REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR La Reconstrucción de la Escuadra. Planes Navales Españoles (1898-1920) Agustín Ramón Rodríguez González L a rápida y aplastante derrota naval española ante los EE.UU. en la guerra del aciago 1898, trajo importantes y dolorosas consecuencias para nuestra Armada, que amenazaron incluso su pervivencia como institución. No era ya sólo en lo material, que se hubieran perdido por completo las escuadras de Cervera y de Montojo, con un importante saldo de vidas humanas, tan heroica como inútilmente sacrificadas, y que hubo que vender o desguazar un gran número de pequeñas unidades como cañoneros, transportes, etc, que ya no tenían ningún valor tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. 2 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA ESCUADRA N o era ya sólo en lo material, que se hubieran perdido por completo las escuadras de Cervera y de Montojo, con un importante saldo de vidas humanas, tan heroica como inútilmente sacrificadas, y que hubo que vender o desguazar un gran número de pequeñas unidades como cañoneros, transportes, etc, que ya no tenían ningún valor tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Lo peor con mucho, es que pocos o ninguno de los buques de Cervera y de Montojo estaban plenamente operativos cuando debieron afrontar la lucha, o lo hicieron con carencias importantes. Y se llegaba ya al culmen cuando se analizaba el hecho de que muchos barcos que figuraban por entonces en los Estados Generales de la Armada no pudieron participar en los combates, significando al menos una fuerza doble que la de Cervera, y entre ellos los dos buques más poderosos de la Armada por entonces, como el «Pelayo» y el «Carlos V». Por no hablar de los tres cruceros clase «Cisneros», las remozadas «Numancia» y «Vitoria», los cruceros «Alfonso XIII» y «Lepanto» y bastantes otras unidades de menor importancia, que hubieran podido equilibrar sensiblemente la balanza frente a nuestros enemigos, todavía lejos de ser el poder naval que han sido desde comienzos del siglo XX. Algo muy serio tenía que pasar para que barcos cuya construcción fue planeada con muchos años de antelación sobre la contienda, o no habían sido terminados, o estaban sufriendo una modernización o resultaron francamente defectuosos, caso de los dos últimos cruceros citados. El efecto de todo ello en la moral de muchos españoles fue tremendo, e incluso un ilusionado navalista como Joaquín Costa en los años previos al «Desastre» sentenció que España no sabía construir una Escuadra, ni mantenerla operativa ni usarla con eficacia en circunstancias bélicas. Y así, muchos abogaron por la supresión de la Armada salvo a efectos policiales y fiscales, y por confiar la defensa de nuestras costas e islas a las baterías costeras y a minas submarinas. Indudablemente eran sólo una minoría los políticos e intelectuales que llegaron a defender en público tales ideas, pero muchos otros que no llegaron a pronunciarse pensaron que, en el fondo estos radicales tenían no poca razón en sus planteamientos. El atrasado y decadente país, en la depresión moral que siguió al 98, no podía ni siquiera aspirar a competir con otros en un aspecto tan influido por el desarrollo económico, industrial y tecnológico como es el de los buques y las armas navales. Correspondió a un pequeño, pero creciente y de cada vez mayor influencia, grupo de marinos y de políticos, desechar tan negativos planteamientos y afrontar desde nuevas bases el reto de reconstruir nuestro poder naval. Arriba: La «Alerta», una de las muchas cañoneras encargadas de la vigilancia de las costas cubanas cuando estalló la insurrección, protagonizando algunas de ellas épicos combates contra los muy superiores bloqueadores norteamericanos durante la guerra, tras la cual fueron liquidadas en su totalidad. Abajo: El crucero «Alfonso XII», único de su serie que sobrevivió a la derrota del 98, a diferencia de sus hermanos «Cristina» y «Mercedes», que salvo por su casco metálico, apenas aportaba novedades de relieve al modelo anterior. 3 REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR Y su necesidad era evidente: incluso en la propia crisis del año 98, y tanto por EE.UU. como por otras potencias, se llegó a plantear muy seriamente una apropiación por la fuerza de territorios españoles como Menorca, todas o algunas de las Canarias, Ceuta, el Campo de Gibraltar, o incluso las dos pequeñas colonias restantes: Sáhara y Guinea. Sólo las rivalidades mutuas entre las potencias evitaron el nuevo despojo, pero no cabía esperar que España, sin escuadra y sin aliados, pudiera hacer mejor papel ante la nueva amenaza, si es que una o más de estas potencias aprovechaba una coyuntura favorable o llegaba con otras a acuerdos. Por buenas y abundantes que fueran, no cabía esperar que la defensa de estos territorios estuviera asegurada con baterías de costa y minas. Las lecciones de la guerra Este pequeño pero activo grupo, pronto integrado e impulsado por la creación de la Liga Marítima Española, contó con figuras del relieve de Francisco Silvela, Antonio Maura y Joaquín Sánchez de Toca, entre otros, y con un grupo de jóvenes y entusiastas marinos, reunidos por primera vez en el Certamen Naval de Almería, con la figura más destacada de José Ferrándiz y Niño. Dejando por inútiles todas las tópicas reflexiones sobre la magnitud del desastre, sobre la imposibilidad de superar las carencias y atraso de Es- Arriba: De nuevo el «Alfonso XIII», ahora engalanado. Como es bien sabido, perdido por naufragio accidental cerca de cabo Tres Forcas el cabeza de la serie, y ante el advenimiento de la II República, el buque fue rebautizado como «España», perdiéndose por la explosión de una mina frente a Santander durante la Guerra Civil. Abajo: El «Alsedo» y otro de sus gemelos, mostrando sus popas, lo limitado de sus dimensiones y la poco previsora ausencia de armamento antisubmarino. paña o la polémica, pero a la larga estéril discusión sobre a quien o quienes correspondían las responsabilidades por la derrota, crearon un verdadero grupo de reflexión para analizar las verdaderas causas de ella y las lecciones para el futuro. En primer lugar, España no podía seguir aislada internacionalmente, por dos claros motivos: • No se podía confiar en la simple compra de buques y armas en el mercado internacional, los duros hechos demostraban que, sin una alianza, o al menos, estrecha amistad con nuestros suministradores, no estaba garantizado el que los materiales servidos lo fueran correctamente y en el plazo acordado y con la suficiente garantía y control de calidad, así como con el imprescindible apoyo tecnológico, tanto para la construcción como para su vida operativa. • En una época en la que incluso las mayores potencias buscaban alianzas con otras para afrontar los inmensos riesgos derivados de una época de competición y carrera armamentística, era irreal suponer que España 4 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA ESCUADRA pudiera defenderse sola contra una de ellas o una combinación de varias. Además, era prácticamente imposible diseñar una estrategia y planear la adquisición de medios defensivos si la tarea cubría todos los posibles enemigos y todos los posibles escenarios. Incluso la hegemónica en los mares Gran Bretaña buscó y halló aliados, y lo mismo cabe decir de la gran potencia terrestre que era el Imperio Alemán. Pero existía el problema de que España poco podía aportar a una alianza, mientras que su defensa exigiría mucho a nuestros posibles aliados. Tampoco era menor el hecho de que la opinión pública no quería, en absoluto, adquirir graves compromisos defensivos fuera de nuestras fronteras, tanto por el enorme gasto que supondría como por que podría complicar posiblemente a España en cuestiones que no la afectaban, o lo hacían de modo muy secundario. Ahí no acababan los problemas, pues resultaba evidente que debía reformarse por completo nuestro sistema de construcciones navales militares, tanto en los arsenales del estado como en los privados, a la vista de sus resultados: construían muy lento, muy caro y con escasa calidad, mientras que la dependencia industrial y tecnológica del extranjero no disminuía. Otras reformas correspondían a la propia Armada, en su organización y en la estructura del Presupuesto. También al personal, existiendo como mucha prensa repetía demagógicamente, muchos más almirantes que barcos, pocos de los cuales tendrían alguna utilidad en tareas defensivas, incluso contra una mediana potencia. Lo cierto es que además, con el amargo recuerdo de la derrota y las escasas perspectivas de mejora, había un inevitable desaliento entre la oficialidad, lo que no contribuía precisamente a mejorar la opinión de los más críticos sobre la Armada. Y existía tambien el innegable lastre de los que pretendían que todo siguiera igual, como si nada hubiera pasado, lo que no sólo era negar lo evidente, sino hacer que otros muchos consideraran que cualquier esfuerzo en ese sentido estaba nuevamente condenado al fracaso y no merecía la pena intentarlo siquiera. Arriba: Gemelo del «Méndez Núñez», con el que intercambió nombre en grada, el «Blas de Lezo» fue un buque muy activo, pero de vida muy corta. Abajo: El «Cadalso», engalanado en puerto. La mayor objeción que puede hacerse a estos buques, es la del reducido calibre de su artillería, de 57 m/m, cuando hubieran debido y podido llevar el de 76 m/m. Otra es la de su complicada y, por tanto, frágil maquinaria, primera de turbinas para un destructor que se construyó en España. 5 REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR Aquello parecía un problema insoluble, pero la tenacidad, la voluntad política y la pericia profesional de unos pocos políticos y marinos supo hallar la solución adecuada. Un nuevo escenario internacional Evidentemente, eran las cuestiones diplomáticas y estratégicas las que imponían su peso decisivo sobre todas las demás, y pese a sus reiterados y valientes esfuerzos, los proyectos de Silvela a comienzos del reinado de Alfonso XIII no pudieron concretarse. Pero el sólo hecho de estudiar las posibles alternativas e ir planificando y proyectando ideas, creó una inestimable base de datos y reflexiones cuando los tiempos mejoraron. Arriba: Una vista de popa, con la cubierta atestada de hidros, del «Dédalo», el que fuera un simple mercante alemán, embargado como compensación a los muchos buques españoles neutrales hundidos durante la guerra por los submarinos germanos. Centro: La primera flotilla española de submarinos fondeada junto a su buque de salvamento: el extraño «Kanguro», construido en los Países Bajos. Abajo: Una nueva prueba de tan discutida por desconocida inventiva hispana: un autogiro de La Cierva despega de la cubierta de popa del «Dédalo», abriendo así un nuevo camino. influencia decisiva en el plan de Escuadra que Maura y Ferrándiz consiguieron se aprobara casi por unanimidad por las Cortes al año siguiente, ahora que la decisiva cooperación y apoyo técnico e industrial británico estaba asegurado. Y lo hicieron decisivamente cuando, superando viejos enfrentamientos, Gran Bretaña y Francia llegaron a los acuerdos de la Entente en 1904, preocupados por el avance irresistible de la Triple Alianza, formada por Alemania, Italia y el Imperio Austro-Húngaro, especialmente de la primera, que intentaba desafiar la hegemonía naval y colonial británica. La Entente brindó una mano a España en la siempre crucial cuestión de Marruecos, España aceptó el nuevo papel que se le confiaba y permaneció junto a sus nuevos amigos en la Conferencia de Algeciras de 1906, provocada por las reclamaciones alemanas ante el acuerdo. En ese nuevo clima, la entrevista de Eduardo VII de Gran Bretaña con Alfonso XIII en Cartagena, que fructificó en los llamados acuerdos de 1907, inició una nueva fase de cooperación naval y militar, especialmente entre británicos y españoles, dadas las reticencias y autosuficiencia francesas. La larga, secreta y claramente decisiva entrevista entre nada menos que lord Fisher y Ferrándiz durante la visita real, no cabe duda que tuvo una 6 No entraremos aquí a desvelar la cooperación estratégica y diplomática que había tras de todo aquello, pero el plan de Ferrándiz iba no tan sólo encaminado a construir una nueva y moderna escuadra, sino a acometer una seria reforma de nuestras construcciones navales, con la creación de la Sociedad Española de Construcción Naval, y con la profunda reforma de la Armada en sus órganos y la dura pero necesaria resolución de las graves cuestiones referidas a su personal. LA RECONSTRUCCIÓN DE LA ESCUADRA acierto de asentar los ejes para los sucesivos planes navales españoles, prácticamente hasta la llegada de la II República. Con ello Ferrándiz consiguió no sólo acometer la construcción de nuevos y potentes buques, cuyas misiones estaban perfectamente diseñadas dentro del nuevo escenario estratégico, sino que puso unas muy firmes bases para el desarrollo posterior, pues él mismo declaró que su programa era sólo un primer paso, que debía ser completado con esfuerzos posteriores. Así, y de una manera tan brillante como completa, pese a la modestia de los medios y de algunos inevitables errores y carencias, la desmoralizada y casi simbólica escuadra de principios de siglo, se convirtió en una moderna fuerza a comienzos de los años veinte, incorporando el Arma Submarina y la Aeronáutica Naval, y ascendiendo a ser la cuarta potencia naval entre las europeas. Incluso jugó un cierto papel en el equilibrio del Mediterráneo ante la rivalidad de franceses e italianos. Y a ello se dedicaron los sucesivos gobiernos, especialmente el de Canalejas, frustrándose en buena medida esos planes por el atentado anarquista que costó la vida al gran líder liberal. El gobierno conservador de Dato, con el almirante Miranda en la cartera de Marina, supo plantear la cuestión de un nuevo programa naval en 1914, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a Miranda, muy consciente de los nuevos retos: desde la neutralidad española en la contienda a la consagración del submarino como arma, a un rápido replanteamiento de toda la cuestión a finales de ese mismo año. La misma duración y gravedad de la contienda, que fue una sorpresa para todos, contribuyó a que los planes de Miranda sufrieran un evidente retraso en el tiempo, pero aún así, el almirante tuvo el Recuperar esta parte de nuestra Historia Naval y entender sus claves, es el objetivo de este trabajo, basado en fuentes documentales en buena medida inéditas o en publicaciones muy poco divulgadas, así como en reflexiones bastante originales que completan, matizan y amplían el excelente trabajo de hace ya más de treinta años del almirante Bordejé sobre las «Vicisitudes de una Política Naval». Arriba: La serie «B» de submarinos ya fue de construcción española, aunque su entrada en servicio se dilató como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Vemos aquí al primer trío, ya con cañones de cubierta. Centro: El resultado de una decidida política: la más numerosa flotilla de submarinos que haya tenido la Armada, aunque aún lejos de la cifra planeada por el almirante Miranda.. Abajo: Dos de los tres submarinos de la clase «A» junto a un torpedero, mostrando de nuevo sus pequeñas dimensiones y el hecho de carecer de cañón de cubierta. 7