Cuento del sargazo

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Cuentodelsargazo
ANTOINE-MARION MACAUDIERE-MARION CHERUBIN-MARVIN
Desde hace unos quince años, Pablo, un chico muy inquieto y curioso vivía con su
abuelo en una isla, del Caribe, que se llamaba Tortuga. Estaba apasionado por el mar y las
playas de su isla. Tortuga era famosa por sus pescadores y por su pureza. La gente venía de
todas partes del mundo para contemplar la delicadeza de la arena y la transparencia del agua.
Desde temprana edad, Pablo ayudaba a su padre y abuelo para pescar todos los días,
hasta que una noche de tormenta su padre, Miguel, se fue solo a la pesca y desapareció. Por
lo tanto, Pablo fue criado por su abuelo, Benito. Era un viejo pescador de 71 años sin dientes
que tenía el pelo blanco, los ojos negros, quemados por el sol tras pescar toda su vida.
Además, desde esa noche, extrañas algas marrones y malolientes empezaron a llegar a las
playas de Tortuga: el sargazo.
La llegada de estas algas frenó el turismo y la pesca en Tortuga. La isla estaba
muriéndose poco a poco y nadie sabía qué hacer.
Un buen día, Pablo le preguntó a su abuelo: “¿De dónde vienen las algas que nos
impiden pescar?”
El viejo respondió:” Pablo, deberás descubrirlo por ti mismo... “
Entonces, el joven decidió que descubriría el origen de esta desgracia. Preparó su
mochila en la que puso comida y el cuchillo que le regaló su padre antes de irse. Al amanecer,
se dirigió a la barca familiar sin despertar a su abuelo. Esta embarcación era un pequeño casco
de madera que parecía arruinado por décadas de mareas. Solo era propulsado por una vela
ligera y descolorida.
Estaba a punto de irse cuando, de repente, vio a María corriendo y gritando a lo lejos.
“¡Pablo, no te vayas sin mí! “
Era su amiga desde la infancia, una chica guapa de ojos azules y pelo moreno. Pablo
estaba enamorado de ella en secreto y nunca se atrevió a reconocerlo.
El primer día en la barca fue muy silencioso. No sabían qué decir. A veces, se miraban
a los ojos antes de mirar inmediatamente al suelo húmedo de la embarcación.
Después de siete horas siguiendo el sargazo en el mar, llegaron al finAL del camino de
algas. No era normal. Las algas no podían crecer en el medio del mar. Pablo sintió que había
un problema. Poco a poco, el agua empezó a girar alrededor del barco y los dos chicos
perdieron el control. De repente, lo vieron: el monstruo que les había aterrorizado cuando
eran niños. Kaisedo. La leyenda de los cuentos de su padre, un monstruo de diez metros de
largo con dientes como cuchillos y ojos de fuego.
Rápidamente, Kaisedo les vio en el barco y empezó a atacarles. Pablo se acordó que
tenía el cuchillo de su padre y se dijo que era la ocasión de mostrar su valor a María y salvarse
la vida también. Como si no hubiera nada que perder, Pablo empezó a dar golpes de cuchillo
a Kaisedo cada vez que el monstruo le atacaba. Después de múltiples ataques, EL JOVEN
VALIENTE pudo plantar el puñal en uno de los ojos de la criatura. De repente, Kaisedo gritó
como nunca los chicos habían oído antes. El monstruo volvió a las profundidades creando una
ola que propulsó el barco a lo lejos. Los MUCHACHOS tomaron un momento antes de ponerse
en marcha.
Encontraron las algas de nuevo y las siguieron durante días. Como si Kaisedo no fuera
suficiente, tuvieron que afrontar una tormenta que molestó mucho a la vela. El finAL del viaje
se anunciaba mucho más complicado.
Cuando la tormenta cesó, después de una noche de infierno, Pablo y María se dieron
cuenta de que la furia de los vientos y de las olas les había conducido a una pequeña isla. Era
un trozo de tierra en medio de la inmensidad del mar. Una pequeña montaña se distinguía,
cubierta por una selva verde. Pero la cosa más sorprendente era que las algas nacían en las
playas de la isla misteriosa. Pablo y María, más intrigados que nunca, llevaron el barco hasta
la orilla y desembarcaron.
Sin duda, la isla estaba habitada. Redes de pesca estaban esparcidas en la arena. En el
umbral de la selva, un náufrago había construido una choza con los escombros de su barco y
algunas hojas de palma. Al lado, un pequeño recinto encerraba algunos cerdos salvajes.
Los chicos se acercaron a la cabaña. Intimidado, Pablo carraspeó, listo a llamar al
extraño. De repente, un hombre hirsuto salió de la choza. Su ropa estaba destrozada y el pobre
no se había afeitado por años. El náufrago se paralizó al verles, su mirada fijada en el chico.
El hombre susurró: “Pablo, no es posible.” Lágrimas empezaron a correr en sus
mejillas. Pablo no podía creer EN sus ojos, frente a él, su padre, de carne y hueso, estaba
llorando.
Después del feliz reencuentro, Miguel les contó cómo había llegado a la isla: atrapado
en la tormenta, su barco había quedado varado en la playa. Como no podía volver a Tortuga
con su embarcación destruida, había enviado las algas por el mar por años para dar una pista
de su vida. Miguel les dijo:
”Comprendes, Pablo, esta planta maloliente crece casi mágicamente cada noche. La
descubrí el día de mi llegada en la isla y comprendí que podía cultivarla para que llegara hasta
Tortuga.”
El día siguiente, después de una buena noche de descanso, Pablo, María y Miguel
volvieron a Tortuga donde encontraron a Benito, más feliz que nunca de ver a su hijo y su
nieto vivos. Durante la semana siguiente, las algas desaparecieron poco a poco y nunca
volvieron. Tortuga resucitó, con el regreso de la pesca y del turismo. La familia reunida, y
María, enamorada de Pablo, hicieron una gran comida para celebrar el feliz futuro.
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