de dominar al resto del mundo (el surgimiento del Estado nacional

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Sergio Rodríguez Lascano
“La revolución social no puede encontrar su poesía del pasado, sino del futuro. No puede comenzar con ella
misma antes de ser despellejada de todas las supersticiones concernientes al pasado. Las revoluciones precedentes
ponen su atención a los recuerdos de la historia mundial, con el fin de drogarse en cuanto a su contenido. Para
alcanzar su propio contenido las revoluciones del siglo XIX deben dejar que los muertos entierren a sus muertos”.
(Carlos Marx: El diez y ocho brumario de Napoleón Bonaparte)
La idea de que en la historia del capitalismo se han combinado ciclos largos y ciclos cortos de evolución, cada
vez es más aceptada. De esta manera,
el siglo XIX comenzó en 1789, con la
revolución francesa y permitió la
existencia de una serie de revoluciones sociales (el ciclo de la revolución
de 1830 en una buena parte de países
de Europa, el ciclo de revoluciones de
1848 en, prácticamente, toda Europa,
la Comuna de París en 1871) lo
mismo que el surgimiento de los últimos Estados Nacionales encargados
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de dominar al resto del mundo (el surgimiento del Estado
nacional francés, alemán, italiano, norteamericano, japonés)
que se sumarían a los ya existentes y, desde luego, el surgimiento del imperialismo, que de manera inmediata supera las
barreras de los Estados Nacionales y avanza hacia la construcción de un sistema capitalista mundial mucho más sofisticado. Según esta visión este siglo acaba según algunos en
1914 con el estallido de la primera guerra mundial y según
otros, con la gran revolución rusa de 1917.
El siguiente ciclo habría comenzado en 1914 o 17 y
habría terminado con la caída del muro de Berlín en 1989 o
con el “desmerengue” de la Unión Soviética en 1991. Este
sería un ciclo corto. Estaría marcado por las pugnas interimperialistas, producto de la búsqueda de mercados para darle
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salida a la realización de las mercancías; de la existencia de un
equilibrio militar que no se podía resolver mas que a partir de
la conformación de bloques, aunque en el terreno de la economía existía una locomotora que jalaba al conjunto de los vagones del tren imperialista (primero Inglaterra y luego Estados
Unidos de América) y por el estallido de un sinnúmero de
revoluciones sociales y de luchas de liberación nacional.
Cada ciclo de evolución del capitalismo ha permitido
formas de lucha específicas. En su prólogo al texto de Carlos
Marx titulado La Lucha de Clases en Francia de 1848-1850,
Federico Engels cuestionaba lo que había sido entendido
como el método de la confrontación política (las barricadas) y
plantea lo que en su opinión se iba imponiendo como fundamental hacia finales del siglo XIX (el sufragio universal):
“Por tanto, hasta en la época clásica de las luchas de calles, la
barricada tenía más eficacia moral que material. Era un medio
para quebrantar la firmeza de las tropas. Si se sostenía hasta la
consecución de este objetivo, se alcanzaba la victoria; si no,
venía la derrota. Este es el aspecto principal de la cuestión y no
hay que perderlo de vista tampoco cuando se investiguen las
posibilidades de las luchas callejeras que se puedan presentar
en el futuro (…) Por lo demás, las posibilidades eran ya en
1849 bastante escasas. …La barricada había perdido su
encanto; el soldado ya no veía detrás de ella al ‘pueblo’, sino a
rebeldes, a agitadores, a saqueadores, a partidarios del reparto,
a la hez de la sociedad; con el tiempo, el oficial se había ido
entrenando en las formas tácticas de la lucha de calles: ya no
se lanzaba de frente y a pecho descubierto hacia el parapeto
improvisado, sino que lo flanqueaba a través de huertas, de
patios y de casas. Y, con alguna pericia, esto se conseguía
ahora en el noventa por ciento de los casos…. ¿Quiere decir
esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a
desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. …Pero, ocurra lo
que ocurriere en otros países, la socialdemocracia alemana
tiene una posición especial, y con ello, por el momento al
menos, una tarea especial también. Los dos millones de electores que envía a las urnas, junto con los jóvenes y las mujeres
que están detrás de ellos y no tienen voto, forman la masa más
numerosa y más compacta, la ‘fuerza de choque’ decisiva del
ejército proletario internacional. Esta masa suministra, ya hoy,
más de la cuarta parte de todos los votos emitidos; y crece
incesantemente, como lo demuestran las elecciones suplementarias al Reichstag, las elecciones a las Dietas de los distintos Estados y las elecciones municipales y de tribunales de
artesanos. Su crecimiento avanza de un modo tan espontáneo,
tan constante, tan incontenible y al mismo tiempo tan tranquilo como un proceso de la naturaleza. Todas las intervenciones
del Gobierno han resultado impotentes contra él”1.
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Mucho se ha hablado de este
escrito como base teórica del pensamiento socialdemócrata o eurocomunista, sin embargo esto no es el
objetivo de este artículo. Indudablemente que la forma de organización
del poder estatal, la estructuración
arquitectónica de las ciudades más
importantes (“Los bulevares eran sólo
una parte de un amplio sistema de planificación urbana (…) Finalmente
crearían corredores anchos y largos
por los que las tropas y la artillería
podrían desplazarse efectivamente
contra las futuras barricadas e insurrecciones populares”2, en este capítulo Berman nos habla de la
construcción de los bulevares en París
hacia la segunda mitad del siglo XIX),
la composición de clase tan inicial, la
existencia de un armamento del ejército y la policía cuya diferenciación con
las armas que tenía la población no era
tan grande, etcétera, permitió un tipo
de lucha específico que tuvo en las
barricadas su razón de ser. Hasta 1871
este método de lucha fue clave.
La legalización de la socialdemocracia alemana y su impresionante
desarrollo electoral en unos cuantos
años permitió la generación de una
nueva idea: la lucha por el sufragio
universal primaría en el nuevo ciclo
de la lucha de clases. La insurrección
entendida como irrupción violenta de
la sociedad cedería su lugar a la conquista de una hegemonía social y cultural que permitiría un cambio
político sin grandes niveles de confrontación violenta. Engels en esa
misma introducción planteaba el
ejemplo del imperio romano y la
forma en que los cristianos lograron
conquistar la hegemonía a pesar de
los esfuerzos del emperador Dioclesiano, con la conversión de Constantino al cristianismo. El concepto de
hegemonía, consenso y legitimidad
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aparecían y marcarían todo el siglo
XX en los diversos tipos de lucha.
El surgimiento del imperialismo
marcaría el inicio de una transformación gigantesca de la forma de organización internacional de los procesos
productivos y de los mecanismos de
resistencia. La economía comienza a
determinar la manera de entender la
política. El Estado-Nación es ya insuficiente, como mercado y como territorio, para lograr los objetivos de esta
nueva fase del capital. Unas palabras
expresadas por el colonialista del sur
de África, Cecil Rhodes sintetizaban
ese pensamiento: “La expansión lo es
todo (…) estas estrellas, estos vastos
mundos a los que nunca podremos
llegar. Me apoderaría de los planetas
si pudiera”3.
31
Sin embargo, los Estados-Nación de las potencias
imperialistas seguían teniendo una importancia clave para
asegurar esa sed de expansión. Enfrente tenían a una serie de
instituciones creadas por los trabajadores (partidos, sindicatos, clubs, etcétera) que paulatinamente iban ganado una
fuerza política, social y cultural muy grande. La lucha por la
jornada laboral de 8 horas, por el reconocimiento de sus organizaciones gremiales y la legalización de sus partidos iban
generado una lucha significativa por le hegemonía social.
Sin pretender hacer una narración exhaustiva de estas
fases, es innegable que la introducción de la cadena de montaje y de los métodos “científicos del trabajo” (medición de
ritmos y cadencias productivas) y de la producción a gran
escala estuvo aparejada con un proceso largo y complejo de
incorporación de los sindicatos y los partidos de los trabajadores a la órbita estatal.
Apanicados por el temor que suscitó la gran revolución
rusa, el capital y su Estado decidieron llevar a cabo una política (el llamado Estado benefactor) que nulificó los aspectos
más radicales de la lucha sindical y política de los partidos de
izquierda. La estatolatría sustituyó al impulso inicial
de la lucha emancipatoria. La lucha sindical y política perdió sus aspectos de conflicto para pasar a ser
vista simplemente como disonancia, simple desavenencia sobre las condiciones laborales y económicas.
Atrás se encontraba una visión limitada y parcial: la lucha sindical es una lucha reivindicativa que
busca renegociar las condiciones de explotación.
Pero de ninguna manera representa la quinta esencia
de la lucha de clases. Al convertirse los sindicatos en
una institución, compleja, pero institución del Estado, los mecanismos de dominación y sometimiento
se fueron sofisticando hasta llegar al punto de la existencia de un corporativismo, que tuvo diferentes
niveles de expresión: desde la ley del trabajo elaborada por Mussolini, hasta las formas de control que
se desarrollaron en Inglaterra por medio del Partido
Laborista, que cuando no estaba en el gobierno
movilizaba a los trabajadores y organizaba huelgas y
cuando arribaba al gobierno aplicaba y aplica la política del Partido Conservador, para no hablar del que
se expresó y se expresa en México.
Eso fue aún más grave al identificar a la clase
obrera con el concepto de sujeto revolucionario, casi
único. Olvidando, en dado caso, que la conformación
de clase es un proceso histórico donde las diversas
ubicaciones y formas de acción permiten la existencia
de sujetos sociales concretos en función de articula-
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ciones específicas. Esto quiere
decir que no existen sujetos preconstituidos. El sujeto revolucionario —otra vez, en dado
caso— no es, y no debe ser, sino
que puede ser (posibilidad que
solamente existe en función de
la acción y de la lucha, no hay
otra). Aquí no existe un objetivismo en función de un análisis
del papel que se juega en el proceso productivo, aquí la existencia, pero sobre todo la
expresión, del conflicto es la
única garantía para que se pueda
desarrollar como tal.
Por otro lado, la idea original de proletariado fue sustituida por la de clase obrera
industrial, Daniel Bensaid lo explica así: “Marx habla generalmente de los proletarios. En general, en el siglo XIX, se
hablaba de las clases trabajadores en plural. Los términos en
alemán, Arbeiterklasse, e inglés, working class, se mantenían
bastante generales, mientras que el término classe ouvriere,
corriente en el vocabulario político francés, conlleva una connotación sociológica restrictiva propicia a los equívocos:
remite al proletariado industrial moderno, excluyendo al asalariado de los servicios y del comercio, aunque éste sufre condiciones de explotación análogos, desde el punto de vista de
su relación con la propiedad privada de los medios de producción, de su ubicación en la división del trabajo o, más aún, de
las condiciones asalariadas y del monto de su remuneración”4.
En la lista elaborada por Bensaid falta el proletariado agrícola
y algo que no deja de ser inquietante, los campesinos, que
como se ha demostrado en el devenir histórico no eran “costales de papas”, como pensaba Marx del campesinado francés,
aunque luego matizó de una manera sorprendente con respecto al campesinado ruso a raíz de su correspondencia con Vera
Zazulich: “El Manifiesto Comunista anuncia la inevitable cercanía de la disolución de la propiedad burguesa moderna. En
Rusia, sin embargo, nos encontramos con que el timo capitalista del rápido florecimiento y la recientemente desarrollada
propiedad burguesa de la tierra se enfrentan con la propiedad
comunal campesina de la mayoría de las tierras. Esto plantea
la pregunta: ¿Puede la obshchina (la comuna campesina rusa),
forma, aunque muy erosionada, de la propiedad comunal de la
tierra, pasar directamente a la forma superior, comunista, de
propiedad comunal? ¿o bien debe pasar primero por el mismo
proceso de disolución que caracteriza el desarrollo histórico
en Occidente? Hoy existe una sola respuesta. Si la revolución rusa se convierte en una señal para la revolución
proletaria en Occidente, de tal modo
que una complementa a la otra, entonces la propiedad comunal de la tierra
podrá servir como punto de partida
para un desarrollo comunista”5.
Con esto Marx estaba poniendo
en cuestión la visión unilineal que se
podía concluir de lo que escribió en el
prólogo a su obra fundamental El
Capital, en el sentido de que los países más avanzados les mostraban a
los países más atrasados su futuro.
Y en eso vino el remolino
neoliberal y nos fragmentó
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La reestructuración general de las relaciones sociales capitalistas que ha significado el llamado neoliberalismo ha
traído como consecuencia una transformación del mundo del trabajo y en
general de las relaciones de producción. La vieja clase obrera industrial de
los países más desarrollados, económicamente hablando, no guarda relación
con la que existió durante el siglo XX.
Hoy una parte fundamental de ella está
compuesta por trabajadores migrantes,
que dejan sus países para ir a realizar
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una serie de trabajos que por una serie
de razones estructurales ya no realizan
los trabajadores de esos países. Si bien
ese proceso no ha concluido, los 170
millones de trabajadores migrantes
que hoy se encuentran ubicados en las
45 ciudades más desarrolladas del
mundo, son los principales generadores de plusvalía.
Por otro lado, el espacio y el
tiempo del capitalismo fordista han
desaparecido o están en proceso de
desaparición. La línea de montaje y la
medición de ritmos y cadencias han
sido sustituidas por una nueva forma
de organización del trabajo, que va
desde los círculos de calidad hasta el
trabajo a domicilio. Esta desregulación
del proceso significó también una
dinámica de desconcentración de las
fábricas, fragmentando los procesos
productivos de una misma mercancía,
primero en un mismo país y luego en el
ámbito internacional. Con todo esto las
cuatro variables fundamentales que
dieron vida a los trabajadores del siglo
XX fueron modificadas: cadena de
montaje, ritmos y cadencias de producción, sindicatos y partidos obreros.
Desde luego esto se dio a partir de la
gran derrota que sufrieron los trabajadores, fundamentalmente en Europa,
en los inicios de los años 80, que puede
ser ubicada en la larga lucha derrotada
de los trabajadores mineros del carbón
de Inglaterra y Escocia. A partir de ahí,
los trabajadores industriales de todo el
mundo han sufrido una lluvia de piedras, retomando el titulo de la gran
película de Ken Loach que nos describe todo este proceso.
Todo esto ha permitido un proceso variado:
a. Peores condiciones de trabajo.
b. Peores condiciones salariales.
c. Verdaderas oleadas humanas
que emigran de los países pobres
hacia los países ricos.
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d. Mantenimiento, cada vez más creciente, de las economías de los países pobres con las remesas que se envían.
e. Caída de la actividad sindical y de la afiliación a los
sindicatos.
f. Debilitamiento de los viejos partidos obreros.
g. Creación de un nuevo tipo de actividad en los barrios
de los emigrados que se convierten en pequeñas ciudadelas que
reproducen la vida, cultura, tradiciones de los países de origen.
h. Los estallidos y huelgas pasan por encima de las viejas
estructuras burocratizadas de los sindicatos y los mecanismos
de democracia directa cobran una importancia mayor, las grandes huelgas de 1995 en Francia fueron un botón de muestra.
i. Un sector de la población autóctona de los países ricos
es víctima de la propaganda racista y xenófoba de la extrema
derecha, pero también de las constantes actitudes hipócritas
que vienen desde el poder mismo.
j. La existencia de un sector social, cada vez más grande
de los que viven en los países ricos sin contar con nada: los
sin papeles, los sin techo, los sin trabajo, los sin nada.
Al mismo tiempo se vive un proceso de internacionalización de las relaciones mercantiles, en especial en el terreno
de la deslocalización del trabajo, esto ha permitido también
un proceso variado:
a. Una constante internacionalización del capital y de
las mercancías, lo que ha permitido el surgimiento de sectores de trabajadores, tanto en el sector industrial como en los
servicios o en la agricultura, que realizan procesos productivos que antes eran monopolio de los trabajadores de los países ricos. Para poner un ejemplo: hasta el año 2000, Alemania
había creado 2 millones quinientos mil puestos de trabajo
(muchos de ellos ocupados por trabajadores migrantes), pero
al mismo tiempo las firmas alemanas crearon 4 millones de
empleos fuera de ese país.
b. Una caída internacional de los salarios, producto de
la sobreexplotación de la mano de obra de los países pobres.
c. Un incremento en todo el mundo de la precarización
del trabajo e incluso el regreso al trabajo esclavo.
d. La existencia de un auténtico ejército productivo de
reserva que modula los salarios en el ámbito mundial.
e. El incremento de la ideología del progreso vinculada
al arrasamiento del entorno ambiental de los países pobres.
f. El creciente poder de las trasnacionales que hacen casi
desaparecer a los Estados nacionales de los países pobres.
g. La eliminación del Norte y el Sur entendidos como
territorios, lo que hoy existe es, como señaló el Subcomandante Insurgente Marcos, el norte social y el sur social, pero
ambos están en todo el mundo, lo cual permite un nuevo tipo
de internacionalismo, más parecido al que existía en las
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épocas de la primera internacional (nada más que éste verdaderamente mundial) que a las que se desarrollaron posteriormente.
En ese sentido, pierde razón de ser la idea de que la lucha
de clases no se disuelve en las identidades comunitarias, como
plantea Bensaid en su texto de los Teoremas. Hoy, un estudio
—que rebase el carácter sociológico— de la conformación de
los trabajadores del campo y la ciudad a nivel internacional
debe tomar en cuenta una serie de variables, no sólo el de su
papel en el proceso productivo. Separar o jerarquizar la lucha
de clases con relación a las identidades comunitarias no es simplemente un error, sino un absurdo en las condiciones de conformación de los trabajadores en la actualidad. Eso no
empobrece a la lucha de clases sino que la enriquece, le agrega
la lucha de género, por la diversidad sexual, la ambientalista,
por los derechos de los pueblos
indígenas, la lucha de los sin nada,
etcétera. Todo esto crea una diversidad de conflictos que se jerarquizan
en función, no de una visión objetivista pre-existente sino de la lucha
misma. Como dice el Subcomandante Insurgente Marcos: “Si antes
los ‘otros’ eran los indios, los
negros, los amarillos o los rojos,
ahora la globalización de arriba nos
ha traído una auténtica ‘democratización mundial’: los otros somos
todos y TODAS, los que no nos
queremos parecer al modelo hegemónico, y nos negamos a homogeneizar nuestra identidad, es decir,
nos resistimos a renunciar a nuestra
diferencia. En la diferencia, en su
reconocimiento, en su tratar de
comprender, es decir, en respetarla, está la base de la humanidad. Al definir al diferente como el enemigo, el poder define a
la humanidad entera como el contrario a aniquilar”6.
Una cuestión similar fue planteada hace muchos años por
Hannah Arendt en su clásico libro, Los orígenes del totalitarismo: “La nueva característica de esta filosofía política imperialista no es el lugar predominante que concedió a la violencia ni
el descubrimiento de que el poder es una de las realidades políticas básicas. La violencia ha sido siempre la ultima ratio de la
acción política y el poder ha sido siempre la expresión visible
de la dominación y del Gobierno. Pero ni una ni otro habían
sido anteriormente el objetivo consciente del cuerpo político o
el propósito definido de cualquier política determinada.
Porque el poder entregado a sí mismo
sólo puede lograr más poder, y la violencia administrada en beneficio del
poder (y no de la ley) se convierte en
un principio destructivo que no se
detendrá hasta que no quede nada que
violar” 7.
La disyuntiva planteada por
Rosa Luxemburgo de socialismo o
barbarie, por lo menos en lo que tiene
que ver con su segundo elemento, no
es algo que esté en el horizonte, ya está
entre nosotros. Recientemente se señaló que en Irak se le da una importancia
muy grande al número de bajas de los
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soldados norteamericanos pero nadie
está llevando la estadística exacta de
cuántos civiles iraquíes están siendo
asesinados; según esta fuente hay ya
más de 100 mil muertos de ese hermano país.
Cuando los zapatistas plantearon
en 1996 la idea de que la lucha era
“contra el neoliberalismo y por la
humanidad”, que tanto molesta a algunos intelectuales marxistas, no buscaban disolver la conflictividad de clase
sino señalar que la tarea clave de los
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trabajadores del campo y la ciudad es
detener al neoliberalismo para salvar a
la humanidad, si no queremos que el
principio destructivo del poder del
dinero no se detenga hasta que no
quede nada por violar. Porque, como
dice el Subcomandante Insurgente
Marcos, el Capitalismo (más en su fase
actual) es un crimen de lesa humanidad. Luchar por la humanidad es
luchar contra el capitalismo.
Los que se desesperan porque el
movimiento y la lucha no alcanzan los
niveles de acuerdo y de centralización
y añoran la claridad del pasado, las
certezas intocables, y los axiomas infalibles es necesario recomendarles
paciencia. Estamos en el inicio de una
nueva época y la derrota no fue pequeña. Nosotros que medimos los ciclos
históricos no únicamente ni fundamentalmente por los ciclos del capital
sino por las expresiones de lucha, estamos convencidos que el siglo XXI no
se abrió al día siguiente de la caída del
muro de Berlín sino el 1 de enero de
1994. Y no por un afán protagónico
sino por que el ¡Ya Basta! zapatista
significó un reto a la gramática de la sumisión y de la resignación, en un momento donde el poder del dinero se vanagloriaba
de que ya no tenía rival al frente y la mayoría de la izquierda se
lamentaba de su orfandad. Ese ¡Ya Basta! se ha ido generalizando con características propias. Todavía estamos lejos de
encontrar los puntos que unifiquen esa diversidad, respetándola, y eso no será una tarea fundamentalmente intelectual o académica, será obra de la lucha y de la acción.
Dos críticas, dos señalamientos
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En los últimos tiempos, se han elaborado dos tipos de críticas a
los zapatistas completamente contradictorias entre sí. Por un
lado, las que plantean, entre otros, el señor James Petras (“a lo
más que aspira Marcos es a ser alcalde de algún municipio de
Chiapas”) y el famoso discípulo de Lacan, Salvoj Zizek, que en
su libro La revolución blanda sin
ningún matiz pone en el mismo
saco a Toni Negri, Michel Hardt,
Naomi Klein y al Subcomandante
Marcos y los bautiza como “revolucionarios blandos”, él, que seguramente ha de ser un revolucionario
“duro” reconocido por sus acciones
“duras” contra el capital. Todo porque los zapatistas están en contra de
tomar el poder. Desde luego es viable y necesario un debate teórico
sobre el asunto, pero desde qué
ladrillo se ubican ambos intelectuales para cuestionar no la concepción, sino la lucha de los pueblos
zapatistas. Para Petras construir un
municipio autónomo es ridículo y
hay que ridiculizarlo, aunque en ese
esfuerzo estén sumadas las voluntades de decenas de miles de indígenas mexicanos. Para el señor
Zizek la insurrección del 1 de enero de 1994 y la lucha de decenas de miles de insurgentes, milicianos y bases de apoyo zapatistas lo único que representan es una revolución blanda.
Ambos autores han escrito una serie de textos en los que dan
auténticas lecciones de estrategia revolucionaria: Petras, celebrando la masacre del pueblo chechenio llevada a cabo por
Putin, y el otro, desentrañando la visión profunda de lo que significa no ser blandos: “Detengámonos por un instante en el
acoso sexual. Me opongo, por supuesto, a él, pero seamos francos. Imaginemos que sufro un impulso pasional, me he enamorado de otro ser humano, y declaro mi amor, mi pasión, por él o
ella. Siempre hay en esto algo perturbador, violento. Puede
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parecer una broma, pero no hay nada de ello: no se puede
emprender un juego de seducción erótica de modo políticamente correcto. Hay un momento de violencia; cuando se dice:
“Te quiero, te amo.” De ningún modo es posible eludir este
aspecto violento. Creo que este temor al acoso sexual incluye a
este aspecto, el temor de un encuentro demasiado abierto,
demasiado violento, con otro ser humano”. Ahora sí está claro
qué significa ser un revolucionario “duro”: o sea “macho”.
Por otro lado, en una conferencia Armando Bartra hizo
la crítica contraria. El zapatismo, según él, desprecia la lucha
institucional y se encierra en un sectarismo enfermizo. La
forma en que lo explica busca ser coloquial: “La mayor parte
de la izquierda mexicana no comulga con el abstinente radical (sic) que no fuma pues una vez probó un cigarro que no le
gustó, no bebe pues una vez tomó una copa que no le agradó y
naturalmente tiene un solo hijo. En vez de eso pensamos que
un fracaso electoral, una negociación frustrada y una reforma
Constitucional que abortó hablan de la necesidad de prepararnos mejor para los comicios, de trabajar más la correlación
de fuerzas antes de negociar con el poder y de elegir legisladores menos malos”8.
Según este escrito el zapatismo se opone a la lucha por
reivindicaciones concretas que implican exigirle (¿o pedirle?) al Estado que cumpla con la satisfacción de una serie de
necesidades. Falso. El zapatismo respeta la voluntad de la
gente cuando ésta decide una acción de esa naturaleza. Incluso cuando alguien quiere seguir experimentando en votar por
“legisladores menos malos”. El punto de la discusión se ubica
en otro lado: por ejemplo, cuando vemos que la dirección de
un movimiento está promoviendo la confianza y la simpatía
hacia un político ratero, corrupto y criminal (Manuel Bartlett
o Gustavo Iruegas); o cuando los dirigentes de tal o cual
movimiento lo utilizan como trampolín político para satisfacer sus ambiciones políticas y abren o cierran la movilización
como si fuera un bitoque de agua; o cuando no se avanza en
una actuación que favorezca la independencia política con
relación al poder del dinero (eso que no se puede medir con
pesos y centavos), o cuando se genera una movilización
social sin que los directamente afectados tomen el control de
la lucha, etcétera. Ahí están algunos temas del verdadero
debate y no en lo que piensan Bartra y los que él señala como
la mayoría de la izquierda mexicana (titulo autoasignado). Y,
finalmente, parafraseándolo diríamos: la “mayor parte de la
izquierda mexicana” disfruta sin restricciones fumando aunque nunca le haya gustado un cigarro, es alcohólica aunque se
marea a la primera copa y naturalmente confunde tener relaciones sexuales con tener hijos.
Ya estamos en el año 12 de la insurrección zapatista. 
Notas:
1. Engels, Federico: Introducción a “La lucha
de clases en Francia de 1848-1850” de Carlos
Marx.
2. Berman, Marshall: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, Ed siglo XXI. Pág.150.
3. Arendt, Hannah: “Los orígenes del totalitarismo”, Ed. Taurus. Pág.182.
4. Bensaid, Daniel: “Teoremas de la resistencia
a los tiempos que corren”. Página de internet
de la revista Viento Sur.
5. Marx, Carlos y Engels, Federico: “Prefacio
a la segunda edición rusa del Manifiesto
Comunista”.
6. Subcomandante Insurgente Marcos: “En
(auto) defensa de las jirafas” Revista Rebeldía
No 25.
7. Arendt, Hannah: Ídem. Pág. 197.
8. Bartra, Armando: “La izquierda está en la
calle”.
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