Texto 15. El caciquismo

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HISTORIA
DE
ESPAÑA .
COME NTARIOS
DE
TEIlTOS
HIST6RICOS
Texto 15. El caciquismo
¿Cómo funciona esta singular máquina de la política nacional? El pri­
mer paso de este funcionamiento son las elecciones, que aparecen aquí
como una institución de los Estados de Derecho modernos; aunque en el
fondo sea un artificio más del caciquismo. Los caciques designan previa­
mente a los candidatos, que salen según los diferentes niveles de las elec­
ciones -generales, provinciales, locales- de sus propias filas caciquiles. Los
del bando contrario hacen lo propio, y la lucha electoral simula entonces
una contienda política de verdad. Pero el planteamiento es, en realidad,
diferente: apenas los candidatos saltan a la palestra, la máquina caciquil
empieza a moverse con frenesí presionando sobre las diferentes áreas de
la red social mencionada para que todos voten por el candidato propues­
to. En un país donde las leyes son una burla, todos, quién más, quién
menos, tienen algo que perder y solamente el padrinazgo del caciquismo
puede ahuyentar ese peligro constante que a todos persigue. Las volunta­
des se compran y la razón del número acude vertiginosa al favor del
candidato propuesto. No hay escape posible a esta presión, sobre todo
en que el caciquismo se halla en el momento más alto y avasallador
Resultado de este camarillaje son los Ayuntamientos, Diputaciones y
Cortes, formados por gavillas de individuos que se seleccionaron no por
sus preocupaciones y saberes en este
O
aquel problema, sino por su
apego a los Sumos Caciques. Los capítulos que siguen a las elecciones
no serán los de una política enraizada en los intereses nacionales, sino
una actividad de intrigas y zancadillas, de quisicosas palaciegas que poco
a poco van arruinando la moral pública del país.
MACíAS PICAVEA, R.: El problema nocional (hechos, causas y re­
medios), Seminarios y Ediciones SA, Madrid, 1977, p. I 10.
CUESTIONES:
a)
¿Naturaleza, cronología y temática del texto?
El texto que aquí se presenta es un extracto de un ensayo de
Macías Pica vea acerca de uno de los fenómenos más singulares de la
política de la Restauración (1876-1923): el caciquismo. El propio
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autor declaraba al comienzo de esta obra que: «El propósito de este
libro se dirige a presentar, de acuerdo con la observación e investiga­
ción personales, el estado de la sociedad española en estos últimos
decenios del siglo XIX" [p. 43 de la misma edición]. Y, sin duda, la
existencia del fenómeno caciquil polarizó la atención de la opinión,
al menos de la opinión publicada.
Como introducción hemos de señalar que el caciquismo, en sus
rasgos más aparentes, se cifraba en la manipulación de las elecciones
por parte de los caciques. No obstante, la influencia de estos perso­
najes excedía de las estrictas competencias electorales y su compra
de voluntades era palpable a lo largo de todo el año. Las clientelas
del cacique recibían parabienes, servicios o favores a cambio del ade­
cuado adocenamiento y sumisión de éstas. El caciquismo, pues, te­
nía mucho de relación personal, de vinculación individual, facciones
típicas de una sociedad parcial o totalmente subdesarrollada y deses­
tructurada, como era la España de aquel entonces.
Pero aquella maquinaria caciquil no sólo era curiosa en sí misma,
en su funcionamiento interno. Quizás más llamativa si cabe era su
aceptación tácita, aunque muchos la atacasen y fuese objeto de enco­
nadas críticas. Aquellos mismos que denunciaban el sistema caciquil
desde el exterior, cuando eran sujetos receptores de sus beneficios
(en forma de acta en el Parlamento o cargo público) modulaban sus
voces hasta hacerse imperceptibles. No de otra manera puede enten­
derse la larga vigencia del caciquismo, fruto de las peculiaridades de
un modelo de Estado centralizado y del conjunto de elementos que
contextualizaron la sociedad española durante la Restauración.
Estamos, en consecuencia, ante un texto de carácter público en el
que la reflexión sobre España como problema constituye su ingre­
diente fundamental. Una España que, salida del desastre de 1898,
mostraba con escarnio sus desvencijadas cuadernas a una intelectua­
lidad impactada por los acontecimientos y deseosa de reconstruir la
nave situándola en un puerto llamado Europa.
b)
¿Quién fue Macías Picavea? ¿En qué sector o corriente del
pensamiento español puede incluírsele?
El breve período de vida de Ricardo Macias Picavea (1847-1899)
le permitió, no obstante, asistir a las crisis políticas de la España de
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HISTÓRICOS
Isabel n, del sexenio revolucionario y al desastre del año 98, tras el
establecimiento de la ficción normalizadora del sistema ideado por
Antonio Cánovas del Castillo (la Restauración). Nacido en Santoña
(Santander), su biografía intelectual se vinculó desde su fase de for­
mación universitaria a la ciudad de Valladolid. Allí comenzó a estu­
diar la carrera de Filosofía y Letras, concluyéndola en Madrid donde
tomó contacto con las ideas republicanas y democráticas a través del
krausista Julián Sanz del Río. Acabados sus estudios ganó las oposi­
ciones de catedrático de Psicología en el Instituto de Tortosa. Pero
años después se trasladó al Instituto de Bachillerato de Valladolid
como catedrático de Latín y Castellano.
Dedicado a la docencia y al estudio de la lengua de Cervantes,
enclavado geográficamente en el corazón de Castilla, comenzó a in­
ternarse en el mundo de la política al ser elegido concejal y pertene­
cer a los comités republicanos vallisoletanos. No obstante, el mundo
pragmático de la política y los políticos era demasiado ajeno a su
mundo aburguesado de gabinete y estudio. Su apego a la reflexión
teórica le hizo despegarse del campo de batalla de las banderías, en­
caminando sus pasos a refugíarse en la fundación de un periódico:
La Libertad (1881). Desde esa atalaya local, mezcla de docencia, pe­
riodismo y gusto por las tertulias, defendió sus ideas progresistas y
regeneradoras.
Primero publicó obras relacionadas con su labor de profesor de
Instituto (Compendio elemental y razonado de gramática general y
latina [Valladolid, 1893, 4.' ed.]; Geografía elemental [Valladolid,
1895]. Más tarde hizo una exitosa incursión en el campo literario
con su novela La Tierra de Campos [Madrid, 1897-98]. Pero, curio­
samente, pasó prácticamente desapercibido para sus coetáneos su
ensayo más importante, El problema nacional, escrito a raíz del de­
sastre del 98 y aparecido en 1899. Macías Picavea murió el 11 de
mayo de 1899 sin que las reflexiones volcadas en El problema nacio­
nal apenas tuvieran trascendencia, precisamente su fruto intelectual
más célebre en el futuro.
El problema nacional es una cruda radiografía crítica de la Espa­
ña de la Restauración y una original propuesta de salvación nacional
mediante la esperanza de encontrar un providencial hombre fuerte,
capaz de poner en marcha la estructuración de un nuevo Estado y
sistema de gobierno. En sus soluciones llegó, al igual que el también
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regeneracionista Joaquín Costa, al convencimiento de que sólo un
cirujano de hierro podría sacar a España de su postración. Algunos
creyeron que habría de ser el general Primo de Rivera y su Dictadura
á partir de 1923 la respuesta válida a la crisis. Se equivocaban.
Muchas obras regeneracionistas se publicaron en 1899, dedican­
do sus páginas al análisis de España, a cómo había llegado a seme­
jante postración, formulando propuestas más o menos hábiles de re­
solución. Desde este punto de vista podriase hablar incluso del des­
pertar de una corriente arbitrista a fines del XIX, al igual que la exis­
tente en el siglo XVII. Entre aquel conjunto de libros, cuyos títulos
uevelaban muy explícitamente sus contenidos, destacaron: Las des­
dichas de la patria (Vital Fite); Los desastres de la patria y la regene­
ración de España (Rodríguez Martínez); Hacia otra España (Ramiro
de Maeztu); La regeneración y el problema político (Antonio Royo
VilIanova); ¿Nos regeneraremos? (Marqués de Torre Hermosa); La
salvación, el engrandecimiento moral y la felicidad de España, o
sean los medios seguros para conseguirlos (Ruiz Gómez), etc. Y to­
dos, en mayor o menor medida, reconocían en el fenómeno caciquil
uno de los mayores escollos para restablecer la fortaleza de l a na­
ción. El fragmento que ahora comentamos es una denuncia más del
caciquismo, auténtico generador de la diferencia entre la España ofi­
cial y la España real (Ortega y Gasset).
e)
¿Qué términos caracterizan el texto y facilitan su reconoci­
miento?
¿Qué era el caciquismo? ¿En qué consistía? ¿Cómo funcionaba
electoralmente? ¿Qué era «esa singular máquina de la política nacio­
nal»? En el texto aparecen una serie de términos claves, típicos en la
literatura regeneracionista de aquellas fechas, que describen la «bur1m>, el «artificio» de la «máquina caciquil». Las elecciones eran una
simple teatralidad pues aunque cumpliesen todas las legalidades for­
males, estaban amañadas de antemano por los «Sumos Caciques» gra­
cias a su «actividad de intrigas y zancadillas... que poco a poco van
arruinando la moral pública del país». El regeneracionismo, pues, en
última instancia significaba una moralización del país, sumido en la
mentira electoral y sujeto a las influencias de los caciques.
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HISTÓRICOS
Bajo la presión caciquil, los resultados electorales eran los desea­
dos por las altas instancias gubernamentales, no reflejando las au­
ténticas tendencias del cuerpo electoral. Indefectiblemente, el parti­
do que convocaba 10,s comicio,s era el partido que conseguía la victo­
ria, y ésta era la garantía del perfecto turno entre liberales y conser­
vadores. Ambas fuerzas conformaban un sistema bipartidista bajo
palio monárquico que daba a España unas apariencias democráticas
similares a las británicas, tan queridas al gusto político de Antonio
Cánovas del Castillo.
El funcionamiento del proceso electoral caciquil era relativamen­
te sencillo. Cuando se consideraba preciso cambiar el color político
del gobierno, liberales y conservadores pactaban el cómo y el cuán­
do. El rey, perfectamente al tanto de la maniobra, aceptaba la dimi­
sión de unos y encargaba gobierno a los otros. Una vez operado el
cambio de gabinete en altura, restaba legitimar la operación en las
urnas. Lo más cómodo era realizar unas elecciones municipales y
otras provinciales para renovar adecuadamente ayuntamientos y di­
putaciones, (es decir, en perfecto entendimiento con el nuevo gobier­
no), antes de proceder a la selección de diputados en Cortes. En cual­
quiera de estos tres niveles (municipio, provincia, Estado) existía una
amplísima red de caciques jerarquizados. Liberales y conservadores
se repartían igualmente concejalías que puestos en las diputaciones
o escaños en el Parlamento: unos tendrían la mayoría (el partido asig­
nado al gobierno) y otros la minoría (la oposición); en la siguiente
ocasión se distribuirían de manera inversa los cargos.
Naturalmente, muchos podían ser los candidatos que aspirasen a
la plaza, pero sólo uno sería el candidato oficial: el determinado por
los «Sumos Caciques». Y ahí entraba en funcionamiento la influencia
caciquil para doblar voluntades y manipular el proceso. Los caciques
estaban respaldados por el poder y tenían capacidad para hacer desis­
tir a los candidatos non-gratos. Si ese recurso fallaba, podían comprar
los sufragios de los electores o bien presionarles de diversas formas
(negarles o darles empleo, por ejemplo, aparte la violencia física). En
última instancia, si todas las presiones fallaban, restaba el recurso de
perpetrar un pucherazo, manipulando el acta de escrutinio o metien­
do en la urna las papeletas adecuadas, bajo la connivencia del notario,
del juez municipal o del jefe de puesto de la Guardia Civil. No obstan174
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te, como Macías Picavea refiere, en la mayor parte de los casos las
primeras presiones eran más que suficientes para asegurar los resulta­
dos: «En un país donde las leyes son una burla, todos, quién más,
quién menos, tienen algo que perder y sulamente el padrinazgo del
caciquismo puede ahuyentar ese peligro constante que a todos persi­
gue. Las voluntades se compran y la razón del número acude vertigi­
nosa al favor del candidato propuesto» [líneas 12-16].
Así se obtenían resultados perfectos. Desde el Ministerio de la
Gobernación se determinaba quién debía salir elegido por Cuenca, y
quién por Almería. Era el encasillado: cada casilla de las Cortes que­
daba asignada a un representante oficial, previamente acordado. Pero,
evidentemente, el cacique debía conceder algo a cambio de la sumi­
sión del distrito electoral. Si en un pueblo se necesitaba un hospital
era el cacique quien lo conseguía; si una carretera, igual; si se trataba
de dar empleo, era el hombre imprescindible; quien quería agilizar un
expediente, tenía que tratar con el cacique; etc. En resumen, un mun­
do plagado de cartas de recomendación, influencias y favores que con­
vertían a los electores en rebaño, a las elecciones en ficción, a los
partidos en clientelas y al sistema político en servidor de sí mismo.
d)
¿Qué efectos producía el fenómeno caciquil?
El logro de los objetivos políticos de Cánovas del Castillo -la con­
secución de un sistema democrático formal- tenía su coste: el caci­
quismo. Con la manipulación de las elecciones se conseguía un turno
pacífico entre los dos partidos hegemónicos, en favor de la legitimi­
dad y estabilidad del régimen. Pero el precio se llamaba caciquismo,
una práctica que generaba crecientes diferencias entre la España ofi­
cial y la real. Los partidos dinásticos, las Cortes y el sistema legal
conformaban una estructura oficial que no se correspondía con la
realidad. A poco que surgiera alguna crisis grave, afloraba cruda­
mente el divorcio entre el entramado político-administrativo y las
auténticas necesidades de la población. Administración y adminis­
trados no se relacionaban directa y fluidamente: necesitaban del in­
termediario, de la influencia del cacique. El caciquismo era el aceite
que engrasaba la maquinaria burocrática (distribuía beneficios pro­
cedentes del Estado) y era, también, una alternativa de respuesta 10175
HISTORIA
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ESPAÑA .
COMENTARIOS
DE TEXTOS
HISTÓRICOS
cal a la centralizada España de entonces. Las provincias y los muni­
cipios no recibían bienes del centro (Madrid) a no ser mediante el
cacique: votos a cambio de favores.
Evidentemente, el cacique estaba sujeto a la atractiva tentación
del abuso y, de hecho, muchos cayeron en él. Pero estaríamos equi­
vocados si generalizamos la imagen del cacique como persona nota­
ble tan influyente como opresora. El cacique bueno era una figura
presente en pueblos y capitales. Cabían extralimitaciones, sin duda,
pero en muchos más casos había que agradecerle al cacique el haber
conseguido la canalización del agua en el municipio, la instalación
de un hospital o el adecentamiento y pavimentación de las calles, por
poner sólo algunos ejemplos. Siendo esto así, no resultaba extraño
que muchos se pusieran a las órdenes del sumo hacedor local. El
cacicato, desde este punto de vista, tenía mucho de dominio feudal.
Los vasallos (vecinos) se encomendaban a su señor (cacique), repre­
sentante local del sistema (canovismo).
Debido al amplio apoyo social tácito, el caciquismo fue muy difí­
cil de extirpar. Se le hizo objeto de críticas, especialmente en coyun­
turas electorales y momentos de crisis del régimen restauracionista
( 1898, 1917, 1921). Fue públicamente denunciado (prensa, discur­
sos políticos). Incluso todo el mundo quería -o decía- combatirlo.
Pero, a la hora de las realidades, todos se plegaban ante aquella com­
pleja maquinaria. Los únicos que protestaban eran los que no habían
sido beneficiados por la misma.
No obstante, si bien el caciquismo conservó su vigencia y funcio­
nó con notable eficacia durante la Restauración (1898-1923), en el
sistema estaba produciendo una peligrosa fractura entre la aparien­
cia formal del régimen (instituciones, representantes, gobierno) y las
auténticas realidades de la España de aquellos días. Bastarían algu­
nas crisis sucesivas para dar al traste con un edificio político que
tuvo mucho de ficticio.
e)
¿En qué desembocaron las ficciones de la España del caci­
quismo tras el desastre del 98?
El asesinato de Antonio Cánovas del Castillo a manos de un anar­
quista ( 1897) y el hundimiento de la flota en las aguas de las últimas
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colonias marcó un punto de inflexión en el régimen monárquico par­
lamentario. Aquellas pérdidas fueron aún más sensibles por cuanto
se produjeron en medio de un período de regencia (María Cristina,
1885-1902), cuando todavía el hijo de la reina (el futuro Alfonso
XIII) no tenía edad para asumir la titularidad de la monarquía. Des­
de entonces, España parecía haberse quedado sin pulso (Silvela) y,
en medio del traumatismo nacional, toda una generación de escrito­
res y pensadores se dedicó a reflexionar sobre el ser de España
(Unamuno, Azorín, Ramiro de Maeztu, Costa, el propio Macías
Picavea, etc.).
y los problemas no hicieron más que sucederse. Los partidos di­
násticos se turnaban en el poder en lapsos de tiempo cada vez más
breves. La corrupción campaba a sus anchas entre las urgentes nece­
sidades de muchos y el aprovechamiento lucrativo de los menos. El
esfuerzo del conservador Antonio Maura por regenerar la vida local
(ayuntamientos) fracasó dentro de las filas de su propio partido. El
desastroso curso de la guerra de Marruecos derribó a Maura (el fa­
moso grito de ¡Maura no! de la Semana Trágica) y arrastraba una
sangría insoportable en forma de vidas humanas y riqueza material.
En ese contexto, el Ejército se arrogó mayores poderes en competen­
cia con el debilitado poder civil. La Ley de Jurisdicciones ( 1906) y el
establecimiento de las rebeldes Juntas de Defensa (1917-1922) fue­
ron los dos capítulos más sobresalientes del enfrentamiento políti­
cos-militares. Por añadidura, la inquietud del proletariado -encua­
drado en el sindicalismo socialista y anarquista- comenzó a dar
muestras de vida activa, produciendo notables movimientos
huelguísticos (1905, 1917). El trienio bolchevique ( 1919-1921), los
inestables gobiernos de concentración, el pistolerismo barcelonés, la
muerte de Eduardo Dato y las heridas de la guerra de Marruecos
(desastres de Annual y Monte Arruit, 1921) jalonaron los últimos
años de existencia del sistema de la Restauración. Para entonces am­
plios sectores de la opinión anhelaban una salida a la crisis que mo­
ralizase al país y fuese capaz de acabar con el caciquismo, cada vez
más cuestionado. El pronunciamiento del general Primo de Rivera
( 13-IX-1923) y la consiguiente Dictadura que impuso hasta 1930 fue
la reacción militar-regeneracionista ante la gravedad de los proble­
mas planteados desde comienzos del siglo.
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HISTORIA
DE
ESPAl'iA .
COMENTARIOS DE TEXTOS HIST6RICOS
BIBLIOGRAFIA
GIL PECHARROMÁN, J.: Conservadores subversivos. La derecha autoritaria
alfonsina (1913·1936), Eudema, Madrid, 1994. Libro esencial para conocer
el ascenso de las derechas al margen del sistema de Cánovas del Castillo ,
comenzando por el maurismo y acabando en la configuración de la extrema
derecha poco antes de la Guerra Civil.
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torial, Madrid, 1998. El análisis de la figura de Romanones sirve al autOr
para desvelar los mecanismos políti.
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Calpe, Madrid, 1992. Brillante análisis del poder y el Estado en período que
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TUSELL, J.: Oligarquía y caciquismo en Andalucía (1891·1923), Ed. Planeta,
1976. Análisis del caciquismo en Andalucía desde la aparición del su fragio
universal masculino (1891) hasta la llegada de la Dictadura de Primo de
Rivera (1923).
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