EL CONCEPTO DE AMOR EN LA PRIMERA CARTA A LOS

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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
EL CONCEPTO DE AMOR EN LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS
CAPÍTULO TRECE
CARLOS ANTONIO CADAVID SÁNCHEZ
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE PEREIRA
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y DE LA EDUCACIÓN
PROGRAMA LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA
MAYO 30 DE 2011
1
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
EL CONCEPTO DE AMOR EN LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS
CAPÍTULO TRECE
PRESENTADO POR CARLOS ANTONIO CADAVID SÁNCHEZ
LINEA DE INVESTIGACIÓN
EL FENÓMENO RELIGIOSO
DIRECTOR DE TESIS
OLGA PATRICIA BONILLA BOHÓRQUEZ
DIRECTORA CENTRO DE INVESTIGACIÓN E INNOVACIÓN
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE PEREIRA
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y DE LA EDUCACIÓN
PROGRAMA LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA
MAYO 30 DE 2011
2
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
TABLA DE CONTENIDO
RESUMEN
5
INTRODUCCIÓN
7
1.
PLANTEAMIENTO DE LA PREGUNTA
8
2.
OBJETIVO GENERAL
8
2.1 OBJETIVOS ESPECÍFICOS
3.
8
ANTECEDENTES
8
4. JUSTIFICACIÓN
10
5. MARCO TEÓRICO
11
5.1. TEXTO BÍBLICO 1 COR 13
11
5.2 DEFINICIÓN TEÓRICA DE AGAPE O AMOR
12
5.2.1 Ágape (amor)
12
5.2.2. El Amor Natural
13
5.2.3. El Amor es Fuente de Felicidad
14
5.2.4. El Amor Egoísta
14
6. ESQUEMA GENERAL DE LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS
17
6.1 INTRODUCCIÓN
17
6.2. LA IGLESIA DE CORINTO
17
6.3. OCASIÓN DE LA CARTA
18
6.4. ESTRUCTURA O PLAN GENERAL DE LA CARTA
20
7. ALGUNAS PERSPECTIVAS DOCTRINALES DE LA CARTA
21
8. CAPITULO 13, 1-13 DE LA CARTA A LOS CORINTIOS
26
8.1. EL MAYOR DE LOS CARISMAS: EL AMOR.
26
3
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
8.2 ¿QUÉ SE ENTIENDE POR AMOR-ÁGAPE?
27
8.3. DIVISIÓN DEL HIMNO A LA CARIDAD
28
9. CONCLUSIONES
35
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
36
4
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
ABSTRACT
RESUMEN
The question arises to wanted to
understand the term love when the
apostle in its letter puts him so many
adjectives to indicate that this love is
not a love any but a special love. In
this investigative exercise itself
evidence the difference of three
concepts that appear in the Bible to
speak of love. The first phileo, that is
used to speak of a love of friendship,
the second is Eros for speak of the
erotic love, and the third, the banquet
for speak of the love of God that is the
one that is going to utilize the apostle
Pablo in its letter to the Corinthians.
El presente trabajo tiene como
titulo ¨el concepto de amor en la
primera carta a los corintios capitulo
trece¨.
La pregunta surge de querer
comprender el término amor cuando
el apóstol en su carta le pone tantos
adjetivos para indicar que este amor
no es un amor cualquiera sino un
amor especial. En este ejercicio
investigativo
se
evidencia
la
diferencia de tres conceptos que
aparecen en la biblia para hablar de
amor. El primer termino phileo, que
se usa para hablar de un amor de
amistad, el segundo termino es eros
para hablar del amor erótico, y el
tercero, el ágape para hablar del
amor de Dios que es el que va a
utilizar el apóstol Pablo en su carta a
los corintios.
The methodological design is
supported since the investigation of
type hermeneutic since an approach
contextual of the existing theories
about the theme with a support in the
sacred
writings
and
personal
reflection from all the biblical studies
that have carried out.
El diseño metodológico se
sustenta desde la investigación de
tipo
hermenéutico
desde
un
acercamiento contextual de las
teorías existentes acerca del tema
con un apoyo en las sagradas
escrituras y reflexión personal a partir
de todos los estudios bíblicos que he
realizado.
Key
Words:
Charisma,
Banquet, Eros, Phileo, Eucharist,
Resurrection.
Descriptores: Carisma, Ágape,
Eros,
Phileo,
Eucaristía,
Resurrección.
5
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
6
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo está dentro del campo de investigación bíblica.
Corresponde al deseo de comprender mejor el significado del amor planteado en
la primera carta a los corintios y diferenciarlos de otros conceptos presentes en la
Palabra de Dios como el concepto de amor que se expresa con las palabras eros
ágape y phileo.
El trabajo cuenta con tres momentos importantes, una primera parte plantea
los diferentes conceptos de amor que encontramos en la Palabra de Dios, un
segundo momento es una puesta en contexto de la carta a los corintios donde se
presenta la estructura de la carta, el objetivo de la carta y un conocimiento de la
situación que vivía la comunidad de Corinto a quienes dirige la carta y un tercer
momento abordar el tema de los carismas que plantea San Pablo ya que nos
ayuda a comprender mejor el tema del amor que es el mayor de los carismas
según lo narra en el capitulo trece de su primera carta a los corintios.
Los trabajos más relevantes que aparecen sobre el tema a tratar son los de
San Jerónimo en el que se hace una interpretación exegética de cada una de los
versículos del capítulo trece de la carta a los corintios. También está el de
BOVER, José M. teología de San Pablo. Cuarta edición. B.A.C Madrid que habla
de los carismas y entre ellos el que habla de la caridad o amor como el carisma
más grande.
Sus contribuciones han sido importantes en cuanto que han ayudado a
acercarnos a la comprensión desde la exégesis bíblica a entender qué es el amor
como carisma que Dios regala al hombre.
La metodología del trabajo consistió en una búsqueda de antecedentes
sobre el tema en los grandes Biblistas, así como una delimitación del materia a
emplear, se prosiguió a hacer un lectura de cada uno de los pasajes que tenían
que ver directamente con el tema, para luego hacer una análisis e interpretación
de dicho contenido.
Después de tener todo el material listos se procede a la redacción tratando
de no perder de vista el objetivo a alcanzar, la comprensión del concepto de amor
en la carta a los corintios capitulo 13.
7
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
1. PLANTEAMIENTO DE LA PREGUNTA
¿Cuál es el concepto del amor en la 1ª carta a los corintios capitulo trece?
2. OBJETIVO GENERAL
Comprender el significado del amor en la primera carta a los corintios
capitulo 13.
2.1 OBJETIVOS ESPECÍFICOS
Identificar el concepto del amor en la 1° carta a los Corintios.
Comprender los carismas para entender el mayor de ellos el amor.
Diferenciar el concepto de amor de la carta a los corintios con los otros
conceptos de amor en la Palabra de Dios.
3. ANTECEDENTES
BROWN. Ramón. E. FITZMYER. A. Joseph. Murphy Roland. E. Nuevo
comentario de San Jerónimo. Ed. Verbo Divino.
BROWN. Raimon. E. FITZMYER. A. Joseph. Murphy Roland. E. comentario
Bíblico de San Jerónimo. Ediciones cristiandad Tomo IV. Madrid 1971.
BOSCH. Jordi Sánchez. Escritos paulinos, segunda edición. Editorial Verbo
Divino, Estella Navarra. 1999.
BOVER, José M. teología de San Pablo. Cuarta edición. B.A.C Madrid 1966.
R. FARNER, William. Comentario bíblico internacional. Editorial Verbo Divino.
Estella Navarra. 1999.
STRAUBINGER, Juan, Mons. Dr. Las cartas de San Pablo. Ediciones ALDU
PEUSER. S.A Buenos Aires 1947.
8
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
WALTER Eugen. La primera carta a los corintios. Editorial Herder. Barcelona,
1977.
MARIN, Royo Antonio. Teología de la caridad. Segunda edición. B.A.C
Madrid 1963.
BIBL.: BOYLAN E., El amor supremo, Rialp, Madrid 19633;
BUBER M., Yo y Tú, Nueva Visión, Buenos Aires 1974;
BUSCAGLIA L., Amor. Ser persona, Plaza & Janés, Barcelona 1995
KRINGS ET ALIA, Conceptos Fundamentales de Filosofía I, Herder, Barcelona
1977.
MARION J. L. (1970). Antropología Metafísica. Madrid: Revista de Occidente.
ORTEGA Y GASSET J. (1993). Prolegómenos a la Caridad. Caparrós, Madrid:
Estudios sobre el amor, Salvat, Estella 1985.
ZUBIRI, X. (1959). Naturaleza, Historia, Dios. Madrid: Editora Nacional.
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.
MISA DOMINICAL 1989, ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 173 s
A. R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.
9
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
4. JUSTIFICACIÓN
El presente trabajo de investigación surge a raíz de la observación en
distintos sectores de la sociedad que siempre hablan del amor como algo esencial
en la vida, pero que al juzgar por sus comportamientos no son consecuentes con
lo que se entendería por amor. Ejemplo de ello es que a diario se evidencia en las
noticias casos tan extraños como estos: la mató porque no soporto que lo dejara.
Se suicido porque la amaba. Crimen pasional. Abandono a su hijo recién nacido
porque no tenía con que alimentarlo. En nombre del amor se comenten muchas
atrocidades.
Y si hablamos en cuestión de fe encontramos un panorama no menos
desolador, a diario escuchamos frases como yo amo a Dios. Ama a Dios pero
secuestra, ama a Dios y vive en desobediencia a él. Ama a Dios y no lleva una
vida espiritual digna. Ama a Dios y no se comporta bien con su prójimo. Ama a
Dios y no vive como Jesucristo le ordenó.
Esto me llevó a querer comprender qué es lo que desde la carta de San
Pablo a los corintios indica con el término amor.
El trabajo hará posible comprender que es el amor en sentido estrictamente
cristiano. Llevará a diferencia los distintos conceptos de amor que encontramos en
la palabra de Dios como el amor eros, el amor agape y el amor phileo.
El campo de aplicación de este trabajo está pensado para todos los
estamentos de la sociedad que quieran madurar en la experiencia del amor
cristiano, en especial a todas las personas que estén iniciados en un camino de
crecimiento espiritual y en especial a aquellos fieles que puedan tener una relación
directa con las comunidades que yo lidere, y que lideren aquellos que haciendo
uso de este trabajo lo quieran compartir con sus comunidades.
Este trabajo es un pequeño aporte a la comprensión de tantos otros temas
que la Palabra de Dios propone a los hombres de buena voluntad. Teniendo en
cuenta que este trabajo toca la esencia misma de la Palabra de Dios ya que
Jesucristo mismo indico que quien cumple el mandamiento del amor vive la
totalidad de la palabra, y el mismo apóstol San Juan va a decir que Dios es amor.
Este trabajo ilumina el mismo quehacer de la iglesia y de la humanidad porque la
iglesia existe para anunciar la Buena Nueva, y la buena noticia es que Dios no
amó hasta el extremo de entregar su vida por nosotros y de la misma manera
debemos amarnos los unos a los otros como él nos ha amado.
10
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
La importancia del presente trabajo radica en que como términos muy
sencillos hace comprensible qué es el amor, y en especial para aquellos que
quieren amar de verdad como Cristo nos enseñó.
Ayudará a que quienes acogiéndose a lo que es el amor puedan cambiar sus
comportamientos muchas veces violento. Será un aporte para la paz de nuestro
país.
5. MARCO TEÓRICO
5.1. TEXTO BÍBLICO 1 COR 13
“Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta
amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios - el saber más
elevado -, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta amor
nada soy.
Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para
recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve.
El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta
ni se infla.
No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida
lo malo.
No se alegra de lo injusto, sino que se goza de la verdad.
Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo.
El amor nunca pasará. Las profecías perderán su razón de ser, callarán las
lenguas y ya no servirá el saber más elevado.
Porque este saber queda muy imperfecto, y nuestras profecías son también algo
muy limitado; y cuando llegue lo perfecto, lo que es limitado desaparecerá.
11
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
Cuando era niño, hablaba como niño, pensaba y razonaba como niño. Pero
cuando me hice hombre, dejé de lado las cosas de niño.
Así también en el momento presente vemos las cosas como en un mal espejo y
hay que adivinarlas, pero entonces las vemos cara a cara. Ahora conozco en
parte, pero entonces conoceré como soy conocido.
Ahora, pues, son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de
estas tres es el amor”.
5.2 DEFINICIÓN TEÓRICA DE AGAPE O AMOR
5.2.1 Ágape (amor)
En el griego, de donde procede, indica el amor gratuito, la caridad, la fraternidad, y
se contrapone al eros (= pasión). Entre los primeros cristianos significaba la cena
fraterna que precedía a la eucaristía, costumbre testimoniada por Pablo en 1 Cor
11, 17-34. En la carta de Judas 12 parece identificarse con la celebración
eucarística. La cena fraterna se separó de la eucaristía hacia finales del s. 1 como
se atestigua en la carta de Plinio a Trajano y Justino (1 Apol. 65). Un recuerdo de
esta primitiva agape-eucaristía se encuentra en el s. v, como atestigua san
Agustín (Ep. 54,7) cuando habla de una comida permitida en la cena del jueves
santo en África.
El vocabulario del amor: Los términos amor, amar son las palabras más
comunes hoy día. No hay nadie en la tierra que no haya realizado o no realice la
experiencia de la realidad significada por estos vocablos. El deseo más profundo
de la persona es amar. El hombre crece, se realiza y encuentra la felicidad en el
amor; el fin de su existencia es amar.
El amor es una realidad divina: ¡Dios es amor! El hombre recibe una chispa
de fuego celestial y alcanza el objetivo de su vida si consigue que no se apague
nunca la llama del amor, reavivándola cada vez más al desarrollar su capacidad
de amar. El amor es uno de los elementos primarios de la vida, el aspecto
dominante que caracteriza a Dios y al hombre.
Un tema tan fundamental para la existencia no podía estar ausente en la
Biblia. La Biblia, que recoge y describe la historia de la salvación, reserva un lugar
12
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
de primer plano al amor, describiéndolo con toda la gama de sus manifestaciones,
desde la vertiginosa caridad del Padre celestial hasta las expresiones del amor
humano en la amistad, en el don de sí. En efecto, la Sagrada Escritura narra cómo
amó Dios al mundo y hasta qué punto se manifestó a sí mismo como amor;
además, muestra cómo reaccionó el hombre ante tanta caridad divina y cómo vivió
el amor. Así, la Biblia puede definirse justamente como el libro del amor de Dios y
del hombre.
La Biblia utiliza varios términos para expresar esta realidad del amor. El
grupo de voces empleadas con mayor frecuencia en la traducción griega de los
LXX y en el NT está representado por agápé/agapán/agapétós; pero también se
usan con cierta frecuencia los sinónimos philein/philia/phílos. Raramente
encontramos en los LXX los vocablos eros/ erásthai/erastés, que desconocen los
autores neo testamentarios, probablemente porque estos últimos términos indican
a menudo el amor erótico (cf Prov 7,18; 30,16; Os 2,5.7s, etcétera).
La raíz hebrea que está en el origen de este vocabulario del amor es sobre
todo áhab, con su derivado áhabah (amor). También conviene mencionar el
término raham, que indica el amor compasivo y misericordioso, sobre todo Dios
con sus criaturas. Finalmente, no hay que omitir en este examen el sustantivo
hesed, que los LXX suelen traducir por el término éleos, y que significa de hecho
el amor benévolo, especialmente entre personas ligadas por un pacto sagrado.
5.2.2. El Amor Natural
La Biblia es un cántico del amor de Dios a sus criaturas y de manera especial a su
pueblo; pero no ignora el amor del hombre en sus múltiples expresiones naturales
y religiosas. En la Sagrada Escritura encontramos una interesante presentación
del amor humano, que evidentemente no está separado de Dios y de su Palabra, y
que por tanto no puede ser considerado siempre como simplemente profano; pero
este amor es vivido con sus manifestaciones de la existencia en la esfera natural,
como la familia, la amistad, la solidaridad, aun cuando estas realidades sean
consideradas como sagradas. Además, la Biblia habla también del amor egoísta,
con sus manifestaciones eróticas. Así pues por necesidad de una mayor claridad
en nuestra exposición podemos y debemos distinguir entre el amor religioso o
sobrenatural y el amor simplemente natural.
13
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
5.2.3. El Amor es Fuente de Felicidad
El Qohélet, expresión de la sabiduría humana que ha conseguido domeñar las
pasiones, presenta el amor natural con cierto despego, considerándolo como uno
de los momentos importantes y una de las expresiones vitales de la existencia
junto con el nacimiento y la muerte (Qo 3,8), para mostrar que todo es vanidad
(Qo 1,2ss) y que en el fondo el hombre no conoce, esto es, no realiza la
experiencia profunda ni del amor ni del odio (Qo 9,1.6).
No todos los autores del AT, sin embargo, resultan tan pesimistas; más
aún, algunos sabios presentan el amor como fuente de gozo y de felicidad. La
siguiente sentencia sapiencial es muy significativa a este propósito: "Más vale una
ración de verduras con amor que buey cebado con odio" (Prov 15,17). El secreto
de la felicidad humana radica en el amor, y no en la abundancia de bienes, en la
riqueza o en el poder; por esta razón se declara bienaventurados a aquellos que
mueren en el amor (Si 48,11).
5.2.4. El Amor Egoísta
Pero no todas las manifestaciones concretas del amor humano llevan consigo
gozo y felicidad, puesto que no siempre se trata de la actitud nobilísima de la
apertura y del don de sí a otra persona; algunas veces los términos examinados
indican placer, erotismo, pasión carnal, y por tanto egoísmo.
La Biblia conoce, igualmente, estas expresiones del amor humano.
a) Amor a la comida, al dinero, a los placeres. En la historia de los patriarcas,
cuando se describe la escena de la bendición de Jacob por parte de su padre, se
habla varias veces del plato sabroso de carne, amado por Isaac (Gén 27,4.9.14).
En otros pasajes bíblicos se alude al amor al dinero. El profeta Isaías denuncia la
corrupción de los jefes de Jerusalén, puesto que aman los regalos y corren tras las
recompensas, cometiendo por ello abominaciones e injusticias (Is 1,23). Qohélet
estigmatiza el hambre insaciable de dinero y de riquezas: el que ama esas
realidades, nunca se ve pagado (Qo 5,9). El sabio anónimo del libro de los
14
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
Proverbios sentencia: "Estará en la miseria el que ama el placer, el que ama el
vino y los perfumes no se enriquecerá" (Prov 21,17). Por su parte, el Sirácida
declara que el amor al oro es fuente de injusticia, y por tanto de perdición (Si
31,5).
b) Amor al sexo o amor sexual. En el AT no sólo encontramos un lenguaje
rico y variado sobre el amor sexual, sino que se describen escenas de amor carnal
y pasional. En estos casos el amor indica la atracción mutua de los sexos con una
muestra evidente de su aspecto espontáneo e instintivo. No pocas veces, sin
embargo, el vocabulario erótico es utilizado por los profetas en clave religiosa,
para indicar la idolatría del pueblo de Dios.
En la historia de la familia de Jacob no sólo se nos informa de la pasión de
Rubén, que se une sexualmente a una concubina de su padre (Gén 35,22), sino
que se narra detalladamente la escena del enamoramiento de Siquén por Bilhá;
éste raptó y violentó a la hija de Jacob, luego se enamoró de la joven y quiso
casarse con ella; pero los hermanos de Bilhá, para vengar la afrenta, mataron con
una estratagema a todos los varones de aquella ciudad cananea (Gén 34,1-29).
Si la acción de Siquén es considerada como una infamia, ya que fue violada
una doncella de Israel, la pasión de Amnón por su hermanastra Tamar es
realmente abominable. Pero la acción violenta y carnal de Siquén dio origen a un
amor profundo, mientras que en el caso del hijo de David el acto violento contra la
hermana engendró el odio después de la satisfacción sexual, por lo que Tamar fue
echada del tálamo y de la casa después de sufrir la afrenta, a pesar de que le
suplicó al hermano criminal que no cometiera tal infamia, peor aún que la primera
(2Sam 13,1-18). El comportamiento desvergonzado de Amnón constituye uno de
los ejemplos más elocuentes de un amor sexual pasional, sin el más mínimo
elemento espiritual; se trata de un amor no humanizado, expresión únicamente
libidinosa, y por tanto destinado a un desgraciado epílogo.
En la historia de la familia de David el autor sagrado no aprueba los amores
de Salomón por las mujeres extranjeras; no tanto por su aspecto ético, es decir, el
hecho de tener demasiadas mujeres y concubinas (en total, mil mujeres), sino más
bien por las consecuencias religiosas de tales uniones, que fueron causa de
idolatría y de abandono del Señor, el único Dios verdadero (1Re 11,1-13).
En este contexto de amor carnal hay que aludir a la pasión de la mujer de
Putifar; esta egipcia, enamorada locamente de José, guapo de forma y de
aspecto, le tentó varias veces, invitándole a unirse con ella. Ante las sabias
respuestas del joven esclavo, el amor libidinoso se transformó en odio y en
calumnia, por lo que fue la causa del encarcelamiento del casto hebreo (Gén 39,620).
15
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
c) El amor libertino. Los libros sapienciales hablan en más de una ocasión
del amor libertino, presentándolo en toda su fascinación, para invitar a mantenerse
lejos de él, ya que es causa de muerte. La descripción de la seductora, la mujer
infiel; la cortesana astuta y bulliciosa, que invita al joven inexperto a embriagarse
de amor con ella, se presenta como un boceto pictórico de gran valor artístico
(Prov 7,6-27). Esta mujer sale de casa en medio de la noche y, acechando en las
esquinas de la calle, aguarda al incauto, lo atrae hacia sí, lo abraza y le dirige
palabras seductoras: "He ataviado mi lecho con tapices, con finas telas de Egipto;
he perfumado mi cama con mirra, áloe y cinamomo. Ven, embriaguémonos de
amor hasta la mañana, gocemos de la alegría del placer" (Prov 7,16-18). Estas
expresiones acarameladas e insistentes embaucan al joven y lo seducen con la
lisonja de sus labios.
El Sirácida exhorta no solamente a estar en guardia ante los celos por la
mujer amada, sino también a evitar la familiaridad con la mujer licenciosa y con la
mujer ajena; sobre todo invita calurosamente a evitar a las prostitutas y a no
dejarse seducir por la belleza de una mujer, ya que su amor quema como el fuego
(Si 9,1-9).
d) El amor desordenado así mismo y al mundo.
En el NT se pueden observar severas advertencias a ponerse en guardia
ante el amor desordenado a la gloria terrena, al egoísmo, a las ambiciones de este
mundo. Jesús condena la actitud de los hipócritas, que sólo desean el aplauso y la
vanagloria, que realizan obras de justicia con la única finalidad de obtener la
admiración de los otros (Mt 6, 2.5.16). Este amor a la publicidad y a los primeros
puestos es típico de los escribas y de los fariseos (Mt 23,6; Lc 11,43; 20,46).
Todavía parece más severa la condenación del amor al mundo y a sus
concupiscencias, es decir, la carne, la ambición y las riquezas; esta búsqueda
ávida de las realidades mundanas para fomentar el egoísmo impide la adhesión al
Dios del amor: "No améis al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, las pasiones
carnales, el ansia de las cosas y la arrogancia, no provienen del Padre, sino del
mundo" (Jn 2,15-16). El mundo ama y se deleita en esas realidades, expresión del
egoísmo y de las tinieblas (Jn 15,19). Santiago proclama que el amor al mundo y,
particularmente el adulterio, hacen al hombre enemigo de Dios (Sant 4,4). Pablo
deplora que Demas lo haya abandonado por amor al siglo presente, o sea, al
mundo (2Tim 4,10). El que se deja seducir por el mundo, expresión de la
iniquidad, se encamina hacia la perdición, ya que no ha acogido el amor a la
verdad, es decir, la palabra del evangelio (2Tes 2,10). El autor de la segunda carta
de Pedro presenta a los falsos profetas esclavos de la carne, sucios e inmersos en
16
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
el placer (2Pe 2,13). Estas personas egoístas serán excluidas de la Jerusalén
celestial, es decir, del reino de la gloria divina (Ap 22,15).
En los evangelios Jesús invita a sus discípulos a guardarse del peligro del
amor exagerado a la propia persona: el que pone su vida en primer lugar y la
considera como el bien supremo que hay que salvaguardar a toda costa, aunque
sea en contra de Cristo y de su palabra, ése está buscando su propia ruina: "El
que ama su vida la perderá; y el que odia su vida en este mundo la conservará
para la vida eterna" (Jn 12,25). Para salvar la propia vida hay que estar dispuestos
a perderla en esta tierra por el Hijo de Dios y por su evangelio (Mt 8,35 y par). Los
mártires de Cristo han hecho esta opción, y por eso viven en la gloria de Dios (Ap
12,1 l).
6. ESQUEMA GENERAL DE LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS
6.1 INTRODUCCIÓN
6.2. LA IGLESIA DE CORINTO
La carta está escrita “a la iglesia de Dios en Corinto” (1:2). Era Corinto a la
sazón una de las ciudades más importantes del imperio romano. Situada en el
istmo que une a Grecia con el Peloponeso, tenía doble puerto, uno mirando
hacia Oriente (Cencreas), en el mar Egeo, y otro mirando hacia Occidente
(Lequeo), en el mar Jónico, con un extraordinario movimiento comercial. Se
calcula que el número de sus habitantes sobrepasaba el medio millón. Otros
datos sobre esta ciudad ya los indicamos al comentar Act 18:1. Allí hablamos
también de su corrupción, que se había hecho proverbial en el mundo antiguo.
San Pablo fundó esta cristiandad en su segundo viaje misional (50-53),
llegando probablemente a Corinto a principios del año 51 o quizás fines del 50, y
permaneciendo allí hasta fines del 52, aproximadamente dos años (cf. Act
18:11.18). De las vicisitudes de esta fundación habla San Lucas en Act 18:1-18,
a cuyo comentario remitimos. Parece que el Apóstol sufrió allí muchos
sinsabores y persecuciones, tales que el mismo Jesús, apareciéndosele en
visión, hubo de animarle diciendo: “No temas, sino habla y no calles; yo estoy
contigo y nadie se atreverá a hacerte mal, porque tengo yo en esta ciudad un
pueblo numeroso” (Act 18:9-10). De hecho, la comunidad cristiana de Corinto,
17
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
con grupos también fuera de la capital (cf. 2 Cor 1:1; 11, 10), debió de ser de las
más numerosas entre las fundadas por el Apóstol, a juzgar por los datos que el
mismo Apóstol nos suministra en sus dos cartas. Parece que predominaba
completamente el elemento gentil sobre el judío (cf. 1 Cor 12:2; Act 18:6-8), y,
en su inmensa mayoría, los convertidos eran de condición humilde (cf. 1 Cor
1:26-29), aunque no faltasen algunos de buena posición (cf. 1 Cor 1:16; 11:1734). El elemento femenino debía de ser bastante importante (cf. 11:1-16; 14:3436). Al año, más o menos, de haber dejado San Pablo a Corinto, llegó allí Apolo,
judío alejandrino muy versado en la Sagrada Escritura, que continuó la
evangelización comenzada por Pablo (cf. Act 18:27-28; 1 Cor 3:4-6). Algún
tiempo después, no podemos concretar cuánto, regresó a Éfeso, donde se juntó
con San Pablo (cf. 1 Cor 16:12). Es probable que, a no mucha distancia de
Apolo, llegasen también a Corinto otros evangelizadores, judíos palestinenses
que se habían convertido a la fe, pero cuya ortodoxia doctrinal dejaba mucho
que desear. San Pablo se encara directamente con ellos en los cuatro últimos
capítulos de su segunda carta a los Corintios, llamándoles “falsos apóstoles y
obreros engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo” (2 Cor 11:13). No
está claro, sin embargo, si estos “falsos apóstoles,” de procedencia judía (cf. 2
Cor 11:22), que atacaban descaradamente la persona de Pablo y sus títulos de
apóstol (cf. 2 Cor 10:9-10; 11:5-7; 12:11-13), habían llegado a Corinto antes ya
de escribir el Apóstol su primera carta a los Corintios. Damos como probable
que sí, y que a ellos ha de atribuirse no poca parte en los abusos y divisiones
entre los fieles que San Pablo trata de corregir (cf. 1 Cor 1:10-12; 4:18-19; 9:13). Eso no impide que su acción fuese en un principio menos virulenta contra
Pablo que después.
6.3. OCASIÓN DE LA CARTA
Sabemos que San Pablo escribe esta carta estando en Éfeso, donde
piensa permanecer hasta Pentecostés, para luego ir a Corinto a través de
Macedonia (cf. 1 Cor 16:5-8). Estos datos son definitivos. Evidentemente nos
hallamos en el tercer viaje misional del Apóstol (53-58), y concretamente durante
su estancia en Éfeso (cf. Act 19:1-40), que se prolongó cerca de tres años (cf.
Act 19:8.10.22; 20:31). En ningún otro momento de la vida del Apóstol podrían
encuadrarse. Todo hace suponer, además, que era ya al final de su estancia en
aquella ciudad. Eso pide la expresión “me quedaré hasta Pentecostés” (1 Cor
16:8), y eso dejan entrever otros dos datos: el de que Apolo ha vuelto ya de
Corinto (1 Cor 16:12; cf. Act 19:1), y el de que el Apóstol manda saludos de “las
iglesias de Asia” (1 Cor 16:19), cosa que supone que llevaba ya allí largo tiempo
de evangelización (cf. Act 19:10). Sería, pues, el año 57. La fiesta de
Pentecostés, que el Apóstol toma como punto de referencia, debía de estar
18
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
cerca. Es probable que nos hallemos en plenas fiestas pascuales, con lo que
adquieren más naturalidad las imágenes tomadas de dichas ceremonias con
que el Apóstol describe a los Corintios nuestra renovación espiritual (cf. 1 Cor
5:7-8). También el lenguaje con que les exhorta a renunciarse a sí mismos,
tomándolo de la vida deportiva (cf. 1 Cor 9:24-27), adquiere más vida, si
suponemos que la carta está escrita por esas fechas de primavera, cuando la
ciudad toda de Corinto estaba pendiente de los juegos ístmicos que allí se
celebraban.
La ocasión de la carta puede determinarse con bastante facilidad: noticias,
no del todo buenas, que sobre la comunidad cristiana de Corinto recibe el
Apóstol. Abusos que son necesarios corregir y dudas a las que es preciso
responder. ¿Quién le dio esas noticias?
Sabemos que la comunicación entre Éfeso y Corinto, ciudades entre sí
muy próximas y de gran movimiento comercial, era constante. Es obvio, pues,
suponer que el Apóstol, ya desde el principio de su estancia en Éfeso, tenía
noticias, por uno u otro conducto, de la iglesia de Corinto. De hecho, antes que
la actual, les había escrito ya otra carta, hoy perdida, en la que también trataba
de corregir abusos (cf. 1 Cor 5:9). Incluso hay autores que suponen una rápida
visita del Apóstol a Corinto, que le habría servido de información directa (cf. 1
Cor 16:7; 2 Cor 12:14). Creemos, sin embargo, que esa visita, antes de la actual
primera epístola a los Corintios, debe excluirse, pues la manera de hablar del
Apóstol da claramente a entender que está informado no de modo personal
directo, sino por dicho de otros (cf. 1:1ι; 5,ι; 11:18). Entre los informadores se
cita expresamente a “los de Cloe”, es decir, familiares o criados de Cloe.
También pudo informarle Apolo, que había regresado ya de Corinto (16:12).
Igualmente le informarían Estéfanas, Fortunato y Acaico, especie de
representantes de los corintios, que parece llevaban incluso preguntas concretas
por escrito (cf, 7:1; 16:17-18). Estos, y sin duda otros no nombrados, dan a
Pablo noticias que le producen seria inquietud: existencia de facciones o
partidos dentro de la comunidad (1:1ι), laxitud en materia de impureza, hasta el
punto de que un cristiano vivía escandalosamente con su madrastra sin que la
comunidad tomase ninguna determinación (5:2), pleitos ante tribunales paganos
(6:1), demasiada libertad de las mujeres en las asambleas litúrgicas (11:16;
14:36), conducta poco caritativa de algunos en la celebración de la “cena del
Señor” (Jn 1:20). Le informaron también de ciertas dudas y disputas tocante a
puntos doctrinales, tales como matrimonio y virginidad (7:1), carnes inmoladas a
los ídolos (8:1), uso de los carismas (12:1), resurrección de los muertos (15:12).
Todos estos puntos, abusos y dudas los va tratando Pablo en su carta.
Además de la carta, Pablo ha enviado a Corinto a Timoteo, con el fin de
que les “traiga a la memoria cuáles son sus caminos en Cristo Jesús y cuál su
19
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
enseñanza por doquier en todas las iglesias” (1 Cor 4:17). No está claro si esta
ida de Timoteo a Corinto fue decidida por el Apóstol antes de que pensara en
escribirles la carta, cuya ocasión inmediata habría sido la llegada de Estéfanas y
de sus dos compañeros con preguntas concretas de parte de los corintios, o fue
decidida junto con la carta, escrita precisamente para hacer a Timoteo más fácil
su cometido. Desde luego, San Pablo da claramente a entender que la carta
llegará a Corinto antes que Timoteo (cf. 1 Cor 16:10). Lo más probable es que el
viaje de Timoteo sea un viaje proyectado y decidido antes de la carta, el mismo
a que se alude en Act 19:22 y que incluía no sólo a Corinto, sino también otras
ciudades
6.4. ESTRUCTURA O PLAN GENERAL DE LA CARTA
Se ve claro, que la carta primera a los Corintios no es una carta de tesis,
como lo son la carta a los romanos o la carta a los Gálatas. Los temas tocados
por San Pablo son múltiples y sumamente variados. Abusos de muy diversa
índole que trata de corregir (1-6), y puntos doctrinales que trata de aclarar (715). El tono empleado es el de un padre ofendido, que busca hacer tornar a sus
hijos al recto camino, valiéndose de todos los medios a su alcance, usando a
veces tono severo (cf. 5:5), a veces cariñoso (cf. 4:14), según juzgue convenir
mejor en cada caso.
Damos a continuación el plan general de la carta:
Introducción (1:1-9).
Saludo epistolar (1:1-3) y acción de gracias (1:4-9).
I. Corrección de abusos (1:10-6:20).
a) Los partidos y divisiones entre los fieles (1:10-4:21).
b) El caso del incestuoso (5:1-13).
c) Los pleitos ante tribunales paganos (6:1-11).
d) El pecado de fornicación (6:12-20).
II. Respuesta a consultas de los corintios (7:1-15:58).
a) Matrimonio y virginidad (7:1-40).
b) Carnes sacrificadas a los ídolos (8:1-11:1).
c) Reuniones litúrgicas (11:2-34).
d) Dones carismáticos (12:1-14:40).
e) Resurrección de los muertos (15:1-58).
Epílogo (16:1-24).
Colecta (16:1-4), planes de viaje (16:5-12),
Exhortaciones y saludo final (16:13-24).
20
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
7. ALGUNAS PERSPECTIVAS DOCTRINALES DE LA CARTA
Al pasar de las cartas a los Tesalonicenses, primeros escritos de Pablo, a
las de los Corintios, parece que entramos en un mundo religioso nuevo. Es en
Corinto, ciudad en la que el Apóstol se detuvo por espacio de dos años,
(cf. Act 18:11-18), donde se produce de manera abierta el choque entre el
mensaje escatológico que venía predicando el cristianismo y el pensamiento
religioso de los griegos. Corinto “señala la gran experiencia de la implantación
del cristianismo en almas griegas de tendencias intelectualistas, platónicas y
místicas.”
Como genuinos griegos, los corintios propendían a pensar en términos de
filosofía, no exenta de cierto misticismo, orientando su interés hacia la “gnosis” o
conocimiento, viendo en Pablo y demás apóstoles algo así como jefes de
escuela de una nueva filosofía de carácter religioso. Por lo que hace a la vida
práctica, era muy marcada en ellos la propensión a la libertad e independencia
para juzgar de todo y experimentarlo todo, por encima de los escrúpulos de los
débiles (cf. 6:12-13; 8:1-13). Un punto que se resistían a admitir era el de la
resurrección corporal de los muertos (cf. 15:12), verdad de la que sin duda les
había hablado Pablo durante su estancia entre ellos.
Pues bien, estas tendencias del espíritu griego, que afloran
constantemente en nuestra carta, son las que dan ocasión al Apóstol para
desarrollar su teología poniendo a punto, con carácter universal, la presentación
del mensaje cristiano que venía predicando. Puede decirse, que las cartas a los
Corintios “señalan una encrucijada en la teología paulina.” A esos corintios
demasiado orgullosos por su ciencia (cf. 4:8-10; 8:1-2), les dice que no es en la
“sabiduría” humana (filosofía unida a la elocuencia) donde deben poner su
confianza, pues ésta, más que llevar al conocimiento de Dios, ha engendrado de
hecho la idolatría y el pecado (1:21; cf. Rom 1:18-32) o, lo que viene a ser lo
mismo, se ha convertido en instrumento de los “poderes de este siglo” (2:6-8; cf.
Gal 4:8; Ef. 4:17-19); de ahí que Dios haya decidido salvar a los seres humanos
por la “locura de la cruz” (cf. 1:17-31).
Aquí tenemos la que podemos considerar como idea central de esta carta:
la locura de la cruz. De esta idea Pablo hace derivar consecuencias en todas
direcciones. Comenzará por decir a los corintios que la existencia misma de
divisiones y partidos entre ellos prefiriendo unos a un predicador y otros a otro,
no tiene otra raíz sino que no atiende a cuál es la verdadera naturaleza del
mensaje evangélico (cf. 1:10-13); igual se diga de esa libertad que se arrogan
para juzgar de todo, trátese de los predicadores (cf. 4:1-5) o de las relaciones
21
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
sexuales (cf. 6:12-20) o de la comida de ciertos manjares (cf. 8:8-13). La misma
resurrección de los muertos la apoya Pablo, no en razonamientos de “sabiduría”
humana, sino en nuestra vinculación a Cristo (cf. 15:12-17), del que somos
pertenencia (cf. 1:13; 3:23; 6:15; 7:22-23; 12:27), Y donde se halla el genuino
fundamento de la ética cristiana, que el mismo Pablo llama “ley de Cristo” (cf. 9,
21). En consonancia con esta idea, Pablo hará frecuentes llamamientos a que
se observen las “tradiciones” venidas de Cristo; esto no sólo cuando se trata de
doctrinas que pudiéramos llamar dogmáticas, como en el caso de la
indisolubilidad del matrimonio (cf. 7:10) o de la muerte y resurrección de Cristo
(cf. 15:3:11), sino también cuando se trata de ritos religiosos, como el del modo
de celebrar la cena eucarística (cf. 11:20-25), o simplemente de costumbres que
han venido haciendo ley, como en el caso del velo de las mujeres y de su
silencio en las asambleas litúrgicas (cf. 11:16.14.34). Ni toca a los fieles,
apoyados en “sabiduría” humana, juzgar a los Apóstoles, sino que es Dios quien
los juzgará en función de su fidelidad (cf. 3, 10-15; 4:1-5; 7:25). Es esta
“fidelidad” precisamente la que inserta a los Apóstoles en la tradición que viene
de Cristo.
Tal es, a nuestro juicio, la idea directriz de esta importante carta de Pablo.
Importante, no ya sólo bajo el punto de vista histórico, permitiéndonos formar
una idea bastante completa de cómo era la vida de las primitivas comunidades
cristianas, con sus luces y sus sombras, sino particularmente y sobre todo bajo
el punto de vista doctrinal. El Pablo teólogo aparece aquí perfectamente
hermanado con el Pablo pastor de almas. Son situaciones concretas y casos
particulares los que Pablo ha de resolver, pero lo hace acudiendo a los grandes
principios y poniendo de relieve aspectos esenciales del pensamiento cristiano,
con valor permanente para todos los tiempos.
Los carismas. — Es en esta primera carta a los corintios, de entre todos
sus escritos, donde San Pablo trata con más detención y amplitud el tema de los
carismas. De las dieciséis veces que el término “carisma” (χάπισμα) aparece en
sus cartas, siete lo están en esta primera carta a los corintios: 1:7; 7:7;
12:4.9.28.30.31. Las nueve restantes son: 2 Cor 1:11; Rom 1:11; 5:15.16; 6:23;
11:29; 12:6; 1 Tim 4:14; 2 Tim 1:6.
Si damos una mirada de conjunto a todos estos pasajes, nos daremos
cuenta en seguida de que Pablo toma este término en un sentido muy amplio,
viniendo a equivaler a don gratuito que viene de Dios, trátese de la obra
redentora de Cristo en general (Rom 5, 15-16), o de la vida eterna (Rom 6:23), o
de los privilegios a los israelitas (Rom 11:29), 6 de una protección divina en
medio de peligros (2 Cor 1:11ι), ο de gracia para vivir honestamente en el propio
estado (1 Cor 7:7), o de la gracia concedida a los dirigentes de la comunidad
mediante la imposición de manos (1 Tim 4:14; 2 Tim 1:6). Dentro de este amplio
22
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
marco de “dones gratuitos de Dios,” Pablo se fija de modo particular en esos
“dones” que miran directamente a la propagación del Evangelio y al desarrollo
de la Iglesia, como son todos los relativos a Funciones de ministerio (apóstoles,
profetas, doctores, evangelistas, pastores) y a diversas actividades necesarias
para el buen funcionamiento de una comunidad (enseñanza, obras de
misericordia, exhortación, milagros, etc.). Listas de estos carismas, sin que
Pablo tenga intención de hacer una enumeración completa, las hallamos en: 1
Cor 12:8-10.28-30; Rom 12:6-8; Ef. 4:11. En el texto de Efesios no se emplea el
término “carismas,” pero es claro que se está aludiendo a ellos, igual que en
Corintios y Romanos.
Es precisamente en Corinto donde Pablo hubo de enfrentarse con el
problema pastoral planteado por los carismas. El hecho de los “carismas,” así en
general, no tenía por qué llamar la atención al cristiano. Ya en el Antiguo
Testamento se habla de que la presencia del Espíritu de Dios en el hombre se
manifestaba de varias maneras (cf. Jue 14:19; Re 18:22:28; Ez 3:12), y Joel
anuncia la universalidad de esa efusión en la época mesiánica (Jl 3:1-5; cf. Act
2, 15-21). También Jesucristo, según las narraciones evangélicas, había
prometido esos dones a su Iglesia (cf. Mc 16:17-18), de cuyo cumplimiento son
buena prueba varios pasajes del libro de los Hechos (cf. Act 2:4; 6:8; 8:7; 10:46;
19:6; 21:9). Generalmente la actuación del Espíritu tenía lugar a través de la
razón y de la conciencia humana (cf. Act 6:8; 21:9), pero a veces también por
encima de ellas (Act 19:6; cf. 1 Cor 14:13-14). Parece que en las iglesias
paulinas, al menos en algunas de ellas, como en esta de los corintios, el uso de
los carismas había adquirido tal desarrollo y amplitud que en las asambleas fue
necesario establecer una especie de liturgia para ellos (cf. 1 Cor 14:26-32).
No es necesario decir que Pablo tenía en gran estima los carismas (cf. 1
Tes 5:19-20). Ninguna tesis tan central en su teología como la de la gratuidad de
la bendición divina, y el hecho y experiencia de los “carismas” no era sino una
consecuencia y desarrollo de esa tesis. Pero es obvio suponer que tuviera una
preocupación: la de que los fieles cuidasen de discernir qué “carismas” eran
auténticos y cuáles no (cf. 1 Tes 5:21-22; 2 Tes 2:2). Este problema, a lo que
parece, adquirió especial gravedad entre los cristianos de Corinto, donde las
infiltraciones paganas estaban metiéndose por todas partes: en la celebración
de la eucaristía (cf. 11:18-22), en las concesiones respecto de los idólatras (cf.
10:20-21), en la relajación de costumbres (cf. 5:1-2; 6:12-23), Y parece que
también en la práctica intemperante de “hablar en lenguas” (cf. 13:1; 14:18-23),
mixtificando peligrosamente las cosas bajo el influjo de fenómenos semejantes
en ciertos cultos orgiásticos de los paganos (cf. 12:2-3).
Tal es la ocasión que mueve a Pablo a tratar el tema de los carismas. Y,
como es norma en él, no se queda en simple casuística para aquella situación
23
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
concreta, sino que se eleva a los principios, con la vista puesta sobre todo en
esos “carismas” que miran a la utilidad común, que era de donde podía venir la
desorientación.
Pues bien, ¿cuál es la doctrina que Pablo propone? Su afirmación básica la
podríamos enunciar así: unidad y diversidad de los carismas, es decir, Pablo
afirma que, aunque los carismas son muy diversos (cf. 12:8-10:28-30), todos
vienen del mismo y único Espíritu (cf. 12:11); de ahí su unidad profunda, sin que
pueda haber choque entre ellos. Esta unidad la ve San Pablo, además, en el
hecho de que todos los carismas van dirigidos por el Espíritu hacia el mismo fin,
es decir, a la común utilidad (cf. 12:7), idea que desarrolla maravillosamente
valiéndose de la comparación con el cuerpo humano: al igual que en el cuerpo
humano hay gran variedad de miembros, unos más nobles y otros menos, pero
todos necesarios y en mutua concordia en orden al bien del conjunto, así el
Espíritu otorga diversos carismas a unos y otros individuos en orden a concurrir
todos a la utilidad de la Iglesia, cuerpo de Cristo (cf. 12, 12-30). Todavía añadirá,
como consecuencia de lo anterior, que de entre los carismas debemos aspirar
no a los que puedan parecer más vistosos, sino a los de mayor utilidad en el
plano comunitario (cf. 12:31; 14:13).
Tales son las afirmaciones principales con que Pablo pone de relieve la
naturaleza de los carismas y su importante papel en la vida de la Iglesia. Sin
embargo, falta la segunda parte: ¿cómo discernir los carismas auténticos de los
que no lo son?
Pablo propone primeramente un criterio de carácter general: no será
verdadero “carismático” quien no confiese la soberanía de Cristo (12:3; cf. 8:6).
Considera Pablo que esa confesión es como compendio de toda la fe cristiana y
santo y seña de la ortodoxia. Prácticamente es el mismo criterio de que habla
también San Juan (cf. 1 Jn 4:1-3) y, en el fondo, se equivale con el propuesto ya
en el Antiguo Testamento para discernir a los verdaderos profetas (cf. Dt 13:26). Es claro, sin embargo, que este criterio — perfectamente válido, pues, nada
que se oponga a la verdadera fe puede proceder del Espíritu — no siempre
resultará suficiente. ¿Qué hacer entonces? Poco después habla Pablo del
carisma de “discernimiento de espíritus” (12:10), es decir, que también para esto
pone un “carisma,” pero ¿cómo distinguiremos al que realmente lo tiene?
Pablo no sigue adelante ni vemos que se proponga la cuestión. Sin
embargo, dada su manera de actuar, tomando decisiones también en lo tocante
a los carismas (cf. 1 Cor 14:37-40; 2 Tes 2:2-3; Gal 1:7-8; Fil 3:15), es claro que
él personalmente — y es de creer que lo mismo piense de los demás apóstoles
(cf. 1 Cor 15:1-11; Gal 2:1-9) — se siente con autoridad para juzgar de la
autenticidad de los carismas al menos en forma negativa; es decir, para juzgar
24
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
de los que no lo son. Podríamos, pues, decir que, en realidad, se considera
revestido del carisma de “discernimiento de espíritus.”
Creemos que, dentro del tema de los carismas, este punto es de suma
importancia práctica, por lo que convendrá que nos detengamos un poco en él.
Primeramente tratemos de precisar la terminología, pues no pocas veces el no
hacerlo suele ser causa de ambigüedades y desorientación. En efecto, mientras
en la terminología tradicional solemos llamar “carismas” solamente a esos dones
que el Espíritu, cuando le place, concede a determinados fieles sin mediación
alguna humana, trátese de fieles que desempeñan funciones ministeriales o de
quienes no desempeñan ninguna, en la terminología de Pablo no es así, sino
que, como antes ya dijimos, Pablo toma el término “carisma” en sentido mucho
más amplio, equivalente prácticamente a don del Espíritu, incluyendo ahí, por
consiguiente, también los servicios o ministerios en bien de la Iglesia. Donde los
teólogos, al referirse a los superiores o dirigentes eclesiásticos, han venido
hablando de “gracia de estado,” Pablo habla simplemente de “carisma” (cf. 1 Cor
12:28-30; Rom 12:6-8; Ef. 1:11; 1 Tim 4:14; 2 Tim 1:6), e igualmente habla de
“carisma” (cf. 1 Cor 7:7) donde nosotros según la terminología tradicional
hablaríamos más bien de “gracia sacramental.” Para Pablo son “carismas” no
sólo el don del Espíritu para hacer milagros (gracia especial extraordinaria) o
para consolar (gracia especial nada llamativa), sino también el don del Espíritu
para el recto desempeño de una función eclesiástica: apóstol, profeta, doctor,
obispo, diácono. Ni admite que pueda haber ministerio sin “carisma,” pues el fiel
necesita de ese don o ayuda divina sin la cual nada puede hacer (cf. 1 Cor 3:5; 2
Cor 3, 5-6; 1 Tim 4:14).
Esto supuesto, vengamos ya a nuestra cuestión. Evidentemente, para
Pablo el “apostolado,” de que él se considera investido, es un carisma, como es
un carisma la “profecía” o el “don de lenguas”; pero no es simplemente un
carisma más de entre los carismas, sino que tiene características únicas, en
cuanto que arranca de una misión confiada a él directamente por Cristo. Es ese
llamamiento directo por Cristo lo que pone a Pablo al mismo nivel de los Doce
(cf. Gal 1:1; 1 Cor 9:1; 15:7-9), con funciones características y privilegiadas:
“Tanto yo como ellos (los Doce) esto predicamos y esto habéis creído.
Os lo he dicho antes, y ahora de nuevo os lo digo: si alguno os predica otro
evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema” (1 Cor 15:11; Gal 1:8).
Cierto que existen otros “carismas,” que el Espíritu “distribuye según quiere” (1
Cor 12:11), y de los que Pablo dirá a los tesalonicenses: “No apaguéis el
Espíritu (1 Tes 5:19), pero nunca estos carismas aparecen desvinculados del
carisma de apostolado, al que muy bien podemos considerar como don supremo
del Espíritu, concedido directamente por Cristo a Pablo y a los Doce. Con frase
incisiva dirá a los corintios: “Si alguno cree ser profeta o estar dotado de algún
25
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
carisma, reconocerá que esto que os escribo es precepto del Señor” (1 Cor
14:37).
Esto hace que, mientras otros carismáticos bastaba con que pensasen en
desarrollar el ministerio o servicio que el Espíritu les confiaba, como podía ser la
misión de consolar, o de exhortar, o de profetizar, o de hablar en lenguas, Pablo
y los Doce, en virtud misma del carisma de “apostolado,” se sienten con
responsabilidad general (cf. Gal 1:12-16; Rom 15:15-16; 1 Cor 9:1-2; 15:1-11; 2
Cor 5:20; Act 18; Mt 28:18-20; Jn 20:21) y con autoridad (εξουσία) para tomar
decisiones (cf. 2 Cor 10:8; 13:10) e incluso juzgar de la autenticidad de los
carismas (cf. 2 Tes 2:2-3; Gal 1:7-8). Esa misma responsabilidad general hará
que los apóstoles piensen muy pronto en colaboradores. El caso de Pablo es
claro, y conocemos los nombres de muchos de ellos: Tito, Timoteo, Lucas, por
los que no pocas veces se hace incluso representar (cf. 1 Tes 3:2; 1 Cor 4:17;
16:11; 2 Cor 7:6-14).
8. CAPITULO 13, 1-13 DE LA CARTA A LOS CORINTIOS
8.1. EL MAYOR DE LOS CARISMAS: EL AMOR.
El capítulo trece ha recibido desde hace mucho tiempo su nombre propio: el himno
a caridad. Estos 13 versículos resisten la comparación con las más bellas piezas
de la literatura universal, aunque su autor no se haya cuidado de este aspecto. Tal
afirmación, justificada ya por la forma externa del pasaje, se refuerza si tenemos
en cuenta lo acabado del tema, cerrado en sí mismo, independiente y propio. Pero
sería erróneo pensar que ya por eso podría ponerse en duda su pertenencia a
este contexto. Aunque la visión del amor ha elevado al Apóstol a altas cimas al
dictar este pasaje de su carta, y su lenguaje ha cobrado vivo impulso bajo tal
influencia, no ha perdido de vista ni en una sola línea su motivo y su finalidad de
ofrecer a los corintios una auténtica escala de valores. Parece hablar desde una
perspectiva personal: si yo...; parece hablar, asimismo, del amor en sí: el amor...
Pero cada una de estas afirmaciones se endereza a un punto débil o vulnerable de
sus destinatarios.
El tema del amor ha tenido cierta preparación previa. Ya una vez fue
iluminado como por un relámpago al contraponerlo al «conocimiento». Frente a él,
26
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
la gnosis -apreciada sobre todas las cosas por los corintios- aparecía como algo
pequeño y sin contenido. Aquí se repetirá la idea en un marco más extenso.
Antes de pasar al análisis concreto, parece útil una introducción. Las obras
artísticas merecen que aquel que quiera comprenderlas en su justo valor, se
preocupe previamente por adquirir el conocimiento de sus líneas esenciales. Y así,
comenzaremos por preguntarnos: ¿Qué amor se ensalza aquí? ¿Puede aceptarse
que todo el mundo le conoce? ¿No es acaso el amor algo sobre lo que pueden
darse las más diversas concepciones?
8.2 ¿QUÉ SE ENTIENDE POR AMOR-ÁGAPE?
Pablo ha utilizado la palabra ágape. De entre las palabras existentes en el griego
de aquella época para expresar este concepto, era la más desusada de todas
ellas (a diferencia, por ejemplo, de eros y philia). Así, pudo ser más fácilmente
acuñada y configurada por la revelación cristiana. Si agrupamos las afirmaciones
más importantes del Nuevo Testamento sobre el ágape, obtenemos esta imagen
de conjunto: ágape es, en primer lugar, el comportamiento de Dios que se da
libremente al hombre. Este amor se ha revelado al enviarnos Dios a su Hijo y al
Espíritu. De este modo se ha hecho visible en Jesucristo y se nos ha participado
por el Espíritu Santo. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por medio del Espíritu Santo que se nos dio», dice la sentencia central sobre el
amor. El hombre no es, pues, sólo un receptor, un objeto del amor de Dios; es,
además, capaz de amar. Que pueda serlo, no es, evidentemente, algo derivado de
su naturaleza, sino que es don de la gracia. Pero gracia no significa que el hombre
no pueda hacer nada en este ámbito. Existen ciertamente algunas clases de
gracias que no se encuentran en la esfera de todos y de cada uno y en este
mismo contexto del capítulo 13 debemos abordar este tema, pero en el amor se
trata de una gracia que, en esencia, forma parte del ser cristiano, de una virtud o
gracia en la que, por otra parte, el hombre mismo puede cooperar en algo, y aún
en mucho. Por todo esto, se le introduce aquí en calidad de «camino».
27
El Amor en la Primera Carta a los Corintios
8.3. DIVISIÓN DEL HIMNO A LA CARIDAD
Es a todas luces evidentes que el capítulo se agrupa en torno a tres ideas
principales. Se trata de un solo himno. Pero, aun dentro de su unidad hímnica se
puede dividir muy bien en tres estrofas, cuyo contenido es: a) sin amor hasta lo
mejor es nada; b) el amor produce todos los bienes; c) el amor es ya ahora lo que
será eternamente.
a) Sin amor, hasta lo mejor es nada (13,1-3).
1 Si hablo las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor,
soy como bronce que suena o como címbalo que retiñe. 2 Y si doy en limosnas
todo lo que tengo, y entrego mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada
me sirve. 3 Y si tengo el don de profecía, y conozco todos los misterios y todo el
saber y si tengo tanta fe como para mover montañas, pero no tengo amor, nada
soy.
El armazón formal de la primera estrofa viene constituido por tres frases
condicionales. No son oraciones en modo irreal, introducidas por mero capricho.
Pablo tiene muchos de los dones que enumera aquí. Y, ciertamente, los supera.
Pero quiere llegar hasta el caso máximo, porque también entonces sigue siendo
verdad lo que intenta decir en estas estrofas, ya que de este modo se comprobará
con mayor fuerza que todo esto, comparado con el amor, no es nada. Todos los
dones y maravillas mencionadas son grandes, pero tienen que doblegarse ante el
amor. Observemos cuán importante es el hecho de que Pablo haya mantenido las
tres frases en primera persona. Sólo así puede llegar a la formulación radical:
nada soy. Esta formulación en primera persona está llena de tacto, en orden a
ayudar a los demás a corregirse por sí mismos, en vez de decirles a la cara,
áspera y crudamente: A vuestros grandes carismas no les doy yo la menor
importancia, mientras os falte el amor. El hecho de comenzar por el don de
lenguas obedece, por supuesto, a que justamente este don era tenido en sumo
aprecio entre los corintios.
Cuando alguien está lleno de Dios y arrebatado por el Espíritu, se le puede y
acaso se le debe desbordar no sólo el corazón, sino los labios. Aquellos de
quienes el Espíritu se había posesionado buscaban decir lo inefable, o intentaban
expresarlo con cánticos, se esforzaban por sacar de la palabra y de la inspiración
lo máximo que el lenguaje podía dar de sí. Pero puede muy bien ocurrir que quien
habla con tal ímpetu y arrebato, se esté expresando en realidad a sí mismo. Al
poner en juego toda su persona, podría ser que intentara más complacerse a sí
mismo que servir de provecho a los demás. Los testigos de procesos extáticos
podrían sentirse movidos, bajo falsas maneras, a la curiosidad o a la envidia. En
puridad, pues, y visto desde Dios, el don de lenguas puede, ser muy bien, algo
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
vacío y sin contenido. Acaso Pablo haya sido impulsado a la drástica comparación
«bronce que suena, címbalo que retiñe» debido al uso que en los cultos paganos
se hacía de tales instrumentos, sobre todo porque en Corinto debió existir una
floreciente industria de fabricación de los mismos.
En lo esencial, puede aplicarse a los demás carismas, que Pablo estima de
suyo más que el don de lenguas, lo que aquí se dice de este último. La «profecía»
no es tan sólo predicción del futuro, sino también, en cuanta palabra procedente
de una inspiración, manifestación de las cosas ocultas del corazón, para despertar
de un letargo o para consolar.
En el conocer «todos los misterios de Dios» no se piensa tanto en el
contenido de una nueva revelación, cuanto en la intelección de sus
interconexiones. A esta misma intelección se consagra la teología auténtica, que
no aplica únicamente métodos históricos a la Sagrada Escritura, sino que
descubre y rastrea «lo que Dios ha querido decir en ella». A esto se podría aplicar
el nombre de conocimiento de fe. A partir de aquí pasa el Apóstol a otro aspecto
de la fe a la que, recurriendo a una sentencia de Jesús (Mt 17,20) califica como
«capaz de mover montañas». Pues bien, incluso una fe así, acreditada con
milagros, sin amor sería nada. Por muy asombrosa que pueda parecernos la idea
de que alguien posea tal fe sin tener amor, el sermón de la montaña nos enseña
que es posible expulsar demonios en nombre de Jesús, y pertenecer al número de
los que no conocen al Señor (Mt 7,23).
Podría preguntarse ahora: allí donde se llevan a cabo las grandes obras del
amor, no sólo grandes, sino realmente las más grandes de todas, ¿es necesaria la
presencia del amor? Sí y no. Cierto, el amor lleva a estas obras, pero tales obras
no son ya prueba infalible de un amor auténtico. Allí donde se dan estos hechos
marcadamente heroicos del amor, es ciertamente difícil pensar al mismo tiempo
en una ausencia de este amor. Se llega aquí, en consecuencia, a la cima crítica.
Absolutamente hablando, podría aducirse como explicación que en estas obras,
en las que el hombre parece y cree entregarse a los demás hombres, puede
buscar su propia complacencia. Es estremecedor, pero posible: a través de las
obras de la caridad puede el hombre sustraerse al amor.
b) El amor produce todos los bienes (13,4-7).
4 El amor es paciente, el amor es benigno; no tiene envidia; no presume ni
se engríe; 5 no es indecoroso ni busca su interés; no se irrita ni lleva cuenta del
mal; 6 no se alegra de la injusticia, sino que se goza con la verdad. 7 Todo lo
excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
¿Qué es, pues, el amor del que tan grandes cosas se dicen? A esta pregunta
responde la segunda estrofa. Pero ¿qué respuesta da? Aquel que viene de las
altas cimas de la primera estrofa, puede sentirse decepcionado por lo que se le
dice en la segunda. No hay ya aquí nada de aquel gran aliento de las frases. Las
expresiones se suceden simples, sin arte, enumerando quince características del
amor. Pero existe una razón para que así sea, y quien llegue a percibirla, mudará
su desilusión en ganancia y consuelo. El amor es... ¿Cómo ha llegado a saberlo el
Apóstol? ¿Se ha limitado a reunir una serie de rasgos ideales? De ningún modo.
Tiene ante los ojos un ejemplo del que ir copiando las líneas. Más exactamente,
los ejemplos son dos, uno positivo y otro negativo. El positivo es la naturaleza de
Jesucristo, en la que el amor de Dios se ha revelado al modo humano. El ejemplo
negativo es el comportamiento de la comunidad corintia. Trazo a trazo pueden
comprenderse, a partir de estos dos ejemplos, los rasgos concretos que siguen
sobre el amor.
No queremos comentar las palabras una por una, sino más bien ofrecer
algunas grandes perspectivas que nos permitan una visión sintética y en
profundidad. La primera puntualización es que aquí se habla de cosas cotidianas,
y concretamente tales que preservan de toda ilusión, para que nadie piense que,
en poseyendo el amor, pudiera prescindir ya de estos hechos elementales y
sencillos. Aquí no se hace nada con impetuosos sentimientos; hay que
mantenerse firme, con sereno valor, por ejemplo, ser paciente, generoso y bueno,
para no dejarse llevar por la amargura, para no sacar una y otra vez a la superficie
el mal que se nos ha hecho y dárselo a entender a los demás, con palabras claras
o con rostro resignado.
Considerando detenidamente los rasgos trazados se advierte pronto que
aquí se trata, en realidad, de exigencias heroicas. Hemos dicho exigencias, pero
debemos rectificar: porque estos módulos de conducta no aparecen como
exigencias, sino que se dice simplemente: el amor hace esto y es así. Y si tienes
un gran amor, no es gran cosa lo que haces. Tú mismo no le darás mucha
importancia, ni ante los demás ni ante ti mismo. Que aquí, a lo largo de todo este
comportamiento, se describe una conducta totalmente desacostumbrada, se
confirma especialmente si observamos que una gran parte de estas descripciones
aparecen en forma negativa: se dice por ocho veces lo que el amor no hace. Y
esto responde al hecho de que las afirmaciones positivas describen simplemente
lo que el hombre es desde su naturaleza, es decir, describen la conducta normal
de los hombres. Para no comportarse así es menester una fuerza superior que le
permita, por así decirlo, nadar contra corriente. A través de todo esto se percibe
transparentemente lo que el Apóstol ve en los corintios...
De un estilo absolutamente diferente son las cuatro últimas afirmaciones.
Afortunadamente ya no bastan las sentencias negativas para hablar del amor.
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
Ahora se le presenta como la realidad más positiva que pueda darse, en todos los
aspectos. El amor llena todas las posibilidades y todos los espacios del bien.
Cuatro veces se repite el triunfal «todo». Si lo que aquí se dice no fuera amor,
sería osadía interior o exagerada pretensión exterior. Sólo el amor puede alcanzar
hasta las consecuencias que se desprenden de estas afirmaciones, de tal modo
que ni siquiera se agota al conseguir que todo hombre sea lo que debería ser. El
«todo» aquí afirmado por el Apóstol está tan sin defensa como aquel otro
«hacerse todo para todos». Este «todo» necesita una interpretación benévola. Se
dan, naturalmente, casos en los que el amor auténtico debe poner algo al
descubierto, en los que el gran amor consiste precisamente en mantenerse firme y
sin amargura en una justa norma. Es siempre inseparable de la verdad. Ama la
paz, pero no a cualquier precio, porque esto iría en contra de la verdad. Dado que
siempre espera, incluso cuando ha recibido ya múltiples desengaños, no puede
ser nunca arrastrado, ni siquiera expuesto, a lo malo. Y todos nosotros estamos
llamados a esto. Tampoco en este caso debemos olvidar que el Apóstol no habla
en primera línea de nuestro amor, sino del amor en sí, que es precisamente el
amor de Dios, y el nuestro en la medida en que el amor de Dios ha cobrado fuerza
en nosotros.
En este contexto podríamos acaso abordar brevemente también el problema,
para algunos indispensable, de qué género de amor es el que se celebra en este
himno, si el amor a Dios o el amor al prójimo. A esto debe responderse que, en
último término, aquí no se quiere distinguir porque, en realidad, no se puede.
Ambos son, en definitiva, el mismo y único amor, aunque algunos rasgos
concretos parezcan poderse aplicar sólo a Dios o sólo al prójimo.
c) El amor es ya ahora lo que será eternamente (13,8-13).
8 El amor nunca fenece. Si se trata del don de profecías, éstas acabarán; si
de lenguas, cesaran; si de conocimiento, se acabará. 9 Porque imperfecto es
nuestra saber e imperfecto nuestro don de profecía; 10 pero cuando venga lo
perfecto, lo imperfecto se acabará. 11 Cuando yo era niño, hablaba como niño,
sentía como niño, razonaba como niño. Cuando me hice hombre, acabé con las
cosas de niño. 12 Porque ahora vemos, mediante un espejo, borrosamente;
entonces, cara a cara. Ahora conozco imperfectamente; entonces conoceré
cabalmente, con la perfección con que fui conocido. 13 Pero ahora quedan fe,
esperanza, amor: estas tres virtudes. Y la mayor de ellas es el amor.
¿Qué otra cosa se puede decir del amor, después de haber dicho tantas y
tan bellas? Lo hasta ahora expuesto podría formularse así: quien no tiene amor,
no tiene nada; quien tiene amor, lo tiene todo. Pero este «todo» no se ha agotado
todavía. Hasta aquí el amor ha sido descrito de una forma -no exclusiva, pero sí
preponderantemente- vinculada al tiempo. La paciencia presupone que se está
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
aún sometido a los vaivenes de la vida; el celo surge allí donde cabe el temor de
perder total o parcialmente al amado. Allí donde el amor no lleva en cuenta el mal,
es que el mal existe; sobrellevarlo todo con paciencia sólo es posible donde hay
algo difícil que soportar. ¿Está, pues, el amor vinculado a la figura de este mundo?
¿Puede ejercitarse el amor, o puede al menos manifestarse en su total grandeza
sólo sobre el telón de fondo de un mundo no salvado? Y entonces ¿dejará de
existir cuando se complete la redención, cuando el mundo quede renovado?
A estas preguntas responde la tercera estrofa, y es una respuesta enorme,
inmensa. Por su estructura, su ritmo y, en parte, también por las secciones
comparativas a que vuelve a recurrirse, se parece a la primera estrofa, sólo que
todo lo lleva más adelante. Sus seis versículos son tan extensos como las dos
estrofas anteriores juntas. El arco se tensa ya desde la primera frase: «El amor
nunca fenece», hasta la última: «Ahora quedan... el amor.» El amor es, pues,
brevemente dicho, el contenido de la vida eterna. Quien tiene el amor, tiene la vida
eterna. Más; aquel que tiene este amor, tan enraizado en el tiempo, tiene también
aquello que permanece más allá de toda figura del tiempo, en radical diferencia
con todos los dones y capacidades que parecen participar ahora de la vida divina
y eterna. Pablo vuelve a referirse aquí de nuevo a aquellos carismas tan
supervalorados por los corintios: todos ellos se quedarán en el camino. Son
ciertamente manifestaciones del Espíritu, que es el principio del mundo futuro,
pero manifestaciones dentro de las posibilidades de este mundo. No sólo el don
de lenguas, sino todo lenguaje inspirado por el Espíritu es -de acuerdo con una
expresión muy exacta- «imperfecto», «parcial». No es pequeño, ni en razón de su
origen ni en razón de su importancia para nosotros; pero su razón de ser sólo dura
hasta tanto no conozcamos, no contemplemos, no poseamos la totalidad. Lo
imperfecto, lo parcial, lo incompleto, son adjetivos que califican nuestra existencia
humana. El niño aprende las letras (o acaso figuras de palabras); aprende luego a
juntarlas y puede así primero deletrear y luego leer de corrido. Ha logrado la meta.
Pero ¿qué significa esto? La meta es siempre sólo un comienzo. Ahora puede leer
libros, muchos libros. Y cuanto más ha leído un hombre, más claramente advierte
que no puede leer todo cuanto merece la pena ser leído. Apenas puede llegar a
informarse de la literatura de una lengua; no hablemos ya de todas las literaturas
de todas las lenguas. Cuanto más instruido es, mejor sabe cuán poco sabe.
Pero, sin querer, nos hemos adelantado al Apóstol. Pablo utiliza ahora la
imagen de la distinción entre la capacidad de conocimiento y comprensión de un
niño y la de un hombre maduro. Todos sabemos que hemos de empezar como
niños, pero nadie puede pretender mantenerse en este estadio. La infancia debe
ser superada, debe ser desplazada por la madurez. ¿No querrá decir aquí el
Apóstol a los corintios que su comportamiento y los valores sobre los que se basa
su conducta llevan en sí algo de infantilidad, de inmadurez?
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
En el tránsito del niño al adulto todo cambia. Puede afirmarse esto; pero
también debe añadirse que hay algo que siempre permanece. También el niño
piensa, también el niño forma juicios y los expresa en su propio lenguaje. Algo
parecido, pero más claro y asombroso, ocurre en el tránsito del estadio actual al
estadio de plenitud; junto a lo que cambia, o mejor, en aquello mismo que cambia,
hay algo permanente. Y así se dice: «Ahora vemos... pero entonces...» También la
fe es ya, por tanto, visión, como lo es aquel otro conocimiento de Dios que
llamamos natural, pues en las obras de Dios contemplamos, con la luz de la razón
natural, algo de la divinidad (Rom 1,18-20). También esto es una manera de ver.
Cierto, una manera imperfecta. Una manera que a veces da felicidad y otras, las
más, tormento. Pues donde ayer pensaba haber visto los trazos de una guía sabia
y buena, puedo verme mañana ante el muro infranqueable, que me hace sentir
inseguridad frente al sentido de la naturaleza y de la historia.
Y ¿no ocurre algo parecido en la fe? A veces nos da luz y otras nos sentimos
solos y abandonados ante el misterio acuciante, como frente a un paisaje
misterioso, que aparece bajo la clara luz del sol ante nosotros, que podemos
contemplar delante de nosotros y a nuestra espalda, pero que, un instante
después, queda de tal modo sumergido en la niebla que ya el viajero ni siquiera
sabe dónde está su frente y dónde su espalda. Pablo no considera aquí estas
experiencias extremas, aunque de él procede la contraposición: «por fe
caminamos, no por realidad vista» (2Cor 5,7). Aquí dice sólo que vemos
borrosamente, como a través de un espejo. Acudimos al espejo para ver aquello
que no podemos contemplar directamente (contemplar su propio rostro es algo
que no entra aquí en consideración). Recurrir al espejo -por muy artístico que éste
sea- no pasará de ser un sustitutivo; sobre todo cuando los espejos no habían
alcanzado la perfección técnica actual y había que contar, por consiguiente, con
deformaciones y zonas deficientes. En tales casos, aquel que mira debe intentar
reconstruir una imagen completa, pero la visión parece más un ejercicio
adivinatorio. Carece de aquella evidencia que cierra la puerta a toda ulterior
pregunta. En la traslación o transmisión de la imagen se pierden matices
insustituibles, o que sólo con mucho esfuerzo se pueden recomponer.
«Cara a cara»: esto anhelamos los hombres entre nosotros y, sobre todo,
esto anhelamos respecto de Dios. Aquella inmediatez que ya hemos podido
experimentar entre los hombres y que ha podido darnos la felicidad, no la hemos
podido experimentar aún en Dios; pero será posible experimentarla «entonces». Al
llegar a este «entonces», Pablo permite incluso que el conocimiento aparezca bajo
una forma gramatical activa por nuestra parte, cosa que había evitado en 8,3. De
hecho, aquí se siente muy interesado por la reciprocidad del conocimiento mutuo
de Dios y del hombre. Evidentemente, no pretende colocar a Dios y al hombre en
la misma escala, pero es claro que conocer y ser conocido pueden mantener entre
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
sí una honda y densa referencia, de tal suerte que se correspondan conocer y ser
conocido, en la medida en que es humanamente posible.
El Apóstol hace que nuestros ojos, fijos en aquel «entonces», en aquel más
allá, dirijan la mirada hacia el presente. Vuelve ahora su atención sobre la fe, la
esperanza y el amor. Poseer estos tres dones es, en todo caso, más importante
que poseer el don de lenguas, el de profecía o de profundo conocimiento. Los tres
son, en razón de su esencia, algo más que cosas imperfectas. Tienen un acceso
más directo a Dios, una participación inmediata en Dios. Son, con toda la
simplicidad que a cada creyente compete, virtudes divinas, de tal modo referido a
Dios que el hombre sólo puede ejercitarlas con la ayuda de la gracia divina, o
dicho de otra forma: de tal modo dadas por Dios que, mediante ellas, participa el
creyente de la apertura de Dios.
¿A qué se debe que el Apóstol mencione aquí, tan sorprendentemente,
«estas tres virtudes» juntas? Propiamente, habríamos esperado que se hablara
sólo del amor. Toda la argumentación tendía a demostrar la grandeza del amor. La
respuesta puede estar, en parte, en el mismo hecho de agrupar tan
acentuadamente «estas tres». Ya de antes se conocían como vinculadas entre sí
y se había llegado a acuñar una fórmula en este sentido. En su primera carta
describe Pablo el estado de gracia de la comunidad de Tesalónica, al principio
mismo de la carta, con estos tres nombres. Por lo demás, todavía no habían
llegado a constituir una fórmula invariable. Se citan en distinto orden en algunos
otros pasajes, por ejemplo: fe, amor, esperanza (lTes 1,3). El orden formulado en
nuestro pasaje pasó a ser normativo para el futuro. Al final de la segunda estrofa
se ha hecho luz sobre la relación existente entre estas tres virtudes: el amor cree,
el amor espera. Abre la marcha la fe, en el sentido de que por la fe se abre el
hombre a Dios y al don de Dios. Pero una vez que se ha introducido el amor, se
convierte en madre de todas las virtudes, también de la fe. En último término, se
apoyan unas en otras. Y, en este sentido, se puede decir que también la fe y la
esperanza permanecen. No permanecen como fe y como esperanza. La fe, en
efecto, será sustituida por la visión, y la esperanza por el cumplimiento. Pero, de
alguna manera, la fe contempla ya lo que cree y la esperanza posee ya lo que
espera, mientras que el conocimiento y el poder de milagros no permanecerán
bajo ninguna modalidad. Y aunque la forma de la fe y de la esperanza se
cambiará, de tal modo que ya no se las llamará fe y esperanza, su sustancia
permanece.
La forma del amor, en cambio, no se mudará. El amor es tan realmente lo
auténtico y definitivo que no necesita ser transformado en otra cosa. El amor es
ya, simpliciter, lo perfecto. Lo es porque y en cuanto que es aquello que el Apóstol
ha venido entendiendo a lo largo de todo el capítulo: la realización, dada por la
gracia, del amor de Dios.
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
. La interpretación que aquí ofrecemos del versículo 13 no es la única
posible; pero, después de mucho estudio, opino que es la exacta. Cualquier
explicación que se intente debe poner en claro qué es lo que significan, en este
contexto el «pero ahora» y el «quedan». ¿Encierra este «quedan» una
significación de eternidad, de modo que el «pero ahora» deba tomarse en un
sentido temporal, como si dijera: para el tiempo de ahora quedan estas tres? Pero
en este caso, ¿en qué consiste la contraposición con los carismas, que han sido
dados justamente para este tiempo y que «entonces», en el más allá, serán
superfluos, por no decir imposibles? Parece, pues, mejor entender el «pero ahora»
en un sentido lógico adversativo, para distinguirlos precisamente de los carismas,
que no «quedan». Esto puede aplicarse sin dificultad al amor, que permanece.
Para concluir este tema tan apasionante podemos decir que el amor para el
Apóstol San Pablo es muy importante, al punto que coincide con Jesucristo al
decir que el que cumple el amor ha cumplido la totalidad de la Ley.
9. CONCLUSIONES
Para el apóstol el amor es el mayor de los carismas y con carácter eterno, los
otros carismas pasaran pero el amor permanecerá.
En la comunidad de Corinto, se valoraba mucho algunos carismas, pero se
dejaba de lado el amor.
A pesar de los muchos carismas que Dios había regalado a la comunidad de
Corinto se estaban dejando llevar por apariencias, no estaban viviendo el
evangelio.
Estaban orgullosos de muchas cosas que no tenían tanto valor, pero estamos
olvidando las fundamentales.
Se estaban dejando llevar por carismas fascinantes como el de profecías o el
de lenguas que les fascinaba, pero descuidaban el amor el amor que se debía
vivir en el día a día.
De este tema podemos aprender tantas cosas prácticas para la vida del
cristiano.
Aprender que cuando hablamos de amor cristiano debemos entender este
amor como una coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace,
que estén en relación con la fe que decimos profesar.
Entender que el amor según San Pablo es capacidad de servir al otro sin
mirar apariencias. Un amor que se hace servicio a ejemplo de Jesús que lavó los
pies y dijo es que yo vine a servir y no a ser servido.
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El Amor en la Primera Carta a los Corintios
Este trabajo se puede convertir en material para un retiro donde se lleva a
interrogar al hermano si de verdad esta amando como Cristo nos amo.
Hacer cada noche su examen de conciencia con preguntas como: ¿soy
servicial?, ¿soy bondadoso?, ¿soy humilde?, etc.
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LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.
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