En días pasados un pequeño grupo de periodistas y directores de

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En Medio de la guerra y la persecución religiosa: testimonios de fe, esperanza y perdón
Por: Julieta Appendini
Directora en México de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada
En días pasados un pequeño grupo de periodistas y directores de las diferentes
oficinas en el mundo de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) organizó un viaje a medio
oriente, principalmente en los países de Líbano, frontera con Siria e Irak, para poder conocer
y ser testigos de la situación que se está viviendo en esa zona. A continuación se los comparto.
Los cristianos en medio oriente están viviendo uno de los momentos más difíciles de
su historia, “la persecución”. Desde 2003, varios países han experimentado una ola de
violencia sin precedentes, que los ha sumido en un derramamiento continuo de sangre y una
vorágine de terrorismo sectario. Las minorías religiosas están pagando el precio más alto y
parece no haber ninguna esperanza para la supervivencia del cristianismo.
Más de 200 millones de personas son perseguidas a causa de su fe. La persecución y
el desplazamiento forzado de tantos cristianos, quienes
experimentan la desesperación, dolor y sufrimiento, ante las
amenazas del estado Islámico, DAESH o ISIS, como les llaman,
han puesto a la Iglesia en una situación muy complicada en
medio de un desafío insuperable ante la necesidad de dar
respuesta a las carencias humanas y espirituales. ¿Cómo frenar
esta situación?
Los rostros de la guerra
Durante los 10 días de visita en la zona, cada lugar, cada momento, cada minuto, nos
mostró la realidad de nuestros hermanos. Es imposible describir en palabras lo que esos
lugares transmiten, y más aún el dolor que en ellos se guarda. No son números o cifras, sino
rostros que han sufrido la guerra y la persecución a causa de su fe y que nos fueron
compartiendo lo que esto ha significado en sus vidas. Historias reales de personas y familias
que un día tuvieron que elegir entre la muerte, el martirio, la huida apresurada o renegar de
su fe. Miles de ellos permanecen a la espera de volver a su tierra, habitada por cristianos
desde hace dos mil años y ocupada ahora por terroristas islámicos del ISIS.
El primer lugar fue Líbano y frontera con Siria por lo que daremos algo de contexto.
Desde finales de marzo de 2011, cuando aumentó la violencia en Siria, cientos de miles de
personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares y buscar refugio en países vecinos;
muchas familias sirias huyeron a Líbano y buscaron refugio principalmente en las regiones
del Norte y de Bekaa.
Tras huir a toda prisa dejando la mayoría de sus pertenencias, los refugiados se
enfrentaron a la incertidumbre y la inseguridad
en el Líbano. La disminución de las reservas de
efectivo para las familias y los precios altos del
alquiler, han forzado a alojarse con una familia
de acogida, o alquilar junto con otras familias
desplazadas, o vivir en campamentos
informales. Todos estos escenarios resultan en
condiciones de hacinamiento o de calidad
inferior.
En el aspecto económico, el nivel de refugiados sirios continúa ejerciendo presión
sobre una economía libanesa frágil. Líbano ha alcanzado una población, donde casi el 50%
son refugiados, en su mayoría sirios.
Desde el inicio de la guerra en Siria, la Arquidiócesis católica greco-melquita de
Furzol, Zahlé y el Valle de la Becá ha venido acogiendo a refugiados procedentes de la vecina
Siria. El Arzobispo, Mons. Issam John Darwish, nos escribe: “Empezamos con 18 familias
[…] entretanto apoyamos a 800 familias, equivalentes a 4.000 personas. Estas familias han
perdido su casa y todas sus propiedades, y ahora no tienen ni siquiera cubiertas las
necesidades más básicas como ropa, alojamiento y comida”. Pero a los refugiados no solo
les falta lo material, pues también han sufrido daños psicológicos. A continuación, dos
ejemplos:
George, un cristiano de Homs que hace un año buscó refugio con otros cien cristianos
en Zahlé cuando la guerra se acercaba a su casa, se
siente desarraigado y humillado. “No nos hemos
traído nada y seguimos sin tener nada”, dice. Este
largo conflicto le ha privado de sus medios de
subsistencia y su dignidad.
También Rabiaa, de 50 años de edad, vive junto con sus tres hijas y un hijo, refugiada
en Zahlé. Esta mujer ha vivido lo inimaginable, pues a su marido lo asesinaron frente a sus
ojos. “Mataron a mi esposo, tiraron su cadáver a la calle y se fueron”, cuenta. “Yo tenía un
miedo tremendo a que violaran a mis hijas, y por eso decidí abandonar el país…”. La suerte
que han corrido George y Rabiaa son solo dos ejemplos de los muchos que podemos
encontrarnos en Zahlé. Según informa Mons. Issam Darwish, “la afluencia de refugiados no
cesa”. La ACNUR (Agencia de la ONU para los refugiados) confirma que un total de 750.000
refugiados, entre ellos, 250.000 registrados por ella, obtienen protección y apoyo del
Gobierno libanés, y que este número aumenta a diario. La mayoría de ellos proceden de
ciudades como Homs, Idlib, Damasco y Alepo. “Entretanto, cien familias de refugiados han
pasado de Líbano a Europa, y otras cincuenta han regresado a Siria, aunque sigan acudiendo
cada mes a nosotros para recibir nuestra ayuda, pues de otra manera no tendrían ninguna
posibilidad de supervivencia”.
Los flujos migratorios se reparten por todo el país (Líbano septentrional 35%, Valle
de la Becá 35%, Beirut y Cordillera del Líbano 20%, Líbano meridional 10%). El dinero que
traen consigo los refugiados no les dura mucho tiempo. Como muchos, y sobre todo los
refugiados cristianos sirios, no se registran por miedo a represalias y no tienen acceso a las
ayudas de la ONU. Además, la falta de viviendas debido a la llegada de refugiados ha hecho
que suban los precios de los alojamientos, por lo que las viviendas están abarrotadas y las
condiciones infrahumanas en ellas son una triste realidad. La presencia de tantos refugiados
supone una gran presión para la economía libanesa, ya de por sí bastante frágil. Además, está
subiendo la tasa de desempleo, y con ella aumentan la tasa de pobreza y la delincuencia
juvenil.
¡Ni fotos, ni nombres!
En nuestro recorrido por Líbano y frontera con Siria encontramos varias familias
refugiadas sirias quienes nos contaron su historia. Una de ellas recién llegada al Líbano.
Samir y Sabine, una pareja con poco más de 50 años, cristianos que han huido de las milicias
terroristas del “Estado Islámico”, DAESH o ISIS.
Las atrocidades que les han hecho aquellos que se denominan a sí mismos “soldados
de Dios” no tienen nombre. “¡Ni fotos ni nombres!” Los gestos de Samir son claros: de lo
contrario, rodaría su cabeza. Después deja caer los brazos; en la mano tiene un papel: el
recibo por el impuesto que han de pagar los cristianos en el Estado Islámico, 3.700 euros es
el precio que han fijado los yihadistas por año y familia, dinero para protección; pero ante el
terror nadie está seguro. Samir y su familia vivían bien en Al Raqa. Entonces llegó el Daesh.
Samir pagó. Cuando la amenaza se hizo mayor, la familia se convirtió al Islam. “Odiaba esa
vida, el velo, el no poder salir a la calle sin ir acompañada por un hombre”, dice Sabine.
“¡Esto es no vida para los cristianos!” Samir rezaba en la mezquita, fingiendo, para proteger
a su familia.
Después llegó el coche con los soldados. Alguien había denunciado a la familia,
diciendo que no se habían convertido realmente al islamismo, que en casa seguían rezando a
su Dios. Samir y su familia consiguen escapar; encuentran protección en casa de un amigo
musulmán. De noche se ponen en camino hacia Alepo, campo traviesa, pues tienen mucho
miedo de ser descubiertos. El terror les persigue. “Después de dos meses en Alepo recibí una
llamada; decían que vendrían y me matarían”, relata Samir. La familia continúa huyendo
hacia Beirut. También allí suena el teléfono: “Sabemos dónde estás”. Esa amenaza directa
lleva a la familia a la llanura de la Beká. Samir y Sabine están contentos de no tener que
seguir renegando de su fe. “Todo el tiempo teníamos un cuadro de San Chárbel con nosotros;
es lo que nos salvó”, dice Sabine. Su fe —así comentan los dos— “es más fuerte que nunca”.
Con esa fe deciden abandonar el Próximo Oriente. “No estamos seguros en ningún lugar”,
dice Samir. También ahora, en el lugar en que se encuentran, sonó el teléfono: “Estés donde
estés, te encontraremos”.
Les podríamos llamar Jakob y Claire. También su historia es un
tormento de huida con una angustia mortal. Comenzó con protestas. Sus
vecinos musulmanes querían apoyo cristiano en la lucha contra el
Gobierno. “Pero los cristianos amamos al Presidente Assad”, dice
Claire. “Con él vivíamos bien y estábamos seguros”. Los datos de su
huida de Al Quseir se relatan pronto: un viernes, los islamistas
predicaron la muerte para los cristianos. Todos los hombres mayores de
5 años huyeron al Líbano. 75 de ellos no lo consiguieron, y fueron
ejecutados por Isis. Atrás quedaron las mujeres y los niños. Los
soldados entraron en sus casas, destruyeron, saquearon y amenazaron
con violarlas. Después, las mujeres huyeron con sus hijos. No hay palabras para describir el
dolor y el trauma. “Aquí hay familias que tuvieron que saltar sobre los cadáveres de sus
vecinos para poder huir”, relata Sana, la única que dice su nombre. Sana es libanesa y está
siendo apoyada por nuestra Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Después encontramos a María, quien nos dice:
“Todavía hoy, los niños pintan escenas de
terror”. Superar los traumas precisa tiempo, pero
ella está alegre de que los refugiados hayan
comenzado a hablar sobre lo que han sufrido.
Esta cristiana de Sadat no quiere relatar su
historia; prefiere hablar de sus vecinos. “Esa
noche de octubre de 2013 —dice— vinieron los
hombres. Gritaron tres veces “Allahu Akbar”.
Después mataron a todos: a la abuela, al abuelo,
a los padres, a la hija y al hijo. Tres generaciones.
Tiraron los cadáveres a un pozo. María calla. “Son demasiadas historias las que han sucedido
al pueblo sirio”.
Las historias corrieron hasta llegar a Irak. El avión tuvo que rodear Siria para
resguardar nuestra seguridad. ¿Y qué pasa con Irak?
La Iglesia al rescate
En el verano y otoño pasado de 2014, la ola de terror de ISIS, descendió sobre la
ciudad de Mosul y las ciudades de la llanura del Nínive. Ante esta terrible situación, miles
de familias cristianas que se habían mantenido como tales en la región desde el siglo I, se
vieron obligadas a huir hacia la relativa seguridad de Erbil y la región del Kurdistán. En casi
todos los casos estas familias huyeron con poco más que la ropa que llevaban puesta. Ante
la situación abrumadora y la crisis de las familias desplazadas, el Gobierno de la región de
Kurdistán entregó el cuidado de todos los refugiados cristianos al grupo de líderes de las
iglesias cristianas del norte de Irak. El Gobierno Regional del Kurdistán entregó la
coordinación administrativa de estos esfuerzos a la Arquidiócesis de Erbil, por ser la iglesia
más grande dentro del área urbana de Erbil.
Al mismo tiempo, la ayuda gubernamental internacional fue canalizada a través del
gobierno central, que funciona a duras penas. Pero los fondos entregados para el norte de Irak
no lograron alcanzar efectivamente a la población cristiana amenazada. Así comenzó un
esfuerzo sin precedentes para salvar a una población desplazada con ayuda gubernamental
internacional casi inexistente. En verdad, sin la ayuda privada de varios grupos reconocidos,
entre ellos nuestra Fundación, Ayuda a la Iglesia Necesitada, el cristianismo en el norte de
Irak bien podría haber perecido en este último año y medio.
Hablan los cristianos perseguidos en Irak
Y comenzaron las historias en Irak. El ejército kurdo nos invita a visitar un poblado
defendido por ellos, que se ha vuelto el cuartel militar y de protección para la zona. ¿Quién
quiere ir? – preguntó el encargado - Me sentí con la responsabilidad de presenciar y escuchar,
a pesar del riesgo que corríamos.
Lo primero que percibo es el silencio absoluto
de un poblado que parecía fantasma. Estoy en Telskuf,
en Irak, a unos 32 kilómetros al norte del enclave de
Mosul del Estado Islámico y a dos kilómetros de la
frontera donde el ISIS prepara su ataque. La ciudad
está abandonada: sus habitantes, incluidos unos 12.000
cristianos, huyeron ante el avance de las milicias del
Estado Islámico en la noche del 6 de agosto de 2014
para refugiarse en la ciudad vecina de Alqosh o en la
capital kurda de Erbil.
A 43 grados centígrados nos apretamos contra la sombra de las ruinas abandonadas:
casas con enormes boquetes, muros cubiertos de
impactos de proyectiles y caparazones calcinados
de coches que reflejan la brutalidad registrada hace
pocas semanas. Días antes, el Estado Islámico y
sus milicias junto con múltiples coches bomba y
terroristas suicidas avanzaron rompiendo el frente
kurdo, a lo que respondió un contraataque aéreo
estadounidense logrando vencer al Estado
Islámico. En la operación murieron tres combatientes kurdos y un soldado estadounidense de
las Fuerzas Especiales de 31 años de edad. Según informes no confirmados de los peshmerga
o ejército Kurdo, murieron además más de cincuenta milicianos del Estado Islámico, que
fueron fotografiados y enterrados en la cuneta de la carretera. Nos las mostraron. Las huellas
en la tierra todavía están frescas.
A unos 16 kilómetros de Telskuf, Alqosh es ahora la última ciudad cristiana
importante de la Llanura de Nínive, en lo que antes era un valle sembrado de pueblos
cristianos, ahora ocupados y destruidos por el Estado
Islámico. En esta ciudad, el Obispo católico caldeo
Mikha Pola Maqdassi ha organizado el apoyo para más
de 500 familias desplazadas y a las 1.200 familias
originarias del lugar. Todos buscan un trabajo que no
hay. La Iglesia Católica es el principal proveedor de
asistencia social y, sobre todo, de esperanza. Según nos
explica Mons. Maqdassi, los jóvenes viven desencantados en este mundo en ruinas.
Nos encaminamos hacia la iglesia católica de Telskuf. De nuevo, el silencio solo se
ve interrumpido por nuestras pisadas sobre los vidrios. La iglesia ha sido saqueada y
destruida. La imagen de la Virgen María ha sido profanada: le han cercenado la cabeza,
siendo el símbolo de la decapitación la firma propia del Estado
Islámico. Los peshmerga, armados y con gafas de sol
reflectantes, han tomado posiciones en lugares estratégicos para
cuidar nuestra seguridad: en la cúpula, en ventanas destruidas y
en el campanario. Nosotros nos arrodillamos para rogar al Señor
que reinstaure la paz, y en nuestro grupo, en el que suele reinar
un ambiente animado y alegre, se instala la conmoción y el
silencio. Un general cristiano, un hombre generoso con sienes
canosas, espera respetuoso. Cuando terminamos de rezar, nos
implora para que nos unamos a él para comer. Aunque el tiempo
no lo permite, nos cuenta que lucha contra el Estado Islámico
para proteger a su pueblo. “Qué Dios me perdone por matar
gente” –me decía conmovido.
Hablemos ahora un poco de los yazidíes. Ellos constituyen una minoría religiosa
cuyas raíces se remontan 2000 años antes de Cristo. Sus creencias son fruto de una
combinación del zoroastrismo persa con elementos del islam e incluso del judaísmo. Se
asentaron en la llanura del Nínive más de 2600 años antes de la llegada del islam. Adoran
principalmente al Malak de Tau, al que representan como un pavo real y a quien consideran
un ángel caído. Los musulmanes los tildan de adoradores del diablo. Se dedican
principalmente a la agricultura y su presencia es mayor en la localidad de Siyar, al noreste de
Irak y a 50 kilómetros de la frontera con Siria. Ellos son la minoría religiosa que más ha
sufrido la ola de violencia a manos del Daesh o ISIS. Han vivido decapitaciones, hombres
quemados vivos, secuestros, violaciones de mujeres y niñas, venta de esclavas sexuales; todo
un infierno.
Eso le pasó a Judea, un señor de 64 años a quien le dispararon por la espalda y tiene
33 piezas de metralleta repartidas por su cuerpo. Se fue a las montañas de Sinyar y ahí se
escondió durante varias semanas junto con su familia. Se estima que unas 30,000 familias
yazidíes permanecieron ocultas en las montañas sin agua ni comida soportando temperaturas
que superaban los 50 grados. Murieron 7,000 yazidíes, entre ellos, 70 bebés por inanición.
Gracias a la intervención de una diputada yazidí del parlamento Iraquí, Vian Dkhik, quien
imploró ayuda para su pueblo, y el apoyo de millones de personas que la siguieron a través
de Youtube, es como Estados Unidos lanza desde el aire paquetes de ayuda humanitaria a
este pueblo abandonado en las montañas. Pero también la Iglesia acudió a socorrerlos; ellos
reconocen todo el apoyo de los cristianos como parte de su salvación.
AIN presente con las familias en Irak
“Desde el principio Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) ha
estado aquí, con los cristianos refugiados para ver y contar su
historia”, -nos dice el arzobispo de Erbil en Irak- Mons. Warda.
Hasta octubre de 2014 las familias refugiadas vivieron en tiendas
de campaña. Sin embargo, en ese verano las iglesias cristianas se
unieron para hacer frente a la crisis y trabajaron para que las
familias recuperaran su dignidad, en su propia casa prefabricada.
Fue importante la unidad que se dio por todos los obispos de
las diferentes iglesias cristianas: dos obispos sirio ortodoxos, uno
sirio católico, uno caldeo y el arzobispo de Erbil, ya que pensaron
que la crisis duraría una o dos semanas, pero después se dieron cuenta que duraría dos o tres
años. Sin esa unidad no se hubiera logrado nada. Además de dar un techo en casas
prefabricadas, se ha logrado dar apoyo en alimento, se han construido escuelas para alrededor
de 8000 niños, centros de salud, espacios de atención psicológica y espacios recreativos para
los niños, entre otras cosas.
La presencia de sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos ha sido fundamental
para la sobrevivencia de los refugiados, porque les demuestra que la iglesia no les abandona.
Y ahora cuento dos historias más, una de las hermanas del
Sagrado Corazón y otra del P.
Douglas, verdaderos apóstoles de la
misericordia que han arriesgado su
vida cada momento en favor de los
cristianos perseguidos.
Ellas son las religiosas del Sagrado Corazón, quienes tuvieron que abandonar su
convento para refugiarse en otra casa de la orden, antes de que el ISIS tuviera el control de
la ciudad donde se encontraban. Lo hicieron en el último
minuto, Consumieron el Santísimo antes de escapar pues
no querían que cayera en manos de los yihadistas. Gracias
a un soldado cristiano que las introdujo en un coche
americano, las seis hermanas huyeron de Mosul. Salieron
con lo puesto y nada más. Una vez superado el susto, la
hermana Sana pensó que debía regresar a Mosul para recuperar archivos y documentos de la
congregación. Esta hermana logró entrar hasta 3 veces. Fue muy arriesgado, pero en la tercera
ocasión después de burlar controles de seguridad y al ISIS, que acababa de arrestar a
religiosas de otra congregación, logra entrar a su convento antes de que ellos llegaran,
salvando manuscritos, documentos importantes y sobre todo una máquina para hacer formas
para consagrar, que además era fundamental porque había un desabasto en toda la zona. Todo
lo lograron en dos horas. Ahora dedican todo el tiempo, arriesgando su vida, a atender a los
refugiados en los diferentes campamentos.
El Padre Douglas
“Cuando excavas en Irak, encuentras antes sangre de mártires que petróleo”, estas son
las palabras que el P. Douglas. Sacerdote Caldeo que coordina el campo de refugiados Mar
Elías, uno de los más grandes de Ankawa. Él nació en Bagdad en 1972 y reconoce que desde
entonces la vida no era fácil para un cristiano. Tiene una historia impactante de secuestro por
el Daesh.
P. Douglas en noviembre de 2006, camino a visitar a una familia se encuentra dos
coches que lo detienen. Lo sacan del coche y se lo llevan. Él ya había sufrido varios atentados
en su iglesia en Bagdad, en uno de ellos le dispararon en las piernas con una K47. Durante
su secuestro por 9 días vivió la tortura y el horror. Le taparon los ojos, le rompieron la nariz
y los dientes, lo encadenaron, le colocaban una pistola en la sien y disparaban el gatillo sin
balas, y así lo mantuvieron todo el tiempo. Él recuerda con nitidez todo ese horror. El Daesh
decapita gente, la quema viva, la mata, pero en el caso del P. Douglas fue utilizado para sacar
dinero por su rescate. Así que su cabeza fue negociada.
Él se encontraba atado y sin posibilidad de ver; iba contando día a día que pasaba. En
todo este tiempo el P. Douglas comenzó a entablar relación con los secuestradores. Por la
mañana era un padre espiritual para los terroristas del ISIS quienes le pedían consejo, pero
los mismos hombres se transformaban en enemigos por la noche, aterrorizándolo.
Cuando terminó la negociación de sus amigos con los secuestradores, se enojaron
tanto que tomaron un martillo y le golpearon la cara. Le dijeron “te vamos a matar”, él se rio
y los demás se extrañaron preguntándole que por qué reía, por lo que les contestó: “Para
ustedes, la muerte es el fin de la vida, pero para nosotros, es el principio de la vida. Escogí
ser sacerdote y este es el precio. Si muero, al menos sabré donde voy a estar, pero si sigo
vivo nadie sabrá donde estoy, así que la muerte es una buena opción”. El padre Douglas tuvo
mucho miedo a morir pero logró mantenerse con fe y esperanza. Además, él señala que
aquello que lo sostuvo durante los nueve días fue el rezo del rosario, que además, lo hacía a
través de los eslabones que sobraban de la cadena que tenía en sus manos, y que curiosamente
eran 10. Fueron los rosarios más profundos y mejores de su vida.
P. Douglas tuvo que salir del país a operarse la
nariz, los dientes y la espalda. Sin embargo, él
logró sanar su corazón y estar tranquilo el día
que perdonó delante de Dios a sus agresores. Él
nos dice: “tenemos que perdonar para dejar que
la Gracia se transmita de generación en
generación. De no hacerlo, continuará el dolor y
el odio y así cerramos el camino a la Gracia de
Dios. Cuando transmitamos la historia a los
niños, también les hablaremos del gran poder el perdón. No estoy preocupado por lo que
vaya a pasar conmigo o con mi generación. Pero sí lo que transmitamos a los niños. Si no
educamos a nuestros niños ahora, que son el futuro, la siguiente generación del ISIS, no estará
de nuestro lado. Ahora tenemos que ser como la sal y la luz del mundo. No es el tiempo de
los lamentos ni de las palabras; es el tiempo de trabajar. Pido al Señor no cerrar esta
oportunidad de permitir que su Gracia se transmita a la siguiente generación”.
Fe, esperanza y perdón
Gracias a este viaje de Ayuda a la Iglesia Necesitada, hoy puedo mirar y compartir tres
características esenciales que nuestros hermanos de medio oriente muestran en cada una de
las historias que escuchamos: Fe, Esperanza y Perdón. Una fe en Jesús que les permite decir
“Yo creo en ti y no me convierto al Islam”, una esperanza de poder regresar a sus hogares y
el perdón como un elemento fundamental para poder convivir en medio del dolor y del
sufrimiento, con un corazón tranquilo y agradecido, confiados en la voluntad de Dios.
Por último comparto el testimonio vivido en medio de una plática con 3 familias sirias
recién llegadas al Líbano huyendo del Isis. Nos encontrábamos escuchando sus testimonios,
cuando me animé en un momento difícil de mucho dolor a decirles: “Muchos mexicanos
cristianos se han unido en oración por ustedes, les mandan un abrazo solidario y les dicen
que no están solos, estamos orando por ustedes…”, varios agradecieron el gesto, sin embargo,
una señora me respondió: “gracias, pero nosotros también nos enteramos de lo que pasa en
México, y le pido le diga a los cristianos mexicanos, que somos nosotros quienes vamos a
rezar por ustedes, porque el pueblo de México está perdiendo su fe. Nosotros damos gracias
a Dios de lo que está pasando, porque nos ha fortalecido y unido”. Me quedé helada. Sin
embargo, tiene toda la razón, nosotros estamos perdiendo nuestra fe, en medio de esta
persecución religiosa de baja intensidad que nos provoca miedo y nos orilla a callar que
somos católicos y creemos en Cristo. ¡Qué falta hace en nuestro país, reivindicar el derecho
a la libertad religiosa, como un derecho inscrito en el artículo 18 de la declaración universal
de los derechos humanos! ¡Qué falta hace poder fortalecer nuestra fe, nuestra esperanza y
practicar el acto del perdón!
Los cristianos en medio oriente nos dan un mensaje: “Les pediríamos que despierten
y que vivan verdaderamente su fe. Porque es la parte que les toca. A nosotros nos toca la
persecución y a ustedes les toca vivir la suya. Somos
parte de la misma Iglesia, del mismo cuerpo que es
Cristo. Si pueden dar ayuda material está bien, pero
apelamos a su responsabilidad a ser conscientes de su fe
y vivirla. También les pedimos que abran los ojos y
cuenten nuestra historia al mundo, porque si nos
destruyen y desaparecemos, ustedes serían testigos de
eso. Mejor sean parte de nuestra memoria. Despierten y
pónganse en acción.
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