Lo máximo… mi regalo navideño Contribución de Michael Basham Sé que este no sonará como el típico relato navideño. Las navidades orientales no son nada típicas, y al ser yo un norteamericano residente en el extranjero, uno tiende a sentir que en esta parte del planeta no existe la Navidad. Me encontraba en las afueras de Tokyo, en Japón, y me había gastado mi exigua asignación como estudiante de intercambio en conseguir algunos regalitos navideños para la familia japonesa que me alojaba; pero desde temprano descubrí que no había nadie en casa aquella mañana soleada de Navidad. Todos habían salido. ¡Era como si el Coco hubiera robado la Navidad! No fue así, sencillamente ellos estaban celebrando la Navidad al estilo japonés tradicional: yendo a trabajar y al colegio como en cualquier otra fecha normal y corriente. Así que, me pasé el día dando vueltas por aquel glacial pueblito agrícola y tocando algunas melodías en el piano que tenían en la sala de su casa. Sin embargo, poco después la familia regresó a casa y al final tuvimos una cena navideña muy tradicional a base de sushi. Lo que yo no sabía es que muy pronto hallaría un regalo navideño asombroso que cambiaría mi vida para siempre. Nunca me he considerado una persona muy espiritual, y por eso semejante experiencia ha sacudido mi vida desde sus cimientos. Pero, para que ustedes puedan comprender mejor cómo ese encuentro marcó mi relación personal con Dios, tengo que retroceder un poco antes de esa Navidad. Japón puede ser un lugar muy ajetreado, y cuando vives en una habitación justo en medio de Tokio con tu celular de alta tecnología (eso fue unos años antes de que aparecieran los primeros iPhones, y los celulares japoneses estaban a años luz por delante de los norteamericanos) y te mantienes en contacto constantemente con todos tus compañeros de clase o con tus amigos, apenas si te queda tiempo para estar a solas con el Señor. De todas formas, a pesar de todo ese bullicio, me tropecé con The Everlasting Man (El hombre eterno) de G.K. Chesterton. Libro al que C.S. Lewis le atribuye su deseo de convertirse al cristianismo. Los meses a prior de aquella solitaria navidad japonesa, yo había estado revisando las páginas de dicho libro, leyendo y descubriendo el fascinante panorama general de la historia del mundo y sentía que iba a conocer a Dios y Su plan para la humanidad de una forma totalmente nueva y diferente. Ese libro me inculcó un anhelo por conocer los secretos del mundo como nunca antes, y todo culminó una noche, después de la peor cena navideña de mi vida. Pero volviendo a aquella Navidad, te diré que mi familia adoptiva me invitó a un restaurante de sushi carísimo, pero tras comer más de la cuenta, regresé a casa con un dolor de estómago terrible. Recuerdo que era una noche gélida, y tras vomitar como loco hasta el punto de que ni podía moverme de la cama, empezó a subirme mucho la temperatura. Sonará como una locura, pero tengo una teoría: la diferencia entre estar ardiendo de fiebre en una habitación helada y no poder ni moverme (si no quería tener que correr de nuevo al baño) generó una plataforma de lanzamiento para que el Espíritu penetrara en mi vida. Estaba acostado en la oscuridad, incapaz de moverme, y dediqué ese tiempo a meditar. Comenzando desde el Génesis, me imaginé cómo sería estar en el jardín del Edén. Y al hacerlo, empecé a ver colores, a sentir sensaciones, a percibir olores y a imaginar una catarata gigantesca rodeada de una espesa vegetación. En mi mente visualicé todos los sucesos que acontecieron después: la caída del hombre, el diluvio de Noé, la época de Abraham y de los patriarcas, hasta llegar al establecimiento de Israel y sus reyes. Luego, imaginé los sucesos de la época de Jesús, Su nacimiento y ministerio, Su muerte y resurrección, y luego continuó hasta el tiempo de la iglesia primitiva. Básicamente presencié toda la Biblia de cabo a rabo, y la vi con toda claridad. Y gracias en parte a haber leído recientemente The Everlasting Man me picó la curiosidad sobre cómo transcurrió la historia de la iglesia entre la época bíblica y la actual. Le pedí al Señor que llenara para mí esas lagunas. Sentí como si estuviera flotando y pudiera contemplar los reinos del mundo de hace 2000 años, y los consecuentes ascensos y caídas de otros reinos, hasta llegar al siglo pasado y las espantosas guerras que ha sufrido este mundo durante el último siglo. Yo solo tenía 20 años, pero con mi limitado conocimiento de la Biblia y de la historia, era como presenciar toda la experiencia de la raza humana en un simple resumen. Los puntos oscuros, que aún desconocía, aguardaban a la espera de que yo los descubriera. Siempre me consideré un inepto e ignorante en historia y geografía, pero ahora por vez primera en lugar de sentirme tonto e inútil, sentí que gracias a esta visión había presenciado los lugares y sucesos que deseaba conocer. Me di cuenta de que podía comprender todos esos acontecimientos, y me sentí como un niño pequeño a punto de abrir sus regalos la mañana de Navidad, ¡y que me aguardaban las llaves del conocimiento! Tras esta epifanía, las cosas comenzaron a cobrar sentido, no solo en cuanto al estudio y el aprendizaje, sino también en mi vida personal. Dios comenzó a colocar las piezas en su lugar y pude ver claramente lo que me tenía destinado y empezó una aventura completamente nueva para mí. Pero mi perspectiva estaba a punto de cambiar todavía más. Esa noche también aprendí que Él puede proyectar imágenes en nuestra mente tal y como afirma en: «Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra»1. Si estás interesado en recibir visiones del Espíritu Santo, no hace falta que seas un gurú. «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá»2. Solo tienes que pedir y buscar un lugar tranquilo (aunque no te recomiendo que agarres una indigestión para dejar a un lado el frenesí de la vida), y a ver qué sucede. Tal vez no llegue en cuanto lo pidas, pero yo diría que nueve de cada diez veces, si de veras quieres recibir una revelación del Señor, Él te responderá. Así que para mí ese fue el regalo navideño más extremo, aunque totalmente atípico, fuera de lo común. Descubrí que la Biblia no solo era verdad, sino la entrada a la dimensión espiritual. Hay un versículo fabuloso que resume por completo este regalo navideño y les recomiendo que, para comprenderlo en su totalidad, se lean todo el capítulo de 1 de Corintios 2: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son la que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos la reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios»3. Notas a pie de página: 1 Colosenses 3:2 NVI 2 Mateo 7:7 RV 1960 3 1 de Corintios 2:9-10 RV 1960 Traducción: Victoria Martínez y Antonia López © La Familia Internacional, 2014 Categorías: navidad, relación con el señor, espíritu santo