El tal de Shaibedraaʻ (Quijote I, 40)1

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El tal de Shaibedraaʻ
(Quijote I, 40)1
Luce López-Baralt
Universidad de Puerto Rico
“De cuyo nombre no quiero acordarme…”
(Quijote I, 1)
A mi colega Ahmad Abi Ayad,
que puso en mis manos
el dato intrigante que detonó estas páginas,
con la gratitud que él bien sabe.
I. Las aventurillas de los nombres cervantinos
C
omo observó Pedro Salinas, el nombre que impone Cervantes a sus
personajes suele constituir una auténtica “aventurilla”. Los apelativos
cervantinos, en “buscada convivencia de opuestos”, libran una “breve guerra civil” (Salinas, 1952, 4 y 3) en el apretado espacio de su enunciación y
dictan su propia historia. Pero hay otra “aventurilla” –más bien, aventura de
enormes proporciones– detrás del nombre icónico que Cervantes se adjunta
tras su cautiverio en Argel: Saavedra. O, como veremos, Shaibedraaʻ, pues
el apellido gallego tiene una crucial contrapartida en el árabe dialectal de
Argel. El novel apellido, que el novelista impone a todos los alter-egos de
sus ficciones de tema argelino, delata la “guerra civil” que libra en su propio
ser, fronterizo ya entre las culturas enfrentadas del cristianismo y el Islam.
A decodificar el sentido secreto de este apelativo, que celebra unas extrañas
nupcias de contrarios, van dedicadas estas páginas.
Las travesuras verbales del cristianar cervantino son palmarias. Resulta
imposible congelar al hidalgo manchego –Quijano, Quesada, Quijada– en
una identidad estable, y hasta el apelativo de Don Quijote constituye una
paradoja bicultural. Quixote es la pieza de la armadura que cubre los muslos,
pero la voz alude simultáneamente al sayo de tela veraniega bordado al gusto
morisco, como recuerda Carroll Johnson (2004). El nombre “Ricote” que
ostenta el morisco que regresa clandestinamente a España (II, 54) encierra
1 La versión completa de este ensayo vio la luz en la revista virtual eHumanista/Cervantes vol. 2
(2013), dentro del monográfico “Cervantes y el Mediterráneo” editado por Stephen Hutchinson y
Antonio Cortijo Ocaña (mi trabajo en pp. 407-426). El texto se reproduce parcialmente aquí con la
autorización expresa de la revista.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
otra contradicción silenciosa. Se asocia con el aumentativo de “rico” –“ricacho”– con lo que Cervantes apunta al prejuicio de los cristiano-viejos que
acusaban a los moriscos de amasar riquezas excesivas, tal los dos mil escudos
del tesoro que Ricote viene a recatar. Pero el apelativo evoca también el Valle
de Ricote en Murcia, lugar de origen de moriscos ya asimilados tras siglos de
convivencia pacífica con los cristianos. “Ricote era lo mismo que decir toda
la crueldad inútil de la expulsión de unos españoles por otros españoles…”
(Márquez Villanueva, 1975, 256). Estamos ante una nomenclatura baciyélmica: la burla y la defensa de la casta morisca se da de manera simultánea.
En las comedias argelinas los nombres se canjean vertiginosamente y son
heraldos de una identidad en peligro de perderse. La mora Zoraida asume en
el Quijote el nombre cristiano de Marién, mientras el cautivo Francisquito
protesta en Los baños de Argel que no quiere que le cambien el nombre,
símbolo de su fe: “Padre, Francisco me llamo,/ no Hazán, Alí ni Jaer” (p.
295).2 Pero es obvio que la tentación de apostatar al Islam estaba servida.
La Sultana Doña Catalina de Oviedo rehúsa llamarse Zoraida, pero el título
bimembre con el que protagoniza la comedia La gran sultana doña Catalina
de Oviedo es un contrasentido más en la paradojal nomenclatura cervantina.
Recordemos que el cambio de nombre de los renegados o “cristianos de
Alá” implicaba una decisión traumática en Berbería: además del atribulado
Hazén de Los baños de Argel, que osciló entre las dos religiones antes de
ser empalado, cabe evocar a Uchalí (Aluj Ali) y a Morat Arráez Maltrapillo,
a quien Cervantes, compasivo, llama “muy grande amigo mío” y “nuestro
renegado” en la Historia del cautivo. Cuando en La gran Sultana Roberto ve
que el renegado Salec –agnóstico, por cierto, como el morisco Ricote–se ha
cambiado el nombre, le pregunta “¿cómo te has olvidado/ de quien eres?”
(p. 368). La identidad era quebradiza en el cautiverio, como el alucinante
baile de apelativos demuestra.
Ya con tintes más humorísticos, la sin par Dulcinea ostenta un almibarado nombre caballeresco, pero procede del Toboso, población conocida
en la época por su notoria población morisca (Américo Castro, 1925/1972
y 1966; Gil Benumeya Grimau, 2006, 199; Carrasco Urgoiti, 2006, 125 y
126; Viñas y Paz (1963, 581); Stoll, 2006, 311-312). Su apelativo bicultural
traduciría como “Dulcinea de la morería”. Alifanfarón aglutina a su vez factores culturales opuestos: “Ali”, nombre árabe común, se une irónicamente
con “fanfarrón” porque sus enemigos en la fe veían al guerrero moro como
un tonto vanaglorioso.
La palabra “baciyelmo” que Sancho acuña para obligar a convivir los
conceptos antitéticos de la bacía de barbero y el yelmo de Mambrino es
2 Advierto que citaré todas las comedias cervantinas por la edición de las obras completas de Ángel
Valbuena Prat, el Persiles por la edición de Carlos Romero Muñoz, las Novelas ejemplares por la
edición de Harry Sieber y el Quijote por la edición de Luis Andrés Murillo.
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el botón de muestra más representativo de cómo Cervantes bautizaba el
mundo. Pero el novelista alcalaíno no se limita a estas curiosas “células de
lo paródico” (Salinas, 1952, 3), sino que hace que el apicarado Pedro de
Urdemalas se adjunte un nuevo apellido en la comedia que lleva su nombre:
Es Pedro de Urde mi nombre
mas un cierto Malgesi
mirándome un día las rayas
de la mano, dijo así:
“Añadióle Pedro al Urde
un malas: pero advertid,
hijo, que habéis de ser rey,
fraile y papa y matachín
…………………………
pasareis por mil oficios
trabajosos; pero al fin
tendréis uno do seáis
todo cuanto he dicho aquí” (pp. 508-509).
Las identidades contradictorias que, según el gitano quiromántico, habrá
de adquirir Pedro de Urdemalas se deben a la condición de “farsante” o actor
que habría de asumir, pero es obvio que el nuevo sobrenombre “Malas”
implica la fragmentación del propio ser. Tomemos nota de ello.
Los nombres cervantinos, monedas onomásticas de doble cara, no anclan
sino que desestabilizan las identidades de los personajes. Apuntan a un trauma
ontológico, sobre todo cuando se dan en el espacio argelino. Cervantes, como
veremos, no estuvo ajeno a estas encrucijadas en el orden del ser.
II. El “tal de Saavedra” (Quijote I, 40)
Antes de preguntarnos por qué Cervantes elige para sí el sobrenombre de
Saavedra, cabe recordar que el novelista puebla de “Saavedras” el espacio
ficcionalizado de Argel. Todos son su alter-ego.
Ahí está el valeroso “soldado español llamado tal de Saavedra” de la
historia del cautivo del Quijote (I, 40), que se salvó inexplicablemente de
la horca. En El gallardo español, obra que evoca el ataque al presidio hispano de Orán (1563) por los turcos, don Fernando, una vez más, “tiene por
sobrenombre Saavedra”. Es apostrofado como “aquel de Saavedra” (p. 186)
y desdobla su identidad cuando alude a Saavedra como “su otro yo” y a don
Fernando como “mi amigo” (p. 196). Todo esto, mientras los niños de Orán
proclaman que se ha tornado moro. La escisión de la personalidad, vivida
bajo el apellido Saavedra, queda dotada de una inquietante impronta islámica.
El otro personaje “Saavedra” es un soldado cautivo que implora de rodillas al Rey Filipo lo salve del cautiverio en El trato de Argel. No tiene nombre
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
propio y ostenta el apellido a secas, como si fuera innecesario añadir nada
más al escueto Saavedra que lo define rotundamente.
Advirtamos la indeterminación del nombre Saavedra: “el tal”; “tiene
por sobrenombre”; “aquel de Saavedra”; o bien “Saavedra” a solas. Tanta
insistencia onomástica en Saavedra es sospechosa, máxime cuando los personajes llevan el apelativo a manera de etiqueta impuesta o bien aislado.
Algo muy íntimo nos está insinuando Cervantes: cuando de Argel se trata,
con llamarse Saavedra todo queda dicho.
El alcalaíno adjunta el inesperado “Saavedra” a su apellido familiar a partir de su prisión en Berbería, como recuerda María Antonia Garcés (Garcés,
2003). Conviene examinar las razones que tendría para hacerlo, ya que el
nuevo nombre compuesto parecería nacido de la configuración de un trauma:
el cautiverio de Argel. El fundador de la novela moderna salió de Berbería
con una visión de mundo tan fronteriza y tan llena de polaridades irresueltas
como la de los hijos de ficción con quienes compartió su nuevo apellido.
III. El cautiverio de Argel y la crisis de identidad de
Cervantes
La angustia de su condición como prisionero de rescate no inhibiría el
asombro de Cervantes ante el espectáculo de la ciudad portuaria de Argel. En
el estudio etnográfico que constituye la Topografía de Argel, Antonio de Sosa
insiste en el clima cosmopolita que la conflagración de culturas –cautivos,
comerciantes, renegados, turcos, judíos, moriscos y morabutos– otorgaba a
la ciudad berberisca. Esta urbe políglota, que observaba la libertad de culto
religioso, se le antojaría a Cervantes no sólo un mundo distinto al suyo,
“sino en muchos aspectos […] antípoda” de la España inquisitorial (Márquez
Villanueva, 2010, 29).
Al ser un valioso “cautivo de rescate” el autor del Quijote tuvo “la ciudad
por cárcel” (Márquez Villanueva, 2010, 31), salvo unos breves cinco meses
de reclusión tras su cuarto intento de fuga. Esto lo llevó a conocer de cerca
el ambiente abigarrado de la ciudad multicultural: “Argel es, según barrunto
/Arca de Noé abreviada”, dirá en Los baños de Argel (p. 301).
La crisis psíquica, propia de todo cautivo, habría de dejar a Cervantes
oscilando entre dos espacios enfrentados: su cultura occidental y el mundo
islámico. Juan Goytisolo sostiene que Argel fue “ese vacío-hueco, vórtice,
remolino-en el núcleo central de la gran invención literaria” del novelista
(Goytisolo, 1982, 60). Pero Argel no le fue del todo antagónico, como
recuerda Ahmed Abi Ayad “…mucho se ha escrito sobre el cautiverio cervantino en Argel pero nunca se ha hablado de la influencia positiva y del
enorme impacto que ejerció en él nuestra tierra” (2000, 15). Vivió en carne
propia la diversidad cultural, como afirma a su vez Evangelia Rodríguez: “la
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diversidad de visiones y culturas está en la base del mejor Cervantes […]
en Argel, aprende a […] a comprender lenguas y gentes” (apud Abi Ayad,
2000, 16). Garcés observa que lo mismo ocurre en el caso de Antonio de
Sosa, el compañero de penas de Cervantes: “…in spite of his vicisitudes as
a captive in Algiers, Sosa’s Topography reveals a tacit love affair with the
multicultural metropolis, the real protagonist of his works” (Garcés, 2011,
20). El autor del Quijote expresa la crisis de su llegada como cautivo a
Berbería a través de su alter-ego, el Saavedra de El trato de Argel: “Cuando
llegué cautivo y vi esta tierra […] a pesar mío, /sin saber lo que era /me vi
el marchito rostro de agua lleno (p. 117). Garcés (2002, 29) sospecha que
los versos reflejan el trauma psíquico de Cervantes: la identidad se desdobla
ante la crisis del cautiverio y el alter-ego cervantino observa pasivamente que
sólo una parte de su ser cede al llanto (Garcés, 2002, 175). “Como ilustra
Sándor Ferenczi (1982), la escisión del yo en el trauma mide […] la […]
importancia del daño” (cf. Garcés, 2003, 368). Observa a su vez Donald W.
Winnicott (1989)3 que el trauma del cautiverio forzado, que asoma al sujeto
a las puertas de la muerte día tras día, no sólo promueve una escisión de
la personalidad, sino una ruptura violenta en el hilo de la vida, un cambio
radical en el orden del ser.
IV. ¿Por qué Saavedra? Los posibles antecedentes
españoles del apellido que asume Cervantes
La adopción del nuevo apellido Saavedra por parte de Cervantes parece
pues la clave cifrada del nacimiento de un nuevo yo. Garcés (Garcés, 2003)
propone que varios personajes asociados a la vida fronteriza podrían haber
inspirado el novel apellido que Cervantes se adjunta de manera tan abrupta.4 Un pariente lejano, Gonzalo Cervantes Saavedra, soldado en Lepanto
que luego marcha a Indias y que Cervantes evoca como poeta en el “Canto
de Calíope” de La Galatea (1585), pudo haber detonado la adopción del
nombre.5 El novelista, de otra parte, también pudo asumir el apellido del
antiguo cautivo Juan de Sayavedra, héroe del Romancero que Ginés Pérez
de Hita destaca en las Guerras civiles de Granada. Los moros granadinos
que lo capturan piden por él un alto rescate, como ocurrió con Cervantes en
Argel. Este Sayavedra, por más, tuvo la angustiosa tentación de apostatar al
Islam y de pasarse al lado enemigo: igual que Cervantes, era un fronterizo
que se movía en los márgenes indecisos de dos culturas.
3 Garcés se sirve de este psicoanalista, que tanto ilumina los alcances del trauma cervantino, en el
capítulo V, “Anudado este roto hilo”, de su citado estudio Cervantes in Algiers (2002).
4 Para las diferencias entre nombre, patronímico y apellido, cf. Garcés, 2003, 361.
5 Recordemos que Cervantes siempre aspiró a ser un gran poeta, “gracia que no quiso darle el cielo”.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
Pese las resonancias fronterizas del apellido Saavedra, hay que admitir
que, por su rancio origen gallego, era asociable también con la estirpe goda
que la casta de los cristianos viejos esgrimía como antídoto a la temida sangre
“conversa”. El apellido Saavedra procede del topónimo Saavedra, población
de la provincia gallega de Orense (Tibón, 1995, 215). Etimológicamente
deriva del bajo latín sala vetera, que deriva en gallego en Saa (sala, solar,
caserío, quinta) vedra (antigua) (Tibón, 1995, 215; Faure et al., 2001, 667).
En su Diccionario heráldico y genealógico Alberto y Arturo García Carrafa
elogian las ilustres ramas de la familia Saavedra, “pródigas en eminentes
varones: grandes de España, famosos capitanes, prelados, caballeros de
Órdenes Militares y Reales Maestranzas, poseedores de títulos del Reino”
(García Carrafa, 1958, 11). Nada más del gusto de Cervantes, tan proclive
a la paradoja, que ostentar un apellido “fronterizo” que a la vez fuese una
ilustre garantía de la sangre “limpia” de su usuario.
V. El tal de Shaibedraaʻ
Pero el apelativo Saavedra constituye una “aventura” onomástica aun
más compleja, y la decodificación de su oscuro acertijo nos devuelve precisamente a Argel. Es que el apellido hispano Saavedra que adopta Cervantes
consuena demasiado de cerca con el antiguo apellido argelino Šayb aḏ-ḏirāʻ
(también transliterado como Šaīb al-dirāʻ), pronunciado “Shaibedraaʻ” en
árabe dialectal magrebí. La pista me la ofreció el hispanista de Orán Ahmad
Abi Ayed,6 precisamente en Argelia, y puedo decir que el patronímico está
muy bien documentado: Ouakil Sebbana me informa a su vez que Shaibedraaʻ
“se localiza solamente en el norte de África, especialmente en Argelia”,7 dato
que corroboran el hispanista tunecino Mohamed Aouini8 y el islamólogo
argelino Hamidi Khemisi.9 Mohamed Meouak, profesor de la Universidad
de Cádiz y experto en árabe dialectal argelino,10 explica que existen en
Argelia no sólo familias sino pueblos e incluso aduares con el antropónimo
Šayb aḏ-ḏirāʻ.11
Pero no es sólo que exista en Argel un apellido árabe que consuene
fonéticamente con el apellido español Saavedra: es que a Cervantes, tullido
6 Información compartida en Tlemcen, Argelia, 25 de octubre de 2011, en ocasión del Congreso
Internacional Tlemcen, terre d’acueill après la chute de l’Andalousie. Una vez más, va mi gratitud
más profunda al amigo hispanista, a quien tanto debo.
7 Comunicación electrónica del 21 de mayo de 2012.
8 Comunicación electrónica del 20 de mayo de 2012.
9 Comunicación electrónica del 18 de noviembre de 2011.
10 Agradezco vivamente a Mercedes García Arenal (CSIC) y a Sergio Carro Martín (Centro de Ciencias
Humanas y Sociales (CCHS-CSIC), Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente
Próximo) que me pusieran en contacto con el arabista Meouak (Jerez de la Frontera).
11 Comunicación electrónica del 9 de abril de 2012.
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de un brazo en la alta ocasión de Lepanto, le pudieron poner el sobrenombre Shaibedraaʻ durante su cautiverio. La voz “shaibedraaʻ” significa nada
menos que “brazo defectuoso” o “tullido”. Šayb aḏ-ḏirāʻ proviene de la voz
“brazo” (aḏ-ḏirāʻ, Cowan, 1994, 356) y del verbo šūb o šiāb, que significa
“alterar, falsear, encanecer” (Julio Cortés, 1996, 601; J. M. Cowan (1994,
574), y Federico Corriente (1970, 77). De este verbo procede la voz šāiʼba,
que significa, según Cowan (1994, 574) “defecto, falta, mancha1212”; y,
según Cortés (1996, 601), “defecto, tara, daño”. Lo mismo vale para el árabe
dialectal que Cervantes escucharía en Argel: así lo corrobora el Dictionnaire
pratique arabe-français de Marcelin Beaussier, elaborado en base a materiales dialectales de Argelia y Túnez: “šāyba” significa “défaut, vice” (Beaussier, 1958, 547). El Supplément au Dictionnaire pratique arabe-français de
Marcelin Beaussier de Albert Lentin (Lentin, 1959, 165) corrobora asimismo
el sentido de “defectuoso”, añadiendo la variante de “canoso” como defecto
del cabello oscuro, como muchos de mis colegas me informaron de viva voz
más de una vez en Argel.
Shaibedraaʻ es pues un epíteto –un “mal nombre”– que se lanza con
sorna a un tullido del brazo. Así lo asegura Muhamed Aouini13, y añade
por su parte el arabista Pablo Beneito: “Durante su estancia en Argelia,
Cervantes pudo ser apodado Saavedra, lesionado/herido en un/el brazo [el
epíteto] podría muy bien haberse usado para dirigirse al autor, como vocativo
sin partícula, para decir ¡(eh, tú) manco!”14 En Argelia, insiste Mohammed
Meouak, “es efectivamente muy común llamar a alguien por algún defecto
físico o mental”15. El vicio es tan común que el Corán lo reprende en la azora
49:11: “¡No os adjudiquéis apodos malintencionados!”16.
No es raro que a Cervantes le tildaran de “brazo defectuoso” o “estropeado” por la lesión recibida en Lepanto, que le dificultaría hacer labores
forzosas como prisionero. Incluso Antonio de Sosa hubo de trabajar en las
canteras de Argel pese a su condición de sacerdote. Pero lo más importante
aquí es que tenemos documentado el hecho de que Cervantes fue, en efecto,
señalizado con el epíteto, pues nada menos que su último amo, el “Rey de
Argel”, Hasán Pachá el Veneciano, lo llamaba “El estropeado español”. Así
lo atestigua Sosa en su Diálogo de los mártires de Argel (Sosa, 1990, 181).
El renegado veneciano, a quien Cervantes ficcionaliza en su propia obra
como Azán Agá, “el más cruel renegado que jamás se ha visto” (Quijote I,
12 Como vemos, uno de los sentidos de la voz árabe šāiʼba es “mancha”, y el dato exige un estudio
más a fondo del apelativo, pues podría sugerir que Cervantes asocia su propio nombre con el de
su protagonista, don Quijote de la Mancha.
13 Comunicación electrónica del 20 de mayo de 2012.
14 Comunicación electrónica del 11 de junio de 2012.
15 Comunicación del 9 de abril de 2012.
16 Cito el Corán por la traducción española de Juan Vernet (Barcelona: Planeta 1093, p. 547.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
485) bautizaría a Cervantes como “manco” o “brazo estropeado” bien en
árabe dialectal o en italiano, pues apenas hablaba el turco, como me verifican
Garcés y Emilio Sola17. Si Hasan Pachá apostrofó a su cautivo estropeado en
árabe dialectal, moneda común de todos en la “babélica” Argel, lo llamaría
Shaibedraaʻ. “Manco de la mano izquierda” lo llama su madre Leonor de
Cortinas cuando pide su rescate (Canavaggio, 1987:106); “estropeado de el
braço y mano izquierda”, reza el acta de rescate de Fray Juan Gil de 158018;
manco a secas lo llamaría años más tarde Avellaneda, y no es de extrañar que
así también lo llamaran sus carceleros en árabe dialectal. La de Cervantes
era una manquedad notoria, que serviría para identificarlo entre los demás
cautivos. Sería, eso sí, una tara baciyélmica para Cervantes, pues la burla al
defecto de su brazo y la gloria militar ganada en Lepanto que lo ocasionó
quedaron unidas para siempre en el apretado espacio de la voz shaibedraaʻ.
¿Entendería Cervantes el epíteto shaibedraaʻ? Sabemos que callejeó
Argel con tornadizos, apóstatas al Islam, moros y espías, y que se sirvió
de ellos en sus intentos de fuga hasta el punto de que en la Información de
Argel ha de defenderse de la acusación de “tratar con moros y renegados”
(Cervantes, 2007, 14). Junto a ellos, el escritor experimentaría una “inmersión completa” en la lengua dialectal berberisca: algo tenía que entender del
dialecto árabe del país de sus captores, incluso para sobrevivir. El propio
Cervantes alude al mundo babélico que vivió tan de cerca: “Aquí todo es
confusión, / y todos nos entendemos, / en una lengua mezclada / que ignoramos y sabemos” (La gran Sultana, p. 368). Pero no sólo se trataba de la
lengua franca, mezclada de lenguas románicas que fue moneda común en
Berbería, y que Sosa llama “jerigonza” en el capítulo XXIX de su Topografía19. Es que, como otrora el fronterizo Arcipreste de Hita en el episodio
de la mora (Libro de buen Amor, versos 1508-1512), el autor del Quijote se
jacta de sus conocimientos del habla morisca local. En la “Historia del cautivo” (Quijote I, 39, 40, 41, 42) traduce voces árabes como jumá (viernes);
¿Ámexi? (¿vaste?); nizarani (cristiano o extranjero); zalemas (cortesías), “sí,
sí, María; Zoraida macange” (mā kān xai = de ningún modo)20 entre otras.
En El Gallardo español aclara otro sentido arábigo: “[su criado], que en
arábigo quiere decir lacayo o mozo de caballos” (p. 188).
Sus conocimientos del árabe dialectal son aún más patentes en El trato
de Argel. Allí, dos alárabes capturan a un cristiano que huía a Orán y le
informan al Rey: “Alicum çalema çultan adareimi guarahan çal çul” (El trato
17 Comunicación electrónica del 24 de abril de 2012.
18 Madrid, Archivo Histórico Nacional, Libro de la redempçion…, fols. 157-v-158v. Apud Garcés, 1998, 528).
19 Sobre esta lengua franca, cf. los importantes estudios de Jocélyne Dakhlia, Lingua franca. Histoire
d’une langue métisse en Méditerranée, Aix: Actes Sud, 2008 y Epalza (2006).
20 Para los dejos turcos de la frase, cf. Epalza, 2006, 101.
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de Argel, p. 142). La frase no es un galimatías21, pues Emilio Sola y Mojtar
Abdelouaret (Sola y Abdelouaret, 1985) la decodifican como: “La paz sea
contigo, Sultán, este cristiano [adereimi o “hada rumi”] huía hacia Uaharan
[Orán]”. Concluye Sola que “Cervantes estaba al tanto del árabe magrebí”22.
Un chiste cervantino, que he explorado en otro lugar (López-Baralt,
2009), respalda la hipótesis de Sola. Sancho equivoca “Benengeli” por
“Berenjena” (II, 2) porque el apelativo del historiador arábigo le recuerda
fonéticamente la “berenjena,” hortaliza predilecta de los moriscos. Pero
Benengeli y “berenjena” no consuenan tan de cerca: algo más permite geminar fonéticamente ambas voces. Y es que berenjena en árabe clásico se
pronuncia badanŷān o badinŷān, pero en la variante dialectal magrebí es
badinŷāl, que se pronuncia casi como “badinŷel”. “Badinŷeli,” con la “i”
final del genitivo, significaría entonces “relativo a” la berenjena: “aberenjenado” o “berenjenero”. Benengeli y Badinŷeli sí consuenan casi perfectamente: ahora es que el chiste retoma su gracia intencionada y funciona de
veras. Cervantes inventa nombres que están en estrecha dependencia con
su modulación acústica en árabe dialectal argelino. Son chistes, claro está,
para fronterizos como él.
Había pues muchas razones para que el cautivo adoptara, consciente o
inconscientemente, el sobrenombre “Saavedra” o Shaibedraaʻ a partir de
Argel. Y apunto a la posibilidad de que lo hiciera de manera inconsciente
a la luz de las frecuentes amnesias, algunas volitivas y otras no, de las que
hace gala el novelista, que comienza el Quijote olvidando precisamente un
apelativo: “de cuyo nombre no quiero acordarme…”. El nuevo apellido
Shaibedraaʻ, de una polivalencia extraordinaria, apunta, en primer lugar,
a la configuración de un trauma y al nacimiento de un nuevo yo fronterizo
tras el cautiverio en tierras del Islam: el antes y el después de Argel. Como
recuerda Garcés, el Saavedra “funciona como un clamor o grito de guerra”,
que “aclama los hechos heroicos de Lepanto y Argel”, […] pero “también
atestigua y lamenta simultáneamente la experiencia traumática del cautiverio argelino” (Garcés, 2003, 364). Ahora vemos que el “grito de guerra”
Shaibedraaʻ, aun más que el simple Saavedra, conjuga en sí mismo todas
estas experiencias identitarias encontradas. Por más, es nombre godo (por
su origen gallego) y a la vez árabe (por su origen argelino): Cervantes, no
cabe duda, se ha bautizado con un perfecto baciyelmo.
El nuevo apellido también le evocaría a Cervantes la burla lanzada contra
su brazo dañado (shaibedraaʻ) pero también le resultaría heroico, porque
como soldado ganó el defecto físico en Lepanto. En Lepanto y en Orán luchó
contra el Islam, pero conoció al enemigo demasiado de cerca en Argel, y
21 Cito sus palabras: “el resto es un galimatías, del que puede ser responsable el copista del manus­
crito” (Ynduráin, 1962, xxiv).
22 Comunicación electrónica del 24 de abril de 2012.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
ya le sería imposible no sentir una inconfesada admiración por su apertura
cosmopolita, de la que tanto aprendería. El nuevo apellido constituye pues
la síntesis de un conflicto emocional nunca resuelto del todo.
Importa tener presente que la fórmula onomástica “Cervantes Saavedra”
(o Shaibedraa’), de desinencias tan encontradas, obedece perfectamente a
la manera que tiene Cervantes de “cristianar” a sus personajes. El apelativo
del morisco “Ricote” es una bandera bifronte que enuncia el desprecio por el
morisco “ricachón” y a la vez lo defiende como asimilado inofensivo oriundo
del Valle de Ricote. Otro tanto el irónico nombre caballeresco “Quijote”,
que aúna la viril armadura de guerra con la delicada tela morisca. “Una parte
de la palabra sabotea el propósito de la otra”, como apunta Pedro Salinas.
(Salinas, 1952, 3). Igual que Pedro de Urde, que se adjunta un ominoso
“Malas” como apellido para retratar su nuevo estado psíquico, tan voluble,
Cervantes también parecería declarar al mundo el nacimiento de un nuevo
yo a través de su apelativo adoptado Saavedra. Es el mismo que ostentan,
como vimos, todos los héroes que le sirvieron de alter-ego en Argel, desde el
gallardo español don Fernando hasta el Saavedra que implora su rescate de
rodillas y que con un desnudo “Saavedra” proclama su desgracia de cautivo
al mundo. En trance de poeta, Cervantes se ha bautizado a sí mismo para
anunciar su crisis identitaria, ya irremediablemente fronteriza. Concluyo
haciendo mía la observación de Pedro Salinas: “Cervantes casi siempre
dice las cosas con segunda: pero la segunda que hay que encontrarle, es de
primera” (Salinas, 1952, 5). Éste ha sido precisamente el extraño caso del
nombre Saavedra/Shaibedraaʻ, que con su sola enunciación estremecida
abrevia para la posteridad la traumática historia vital del padre del Quijote.
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