Estudios recientes sobre la España prerromana y romana (I)

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OLIFEMO
RIvISTA DI STORIA DELLE RELIGIONI E STORIA ANTICA
ZEITSCHRIFT FORRELIGIONSWISSENSCHAFT UNDALTEGESCmCHTE
REVUE D'HISTOIREDESRELIGIONSET HISTOIREANCIENNE
REVIEW FORHISTORY OFRELIGIONSANDANCIENT HISTORY
REVISTADE HISTORIADE LAS RELIGIONES E HISTORIAANTIGUA
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Fabio Mora
VIII.1 2008
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Università degli Studi di Messina
Dipartimento di Scienze dell' Antichità
EDUARDO SANCHEZ-MoRENO
(Universidad Autónoma de Madrid)
ESTUDIOS RECIENTES SOBRE LA ESPAÑA PRERROMANA y ROMANA
J. Santos Yanguas y E. Torregaray Pagola (eds.),
Polibio y la Península Ibérica. Revisiones de Historia Antigua, N.
Vitoria: Servicio de Publicaciones de la Universidad del País Vasco, 2005.398 págs.
La presente obra recoge las Actas del Coloquio Internacional que con el mismo título se celebró en Vitoria en Noviembre de 2000 reuniendo a un nutrido elenco de especialistas italianos, franceses, británicos y españoles. Como señalan los editores en la
presentación, la dedicación del encuentro a la obra de Polibio obedece a "su valoración
como historiador de la expansión romana, su contribución a la geografía de la época y
su aportación al conocimiento de los pueblos hispanos" (p.10). Es, en efecto, mérito
del megalopolitano la proyección del Mediterráneo occidental en la historiografía helenístico-romana desde la nueva posición de dominio de Roma, lo que abre un capítulo
fundamental de la historia de la Antigüedad hispana. En tal sentido no cabe sino felicitarse por la edición de los trabajos presentados en dicho coloquio, que ven oportunamente la luz en la serie Revisiones de Historia Antigua de la revista Veleia. Integran el
volumen quince contribuciones distribuidas en tres bloques que no vienen señalados en
el índice pero que, siguiendo el programa del encuentro recogido en las actas (pp.ll13), se corresponden temáticamente con Polibio y su tiempo, Polibio como historiador
y geógrafo y Polibio y la Península Ibérica. Asimismo se incluyen las transcripciones
de los coloquios, sin duda interesantes, que siguieron a las tres sesiones.
En favor de la investigación española ocupada de la historiografía de la Hispania antigua hay que decir que esta obra, lejos de ser una propuesta aislada, comparte propósitos con otras revisiones recientes de fuentes, en particular los estudios dedicados a Estrabón! y Ptolomeoz. E igualmente se brinda como adecuado complemento de la colección Testimonia Hispaniae Antiqua (THA) actualmente en cursos. Tal revalorización
de Iberia en la documentación grecolatina ha de relacionarse en parte con lo que va trascendiendo del contenido del ya famoso "papiro de Artemidoro". Como es sabido, este
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G. Cruz Andreotti (coor.), Estrabón e Iberia: nuevas perspectivas de estudio, Málaga 1999; F.J. Gómez Espelosín, Geografíade Iberia. Estrabón, Madrid 2007, que además de la traducción del libro III
incluye estudios de G. Cruz Andreotti, M.Y. García Quintela y F.J. Gómez Espelosín sobre el de Amasia.
J.L. García Alonso, La Península Ibérica en la Geografía de Claudia Ptolomeo, Vitoria 2002; J. de
Hoz Bravo - E.R. Luján Martínez y P. Sims-Williams (eds.), New approaches to Celtic place names
in Ptolemy's Geography, Madrid 2005.
Se llevan publicados cuatro volúmenes, los correspondientes a la Ora Marítima de R.F. Avieno: J.
Mangas (ed.), La Península Ibérica en los autores griegos: de Homero a Platón, THA 1, Madrid
1994; J. Mangas y D. Plácido (eds.), La Península Ibérica Prerromana de Eforo a Eustacio, THA
IIA-B, Madrid 1998-1999; J. Mangas y - M.M. Myro (eds.), Mediofísico y recursos naturales de la
Península Ibérica en la Antigüedad,THA III, Madrid 2003.
Polifemo 8,2008,53-72
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documento reproduce el inicio del libro II de la Geografía de Artemidoro de Éfeso
(con la descripción de la Península Ibérica) y un mapa que podría representar a un sector de la misma, aunque la opinión no es unánime ni ajena a la controversias. En cualquier caso, el interés del papiro ha provocado una revisión del proceso de percepción y
transmisión de las tierras hispanas en la tradición clásica, dentro del cual el papel de
Polibio es sustancial. Este floruit geo-historiográfico tiene su mejor expresión en las
actas de sendos coloquios internacionales dedicados a la progresión de la geografía antigua peninsulará, que por sí merecerían el objeto de otra reseña.
Volviendo al libro que nos ocupa, el primero de los estudios es el de J .-L. Ferrary, Le
jugement de Polybe sur la domination romaine: état de la question (pp.16-32). Como
reza su título, el estudioso francés repasa las claves que a juicio de Polibio explican el
dominio de Roma sobre los territorios de la oikoumene en el ínterin de las guerras con
Cartago, así como su reflejo en lo conservado de las Historias. La aportación es general e historiográfica, aunque repara también en aspectos más concretos como la fecha
de composición de los distintos libros o el ingrediente moralista del megalopolitano al
hilo de recientes propuestaso. La conclusión más destacada es la del doble mensaje de
Polibio en atención a la dualidad de sus lectores, romanos y griegos: para los primeros
su discurso es una suerte de advertencia ("la hegemonía de Roma durará mientras no
sucumba a la tiranía"), y para los segundos de amonestación ("los griegos son en buena
parte responsables del auge político romano ... ") y a la vez de esperanza C'...pero es
posible negociar con Roma y exigir justicia") (p.30). En suma, se extracta uno de los
aspectos esenciales de las Historias cual es la encrucijada de su autor entre la tradición
política helenística y el auge de Roma; una dialéctica histórica e historiográfica en la
que ahondan otras contribuciones del volumen.
En el segundo estudio, Polibio tra Corinto e Numanzia (pp.33-42), G. Zecchini se
ocupa de la ampliación del relato polibiano desde el final de la III Guerra Macedónica
hasta la caída de Numancia (168-133 a.C.), en los últimos libros de las Historias, sólo
muy fragmentariamente conocidos. Además de debatir la naturaleza del concepto que
comúnmente llamamos imperialismo -philarchia-; el autor se centra en las tomas de
Corinto, Cartago y Numancia como hitos de la expansión romana en la crónica polibiana. Pero también contempla estos episodios, agudamente observado desde el punto
de vista simbólico, como una suerte de "viaje a la decadencia", pues no habrá otros
éxitos comparables en la historia de Roma (p.35 y en el coloquio, pp.45-46). Igualmente trata Zecchini con competencia la recepción y reelaboración de estas conquistas mi-
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El papiro ha sido comprado y se expone en el Museo de Turín, que lo recibió con una exposición sobre él mismo. Su catálogo (S. Settis y C. Gallazzi (eds.), Il Papiro di Artemidoro. Voci e sguardi
dalt'Egitto greco-romano. Catalogo delta mostra. Torino, Palazzo Brichersio; 8 Febbraio-7 Maggio
2006, Torillo 2006) es un buen anticipo a la publicación de su estudio científico, anunciada desde hace tiempo pero aún no materializada. Desde un posicionamiento crítico L. Canfora y S. Micunco han
planteado recientemente dudas sobre la autenticidad del papiro.
G. Cruz Andreotti - P. Le Roux y P. Moret (eds.): La invención de una geografía de la Península Ibérica. l. La época republicana.Actas del Coloquio Internacionalcelebrado en la Casa de Velázquez
de Madrid, 3-4 Marzo 2005, Málaga-Madrid 2006. Y también de los mismos editores: La invención
de una geografíade la Península Ibérica, 2. La época imperial. Actas del ColoquioInternacionalcelebrado en la Casa de Yelázque; de Madrid. 3-4 Abril 2006, Málaga-Madrid 2007.
AM. Eckstein, Moral vision in the Histories o/ Polybius, Berkeley 1995.
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litares, en particular el asedio numantino 7, en la historiografía posterior, tanto en autores de época augustea (Diodoro, Livio) como altoimperial (Floro, Apiano).
Los siguientes trabajos abordan desde distintos puntos de vista la aportación histórica
y geográfica polibiana, lo que nos ayuda a situar al autor en su tiempo y en su relación
con las tradiciones heredadas. Así, la contribución de J.M. Candau, Polibio como historiador helenístico: su actitud frente a la historiografía contemporánea (pp.51-67),
tiene como premisa demostrar que las ideas polibianas se desenvuelven en un debate
crítico frente a la historiografía helenística con la que el megalopolitano en buena parte
rompe. Se centra para ello en la reprobación de Polibio a Timeo de Tauromenio y su
escuela, así como a Filarco y la denominada "historiografía trágica". Según Candau,
Polibio apela a la pedagogía y utilidad de la historia, a su anclaje con la política y al
rigor metodológico y dignidad moral del historiador, preceptos que brillan por su ausencia en la obra de los eruditos helenísticos objeto de su crítica.
Por su parte, en un sugerente ensayo, Polybius and the nature of late Hellenistic historiography (pp.69-87), K. Clarke propugna que, sin contradecir el pragmatismo tucidideo de su narrativa, en Polibio es perceptible también una huella herodotea que enriquece su visión de la ecúmene. En palabras de la autora, "Polybius, along with many
other late Hellenistic historians, followed not only Thucydides in his attempt to analyse
the dramatic political forces of Roman imperialism, but also Herodotus in his vision of
the new world that was created by that imperial expansion" (p.70). La autopsia como
axioma metodológico, la indagación más allá del relato o el determinismo ambiental
como causística histórica y patrón configurador del carácter de los pueblos serían, en
opinión de Clarke, algunas de las matrices que Polibio hereda del historiador de Halicamaso.
Las dos siguientes contribuciones, hasta cierto punto complementarias, trasladan su
análisis a la configuración del espacio polibiano. A cargo de reconocidos especialistas
italianos, ambas valoran la importancia del elemento geográfico en las Historias y su
acepción universalista de la mano de la hegemonía de Roma. Así, mientras P. Janni se
ocupa de La cartografia di Polibio (pp.89-111), F. Prontera diserta sobre La geografía
di Polibio: tradizione e innovazione (pp.l03-11l)8. El mensaje fundamental de Janni
es que Polibio representa la transición entre una tradición etnográfica derivada del Arcaísmo y el nuevo uso de la geografía como espacio de poder, como instrumento político-militar (p.9l). Es así que, desde su privilegiada posición al lado del vencedor de
Cartago y Numancia, Escipión Emiliano, Polibio se convierte en el mejor testigo, en la
más explícita voz de la proyección de la ecúmene romana. Por su parte F. Prontera,
remontándose a Homero, hace un background del legado geográfico prepolibiano. Y
tras él se detiene en contrastar a Polibio con Eratóstenes (pp.lOS-107), el padre de la
geografía científica, cuya información el megalopolitano reconduce al servicio del expansionismo romano.
Siguen dos trabajos de enfoque temático más concreto. En primer lugar el extenso y
documentado ensayo de F.J. Gómez Espelosín: Exploraciones y descubrimientos en el
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Para un tratamiento polemológico de los datos de Polibio sobre Numancia y el cerco de Escipión,
que, según se piensa, nuestro autor pudo presenciar acompañando a Escipión Emiliano, remitimos al
lector a la reciente publicación de M. Dobson, The armyof the Roman Republic. The 2nd century Be,
Polybius andthe camps al Numantia (Spain), Oxford 2006.
Una versión en castellano del texto se encuentra en F. Prontera, Otra forma de mirarel espacio: geografía e historia en la Grecia antigua, Málaga 2003, pp.l41-149.
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Occidente en la obra de Polibio (pp. 113-139). Más allá de su enunciado, el autor repasa el eco literario de los primeros viajes grie~os por elfar west, desde periplos y fabulaciones míticas hasta las recopilaciones de Eforo o Timeo. Y, frente a ellos, el punto de inflexión que representa Polibio como "descubridor de las regiones occidentales
del orbe" (p.116). Pero, sin quitarle mérito ni negar su avance en el conocimiento empírico de Hispania o Libia en su condición de horno militaris de Escipión Emiliano,
más tiene esa sentencia de autorrepresentación del megalopolitano que de realidad
stricto sensu. Gómez Espelosín escruta convincentemente la voraz crítica de Polibio a
uno de los pocos personajes que podían arrebatarle el título de pionero explorador del
Occidente, Píteas de Masalia (pp.120-129); crítica que el megalopolitano extiende a
aquellos otros autores que, como Eratóstenes, dieron crédito al extraordinario viaje del
masaliota por las costas atlanticasv. En segundo lugar, M.C. González Rodríguez aborda el tema de El bárbaro y lo bárbaro en la obra polibiana (pp .141-171). En un trabajo pedagógico y bien construido, la autora empieza haciendo unas consideraciones preliminares sobre la barbarie como campo semántico antagónico al helenocentrismo arcaico primero y a la civilización grecorromana después. Seguidamente incide en la expresión de esta alteridad en Polibio, señalando los rasgos universales de los barbaroi
con los que en su avance choca Roma. Tales rasgos son, fundamentalmente, la ferocidad, anarquía y movilidad guerreras, que se traducen en firme amenaza para Roma y
los reinos helenísticos, y la foraneidad y periferia de unas gentes puestas de manifiesto
en hablas, vestimentas y hábitos anómalos a los usos civilizados. Finalmente se analiza
el caso de los celtas cisalpinos como estereotipo del bárbaro occidental por excelencia
(pp.157-171); en palabras de A. Momigliano, la descripción etnográfica más acabada y
completa del megalopolitano. Ahora bien, dejando los paradigmas culturales a un lado,
quizá habría de prestarse mayor atención al papel de fondo de estas comunidades en la
pugna de Roma y Cartago por el control del Mediterráneo que narra Polibio, lo que no
parece suficientemente desarrollado por la autora. Por citar algunos apuntes que hubieran complementado bien el texto de González Rodríguez, cabe observar por ejemplo la
heterogeneidad y complejidad política de estos keltoi, la irrenunciabilidad de Aníbal a
contar con las tribus alpinas para llevar a cabo sus planes itálicos o la importante función del mercenarido celta, convenientemente destacada por diversos especialistas 10.
Añádase por último que similar dinámica es la que ocupan también íberos y celtíberos
en las Historias.
Precisamente los restantes ensayos abordan desde distintos planos el tratamiento de
la Península Ibérica y sus gentes en Polibio. Así, G. Cruz Andreotti, uno de los más activos investigadores de las fuentes griegas de Hispania, es el autor del trabajo titulado
Polibio y la geografía de la Península Ibérica: la construcción de un espacio político
Tal es la calificación que otorga al periplo B. Cunliffe, The extraordinary voyage o/ Pytheas the
Greek, London 2001, en un ensayo que tiene de original, además de la reconstrucción hipotética del
itinerario, la contextualización arqueológica de las tierras de la Keltiké y su allende atlántico que Píteas visitara a finales del siglo IV a.C. La no mención de esta obra entre la amplia bibliografía manejada por Gómez Espelosín se deba acaso a la coincidencia de su aparición con la redacción o edición
del texto.
10 Por ejemplo, O.H. Frey, The Celts in Italy, en M. Green (ed.), The Celtic World, London 1995,
pp.515-532; M. Szabó, Mercenary activity, en S. Moscati - O.-H. Frey - V. Kruta - B. Raftery y M.
Szabó (eds.), The Celts, New York 1999, pp.333-336; n.w. Cunliffe, The Ancient Celts, London
1999, esp. pp.75-78. 104.212.
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(pp.185-227). Su objetivo es analizar la imagen peninsular de Polibio en el marco del
pensamiento geográfico de su tiempo y en el contexto de una historia universal metodológica y conceptualmente novedosa, que depara la progresiva construcción de un espacio político al ritmo del avance romano. El resultado final es la integración de Iberia
-en su complejidad de gentes y paisajes- en el nuevo espacio mediterráneo controlado
por Roma (pp.191-192). Y ciertamente Cruz Andreotti consigue su objetivo en un ensayo competente y rebosante de sugerencias. Entre las aportaciones más interesantes
hay que señalar la idea de la Península como escenario para la praxis de dominio romana (p.192), el carácter dinámico de la descripción polibiana, su "desbarbarización de
lo íbero" hacia un modelo de civilización mediterránea (pp.2ü5-2ü7) o la naturaleza de
su información sobre Celtiberia, Lusitana y aquellas "zonas innominadas" que a partir
de la II Guerra Púnica entran en la Historia de la mano de Roma (pp.2ü9-218). Tal y
como concluye el autor, con Polibio "nuestro suelo se aleja definitivamente del campo
del mito o la leyenda, por más que la idea de la Iberia paradisíaca y extrema permanezca como topos, y se inscribe como un espacio político diferenciado en el marco de
una ecúmene mediterránea" (p.222).
Por su parte A. Erskine (Spanish lessons: Polybius and the maintenance of imperial
power, pp.229-243), más puntualmente, reflexiona sobre la actitud del megalopolitano
ante los reveses que Roma sufrió en su encumbramiento como potencia. Trasunto del
más profundo tema de la caída y auge de los Imperios, elemento nutriente en la doctrina política helenística. Para ello toma en consideración el profesor de Edimburgo ejemplos hispanos como el desastre de los primeros Escipiones en el 211 a.e. Sabido es
que este acontecimiento representa un punto de inflexión en la guerra contra Aníbal en
Hispania y supone el detonante de la aparición del futuro vencedor de Cartago, Escipión Africano. Y éste es el gran protagonista del relato polibiano. Su conducta heroica
y justa es para Polibio la antítesis de la perfidia y crueldad de los púnicos y, a la postre,
la base moral del triunfo de Roma sobre Cartago (pp.232-233).
Conclusiones parecidas depara el enriquecedor ensayo de E. Torregaray: Estrategias
gentilicias y simbolismo geopolítico en la narración polibiana de la conquista de la
Península Ibérica (pp.245-278). Según la autora, Polibio introduce un matiz geopolítico fundamental en la comprensión de la conquista romana al convertir a Iberia en una
aspiración prioritaria para aquellos generales deseoso de laus et gloria. Así, el afán de
destacados miembros de la nobilitas romana por superar ese examen propició la transformación simbólica de la conquista de Hispania en un elemento más de competición
gentilicia y lucha por el poder en el seno de la Urbs. Pone el énfasis Torregaray en la
estrategia de acción (anér pragmáticos) de estos individuos que, como los Escipiones
en sus sucesivas generaciones, despliegan en la Península Ibérica una política que merecería el calificativo de dinástica (pp.252-278). No en vano Hispania es el escenario
de su consagración, en especial de Escipión Emiliano tras la toma de Numancia (133
a.C.). La proyección de esta gens como espejo invertido del clan Bárquida es en opinión de la autora, como también para Erskine, un sagaz recurso didáctico esgrimido
por Polibio. En este sentido resulta paradigmático el exquisito análisis que Torregaray
hace del episodio en el que Escipión Africano declina el título de basileos con el que le
aclaman los íberos (PoI. XAü.1-7); en sus propias palabras, "no sólo porque será determinante para la incipiente carrera del Africano, sino porque, además, fijará algunas
de las posteriores percepciones políticas sobre Hispania, ya que contiene los tres elementos básicos que conformarán la imagen de los Escipiones y que, por su estrecha re-
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lación con la conquista de la Península Ibérica, se extenderán a la percepción ideológica sobre el territorio: la 'alejandrización', la demostración de lealtad y la salvación de
la patria" (p.271).
Clarificador es el estudio titulado Sobre la polisemia de los nombres Iber e Iberia en
Polibio (pp.279-305), a cargo de P. Moret. Con su exégesis de la etnonimia transmitida
por las fuentes clásicas, los trabajos de este autor están abriendo importantes perspectivas en el esclarecimiento de las comunidades prerromanas peninsularesü. Y es acierto
de Moret contrastar esta información de base literaria, por tanto en buena medida exógena, con el contexto ambiental y el registro arqueológico de las sociedades protohistóricas, lo que no ha sido frecuente en la investigación española. En este caso concreto
Moret defiende una polisemia de los términos tber e Iberia en Polibio que estaría amparada en el avance de la presencia romana a lo largo del relato polibiano. Desde ellibro 3 en que Iberia es fundamentalmente la orla mediterránea que controlan los púnicos antes de la irrupción de Aníbal, hasta el libro 35 en que el megalopolitano incluiría
en su descripción las guerras -y tierras- de celtíberos y acaso también de lusitanos. De
este modo el hispanista francés distingue cuatro acepciones: 1) Iberia como corónimo
limitado a la parte mediterránea peninsular, que Polibio hereda de una arraigada tradición geográfica; 2) Iberia como traducción de la voz latina Hispania, es decir, como
nombre común de todos los territorios transpirenaicos conocidos por Roma en la primera mitad del siglo TI a.C.; 3) iberes como apelativo común para un grupo de pueblos
mediterráneos que, por sus rasgos culturales y organización política, el megalopolitano
diferencia de las gentes más bárbaras del norte y del oeste; y 4) Iberes como nombre de
pueblo más restringido situado entre el Ebro y el alto Guadalquivir, quizá en el hinterland de Cartago Nova, y relacionado con los mercenarios reclutados por Aníbal en 218
a.C. (pp.298-301). Sin duda esta última es la acepción más novedosa y controvertida:
la discriminación de unos "íberos" como etnónimo específico que convive con la denominación genérica de íberos como conjunto de pobladores del litoral mediterráneo,
lo que no deja de ser paradójico. Moret apoya su tesis en la inscripción del Cabo Lacinio que, transmitida por Polibio (TII.33), recoge los nombres de las comunidades hispanas que trasladaron contingentes militares a África por orden de Aníbal; serían los
casos de Thersitai, Mastianoi, Oretes, Iberes -que Moret entiende como grupo independiente, en contra de de la opinión habitual que considera el término una aposición a
oretes (algo así como "los oretanos ibéricos")- y Olcades. Y, con más voluntad que garantías, recurre igualmente Moret a la arqueología para buscar la huella de estos "íberos" en rasgos de armamento, ajuar y vestimenta que, descritos por Polibio, podrían tener un refrendo material. Así, ciertos tipos de escudos y espadas, las vajillas de plata o
los talleres de lino -materia prima de la vestimenta ibérica-, que sin embargo asignan
una dispersión espacial demasiado laxa -entre el Ebro y el Guadiana- como para ser
tomados como indicadores de una etnia precisa. (Vide los mapas de las pp.305 y 306).
Podrá discreparse de las propuestas de Moret pero no negarle una sólida metodología
interdisciplinar de amplias posibilidades en el estudio de la Paleoetnología hispana. Por
otra parte, el excelente mapa elaborado por el autor sobre la imagen de la Península 111 Véanse por ejemplo, del mismo autor, Chronique de Protohistoire. Ce/liberes et Celtici d'Hispanie:
problémes de définition et d'identité, Pallas, 64, 2004, pp.99-l20, o Ethnos ou ethnie? Avatars anciens et modernes des noms de puebles ibéres, en G. Cruz Andreotti y B. Mora Serrano (coor.), Identidades étnicas, identidades políticas en el mundo prerromano hispano, Málaga 2004, pp.33-62. Ésta
última obra se reseña más adelante.
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bérica en Polibio (p.3ü4, y también p.227) está condenado a convertirse en canónico,
como antaño lo fuera el de la Iberia de Estrabón realizado por A. García y Bellido.
En la siguiente contribución del volumen Y. Cisneros y J. Santos Yanguas abordan la
visión de Los púnicos en la Península Ibérica según la obra de Polibio (pp.3ü7-338).
Atenta más a lo histórico que a lo historiográfico y con ciertas carenciastá, los autores
ofrecen una síntesis de la Hispania bárquida como etapa de desarrollo urbanístico y
transformación socioeconómica y cultural. Los problemas en tomo a la fundación de
Akra Leuka por Asdrúbal (pp.313-317) y especialmente la significación urbana yeconómica de Cartago Nova, la capital bárquida, con acopio de los principales datos polibianos (pp.318-326), son quizá los aspectos más destacados. No hay sin embargo un
análisis a fondo de la cuestión, como cabría esperar del título. Y dado que los autores
optan por un enfoque integral de los púnicos en la Península Ibérica, se echa poderosamente en falta la (no) consideración de las acuñaciones púnicas e hispanocartaginesas. Más aún cuando en los últimos años el avance de la investigación numismática está replanteando no pocos aspectos de la presencia cartaginesaü.
Desde un planteamiento diferenciado, el de la erudición literaria, se presenta el estudio firmado por L.A. García Moreno: Polibio y la creación del estereotipo de lo hispano en la etnografía y la historiografía helenísticas (pp.339-357)14. El propósito del autor es calibrar la impronta o matriz polibiana en las descripciones sobre Iberia de autores posteriores, fundamentando que el megalopolitano es el punto de partida en la transmisión de los datos históricos y etnográficos de los pueblos hispanos; un legado que
con mayor o menor intensidad reelabora luego la historiografía augustea (Estrabón,
Diodoro) y altoimperial (Apiano). Es muy sugerente, yendo al caso particular de Viriato, sobre el que se detiene el autor (pp.346-353 y en el coloquio, pp.385-386), la consideración que hace del liderazgo del lusitano y su gobierno en Apiano (Iber.75). En opinión de García Moreno el relato del historiador alejandrino fosiliza la teoría antropológica de Polibio (VI.5.4 y VI.7.5), según la cual, en la evolución de las sociedades
humanas, el paso del líder primigenio guerrero al rey con valores morales reconocido
por la comunidad política, lo que encarna Viriato, vendría auspiciado por un incidente
de injusticia que sirve de reacción. Y en el caso de Viriato esa catálisis no sería otra
que la conocida traición (y masacre) de Galba sobre los lusitanos y la respuesta de Viriato, que le encumbra al liderazgo ganándose la adhesión de los suyos (App. Iber.6162). La propuesta parece verosímil y confirmaría la deuda de Apiano hacia el megalopolitano, pero, y no es imputable al autor, sigue sin despejarse la pregunta de fondo en
la construcción literaria de Viriato ¿Parte ésta por completo de un molde historiográfico ajeno o se trata de una génesis autóctona vertida a doctrinas helenísticas del momentots? Con otras palabras, ¿hay un Viriato histórico antes del Viriato historiográfi12 Por ejemplo en la "actualización" bibliográfica, no citándose trabajos posteriores a 1994. El apoyo
arqueológico resulta asimismo insuficiente.
13 Vide por ejemplo: M.P. García-Bellido y L. Callegariu (eds.), Los cartagineses y la monetización del
Mediterráneo occidental, Madrid 2000; C. Alfaro Asins, Sylloge nummorum graecorum España:
Museo Arqueológico Nacional de Madrid. 1. Hispania. Ciudades [ene-púnicas, 1. Gadir y Ebusus. 2.
Acuñaciones cartaginesas en Iberia y emisiones, Madrid 1994 y 2004. Ninguno de ellos citado en el
texto.
14 Publicado también en Polis, 14,2002-2003, pp.127-146.
15 Fundamentalmente a la corriente cínico-estoica que convierte a Viriato en rey-pastor bajo el cliché
del buen salvaje. Ésta es la lectura que transmite Posidonio y recoge, también en el estoicismo, Diodoro de Sicilia (pp.346-347). Vide J. Lens Tuero, Yiriato, héroe y rey cínico, Estudios de Filología
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POLIFEMO
co? La paradoja del lusitano es que la contaminada percepción de su existencia hace
hoy muy difícil, por no decir imposible, la restitución de su existido.
El volumen se cierra con un trabajo de F. Burillo titulado Los celtas en la Península
Ibérica: problemas y debates a las puertas del III milenio (pp.359-384)16. Se trata de
una sucinta revisión de la cuestión celta en la Península Ibérica desde el siglo XIX a
nuestros días, con especial atención a la producción historiográfica habida entre 1990 y
2000. Si bien interesante, la contribución choca con el tenor de los restantes trabajos
del volumen y, salvo que una primera Celtiberia está ya en el discurso de Polibio, resulta difícil encontrar un nexo entre el contenido del artículo y la reunión que da origen
a las Actas. Independientemente de su mayor o menor adecuación en el volumen, lo
cierto es que estamos ante un excelente balance de los principales temas, enfoques y
retos de la investigación ocupada de la Hispania céltica. No en vano Burillo es uno de
los grandes expertos en el mundo celtibérico, como acreditan su producción científica
y sus múltiples trabajos arqueológicos, concentrándose en los últimos tiempos en la antigua ciudad de Segeda (El Poyo de Mara-Belmonte de Gracián, Zaragoza). Con un
buen respaldo bibliográfico, el autor no olvida ninguno de los debates esenciales en la
problemática de los celtas hispanos: desde la definición geográfica de ámbitos como
Celtiberia o la Beturia de los célticos del Suroeste (pp.361-369), pasando por el puzzle
lingüístico y las posibles vías de llegada de las hablas indoeuropeas a la Península
(pp.369-373), hasta cuestiones de sustrato arqueológico (pp.373-377). En el último apartado, ciertamente revelador, Burillo advierte de la politización de los "celtas" en
nuestros días (pp.377-382): una "palabra mágica y contradictoria" que, en manipulación constante, sirve hoya un sinfín de causas en todo ajenas al sentido cultural o histórico del término. "No nos encontramos solamente ante una celtomanía que desarrolla festivales de 'música celta', es la renovación de una historia fantástica en la que se
llega a justificar una orientación política, en algunos casos claramente ultraconservadora. Qué duda cabe que el historiador, pues de una utilización de la Historia se trata, debe tener una posición comprometida con el discurso político y social que actualmente
están teniendo los nuevos celtas" , concluye el autor (p .384).
Griega 2, 1986, pp.253-272 [=id., Estudios sobre Diodoro de Sicilia, Granada 1994, pp.l27-l43] Y
L.A. García Moreno, Infancia, juventud y primeras aventuras de Yiriato, caudillo lusitano, en Actas
del 1 Congreso Peninsular de Historia Antigua (Santiago, 1986), Santiago de Compostela 1988, II,
pp.373-382 [= id., De Gerión a César. Estudios históricos y filológicos de la España indígena y romano-republicana, Alcalá de Henares 2001, pp.l39-l52]. Compárese con la disección autóctonista
del lusitano que defiende MV. García Quintela, Viriato y la ideología trifuncional indoeuropea, Polis
5, 1993, pp.lll-138; id., Mitología y mitos de la Hispania prerromana, IlI, Madrid 1999, pp.l77222. Por otra parte se ha sugerido recientemente que Polibio, y no Posidonio como siempre se ha pensado, podría ser la fuente de información de Diodoro de Sicilia en su descripción de los lusitanos: de
J. Hoz Bravo, La etnografía de los pueblos de Iberia en Diodoro V 33-34 Y el problema de sus fuentes, en M. Alganza Roldán - J.M. Carnacho Rojo - P.P. Fuentes González, y M. Villena Ponsoda
(eds.), Epieikeia. Studia graeca in memoriam Jesus Lens Tuero. Homenaje al profesor Jesús Lens
Tuero, Granada 2000, pp.22l-238.
16 Una versión más amplia y en inglés del texto (M. Alberro y B. Arnold, The Celts in the Iberian Peninsula), centrada en los celtíberos, es consultable en la publicación electrónica e-Keltoi. Journal of
Interdiciplinary
Celtic
Studies,
6,
2005,
pp.411-480:
http://www.uwm.edulDept/celtic/ekeltoi/volumes/vo16/index.htrnl.
VII 2007
61
G. Cruz Andreotti y B. Mora Serrano (Coor.),
Identidades étnicas, identidades políticas en el mundo prerromano hispano,
Málaga: Ediciones de la Universidad de Málaga. 2004. 178 págs.
Desde hace unos años el Área de Historia Antigua de la Universidad de Málaga lleva
a cabo una destacada labor de difusión colaborando en la pronta publicación de las Actas de jornadas o reuniones que, sobre distintos temas de la Antigüedad, vienen organizando algunos de sus profesores!". El libro colectivo que comentamos es resultado de
lo mismo y, así, recoge una serie de trabajos al hilo del coloquio Identidades étnicas,
identidades políticas en el mundo prerromano hispano, celebrado el 20 de Mayo de
2003 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad malagueña. Precedido por
una introducción a cargo de los coordinadores, el volumen se nutre de cinco contribuciones: tres de ellas presentadas en tal ocasión y otras dos adicionales, las firmadas por
M.e. Cardete y M. Díaz-Andreu. Incluye además una oportuna sección final con los
resúmenes y palabras claves de los trabajos en castellano y francés o inglés (pp.I71176), así como el directorio de los autores (p.178).
No hay dudas de que la etnicidad, entendida como el proceso identitario por excelencia de un grupo humano apelando a vínculos de lengua, costumbres, parentesco y territorio compartidos, es un tema candente de la investigación histórica. Lejos de asumirse
como una categoría indisoluble y natural según el código decimonónico, en el estudio
de la etnicidad el énfasis se pone hoy en los mecanismos de percepción, construcción e
instrumentalización de dichas asunciones colectivas según sujetos, tiempos y circunstancias. Y ha de reconocerse además que un grupo étnico "surge" frecuente y deliberadamente por oposición o discrinrinación frente a otro grupo o actor social. Fenómenos de nuestro contradictorio presente como la globalización, el rebrote de los nacionalismos, el paneuropeísmo, la islamización o las reivindicaciones de minorías, promueven la reflexión sobre la construcción de identidades en la Antigüedad, sean éstas de
naturaleza étnica, política o cultural. Y es que dichos fenómenos, en mayor o menor
medida, recurren al pasado para cimentar, reelaborar o inventar una "identidad originaria" con la que reforzar las aspiraciones del presente 18.
Abogando por el papel social y comprometido del historiador en debates acuciantes
como el que nos ocupa, G. Cruz Andreotti y B. Mora Serrano, coordinadores del volumen, esbozan algunas ideas prelinrinares en su presentación (Introduccián, De iden17 Publicaciones participadas frecuentemente por Ediciones Clásicas y la Diputación de Málaga. Así,
por ejemplo, además de la obra objeto de reseña: A. Pérez Jiménez y G. Cruz Andreotti (eds.), Los
límites de la tierra. El espacio geográfico en las culturas mediterráneas, Madrid 1998; G. Cruz Andreotti (coor.), Estrabón e Iberia: nuevas perspectivas de estudio, Málaga 1999; A. Pérez Jiménez y
G. Cruz Andreotti (eds.), Aladas palabras. Correos y comunicaciones en el Mediterráneo, Madrid
1999; JM. Candau Morón - F.J. González Ponce y G. Cruz Andreotti (eds.), Historia y mito. El pa-
sado legendario como fuente de autoridad. Actas del simposio internacional celebrado en Sevilla,
Valverde del Campoy Huelva entre el 22 y el 25 de Abril de 2003, Málaga 2004.
18 Entre la abundante bibliografía dedicada en los últimos años a la etnicidad, en su particular estrategia
discursiva sobre el pasado, pueden consultarse: P. Graves-Brown - S. Jones y C. Gamble (eds.), Cultural Identity and Archaeology: The Construction 01 European communities, London-New York:
1996; S. Jones, The archaeology 01 ethnicity:constructing identitiesin the past and present, LondonNew York 1997; AD. Smith, The antiquity 01 nations, Cambridge 2004; E.S. Gruen (eds.): Cultural
borrowingand ethnic appropriations in Antiquity. Oriens et Occidens.Studien zu antiken Kulturkontakten und ihrem Nachleben 8, Stuttgart 2005; P. Ruby, Peuples.fictions? Ethnicité,identitéethniqué
et sociétésanciennes,Revue des Études Anciennes 1,2006, pp.25-60.
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POLIFEMO
tidad y de identidades, pp.7-13). Junto a la actualidad del tema subrayan la significación de las identidades en la Antigüedad (lejos de lo asumido el mundo clásico está
lleno de muy diversas afiliaciones), yen un tono más grave advierten de los usos y abusos resultantes de las políticas identitarias: "el tema es uno de esos que a lo largo de
la historia se ha convertido en una constante de diatribas y debates entre pensadores y
filósofos, pero sobre todo en la excusa perfecta con la que justificar exclusiones y expulsiones, masacres sangrientas y represión sin pausa de pueblos y comunidades
completas. La historia está llena de respuestas equivocadas a las reivindicaciones identitarias, dentro de las que la etnia cumple un papel fundamental y en muchos casos
perverso; réplicas que abarcan un arco que va desde su eliminación o negación hasta la
creación de imágenes y/o realidades opuestas o sustitutivas, igualmente excluyentes"
(p.9). Por último precisan los presupuestos de partida de las contribuciones que siguen,
centradas en las identidades étnicas y políticas de la Hispania antigua y sus problemas
de estudio. En concreto se trata de "analizar la cuestión desde el punto de vista del dominado y desde la situación de la periferia y de las culturas excluidas, de las que se sabe poco por no decir nada, porque fueron silenciadas o carecieron de un vehículo de
expresión propio. El hándicap es doble, ya que se trata de aproximarnos a la cuestión
desde la información proveniente del 'otro', del que domina y expresa su dominio a
través de la definición del dominado, hasta el punto de poder diluirse los planos. Además, el asunto se complica desde el momento en el que estamos ante sociedades en un
estadio de transición, aún todavía no suficientemente conocido: el paso hacia estructuras urbanas y ciudades más complejas y consolidadas, justo cuando arremete el desarrollo de la conquista y dominación romana entre los siglos 11-1 a.C." (p.ll). Un telón
atractivamente dispuesto para ser abierto y entrar a escena.
El primer trabajo es el de M.C. Cardete del Olmo, titulado Ethnos y etnicidad en la
Grecia clásica (pp.15-29). Al ser el único cuyo contenido no relaciona con la Península Ibérica sino con la Hélade, desempeña una suerte de foro inaugural para el resto de
aportaciones. Y cumple en tal sentido bien su cometido pues el trabajo es una meritoria
síntesis sobre los usos que los griegos de la Antigüedad hicieron del discurso étnico
como argumento de exclusión y diferenciaciónts. Con buen criterio la autora sostiene
que los griegos no existieron nunca como grupo étnico pero sí que utilizaron los mecanismos de la etnicidad, mediatizadamente, en formas muy diversas. Así, tanto para
marcar diferencias con otros pueblos a los que consideraron una amenaza, como para
fijar fronteras mentales entre ellos mismos, modelando durante ese proceso su propia
identidad cultural. Palmario ejemplo de lo primero (la conveniencia de una entidad
panhelénica ante un peligro externo) sirven las Guerras Médicas, que Cardete disec19 Por su riqueza documental y trascendencia cultural, el estudio de la etnicidad en la Grecia antigua es
un campo de enorme interés. A su proyección contribuyen especialmente en los últimos años los trabajos de JM. Hall, a quien Cardete sigue de cerca. Vide de este autor: Ethnic identity in Greek antiquity, Cambridge 1997; id., Discourse and praxis: ethnicity and culture in Ancient Greece, Cambridge Archaeological Joumal 8 (2), 1998, pp.266-269; id., Hellenicity. Between ethnicity and culture, Chícago 2002. y además, P. Cartledge, The Greeks. Aportrait o/ self and others, Oxford 1993;
1. Malkin (ed.), Ancient perception o/ Greek ethnicity, Cambridge Mass., 2001; P. López Barja de
Quiroga y S. Reboreda Morillo (eds.), Fronteras e identidad en el mundo griego antiguo. JI! Reunión
de Historiadores (Santiago-Trasalba, 25-27 Septiembre 2000), Santiago de Compostela 2001; L. Moscati Castelnuovo (ed.), ldentitá e prassi storica nel Mediterraneo greco, Milano 2002; F. de Polignac
- P. Schmitt Pantel - O. Mariaud y R. Descat (eds.), L'individu et la communauté: regards sur les
identités en Gréce ancienne. Revue des Études Anciennes 108,2006.
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ciona como confrontación del ideal de civilización griega frente a la barbarie oriental
(pp.19-24), siguiendo una tradición que arranca de las mismas vísperas de la contienda.
Mientras que para ilustrar la dialéctica interna de percepciones opuestas de helenicidad, la autora acude a la Guerra del Peloponeso (pp.24-28). En ese escenario se enfrenta la "conciencia" jonia que representan Atenas y sus aliados frente a la antagónica doria que simbolizan Esparta y los suyos, trasunto de una mal disimulada propaganda política que hace de la defensa de tan condicionada "etnicidad" un comodín de juego.
En el segundo estudio P. Moret focaliza el debate de la etnicidad en el mundo ibérico
prerromano, con su sugestivo trabajo Ethnos ou ethnie? Avatars anciens et modernes
des noms de puebles ibéres (pp.33-62). Aborda en él los problemas de definición étnica
de las gentes de la Iberia mediterránea a partir de tres aproximaciones. En primer lugar
analizando el significado del concepto moderno de "etnia", en su opinión un convencionalismo antropológico derivado del discurso colonialista de los siglos XIX y XX,
para llegar a la conclusión de que su aplicación retrospectiva al campo de la Protohistoria plantea muy serias dificultades (pp.33-39). En segundo término, como se encuentra también en otras propuestasw. el autor sintetiza el proceso a través del cual las
fuentes grecorromanas proyectan su visión de los pueblos ibéricos, estableciendo tres
fases que corresponden a tres discursos etnográficos y políticos diferenciados: a) antes
de la conquista romana, una tradición de corte mitografico y periegético sobre una Iberia más fabulada que real (pp.40-43); b) durante la conquista romana, el análisis pragmático de cronistas como Polibio y Tito Livio (pp.43-48, con la reproducción de su ya
célebre mapa de la Iberia polibiana, p.46); y e) después de la conquista romana, la labor de geógrafos reinterpretando regiones y populi hispanos en el marco de la administración imperial, lo que representan Estrabón, Plinio y más tardíamente Tolomeo
(pp.48-52). Por último, desde un punto de vista más crítico, se detiene Moret en lo que
considera usos inadecuados de la etnonimia antigua en trabajos de base arqueológica,
lo que ilustra con un ejemplo relativo a los contestanos y otro a los edetanos (pp.5259). Con agudeza denuncia el autor las llamadas visiónfixista y visión historicista de
las etnias por parte de algunos investigadores de la Protohistoria; la primera, documentalmente anacrónica al no reparar en la evolución de los etnónimos según autores, contextos y tiempos historiográficos (así, por ejemplo, el significado de oretanos no es obviamente el mismo en Polibio que en Tolomeo); y la segunda, un vicio metodológico
opuesto consistente en forzar la interpretación arqueológica al dictado de la fuentes, lo
que otros autores llaman "falacia positivista".
Ethnicity and Iberians. The archaeological crossroad between perception and material cultures) es el trabajo que firma M. Díaz-Andreu (pp.63-85). Nos hallamos ante un
ensayo diferente a los restantes al apoyarse en exclusiva en el registro arqueológico y
emplear argmnentación fundamentalmente antropológica. Contiene por ello muy interesantes elementos de juicio aunque, como aproximación integral a la etnicidad de los
íberos, presentaría el sesgo de no considerar la documentación literaria antigua, precioso testimonio para calibrar una percepción que, como el propio etnónimo íberos, es en
20 Por ejemplo, F.J. Gómez Espelosín - A. Pérez Largacha y M. Vallejo Girvés, La imagende Hispania
en la AntigüedadClásica. Madrid 1995,passim o E. Sánchez-Moreno y J.L. Gómez Pantoja, Vocesy
ecos. Lasfuentes para el estudiode la Hispania antigua en E. Sánchez-Moreno (coord.), Protohistoria y Antigüedadde la Península Ibérica.!. Lasfuentes y la Iberia colonial,Madrid 2007, esp. pp.l939.
21 Publicado igualmente en European Journalo/ Archaeology, 1 (2), 1998, pp.l99-218.
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buena parte externa. En cualquier caso no es ese el objetivo de la autora. Con espíritu
revisionista y apoyándose en el excelente ensayo de S. Jones 22 , Díaz-Andreu apuesta
por nuevos enfoques en la aproximación a la etnicidad desde la arqueología. Así, como
ejemplo de una concepción teórica y metodológica a su juicio equivocada, "deconstruye" críticamente la visión que de las etnias ibéricas ofrecen A. Ruiz y M. Molinos en
su conocido libr0 23 (pp.69-74). Para Díaz-Andreu el nacionalismo es el responsable de
la falaz asunción de las etnias como identidades monolíticas, que luego la arqueología
historicista se ha afanado en identificar con complejos culturales a lo largo del siglo
XX. Esa es la génesis de la errada equiparación, como conjunto cerrado, entre grnpo
étnico y cultura material que aún arrastramos. La clave estriba, sigue razonando la autora, en que tal y como los antropólogos llevan demostrando desde los años setenta, la
etnicidad no tiene una expresión material directa, o al menos no necesariamente, puesto que no es un sujeto histórico u objetivo en sí sino un ejercicio de percepción. Esto
es, una construcción subjetiva al socaire de determinadas necesidades sociales y en
función de contextos históricos o culturales concretos. Por ello las etnias no son cuerpos estáticos sino filiaciones móviles y heterogéneas, y hasta cierto punto ficticias al
venir definidas con frecuencia por agentes externos en alteridad. Tres ejemplos en este
sentido serían la "invención" de algunas tribus africanas por el colonialismo europeo,
la de los phoinikes por sus vecinos griegos o la de los keltoi por los etnógrafos helenístico-romanos, entendiendo que en los dos últimos casos se trata más de construcciones
culturales que de colectivos étnicos. En efecto, se ha demostrado esencial la sustitución
del enfoque historicista o materialista de la etnia por el perceptivo o sociológico, y en
tal propósito sigue Díaz-Andreu de cerca los postulados de F. Barth, R. Cohen o T.H.
Eriksen (pp.71-74). En palabras de la autora, "ethnic identity is multidimensional, by
which 1 mean that it is likely that multiple ethnic identifications coexist in the same
person" (p.72). Y más en concreto, "1 consider that Iberians indeed had ethnic identities, and that, moreover, they were fluid and multidimensional, because multiple ethnic
affilations coexisted and overlapped in the same subjects" (p.73). En otras palabras, las
identidades que cada persona tiene en un momento determinado cambian dependiendo
de las circunstancias, del interlocutor y de la situación. Además, y en esto insiste especialmente Díaz-Andreu, el estudio de la etnicidad y su difícil diálogo con la cultura
material deberían abordarse teniendo en cuenta además otros tipos de identidades como
son el género, la edad o el estatus, pues todas ellas forman parte del juego, están preparadas para actuar o ser escondidas en cada particular ocasión. Coincidiendo en líneas
generales con su interpretación, sin embargo cabe achacar a la autora en diversos momentos de su discurso la confusión o insuficiente diferenciación entre etnicidad (construcción colectiva superior, de naturaleza esencialmente suprapolítica y supraterritorial en la percepción de las fuentes antiguas) y otras categorías identitarias. Cuanto más
teniendo en cuenta que, como bien reconoce la autora, las afinidades identitarias pueden ser de amplio espectro: sociales, religiosas, cívicas, espaciales ... , además de individuales (edad, sexo, género, función). En la parte final del trabajo Díaz-Andreu analiza el caso de la cerámica pintada de Liria como escaparate de una "etnicidad ibérica
22 Que cita abreviadamente (p.n, notas 17 y 18, p.73, nota 27) pero curiosamente olvida incluir en la
bibliografía (p.83). Me refiero a S. Iones, The archaeology 01ethnicity: constructing identities in the
past andpresent, London New York 1997.
23 A. Ruiz Rodríguez y M. Molinos Molinos, LosIberos. Análisis arqueológico de unproceso histórico,
Barcelona 1993.
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múltiple" (pp.74-82). Así, en concordancia con la teoría previamente debatida y desde
un enmarque procesualista, termina subrayando que "the scenes in the Llíria pottery
tell us about how the potters in Edeta and their clients perceived various types of identity: gender, status, the Mediterranean world, the Edetania, the eastern area of Iberia
and the whole Iberian area. And, moreover, what selection of motifs and scenes to be
painted they made, depending on what they wanted to communicate through the decorated pots. The Llíria pottery can be considered as a vehicle of propaganda, for it is associated to the (real or mythical) self-representation of adult males of the highest status. In addition, it also served as a medium to display, manipulate, and perceive ethnicity. All these messages overlap, as the representations and perceptions of status,
gender and ethnicity are not opposite but they interrningle on a same surface. (...) Pots
displayed all these ethnic affiliations and the perception of one or other would depend
on the context: where they were placed, who was seeing them, touching them, talking
about them, using them" (p.81). Por cierto, algunas de las apreciaciones críticas de Díaz-Andreu a propósito de la identidad arqueológica de las comunidades ibéricas pueden leerse complementariamente a las apuntadas por P. Moret en su artículo (esp.
pp.52-54), aun partiendo ambos de distintas evidencias documentales: materiales en el
caso de la profesora de la Universidad de Durham, etnoniInia literaria en el caso del
investigador francés.
Enjundioso y sólido es el ensayo de F. Beltrán Lloris que titula: Nos celtis genitos et
ex Hiberis. Apuntes sobre las identidades colectivas en Celtiberia (pp.87-145). Se trata
en realidad de una admirable síntesis, extensa pero equilibrada, acerca del proceso de
asimilación de las comunidades celtibéricas en el mundo romano, con hilo conductor
en la evolución sus marcos organizativos comunitarios, desde el siglo TII a.C. hasta
tiempos altoimperiales. El fundamento es el análisis de las etnias y ciudades-estado
celtibéricas, su significación y funcionamiento, y más en concreto su transformación en
progresivo contacto con el elemento romano. Como certeramente señala el autor, el estudio de las identidades colectivas de un pueblo periférico como el que los escritores
clásicos conocieron bajo el nombre de celtíberos, se enfrenta a problemas metodológicos difícilmente superables, pues las identidades colectivas, en su condición de construcciones sociales percibidas subjetivamente (vide lo apuntado en el comentario de la
contribución anterior), sólo resultan aprehensibles cuando se dispone del discurso explícito de la propia sociedad protagonista (pp.91-92). Y lamentablemente ése no es el
caso de las comunidades de la Hispania prerromana, que no han legado una literatura
propia. O si parcialmente lo han hecho, como íberos y celtíberos, su producción escrita
apenas es aprovechable a tal fin. En consecuencia, las fuentes disponibles ofrecen sólo
un leve reflejo de la imagen que los observadores grecorromanos tuvieron de los celtíberos; y esa percepción foránea es difícilmente contrastable con la perspectiva local.
Para Beltrán (que no se detiene en la cultura material ni en el patrón de asentamiento
celtibérico, y sin embargo, con sus limitaciones, la arqueología suministra claves identitarias y organizativas de las poblaciones antiguasz-) sólo dos tipos de evidencias pueden arrojar aquí alguna luz: los textos epigráficos en bronce y las leyendas monetales,
empleando ambos la lengua que llamamos celtibérica. Pero tales testimonios, más que
24 Véanse por ejemplo las consideraciones de S. Iones, The archaeology 01ethnicity, cit. pp.106-129, y
de P.S. Wells, Beyond Celts, Germans and Scythians. Archaeology and idemity in [ron Age Europe,
London 2001, pp.13-33.
66
POLIFEMO
profundizar en los criterios que regían a las identidades colectivas, de las que sólo suministran pobres indicios, aluden a los marcos comunitarios (políticos, urbanos, familiares) en el seno de los cuales se conforman dichas identidades (pp.92-94). Insiste Beltrán en que, en el caso de la Celtiberia, las fuentes clásicas aluden sobre todo a etnias y
ciudades, yen que el reflejo de esas instituciones en la información autóctona es muy
desigual: tremendamente leve lo que monedas o inscripciones alumbran sobre las etnias (pp.113-116), y mucho más sustancioso en lo que tienen que ver con las ciudades
(pp.102-104 y pp.116-122). No en vano, como han puesto de manifiesto F. Burillo y el
propio Beltrán en importantes trabajos25, la ciudad es el marco de articulación política
de los celtíberos desde al menos el siglo 111 a.C., y en su seno se desarrollan la epigrafía jurídica y la acuñación de numerario como instrumentos del estado. Además, continúa Beltrán, inscripciones y monedas revelan solidaridades familiares y culturales. Y
también el progreso de nuevos referentes introducidos por Roma como el lenguaje jurídico, cambios en el sistema onomástico o las propias referencias a Hispania y los hispani. Respecto al término keltiberoi/celtiberi, concluye el autor, carece de componentes endógenos y es en definitiva una elaboración de la historiografía clásica para designar a los feroces enemigos que protagonizaron las guerras del siglo 11 a.C. contra
Roma (p .112), el bellum numantinum que tuvo su punto álgido en la resistencia de la
ciudad arévaca. Por otra parte, amén de etnónimo acuñado desde fuera o percibido por
un observador foráneo, celtíberos es un superétnico, puesto que el término englobaba a
agrupaciones étnicas más concretas, en este caso con etnonimia endógena, como son
arévacos, pelendones, titos, belos o lusones. Pero, y esta es la paradoja que agudamente
disecciona Beltrán, el nombre de celtíberos acabó siendo asumido como propio por la
población local, conforme se extendió su integración en la civitas Romana. Naturalmente tras ser despojado de sus rasgos menos compatibles con ella y reelaborado para
adecuarse a la nueva realidad que implicaba la plena participación en la vida del Imperio de Roma. Si bien para entonces (siglo 1 d.C.) el término celtibérico estaba despojado de todo carácter político o indigenista, funcionando como mero referente histórico o
sentimental (pp.132-135). Y esto es precisamente lo que pone de manifiesto el bilbilitano Marcial, declarándose nacido de celtas e iberos, en el verso que da título al artículo (Mar. 4.55).
Con un discurso hilvanado, documentado y cuidado (valga como ejemplo el ponderado uso del término "identidad colectiva" frente al de "etnia"), la aportación de Beltrán es ciertamente estimable. No sólo en su tesis de fondo sino también en acotaciones
puntuales tan sugerentes como, por citar sólo algunas, las diferencias entre ordenamiento cívico y ordenamiento étnico en Celtiberia (p.95), las advertencias sobre los
usos del pasado (p.96), el impacto de Roma en el fortalecimiento de los vínculos intercomunitarios indígenas (p.113), las implicaciones del etnónimo celtíberos (p.1ü5, 109,
112), el sentido fundacional o etnogenético de las migraciones célticas en las fuentes
25 F. Burillo Mozota, Celtiberia:monedas,ciudades y territorios, en M.P. García-Bellido y R.M. Sobral
Centeno (eds.), La moneda hispánica. Ciudad y Teritorio. 1 Encuentro Peninsular de Numismática
Antigua, Madrid 2005, pp.161-177; id., Los celtiberos. Etnias y estados, Barcelona 1998/20072 ; F.
Beltrán Lloris, Parentesco y ciudad en la Céltica hispana, DHA 18 (2), 1992, pp.189-220; id., La romanización temprana en el valle del Ebro (siglos Il-I aE.): una perspectiva epigráfica, Archivo Español de Arqueología,76, 2003, pp.179-191.; id., Organización social e institucionespolíticas, en A.
Jimeno Martínez, Celtiberos. Tras la estela de Numancia. (Catálogo de la Exposición), Soria 2005,
pp.261-270.
VII 2007
67
antiguas (p.115, 133), la articulación de parentesco y ciudadanía en las gentes celtibéricas (pp.101-104) o el exquisito excurso sobre las bases de identidad cultural y política en la Roma antigua (pp.97-99). Cabe cuestionar sólo al autor la no atención al registro arqueológico, que habría enriquecido puntos de su argumentación como la definición urbana de las unidades políticas celtibéricas, y su acaso excesiva interpretatio romana de la cuestión. El approach romanista anula a mi modo de ver, o al menos deja
en suspense, la posibilidad de rastrear códigos de identidad y autorrepresentación en
esos, así llamados por la tradición clásica, celtíberos antes de su contacto con Roma.
¿Qué hay de la identidad de tales poblaciones con anterioridad al siglo III a.C.?
De pretensiones más modestas es el último estudio, que F. López Castro dedica a La
identidad étnica de losjenicios occidentales (pp.147-167). El autor repasa los indicios
de la existencia de una autoconciencia hispano-fenicia sobre el nexo de sentirse descendientes de los tirios en Occidente. Sin embargo, en la información textual antigua
tales pistas no derivan de los fenicios, cuya producción literaria es prácticamente irrecuperable, sino de la visión que sus contemporáneos griegos dan de ellos (pp.150-156).
Por tanto, se trata de una caracterización estereotipada que parte de la propia denominación extraétnica de phoinikes como "hombres rojos (de la púrpura)" a ojos de los
griegos. En cualquier caso López Castro cree que existió una autorrepresentación de
los semitas occidentales, muy fragmentariamente desvelada. Y que ésta estaba en relación directa con el culto a las divinidades oficiales de Tiro, Melqart y Astarté, que por
otra parte fueron la base de legitimación de las fundaciones de la metrópoli. Junto a
tradiciones y cultos de filiación tiria, el mantenimiento de la lengua semita en Occidente, tal y como atestiguan las leyendas monetales gaditanas y algunos indicios onomásticos, serían para López Castro pruebas de la cristalización de una memoria colectiva
fenicia; un sentimiento que arraigaría especialmente en Gadir y que perviviría bajo la
dominación romana (p.16l). Por lo demás, resulta sugerente la idea, que el autor toma
de R. Batty26, de considerar la Chrographia de P. Mela una obra de matriz fenicia, o
bien que mostraría una concepción fenicia del Mediterráneo. Y así, con una nueva traducción del pasaje en que Mela (11.69) alude a la identificación de Carteia con la antigua Tarteso, sugiere López Castro que, aun nacido en Tingentera, en las inmediaciones
de Gadir, la ascendencia del autor latino habría sido en realidad fenicia (pp.158-160).
E. Ariño Gil - J.M. Gurt Esparraguera - J.M. Palet Martínez
El pasado presente. Arqueología de los paisajes en la Hispania romana
Salamanca-Barcelona: Ediciones Universidad de Salamanca.
Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, 2004. 234 págs.
Verdadera novedad en el panorama editorial español supone esta síntesis sobre los
sistemas de organización, delimitación y explotación de los territorios de la Hispania
romana. Dentro de la corriente dada en llamar historia del paisaje, el libro ahonda en el
impacto de la colonización romana sobre los espacios culturales de la Península Ibérica. Así, con base en el análisis tanto de las fuentes literarias y epigráficas como de las
huellas arqueológicas sobre el terreno, los autores abordan el estudio de las políticas
territoriales desarrolladas por Roma en Hispania, centrando su atención en la ordenación de los espacios controlados por ciudades y hábitats rurales. Estas actuaciones sobre todo en el caso de las ciudades y siempre en el de coloniae- solían incluir traba26 R. Batty, Mela's Phoenician Geography, JRS 90,2000, pp.70-95.
68
POLIFEMO
jos de agrimensura; es decir, la medición y el trazado de límites de los territorios así
como su parcelación y reparto entre veteranos, colonos u otro tipo de habitantes. En
este sentido el libro hace y es un completo repaso de los sistemas de división de tierras,
en particular centuriaciones y catastros, en Hispania. De su redacción se encargan tres
expertos en la Arqueología del paisaje romano como son Enrique Ariño (Universidad
de Salamanca), Josep M. Gurt (Universitat de Barcelona) y Josep Maria Palet (Institut
Catalá d' Arqueologia Clássica, Tarragona). La especialización geográfica de los autores, en buena parte coincidente con la ubicación de sus instituciones académicas, determina que los casos analizados en el libro correspondan a la Lusitania y la Citerior,
teniendo en cuenta que Ariño ha centrado su investigación en la provincia de Salamanca y Extremadura -además de en La Rioja- y Gurt y Palet, aunque no sólo, en el litoral
catalán. A fin de obtener un panorama global y la posibilidad de discernir dinámicas
provinciales diferenciadas, hubiera sido deseable la inclusión de algún caso de estudio
-catastral o macroterritorial- de la tercera provincia augustea, la Bética, olvidada por
completo. Y ello se echa especialmente en falta en un libro que se anuncia (de la arqueología de los paisajes) de la Hispania romana.
Un prólogo a cargo de Ph. Leveau (pp.9-11), sucinto pero gráfico para situar el trabajo dentro de las recientes tendencias de la Arqueomorfología, da paso a un primer capítulo introductorio. Ofrece éste (Arqueología y territorio, pp.13-16) un repaso quizá
demasiado veloz de la historiografía sobre la territorialidad antigua, limitándose a señalar los principales hitos en el avance de la investigación. Las primeras prospecciones
y el uso de la fotografía aérea, la New Archaeology y el nacimiento de la "arqueología
espacial", la escuela de Besancon y el estudio de los catastros romanos, el criticismo
actual de la mano de nuevas perspectivas metodológicas y conceptuales ... El énfasis
en la lectura histórica del paisaje es puesto de manifiesto por los autores al señalar que
su objetivo es mostrar cómo el estudio del territorio debe proporcionar un marco válido
para interpretaciones más detalladas o específicas, pues éstas no pueden hacerse al
margen de la forma en que una sociedad construye y modela su propio paisaje (p.l3).
El segundo capítulo (Las fuentes clásicas y el territorio, pp.17-42) presenta y analiza
en profundidad la documentación antigua relacionada específicamente con el territorio.
Entre los testimonios literarios destaca el conjunto de tratados de agrimensura conocido como Corpus Agrimensorum Romanorum. De carácter didáctico, sus instrucciones
proporcionan un marco teórico para conocer la estructura territorial romana pero, como
advierten los autores, el Corpus no es una narración histórica y presenta importantes
carencias. Por otra parte, los relatos de Livio, Apiano, Diodoro o César ofrecen a veces
noticias relativas a repartos de tierras, fundaciones coloniales u otras estrategias en el
contexto de la conquista romana, si bien resultan en exceso breves y descontextualizadas. Más numerosa, aunque también con limitaciones, es la información epigráfica. En
este punto incluyen los autores una útil sistematización de los principales tipos de inscripciones territoriales disponibles (pp.22-43): los termini limítrofes entre ciudades o
unidades militares, los mojones inter privatos, las inscripciones con datos de agrimensura, la epigrafía jurídica relacionada con limitationes, las formae o planos que bosquejan la centuriación colonial, además de miliarios y otras inscripciones que más puntualmente pueden aportar topónimos u otros indicios de organización territorial.
El tercer capítulo se dedica monográficamente a la información catastral y es uno de
los más provechosos documentalmente hablando (Catastros romanos y ocupación del
territorio en Hispania. Un balance crítico, pp.43-65). Los autores ofrecen un completo
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estado de la cuestión sobre los catastros de la Hispania romana, con un análisis de los
ejemplos mejor constatados y de adscripción romana segura, del que concluyen la inexistencia de un patrón homogéneo. El catastro mejor documentado en las fuentes antiguas es el de Emerita Augusta. De él se ha localizado un gran parcelario al sur del
Guadiana, en la Tierra de Barros, cuyas características morfológicas coinciden con las
descritas por las fuentes para el conjunto de la pertica o territorio colonial susceptible
de ser dividido y asignado; la extensión aproximada es de 25 por 50 kms y muestra un
reparto de tierras en centurias rectangulares de 400 iugera, con un módulo de 40 actus
en los decumani y 20 en los kardines, y una orientación astronómica de 87° E (pp.4446). Otros conjuntos catastrales en los que se detienen los autores son los de Emporiae,
Barcino, Tarraco, Ilici (con una de las centuriaciones mejor conservadas de Hispania)
y Caesaraugusta, que sumados a los de Astigi, Calagurris , Graccurris, leso, Ilerda,
Iulia Libica, Osea, PalmalPollentia y Valentia componen la relación total de catastros
peninsulares atestiguados, sintetizada en un excelente cuadro-resumen (pp.50-5l). En
un tono crítico mantenido a lo largo de la obra, los autores advierten de los principales
problemas en la comprobación espacial de los catastros (pp.59-63); principalmente de
orden cronológico (la datación romana de catastros que en realidad son medievales o
modernos), pero también déficits derivados de análisis arqueomorfológicos a veces en
exceso aventurados o a veces inconexos por el concurso de distintos equipos de investigación trabajando en un mismo lugar. Otro hándicap a tener en cuenta son las transformaciones modernas del paisaje fruto generalmente de una expansión urbana, agrícola o industrial. Desgraciadamente son varios los casos en que estas transformaciones
han conllevado la desaparición de todo rastro catastral antiguo.
El siguiente capítulo es de carácter instrumental y repasa las principales herramientas
empleadas por la Arqueomorfología (El estudio de los catastros. Una aproximación
pluridisciplinar, pp.67-115). De este modo, sobre ejemplos de catastros previamente
reseñados, los autores comentan las posibilidades metodológicas de recursos como la
fotografía aérea, la cartografía histórica, la toponimia o la documentación catastral moderna. Asimismo, el análisis de yacimientos y estructuras arqueológicas (desde hábitats
rurales a puentes, restos de drenaje, pavimentos viarios o termini incluidos en la centuriación) y la integración de la información medioambiental (transformación y acondicionamiento del entorno, usos de suelo, análisis paleobotánicos si es posible), son aplicaciones esenciales no sólo para conocer la morfología catastral antigua sino también
la explotación agropecuaria del territorio a lo largo del tiempo.
El quinto capítulo apuesta por un discurso marcadamente histórico (Los grandes
programas de organización territorial, pp.117-154). Dejando a un lado la individualidad de los catastros para ahondar en la relación entre fundación colonial y reorganización del espacio provincial, así como en el papel articulador de la red viaria, los autores
abordan -muy acertadamente en consideración del enunciado del libro- las políticas
territoriales que in extenso Roma promueve en Hispania, desde la conquista hasta la
consolidación de la administración altoimperial. De acuerdo a su especialización Ariño, Gurt y Palet eligen dos ejemplos concretos que analizan con solvencia. El primero,
en la Citerior, la territorialización en torno a la vía De Italia in Hispanias, centrándose
en el valle del Ebro en los primeros momentos de la conquista y en las fases cesariana
y augustea (pp.119-138). Y el segundo caso, sobre el eje definidor que es el Iter ab
Emerita Asturicam o "vía de la Plata", la creación y organización de la provincia de
Lusitania por Augusto (pp.138-154); el soberbio ejemplo de su capital, Emerita Augu-
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sta, sirve a los autores para hacer una digresión sobre la práctica de la agrimensura en
Lusitania.
Siguen dos capítulos dedicados al parcelario romano, su percepción teórica y la variabilidad en las formas de territorialización. El primero de ellos (El paisaje romano:
concepto y realidad, pp.155-176) se fundamenta en una serie de consideraciones sobre
la irrealidad de un modelo único u homogéneo de parcelación en Hispania. A ello aboga tanto el examen detallado de la morfología de los limites, como la trama teórica de
las centuriaciones y la propia información de las fuentes, mostrándose por ejemplo la
existencia de jundi y otros espacios indivisos y sin asignar dentro de la pertica, u observándose importantes variaciones en los módulos de centuriación entre ciudades. Los
autores dedican también interesantes reflexiones a la integración de la ciudad en su territorio, por tanto a la articulación de la planta urbana en el catastro rural (pp.164-176).
En el siguiente capítulo (Ordenación y ocupación del territorio sin centuriación,
p.177-184) se analizan otras formas de estructuración del territorio desarrolladas en
Hispania además de la centuriación clásica o colonial (ager divisus adsignatus). Es el
caso de los llamados en los tratados de agrimensura ager per extremitatem mensura
comprehensus y ager arcifinius; en el primero los territorios eran sólo objeto de una
medida perimetral y por tanto carecían de divisiones parcelarias y probablemente de
asignaciones; mientras que en la segunda variante el territorio no fue medido de ninguna manera pero sí estaba delimitado sobre elementos del paisaje (cursos fluviales, montes) o estructuras preexistentes (caminos, propiedades concretas) que actuaban como
mojones. Los autores ponen en relación el ager per extremitatem mensura comprehensus, de funcionalidad fiscal y corroborado por las fuentes en Salmantica y Pallantia -si
bien debió ser el sistema generalizado en las ciudades estipendiarias-, con la región del
valle medio del Duero. Y así sus trabajos de campo en la comarca salmantina de La
Armuña revelan una estructuración ex novo del territorio a partir del siglo I d.C., de la
mano de una importante colonización económica sobre un espacio hasta entonces escasamente articulado por el poblamiento indígena. Este comportamiento contrasta con el
del litoral barcelonés donde, en concreto en tomo a las fundaciones de Baetulo (Badalona) e Iluro (Mataró), los autores reconocen el modelo del ager arcifinius, y así una
presencia de Roma que se ajusta, utiliza y potencia -en este caso sí- una territorialidad
ibérica preexistente. En definitiva, como convenientemente demuestran Ariño, Gurt y
Palet, los parámetros de explotación romanos no fueron unidireccionales en todas las
zonas de conquista, sino que debieron presentar modalidades distintas, en función de
realidades locales diversas.
El capítulo octavo está dedicado a las Pervivencias y transformaciones en el mundo
visigodo (pp.185-199), y es otro de los más logrados por sus deducciones históricas. En
él se presta inicial atención a las fuentes escritas de la época, en particular la transmisión de las noticias del Corpus Agrimensorum Romanorum en compiladores como San
Isidoro y la legislación visigoda. Este legado confirmaría que la agrimensura romana
no se interrumpe en la Tardoantigüedad hispana, y aunque la lógica hace pensar en
procesos de colonización que incluirían parcelaciones geométricas, lo cierto es que se
sabe muy poco sobre la territorialidad y los repartos de tierra en la Hispania visigoda.
Seguidamente, con base en los registros arqueológico y paleoambiental los autores
analizan los cambios en la explotación económica del medio, en este caso con datos
cualitativos tan significativos como el notable incremento de la ganadería extensiva, en
detrimento de la agricultura, según revelan los índices palinológicos. Igualmente se 0-
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cupan de las transformaciones perceptibles en la organización territorial y formas de
hábitat, comentando los casos relativos a Barcino, Emporiae y Tarraco. Así, el diagnóstico de tan completo rastreo permite concluir a los autores que en la Antigüedad tardía
se abandonaría definitivamente buena parte de la estructura territorial creada a finales
de la República y durante el alto Imperio, basada en la centuriación. Junto a ello ha de
significarse la transformación de las antiguas explotaciones rurales, sin duda relacionada con el incremento de la ganadería extensiva. En suma, este período alumbraría la
progresiva pérdida de función de las estructuras agrarias en la vertebración de los territorios hispanorromanos. Sin bien ello no significa la desaparición del diálogo ciudadterritorio, sí es cierto que éste se reelabora y que el nuevo patrón agropecuario, que no
exige de una territorialidad nítida o cohesionada, supone una limitación en la proyección de la civitas sobre el ager.
Por último el noveno capítulo (Problemas teóricos e interpretativos: ¿agrimensores
en la Edad Media?, pp.201-209) hace una rápida inspección en los sistemas de territorialidad de las comunidades hispanas durante los siglos VIII-XII. Y plantea, además, la
posible fosilización en ellos de trazas romanas. Revisando una -ahora considerablemente más rica- información documental nutrida de pleitos, ventas y donaciones de
tierras, así como de delimitaciones de concejos en fueros y cartas de población, y atendiendo a algunos parcelarios detectables arqueomorfológicamente, los autores defienden la operatividad durante ese tiempo de repartos de tierra sistemáticos vinculados
con procesos de colonización organizados. Y la idea de que dichas actuaciones asientan la base de la parcelación posterior. Con las palabras con las que -a falta de recapitulaciones finales- cierran un tanto abruptamente su discurso, "los siglos siguientes
consagrarán el desarrollo de las estructuras parcelarias regulares como forma de organización del espacio a gran escala, demostrando desde un punto de vista práctico que
las formas regulares no son exclusivas del período romano. La reconquista y consiguiente repoblación de nuevas tierras se caracterizará por el éxito y difusión de modelos regulares de organización del espacio, tanto en las villas y burgos como en el campo, en un proceso generalizado equiparable al que se había producido en el período
romano y que implicará una reestructuración del espacio a gran escala" (p.209).
Formalmente el libro se completa con un glosario de términos latinos, sin duda de
agradecer dado el tecnicismo del vocabulario empleado por la tradición agrimensora
(pp.211-218), y la bibliografía (pp.219-234), con una recopilación de títulos suficientemente amplia y actualizada a 2003. Las citas a autores -que siguen el modelo anglosajón (autor/año)- van en el cuerpo del texto, mientras que las escasas notas a pie son
fundamentalmente aclaratorias. En lo que a la aportación gráfica respecta, en comunión
con el enfoque didáctico y metodológico del ensayo, hay que reconocerle una gran utilidad. La integran cerca de setenta figuras entre planos (fundamentalmente dibujos y
fotointerpretaciones de centuriaciones, además de trazados viarios y mapas de ciudades) y fotografías en blanco y negro (imágenes aéreas de territorios catastrales, estructuras arqueológicas ...) de buena calidad. Mención especial merecen los valiosos cuadros sintéticos o dossiers. Así, son especialmente provechosos el ya mencionado con la
relación de catastros conocidos (pp.Sü-Sl), el de la investigación sobre los catastros
ampuritanos (pp.64-65), el de los miliarios de la vía De Italia in Hispanias (pp.134138), el de las fuentes epigráficas y literarias del territorio emeritense (pp.146-148), el
de los epígrafes territoriales de Lusitania (pp.151-154) o el que recopila la documentación altomedieval sobre la agrimensura (pp.203-204).
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En conclusión, como anticipa Leveau en el prólogo, la síntesis que nos proponen Ariño, Gurt y Palet da un contenido preciso a la romanización de los paisajes de la Península Ibérica en el período que va de la conquista romana a la formación de los reinos hispanos. Por ello, y porque se trata de una obra integral, reflexiva y escrita con
competencia, no hay duda de que se convertirá -si no lo es ya- en un referente en su
campo.
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