Deporte, para una espiritualidad del

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“Para que tengan Vida,
y la tengan en abundancia”
Para una espiritualidad del deporte
* El deporte pone en juego, y manifiesta a toda la persona (espíritu, alma y cuerpo).
También pone de manifiesto los valores del tiempo del cual uno es hijo; en el nuestro, la
competición...
... Que encierra una peligrosa concepción de la persona: se nos juzga por lo que
hacemos, y no por lo que somos...
Para nuestro Padre del cielo, cada uno de nos. es un hijo único, afirmación absoluta que
no admite “comparativos”; pero en una sociedad competitiva, consumista y eficientista, todo y
todos se comparan... y las comparaciones son odiosas: “Si te comparas con los demás,
irremediablemente te volverás envidioso o amargado, pues siempre habrá personas más
grandes o más pequeñas que tu” (Desiderata).
En este sentido, la disciplina del deporte es disciplina para toda la persona: también para
sus afectos que, heridos por el pecado, tienden a desbocarse y desbordarse (vg.: un caballo; un
río...).
Así, la competición, en lugar de engendrar enemigos mortales que buscan aplastarse,
creará amigos que se emulan mutuamente, para alcanzar cumbres cada vez más elevadas...
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Correr: la vida se manifiesta en el movimiento;
Se trata aceptar con coraje el desafío de alcanzar con esfuerzo una meta;
para ganar a nadie, sino para superarse; para ser cada día más y mejor persona;
(ejemplos antagónicos: los boxeadores y luchadores de espectáculos publicitados; y los
domadores de nuestras fiestas de campo...)
esfuerzo, que alcanza su fruto; sensación de libertad, que crece y se ejercita con el
esfuerzo;
esperanza de la patria, y del mundo;
primavera... también en el corazón...
2
3- Contemplar: correr hacia Dios1.
Una vez que se comprende esta estrechísima relación entre la oración y la vida, se
puede ver con más facilidad que la vida humana, tantas veces comparada con una carrera2, es
un correr motivado por lo que se ya se contempla, y lo que aún se desea contemplar.
En la Sagradas Escrituras, la idea de esta “carrera” que une indisolublemente a la
vida y a la contemplación se encuentra abundantemente. Me limito aquí a dos ejemplos
elocuentes, tomados uno de cada Testamento:
* “Llévame en pos de ti: ¡Corramos! El Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti
exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres
amado!”3.
* “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos,
sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se
nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo
que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del
trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para
que no desfallezcáis faltos de ánimo.”4.
1
Fragmento de la Tesina de Teología Espiritual del P. Juan Pablo Esquivel. Roma, 1997. El presente fascículo
ha sido preparado como apoyo bibliográfico a la exposición realizada para alumnos y docentes del Instituto
Nuestra Señora de Luján, bachillerato especializado en educación física, sobre el tema de las implicancias del
deporte en la espiritualidad del cristiano.
El tema de la Tesina de Licenciatura en Teología fue “Dimensión contemplativa de la oración cristiana en el
Catecismo de la Iglesia Católica”.
2
El CATIC habla incluso de “la única carrera que es nuestra vida en la tierra” (nº 1036), citando al Concilio
Vaticano II (L.G. 48). También aquí, como se verá, el CATIC [es decir, el Catecismo de la Iglesia Católica]
recoge y propone un concepto muy presente en las fuentes mismas de la espiritualidad cristiana, como son la
Sagrada Escritura y la enseñanza viva que nos viene desde los Padres de la Iglesia.
3
Cfr. Cantar de los cantares 1,4.
4
Cfr. Hbr. 12, 1-3. Texto citado en el CATIC, 165.
3
En el primer caso, debe notarse que se trata del libro bíblico favorito de los
espirituales y contemplativos de todos los tiempos. Al inicio mismo del libro, esta invitación a
“correr” sugiere con fuerza la irrupción del dinamismo que provoca siempre el amor en el
corazón humano: potenciación y concentración de fuerzas, que se unifican todas ellas hacia un
mismo objetivo, en una misma dirección5, que en este caso son nada menos que “las
mansiones del rey”, tematización esta que, en la pluma de Santa Teresa de Ávila provocó su
obra maestra doctrinal y mística6, y a través de la espiritualidad carmelitana, se ha convertido
en un modo clásico de describir todo el itinerario del cristiano hacia la intimidad con el
Señor7.
En el segundo ejemplo, ya en el Nuevo Testamento, se trata del contexto sublime
del capítulo 11 de la carta a los Hebreos, en el cual se recorre sumariamente toda la historia de
la salvación, desde la óptica de la fe de todos sus personajes (particularmente de los
patriarcas), presentados en una tensión vital hacia la plenitud de los tiempos que, contemplada
sólo desde la fe, provocó en sus vidas un movimiento tal, que las mismas resultarían
inexplicables si se intentase comprenderlas fuera de esa “carrera” hacia Dios. Fundado en ese
ejemplo, el cristiano es invitado a correr con fortaleza, apartando todo peso que impida
5
“La contemplación busca al ‘amado de mi alma’ (Ct 1,7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en El, al Padre. Es
buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace
nacer de El y vivir en El. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el
Señor” (CATIC, 2709)
6
Cfr. SANTA TERESA DE ÁVILA, Moradas del Castillo interior.
7
También en la eucología litúrgica se encuentra este “correr” hacia la fiesta , o hacia las mansiones del rey, en
imágenes plenas de un clima de inequívoco sabor nupcial, que es patrimonio de ambos testamentos. Cfr. p.ej. la
oración colecta del Domingo XXXII del T.O., ciclo “A”: “... para que cuando Tu vengas estemos preparados
para correr a tu encuentro, y entrar contigo a la fiesta nupcial” (Messale Romano, [Conferenza Episcopale
Italiana] Librería Editrice Vaticana, 1983 [ristampa 1984], p. 1.011).
4
avanzar con prontitud y agilidad (especialmente el pecado), contemplando fijamente la meta
(Jesús), “para no desfallecer por falta de ánimo”, al mismo tiempo que se es contemplado y
animado por todos esos héroes de la fe, que son ahora su “tribuna de aficionados” (“teniendo
en torno nuestro tan gran nube de testigos”)8, en esta carrera en la que Jesús es punto de
partida y meta (“autor y consumador de nuestra fe”), es decir “el Camino” mismo a recorrer,
que ya superó la prueba (“soportó la Cruz sin miedo a la ignominia”), y nos contempla
también Él desde su celestial “podio” de los triunfadores (“está sentado a la diestra del trono
de Dios”)9.
Todas estas imágenes, que podrían sorprender un poco a quien está menos
familiarizado con el mundo del deporte10, expresan, sin embargo, con profunda intuición y
realismo el misterio del Cristo Total, bajo la comparación de una gran “maratón”, en la que la
Cabeza (Jesucristo) ya ha llegado a la meta, y los otros miembros de su Cuerpo, a medida que
van llegando, en íntima solidaridad con los que aún corren, los animan a no desfallecer para
arribar a la meta. Se trata de una carrera en la que todas la fuerzas de cada competidor están en
8
Cfr. también CATIC, 2683.
9
Sugestivo es también el texto de II Tim. 2, 3-7: “Tú, pues, hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo
Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su
vez, de instruir a otros.
Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús.
Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado.
Y lo mismo el atleta; no recibe la corona si no ha competido según el reglamento”.
10
Excelente al respecto es la apreciación de C. SPICQ, en Gymnastique et morale, d’après I Tim. IV, 7-8:
“Evocar el atletismo antiguo es pensar en el atletismo griego. En Grecia el deporte es como un fenómeno
humano central, ligado íntimamente a la religión, al arte, a la poesía, a la vida nacional, a la cultura y a la
civilización”. En Revue Biblique 54 (1947), p. 229.
5
vital tensión hacia la meta, a la que se contempla fijamente, en un desafío que es capaz de
poner de manifiesto fuerzas del todo insospechadas en los competidores11.
Este “correr contemplativo” no es en las Sagradas Escrituras un caso extraño o
aislado12, aunque aquí, por razones metodológicas, solo traiga estos pocos ejemplos, que
11
Debo decir que el hecho de haber participado de muchas maratones (cito particularmente la Maratón Roma-
Ostia [del 25/II/1996 y del 23/II/1997], de 21,097 Km.; y las Maratones Internacionales de Venecia [27/X/1996]
y de Roma [16/III/1997], ambas de 42,195 Km.), y de correr regularmente para mantenerme entrenado, me ha
hecho descubrir abundantes paralelismos; p. ej. el endurecer el rostro en señal de concentración y esfuerzo para
vencer el cansancio y la tentación de abandonar la carrera, gesto éste que he experimentado en mí mismo, y he
visto en otros corredores. Es la actitud de Cristo, señalada por San Lucas (9, 51), frente a la cercanía de su
Misterio Pascual, y hacia el cual se dirige desde ese momento sin detenerse (¡como en una carrera!). Es
innegable que, en este endurecer su rostro, Lucas describe a Cristo con una de las actitudes del Siervo sufriente
de Yahveh (cfr. Is. 50,6). Pero esta clara reminiscencia del A.T. no es excluyente de otras. Por otra parte, no sería
la única reminiscencia de tipo atlético del Evangelio. Al respecto, cfr. VIRGILIO PASQUETTO, Dio, mia
salvezza. Testi scelti del Vangelo di Luca, Dehoniane. Roma, 1994, p.290, donde, comentando la agonía y el
sudor de sangre de Jesús en el Huerto de los Olivos (Lc. 22,44), afirma: “...Los autores tienden hoy a interpretar
la expresión refiriéndose al léxico deportivo del tiempo. En base al mismo, el término agonía designaría el
momento en el cual un atleta, ya próximo a la carrera, realiza el máximo esfuerzo de concentración sobre sí
mismo. Esta concentración sería pues tan intensa, que podría provocar en su cuerpo un sudor de sangre. En el
caso de Jesús, el fenómeno indicaría por lo tanto que él ha alcanzado, con la ayuda del conforto del ángel
(v.43) y la oración (v.44), al punto óptimo de su preparación para la lucha definitiva contra las potencias
diabólicas (v.53), y está listo para afrontarla sin titubeos”.
12
Se podría escribir tantísimo sobre el tema incluso sin ir más allá de los escritos paulinos, pues el Apóstol
utiliza generosamente la imagen. De la rica exposición que hace de la misma el P. GIOVANNI HELEWA, Temi
paolini di ascesi cristiana. Teresianum. Roma (folios utilizados para el curso académico 1995-1996), pp. 159164, traigo aquí sólo un ejemplo: “ ‘No que lo tenga ya conseguido [el fin] o que sea ya perfecto, sino que
continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo,
hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que
está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo
Jesús’.
Pablo ofrece el propio ejemplo con intención exhortativa (cfr. vv. 15-17). La llamada de Dios orienta la
existencia cristiana hacia una meta, que es la perfección celestial de un premio que se debe conquistar. El
lenguaje es el de un atleta que participa en una carrera muy exigente, todo él en tensión hacia la línea de
llegada, decidido a ganar el premio. El esfuerzo personal es destacado por los términos ‘meta’, ‘premio’,
‘alcanzar’, y del concepto de una tensión perseverante que lleva al atleta a olvidarse del trayecto recorrido, a
6
considero suficientes para expresar la convicción, ya antes formulada, de que se trata de una
imagen rica y sugestiva, intuida como tal por los Padres de la Iglesia, presente de modo
diverso en la historia de la espiritualidad, y sumamente adecuada a la mentalidad y a la
sensibilidad de nuestros días13. El CATIC la asume, como puede verse a continuación:
“Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de
su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y
verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta
iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es
siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración
aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de
palabras y de acciones, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se
revela a través de toda la historia de la salvación” 14.
superar el propio cansancio con el empuje de quien quiere conquistar la victoria a toda costa. La perfección
celestial de la llamada divina es cuestión de conquista, recompensa prometida y asegurada al esfuerzo generoso
y perseverante.
En un solo texto, Pablo exhortará a Timoteo a ‘tender’ (lit.: ‘correr detrás’) de los valores específicos de la
perfección evangélica, a ‘combatir el buen combate de la fe’, a ‘conquistar la vida eterna’ (1 Tim 6,11-13). Es
interesante notar cómo el teólogo de la gracia utiliza a propósito la metáfora deportiva para inculcar el
imperativo de la cooperación humana, cooperación que debe hacerse, necesariamente, como un ‘entrenarse’
primero, y después como un ‘correr’, un ‘luchar’ y un ‘combatir’, cuyo objetivo es la ‘conquista’ de aquello
que, en el fondo, es siempre don de Dios”.
13
“Una teología tradicional de la contemplación puede ser fácilmente traducida en términos existenciales-
personalistas. Los ejemplos obvios abundan: contemplación = comunión intersubjetiva; infusa = de origen
divino; pasiva = receptiva; misticismo = encuentro experiencial. Si una realidad es relevante puede y debe ser
pensada y presentada en una orientación y formulación que refiera a un determinado tiempo y cultura. Esto
puede ser hecho a propósito de la comunión del hombre con su Dios. Es nuestra tarea hacerlo”. Cfr. T.
DUBAY, Contemporaneity and Contemplation, en Review for Religious, 29 (1970), pp. 120-121 (citado por el
P. FEDERICO RUIZ SALVADOR, Teologia mistica, esperienza e dottrina. Teresianum. Roma, 1997, p. 9).
14
CATIC, 2567.
7
Se trata de un texto situado en el contexto de la Llamada universal a la oración15,
y donde claramente puede verse que, al reconocimiento de la primacía del Señor, para correr
hacia Él (es decir, para contemplarlo y adorarlo), se opone el correr hacia los ídolos, es decir,
fijar la atención interior y centrar el esfuerzo de seguimiento detrás de falsos dioses, a los
cuales sin embargo el hombre puede convertir en “meta” de su vida.
En esa inmensa “maratón” de la historia de la salvación, Juan el Bautista tiene el
privilegio de correr inmediatamente delante de Cristo, para preparar el camino al Señor. Así
presenta el CATIC su vida y ministerio: “Juan es ‘Elías que debe venir’ (Mt. 17,10-13): El
fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como ‘precursor’] del Señor que viene.
En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien
dispuesto" (Lc. 1,17)” (CATIC, 718). Además, citando a San Agustín, el CATIC testimonia la
utilización de la imagen en la patrística: “La culminación de todas nuestras obras es el amor.
Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él
reposamos. [San Agustín]” (CATIC, 1829).
“Para que tengan Vida, y la tengan en abundancia”
15
Cfr. CATIC, IV parte, primera sección, capítulo primero.
8
COMPETICION
Nuestra vida lleva consigo la competición. En general se nos juzga por lo que hacemos. Y
como queremos que nos juzguen bien, queremos hacer mucho. Tenemos que lograr
resultados, vencer estadísticas, alcanzar triunfos. Luego irremediablemente, mi trabajo se
manifestará sobre el fondo del trabajo de mis compañeros, de modo que, aunque yo trabaje
bien, si ellos trabajan mejor, yo, por comparación, hago lo peor. Así es como el éxito de mi
hermano resulta una amenaza para mí, el grupo se hace mi rival y nace la envidia.
Eso no quiere decir que no nos ayudemos unos a otros. Lo hacemos con toda
generosidad. Yo haré todo lo que esté en mi poder para ayudar a cualquier compañero, rezaré
por su trabajo, lo ayudaré y defenderé con todas mis fuerzas. Pero, aún al hacerlo así, mis
sentimientos pueden irse por su lado, y puedo estar resentido con él al mismo tiempo que lo
ayudo. Incluso puede que le esté yo felicitando por sus éxitos y ensalzando sus logros, y al
mismo tiempo no consiga alegrarme interiormente con él ni hacer verdaderamente míos sus
triunfos. Es fácil celebrar todos juntos un gran éxito de uno de los del grupo; pero no es fácil
regocijarse con él íntima y espontáneamente como si su éxito fuera el mío. De hecho, la
capacidad espontánea de regocijarse por la felicidad de otro es en sí misma un índice
claro de la amistad y la intimidad que con él tenemos. Con un amigo verdadero, sus gozos
se hacen inmediatamente míos, mientras que con un mero compañero me dejan indiferente o
me dan envidia. Lo que es peor: cuando ese compañero tiene algún fracaso, me puede suceder
que yo me alegre secretamente de su fallo, presenciando dentro de mí mismo la lucha entre
deber de apenarme por su desgracia y la malicia de alegrarme de ella. Puedo contar muchos
ejemplos domésticos de situaciones semejantes.
Ahora bien, una cosa es tener sentimientos y otra cosa es obrar según ellos. Una
cosa es sentir envidia y otra cosa es ponerla en práctica. Y precisamente la mejor manera de
mantener a raya los sentimientos y evitar que lleguen a los hechos es reconocerlos, no
perderlos de vista, aceptarlos. Si me repito a mí mismo que no soy envidioso, que no debo
serlo, que no tengo porque serlo y no quiero serlo, mientras por dentro lo sigo siendo, no hago
más que relegar el sentimiento de la envidia al subconsciente, desde donde seguirá actuando
secretamente para influenciar mis acciones y manchar mi conducta. La mejor manera de hacer
inofensivo un sentimiento dañoso es admitir ante uno mismo que el sentimiento está presente.
Con no hacerle caso o despreciarlo, lo único que hacemos es reforzarlo y soltarle las riendas.
Sentimientos de envidia reprimidos darán origen a críticas de los demás, tristeza y
resentimiento, falta de cooperación, roces, disgustos. Pueden hacer mucho daño precisamente
porque están escondidos y, por tanto, sin controlar. La mejor manera de controlar a un chico
travieso es saber que es travieso y tenerlo a la vista. Con no querer ver sus travesuras
conseguimos que las aumente.
Ese es el primer paso. Neutralizar los efectos de un sentimiento con sólo
observarlo. Luego viene una terapia más profunda para curar el sentimiento mismo. El
tratamiento es el que apunté al hablar de la amistad: la envidia viene de la competición; la
ansiedad que acompaña a la competición viene de la inseguridad personal; la inseguridad de la
soledad, de la falta de afecto y apoyo, de hacer que mi salud interna dependa solamente del
trabajo y el éxito; y la amistad íntima y personal me devuelve el sentido y la certeza de mi
propio valer como hombre, como persona, me hace ver que no tengo que demostrar mi
valía ante nadie, que el valor de mi vida no depende del éxito de mi trabajo y que, en
consecuencia, el éxito de los demás no es ninguna amenaza a mi carrera, no hace sombra a mi
9
imagen. La amistad calma la ansiedad. El amor verdadero en el Señor suaviza la envidia. “La
caridad no es envidiosa” (1 Cor. 13,4).
Jesús mostró una gran paciencia toda su vida ante las rivalidades y las envidias de
aquellos a quienes amaba. Hubo una fuerte protesta en su grupo contra dos de ellos, Juan y
Santiago, que querían conseguir a espaldas de los demás puestos de influencia en el reino
venidero; y aun una disputa indecorosa en la última comida que tomaron juntos, para decidir
quién se sentaba más arriba o más abajo alrededor de la mesa de la primera Eucaristía.
También se encontró Jesús con la envidia femenina en el caso de dos hermanas que le servían
con devoción, pero una de ellas se enfadaba si la otra se sentaba tranquilamente a los pies del
Maestro y se pasaba el rato escuchándolo. Jesús vio enseguida que el problema de Marta no
era de demasiado trabajo, sino de envidia; no era que necesitase la ayuda de María, sino que le
dolía él verla descansando a sus pies; y por eso se niega a mandar a María a ayudar a su
hermana y la deja seguir disfrutando la “mejor parte” que había escogido. Jesús se encontró
con la envidia de gente religiosa en sus mejores actuaciones, al curar a los enfermos, al comer
con intocables, al regocijarse de que los niños cantasen hosannas en el templo. Todo eso le
llevó a dibujar cuadros de envidia en algunas de sus más célebres parábolas: los viñadores que
se quejan no por haber recibido menos salario, sino porque otros que habían trabajado menos
recibían el mismo; y el hermano mayor del hijo pródigo, que se niega a entrar en su propia
casa al oír la música de bienvenida por la vuelta de su hermano. Entristecerse por el bienestar
de su hermano. Eso es la envidia.
El padre del hijo pródigo es quien define la actitud auténtica: “Convenía hacer una
fiesta y alegrarse.” El bello don de alegrarme con la alegría de mi hermano, de hacer mía su
felicidad, de bailar en su fiesta. El gesto espontáneo de participar en los éxitos de mi hermano,
de celebrar sus triunfos con él. El sentido más profundo de la comunidad cristiana, en la que el
cuerpo entero se une y se entrelaza bajo Cristo cabeza, y siempre que a uno de sus miembros
le va bien, todos los demás se regocijan con él (1 Cor. 12, 26). El éxito de uno es el éxito de
todos, y el bienestar de uno contribuye al bienestar de todo el cuerpo. Esa es la realidad
que nos ofrece la gracia. A nosotros nos toca traducir esa noble realidad al lenguaje del
sentimiento diario.
(del libro “Viviendo juntos”, de Carlos G. Vallés, Sal Terrae, Santander, 1985)
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