El Rey compasivo

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El Rey compasivo
Lucas fue el único autor gentil del Nuevo Testamento. Él escribió de manera que un no-judío pudiera
entender lo que había ocurrido en aquellos días. Por esto, Lucas es para muchos el Evangelio más fácil
de leer. Este evangelio nos muestra claramente a Jesús, un Salvador compasivo, Rey, que ha venido
para toda la humanidad, judíos y gentiles. Se trata de un escrito donde todas las personas son valoradas:
los samaritanos, los leprosos, la mujer sorprendida en adulterio, los pobres, etc. Así, “todo mortal verá la
salvación de Dios" (Lc. 3:6).
Es a través de su perspectiva que vemos el Domingo de Ramos original. Para obtener una comprensión
más completa de este Rey compasivo podemos ver el capítulo anterior. En Lucas 18, Jesús se está
acercando a la ciudad de Jericó en su camino a Jerusalén, donde sabía que se enfrentaría al sufrimiento
y la muerte. Viajaba a través de multitudes con sus discípulos. Un ciego que pedía limosna junto al
camino oyó a la multitud y preguntó qué estaba pasando. Cuando le dijeron que era Jesús de Nazaret,
empezó a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!" Aquellos que le rodeaban
inmediatamente le reprendieron y le dijeron que se callara.
En esta época se pensaba que los que eran discapacitados o pobres debían haber ofendido a Dios, por
lo que debían de ser gente pecadora. Pero esta no era la opinión que tenía Cristo de él. A pesar de que
el objetivo de Cristo era Jerusalén y la cruz que tenía delante de Él, todavía se tomó el tiempo para
responder a las necesidades de este hombre que era un paria de la sociedad. Jesús hizo que le trajeran
al hombre y lo sanó. En esta historia vemos a nuestro Rey compasivo.
En Lucas 19, comenzando en el versículo uno, vemos la compasión de Cristo de nuevo. Estaba entrando
en Jericó y las multitudes continuaban siguiéndole. Las Escrituras hablan de un hombre llamado Zaqueo,
que quería ver a Jesús. Era uno de los principales recaudadores de impuestos de Jericó. Él recogía los
impuestos de su propio pueblo para los romanos. Se le permitía cobrar lo que quisiera y quedarse con
el dinero extra. Debido a esto era visto como un traidor, un ladrón y el peor de los pecadores.
Era un hombre de baja estatura, por lo que se subió a un árbol para poder ver a Jesús entre la multitud.
Jesús, al pasar, vio a Zaqueo en el árbol. Jesús se detuvo, miró a Zaqueo y le dijo que bajara. Él iba a
visitarlo a su casa. Muchos se sorprendieron de que un hombre "santo" pasase el tiempo con este
"pecador". Al final de su tiempo juntos Zaqueo se arrepintió de su pecado y se comprometió a devolver
todo lo que había tomado de la gente injustamente. Jesús dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa...
porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." Una vez más el Rey
compasivo se había rebajado al nivel de los hombres y se había encontrado con ellos en su momento
de necesidad. En Lucas 19:28-44, a través de la entrada triunfal de Jesús, vemos su proclamación de
que Él ha venido como nuestro Rey compasivo.
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En las Escrituras a veces Dios envía a sus profetas a dar sus instrucciones al pueblo de Dios. En otras
ocasiones, Dios instruye a sus profetas a presentar una lección o ejemplo viviente de la idea que Dios
está tratando de comunicar a su pueblo, sobre todo cuando las personas son lentas para escuchar las
palabras de Dios. Encontramos un ejemplo viviente en Lucas 19:28-44.
En este punto, Jesús había estado ejerciendo su ministerio durante casi tres años. El momento de su
muerte se acercaba, y la mayoría de judíos seguía eligiendo no creer. Así que Jesús les presenta una
imagen, donde la lección, su afirmación de ser el Cristo, sería inconfundible. Era el tiempo de celebrar la
Pascua y miles y miles de peregrinos judíos ya se habían reunido en Jerusalén. El fervor religioso y la
pasión eran grandes.
La Escritura dice que Jesús se acercó al Monte de los Olivos montado en un burro que nunca antes
había sido montado. El Monte de los Olivos estaba justo al este de la ciudad de Jerusalén. Era un lugar
sagrado importante. En el libro de Ezequiel Dios había dado al profeta una visión de Dios y su gloria
saliendo y regresando a Jerusalén en el Monte de los Olivos. La ubicación de esta historia en el Monte
de los Olivos era significativa para la gente de la época de Jesús.
Observando la cultura de aquel tiempo y las Escrituras del Antiguo Testamento, podemos empezar a
entender mucho más acerca de esta historia. Un animal sin utilizar era a menudo usado para fines
sagrados. Un ejemplo se puede encontrar en Num. 19:2, donde Dios da instrucciones sobre el animal
que iba a ser sacrificado: “El siguiente estatuto forma parte de la ley que yo, el Señor, he promulgado:
Los israelitas traerán una vaca de piel rojiza, sin defecto, y que nunca haya llevado yugo." Cristo,
montado en un pollino sin utilizar, era otro mensaje a la gente acerca de lo sagrado y la importancia de
quién era Cristo.
Un tercer detalle importante era el tipo de animal sobre el que Jesús iba montado. Un rey conquistador
entraría en una ciudad montado en un caballo. Un rey que viniera en son de paz montaría en un burro
(Mt. 21:2; 1 Reyes 1:33-34). Jesús no había venido para ser un rey militar terrenal, que liberase a los
judíos de Roma. Él vino como un rey eterno que liberaría a muchos de la condena y de la esclavitud del
pecado. Él vino en son de paz… el Príncipe de la paz. Jesús estaba siguiendo el mismo patrón que
vemos en Zacarías 9:9, escrito 500 años antes:
¡Alégrate mucho, hija de Sión!
¡Grita de alegría, hija de Jerusalén!
Mira, tu rey viene hacia ti,
justo, salvador y humilde.
Viene montado en un asno,
en un pollino, cría de asna.
En contraste con esto, en Apocalipsis 19, Jesús viene montado en un caballo blanco como un Rey de
reyes y Señor de señores conquistador.
Este era otro mensaje a la gente que estaba allí ese día. Sí, Jesús venía a ser el Rey de los judíos, pero
no de la manera que ellos deseaban. Él venía a salvarlos de mucho más que de los romanos. Él venía
para algo mayor. Él venía a liberar a cada hombre, mujer, niño y niña de sí mismos, de la esclavitud del
pecado, y de una eternidad separados de Dios. No era una salvación de los romanos en el presente,
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sino una liberación del pecado y del juicio para toda la eternidad. Él vino verdaderamente como un Rey
compasivo.
Jesús montó en este burro en Jerusalén, la capital del pueblo judío en la que Dios mismo habitó. Esta
era la más santa de las ciudades y Él vino como su Rey. Esta era la misma Jerusalén donde los líderes
ya estaban intentando matarlo. Él estaba haciendo una de sus afirmaciones finales de la verdad de que
Él era el Mesías prometido, el Rey y el Salvador de Israel. Muchos, entre la multitud, tendían sus mantos
o túnicas exteriores en el camino, delante del burro en el que Jesús iba montado. Esta también era otra
manera de tratar a los reyes.
Como respuesta a todos estos signos de proclamarse el Mesías prometido y el Rey de los judíos, la
gente comenzó a alabar a Jesús citando el Antiguo Testamento, con claras referencias a la venida del
Mesías que habían sido escritas siglos antes: "¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!” "¡Paz en
el cielo y gloria en las alturas!"
El burro, la ubicación, los mantos en el camino y las alabanzas de la gente, todo declaraba a Jesús como
el Mesías prometido y Rey compasivo. Era una afirmación peligrosa para hacer en ese momento en la
historia desde que los romanos estaban en el poder, pero eso es lo que era Jesús y por qué había venido.
En medio de los vítores había fariseos que estaban viendo el evento que tenía lugar. Ellos rechazaban
las afirmaciones de que Cristo era el Mesías y le pidieron que censurara las alabanzas de la gente. Le
dijeron a Jesús que reprendiera a sus discípulos, pero él respondió con estas palabras: "Os aseguro que
si ellos se callan, gritarán las piedras."
Jesús estaba declarando la verdad de que las alabanzas de Dios en Jesucristo no pueden ser
silenciadas. Los discípulos estaban dando gloria a Jesús porque Él era el Prometido por Dios, y los
fariseos se negaban a reconocer quién era Cristo. Si elegimos no dar gloria a Dios, ¡hasta las piedras
gritarán! Él es de un valor infinito. No hay otro nombre que vaya a resonar en los salones del cielo para
la eternidad, excepto el nombre de Jesucristo. Los nombres que nuestro mundo exalta serán olvidados
y se perderán en el pasado, pero el nombre de Jesús resonará para siempre. Las alabanzas a Dios no
pueden ser silenciadas por los gobiernos, por la espada, por amenazas o por miedo. El pueblo de Dios
proclamando el nombre de Jesucristo continuará, imparable, hasta que Cristo regrese… y eso solo será
el principio. En el cielo todas las demás glorias serán silenciadas y Jesucristo será exaltado.
Jesús, nuestro Rey glorificado, después nos mostró su corazón compasivo. Cuando se acercaba a
Jerusalén y vio la ciudad, Lucas 19:41 nos dice que Jesús lloró. A continuación, pasó a profetizar la
destrucción de Jerusalén que estaba por venir. Después termina su lamento dando la razón de este
sufrimiento: "Porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte." Si tan solo hubieran tenido
oídos para oír...
Hoy cada uno de nosotros necesitamos ser animados por el Rey Compasivo. Independientemente de
dónde nos encontramos en medio de nuestras luchas, servimos a Jesucristo, nuestro Salvador. Él
descendió del cielo para poder vivir entre nosotros y transformar nuestras vidas para que seamos como
Él. Él no es un Mesías que ha venido a servir los planes del hombre. Él es un Mesías que viene en sus
propios términos y nos llama a arrepentirnos de nuestros pecados y creer en él. Él se pone a nuestro
nivel y se encuentra con nosotros en medio de nuestra rebelión. Su gracia entonces nos impulsa al
arrepentimiento.
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Hoy, ¿vas a inclinar tu corazón una vez más a Jesucristo, nuestro Rey Mesías? Sé atrevido cuando
vayas delante de su trono en tu momento de necesidad. Allí encontrarás a un Rey compasivo que está
dispuesto a conceder la gracia y la misericordia que necesitas.
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