Las habas del Cerro de la horca

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LAS HABAS
DEL
CERRO DE LA HORCA
XII CERTAMEN LITERARIO VILLA DE MARCHENA
“Memorial Rosario Martín” (2011-2012)
ENSAYO O TRABAJO DE INVESTIGACIÓN
“A todas las personas que murieron defendiendo sus ideales,
la Constitución de la II República Española
y el Gobierno legalmente constituido.
Y… a sus familiares y amigos, por el daño, por la pena…
y por el dolor sufrido
durante tantos años de silencio y olvido”.
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“LAS HABAS DEL CERRO DE LA HORCA”
Hace no demasiado tiempo, pues era hacia el comienzo de los años cuarenta del pasado
siglo, en Marchena, como en otros muchos pueblos de España, tras los desastres de la
GUERRA, el hambre, --―¡la jambre!‖--, hizo estragos entre las familias más humildes. La que
nos va a ocupar en la narración no escapó a tan terrible mal, aunque, gracias al abuelo Tomás,
pudieron ir saliendo a trancas y barrancas, hasta que un día…
--Vamos, Manolín, que tenemos que poner las costillas para aviarnos el puchero—le dijo
una mañana el abuelo Tomás a Manolín, el más pequeño de sus nietos, el que siempre iba con
él a todas partes.
Tomás, en el pequeño saco de yute, llevaba una docena de costillas para cazar pájaros y
el almuerzo para los dos, consistente en un rescaño de pan moreno y un trozo de tocino de hoja.
De regreso, al oscurecer, sin un solo pájaro en el saco, y con tormentas en las tripas,
decidieron dar un rodeo al Cerro de la Horca y entrar en el ´jabar` del camino ―Las Jorucas‖
a fin de coger unas vainas que calmaran el estrépito interior. Tomaron sus precauciones y
miraron a los cuatro puntos cardinales del sembrado.
--¡No hay moros en la costa, Manolín! ¡Adentro!—y ambos se agazaparon en un surco
cubiertos por la espesura del ´mataje`.
Después de saciar a medias, el apetito, con unas tiernas semillas, se dispusieron a
arrancar otro buen puñado e introducirlas en el saco para llevárselas a los demás de la familia.
―¡Qué buen guiso, Manolín!‖, exclamó el abuelo pensando en los otros. Los otros, acogieron el
saco con gritos de alegría. ―¡Un guiso de ´jabas` bien hecho está mejor que un guiso carne, es
verdad o no es verdad, hija mía!‖.
--Es verdad, padre, pero eso es según se mire. De todos modos, nos guste o no nos guste,
nos hemos de contentar. No hay otra cosa… ¡Ay, la carne…, desde cuándo…!
Unos días salían a las costillas, otros a los espárragos, los cardillos, las tagarninas, los
higos chumbos, los palmitos, las alcaparras…, otros a las cabrillas y los caracoles, o, al
rebusco de aceitunas, de garbanzos, de espigas…, según fuera la época. ¡Algo había que comer
y el campo, siempre, ofrecía a los pobres otros ―manjares exquisitos‖ que llevarse a la boca!
Los rodeos al cerro y las visitas al sembrado de habas al oscurecer se repitieron algunas
otras veces. ―¡No había moros en la costa!‖, pero llegó el día de la vencida. ―A la tercera, la
vencida… como dice la sentencia‖. Desprevenidos en la tarea, fueron sorprendidos por un par
de gigantescas sombras que se abalanzaron sobre ellos. Era la pareja de la guardia civil a
caballo cubiertos por unos enormes capotes de campaña.
--¡Alto o disparo!—gritó uno, mientras el otro saltó sobre Tomás y le quitó el saco.
--¡Al suelo!—vociferó, dándole un guantazo en el rostro.
Manolín, al ver al abuelo con la cara ensangrentada, fue hacia el guardia y lo mordió en
una pierna. Al instante, de la patada que recibió, también rodó por el suelo.
--¡Has visto al hijo puta niño!—le comentó al compañero mientras se llevaba una mano
al lugar de la mordedura.
--¡Arriba, ladrones…! ¡Vamos, granujas…!— gritaba el del caballo cada vez más
enfurecido.
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El guardia mordido, a patadas, los sacó, insultándolos al mismo tiempo. ―¡Vamos,
malhechores, gentuza, comunistas…! ¡Vamos al cuar…!‖.
El de la benemérita institución no pudo terminar la frase porque se había atragantado
con una de las habas que masticaba, arrancada de una mata que guardó bajo el brazo oculto
por el capote. El de a caballo se agachó cuanto pudo y tomó otra planta que tenía infinidad de
vainas verdes como dagas esmeraldas. Al parecer, a ellos también, --hombretones curtidos en
cien batallas y de manos rugosas, tal vez las señas del olvidado arado de su difícil adolescencia
y dura juventud--, les sonaba la música del viento en sus estómagos e intestinos vacíos.
--¡Al cuartel, ladrones!—gritaron ambos e iniciaron un desfile, que era lo más parecido a
una macabra procesión.
Delante, muy encorvado, llevando el saco acusatorio a sus espaldas y sangrando por la
comisura de los labios, Tomás, y, a su lado, Manolín, como un pequeño cirineo renqueante
apoyando las manos en una de las caderas y el costado para amortiguar el intenso dolor de la
patada. Detrás, como dos romanos imperiales, la pareja de guardias a caballo. Tras el paso de
la comitiva, sobre el camino algo embarrado, fueron quedando los restos del convite de la
merienda de los dos civiles.
Pasaron por la esquina de la Estación del Ferrocarril, tomaron la carretera de Carmona
y luego la de los Poyetes y llegaron hasta el lugar que ocupaba la antigua Puerta de Écija. Al
lado mismo, un viejo caserón, --otrora, señorial mansión--, servía de cuartel y de residencia a
la Comandancia de Marchena. Nadie los vio hacer el camino, ni los vio llegar, pues la tarde
lluviosa y la oscurecida habían hecho resguardarse y recogerse a toda la vecindad.
Una vez dentro del Cuerpo de Guardia, el Comandante de Puesto, --como un Anás
cualquiera--, abofeteó repetidas veces a Tomás, porque se negaba a reconocerse un
delincuente, un ladrón…
--¡Mi comandante, es por necesidad…! ¡Sólo eso…! ¡No soy un ladrón, ni un
delincuente…! ¡Tengo cinco nietos y una hija viuda y no tenemos nada…!—musitaba entre
dientes, Tomás, después de cada embestida.
--¡Un ladrón, un delincuente, y… un corruptor de menores!—exclamó el que mandaba
lleno de ira.--¡Qué ejemplo para la criaturita!—y tomó a Manolín por la blusilla y se lo mostró
al abuelo.
El niño, muerto de miedo, lloraba y miraba al uno y a los otros y apretaba los puños y
cerraba los ojos para no seguir viendo. ¡Cuánta amargura! ¡Cuánto dolor! ¡Cuánta angustia
en aquellos ojos infantiles de apenas seis o siete años! ¡Cuánta tristeza en la mirada de Tomás!
Manolín, en un impulso súbito, se abrazó a la cintura del abuelo y les gritó a los guardias
con fuerza y con desesperación.
--¡Cobardes! ¡Cobardes que pegáis a un viejo y a un niño! ¡Si viviera mi padre…!
--¡Encerradlos en el calabozo!— gritó aun más fuerte el Comandante de Puesto
llevándose las manos al cinto.--Que pasen la noche aquí. Por la mañana tendrán menos
humos—dijo saliendo al jardín de la delantera del cuartel, rodeado y protegido por una tupida
verja de hierro.
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--¿No duermes, Manolo?— le preguntó Carmela, su mujer, encendiendo la lamparilla de
su mesita de noche y mirando la hora en el reloj despertador.--¡Uf, es muy temprano aún!
¿Otra vez las pesadillas?— y se quedó fija con la mirada puesta en las sombras de los ojos de
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su marido.--¡Estás sudando!— exclamó, introduciendo sus dedos por entre los cabellos
mojados de Manolo.
--¡No, las pesadillas! ¡LA PESADILLA! ¡El mal sueño que lleva conmigo cerca de
cuarenta años! Si una noche no viene a mí, parece que a la siguiente, yo voy a buscarlo…
--¿Por qué no has querido volver nunca a tu pueblo? ¿Por qué no vamos con los niños
para esta Semana Santa? Yo también deseo conocerlo y a ellos les hace mucha ilusión viajar a
Andalucía, tu tierra.
--¡Mi Tierra…! ¡Nada tengo allí! ¡Nada me une a ella, salvo los malos sueños! ¡Sueños
del ayer que no olvido! ¡Realidad del ayer que no perdono!
--Ni tú, ni tu tierra, tenéis la culpa. Fueron los tiempos…, las circunstancias…, los
acontecimientos…, la fatalidad…, el destino… En Extremadura también lo pasamos muy mal.
Igual de mal o peor, y, en otras tierras… La guerra y la posguerra fueron igual de dura para
mucha gente. Yo también perdí a gente querida y… mi trabajo me ha costado superarlo.
--¡Yo lo perdí todo! A mi padre lo perdí un amanecer en las tapias del cementerio.
Apenas lo conocí. ―¡Tu padre era un rojo de mierda, un comunista…!‖ me gritó el comandante
aquella noche en el cuartel. A mi madre también la perdí pronto: murió de tuberculosis a los
pocos años. Más que de la enfermedad, yo creo, que murió de dolor, de pena, de tristeza…Al
poco, perdí a dos de mis hermanos, víctimas de la miseria y del hambre. A los otros dos los
perdí cuando se los llevó la Beneficencia, --lo mismo que a mí--, y nos dieron en adopción y
cada uno tomó una nueva dirección. ¡Nunca más supimos nada unos de otros! Y…, yo mismo
vivo casi perdido desde aquella noche…
--No puedes cargar con ese peso toda la vida. Tú, de nada eres culpable. Si no puedes
olvidar, ni perdonar, al menos, reconcíliate con el pasado. Asúmelo sin culpa y reconcíliate,
¡eso es lo más importante!, contigo mismo.
Vuelve a Marchena, tu pueblo, y vive el presente. ¡Conoce su presente! Vivamos el
presente y líbranos de esa carga que compartimos, aunque tú creas que la llevas a solas. Si
tienes que nacer de nuevo, ¡nace!, yo seré tu madre…, tu nodriza…, y, tus hijos, serán tus
hermanos…, tus amigos de la infancia…
--¿Y… mi padre, y… mi abuelo, quién me los devuelve? ¿Quién me devuelve la niñez con
ellos? ¿Quién me devuelve a mi madre y a mis hermanos, los que murieron y a los otros que
luego perdí para siempre? ¿Quién me devuelve la alegría perdida, la esperanza perdida, la
niñez perdida…?
¡No puedo olvidar! ¡No puedo perdonar! ¡Qué más quisiera yo que hacerlo y liberarme
del pasado, y…espantar para siempre el mal sueño! Hay una HISTORIA, ¡mi historia!, que no
puedo olvidar, que no debo olvidar.
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<<Acurrucados en el jergón de paja que había en el suelo del oscuro calabozo lloré sin
consuelo hasta que el sueño me venció. El abuelo Tomás me acariciaba el cabello y me
calmaba con sus palabras de aliento. ―¡Esto no es nada, Manolín, por la mañana ya habrá
pasado todo! ¡Sólo un mal sueño! ¡Así lo recordaremos!‖. Cuando desperté, al cabo de las
horas, sentí que estaba abrazado a una piedra. ¡Una piedra mojada, fría e inmóvil! No sabía
dónde estaba, ni qué había pasado. Palpé a oscuras. Reconocí por el tacto el cuerpo encorvado
del abuelo y dí un salto llevándome las manos a la boca. ¡Un mal sueño!, me dije. Dí unas
vueltas sin saber lo que hacer y me acerqué de nuevo. ¿Estoy despierto o es un sueño?, pensaba
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yo. Lo toqué. Lo zarandeé… y me abracé a él llorando y gritando con todas mis fuerzas. ―¡Qué
pasa, carajo!‖, exclamó el vigilante del Cuerpo de Guardia. Entró, encendió la luz del pasillo, -una bombilla toda llena de cagaditas de moscas--, abrió la puerta del calabozo y me apartó.
―¡Hostias!‖, exclamó al acercarse. Yo grité más fuerte al ver la cara y los ojos de mi abuelo
bajo aquella luz amarillenta. ―¿Qué ocurre, guardia?‖, preguntó una voz que a mí me pareció
la del jefe. ―¡Que el viejo la ha ´palmao`!‖, contestó el interpelado. Yo entonces aprendí que
´palmao` significaba muerto. Mi abuelo había muerto abrazado a mí, y yo a él, aquella noche
aciaga, en el calabozo del cuartel, y yo aún siento su frío en mi cuerpo y en mi alma>>.
--¡Cómo voy a olvidar aquella tarde, aquella noche, aquella madrugada…!—exclamaba
Manolo, sentado sobre la cama, estrujándose fuertemente la cabeza entre las manos como
queriendo espantar las imágenes, aún nítidas en su interior.
<<De vez en cuando, a lo lago del trayecto, el guardia que llevaba la voz de mando en la
pareja, arreando a su caballería, achuchaba al abuelo, haciéndolo caer hasta tres veces o más.
Yo, tras cada empellón, me acercaba a él e intentaba incorporarlo, recibiendo también el golpe
del animal sobre mi cabeza o sobre mi espalda. Luego, en el cuartel, durante el interrogatorio,
unas veces el uno, otras el otro y otras el propio comandante de puesto, no dejaron de acosarlo,
de insultarlo y de maltratarlo con amenazas, con empujones, con patadas, con bofetadas…>>.
--¡No! ¡Ni en siete vidas que viviera podría olvidarlo!—exclamaba de nuevo entre
sollozos, refugiándose en el pecho de Carmela, su mujer, la mujer que compartía con él su vida,
sus hijos, sus sueños. ¡Sus malos sueños, sus pesadillas…!
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Madrid. Despeñaperros. Córdoba. Sevilla. Marchena. Marchena era el punto final de
aquel largo viaje en tren. ¡Un viaje tan deseado, tan temido…!
Manolo, Carmela, su mujer, y sus dos hijos, como otros viajeros más, se apearon del tren
en la pequeña Estación de Marchena. Era la tarde del Miércoles Santo y era el año de 1.982.
Manolo tenía cuarenta y seis años y hacía treinta y siete años que de la misma estación había
partido hacia un destino desconocido del que no regresó jamás.
Desde el exterior de la estación de ferrocarril pudieron contemplar el perfil lejano de una
Marchena desconocida para Manolo.
--Allí, junto a la Torre de Santa María, --dijo y señaló--, a la izquierda, había una
palmera inclinada. De ese detalle sí me acuerdo.
Miró a su alrededor moviendo la cabeza en un gesto de desconocimiento e incredulidad y
siguieron caminando.
--¡Todo esto era campo! Y, allí San Miguel, --indicó hacia el sur. –A su sombra me crié.
Y, allí, San Agustín. ¡Ese monumento blanco sobre la iglesia no existía! ¡Y… este silo no
existía! ¡Y, esos grandes depósitos no existían! ¡Ni esos pisos de ahí, ni esas casas…!
En su cabeza había, --aunque algo difuminada--, la imagen de una Marchena que ya no
existía. Por un momento deseó retroceder y coger de nuevo el tren. Él tampoco existía para esta
desconocida Marchena.
--Papá, despierta…, vuelve a la realidad— le dijo su hijo mayor, Manolín, agarrándolo
por un brazo. —Estamos en tu pueblo, ¿no te alegras?
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--No te preocupes, papá, si no te acuerdas bien— le dijo el menor, Tomasín, acercándose
y abrazándolo por la cintura. —Los cuatro juntos, como unos turistas, lo iremos descubriendo y
conociendo.
--Sí. Sí. Eso haremos, descubrirlo juntos. Mirad esa indicación: Carretera de Paradas.
Antes era un camino. Sigamos por aquí, no creo que me pierda.
Por la acera de la carretera continuaron y fueron leyendo los carteles indicativos de los
nuevos edificios: ―COMPLEJO OLEÍCOLA. ALMACENES REGULADORES‖, ―CAMINO LA
HORUCA‖, ―COLEGIO NACIONAL NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO‖, ―BARRIADA
CIUDAD JARDÍN‖.
--¡Qué barbaridad, todo esto eran eras con gavillas, con yeguas y mulos trillando los
cereales y con sombrajos, y… con sembrados verdes en la primavera donde los chiquillos nos
revolcábamos!—exclamó, señalando a uno y otro lado. --Veis ese cerro de detrás, lo llamaban
―Cerro de la Horca‖— y Manolo se sobresaltó con el recuerdo. --¡Por aquí pasé mi
infancia!— prosiguió, intentando disimular que tenía un apretado nudo en la garganta. —Lo
crucé cientos de veces de la vereda al camino y de la vía del tren a esta orilla que ocupa el
patio del colegio. Tenemos que subir a lo alto un día de éstos, desde allí se ve todo.
Siguieron caminando hasta llegar a un cruce donde unas vaquerizas y unos corrales de
cabras le daban al ambiente el verdadero olor a pueblo. Y, unos perros que ladran, un rebuzno,
un carro cargado de hierba, unas gallinas que picotean en la cuneta, un aparato de radio
lanzando al viento sus coplas y sus anuncios publicitarios… ¡Era parte de ese pueblo que,
aunque algo difuso, Manolo tenía en la cabeza!
--Por ahí, --indicó hacia el oeste--, la Vereda de Sevilla. ¡La recorrí pocas veces…! Por
aquí, --indicó a la izquierda--, el Barranco, y, allá arriba, San Miguel, mi barrio.
Su conversación y su espíritu se fueron animando por momentos. ―¡Creí que lo había
olvidado por completo!‖, pensó para sí y lo repitió satisfecho en voz alta.
--¡San Miguel, mi barrio!
Al llegar a la puerta de la iglesia, Manolo, se sobresaltó de nuevo al contemplar la
imagen del Nazareno grabada en el azulejo de la fachada. No pudo resistir más la emoción y
rompió a llorar. En ese preciso instante recuperó la conciencia de ser marchenero. Marchenero
de nacimiento. Marchenero de sangre. Marchenero de sentimientos… Y, eso, aunque él no lo
sabía muy bien, imprimía carácter perpétuo.
--¡Mi abuelo le cantaba saetas la mañana del Viernes Santo!— exclamó entre dientes y
entre lágrimas señalando a Nuestro Padre Jesús.
Acababa de encontrarse con Marchena, con todos los suyos, y, más que nada, consigo
mismo: él, ―Manolín‖, Manolo, que casi siempre había estado perdido. Se abrazó a su familia
y lloró, sin vergüenza, con lágrimas de nostalgia, con lágrimas de ausencia… ¡Lágrimas de
NIÑO! ¡Lágrimas de HOMBRE!
--¿El Hotel Ponce, por favor?—le preguntó Carmela al señor de la tienda de al lado.
--Al fondo, hacia abajo, todo recto por la calle San Miguel. No tiene pérdida.
Manolo, cuando hubo dejado a los suyos en el hotel, --―Mientras os ducháis, les dijo,
debo hacer una visita. Tardaré poco‖--, llamó a un taxi y esperó frente, en la Plaza Alvarado,
antes ´Paseo el Piojo`.
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--Buenas tardes, --saludó al taxista--, primero pasamos por una floristería, --le pidió--, y
luego me lleva usted al Cementerio Municipal.
En la puerta del cementerio de San Roque pagó y despidió al chofer. ―Vuelvo a pie, está
cerca. Gracias, amigo‖.
Franqueó la entrada y buscó al guarda-conserje.
--Buenas tardes, ¿me indica el viejo osario, por favor?
--¡Cómo no, si me acompaña!—le respondió el guarda, algo sorprendido por la petición
del forastero.
Ambos, recorrieron la pequeña avenida principal que acababa delante de la ermita
donde a uno y otro lado se encontraban distinguidos panteones familiares, mausoleos de
algunos ilustres marcheneros, panteones de Hermandades de Penitencia; luego, hubieron de
sortear calles con hileras de nichos a cada lado, pasillos estrechos con idéntica disposición…,
hasta llegar a un apartado rincón, aunque limpio y soleado.
Manolo, se acercó a la plataforma circular de lo que podría ser un pozo cubierto, de
pequeño brocal, y, depositó sobre ella, cerca de la puertecilla, el ramo de claveles rojos que
llevaba.
--¡Qué raro!—exclamó en voz alta el guarda. –Nadie trae flores a este lugar.
--A quienes yo se las ofrezco ya hace tiempo que murieron. No sé si sus restos estarán
aquí, o estarán al otro lado del muro, junto al olivar. Sí estoy seguro que ninguno tuvo la
posibilidad de ocupar una tumba como la de los demás muertos, ni unas lápidas con unas
fechas y con sus nombres y apellidos. También, estoy seguro, que no tuvieron flores en sus
entierros. Ahora, permítame usted que esté solo unos minutos.
--¡Perdón! ¡No faltaba más!—respondió el guarda un poco sonrojado, alejándose.
Manolo, tomó el ramo de nuevo, quitó el lacito que lo amarraba, y los fue depositando,
clavel a clavel, sobre la cal blanca, dejando a la cubierta del viejo osario como sembrada de
pequeños corazones carmesíes.
--Por ti, PADRE. Por ti, MADRE. Por vosotros, HERMANOS. Por ti, ABUELO. Por ti
también, MANOLÍN, porque una parte muy importante del niño que fui murió aquella tarde
en el Cerro de la Horca y aquella noche en el calabozo del Cuartel.
Al volverse, respiró hondo y elevó su vista al infinito. ―¡Tenía que hacerlo! ¡Es verdad
que tenía que hacerlo!‖, pensó para sí, acordándose de su mujer y de sus hijos. Respiró
profundamente de nuevo y se dirigió a la salida. Al hacerlo y al alejarse del lugar, sentía que
era otra persona, que era otro hombre. Un hombre reconciliado consigo mismo, con su pasado
y con su tierra. Pero…, seguía siendo un hombre, --ahora con más fuerza--, dispuesto a no
olvidar la HISTORIA.
―Quiero ser su VOZ y su MEMORIA, --se decía mientras caminaba en dirección al
pueblo--. No voy a parar hasta ver los restos de mi padre, de mi abuelo… y los de quienes como
él murieron defendiendo la legalidad, descansando en paz en su tumba, donde se pueda leer
bien claro sus nombres y sus apellidos.
Quiero que mis hijos hereden la voluntad de seguir luchando por alcanzar lo que no
puede ser una utopía: enterrar con dignidad los restos de nuestros seres queridos. ¡No! ¡No es
una utopía! ¡Es un derecho que les corresponde! ¡Es el deber de un Gobierno constituido en un
Estado de Derechos y el de unos Tribunales de Justicia!
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Y…, también quiero remover cielo y tierra, valle y montaña, para encontrar a los que,
teniendo mi misma sangre, un día, por decisión ajena, dejaron de ser mis hermanos‖.
Manolo, casi sin darse cuenta, recorrió el camino de vuelta y se adentró en las primeras
calles. Leyó sus nombres. Se mezcló con otros viandantes. Observó… Al encontrarse el primer
bar-cafetería, decidió entrar y tomar un café. ―¡Lo necesito!‖, suspiró. ―¡Soy otro hombre!‖,
pensaba Manolo saboreando despacito cada sorbo:
“Un hombre nuevo, distinto…, mirando hacia el futuro, --¡sin olvidar el pasado, mi
pasado!--, caminando entre dos luces por las calles de Marchena, mi pueblo, mi tierra”.
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Aunque creo que ya quedó bastante clara cuál es la situación del Cerro de la Horca,
podemos concluir a este respecto diciendo que dicho cerro se encuentra, --aunque muy
cambiado en su fisonomía y en parte oculto por las últimas construcciones--, entre la línea del
ferrocarril y la carretera de Paradas, por un lado, y entre el Camino la Horuca (Joruca en el
habla popular) y la Vereda de Sevilla, por otro. Parte de la falda más cercana al pueblo y algo
de la zona baja e inundable del lado del camino, --hoy calle de acceso al colegio y a algunas
barriadas--, perteneció al Ministerio de Educación y Ciencia y lo tenía reservado para la
construcción del Instituto de Bachillerato de especialidad Agrícola-Ganadera, que nunca se
materializó, aunque sí llegó a utilizarse como campo de prácticas agrarias del alumnado.
Al final de la década de los 70 del siglo pasado, una parte de dichos terrenos se destinó
para Colegio Público y otra para la edificación de una barriada de viviendas sociales.
En cuanto al nombre concreto del cerro no podemos especificar su origen. Sí nos hace
pensar que fuera lugar de ejecución pública, pudiendo ser la horca el método, o instrumento,
mayormente empleado. Podemos añadir, según criterio propio, que el cerro, reunía otras
condiciones que lo hacían adecuado para ello: lo suficientemente cerca y lejos de la población al
mismo tiempo; bien visible desde los arrabales del noroeste y desde la principal vía de entrada y
salida a la Villa, cuál era la Vereda de Sevilla, lo que le confería a la ejecución el carácter
ejemplarizante y de escarmiento.
En lo que se refiere al caserón del Cuartel Viejo, sabemos que arrendado para dicho fin,
pertenecía a una familia acomodada de propietarios agrarios, --―LOS CLAVIJO‖--, y que dicho
edificio, tanto en la planta baja como en la superior, disponía de espaciosas estancias ricamente
labradas con armaduras, artesonados y puertas bellamente trabajadas, y contaba también con
una singular solería. Al mismo tiempo, poseía establos y corrales y una amplia explanada
delantera ajardinada cerrada con una alta verja de hierro.
Hoy, con uso de almacén-granero, el edificio se sigue conservando, aunque reformado y
adaptado en parte a su utilidad. Sí ha perdido la vista desde la Carretera de los Poyetes, oculta
por el alto muro de cerramiento y algunos nuevos tejados de uralita o chapa.
El lugar exacto donde se ubica, final de calle Ánimas, se conoce con el nombre de
―TORRES CAÍDAS‖ y el motivo es evidente: algunos torreones de planta cuadrangular (de
época almohade, siglo XII) de la Cerca que partía de la Puerta de Osuna (final de la Calle
Carrera), están semiderruídos, y otros, (los que estaban situados más próximos a la extinta
Puerta de Écija), desaparecidos totalmente. Dicha Puerta de Écija fue destruida, junto con todo
el barrio aledaño, a mitad del siglo XVII, por orden de don Rodrigo Ponce de León, IV Duque
de Arcos y XI Señor de Marchena, y de su esposa doña Ana de Aragón, de las Casas de Segorbe
y Cardona. Los motivos: el temor a una revuelta del vecindario y el peligro que suponía su
cercanía a Palacio, Jardines y Huerta Señoriales.
Sin aceptarlo, ni admitirlo en absoluto, sí es posible justificarlo en parte teniendo en
cuenta que procedían de Nápoles, donde habían sido Virreyes y donde habían sufrido la
insurrección de ―Massaniello‖. Al volver a la Villa Ducal tuvieron la prevención de eliminar
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cualquier posibilidad de traumatismo hacia sus Personas y sus Bienes: ―¡Muerto el perro se
acabó la rabia!‖. ¡Acaso no era el duque el Señor de la Villa --¿Señor Feudal?— y autoridad
mayor en lo civil y en lo militar de la misma y de su población!
Los lugares cercanos a la desaparecida Puerta de Écija, en sucesivas oleadas, han sufrido
la acometida humana y nunca a lo largo de la Historia, al menos desde 1.650, ha habido reparos
en destruir o construir sin autorización, ni norma, como lo prueban todas las edificaciones del
otro lado de la carretera, desde El Parque hasta la barriada conocida como ―Incubadora‖ (La
Alegría). Entre todos los daños recibidos, el peor, por las proporciones del estropicio, fue el de
la propia construcción de la Carretera de los Poyetes (años veinte del pasado siglo), pues supuso
el derribo de una gran parte de la cerca amurallada de la zona y el de algunos torreones.
Siempre hay tiempo y posibilidad de reparar el daño, si hay voluntad y criterio; aunque
éste, por sus dimensiones y por sus consecuencias, parezca irreparable. El Patrimonio Artístico
y Cultural de un Pueblo siempre debe estar por encima de los intereses partidistas, individuales
y particulares.
Si hemos escrito sobre los lugares físicos donde se desarrollaron los hechos, también
vamos a reseñar unos breves apuntes sobre el momento histórico, las circunstancias, las
repercusiones que sufrió la población, específicamente las personas que se declaraban
republicanas y actuaban conforme a la legalidad vigente. Fundamentalmente nos vamos a basar
en los siguientes libros:
“Acta de las VIII Jornadas de Historia de Marchena: Marchena en el siglo XX”.
Varios autores. Edita: Ayuntamiento de Marchena.
“Las tizas rotas. La depuración de los docentes”, ponencia dentro de las III Jornadas
de Dignificación y Recuperación de Memoria Histórica. Lucha contra el olvido. Marchena,
mayo 2008, de José María Díaz Luque.
“En busca de una historia oculta: La Guerra Civil en Marchena (1936-1939)” de
Javier Gavira Gil. DIME-07.
Ana Mª Valencia Herrera, historiadora (familiar de víctimas marcheneras), en su Proemio
del citado libro del historiador Javier Gavira, escribe con el corazón en la mano y la esperanza
puesta en su mirada unas palabras que conmueven y emocionan: ―Alguien ha entrado en la
memoria blanca de Marchena, cercando la desesperación de los muros de cal, rompiendo el frío
silencio de las sombras, buscando las heridas de las rosas muertas en julio cuando el verano
empezaba a extenderse. Alguien ha entrado en las lágrimas y en la sangre seca sobre la ropa
limpia, ha entrado en el metal de las auroras fusiladas, en el eclipse de las ametralladoras.
Alguien ha entrado en la memoria luchando obstinadamente contra la vana pretensión de
sepultar, en una misma fosa sin nombre, bajo la tierra helada de los amaneceres más turbios, la
historia y sus cadáveres‖.
Como dice el propio Javier Gavira en la Justificación de su libro, ―La Guerra Civil, y sus
consecuencias inmediatas ha sido contada siempre desde el lado de los vencedores. Por
supuesto a los <vencidos>, y más directamente comprometidos que sobrevivieron, se les
amordazó y se les censuró. El resto entró en una especie de <pacto de silencio>…‖.
Él, cogiendo al toro por los cuernos, y sabiendo muy bien que ―no es políticamente
correcto‖, --¡y…qué le importa al comprometido historiador…! añade quien escribe esta
pequeña historia local y deja aquí una breve reseña de los hechos--, realiza un ―análisis histórico
y local de lo que supuso una de las mayores tragedias de nuestra historia reciente…‖.
Su intención, clara y manifiesta, ―… acabar con ese <silencio de los corderos>, acallar ese
blanqueo de la historia, desmontar el andamiaje de la farsa, sacar a la luz esa gran historia oculta
acercándose a la verdad histórica…‖, y, ¡cómo no!, reivindicando dicha verdad, el honor y la
dignidad de quienes padecieron y murieron a manos de los represores por defender la legalidad
de un gobierno constitucional, al lado de los familiares y amigos de las víctimas, compartiendo
su dolor, sintiendo sus sentimientos, deseando que la Justicia sea justa y ponga, de una vez por
todas, las cosas en su sitio. Y todo ello, --¡misión casi imposible!--, desde la mayor objetividad.
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Javier Gavira, en su libro, ―En busca de una historia oculta…‖, analiza paso a paso y nos
informa de todo lo concerniente, de manera general, al golpe militar, la guerra y sus
consecuencias, y, de manera particular, a lo que afecta a Marchena y a las personas que acataron
la Constitución de la II República Española y defendieron sus principios y sus ideales.
Gracias a sus páginas hemos sabido de la magnitud de la tragedia --¡no es menor la
tragedia porque tenga menor número de víctimas, en comparación con la cantidad de los
asesinados, fusilados, desaparecidos, exiliados… en otros lugares donde también sufrieron y
padecieron la represión durante el golpe, la posterior guerra y la depuración tras la misma!--.
También hemos sabido del vivo dolor que dejó en el pueblo, --enmudecido y cegado--,
después de que acabaran de silbar las balas asesinas y dejar sus huellas en las fachadas de
algunas casas y en las tapias del Cementerio Municipal, --―debidamente repelladas y encaladas
para ocultar la historia a los ingenuos viajeros que pasaban por aquí--‖. ¡Cuestión de estética,
nada más! Y luego, del hondo dolor de los largos y duros años de silencio y olvido.
La toma de Marchena por los sublevados golpistas se produjo el día 20 de julio de 1936,
tres días tan solo tras el inicio del ―Glorioso Alzamiento‖ según los militares, la guardia civil,
los paramilitares falangistas y otros muchos civiles que lo acogieron y aclamaron con júbilo y
admiración, ―Santa Cruzada‖ según la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que bajo palio, su
protección y bendición acogía a los vencedores. Tanto unos como otros ignoraron que existía
una Constitución aprobada por la mayoría del pueblo español y un Gobierno legal ratificado por
las Cortes, y se otorgaron el beneficio de autonombrarse <salvadores de la Patria>. ¡Cuántos
salvadores a lo largo de la Historia de España! Ellos, los golpistas, los sublevados, los que
acabaron con la legalidad e impusieron su dictadura por la fuerza de las armas. ¡Las armas
siempre han tenido más poder que las palabras, que las ideas, que los razonamientos… en
cualquier lugar del mundo, en cualquier momento de la Historia Universal, desgraciadamente!
La represión en Marchena fue muy dura. ¡Tenía que serlo!, según las palabras del general
Mola del día 19-7-1936: ―Hay que sembrar el terror, hay que dar sensación de dominio,
eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros‖.
A dichas palabras, u otras similares pronunciadas por militares golpistas, hay que
sumarles los discursos de Gonzalo Queipo de Llano desde Radio Sevilla. El del 25 de julio de
1936 trajo como consecuencia directa el asesinato de los diecisiete marcheneros, miembros del
Comité de Defensa de la República, encarcelados en el cuartel de la Guardia Civil desde el día
21, siguiente a la toma, sin ningún juicio previo –ni civil ni militar--, sin consejo de guerra,
exclusivamente aplicándoseles el Bando de Guerra.
En honor del militar, --más que aficionado a la radio, un diabólico profesional de la
demagogia, del miedo y de la mentira--, se fundó la trianera Hermandad de San Gonzalo, en el
de su mujer, la iglesia y barriada de Santa Genoveva, y ambos están enterrados y duermen en
paz el sueño eterno en la basílica de la Macarena, la Virgen que llevó luto por Joselito el Gallo
en 1920 y luce en su pecherín las esmeraldas que le regaló el torero y los puñales de oro
regalados por otros próceres hispalenses y su cintura la ciñen fajines de militares de la más alta
graduación. ―¡Guapa! ¡Guapa! ¡Guapa!‖, le gritan a su paso multitud de devotos sevillanos en la
madrugá y mañana del Viernes Santo, ajenos tal vez a la intrahistoria que se custodia y oculta
tras los muros de su basílica.
Según el informe de la Delegación de Orden Público de fecha 30 de septiembre de 1938,
los datos referidos a Marchena serían: Fusilados, 0; Desaparecidos, 198; Detenidos, 12; Batallón
de Trabajo, 1; Sancionados, 6; Huidos, 76; Asesinados por los rojos, 2.
El propio Javier Gavira puntualiza que dichas cifras, siempre a la baja, se aproximan
mucho a la realidad. El mismo explica que los desaparecidos son los asesinados (sacados de la
cárcel y ejecutados) y que no hay ningún fusilado pues ese término se aplica a los condenados
tras un juicio militar previo. Según sus investigaciones el número de desaparecidos, es decir,
asesinados por las fuerzas represoras, sería de 200.
A la represión física, tanto a la muerte misma como a las torturas y otras vejaciones
inferidas a hombres y a mujeres, les siguió la represión económica, la social y laboral, la
cultural…
11
Con el nombre de ―Puerta de la Mamoria‖ se conoce al monumento-homenaje (1 de mayo
de 2006, promovido por la Asociación Dignidad y Memoria) erigido en la Plazuela de San
Andrés: ―En recuerdo de las víctimas que sufrieron la privación de su vida por el golpe de
estado de 1936 y por el régimen que le siguió, en la defensa de la legalidad y de los principios
democráticos‖.
En mayo de 2008 se descubre un azulejo en el antiguo ayuntamiento de la Plaza Ducal en
homenaje y recuerdo a los representantes legítimos del pueblo de Marchena (Alcalde y
Concejales), víctimas mortales de la represión golpista de 1936; muchos de ellos formaron parte
del grupo de los diecisiete que fueron asesinados el día 25 de julio en el callejón trasero de la
vieja cárcel.
Entre esos 200 desaparecidos, --¡asesinados, hay que decirlo sin ambages!--, además del
alcalde y los concejales socialistas, sindicalistas, otros miembros del Comité de Defensa de la
República, obreros, comerciantes, ferroviarios… estaban dos Maestros de Primera Enseñanza:
D. Rosendo de la Peña y Risco y D. Santos Ruano Mediavilla (concejal socialista).
En su ponencia ―Las tizas rotas. La depuración de los docentes‖, dentro de las III Jornadas
de Dignificación y Recuperación de Memoria Histórica. Lucha contra el olvido. Marchena,
mayo 2008, José Mª Díaz Luque, profesor, Doctor en Historia e historiador, analiza los hechos y
estudia ampliamente lo acontecido en referencia a la Enseñanza y al Magisterio en general en
tiempos de la II República Española, el golpe militar y la posterior Guerra Civil, y en particular,
los expedientes de los mencionados maestros asesinados y de otros muchos que sufrieron
depuraciones por ―no ser afectos al nuevo régimen‖.
Entre la numerosa documentación que Díaz Luque recoge sobre ambos maestros hay un
escrito referente a D. Santos que llama mucho la atención:
<Escrito del Alcalde dirigido al Consejo Local de 1ª Enseñanza de Marchena de fecha 29
de junio de 1936, proponiendo realizar un homenaje ―al culto Maestro D. Santos Ruano
Mediavilla, debido a la meritoria labor que realiza en pro de la enseñanza y la cultura‖. El
escrito lleva numerosas firmas de ex-alumnos. El Consejo se adhiere>. (Días previos al golpe
militar, su detención y asesinato).
Hay otro documento, especialmente singular, dirigido a D. Rosendo:
<Se le dirige un escrito del Sr. Jefe de la Sección Administrativa de 1ª Enseñanza de la
Provincia de fecha 4 de septiembre de 1936: ―De orden del Exmo. Sr. General Jefe de la
División, que me ha sido comunicada por el Exmo. Sr. Gobernador Civil, los Maestros
Nacionales de esta localidad que se reseñan al dorso quedan definitivamente separados de la
Enseñanza a partir del día primero del actual (sept-36)‖>.
Naturalmente, el mencionado D. Rosendo, no puede firmar el duplicado que dejaba
constancia del acuse de recibo del comunicado ―por haber desaparecido‖, según queda recogido
y firmado por el Ordenanza Municipal Francisco Verdugo. ¡No! ¡Desgraciadamente, no pudo
firmarlo!
Dicho escrito se dirige a los cuatro Maestros y Maestras depurados, dos de ellos ya
asesinados con anterioridad por ser ―Desafectos al Movimiento Militar Salvador de España y
por tener antecedentes marxistas‖. (Se hace constar que ambos perecieron en el encuentro con la
fuerza pública). Las dos maestras, Dª Purificación Pellejero Almeida y Dª Purificación Altuna
Bengoechea, no se encontraban en julio en Marchena, por lo que en principio salvaron sus
vidas. Se tuvo constancia, después de unos años, de que seguían ejerciendo el Magisterio en
distintos puntos de la geografía española.
―¡Desaparecidos!‖ ―Esta persona desapareció en los primeros momentos del movimiento
salvador de la patria‖, aparecía en los informes que hacían referencia al sujeto determinado, y
que recoge ampliamente Díaz Luque en su rigurosa, metódica, exhaustiva y objetiva ponencia.
Luego, ya en el año siguiente al golpe, aparecía en los documentos el término o expresión
exacta sin ningún tipo de pudor, ―fusilado por sus ideas izquierdistas‖. Naturalmente, ―sin
ningún tipo de juicio previo, sumarísimo o no, sin ningún tipo de cargos…‖.
12
―Las autoridades y los ideólogos del nuevo régimen reconocían, sin titubear, que era
necesario exterminar, extirpar y destruir las ideas y las personas que las habían encarnado o que
habían contribuido a su propagación‖, dirigiendo, especialmente, sus puntos de mira hacia los
docentes y los intelectuales.
―Para los legisladores republicanos la escuela era la encargada de transformar lentamente
la sociedad. Y la sublevación militar perseguía justo lo contrario: mantener las viejas estructuras
y el antiguo orden establecido‖.
La Orden del 19 de agosto de 1936 (Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de
España, nº 9 del 21 de agosto) deja muy claro lo que respecta al Magisterio Español: ―Los
Alcaldes o Delegados cuidarán de poner en conocimiento del Rectorado respectivo toda
manifestación de debilidad u orientación opuesta a la sana y patriótica actitud del Ejército y
pueblo español, que siente a España grande y única, desligada de conceptos anti-españolistas
que sólo conducen a la barbarie…‖. ―Los Alcaldes informarán al Rectorado del distrito
universitario respecto a si la conducta observada por los Maestros, propietarios o interinos, que
desempeñaban las escuelas en las localidades respectivas, ha sido la conveniente en orden a las
finalidades de esta disposición, o si, por el contrario han mostrado aquellos, en el ejercicio de su
cargo, ideario perturbador de las conciencias infantiles, así en el aspecto patriótico como en el
moral. En este último caso los Rectores ordenarán con toda urgencia la sustitución de dichos
Maestros en la forma anteriormente expuesta‖.
Con éstas y otros órdenes posteriores la depuración del Magisterio se pone en marcha;
dicho de manera clara y sencilla, la ―caza y captura‖ de los maestros no afectos al nuevo
régimen, aclarando, naturalmente, que se trataría de apartar o eliminar a los que se escaparon de
la primera purga de julio del 36.
La maquinaria represiva, con su estructura administrativa, funcionó como se esperaba y se
exigía de ella, hasta 1943, a fin de no dejar huellas de la obra republicana y de depurar, reprimir
o eliminar a los disidentes políticos, y, muy especialmente a los intelectuales en general y a los
docentes en particular. ―Había que dar un escarmiento a determinados sectores de la
administración del Estado, de los agentes sociales y de la población en general que había
apoyado al Frente Popular por activa o por pasiva, bien fuesen alcaldes, concejales, apoderados,
militantes, simpatizantes, lectores de periódicos o simplemente votantes de una determinada
opción política‖.
―La separación definitiva y baja en el escalafón‖ de los dos maestros asesinados en
Marchena en julio del 36 no se produjo hasta la fecha del 18 de noviembre de 1940, según el
Expediente de Depuración llevado a cabo por la Comisión Superior Dictaminadora y ordenada
por el Ministerio de Educación Nacional.
Ya desde1937 se remitieron desde la alcaldía marchenera informes personales sobre los
referidos maestros, los cuáles incluían otros del párroco, de la guardia civil, de algún padre de
familia ejemplar…
De D. Santos Ruano, el alcalde de Marchena informa lo siguiente con fecha de 21 de
mayo del 37:
--―Siempre trabajó por la enseñanza de los niños‖.
--―Honrado en su vida particular‖.
--―Sus hijos guardan buena conducta religiosa‖.
--―Es un socialista moderado‖.
Sobre otras cuestiones responde: ―Se ignora‖. ―Se desconoce‖. ―Se deja en blanco‖.
De D. Rosendo de la Peña, con fecha 29 de abril del 37, expresa:
--―Conducta social mala‖.
--―Se relaciona solo con el Frente Popular, al que perteneció (Socialista)‖.
--―Ninguna‖ en cuanto a su conducta religiosa.
--―Sí‖ ha contribuido a propagar los partidos, ideario e instituciones del Frente Popular y
que ha defendido o propagado ideas disolventes o pertenecientes a Sociedades Secretas.
--―Desapareció‖ tras la actuación del 18 de julio.
13
De este maestro, D. Rosendo de la Peña y Risco, zafrense de nacimiento y marchenero de
adopción, emparentado con los Machado, quien escribe el relato de ―Las habas…‖ y reseña
algunos datos sobre lo acontecido en Marchena en fecha tan señalada del año 1936 y siguientes,
puede aportar opiniones de primera mano, pues su propio padre (de noventa años), dos tíos
maternos (de 90 y de 84, el mayor ya fallecido) y su suegro (a punto de ser nonagenario), fueron
alumnos del ―desaparecido‖ Maestro del Colegio de San Jerónimo. Algunos de ellos de tan sólo
6, 7 u 8 años de edad, aparecen en las fotografías grupales tomadas en la puerta de la Escuela
Pública y que se han publicado en diversos trabajos sobre Historia de Marchena.
―¡Un Señor!‖. ―¡Una bella persona!‖. ―¡Una buenísima persona!‖. ―¡Honrado y
trabajador!‖. ―¡Muy serio y muy formal!‖. ―¡Muy preocupado por sus alumnos y muy interesado
en conocer a sus familias!‖. ―¡Nunca se le escuchó una palabra más alta que otra ni
malsonante!‖. ―¡Un gran amante de las Ciencias Naturales!‖, etc. etc., son las expresiones que
he escuchado a lo largo de muchos años en referencias a su querido maestro.
Algunos de estos familiares me comentaban: ―Yo era muy niño cuando estuve en su
escuela y apenas si recuerdo sus palabras, pero sí recuerdo muy bien lo que me decía mi padre
de él, pues eran amigos y hablaban mucho y hasta se tomaban una copa juntos los días de fiesta
en la taberna ―El Congreso‖ que había frente a San Jerónimo‖.
Mi suegro, bien de la cabeza, aunque se le va un poco de vez en cuando, no deja de repetir
si se le muestra la fotografía, ―que D. Rosendo era un buen Maestro, una buena persona, un
buen hombre‖. ―Yo comí –añade—varias veces en su casa pues era de la misma edad de su hija
con la que me llevaba muy bien y jugábamos en la plazuela, porque éramos vecinos‖.
En fin, dos Maestros de Escuela, marcheneros de adopción, que entregaron sus vidas un
día aciago de 1936: el uno, D. Santos, por ser concejal socialista; el otro, D. Rosendo, por ser un
buen hombre, digno y honrado trabajador, que se permitió hablarles a sus alumnos y a sus
padres y vecinos, de democracia, de justicia y de libertad. Dos personas humildes, de vocación,
--¡no se podría ser docente si no se tiene vocación!--, que sembraron semillas de futuro y que no
las vieron fructificar: “Sembrad, sembrad a manos llenas, otros recogerán la cosecha; si no
se siembra…, nunca, nunca se podrán recoger los frutos”.
“Caminos de tiza”
“Vienen de lejos
caminos de tiza,
abriendo surcos este oficio labrador.
Somos maestros
y es nuestra honra,
ni son todas rosas,
ni todo es desazón.
Que viva la escuela,
que la escuela viva;
que sea sostén,
trampolín a la vida;
una usina de ideas,
el lugar del asombro,
el punto de encuentro
de entrega y de amor.
Es cada día una aventura
aprender a enseñar,
enseñar a aprender,
reconocernos como necesarios
con derecho a crecer
para hacer crecer.
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¡Qué viva la escuela,
qué la escuela viva!”.
Con este poema-canción, con letra de Mirta Goldberg y música de Víctor Heredia, rindo
mi particular homenaje a todos los docentes del mundo y de todos los tiempos pues ellos son
quienes pintan sonrisas de esperanza en la tristeza y luz de futuro en las miradas ensombrecidas
de los infantes que nacen sin esperanza y sin futuro. Y más, a todos aquellos que abriendo
surcos de utopía, --como labradores sembrando en la tierra la semilla--, se les fue la vida en ello.
“Sembrad…”, me vienen a la memoria los versos de la madre Cristina de Arteaga, la
monja jerónima de Santa Paula de Sevilla, que abandonando la vida fácil, --familiar y social que
tenía a sus pies--, fue capaz de unir la vida espiritual y la intelectual (una de las primeras
mujeres universitarias, licenciada y doctora en Historia), el trabajo y la oración, y sembrar en
sus huertos de clausura las semillas de un mañana más fértil y prometedor, de mayor formación
y cultura:
“Sin saber quién recoge, sembrad,
serenos, sin prisas,
las buenas palabras, acciones, sonrisas…
Sin saber quién recoge, dejad
que se lleven la siembra las brisas.
Con un gesto que ahuyente el temor
abarcad la tierra,
en ella se encierra
la gran esperanza para el sembrador.
¡Abarcad la tierra!
No os importe no ver germinar el don de alegría;
sin melancolía
dejad al capricho del viento volar
la siembra de un día.
Las espigas dobles romperán después;
yo abriré la mano
para echar mi grano,
como una armoniosa promesa de mies
en el surco humano.
Brindará la tierra su fruto en agraz,
otros segadores
cortarán las flores
pero habré cumplido mi deber de paz,
mi misión de amores”.
En Marchena, a finales de febrero de 2.012.
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