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Ya los capitanes no se hunden con sus barcos; por Angel
Alayón
Angel Alayón · Saturday, April 19th, 2014
Cuatrocientos setenta y cinco pasajeros, entre ellos trescientos treinta estudiantes de
bachillerato que iban de paseo a una isla, sintieron un golpe acompañado de un
estruendo. El ferry surcoreano Sewol se detuvo y comenzó a inclinarse. Pronto fue
claro que se hundiría. Los altavoces pedían que los pasajeros se pusieran los chalecos
salvavidas pero que se mantuvieran, en contra de todos sus instintos, en sus
camarotes. Algunos pasajeros pudieron llamar por teléfono o enviar mensajes de texto
a sus familiares durante el hundimiento. “Mamá, esta puede ser la última oportunidad
de decirte que te amo”. La madre respondió el SMS: “¿Por qué?”, para escribirle de
inmediato: “Te amo de todos modos”. No recibió respuesta. Su hija es una de los 270
pasajeros que se mantienen clasificada en el estatus de desaparecidos. Los esfuerzos
de rescate se mantienen a cuatro días de la tragedia aunque la esperanza de
encontrar sobrevivientes se desvanece con las horas.
*
Cada profesión tiene sus errores y tragedias referenciales. Sucesos de los que se
aprende y a los que se les teme. Desde 1912 los hombres y mujeres de mar siempre
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han ido acompañados por la tragedia del Titanic, un accidente en el que murieron
1.514 personas y que fue precedido por toda la arrogancia que ameritaba el tamaño y
velocidad del barco así como la supuesta imposibilidad de ser hundido. Pero ya
conocemos la historia: un iceberg lo derrotó en el medio del Océano Atlántico y desde
ese entonces ya no sólo fue un accidente sino también una advertencia para lo
desmedido, para el poder.
Cada naufragio, desde entonces, es un eco de aquella tragedia helada.
La forma en la que muere un ser humano puede ganarle una estatua. Edward John
Smith, a sus 62 años, había anunciado que la travesía de Southampton a Nueva York
sería su último viaje, pues quería dedicarle más tiempo a su esposa y a sus hijos. Era
el capitán estrella de la compañía White Star Line y por eso nadie mejor que él para
conducir al Titanic en su viaje inaugural. Todos los recuentos de la tragedia indican
que Smith dirigió con la mayor eficacia que permitieron las circunstancias los
momentos finales del Titanic. Al experimentado marinero le fue ofrecida la
oportunidad de abordar un bote salvavidas en varias ocasiones. Pero se negó a
abandonar el puente de mando. Y allí encontró la muerte. El periódico Highland News
dio con un titular que ha traspasado las fronteras del mar para convertirse en una
imagen de los extremos que se le exigen al liderazgo: “Un capitán se hunde con su
barco”.
*
Lee Jon Seok, el capitán del barco surcoerano, ha sido arrestado. Las acusaciones son
múltiples, pero una de ellas se refiere al hecho de que el líder de la tripulación
abandonó el barco. Seok fue una de las primeras 172 personas que fueron rescatadas.
Decidió salvar su vida mientras todavía había pasajeros en su barco luchando por la
suya.
La conducta de Seok recuerda la de Francesco Schettino, capitán del Costa Concordia,
quien también abandonó el barco en un bote dejando atrás a sus pasajeros frente a las
costas italianas en enero de 2012. En ese accidente murieron 32 personas y Schetinno
sostuvo que había sido el último en salir. Las investigaciones demostraron que mentía.
Lee Jon Seok y Francesco Schettino pertenecen a ese linaje de capitanes que han
abandonado su barco. De ellos no se levantarán estatuas como aquella de Edward
John Smith en Lichfield, Inglaterra. Aunque habrá quien diga, como atenuante del
escape, que el héroe del Titanic nunca pudo verla.
*
Hay oficios que exigen que se actúe en contra del instinto más básico: el instinto de
preservar la propia vida. Son oficios peligrosos, oficios en los que la etiqueta de héroe
se entrega muchas veces como consuelo. Pero algunos en verdad lo son.
Park Ji-young, una mujer de 22 años que pertenecía a la tripulación del barco
surcoreano bajo las órdenes del huidizo y ahora arrestado Seok, condujo a muchos
pasajeros que se encontraban en shock hacia la salida del barco. Ella se encargó de
repartir chalecos salvavidas a quienes pudo y, cuando el agua ya le alcanzaba el cuello
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anunciando el inminente desenlace, entregó el último de los chalecos a un pasajero.
Quizás los capitanes ya no se hunden con sus barcos, pero siempre hay alguien que
cumple con sus responsabilidades hasta el último momento y a quien siempre le
deberemos algo: una historia, una lección o, incluso, la vida.
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on Saturday, April 19th, 2014 at 3:02 pm and is filed under
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