El barco de las mentiras

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Érase una vez, un maravilloso mundo donde los barcos surcaban el cielo.
Navegaban justo bajo las nubes, amenazados por una incesante lluvia de rayos. ¿Y
sabéis lo más curioso de este mundo? Los barcos, cada uno de ellos con mil ojos en
su casco, se impulsaban con las mentiras que contaban las personas que iban a
bordo.
-
Vaya, qué buen día hace hoy – dijo uno de ellos, bajo la tormenta.
Con un suave giro, el navío evitó otra descarga y siguió su curso, imparable.
Todos sonreían nerviosos cuando, de repente, un pequeño niño miró al cielo y lo
descubrió lleno de rayos, lluvia y muchos otros peligros.
-
El cielo da miedo, mamá.
El barco se tambaleó con violencia, como si una ola del océano lo golpease de
lleno. Todos se asustaron y rodearon al chico que, en su inocencia, había dicho la
verdad.
-
¡Niño, no seas idiota! ¡Tienes que mentir para que sigamos volando! – le
recriminó el capitán que, sin percatarse, dijo la verdad.
De nuevo, hubo otra sacudida. Ésta hizo que casi todos perdiesen el equilibrio y
se golpeasen el culo en la cubierta. Muchos, con sinceridad, se quejaban del dolor, y
el barco comenzó a perder altura. Los pasajeros gritaban aterrorizados. Muchos de
ellos empezaron a decir mentiras para que el barco volviese a volar.
-
Me cae usted muy bien, señora – le dijo el capitán a una mujer que no había
visto jamás en su vida.
-
Por supuesto, no me importa trabajar horas extra – se escuchó más allá.
-
Hoy no tengo deberes, mamá – mentía un chico a su madre.
Otras personas, en cambio, decidieron decir la verdad, apoyando a los niños que,
valientes, habían decidido acabar con una vida llena de mentiras.
-
El barco está cayendo – gritaron unos pocos.
-
Tenemos miedo – dijeron otros tantos.
El barco caía en picado a muchísima velocidad. En poco más de medio minuto,
todos vieron cómo el suelo se acercaba a ellos, y la tierra se hacía cada vez más y
más grande. Sin esperanza de sobrevivir, los pasajeros buscaron a sus seres
queridos, se abrazaron y lloraron.
-
¡No quiero morir! – decía la mayoría.
-
Nos arrepentimos de haber contado tantas mentiras – se disculpaban los
vecinos de diferentes camarotes y algunos amigos.
-
Te quiero mucho, mi amor, te echaré de menos – se susurraban los
enamorados.
Y de repente, por arte de magia, el barco se detuvo a dos metros del suelo.
Nadie daba crédito a lo que sucedía, ¿Se habían salvado? Todos miraron al niño
que lo comenzó todo, y este, con una amplia sonrisa en la cara, les dijo:
-
¡Al fin os decís los unos a los otros, de verdad, lo mucho que os queréis!
Una brisa de aire fresco con olor a esperanza y felicidad rodeó al navío y a las
personas que se encontraban en él. Poco a poco, el barco se elevaba de una forma
mucho más suave de la que jamás había navegado. Aceleró y, en un santiamén,
recuperó toda la altura que había perdido. Atravesaron la densa oscuridad de las
nubes mientras la tormenta se enfurecía al ser ignorada por la nueva energía de
aquel navío.
Al llegar a lo más alto, vieron muy pocas naves por encima de las nubes. Todas
navegaban en paz, reconfortadas por los rayos del Sol. Los tripulantes reconocieron
que, aunque la verdad pueda ser turbulenta al principio, siempre llevará a un mejor
puerto que una vida llena de mentiras.
David Granados
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