El pueblo de El Olvido

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El pueblo de El Olvido
Por: AnaCrónica
Los primeros en irse fueron los Domínguez, en aquel momento no me pareció terrible
porque eran un matrimonio joven y pensé que era normal que quisieran partir del pueblo
y asentarse en la ciudad.
Y es que el pueblo no ofrece mucho, ni siquiera tiene luz eléctrica, me dije y para los
viejos como yo eso no es mucho problema, aunque no caería mal tener esos cables que
traen la luz en las noches oscuras, pero para los jóvenes es más difícil y lo sé bien.
Mi hijo Rubén se fue del pueblo cansado de tanto olvido, eso dijo antes de marcharse.
Una tarde, mientras yo araba la tierra y mi mujer hacía hervir las frutas a punta de leña,
se nos acercó para decirme adiós.
Se fue buscando el progreso o mejor suerte y para no terminar como nosotros en el
olvido de El Olvido. Aún recuerdo la bolsa raída que llevaba al hombro y como su
silueta se alejaba por el horizonte.
Eso pasó al poco tiempo de la partida de la familia Domínguez. Luego siguieron los
gemelos Pedraza y sí que se fueron sin decir adiós ni a sus padres.
Rigoberto y Ernesto Pedraza eran unos muchachos trabajadores como sus padres, sin
embargo se cansaron de vivir a merced del cultivo y de pasar hambre. A veces la
cosecha es buena, otras no llueve o se inunda y perdemos todo. La vida no es fácil en el
campo y el pueblo, decían ellos, no es más que doce casas, una plaza y un pozo común
para el agua. Nunca hay novedad.
Una noche, sin más que lo que llevaban puesto, se fueron rumbo a la ciudad.
Seguramente caminaron mucho porque la carretera más cercana está a como quince
horas a pie. A ellos los sacó de aquí el miedo a ser parte del olvido.
A la mañana siguiente, cuando la madre y el padre cayeron en cuenta de lo que pasó se
desmoronaron y no se recuperaron más. El viejo enfermó y la vieja lo cuido hasta el
final y la misma noche que él murió, ella se recostó al lado del marido para nunca más
despertar. Se fueron juntos para el otro mundo.
Pienso que la partida de mi hijo también mató a mi mujer. Cuando la gente salé de El
Olvido nunca más retorna y ni siquiera manda una carta porque los viejos no sabemos
leer, niños no quedan en este lugar y los jóvenes que sí aprendieron a escribir y leer,
gracias al padre Eugenio que en paz descanse, se marchan uno a uno. Además aquí
nunca llegaría una carta por lo lejano y olvidado que está. Cuando alguien se va es
como si muriera porque nunca más se sabe de él.
Yo crecí en este pueblo. Tengo tantos recuerdos y guardo en mi memoria los rostros de
todos los que nacieron aquí y se marcharon.
Aún recuerdo a Elena, ella fue mi primer amor, antes de casarme con mi mujer que Dios
tenga en su gloria.
Elena fue una niña huérfana que se crió con un tío borracho que la pegaba de todo y
nada. Un rostro de ángel sumido en el infierno. Creció sola y amparada por la caridad
de algunas mujeres que le cosían un vestido y le pedían que les brinde una mano en la
cocina.
Elena creció y su tío que se la pasaba pegándole todo el tiempo, repentinamente se
enamoró de aquel rostro angelical.
Yo la pretendía en ese tiempo, teníamos 15 años y recuerdo cuando me contó lo que le
estaba pasando.
El día que Elena cumplió los quince abriles el tío no estaba tan ebrio. Había puesto la
mesa y en ella yacían frutas, una masa acaramelada y vino tinto. Todo para ella.
Aquel hombre que nunca le había dado más que patadas le estaba festejando el
cumpleaños y hasta estaba medianamente sobrio.
Después de comer el tío la obligó a beber a la par de él. Entre copa y copa le declaró
que la quería de mujer. Trató de besarla y ella lo rechazó desatando su furia.
La golpeó brutalmente y ella sabía que si no se zafaba sería su último día. Tomó el
cántaro de vino y lo estrelló contra la cabeza del hombre que quedó ensangrentado en el
piso.
Ella me buscó después de ese episodio y me lo contó con lágrimas de ángel. Ese día se
fue y nunca más la volví a ver. Creo que esperó en la carretera a que alguien la llevara a
la ciudad y quizá su vida es tan o más triste de la que tenía aquí. Nunca sabré lo que le
pasó en realidad.
En el pueblo de El Olvido no hay escuelas, no hay niños, tampoco médico y no hay
Iglesia, aunque el padre Eugenio levantó una edificación, con sus propias manos. Hoy
ese lugar está derruido y no queda ni la cruz.
En este pueblo moran mis recuerdos como fantasmas. La última familia que quedaba
eran los Ávila y ayer por la noche se marcharon todos. No se despidieron para no
agobiarme.
La abuela tiene mi misma edad, al hijo y a la esposa los conozco desde que estaban en
el vientre de sus madres y vi crecer a los cinco nietos que ya son adultos. No los culpo
porque días antes me ofrecieron que partiera con ellos y me negué.
Hoy sólo quedo yo aquí, envuelto en la nada y los recuerdos. En medio del silencio de
un pueblo que no existe para nadie y ni figura en los mapas.
Un pueblo al que todos olvidan al marcharse y que emite sus últimos latidos a través de
mis ojos de viejo cansado. Un pueblo que vive en mí y que morirá con mi último
suspiro.
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