede afirmarse que el cuerpo legislativo formado por la Constitución de 1978 y los Estatutos de Autonomía tiene un destacado carácter innovador, mucho más que la legislación en esta misma materia de Alemania, Francia o Italia, por buscar unos términos aceptables de comparación, ya que, partiendo de la primacía social del español o castellano, concede un amplio espacio a la diversidad lingüística. Ese cuerpo legislativo ha llevado a un crecimiento en el uso y prestigio social de catalán, gallego y vasco, tanto dentro como fuera de sus territorios.