Dictadura constitucional y pacto democrático

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Ponencia presentada por Pedro Catrain en el panel “Dictadura constitucional y pacto democrático”,
celebrado el viernes 23 de marzo con los auspicios de Ciudadanos y Ciudadanas por la Democracia y el
Centro de Estudios Constitucionales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) CONCEPTO
DE DICTADURA CONSTITUCIONAL
El concepto de dictadura constitucional tiene un largo recorrido en las ciencias políticas. En su sentido
epistemológico habría que entenderla como una prótesis autoritaria que se coloca en el interior de la
legalidad democrática. Reduce la calidad de la democracia eludiendo los procedimientos, los limites, los
contrapesos, la rendición de cuentas, el equilibrio de poderes. Estableciendo una relación directa entre el
líder y el pueblo fuera de las instituciones, a través de la aclamación y la democracia plebiscitaria.
Su naturaleza y su comprensión, habría que buscarla en autores clásicos y contemporáneos. En
Aristóteles, en el constitucionalismo norteamericano d Jefferson y Madison, en Carl Shimitt, en la
corriente italiana con Norberto Bobbio, Giovanni Sartori y los autores indios Amartya Sen y Fareed
Zakaria.
Los ejemplos concretos de dictadura constitucional en la actualidad son el caso de Putin en Rusia,
Berlusconi en Italia, Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y Leonel Fernández en nuestro
país.
La dictadura constitucional adquiere una mayor definición con Carl Schimitt, quien analiza la situación
alemana de principios del siglo XX.
Este ideólogo del fascismo designa como dictadura constitucional la concentración del poder en un centro
de decisión único, con la finalidad de fundar un régimen político, insertado en la legalidad democrática,
que sin salirse de esta legalidad degrada considerablemente la calidad de la misma.
Hay que resaltar que Hitler llega al poder por medio de elecciones libres, hecho que fue destacado por
Carl Schmitt como el triunfo de una revolución legal.
De este modo el concepto de dictadura constitucional no puede considerarse opuesto a la existencia de
elecciones libres. Se trata de una degradación de la democracia, sin caer en una ideología totalitaria, por
lo que hay que distinguir este concepto de la dictadura clásica.
La dictadura constitucional del siglo XXI conserva rasgos de la del siglo XX, pero introduciendo nuevas
modalidades. El ejercicio del poder en la actualidad sigue convirtiendo todo adversario en enemigo,
denigrándolo permanentemente, para garantizar la continuidad del poder, se destaca la “amenaza” que
significaría la victoria de la oposición. Coexiste una legalidad democrática reducida con la apelación a la
democracia plebiscitaría. Se pretende establecer que solo hay un camino y un pensamiento único. No se
toleran límites, los procedimientos democráticos son menospreciados, se excluye a la minoría. Se
consolida un Estado patrimonialista, controlado por una persona o un partido, se confunde lo público y lo
privado, y se constituye una tiranía de la mayoría carente de control y contrapesos.
Otra de sus modalidades reside en el control de la opinión pública con una ciudadanía desinformada. Se
altera la equidad del proceso electoral, desnaturalizando el principio de un ciudadano un voto. De este
modo se pone en juego la alternancia del poder y se garantiza la continuidad.
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Como ha señalado Farred Zakaria: “La tendencia que muestran los gobiernos democráticos a creer que
posen una soberanía absoluta( es decir: un poder absoluto), puede provocar la centralización de la
autoridad, a menudo por medios extraconstitucionales y resultados desalentadores. Al final acabamos
con algo parecido a una dictadura, aunque tenga una mayor legitimidad”. (1)
George Agamben, va todavía más lejos, cuando advierte: “La creación deliberada de un Estado de
excepción permanente (aunque eventualmente no declarado en sentido técnico) ha pasado a ser una de
las practicas esenciales de los Estados contemporáneos, incluidos los denominados democráticos. “ (2)
La existencia de esta grave amenaza nos obliga a trascender la visión reduccionista de la democracia,
como la entiende Samuel Huntington, al considerar que esta se basa únicamente en “ las elecciones
abiertas, libres y equitativas, constituye la esencia de la democracia, el ineludible sine qua non “.
Amartya Sen, por el contrario, refuta ese reduccionismo, alertándonos cuando nos dice: “En efecto
muchos dictadores en el mundo han conseguido enormes victorias electorales sin coacción abierta sobre
el proceso de votación, a través de la supresión de la discusión pública y la libertad de información y de la
generación de un clima de miedo y ansiedad”.
SUPERVICENCIA DE LOS PARTIDOS TRADICIONALES
En este punto tengo que hacer un mea culpa. Creo que Octavio Paz, tuvo mucha razón cuando dijo que en
América Latina los sociólogos se habían equivocado más que los astrólogos.
Ciertamente, mucho de nosotros -dentro de los que me incluyo-, desde los inicios de los 80 pensamos que
el sistema de partidos tradicionales colapsaría o entraría en un proceso de desaparición.
El caso dominicano habría que diferenciarlo de otras transiciones de América Latina, como la venezolana,
la ecuatoriana y la peruana, donde si hubo un colapso de los partidos. Por el contrario, nuestro sistema se
parece más al mexicano y al chileno, donde se ha producido una continuidad y vigencia de los partidos
tradicionales a lo largo de la transición.
El estudio del Barómetro de las Américas de 2008, establece que la República Dominicana encabeza la
lista de los países con mayor simpatía por los partidos políticos, alcanzando estos un 70% de aceptación.
Leonel Fernández, desde 2008, inicia una profunda transformación en el PLD combinando dos formas de
legitimidad: la carismática y la racional, conformando un partido corporación donde lo político y lo
económico se fusionan. Utiliza las herramientas de la política del siglo XXI, se inserta en la democracia de
competencia, donde lo importante es ganar cada elección. De ahí su impactante frase en las elecciones de
1966 de que “todos los votos son buenos.”
En esta corporación política, la corrupción pasa a ser el eje que engrasa la maquinaria, que potencia la
incondicionalidad al liderazgo único.
Este proceso se inicia en 1998, cuando pone en manos de Diandino Peña una concentración
impresionante de la inversión publica. De 1998 al 2000, este importante funcionario manejo el 75% de
dicha inversión desde la Secretaria de Obras Publicas, adquiriendo una sólida base para el financiamiento
político al desarrollar las primeras formas de control social a través del PEME, para constituir una masa
clientelar. En ese momento podemos encontrar la fórmula para consolidar un mercado electoral cautivo.
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El transfuguismo se convierte en un arma poderosa de acción política a través del reparto de cargos,
contratos y servicios públicos.
En las elecciones de 2008 y 2010, el patrimonialismo populista es un instrumento poderoso para avasallar
cualquier forma de oposición. La propaganda política alcanza una gigantesca y desproporcionada
inversión, a lo que se agrega la existencia de una Junta Central Electoral sumisa, controlada por un
militante del partido oficial.
Se diseña una estrategia para la absorción acelerada del Partido Reformista, donde con un cálculo
matemático, basado en los desequilibrios del proceso electoral, se obtiene fácilmente la una mayoría en
el Congreso y los ayuntamientos para iniciar una tirania de la mayoría, proceso que culmina con la
Constitución de enero de 2010. Se así inicio a la dictadura constitucional con la combinación de una
mayoría mecánica y los dispositivos centralizadores y antidemocráticos, que facilitan el control de las
principales instancias del Estado y la exclusión de la oposición y la sociedad de las decisiones públicas
fundamentales.
El caso BANINTER fue aprovechado ventajosamente por Leonel Fernández de varias formas: se fortalece
el partido corporación frente a los grupos económicos, al recuperarse la vieja idea de la izquierda de que
todos los males del capitalismo se deben a los empresarios y, por otra parte, llevando a los empresarios
del fraude bancario a la cárcel. Se infunde un profundo temor en los sectores económicos al dejar claro
que la impunidad solo puede existir para los políticos, pero no para los empresarios. Al mismo tiempo, el
partido corporación se apropia ventajosamente del botín de BANINTER para penetrar en sectores claves
de la economía. Este momento será clave para establecer una relación de alianza y subordinación con
viejos y nuevos grupos económicos de la sociedad.
Una vez consolidada la dictadura constitucional con las modalidades referidas, logra atravesar sin
dificultades la importante ola de protestas sociales que se suceden del 2008 al 2010. Esto es facilitado por
el paralelismo entre el movimiento social de la oposición que fomenta la antipolitica en una amplia franja
de la sociedad, con un rechazo a la cultura democrática, que implica aceptar los mecanismos electorales
de representación y el ejercicio de una actitud tolerante y negociadora entre los diferentes actores
sociales y políticos. La conclusión de este proceso devino en muchas protestas y pocos cambios; se
diluyeron fácilmente las luchas contra el retroceso constitucional, el 4%, las protestas barriales y
provinciales, quedando ahogadas en la decepción y la apatía.
La crisis económica y financiera de 2008 facilitó aún más la consolidación de la dictadura de Leonel
Fernández, como ha establecido Alain Touraine, en su último libro, cuando enfatiza: “una crisis económica
o financiera como la de 1929 o la que estamos viviendo entierra los actores, sus conflictos y las formas de
mediación y arbitraje”.
La crisis económica actual no solo ha producido un gran agujero económico en nuestra sociedad; desata
al mismo tiempo una gran sensación de impotencia e incapacidad en la población ante la posibilidad de
perder lo poco que se tiene. Estamos inmersos en una economía del miedo, como la ha definido el
economista español Joaquín Estefanía.
En este contexto, el PRD ha logrado consolidarse como el principal partido popular de la sociedad
dominicana, no obstante su gran error de apoyar la Constitución de 2010. Hoy ha repuntado más allá de
su tradicional voto duro. La encuesta Greenberg, destaca que en estas elecciones hay un electorado
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polarizado y que el PRD ha logrado conquistar un 7% de los electores que antes lo hacían por Leonel
Fernández, colocándose en un 48% de las preferencias del electorado.
Lo anterior demuestra que el PRD sigue siendo una esponja sensible y heterogénea, mezcla de orden y
desorden, si bien es menos caótico de lo que a primera vista pudiera percibirse. El PRD refleja y conserva
todavía la tensión entre la política y la calle, con la soberanía de los principales recuerdos y lugares de
nuestra memoria colectiva, como forma histórica de resistencia política. No obstante sus prácticas
clientelistas siguen fuertemente enclavadas en una dirigencia que pone resistencias a la renovación,
dificultando la relación con otros actores políticos y sociales. Fuertemente amenazado por la tendencia
de Leonel Fernández a concebir a su adversario como un enemigo que siempre hay que destruir, los
vínculos del PLD con Miguel Vargas podrían potenciar esta situación, sobre todo si el PRD no logra ganar
las próximas elecciones.
EL PACTO DEMOCRÁTICO ANTE LA ENCRUCIJADA ELECTORAL
La tensión que vive la oposición y la sociedad en estas elecciones determina la necesidad de concertar un
pacto democrático. Esta encrucijada electoral debe colocar al PRD en un plano menos triunfalista, que le
facilite acercarse a la sociedad civil, aceptando una coalición sobre la base de los grandes consensos
reclamados insistentemente por una gran parte de la sociedad como son: la lucha contra la corrupción y
la impunidad, la seguridad ciudadana, la reforma política y electoral y el desarrollo de una economía
próspera con equidad.
El PRD debe entender necesariamente que para ganar las elecciones debe conquistar el nicho de la
antipolitica, compuesto por un 2% de los indecisos ( según la Gallup y la Greenberg), que rechaza la
política y los políticos. Para lograrlo, tendrá que ofrecer signos claros de una intención cierta de que se
alejara del conservadurismo y el clientelismo del pasado.
Por su parte, la sociedad civil tiene que evaluar que estas elecciones no solo representan un cambio de
gobierno, sino el cambio de un régimen político, que pasa necesariamente por derrotar la dictadura
constitucional para potenciar nuestra democracia.
La fuerte carga de antipolítica de la sociedad civil debe ceder ante la comprensión de que la política es
razón, pero también interés y conflicto. En la sociedad democrática la política no puede ser un medio para
conseguir objetivos al margen de las circunstancias reales, fuera de las lógicas institucionales o sin tener
en cuenta a los demás; cual sueño o conquista política no es realizable sin la colaboración con otros.
Los pactos y las alianzas son el reconocimiento necesario de los otros, pero para esto hay que atravesar el
mar de fondo y las tormentas de la política real, aunque sin perder de vista el terreno que se pisa ni la
coexistencia entre el ideal democrático y la política real.
La encrucijada electoral que se avecina nos coloca en la disyuntiva de elegir entre la critica testimonial,
que evita todo roce con la participación política prefiriendo mantenerse en el mundo fantasioso de los
nobles ideales y de la verdad absoluta o la marginación de la política real, y la competencia democrática.
Uno de los síntomas de la mala calidad de nuestro espacio público se debe también a la creciente
influencia de grupos y personas que no quieren entender la lógica real de la política, y prefieren practicar
de forma insistente la despolitización.
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El pacto democrático se constituye en una confianza limitada y revocable, sustentada en el cumplimiento
de sus objetivos originales. De modo que la concertación de una alianza entre el PRD y grupos y personas
de la sociedad de ningún modo implica conferirle un cheque en blanco a este partido.
La regeneración democrática de nuestro sistema político implica consolidar una alianza en las próximas
elecciones, marcando un horizonte que pueda trascender esta coyuntura, para insertarse en el mediano
plazo con un proceso de sostenibilidad para proponer un referéndum que retome los argumentos de la
lucha contra el retroceso constitucional con una visión renovada e incluyente, que permita romper el
paralelismo entre la política y el movimiento social.
Como sostiene Daniel Inneraty: “Hoy en las sociedades más complejas, constatamos que la voluntad
general solo puede ser el resultado de un compromiso entre diferentes.”
Desmontar la dictadura constitucional del Leonel Fernández y el PLD implica que hay que participar en
política, entendiendo los retos y complejidades de esta coyuntura electoral. Conformando un amplio
movimiento social entre actores políticos y sociales disimiles que se proponga desde ahora una visión
estratégica para en las elecciones de 2016, que serán congresionales, municipales y presidenciales, para
desmontar la mayoría mecánica que controla todas las instancias de la vida pública y asfixia nuestra vida
democrática. De lo contrario, podríamos estar condenados a la pesadilla nietzscheana del eterno retorno
de lo mismo.
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