comentario de un fragmento de el sí de las niñas - tras

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COMENTARIO DE UN FRAGMENTO DE EL SÍ DE LAS NIÑAS
DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA
Sale DON DIEGO por la puerta del foro y deja sobre la mesa sombrero y bastón.
DOÑA IRENE.- Pues ¿cómo tan tarde?
DON DIEGO.- Apenas salí tropecé con el Padre Guardián de San Diego y el doctor
Padilla, y hasta que me han hartado bien de chocolate y bollos no me han querido
soltar... (Siéntase junto a DOÑA IRENE.) Y a todo esto, ¿cómo va?
DOÑA IRENE.- Muy bien.
DON DIEGO.- ¿Y Doña Francisca?
DOÑA IRENE.- Doña Francisca siempre acordándose de sus monjas. Ya la digo que
es tiempo de mudar de bisiesto y pensar sólo en dar gusto a su madre y obedecerla.
DON DIEGO.- ¡Qué diantre! ¿Conque tanto se acuerda de...?
DOÑA IRENE.- ¿Qué se admira usted? Son niñas... No saben lo que quieren, ni lo
que aborrecen... En una edad, así, tan...
DON DIEGO.- No; poco a poco, eso no. Precisamente en esa edad son las pasiones
algo más enérgicas y decisivas que en la nuestra, y por cuanto la razón se halla todavía
imperfecta y débil, los ímpetus del corazón son mucho más violentos... (Asiendo de una
mano a DOÑA FRANCISCA, la hace sentar inmediata a él.) Pero de veras, Doña
Francisca, ¿se volvería usted al convento de buena gana?... La verdad.
DOÑA IRENE.- Pero si ella no...
DON DIEGO.- Déjela usted, señora; que ella responderá.
DOÑA FRANCISCA.- Bien sabe usted lo que acabo de decirla... No permita Dios
que yo la dé que sentir.
DON DIEGO.- Pero eso lo dice usted tan afligida y...
DOÑA IRENE.- Si es natural, señor. ¿No ve usted que...?
DON DIEGO.- Calle usted, por Dios, Doña Irene, y no me diga usted a mí lo que es
natural. Lo que es natural es que la chica esté llena de miedo y no se atreva a decir una
palabra que se oponga a lo que su madre quiere que diga... Pero si esto hubiese, por
vida mía, que estábamos lucidos.
DOÑA FRANCISCA.- No, señor; lo que dice su merced, eso digo yo; lo mismo.
Porque en todo lo que me mande la obedeceré.
DON DIEGO.- ¡Mandar, hija mía! En estas materias tan delicadas los padres que
tienen juicio no mandan. Insinúan, proponen, aconsejan; eso sí, todo eso sí;¡pero
mandar!... ¿Y quién ha de evitar después las resultas funestas de lo que mandaron?...
Pues, ¿cuántas veces vemos matrimonios infelices, uniones monstruosas, verificadas
solamente porque un padre tonto se metió a mandar lo que no debiera?... ¿Cuántas
veces una desdichada mujer halla anticipada la muerte en el encierro de un claustro,
porque su madre o su tío se empeñaron en regalar a Dios lo que Dios no quería? ¡Eh!
No, señor; eso no va bien... Mire usted, Doña Francisca, yo no soy de aquellos hombres
que se disimulan los defectos. Yo sé que ni mi figura ni mi edad son para enamorar
perdidamente a nadie; pero tampoco he creído imposible que una muchacha de juicio y
bien criada llegase a quererme con aquel amor tranquilo y constante que tanto se
parece a la amistad, y es el único que puede hacer los matrimonios felices. Para
conseguirlo no he ido a buscar ninguna hija de familia de estas que viven en una
decente libertad... Decente, que yo no culpo lo que no se opone al ejercicio de la virtud.
Pero ¿cuál sería entre todas ellas la que no estuviese ya prevenida en favor de otro
amante más apetecible que yo? Y en Madrid, figúrese usted en un Madrid... Lleno de
estas ideas me pareció que tal vez hallaría en usted todo cuanto deseaba.
DOÑA IRENE.- Y puede usted creer, señor Don Diego, que...
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DON DIEGO.- Voy a acabar señora; déjeme usted acabar. Yo me hago cargo,
querida Francisca, de lo que habrán influido en una niña tan bien inclinada como usted
las santas costumbres que ha visto practicar en aquel inocente asilo de la devoción y la
virtud; pero si, a pesar de todo esto, la imaginación acalorada, las circunstancias
imprevistas, la hubiesen hecho elegir sujeto más digno, sepa usted que yo no quiero
nada con violencia. Yo soy ingenuo; mi corazón y mi lengua no se contradicen jamás.
Esto mismo la pido a usted, Francisca: sinceridad. El cariño que a usted la tengo no la
debe hacer infeliz... Su madre de usted no es capaz de querer una injusticia, y sabe muy
bien que a nadie se le hace dichoso por fuerza. Si usted no halla en mí prendas que la
inclinen, si siente algún otro cuidadillo en su corazón, créame usted, la menor
disimulación en esto nos daría a todos muchísimo que sentir.
DOÑA IRENE.- ¿Puedo hablar ya, señor?
DON DIEGO.- Ella, ella debe hablar, y sin apuntador y sin intérprete.
DOÑA IRENE.- Cuando yo se lo mande.
DON DIEGO.- Pues ya puede usted mandárselo, porque a ella la toca responder...
Con ella he de casarme, con usted no.
TEMA
El tema del texto es el interés de Don Diego por conocer la opinión de Dª. Francisca
sobre su posible matrimonio.
RESUMEN
Don Diego, un hombre mayor y de buena posición, se reúne con doña Irene y
con doña Francisca, hija de doña Irene y, a pesar de ser mucho más joven, prometida de
don Diego. Desde un principio, don Diego quiere saber qué opina doña Francisca sobre
el futuro que la aguarda, pero la madre de ésta no la deja hablar. A don Diego le
desagrada esta situación y explica que escogió a doña Francisca como esposa porque la
educación recibida por la muchacha la induciría, quizás, a aceptar de buen grado un
marido de bastante más edad. Sin embargo, también está resuelto a conocer los
verdaderos deseos de doña Francisca, pues no quiere desposarla contra su voluntad.
ESTRUCTURA
El texto se puede dividir en dos partes:

Primera parte (líneas 1ª – 28ª): don Diego y doña Irene dialogan sobre doña
Francisca.
o Primera subparte (líneas 1ª-6ª): motivos de la tardanza de don Diego.
o Segunda subparte (líneas 7ª-18ª): conversación sobre el apego de doña
Francisca por el convento.
o Tercera subparte (líneas 19ª-28ª): insistencia de don Diego en que doña
Francisca diga lo que piensa.
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
Segunda parte (líneas 29ª-44ª): don Diego expone las razones que lo han
impulsado a comprometerse con doña Francisca.
o Primera subparte (líneas 29ª-35ª): diatriba contra los padres que deciden
con quién deben casarse los hijos.
o Segunda subparte (líneas 36ª-39ª): tipo de matrimonio al que aspira don
Diego.
o Tercera subparte (líneas 40ª- 44ª): motivos por los que don Diego no ha
buscado esposa entre las jóvenes educadas en la ciudad.

Tercera parte (líneas 45ª - 60ª): don Diego le pide a doña Francisca que
responda con sinceridad.
o Primera subparte (líneas 45ª-51ª): negativa de don Diego a que doña
Francisca se case por la fuerza.
o Segunda subparte (líneas 52ª-55ª): advertencia de don Diego sobre las
terribles consecuencias de un matrimonio impuesto.
o Tercera subparte (líneas 56ª- 60ª): discusión entre doña Irene y don
Diego acerca de si doña Francisca debe hablar libremente.
COMENTARIO CRÍTICO
Este fragmento pertenece a la comedia El sí de las niñas, de Leandro Fernández
de Moratín. En esta obra, cumpliendo con el ideal neoclásico de que la literatura debe
tener una finalidad didáctica, Moratín critica los matrimonios concertados entre
hombres muy mayores y mujeres muy jóvenes, porque se realizaban por interés y sin
tener en cuenta las verdaderas inclinaciones de la mujer. En el texto aparecen los dos
personajes que se van a casar: doña Francisca, a la que su madre acaba de sacar del
convento donde ha sido educada, y don Diego, hombre adinerado, pero de edad muy
superior a la de doña Francisca. Junto a éstos encontramos también a doña Irene, la
madre de doña Francisca.
En esta escena, Moratín desentraña la principal causa de que matrimonios tan
desiguales pudieran tener lugar: la tiranía que los padres ejercían sobre los hijos. Con
este objetivo, el autor ha enfrentado a dos personajes con opiniones muy distintas sobre
un mismo tema, si las hijas deben decidir o no sobre su futuro matrimonio. Uno de estos
personajes, doña Irene, encarna a aquéllos padres que manejaban la felicidad de sus
hijos como un negocio, porque pensaban firmemente que los hijos estaban obligados a
acatar la voluntad de los padres. La respuesta que da doña Irene a don Diego, cuando
éste insiste en que hable doña Francisca, es todo un ejemplo contundente de esta manera
de actuar: “Cuando yo se lo mande”.
Pero lejos de ser un personaje meramente tópico, doña Irene encierra toda la
complejidad que Moratín aprecia en esta situación. En primer lugar, por su condición de
mujer. Si doña Francisca hubiera sido entregada a don Diego por un hombre, su padre,
el aspecto que más quedaría al descubierto en la obra sería el interés económico por el
que se acordaban estos matrimonios, porque, en la época en que se desarrolla la obra, se
mostraba a los hombres más preocupados por los aspectos sociales y económicos de la
vida, por la seguridad que proporcionan el dinero y la posición social. Las mujeres, en
cambio, parecían destinadas a ocuparse de un ámbito más íntimo, el de la familia, y, por
tanto, a inmiscuirse más en la educación de los hijos y en su felicidad. Al escoger a una
madre como intermediaria, Moratín está atacando lo que él considera la verdadera raíz
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del problema, que no sería tanto el interés económico, sin que éste sea ajeno al asunto,
como esa educación que se da a los hijos.
En efecto, la educación, la mala educación, perpetúa los malos usos sociales.
Cuando afirma doña Irene “Ya la digo que es tiempo de mudar bisiesto, y pensar sólo en
dar gusto a su madre y obedecerla”, está perpetuando el mismo patrón de
comportamiento que le impusieron a ella. No se trata en este caso, como podría parecer,
sólo de una enseñanza pensada para favorecer a la propia madre, de una norma egoísta
en la que los padres crían a sus hijas para obtener un beneficio personal en el futuro.
Hay también en la decisión que doña Irene ha tomado sobre el matrimonio de su hija un
intento por evitarle posibles y graves sinsabores. Como ella misma dice de su hija, “Son
niñas… No saben lo que quieren, ni lo que aborrecen…”. Doña Irene ha vivido con una
idea precisa de cómo hay que actuar en la vida para sobrevivir, si eres mujer. Y estas
palabras lo demuestran. ¿Por qué quiere casar a su hija si aún es una niña? Porque,
superada la niñez (en el caso de doña Francisca, la adolescencia), su hija estaría
expuesta a todo tipo de tentaciones que una madre difícilmente podría evitar. Son las
propias tentaciones a las que se refiere don Diego más tarde, cuando explica por qué no
ha escogido esposa entre las jóvenes educadas en la ciudad. A través de estas palabras
de don Diego se explica, por tanto, el motivo de que doña Francisca haya pasado su
niñez en un convento: se la ha apartado premeditadamente del mundo para conservar su
ingenuidad en un estado de pureza tal que la hiciera aceptar, sin oposición de ningún
tipo, el matrimonio con un viejo.
Y, por cómo actúa doña Francisca, parece que su madre ha conseguido lo que
pretendía. Ella se comporta no sólo como su madre espera, sino muy probablemente
como esta misma madre lo hizo con su edad. Su aseveración “porque en todo lo que
mande la obedeceré” corresponde perfectamente al deseo de su madre. Se esmera
Moratín por profundizar en la individualidad de doña Francisca, intentado no crear un
simple tipo social. Vemos, en las escasas ocasiones en que interviene, que doña
Francisca comprende perfectamente las razones que inducen a la madre a casarla con
don Diego. Sabe que a su madre la guía una preocupación real por su bienestar, aunque
éste bienestar sea únicamente económico. Al expresar su deseo de no hacer nada que
pueda herir a su madre (“No permita Dios que yo la dé quesentir”), manifiesta, en
parte, el fracaso de la educación recibida y, por otro lado, la imposibilidad de escapar de
esa misma educación. Esta educación ha fracasado porque doña Francisca se va a casar
por complacer a su madre, no porque esté convencida de que ésta haga lo mejor para
ella. Pero doña Francisca no puede liberarse de esta educación, porque el respeto que
siente por su madre le impide desobedecer. Moratín refleja, con esta muestra de la
devoción filial de doña Francisca, la terrible trampa que supone la educación de las hijas
en su época. Es imposible escapar de su tiranía porque, por un lado, la hija no se rebela
contra la madre porque sus sentimientos se lo impiden; y, por otro lado, la hija adoptará
en el futuro el papel que ahora desempeña su madre.
Para que se aprecie toda la crueldad de esta situación, Moratín necesitaba que
doña Francisca fuera una muchacha modélica, intachable. Si doña Francisca fuera una
muchacha de ésas que describe don Pedro (“hijas de familia de estas que viven en una
decente libertad… Decente, que yo no culpo lo que no se opone a la virtud. Pero, ¿cuál
sería entre todas ellas la que no estuviese ya prevenida a favor de otro amante más
apetecible que yo?”), el esfuerzo de Moratín por censurar estos matrimonios se perdería,
ya que el público podría pensar que doña Francisca se opone a casarse porque es una
rebelde o, aún peor, una muchacha caprichosa y casquivana. Pero, si doña Francisca
repitiera como suyas las ideas de su madre, daría la impresión de compartirlas o,
incluso, de ver un buen partido en don Francisco.
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En consecuencia, el escritor ha modelado su carácter en esta escena con mucho
cuidado para que la joven no parezca ni inconformista ni calculadora. Lo primero que
sabemos de ella es que echa de menos el convento y sus gentes. Esta nostalgia es un
subterfugio de la muchacha para no tener que desairar abiertamente a su madre y
desvela, con no poca sutilidad, el sufrimiento de doña Francisca, que prefiere
condenarse a vivir en la cárcel que supone el convento antes que rechazar los mandatos
de su madre. Sus escuetas respuestas desvelan la misma predisposición al sacrificio de
sus propios anhelos por respeto. En ellas, se limita a declarar su aceptación de la
voluntad de doña Irene, pero en ninguna deja entrever que comparta esa voluntad: “Bien
sabe usted lo que acabo de decirla… No permita Dios que yo la dé quesentir”; “No,
señor; lo que dice su merced, eso digo yo; lo mismo. Porque en todo lo que mande la
obedeceré”. El silencio de doña Francisca sugiere una disidencia íntima, pero inútil.
Y es que, para enfrentarse a una práctica que, casi con seguridad, buena parte del
público aceptaba, Moratín había de crear un personaje que estuviera perfectamente
integrado en la sociedad de su época, un personaje de carácter conservador y
acomodado, ajeno a toda sospecha de inconformismo. En las excusas que da don Diego
para justificar su tardanza, se aprecia claramente este propósito del escritor: “Apenas
salí tropecé con el rector de Málaga, y el doctor Padilla, y hasta que me han hartado
bien de chocolate y bollos no me han querido soltar”. La comida que comparten los
amigos, “chocolate y bollos”, revela el carácter más bien pacífico y acomodado de don
Francisco, un carácter que descarta la posibilidad de que busque en su matrimonio algo
más que una vida descansada y tranquila. Sus amistades nos descubren que es un
hombre cuya buena posición parece estar originada más por su inteligencia que por su
riqueza o alcurnia. En efecto, sus amigos son personas respetables que practican
profesiones liberales de gran prestigio intelectual, además de social.
No cabe duda de que Moratín ha querido resaltar sobre todo esta cualidad del
personaje: su inteligencia, que no tardará en manifestarse como sabiduría y ternura. Así,
después de que doña Irene desdeñe las inquietudes de doña Francisca, don Diego juzga
con mayor compresión a la muchacha: “en esa edad son las pasiones algo más enérgicas
y decisivas que en la nuestra”. Sobresale ahora, en la indulgencia de don Diego, su
experiencia de la vida. Ésta se hace aún más patente cuando se juzga a sí mismo sin
disimulo de ningún tipo: “Ya sé que ni mi figura ni mi edad son para enamorar
perdidamente a nadie”. La importancia que cobra la experiencia resulta fundamental
para comprender la actuación del personaje. Su renuencia a aceptar un matrimonio sin el
consentimiento de la mujer nace de lo que ha observado en otros: “¿cuántas veces
vemos matrimonios infelices, uniones monstruosas, verificadas solamente porque un
padre tonto se metió a mandar lo que no debiera…?”.
Una larga vida ha hecho de don Diego un hombre prudente y reflexivo. Su edad
le permite a Moratín emplearlo como prototipo del viejo que se casa con una niña, pero
también mostrarlo como un anciano al que sus vivencias dotan de una ascendencia
moral sobre los demás. En efecto, Don Diego es egoísta, como todos los que planeaban
este tipo de matrimonio, y, a la vez y paradójicamente, tiene la generosidad de quien no
intenta beneficiarse nunca del daño ajeno. La idea de don Diego de cómo debe ser la
relación con su esposa (“que una muchacha bien criada llegase a quererme con aquel
amor tranquilo y constante que tanto se parece a la amistad, y es el único que puede
hacer los matrimonios felices”), tiene poco que ver con el amor entre un hombre y una
mujer. Se adivina en estas palabras que en el fondo don Diego sabe que una relación de
amor real entre él y una mujer joven es imposible. Sin embargo, también se aprecia en
estas mismas palabras que don Diego cree que lo fundamental en un matrimonio es la
felicidad de los dos cónyuges.
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La crítica de Moratín se vuelve, de este modo, más ácida y sutil, tanto porque el
personaje que la realiza no se opone en realidad a este tipo de enlaces, como porque esta
crítica se rebela contra la concepción del matrimonio como mera institución social. Al
no estar don Diego en contra de estos matrimonios, su respeto por los deseos de doña
Francisca desvela que la intención de Moratín es desacreditar y poner en tela de juicio a
aquéllos que se casan sin el consentimiento de su prometida. Aunque don Diego hable
del lamentable autoritarismo de muchos padres, su comportamiento recto ridiculiza, en
realidad, a los hombres que, estando en la misma situación que él, actúan de modo muy
distinto. Por otro lado, de la preocupación de don Diego por la felicidad se deduce que,
para Moratín, estos matrimonios se mantienen sobre la mayor de las hipocresías:
concebidos en apariencia para obtener “ese amor tranquilo y constante que tanto se
parece a la amistad”, al que aspira don Diego, sirven tan sólo para provocar la desgracia
de la joven que es obligada a casarse. Más allá de la relevancia social del matrimonio,
Moratín, a través de don Diego, defiende la trascendencia que adquiere en la vida íntima
de las personas y profundiza, así, en la crítica al matrimonio mismo, si en éste hay más
intereses que los de las dos personas que han de casarse. A este respecto, la última
aclaración de don Diego resulta muy significativa: “Con ella he de casarme, con usted
no”.
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