De la ley natural como cosa inherente consigue su plenitud.

Anuncio
De la ley natural como cosa inherente
al hombre, acorde a la cual el hombre
consigue su plenitud.
Quisiera que primero nos detuviéramos en ver cuanto nos rodea: alguna flor que
regala belleza sin ver y exhala su perfume sin oler, un rayo de luz que colorea todo de
manera armónica para nuestros ojos y no se percata de ello y sobre todo al hombre, capaz
de amar; ¿no es un milagro? Como somos inteligentes veremos esa perfección en el
universo1. Desdichados si nos atreviéramos a decir que todo esto es producto de la ceguera
del azar, más bien fuese razonable decir y afirmar que existe algún factor ordenante. Según
Santo Tomás a ese factor podemos llamarlo ley. Pero, ¿qué es ley? Es una ordenación de
las cosas dirigiéndolas al bien común o último fin promulgada por el que tiene el cuidado
de las mismas (este es el concepto de ley positiva de Tomás pero ampliado a todas las
cosas).
El azar no puede dar lo que no tiene. Entonces podemos decir que esta suma
perfección, que todo busca, es en respuesta y obediencia a la misma llamada a la que
atendió lo creado cuando vino a existir:¡una llamada del Creador!, desde y hacia sí
mismo, que es todo belleza, bondad, perfección, etc.2el único capaz de ordenar las cosas
hacia esa plenitud porque la es. (No nos salimos de la razón al hablar del creador porque a
esto ya muchos han llegado con la sola, sencilla pero grandiosa, luz de la razón). Esta
realidad de respuesta a la vocación de plenitud del universo –incluyéndonos- es la que
Tomás llama Ley eterna, de la cual derivan todas las otras leyes.
Ahora bien, sabemos que es una ley pero ¿qué es eso de ley natural?
1
Es importante destacar que en el presente ensayo siempre que se hable de universo, de todas las cosas, etc.
se trata de lo creado y no del Creador.
2
Sabemos que es así por que si todo esto (“…belleza, bondad, perfección, etc.”) existe en el universo visible
es porque fue puesto ahí por Uno que las poseía perfectamente. Lo explica Santo Tomás en sus vías.
1
Teniendo por guion el concepto de ley positiva de S. Tomas de Aquino respondamos.
“Es la ordenación de la razón dirigida al bien común promulgada por el que
tiene a su cargo el cuidado de la comunidad”3
De la ordenación y la participación de la razón.
La ley es sobre todo ordenación4. Y esta ley ordena al hombre de la misma forma en que la
ley eterna ordena al universo (porque participa de ella, si no no fuese ley), es decir, que lo
debe dirigir al bien. Luego, como bien captó S. Tomás, al hombre tiene que ordenarlo [la
ley natural] según su naturaleza particular, porque si bien el resto de las cosas no participan
activamente de la ley, el hombre posee inteligencia y voluntad. Tan inherentes son a él
estas últimas que la ley tiene que lidiar con ellas y hacer que el hombre participe de la
misma con aquellas potencias (inteligencia y voluntad). Es la maravilla de poder hacernos
a nosotros mismos para bien. Es la correspondencia del hombre para con la ley eterna,
correspondencia mucho más perfecta que la del universo (exceptuándonos) porque no solo
es dirigirse hacia el bien (que ya es asombroso a nuestros ojos) sino que él mismo es en
potencia (libremente) capaz de decidir dirigirse hacia él. Aunque esta realidad de libertad
tenga la consecuencia de poder malograrse en el mal.
En conclusión nos apoyamos en la naturaleza racional y libre del hombre para decir, como
Tomás, que nuestra ley natural “es la participación de la criatura racional en la ley
eterna.”
Como hablamos de ordenación es bueno preguntarnos qué tan efectiva es esa ordenación.
Si líneas arriba dijimos que todo tiende al bien consumado en el creador según la ley eterna,
¿por qué pareciera que la ley natural no tuviera esa fecundidad en los hombres cuando ella
participa de la eterna que por necesidad abarca todas las leyes? La respuesta es que los
hombres decidimos nuestros actos luego de razonarlos. Pudiéramos razonar una cosa y
hacer otra porque somos libres. Ciertamente el hombre puede, y lo ha hecho, ir en contra de
3
4
Summa Teologiae, DE AQUINO, Santo Tomas. Parte prima-secundae, c. 90 en adelante.
Con ordenación se sobreentiende ordenación al bien, si no fuese “desordenación”.
2
la ley natural cometiendo un desorden que disuena en la sinfonía de la creación; por ello
estos caos siempre se han visto mal.
Del bien común o fin último y los preceptos.
Ya dijimos que esta ley (natural), así como las otras, está ordenada al bien. No al interés de
uno u otro hombre, sino a un bien universal que por ser el bien que todos ansiamos es el fin
último.
Que haya un solo fin último para todos los hombres radica en que tenemos una unidad de
naturaleza. La humanidad no se puede separar según razas, credos, culturas, etc. De hecho
nos identificamos porque nuestros anhelos de paz, alegría y felicidad son los mismos,
porque razonamos igual, porque la ley natural nos jala desde nuestra definición más
profunda (nuestra naturaleza racional y libre) hacia el mismo lado. En esta universalidad de
anhelos hay un cruce de miradas, de corazones, entre los hombres que hoy tanto nos
empeñamos en no reconocer al otro como semejante.
Si la ley natural nos jalona de la misma forma y somos semejantes es porque lo hace con las
mismas cuerdas: con los mismos universales preceptos. Sería absurdo decir que el árabe o
el asiático de Filipinas quieren una felicidad distinta a la mía. Aunque existieran infinitas
culturas con infinitas diferencias nunca podrá nadie eximirse de la comunión en naturaleza,
preceptos y fin de la humanidad, porque nadie puede no ser hombre. Luego, si bien es
cierto que los preceptos no cambian hay, sin embargo, aplicaciones de los mismos que
pueden variar un poco sin variar su principio entre culturas, o mejor dicho situaciones.
De la promulgación y el cuidador de la comunidad.
Al
ser la promulgación un acto del cuidador de la comunidad, parece conveniente hablar
primero de este último.
En el subtítulo no se dice “…el encargado de cuidar la comunidad…”, como mejor
correspondería al concepto de S. Tomás, porque a la humanidad no la legisla ningún
encargado (sería un hombre y es absurdo que un hombre sea superior a la humanidad
cuando es parte de ella) sino el Creador, actividad que le es propia. Al Creador lo llamamos
3
así porque hizo las cosas, luego las hizo ordenadas a sí, a su imagen y semejanza (porque es
lo único que tiene y puede dar). Luego, si él ordena él legisla.
También se dice “…el que tiene el cuidado…”, no el mando, porque legisla para bien:
ordena para bien, que es cuidar. Quiere nuestro bien: nos ama. El creador nos ama.
Fijémonos en que quiere entregársenos valiéndose de la ley natural; porque ella nos lleva a
ser como él: a participar mayormente de él. Se entiende mejor eso de “hechos” a su imagen
si aclaramos que nosotros no fuimos hechos de una y definitivamente, sino que fuimos
“hechos”, como todo, “ordenados” a la plenitud y no poseedores de ella (de lo contrario no
fuéramos seres libres): estamos ordenados a su imagen.
De la promulgación de los preceptos.
Esa ley natural que ha promulgado el Creador no ha sido promulgada desde fuera de
nosotros y luego impuesta a nuestra razón como cosa ajena mediante aprendizaje, como las
leyes de cada estado o la ley que me dice como ordenarme al semáforo. Esta ley fue
promulgada como ya se dijo en la introducción:
“…esta suma perfección que todo busca es en respuesta y obediencia a la
misma llamada [ley] a la que atendió lo creado cuando vino a existir: ¡una
llamada del Creador!, desde y hacia sí mismo, que es todo belleza, bondad,
perfección, etc. el único capaz de ordenar las cosas hacia esa plenitud
porque la es.”
El legislar fue una sola cosa con el crear, análogamente a cuando se “crea” un estado (ente
organizativo de la nación) ordenándolo con una constitución o carta magna. En conclusión
nuestra razón participa de por sí de la ley eterna y eso es la ley natural. Ya conocemos,
poseemos esos preceptos junto con nuestra naturaleza. La mejor prueba de todo esto es que
no podamos quitarnos de encima el peso y la inquietud de buscar la felicidad, pero una por
la que valga la pena dar la vida y que dure para siempre. Como dice un poco más arriba
“…estamos ordenados a su imagen…”. Lo que decía S. Agustín: “Nos hiciste, Señor, para
ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que nos descanse en ti.”
4
Por Alcibíades de J. Méndez M.
5
Descargar