Oficio de escribir Manolito

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Oficio de escribir
Manolito
Víctor Manuel Gracia Rodríguez
Alumno del IES «Ramón Carande» de Sevilla
o hace demasiado tiempo que
N
hubo, en el pequeñísimo barrio
de Madre de Dios, un niño que veía
las cosas distintas. Nadie sabía de
donde venía cada mañana ni adonde marchaba cada anochecer. Tampoco sabían cual era su nombre
aunque todos lo llamaban Manolito.
Solía sentarse en un banco carmín de una plazuela púrpura y dar
de comer a gorrioncillos de vivos
colores. Allí pasaba, solo, largas
horas sin hablar, observando todo
lo que ocurría a su alrededor.
Su cara siempre tenía la expresión que tiene la de un bebé dormido aunque de vez en cuando, y sin
ningún motivo aparente, empezaba
a sonreír. Este hecho tenía perplejo
a todo el barrio y por ello se convirtió en el principal tema de discusión en las conversaciones de vecinos, donde cada uno exponía su
particular hipótesis.
—Manolito se ríe porque recuerda un chiste— decía don Pedro «el
carnicero».
—No, lo que sucede es que el
niño se equivoca al rezar mentalmente el credo y eso le hace mucha
gracia— afirmaba don José «el párroco».
Pero estas y otras muchas teorías eran desechadas cuando Juanillo
«el jubilado» manifestaba la suya.
—El chaval se ríe porque es tonto.
Como el anciano era experto en
psicología, pues había sido taxista
durante cuarenta años, todos callaban y aceptaban la explicación.
***
Otoño de 1997 Acontecimiento
El tiempo transcurría y Manolito
crecía como los espárragos después
de un chaparrón. Continuaba pasando su tiempo en aquella plazuela, alimentando a sus gorriones y
sonriéndose de vez en cuando.
***
Un día, casi a la hora de almorzar, cuando más anaranjado estaba
el cielo, se le acercó un niño de cabellos blancos como el carbón que,
algo asustado, comenzó a hablar
con él.
—¿Por qué estas siempre aquí
sentado Manolito?— preguntó casi
balbuceando.
—Aquí solamente estoy un ratito,
el suficiente para saludar a mis gorrioncillos, dar los buenos días a
esas rosas de jade y dejarme acariciar por el sol. El resto del tiempo
no estoy porque me marcho de excursión a la pradera de las violetas
doradas, a esquiar en las oscuras
nieves del Mulhacén…
Otras veces me voy a ver los
sentimientos que hay en los corazones de las personas y que son
como bolas de muchos colores.
—¿Y cuándo vuelves?
—Cuando veo a doña Paquita
charlando con la señora María,
cuando oigo a tu mamá reñirte
porque te acercas demasiado a mí…
Manolito nunca había hablado
antes y por eso cuando los vecinos
lo vieron conversando con el niño,
extrañados, se acercaron a él.
—Muchacho, ¿por qué jamás habías pronunciado palabra alguna?—
preguntó don Pedro, el carnicero.
—Hasta hoy nadie había venido
aquí, se había sentado en mi banquito y había intentado tratar conmigo. Siempre os quedabais lejos,
mirándome con el rabillo del ojo y
cuchicheando sobre mí.
Desde aquel día todos quisieron
hablar con él porque, a base de observar, viajar y ver los sentimientos
de las personas, se había hecho
muy sabio.
Su fama fue extendiéndose y
gentes de todo el mundo comenzaron a visitar aquella plazuela de
Madre de Dios para ver solucionadas sus dudas. Unos le consultaban
si su equipo favorito ganaría la
liga, otros cuánto tiempo debía estar en el horno el pastel de frambuesa…
Manolito, a pesar de su gran saber, no conocía la respuesta de muchas de las preguntas que le formulaban y por eso eran bastantes los
que, defraudados, abandonaban el
lugar diciendo que el muchacho ni
era sabio ni nada. Sin embargo, algunas personas, cuyas cuestiones
parecían más complejas, eran hermosamente contestadas.
—¿Cuánto pesa un sueño?
—Depende. El sueño del ambicioso, del malvado y del podrido de
espíritu pesa menos que la mota de
polvo más pequeña de la Tierra. El
sueño del limpio de corazón pesa
más que el universo entero.
—¿Qué es ser pobre?
—Es no ser capaz de alargar los
brazos y agarrar fuertemente la felicidad con las manos.
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—¿Qué es la felicidad?
—Es sentir que el corazón se estremece, quizás derramar varias lágrimas, y sonreír.
—¿Qué es morir?
—Debe ser como quedarse dormido, por eso yo sueño con poder
soñar cuando llegue el momento.
—¿Qué es la vida?
—Una oportunidad para ser feliz.
***
24
Una mañana Manolito no volvió
a su plazoleta. Don José contó que
el muchacho se había ido con Dios
cuando, al ver un semáforo que le
daba vía libre hacia el cielo, cruzó.
Los ancianos del lugar me han
contado que aquel fue el día más
gris que recordaban, que incluso
las flores y las ropas de los niños se
tiñeron de este color.
Desde entonces no ha habido
nadie tan especial ni en Madre de
Dios, ni en Pío XII, ni en Los Diez
Mandamientos ni en ningún sitio.
***
Aún hoy, si vas a aquel pequeño
barrio y preguntas por Manolito, te
dirán que está dormido, soñando
que está en un banco carmín, dando de comer a gorrioncillos de vivos colores y sonriéndose de vez en
cuando porque es feliz.
Acontecimiento Verano de 1997
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