14 N.º 67 · Septiembre 2012 cultura Vecinas que dejan huella L Rumbos de la poesía canaria actual Los Castigadores uno a uno Un Safari por el Mundo Clásico iguel Ángel Galindo, este poeta sin molde, sintético y profundo, ritmoso y desinhibido, alimentado a veces en los propios pechos de la tradición surrealista y su espinosiano maestro Agustín, es a ratos presencia indolente y otras, fuerza arcaizante que nos convida hoy al justiprecio de la liturgia que entraña la viva luz de su poemario Los Castigadores. Safari por la Mitología más clásica a ratos modernista, barroquizante, hermético, eclecticista o postmoderno, que apoya su trayecto en las referencias contradictorias de su entorno. Levantándose con Lorca en la dolorosa pérdida de la justiciera e incontaminada infancia, enfrenta la mirada judía a la griega y apoyado en el seis de los omeyas que nos condena a la perversión, se detiene en el imaginismo procesual de la muerte que planea sobre Jorge Guillén. Miguel Ángel Galindo es en este libro una llama en la mesilla del desván planetario de nuestro tiempo, como gusta definirse al personaje fundente a su aspirador, reconozcamos con él nuestra ultraperificidad cósmica y tal vez algo cómica. Pero cuidado no despertemos las iras de los umbilicales dioses. Así transita como nómada las circunvoluciones de un destino, a cuenta del amor: único delito que equilibra. El poeta ya se enfrentó a bellos animales curvos en otro tiempo y no sabemos si salió o no ileso de las furias de Venus. No hay en el paisaje farmacias de coral, ni hoteles celulares, ni pasan taxis copulativos. Para hacerse el culto a uno mismo no hacen falta sino dos velas. La ida dada a la mujer arranca en letras de Ananga Ranga y en todas las erógenas imágenes de los amantes salvajes. Así en la ruda batalla contra la perversa Medea, el poeta invoca a Belcebú, en cuyos cuernos representativos husmea. El abatimiento no es sólo pérdida de la amada, también vacuidad ante nuestro tránsito por la existencia, lo que no obsta para que arrebatadamente y con violencia perjure contra lo femenino destructor y su bestiario. Música, ritmo y prosodia encadenando vocablos como un rapero clasicista que toma naranjas en vuelo con la boca. Que frunce pechos que perforan la sangre de los monstruos del fin de siglo. Envenenados que estamos en la pornográfica vida que nos ha tocado en suerte. ¿Quiénes son los malos de la Antigüedad? Desde Caín a Pinochet, alguno se rebela y es justo que así lo haga por no caer en detestables inocencias. Infamias y males que avista el perverso almirante nietzscheano o el trémulo vigía de ojos de terciopelo. Aparece la biela de los grandes momentos que diría Gutiérrez Albelo. Y mientras penetro en el laberinto que el poeta ha trenzado sabiamente, ilumino lo que oculto quiere revelarse. Y un Universo incontestable como clítoris de Safo ante quien la retención seminal deviene trampa y rotundo engaño. Hombre empequeñecido como pene de ochenta años más o menos. Se requiere una persistente hermenéutica para mostrar el íntimo paisaje, el escenario. La ablación, el sometimiento a que son destinadas las mujeres, la niña de napalm del penúltimo poema, nos convidan a una histórica y desagradable cotidianidad. Los perros a la puerta de los infiernos, cuyo fuego nos salpica, Modifica el fenómeno Que tú, Poder, Dictas cuánto ha de abrazarnos Jericó anteceden a la invocación a la máxima instancia para que ejecute la catártica transformación y caigan las murallas de la zafiedad ante el pueblo elegido. El texto como pretexto bebe en las fuentes de pasajes míticos que en varias culturas describen las desventuras amorosas de los dioses. vecinos El barrio de La Candelaria recuerda la figura de Carmen Barreto Amador reflexionando sobre el importante papel de la mujer en el progreso comunitario Roberto Cabrera M 35 N.º 67 · Septiembre 2012 Los castigadores y las castigadoras usan de las furias, se embeben a veces en el daño que infligen. Qué ocurre con ellos, ellas, más tarde, nos preguntamos. Por de pronto Justine despelleja a sus maridos y los embalsama con cúrcumas y delicias hasta convertirlos en meras estatuas de bronce. La crueldad de estas vengadoras no tiene límites. Quizá la siembra masculina de estos vientos de violencia despierte luego tempestades que mejor no conocer. Belcebú, Erinja, Glauco, Medea, Ulises, Júpiter Ammon, Anteo, Ariel y Justine son los personajes en el arcano lejano cuyas metáforas reconstruye. Pero qué tienen esos dioses que no tengamos nosotros parece inquirirse nuestro agonista. ¿Los coitos de los dioses son efímeros, circunstanciales y conducentes a veces a la desesperación y el vacío? La gloria es relativa y en los textos cristianos ulteriores nada queda prístino. No hay cáliz ni vaso que apurar sin cinerarios y así nuestro héroe es recorrido por un sudor frío que proviene de los más remotos hielos de la nevera de los siglos. Sólo la Eternidad les pertenece, el poeta ha quedado congelado casi como un producto anónimo en los estantes de una gran superficie. Pero se rebela y contra la miseria sexual y otras, propone impalas de semen, diafragmas bisexuales, acuarios pornógrafos, mausoleos mariquitas, óvulos acorralados y espaldas jadeantes. Es el sexo como un destino entre el amor y la muerte. El mundo clásico no es sólo un telón de fondo, es memoria, proteína y humo del Adriático. Llegan de la India, de África o Judea y hacen sonar sus trompetas. También se suman los eunucos, libios y egipcios en el tapiz imperial. Y hay pájaros e insectos que se avizoran y un asalto de exotismo, plantas aromáticas, cúrcumas, quizá hasta cochinilla, azafrán para vencer el dulce desprecio de los rompecorazones y las iras de los que han sido abandonados a su suerte como Orfeo. Aquellos que más aman en la ausencia. Quienes dejan de amar. Los dioses también lloran, ahí está el precipicio que bordea el cernícalo en el Sur o una aldea helénica de preguntas silentes, preguntas de siempre. A nuestro lado la multitud sueña o se solea, ajena a la muerte. Son paganos, no aman la luz griega del Sur. Su pasado enclave. Estamos en otro tiempo. Donde el souvenir apenas prosperaba ni tenía auge. Todo entrañaba magia. Y Adexe era como una planta aromática, una divinidad verde claro y no un palo quemado por hordas clericales y tuercas apostólicas primero y más tarde por trompetas inmobiliarias. La isla es hoy la periferia del Sur y no al revés. Hace ya un tiempo que los escritores y poetas de estas tierras han conquistado con talento el panorama de la creación, aportando con su fuerza telúrica lo más sublime a nuestro imaginario insular. Isaac de Vega, Cándido Hernández, Juan José Delgado, Ignacio Gaspar y proyectos como La Teja de Bogotá, Taramela, Benchomo, etc. vinieron a reclamar la árida mirada para nuestro protagonista, la desnudez insólita de nuestra verdadera personalidad. La voz grave y fresca de Miguel Ángel Galindo se separa del coro de plañideras. Soles bramantes, arenas, aulagas, historias de hambrunas, y de piratas, de fantasmas, de huidas y de milagros, también de logias y venta de esclavos. El Sur es capitalidad, cosmopolitismo, pero también esperpento al que hay que dar contención. Por ello el Mundo Clásico del que se vale nuestro poeta es el idóneo. Tiene todos los ingredientes para patentizar la batalla. Entre la memoria y el olvido campan fuerzas naturales, semidioses, héroes y vengadoras, potencias cósmicas, y hombres y mujeres. a historia de La Candelaria está jalonada de nombres de personas que han hecho avanzar el barrio en múltiples direcciones. Personas que muchas veces permanecen en el anonimato, si no es por el interés de sus vecinos en relación con la idea de destacar y reconocer su notable aportación. Carmen Barreto Amador, Carmita, la de Genoveva, constituye uno de estos casos, circunstancia que lleva a decir a Trino Barreto durante la última reunión del Consejo de Sabios, “mi recuerdo de Carmita es lo máximo, la tengo todavía conmigo”, porque Carmita nos dejó hace unas pocas semanas, no así su memoria. Y es que, su carácter de luchadora por diferente causas y proyectos de marcada dimensión social sigue recordándose en el barrio, al que llegó con unos quince años durante la segunda mitad de la década de los cuarenta del pasado siglo, y en el que, más tarde, fundó una familia y permaneció viviendo en la calle tres. Durante mucho tiempo trabajó en su casa, tanto en el corte y confección –habilidades que aprendió junto a Cayaya con una mujer del barrio– como en la cerámica, antes de abrir una de las diversas tiendas que llegaron a funcionar en La Candelaria. Según Lala, “mucha gente del barrio compraba su ropas y sus cosas, porque en esa época no había tanta variedad y su negocio quedaba de paso”. Ocupaciones a las que siguió una intensa actividad en la primera Asociación de Amas de Casa. También ayudó en la Iglesia y estuvo dando clases en catequesis, aparte de mostrar, siempre que podía, su enorme solidaridad, según expresa Yaya: “Carmita era la primera que ayudaba a quien sea”. Concha sintetiza sus cualidades: “Buena persona, luchadora e hizo mucho por el barrio”, a lo que Yaya añade, “le encantaba hacer cursos, innovar y era muy emprendedora”. Todo ello merece un próximo reconocimiento público, iniciativa en la que ya trabaja el Consejo de Sabios. Carmita será recordada, sobre todo, por su destacado papel en la implantación del colegio y su desarrollo en el barrio, tanto a título particular como desde la Asociación Itahisa, que impulsó durante los últimos veinte años. Carmita, Ofelia y Lorenzo Ramos son nombres que suenan cuando se conversa sobre la llegada de la educación reglada a La Candelaria y la concentración de esfuerzos para ir mejorando poco a poco sus instalaciones, porque costó mucho dotar a esta zona del municipio de un centro educativo en condiciones, casi siempre acogidos los niños y niñas en edi- ficaciones inadecuadas o improvisadas, hasta la apertura del hoy conocido como Ángeles Bermejo, anterior García Escámez. La creación de la Asociación de Amas de Casa se considera un hito en el devenir reciente de La Candelaria, coincidiendo todos los componentes del Consejo de Sabios en la idea de que, en términos generales, “la mujer comienza a ser mucho mejor considerada en el barrio desde que existe la Asociación”, siendo Ofelia y Carmita sus principales impulsoras. Desde el año 1992 funciona con el nombre de Itahisa bajo la presidencia de Carmita, haciéndose cargo de la promoción, e incluso la denuncia, de muchos temas de interés para el vecindario, como la falta de zonas de juego y parques o las deficiencias del transporte público en el interior del barrio, siendo el último problema abordado el de las antenas de telefonía móvil y sus afecciones a los vecinos de La Candelaria. La Candelaria, femenino y plural En referencia a la situación de la mujer en el barrio, las últimas sesiones del Consejo de Sabios de La Candelaria han servido para recordar, por ejemplo, algunas de las actividades que se desempeñaban en esta zona y su entorno próximo, dado que muchas mujeres incluso bajaban a Santa Cruz a limpiar o a planchar. Asimismo se recuerda el trabajo en Vitabana, donde, “en un salón grandísimo, se hacían cajas y cestas de madera para empaquetar el tomate, después de clasificarlo por tamaños, sobre todo en época de zafra”. Las ventas también eran detentadas más por mujeres que por hombres, muchos de los cuales trabajaban fuera. Se recuerda la labor de las gangocheras, como La Pescadora, de las lavanderas que bajaban al barranco con sus grandes baños de aluminio o de las mujeres que realizaban la faena de liar el tabaco que traían los intermediarios en sacos. La costura era otra de las ocupaciones principales, bien a mano o utilizando máquinas movidas a pedal. Se cosía fundamentalmente en las casas y se hacían desde “arreglitos a auténticos trabajos de modista”. Todo ello combinado con el trabajo en el hogar, con frecuencia en el marco de familias extensas, donde la mujer siempre ha sido primordial en la realización de las tareas domésticas y en la gestión de los recursos disponibles. Su dimensión pública y colectiva ha sido más reciente, proceso en el que ha desempeñado un importante papel la formalización de las redes sociales existentes y su conversión en tejido asociativo. Antes las mujeres se reunían más, según nuestras Sabias, tanto en las casas como en la calle. Por ejemplo, en los meses de verano se salía a la calle después de cenar, sentándose juntos grupos de vecinos a charlar buscando el frescor de la noche. También eran frecuentes las reuniones en la sobremesa para escuchar en la radio las novelas de moda, que dejaban las calles casi vacías, lo que recuerda Lala al hablar de la afluencia a su venta: “Allí no había una persona que te llegara”, para añadir, “en ese momento no venía nadie y luego se juntaba todo el mundo a comentar… y hasta lloraban”. Una vez, hacen memoria, perdieron a un niño que se quedó dormido por los pies de la cama y nadie pudo encontrar hasta que alguien se dio cuenta del olvido. Texto elaborado con las aportaciones de Candelaria Zuppo, Guillermina de León, Inocencia Hernández, Candelaria Martín, Concepción Rodríguez, Candelaria González, Trinidad Barreto y la colaboración de César Barreto, integrantes y dinamizador del Consejo de Sabios del barrio de La Candelaria. Anfitriona excepcional Vicente Manuel Zapata Hernández V a para una década que, junto a mis alumnos y alumnas de Geografía, comencé a trabajar en La Candelaria, reconociendo inicialmente los problemas y las potencialidades del barrio. En esas primeras visitas que se convertían en interesantes recorridos colectivos, callejeando de un lado para otro, tuvimos la suerte de contar con personas que guiaron nuestros desorientados pasos, y que, además, hicieron de magníficos anfitriones con respecto a otras personas que configuran un lugar cada vez más querido. Recuerdo particularmente una tarde que salimos a pasear con Trino y Carmita. Con ella estuvimos un rato grande en El Tranvía, antes aún de iniciarse la remodelación de ese espacio emblemático en el marco del Plan URBAN. Dentro del recinto nos contó la historia del colegio público del barrio, en cuya fundación y mejora había participado siempre activamente. En la misma puerta de los edificios que albergaron en el pasado las cocheras y las calderas del antiguo tranvía, junto a los más recientes módulos prefabricados que sirvieron de improvisadas aulas antes de la construcción del nuevo colegio, unos centenares de metros más arriba, recordamos juntos las precarias condiciones de la infraestructura educativa de La Candelaria. Uno como alumno que fue del García Escámez, más tarde rebautizado como Ángeles Bermejo; otra como activista en la lucha por conseguir la mejor educación posible para los niños y niñas del barrio. Durante ese recorrido con algunos de mis estudiantes, entre los que recuerdo a Alicia, Tarsis, Jonathan o Francisco, Carmita no sólo nos transmitió su conocimiento y experiencia de décadas en La Candelaria, sino que, y sobre todo, nos impregnó con sus ganas de mejorar las cosas para que sus vecinos tuviesen mejores posibilidades de desarrollo. La recuerdo siempre elegante y hasta un poco coqueta, con esos ojos claros, que siempre le decía, habrían roto más de un corazón durante aquellos paseos juveniles que nos relataba en el marco del Consejo de Sabios, a través de la Carretera General que avanzaba hacia el Sur por la zona de Ingenieros desde el cruce de La Cuesta. Gracias Carmita…