MATONES Y CULTURA DE PAZ EN LA ESCUELA

Anuncio
¿MATONES EN LA ESCUELA?
Por Mag. José Aníbal Morales C., Rector IE Ciudad Modelo y Presidente de Acodieva
Para quienes hemos vivido desde muy cerca o desde dentro del sistema las vicisitudes de la
educación en Colombia durante los últimos 20 años, no resultan muy novedosos los
planteamientos del gobierno nacional en el sentido de convertir, ahora sí, la educación en la
primera preocupación del Estado. Ya en 1994 se establecieron unos propósitos, soportados ellos
en la fuerza de la Ley, sin que hasta ahora haya sido posible verlos materializados. Tal es el caso de
la jornada única, por ejemplo, misma que la nueva ministra retoma como bandera esencial y
novedosa de su administración. En el Plan Decenal 1996-2005 se incluyeron algunos de los
anhelos planteados por la comisión de sabios en 1995. El mejoramiento de la calidad de la
educación pasaba por la elevación de la dignidad de la profesión docente, introduciendo un plan
para “el mejoramiento continuado del salario real”. Esto no se ha cumplido y, al contrario, el
estatus de la profesión docente dista mucho de aquel que anhela el país educativo; de hecho, la
nueva normatividad permite que cualquier persona pueda ser docente.
Lo que sí resulta muy cierto e indiscutible es que la escuela tiene que jugar un papel esencial en el
proceso de construcción de una cultura de paz en Colombia, haya o no acuerdos finales de paz con
la subversión armada. Más allá de la trascendencia que pueda tener la inclusión de una Cátedra
para la Paz en el currículo educativo, la escuela debe cumplir el mandato constitucional del
Artículo 67: “…La educación formará al colombiano en el respeto a los derechos humanos, a la paz
y a la democracia”. El Presidente Santos ha dicho que el presupuesto para educación “será el más
grande de todo el presupuesto nacional” y también que “trabajará por y para los maestros porque
ellos son la columna vertebral de una mejor educación”.
A la gente hay que creerle, al Presidente entonces hay que creerle. Esperamos ver los recursos del
presupuesto nacional volcarse para soportar la transformación de la realidad educativa del país. Y,
luego, si se produce el fin del conflicto armado, podremos ver, de acuerdo con las previsiones del
mandatario reelegido, que el presupuesto asignado a la guerra se destine a la educación.
En el camino que nos permite soñar con una cultura de paz en la vida escolar y en nuestra
Colombia toda, el Congreso aportó la Ley 1620 de 2013 que creó el Sistema nacional de
convivencia escolar y el gobierno nacional emitió el Decreto 1965 de 2013 que la reglamentó.
Algunos medios de comunicación la han difundido como la “ley antimatoneo”, por lo cual esta
palabra se ha ido afincando en los imaginarios de los colombianos. Si es una “ley antimatoneo”,
debe ser para que no haya matones en las aulas, pensarán muchos. La verdad es que la Ley no
utiliza la palabra matoneo en ningún artículo; sí se utilizan los términos bullying (extranjerismo
anglosajón), acoso e intimidación escolar, y también ciberacoso. El Ministerio de Educación ha
recomendado no utilizar el término matoneo por “las implicaciones que este término tiene en el
contexto colombiano” y, porque “ el uso de este término puede estereotipar como matones al
grupo de estudiantes que ejercen la agresión repetida y sistématica, lo que va en contra de la
propuesta de formación para el ejercicio de la ciudadanía” (Guía 49, p. 108).
Para la Real Academia de la Lengua, Matón significa “Hombre que emplea la fuerza o amenazas
para obligar a los demás a hacer una cosa. Malevo, sicario”. Se puede aplicar este significado sin
temor ni duda a todos aquellos que, como Sangrenegra, Desquite, El Alemán, los homicidas y
genocidas causantes de tantas masacres, han plagado de tristeza y de tragedias la historia de
Colombia; pero aplicar ese nombre a un niño, niña o adolescente en la vida escolar, resulta
francamente cuestionable. Dan Olweus es probablemente el investigador y tratadista más
reputado en el planeta en relación con el bullying. Es a él a quien se atribuye la difusión del
concepto. En realidad, si en Noruega, su tierra natal, o en Suecia, país nórdico en el que ha
aplicado sus tesis, se traduce la palabra por “matón”, es posible que ninguna conmoción llegue a
causar, pues la historia de la violencia en los países escandinavos es radicalmente diferente a la
nuestra.
Si un niño practica “matoneo”, habrá de decirse sobre él que es un “matón”; y si es una niña,
diríamos de ella que es una “matona”. Tenemos ya suficientes matones en Colombia, como para
permitirnos el lujo de involucrar con este concepto a aquellos que son sujetos potenciales de la
construcción de la cultura de paz que Colombia necesita. La Ley de Convivencia Escolar antes
mencionada, que crea un sistema de formación en derechos humanos, está animada por un
espíritu protector, educativo y restaurativo, el cual debe ayudar para que el tratamiento de los
estudiantes que realicen conductas de acoso, ciberacoso, agresión o intimidación sea desarrollado
con propósitos incluyentes, rehabilitadores, y no excluyentes. La construcción de paz y del tejido
social del posconflicto, pasa por aquí. El lenguaje, las palabras que usamos, también es una
importante herramienta en el proceso de construcción de cultura de paz.
Cali, Agosto 30 de 2014
Descargar