Que clase de rey es Jesús para ti?

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¿Qué clase de Rey es Jesús para ti?
Lucas 19:28-44
En la más intensa y dramática semana que el mundo ha conocido, Jesús fue recibido como rey en
Jerusalén. Después fue traicionado. Capturado en la oscuridad. Se le hizo un juicio sumario e
ilegal. Se le crucificó y dio muerte como a un delincuente común. Y al comenzar la semana
siguiente, Él mismo se levantó de la muerte. Nada de esto es comparable con ninguna otra
historia, no solo en su dramatismo sino en las consecuencias para la humanidad. La historia de
esa semana empieza con Cristo llegando a Jerusalén y siendo reconocido por una banda de sus
seguidores como el Rey de reyes y Señor de señores. Una declaración subversiva si uno tiene en
cuenta que quienes lo reciben no son los gobernantes sino un pueblo desprotegido y colonizado.
Empecemos esta semana recordando ese momento…
El Rey humilde. Lucas 19:28-35. De todas las escenas de la vida de Jesús que muestran su
humildad, a la vez que su poder y su soberanía, una de las hermosas es su entrada a Jerusalén
montado en un asno. Es una imagen provocadora y revolucionaria. Los reyes entraban a las
ciudades importantes montados en briosos caballos o en carruajes elegantes. Pero he aquí que el
verdadero rey de Israel, escoge de manera intencional hacer su entrada a Jerusalén en un borrico:
animal de carga, manso, más propio del escudero Sancho Panza que de un rey. En esta acción,
Jesús desafía los poderes altivos de los gobernantes de turno, para identificarse con los pobres y
los desposeídos. Muestra su sentido del humor a la vez que hace burla de los dictadores de la
tierra. Posdata de su triunfo final: Cuando Cristo vuelva a la tierra, lo hará montado en un caballo
blanco, símbolo de su poderío eterno y de su condición como rey del universo (Apocalipsis
19:11-16).
El Rey exaltado. Lucas 19:36-40. El ministerio de Jesús, como la mayoría de los ministerios
cristianos en el mundo, estuvo rodeado de dificultades, rechazos, sufrimientos. Lo que le
esperaba al entrar a Jerusalén, era aún más dolor, y por último, la muerte. Pero su entrada a
Jerusalén aquel primer día de semana, fue un momento breve de gloria y reconocimiento que
evoca la entrada del joven David después de derrotar a los filisteos (1 Samuel 18:7). El homenaje
que le rindieron sus discípulos bajando por la colina de los Olivos, semejaba al grito alegre de las
mujeres mil años atrás, “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”. Ahora era un canto aún
más sublime, de gente alabando “a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían
visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las
alturas!”. Los religiosos envidiosos de siempre le pidieron a Jesús que callara a sus discípulos,
del mismo modo como en otra ocasión la esposa de David se avergonzó de su marido cuando
entró danzando a Jerusalén después de traer el arca de Dios a Jerusalén (2 Samuel 6:12-23). Pero
Jesús les recordó a los religiosos y a todos los que se oponen a su evangelio: “Os digo que si
éstos callaran, las piedras clamarían”. Cuando Dios removió la piedra del sepulcro de Cristo,
mostró que puede hacer hablar las piedras y dar testimonio a través de ellas. Pero, como
seguidores de Cristo, somos nosotros —y no las piedras— los que debemos levantar nuestra voz
con gozo y proclamarlo entre los escépticos, los indiferentes, los burladores, los necios, y de
aquellos que tienen dispuesto su corazón para Dios.
El Rey menospreciado. Lucas 19:41-44. Algunos, tal vez muchos, de aquella multitud de
discípulos que vitoreó a Cristo en su entrada a Jerusalén, cinco días después se sumó a la
multitud que pedía su crucifixión. Mientras montaba en el asno, Jesús vio a la ciudad de David
abajo, llena de historia, de religiosidad, de violencia y corrupción. Vio la ciudad dominada por el
invasor romano, y dio una de las profecías más estremecedoras de su ministerio: “¡Oh, si
también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto
de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te
sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no
dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación”. A pesar de
aquel recibimiento, los ojos del pueblo de Israel, seguían cerrados a la venida de su Mesías, igual
como los ojos de muchos en todos los pueblos del mundo, siguen cerrados a la obra de Cristo. El
problema más grave del ser humano es no reconocer el tiempo cuando Dios viene a visitarlo.
Hoy es el día de la visitación del Señor. Hoy es el día para regocijarnos y reconocerlo como el
Rey. Pero no solo hoy, sino también mañana, y dentro de cinco días, y siempre. ¿Le daremos
solo una aprobación de labios? ¿O lo reconoceremos como nuestro Señor y Salvador, cueste lo
que cueste?
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