Discipulado desde discipulos, Santiago Silva ES

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Jesús de Nazaret y sus discípulos
Aproximación bíblica al discipulado desde los discípulos
INDICE
I-
El seguimiento de Jesús, una mirada desde el discípulo
II-
«Todo comenzó en Galilea»: la inestable Galilea del tiempo de Jesús
III-
IV-
1-
Un reino con profundas tensiones:
1.1Jesús, un galileo.
1.2Tensión “campo - ciudad” y “ricos - pobres”.
1.3Tensión “judaísmo - paganismo”.
1.4Tensión “oprimidos (judíos) - opresores (romanos)”.
2-
En este país, «¿quién dice la gente que soy yo?»:
2.1La Galilea de los movimientos mesiánicos y proféticos.
2.2«¿Quién dice la gente que soy yo?».
2.3Una pregunta siempre actual.
3-
Los momentos del discipulado histórico.
«¿No es este el hijo del carpintero?»: momento de admiración y preguntas
1-
Los signos del Reino: «Lo que Jesús hizo y enseñó» (Hch 1,1).
2-
«Lo que Jesús hizo»:
2.1Jesús sana enfermos y expulsa demonios en nombre propio.
2.2Jesús come con pecadores y publicanos.
3-
«Lo que Jesús enseñó»:
3.1Jesús enseña con autoridad.
3.2
Jesús maestro o rabí de Israel: el “desafío al honor”.
«¡Ven y sígueme!»: momento de vinculación
1-
La elección:
1.1Elección gratuita de Jesús.
1.2Vinculados a Jesús: carácter discipular de “vivir en Cristo”.
1.3Vinculados para ser amigos y hermanos de Jesús.
1.4Vinculados a Jesús para vincular a otros: convivencia y misión.
1.5De muchedumbre a discípulo:
1.5.1- Adversarios e indiferentes, muchedumbre y discípulos en torno a Jesús.
1.5.2- La muchedumbre o gentío.
1.5.3- Los discípulos y los Doce.
2-
La opción y la formación:
2.1Del discípulo por tradición al discípulo por opción.
2.2Seguir a Jesús para verlo y escucharlo.
2.3Compartir estilo y destino de vida del Mesías.
2.4Llevar a cabo adhesiones vitales.
2.5Hacerse de “los suyos” o de “su familia”.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
V-
«¡Gracias Padre por dar a conocer estas cosas a los pequeños!»: momento de revelación
1234-
VI-
2
Las “pasiones” del Mesías.
Pasión por el Padre.
Pasión por el encargo del Padre (el Reino).
Pasión por el hombre y su salvación.
«Vayan y hagan discípulos a toda la gente»: momento de misión
1-
Metáforas de misión.
2-
Tipos de misión:
2.1Dimensiones evangelizadoras de la Iglesia.
2.2Evangelizar a judíos y gentiles.
2.3Primera dirección de la misión: “luz en el monte”.
2.4Segunda dirección de la misión: “levadura en la masa”.
3-
Destinatarios de la misión.
VII-
Conclusión
I-
El seguimiento de Jesús, una mirada desde el discípulo
Varias son las perspectivas para adentrarnos en la fascinante aventura de ser discípulos misioneros
de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida plena1.
Si lo hacemos desde la perspectiva “de Jesús”, el tema tiene -por lo menos- tres pilares o
fundamentos que se necesitan y complementan recíprocamente:
a- La llamada o elección gratuita de parte de Jesús que es, a la vez, elección para formar parte de
los convocados o Iglesia. La respuesta personal es la opción responsable y generosa del
elegido por seguir a Jesús y así ser parte de los suyos.
b- La formación o instrucción para adquirir una forma característica de ser y quehacer “cristiano”
en el mundo, y
c-
La misión o el encargo por parte de Jesús y de la Iglesia.
Esta perspectiva, siendo fundamental, no es la única. También podemos reflexionar sobre el
discipulado misionero desde la perspectiva de cómo lo vivieron los discípulos elegidos por el Señor.
Aparecen entonces otros énfasis y otro itinerario vocacional que procuraremos dejar claro en las páginas
que siguen.
Nuestra finalidad es adentrarnos en los Evangelios para considerar -en la medida de lo posible- el
desarrollo histórico y teológico de la vocación de los discípulos. Es decir, miramos el tema desde un grupo
de hombres y mujeres que, elegidos por Jesús, se fueron con él para aprender de él y continuar su misión.
Varias preguntas suscita dicho planteamiento: ¿qué los atrajo de Jesús?, ¿por qué lo siguieron?, ¿bastó sólo
la atracción?, ¿cuál fue su itinerario vocacional y cuáles sus etapas más significativas?, ¿cómo la cultura y
1
Este es el tema de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en la ciudad de
Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de mayo de 2007.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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la sociedad en la que vivían ayudó y condicionó el seguimiento del Señor?, ¿cuáles fueron sus conflictos
como comunidad del maestro Jesús?
Las fuentes que emplearemos son principalmente dos:
a- Una fuente directa: los Evangelios Sinópticos.
Entre los Sinópticos aceptamos la preeminencia cronológica de Marcos y la existencia e
importancia de la Fuente Q o Documento Q2, una recopilación de dichos y enseñanzas de
Jesús comunes a Mateo y Lucas que no se encuentran en Marcos (por ejemplo, las
bienaventuranzas, el Padre nuestro…). Es bastante probable que este material literario
provenga de la Galilea de antes de la guerra judeo - romana (66 al 70 dC.), por tanto, se
trataría de una recopilación antigua con todo el sabor de la Palestina de Jesús. Dicho
material literario permite un primer criterio para reconocer sentencias y relatos que
provienen del mismo Jesús. Sin embargo, cuando hablamos de los modos de vinculación a
Jesús lo hacemos a partir del evangelio de san Juan.
Interesante es comprobar que mientras más nos alejamos de las fuentes antiguas menos datos
encontramos sobre el discipulado, incluso la misma palabra “discípulo” tiende a
desaparecer. La conclusión es que el tema del discipulado se remonta al mismo Jesús.
b- Una fuente indirecta: los datos de experiencias humanas y los datos aportados por estudios
socio-antropológicos del siglo I.
Nos referimos, por un lado, a aquellas disposiciones vitales y comportamientos sociales que
caben en los seres humanos cuando se enfrentan a situaciones análogas. Si la pena y el gozo
de un hombre del siglo I y de uno del siglo XXI -en cuanto sentimientos de seres humanosno difieren mucho uno del otro, esto nos permite inferir cómo vivían los discípulos el
asombro, el miedo, la falta de comprensión, la alegría, la exaltación… Por otro lado, nos
referimos a los aportes de ciencias como la sociología y la antropología cultural, que nos
ofrecen claves de lectura de comprensión del mundo y de relaciones personales y sociales
del Israel del siglo I en cuanto pueblo pre-industrial y agrario de la cuenca del Mediterráneo.
La reconstitución de estos “escenarios” son imprescindibles para descubrir las razones de su
comportamiento y el sentido de palabras y acciones de los protagonistas.
II-
«Todo comenzó en Galilea»: la inestable Galilea del tiempo de Jesús
1-
Un reino con profundas tensiones
1.1-
Jesús, un galileo
En tiempos de Jesús, la Galilea, región del norte del país, era un reino vasallo de Roma gobernado
por la dinastía herodiana3, incorporado al dominio judío por los asmoneos, apenas 104 años antes de
2
3
Llamada “Q” por J. WEISS en 1890 por la palabra alemana Quelle que significa “Fuente”. Los actuales estudios sobre esta
Fuente distinguen dos estratos que representan diversos momentos de la comunidad cristiana en Palestina: al primer estrato
pertenecen las enseñanzas de Jesús de tipo sapiencial y al segundo, aquellos rasgos que acentúan lo apocalíptico. Una
sencilla y buena introducción a la Fuente Q es la de GUIJARRO, Dichos primitivos de Jesús. Respecto a los Sinópticos, hoy cada
vez más se acepta su “carácter biográfico” al estilo de las grandes biografías greco-romanas; se ha formado una escuela de
estudiosos en torno a este tema (R.A. BURRIDGE y otros).
Es decir, gobernado por Herodes el Grande (37 - 4 aC.), Herodes Antipas, hijo menor de Herodes el Grande y Maltace (4 aC. 39 dC.) y Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande (41 - 44 dC.).
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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Cristo, quienes impusieron un fuerte régimen de judaización. La importancia de la Galilea provenía de sus
tierras ricas para el cultivo, las ciudades de cultura grego-romana y las vías del imperio que confluían en
ella o la atravesaban (como la llamada Via Maris), lo que permitía inmejorables vías de comunicación y de
comercio. Los habitantes de este reino, llamado la «Galilea de los paganos» (Is 8,23), eran despreciados por
los de Judea4.
La situación política de Judea, región del sur del país, era diversa, pues -en tiempos del Nuevo
Testamento- la controlaba directamente Roma mediante un gobernador o prefecto que dependía de Siria.
Uno de estos gobernadores fue Poncio Pilatos (26-36 dC.).
Jesús fue galileo, aunque probablemente de antepasados provenientes de Judea que, favorecidos por
la política de judaización de los asmoneos, se habían asentado en la desconocida y despreciada Nazaret5.
Según la tradición apostólica explicitada en el discurso de Pedro al pagano Cornelio y a su familia, todo lo
relativo a Jesús «comenzó en Galilea» (Hch 10,37), y su ministerio público -como lo presentan los
Sinópticos6- tuvo por escenario fundamental aquella convulsionada región septentrional de Palestina.
Desde la mitad del siglo XX, las opiniones sobre la Galilea de Jesús han sido variadas. Dos se
destacan. Para unos fue la región eminentemente rural y pacífica, con pocas diferencias religiosas con
Judea (SANDERS, MEIER). Para otros, la Galilea convulsionada y tensa, con un notable influjo del
helenismo y un fuerte proceso de urbanización, caldo de cultivo para diferentes movimientos religiosos y
mesiánicos (BORG, CROSSAN, HORSLEY)7, por lo que el epíteto de “galileo” llegó a tener connotaciones de
sedicioso político y social.
En realidad, esta última opinión es la que mejor describe la Galilea del tiempo de Jesús.
Antes de señalar aquellas tensiones intensas y transversales de Galilea, determinantes para entender
la enseñanza de Jesús quien vive plenamente inserto en su ambiente, describamos brevemente la situación
de la provincia de Judea en tiempos de los romanos.
La provincia de Judea tenía un status favorable respecto a otras provincias y pueblos conquistados
por los romanos, gracias a los privilegios acordados con el emperador Julio César (100-44 aC.) y
confirmados luego por Augusto (31 aC. - 14 dC.) y Tiberio (14-37 dC). Su status de más libertad, Judea lo
consiguió con Herodes Agripa I a quien el año 38 dC., el emperador Calígula (37-41 dC.) le otorgó el título
de “rey”8; después, fue regida por procuradores romanos. Posterior a la destrucción de Jerusalén y del
Templo por Tito (70 dC.), Palestina fue una provincia romana como cualquiera otra.
Entre los más importantes privilegios de la Judea del tiempo de Jesús hay que destacar:
a- En el gobierno político y la economía: cierta autonomía administrativa de Judea, cuya dirección
recaía en el Sumo Sacerdote quien presidía el Sanedrín, máxima institución de gobierno con
jurisdicción sobre Judea, aunque tenido en cuenta por los judíos del mundo entero, pues de
ellos dependía el culto en el Templo de Jerusalén; según parece y en algunos casos precisos,
el Sanedrín tenía autoridad sobre los judíos que vivían en otras regiones (Hch 9,2).
4
5
6
7
8
Jn 7,52.
Jn 1,46.
Una visión diversa tiene Juan.
Lc 13,1; Hch 5,37.
El país estaba unificado con Herodes el Grande que llevó el título de “rey”. A su muerte y con sus hijos, se dividió en tetrarquías
(“jefe de un cuarto del reino”): Judea, Samaría e Idumea regidas por Arquelao; Galilea y Perea por Herodes Antipas (tiempo de
Jesús), e Iturea y Traconítide por Herodes Filipo II; el emperador romano era Augusto. El año 6 dC., Judea, Samaría e Idumea
pasan a ser provincias romanas. Más tarde, con Herodes Agripa I y por pocos años (41-44 dC.), se volvió a reunificar el país,
hasta que su hijo Herodes Agripa II pierde Galilea occidental, Samaría y Judea, las que de nuevo son subordinadas a la
administración romana.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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b- En el gobierno legal: los judíos de Judea tenían autonomía para llevar sus asuntos jurídicos
según la Ley de Moisés y conforme a sus tradiciones, salvaguardando el dominio de Roma;
una excepción era -según un grupo importante de estudiosos- la ejecución de una condena a
muerte, la que necesitaba de la autorización del Prefecto romano.
c- En el gobierno religioso: ningún judío de Judea estaba obligado a dar culto al emperador ni a los
dioses del imperio ni tampoco se permitía en Jerusalén (a excepción de las zonas ocupados
por los romanos) la celebración del culto a dioses extranjeros. En virtud de este privilegio,
toda Judea se alzó contra el emperador Calígula cuando instaló su estatua en el Templo9.
Pasemos ahora a describir las tensiones que aquejaban vivamente a Galilea, el norte del país.
1.2-
Tensión “campo - ciudad” y “ricos - pobres”
La primera tensión es entre el “campo” y la “ciudad”. Galilea sufría el proceso de urbanización
iniciado por Alejandro Magno (357-323 aC.), rey de Macedonia. En la Galilea convivían importantes
ciudades con formas de vida y cultura helenística como, por ejemplo, Séforis, de unos 50.000 habitantes,
capital histórica de Galilea, junto a pueblos rurales y despreciados como Nazaret, situado sólo a 5 km. al
sureste de Séforis, de unos 300 habitantes.
Conocidas por los evangelios son las influyentes ciudades no judías que formaban la Decápolis, con
núcleos judíos minoritarios, y los puertos de Tiro y Sidón. En este orden también hay que mencionar las
ciudades de Sebaste, Tiberíades o Tiberias, que sustituía a Séforis como capital de la tetrarquía, de
estructura política helenística, y la importante ciudad portuaria de Cesarea Marítima, edificada por Herodes
el Grande y residencia oficial de reyes herodianos y procuradores romanos, donde también había una
influyente y rica comunidad judía.
No era difícil que los sencillos campesinos de Galilea tuvieran contactos con las grandes ciudades
de cultura helena, sobre todo por razones laborales y comerciales, con todo lo que eso significaba de crisis
religiosa y socio-cultural para ellos y su organización de vida.
Herodes y su dinastía, mediante grandes construcciones, urbanizaban rápidamente las ciudades. Sin
embargo, la urbanización de éstas venía de la mano con su helenización, por lo que los judíos de la Galilea
vivían en constante tensión con las religiones, el estilo de vida, la economía y la política que ciudadanos
paganos (griegos y romanos sobre todo) practicaban en las grandes ciudades.
Por otro lado, la vida del campesinado galileo se hacía cada vez más difícil, entre las varias causas
hay que contar:
a- Que muchas de las tierras de cultivo de las regiones fértiles de Galilea y de la planicie del
Jordán están en manos de familias judías, entre las que se cuentan las familias sacerdotales,
y de ricos hacendados extranjeros, por lo que una gran cantidad de terreno fértil lo controlan
unas pocas manos. Los campesinos judíos, dueños de pequeñas porciones de terreno, no
tienen cómo competir con estos terratenientes, por lo que generalmente terminan trabajando
para ellos. Como la mano de obra agrícola es mucha, tienen que conformarse con la paga
que les den. Los artesanos judíos, con mejor perspectivas de vida, se concentraban en las
grandes ciudades y, sobre todo, en Jerusalén.
9
Quizás un eco de esto sea 2 Tes 2,1-12 (“pequeño apocalipsis”) y Mc 13,14, «el ídolo abominable y devastador instalado
donde no debe estar».
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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b- Los impuestos sobre los productos agrícolas (tributum agri) cobrados por Herodes son
excesivos quien, además de necesitar para sus fastuosas construcciones (como Tiberíades) y
la reconstrucción de ciudades (como Séforis), debía cancelar -como reino vasallo- la tasa
convenida con Roma. Existía también un impuesto personal llamado tributum capitis. El
alza de los impuestos era siempre una merma importante en el sueldo de los humildes
campesinos. A estos tributos hay que agregar el cobro -una vez al año- del impuesto para el
Templo, manutención de sacerdotes y del culto. Después de la destrucción del Templo del
70 dC. este impuesto fue reemplazado por el ficus iudaicus, contribución obligatoria
destinada al dios Júpiter Capitolino, lo que provocaba frecuentes rebeliones, siempre
controladas de modo brutal por los romanos; dicho impuesto fue abolido en tiempos del
emperador Nerva (96-98 dC.).
c-
La gradual imposición de pagar con dinero y no con productos, quedando de lado el tradicional
sistema de canje o trueque, lo que incomodaba la mentalidad y el sistema de vida de los
campesinos galileos; del sistema de trueque se pasaba progresivamente al sistema
monetario.
d- Los altibajos propios de una agricultura de pequeños campesinos entre los que se contaban
guerras y grandes hambrunas como la del año 46 dC.10. Estas tragedias dejaban a muchas
familias sumidas en la pobreza debido al arriendo y venta de sus campos y al trabajo como
esclavos al servicio de poderosos terratenientes con la finalidad de pagar sus deudas.
No era extraño que los campesinos galileos terminaran vendiendo sus propiedades a los pocos y
ricos terratenientes, convirtiéndose pronto en jornaleros, aunque no siempre con trabajo estable. La
parábola de los trabajadores contratados en una viña refleja bien esta situación11. Por entonces muchos
recordarían la denuncia del profeta Isaías en el siglo VIII aC.: «¡Ay de los que adquieren casas y más casas
y añaden campos a sus campos, hasta no dejar sitio a nadie y quedar como únicos habitantes del país» (Is
5,8). Según esta dinámica de apropiación y concentración de riquezas, la tensión entre el campo y la ciudad
pronto se convierte en una tensión más violenta: entre los pocos ricos que habitan la Galilea (la aristocracia
local) y los muchos pobres y míseros que los evangelios a cada momento describen. Al terminar el siglo I
eran tantos los campesinos que huían por no poder pagar sus deudas que se requirió la intervención de la
autoridad romana para mantenerlos cultivando las tierras.
La apropiación de las tierras por parte de unos pocos, la falta de trabajo y la esclavitud no eran
lacras ajenas en la vida de un galileo rural. Lo que más se resentía era la entidad central de aquella
sociedad: la familia, unidad básica que configuraba la sociedad y sustentaba la producción de bienes y su
consumo. Al venderse la tierra, el trabajo se obtenía por contrato en base a jornal pactado, lo que llevó a las
familias, siempre muy numerosas, a depender de los patrones que fijaban los sueldos conforme a la
disponibilidad de la mano de obra. Para aquella sociedad rural de corte tradicional era muy difícil hacerse a
la idea de que tenían que vivir y subsistir con un sistema socio-económico diverso a sus antepasados y que
ahora debían regirse por un nuevo status: el de “patrón - jornalero”. Los judíos que lograban subsistir y
ganar posición económica eran aquellos que entraban en el sistema, vendiendo sus productos en las
grandes ciudades de entonces. Es decir, cambiaban su status al de “patrones”, lo que para un campesino
con mentalidad rural era muy difícil de comprender y alcanzar.
10
11
Hch 11,28.
Mt 20,1-16.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
7
Otra manera de subsistir en aquel mundo era mediante la formación de corporaciones como, por
ejemplo, la de los pescadores, quienes se agrupaban para hacer frente a los contratos por los derechos de
pesca que debían cancelar a los gobernadores. Gracias a la forma corporativa de actuar podían negociar
mejores precios con quienes se dedicaban a conservar el pescado, secándolo o salándolo, y con quienes lo
comercializaban en aldeas y ciudades.
1.3-
Tensión “judaísmo - paganismo”
A la tensión “campo - ciudad” y “ricos - pobres” hay que agregar otra: la tensión entre la “religión
de los judíos” y la “religión de los paganos”. Para un judío, ésta era por definición idólatra y despreciable.
La religión, la familia centrada en el parentesco sanguíneo, la economía y política en el mundo
mediterráneo del siglo I no eran instituciones diversas, sino una misma realidad. La economía hundía sus
raíces en la familia y ésta se regía por la religión (organización en el trato con Dios) y por la política
(organización en el trato social). Tan unido estaba todo que el vocabulario religioso se tomaba tanto del
ámbito familiar (“padre, hermano, virgen, honor, alabanza…”) como político (“rey, reino, alianza, ley…”).
La religión confería unidad a lo familiar, lo económico y lo político, dándole significado trascendente al
abrirlos al mundo de los dioses (paganos) o de Yahveh (Israel).
Tanto en el mundo griego como romano, la religión se estructuraba en dos niveles: una era la
religión oficial o política de la ciudad y del reino, y otra la religión doméstica o familiar que se practicaba
en los hogares. Esta última era más importante que la primera y de mucho más influencia en las cosas
cotidianas de la vida.
En el mundo judío también ocurría lo mismo, pero con una substancial diferencia: mientras que en
el mundo pagano la religión oficial y la doméstica eran diversas, entre los judíos era la misma. Yahveh, el
Dios de Israel que se adoraba en el Templo de Jerusalén, es el mismo Dios de la familia, «el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3,6), el Dios de “nuestros padres” o antepasados que el
padre, en cuanto “sacerdote” del hogar, enseñaba a conocer transmitiendo la fe de Israel. Otra diferencia
importante entre la religión de los judíos y la de los paganos era la prohibición de representar con
estatuillas al Dios de Israel a quien se lo adoraba con ritos establecidos; en el mundo pagano -en cambio- se
conocía una gran proliferación de representaciones de los mismos dioses, de oraciones y de celebraciones
de ritos. Según el tiempo y las circunstancias se enfatizaba el culto a uno u otro dios, conforme se daban las
siegas, el nacimiento de las primeras crías de los animales, la fecundidad de la mujer y el nacimiento de los
hijos y otras necesidades como librarse de pestes, enfermedades y guerras. Por tanto, se adoraba a los
dioses al ritmo de los ciclos naturales y de las penurias y anhelos de la familia y sus miembros.
Debido a la urbanización y vías de comunicación, el mundo judío tenía fácil acceso al conocimiento
de estilos de vida, de formas de gobierno, de economías y religiones que regulaban la vida cotidiana de las
grandes ciudades greco-romanas, sistemas de vida mucho más cautivantes e impositivos que la básica
organización del mundo rural. Ahora bien, la aceptación de tales paradigmas de costumbres, de gobierno
civil y económico es también aceptación de sus dioses y cultos, lo que hacía aún más difícil la convivencia
entre judíos galileos y paganos galileos. La fascinación y el empleo de tales estructuras de vida y relación
social, los refleja san Pablo cuando escribe a propósito de las relaciones legales entre cristianos: «Cuando
alguno de ustedes tiene un conflicto con otro hermano, ¿cómo se atreve a llevar el asunto a un tribunal no
cristiano, en lugar de resolverlo entre creyentes?» (1 Cor 6,1-6).
1.4-
Tensión “oprimidos (judíos) - opresores (romanos)”
La más conocida de las tensiones, reflejada con claridad en los evangelios, es entre el pueblo judío
oprimido y Roma en cuanto imperio conquistador.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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A pesar de las excepciones ya vistas para la provincia de Judea, donde se concentraban los judíos,
la tensión existía entre conquistados y conquistadores, más aún cuando paganos ocupaban y pisaban la
sagrada tierra de Israel. A esta opresión, el mundo judío respondía con variadas respuestas.
Los zelotas, para quienes sólo Dios es el Señor de Israel, buscaban derrotar por la violencia a los
dominadores romanos. Cada cierto tiempo, algunos de ellos se alzaban en armas sin mucho resultado frente
al poder y la eficacia del aparato militar romano. Algunos de los discípulos de Jesús se los califica de
“zelotas”, pero también se piensa que se trata de un apelativo dado al hombre celoso de la Ley y de las
cosas de Dios, y no a grupos de organizados militantes armados contra Roma, inexistentes -según dichos
estudiosos- en la época de Jesús.
La gran masa de gente judía, sencilla y campesina, mientras la dejaran tranquila con su religión y
tuvieran qué comer, soportaba el dominio romano en virtud de algunos adelantos de los que se servían (red
de caminos, conductos de agua…) y la paz romana que les garantizaban.
Los fariseos daban una respuesta religiosa al tema del domino romano: mientras Israel no sea capaz
de cumplir perfectamente la Ley, Dios los tendrá sometido a los romanos o cualquier otro imperio en
castigo por sus pecados. De aquí la importancia de lograr que todos los judíos tengan a Dios por Señor
mediante el cumplimiento de la Ley, para que algún día, por su “ungido” o “mesías”, Dios libere a Israel
del señorío de los gentiles o no judíos.
Más radical aún es la respuesta de los esenios de Qumrán. Se retiran del mundo para prepararse,
guiados por el Maestro de justicia, a la lucha escatológica entre los hijos de la luz (ellos) y los hijos de las
tinieblas (judíos pecadores y naciones paganas). Ese día, Dios restituirá a Israel la gloria que un día le quitó
por sus impurezas e idolatría.
Finalmente estaban los herodianos o partidarios de Herodes que veían con buenos ojos el dominio
de Roma, pues aprofitaban de ingentes ganancias gracias al cobro de los impuestos. Según algunos
estudiosos, se trata de funcionarios de reyes y príncipes herodianos y miembros de su familia. Según otros,
se trata más bien de un partido judío que favorecía la dinastía herodiana porque veía en ella el germen de
un mesianismo político. Los herodianos aparecen en los Evangelios como enemigos de Jesús tanto en
Galilea como en Jerusalén12.
2-
En este país, «¿quién dice la gente que soy yo?»
2.1-
La Galilea de los movimientos mesiánicos y proféticos
Si la vida del judío de la Galilea del siglo I se caracterizaba por estas fuertes y transversales
tensiones es evidente que dicha región era “caldo de cultivo” para la aparición de movimientos populares
de carácter mesiánico y profético13.
Los movimientos mesiánicos y proféticos de carácter popular no eran un fenómeno infrecuente en
la Palestina del siglo I antes de Cristo y el siglo I después de Cristo. Sobre todo a raíz de algunas crisis
nacionales como la muerte de Herodes el 4 aC., los empadronamientos o censos en las diversas regiones14,
la guerra judía que origina la destrucción de Jerusalén el año 70 dC., surgían caudillos que pronto
terminaban derrotados por la intervención sin piedad alguna de la autoridad política y militar romana.
12
13
14
Mc 3,6; 12,13.
Cfr. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo, 323-346; VIDAL, Los tres proyectos de Jesús, 30-60.
En Lc 2,2 se nos informa «del primer empadronamiento que tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino». Este censo, aunque
con dudas, se acostumbra a fecharlo el año 6 dC.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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De muchos de ellos no conocemos su nombre, aunque sí su existencia: en tiempos del procurador
Pilato, un innominado profeta samaritano en el monte Garizim; en la época del procurador Antonio Félix
(52-60 dC.) varios «impostores y seductores» (FLAVIO JOSEFO, del 37-100 dC. más o menos).
De otros sabemos de quien se trata: Teudas, entre el 44 y el 46 dC., que se hacía llamar “el profeta”
y quiso renovar el paso milagroso del Jordán; Judas, el Galileo, y su hijo Menahem15; Judas ben Ezequías;
un judío apodado “el Egipcio”; Saddoq, un fariseo, fundador de la “cuarta filosofía”, llamada así porque
venía después de la de los fariseos, saduceos y esenios, filosofía de la que se originó el grupo judío de los
zelotas; Simón, un esclavo; Atrongeo, un pastor; Juan de Giscala, un jefe zelote proveniente de la región de
Galilea; Simón bar Giora de Gerasa, obedecido como un rey y jefe de la revuelta judía que se inició el 66
dC., y así varios más16.
Casi todos estos buscaban, en nombre de Dios, respuesta a las contenidas ansias de liberación de
gente oprimida y sencilla, sin grandes recursos, de poca o nula influencia y formación, que pacientemente
sufren las tensiones con la esperanza de que algún día Yahveh intervenga y termine con el oprobio de
Israel. La gran mayoría de estos caudillos mesiánicos no provenían de círculos eruditos ni de familias
sumo-sacerdotales ni de eran de descendencia davídica; son personajes de poca monta respaldadas por
gente del pueblo.
Los movimientos populares mesiánicos y proféticos tienen características que los distinguen,
aunque los puede encabezar un mismo caudillo que se aprovechaba de esa esperanza insatisfecha de tantos.
Los movimientos populares mesiánicos los encabeza un líder con un proyecto político que se
autoproclama rey o jefe, provocando la inmediata y violenta reacción militar de los romanos bajo las
órdenes del prefecto de turno.
Los movimientos populares proféticos, en cambio, son de corte salvífico, centrados en la
restauración del pasado ideal del Israel davídico, y lo encabeza un jefe carismático que dice venir de Dios y
hablar en su nombre. Es probable que muchos vieran en Jesús a un jefe carismático enviado por Dios como
profeta para satisfacer los anhelos de liberación.
En esta Galilea Jesús inicia su ministerio. No se dirige a los grandes centros urbanos, sino a los
israelitas de las pequeñas aldeas y poblados rurales, a las bases del pueblo de Dios, es decir, a las “doce
tribus” dispersas para restaurar a Israel como pueblo santo de Dios. Estas bases están mucho mejor
representadas en las aldeas rurales judías que en las grandes urbes de cultura helénica. En estas aldeas se
encuentran las ovejas perdidas de Israel17, es decir, el pueblo oprimido y humillado por el mal y los
poderosos de aquel tiempo.
El Ungido por el Espíritu de Dios ha sido enviado precisamente a estas ovejas a proclamar el año
jubilar del perdón de los pecados y la condonación de las deudas18. Ya está en marcha el Reino de Dios
con su fuerza de liberación y recreación que anhelan los auténticos israelitas y, aunque imperceptible, su
crecimiento es imparable.
15
16
17
18
Para Teudas, ver Hch 5,36, pero con datación equivocada, pues Teudas actuó en tiempos del procurador Cuspio Fado (44-46
dC.); para Judas, ver Hch 5,37.
Muchos de estos datos los tenemos gracias a dos obras de FLAVIO JOSEFO (37 - 100 dC., más o menos): Guerra judía o
Historia de la guerra judía, y Antigüedades judías o Historia antigua de los judíos.
Mt 10,5-7; 15,24.
Es la esperanza judía para el tiempo de la liberación mediante el Ungido de Dios, según se expresa en Lc 4,17-21 (que cita Is
58,6 y 61,1-2) y en el fragmento sobre la resurrección de la comunidad de Qumrán: 4Q521 frag. 2, col. II,1-14: el Señor
«honrará a los piadosos sobre el trono de la realeza eterna, librando a los prisioneros, dando la vista a los ciegos, enderezando
a los torcidos…»; texto en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán. Cfr. S. SILVA RETAMALES: «El Gran Jubileo del Año 2000.
Reflexión bíblico-pastoral», La Revista Católica 1125 (2000) 7-15.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
2.2-
10
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
En esta Galilea así descrita, después de un tiempo de ministerio y apenas tomada la decisión de
subir a Jerusalén, Jesús pregunta a los suyos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27). La respuesta
de Pedro no se hizo esperar: «¡Tú eres el Mesías!» (8,29).
En este convulsionado reino, ¿qué habrá entendido Pedro?
Probablemente está, como parece demostrarlo luego con su conducta19, imbuido de la ideología de
liberación y dominio catalizada por el concepto de “mesías”. Él debió entender que Jesús es el ungido de
Dios como profeta, sacerdote y rey para someter a los romanos y a los otros pueblos y establecer a Israel
como cabeza de las naciones (“concepción piramidal”). En razón de aquel ambiente y aquellas tensiones y
por la lectura equivocada de ciertas profecías20 era común tal concepción como lo confiesan los dos
discípulos que se dirigen a Emaús: «Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel» (Lc 24,21).
Esta concepción de “mesías” y “reinado” de Dios suscitaba el afán de poder por parte de Pedro y de
los discípulos más cercanos a Jesús. El ungido rey por Dios, de la descendencia davídica, necesita
conquistar Jerusalén como capital de su reino y requiere de ministros fieles para gobernar. Jerusalén, la
ciudad de David a donde se dirigen, la vislumbran como el lugar donde se concretizarán los sueños de
poder. Y mientras se acercan a ella, Santiago y Juan se ofrecen para ministros con el deseo confesado de
ocupar los primeros puestos21, ya que creen inminente -como muchos- esta forma de reinado de Dios22.
La ira de los otros diez no se hace esperar, pues también anhelan lo mismo, sobre todo cuando el honor valor fundamental del siglo I- está en relación directa con la posición social que se ocupa.
Es bastante probable que el recurso literario y teológico de Marcos conocido como “secreto
mesiánico” desde el estudio de W. WREDE en 1901 tenga relación directa con la concepción común de
“mesías” y “reino de Dios” en el siglo I. ¿Por qué Jesús manda a los que sana de enfermedades, a los
endemoniados, incluso a sus mismos discípulos que no digan que es el Mesías, el Santo de Dios?, ¿por qué
tienen que callar el favor recibido, sobre todo cuando es público?23.
El “secreto mesiánico” se concentra en la primera parte del evangelio de Marcos (Mc 1,14-8,30),
cuyo tema central es la revelación de Jesús como Mesías mediante enseñanzas y acciones con autoridad.
Para que en aquella convulsionada Galilea no confundan su mesianismo con un empeño socio-político,
instaurador de un reino terreno en el que Dios ejerce su dominio mediante Israel, Jesús pide que no
divulguen la noticia. El “secreto mesiánico”, en cambio, desaparece en la segunda parte de Marcos (8,3116,8): el tema central es ahora el tipo de mesianismo que Jesús encarna. Él es Mesías al estilo del Siervo de
Yahveh y su camino es el servicio y la entrega de la propia vida24; no ha venido a arrebatar otras vidas, ni
siquiera la de los odiados enemigos romanos, sino a hacer que Dios reine por su misericordia y perdón,
forma concreta de hacer presente la vida del Padre en quienes reciben al Hijo amado.
2.3-
Una pregunta siempre actual
La pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27), recorre tiempos y
circunstancias interpelando a cada generación de hombres y mujeres. Así llega hasta nosotros y espera una
19
20
21
22
23
24
Mc 8,32-33.
Por ejemplo, Is 2,2-5; Miq 4,1-8; Zac 14.
Mc 10,35-41.
Lc 19,11.
Mc 1,24-25.43-44; 5,40-43.
Mc 10,45.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
11
respuesta personal y fundada. La interpelación de Jesús se transforma entonces en: “¿Quién dices tú que
soy yo?”.
Muchos han contestado dicha pregunta. Y varios lo han hecho estudiando las fuentes con que
contamos para dar una respuesta fundada. Estos estudiosos se han preocupado primero de formular
criterios históricos fiables para acercarse al “Jesús histórico”.
Entre los principales criterios se cuentan25:
25
26
27
28
29
-
El de disimilitud o discontinuidad (llamado por THEISSEN “de plausibilidad histórica”).
Aquellas palabras o hechos de Jesús que por razones culturales o teológicas no pueden
derivarse del judaísmo de su época ni de la comunidad cristiana primitiva es probable que
provengan del mismo Jesús. Por ejemplo, la oposición de Jesús al ayuno26, cosa que muy
difícilmente la comunidad cristiana hubiera inventado y que la religión judía hubiera
favorecido.
-
El de necesidad histórica.
Parte de un hecho indudable: según todas las fuentes bíblicas y las pocas extra bíblicas que
tenemos, Jesús murió violentamente a manos de judíos y romanos; luego, se pregunta: ¿qué
lo llevó a la muerte en cruz como “rey de los judíos”?; los datos que justifiquen dicha
muerte deben ser históricos; de este modo, a partir de la muerte de Jesús, se reconstituye su
vida y su obra y se explican mejor sus controversias con las autoridades religiosas de Israel.
-
El de dificultad.
Tienen el carácter de histórico aquellas palabras o acciones de Jesús que, a pesar que
desconcertaban profundamente a la Iglesia primitiva, igual se transmitieron. Por ejemplo, el
hecho de que Jesús no conozca ni el día ni la hora del juicio final27.
-
El de testimonio múltiple de fuentes y formas literarias o también llamado de referencias
cruzadas.
Si diversos géneros literarios y varias fuentes independientes entre sí afirman lo mismo
estamos ante un dato histórico. Por ejemplo, el tema del Reino de Dios que se presenta en
diversas formas literarias: parábolas, milagros, controversias…, y lo testimonian diversas
fuentes28, e incluso ecos del tema encontramos en la literatura paulina29.
-
El de coherencia o conformidad histórica.
Cuando se tiene una base segura de la historicidad de algunas palabras y acciones de Jesús,
gracias a la verificación de los otros criterios, todo aquello que armonice con esta base de
datos debe considerarse histórico. Por ejemplo, algunos dichos concernientes a la llegada
del Reino de Dios.
Cfr. PIÉ-NINOT, La teología fundamental, 352-357; MEIER, Un judío marginal, T. I, 183-209.
Mc 2,18-22.
Mc 13,32.
La Fuente Q, Marcos, Mateo y Lucas, cada uno por su parte, y Juan.
Rm 14,17; 1 Cor 4,20; 6,9-10.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
12
A estos criterios hay que agregar otros de carácter secundario como, por ejemplo, si lo relatado
pertenece a un material literario de trasfondo arameo y se destaca por su viveza narrativa acorde con el
ambiente palestino de entonces, tiene buenas razones para ser considerado auténtico. Con todo, los criterios
empleados deben interpretarse según sus contextos socio-culturales.
Aplicando los criterios mencionados, varios estudiosos del Nuevo Testamento y del siglo I han
aportado descripciones de Jesús que responden a la pregunta: “¿quién dicen ustedes que soy yo?”30. Sin
embargo, no todos los datos que ofrecen son correctos, pues a veces su interpretación está sesgada por
ideologías o conceptos preconcebidos.
Un primer grupo31 afirma que Jesús es un “maestro de sabiduría” al estilo de los filósofos cínicos
que recorrían el país formando escuelas de discípulos. Como maestro, Jesús se caracterizaba -por un ladopor sus ingeniosas máximas basadas en la experiencia de la vida y en la observación de la naturaleza y -por
otro- por su conducta provocativa al transgredir costumbres religiosas y sociales sancionados por la Ley y
la tradición de los antepasados; máximas y comportamientos de Jesús estaban al servicio de un mensaje
social innovador en favor de los oprimidos. Entre los comportamientos adquieren gran importancia la
expulsión de demonios y la comida con marginados, signo de su intención de transformar el orden
preestablecido.
Otros estudiosos32 describen a Jesús como un “profeta escatológico” inserto en las tradiciones de
Israel, que murió crucificado y creó una escuela de discípulos para que continuaran su obra33. La
expulsión de los vendedores del Templo es el gesto profético de Jesús que anuncia la restauración
escatológica del pueblo de Dios. Jesús, pues, tenía conciencia de ser el último de los profetas, de aquí la
autoridad con la que habla y actúa. Su enseñanza y algunas de sus acciones causaron un profundo conflicto
al interior del judaísmo de la época, lo que al final le costó la vida.
Un tercer grupo34 se inclina por considerar a Jesús como un “carismático espiritual”. Sus
enseñanzas y acciones responden a los parámetros propios de “hombres de Dios” u “hombres santos” de la
tradición carismática israelita. Como ellos, Jesús actúa llevado por el Espíritu de Dios, y su enseñanza no
presenta ideales escatológicos a alcanzar, sino simplemente expone su experiencia de Dios: un Dios
compasivo y cercano a los débiles que los atiende mediante el poder milagroso de quienes envía. Todo lo
que es apocalíptico en Jesús, piensan estos estudiosos, es postpascual. En un hombre así de carismático
como Jesús, la enseñanza tiene menos importancia que sus acciones.
Un cuarto grupo de estudiosos35 afirma que Jesús es más bien un “reformador social”, conclusión
que sacan sobre todo al contextualizar la vida de Jesús en su época. Lo que Jesús intentó fue un cambio
30
31
32
33
34
35
Para lo que sigue, la bibliografía es amplia y va en aumento; sobre las tres etapas de la investigación acerca de Jesús [a)- Old
ó First Quest: 1778-1906 y No Quest: 1921-1953; b)- New Quest: 1953-1985, y c)- Third Quest: 1985…], cfr. AGUIRRE: «La
cuestión del marco de la historia de Jesús: historia y principios» en AGUIRRE y RODRÍGUEZ (eds.), La investigación de los
evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles en el siglo XX, 17-35; AGUIRRE: «Jesús, el hombre: investigación histórica» en
AAVV, Jesús de Nazaret. Perspectivas, 16-23; PIÉ-NINOT, La teología fundamental, 340-351 y 384-401; TREVIJANO, Orígenes
del cristianismo, 346-360; SESBOÜÉ, Imágenes deformadas de Jesús, 45ss.; R. AGUIRRE: «Estado actual de los estudios sobre
el Jesús histórico después de Bultmann», Estudios bíblicos 54 (1996) 433-463; S. FREYNE: «La “terza” ricerca sul Gesù storico.
Alcune reflessioni teologiche», Concilium 32 (1997) 60-79; E. VALLAURI: «Volti di Gesù negli studi più recenti», Laurentianum 39
(1998) 293-337; J.P. MEIER: «The Present State of the Third Quest for the Historical Jesus: Loss and Gain», Biblica 80 (1999)
459-487.
CROSSAN y Jesus Seminar, un colectivo no confesional de exegetas norteamericanos dedicados, desde 1985, a determinar la
autenticidad histórica de dichos y hechos de Jesús; sus directores son R.W FUNK y J.D. CROSSAN.
E.P. SANDERS y otros.
La aparición de discípulos en torno al profeta y sobre todo su muerte violenta son garantías de autenticidad de la misión.
G. VERMES, J. DUNN, M. BORG.
R. HORSLEY, G. THEISSEN, B.J. MALINA.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
13
social de proporciones y lo que creó fue un movimiento de reforma social, de valores alternativos que
incidían decididamente en las relaciones sociales, en la política y la economía. Su estilo y método son
particulares. No anima la subversión armada, sino una ética radical, el amor a los enemigos, el perdón de
los pecados y de las deudas materiales, el cambio de estructuras. Sus destinatarios eran campesinos
sencillos, por lo que pensaba que las cosas debían cambiar “desde abajo”. Una de las críticas que se hace a
esta visión es que describen a Jesús sobre valorando los movimientos judíos y los factores sociales y, en
cambio, dándole poca importancia a la experiencia espiritual de Jesús.
Un quinto grupo36 habla de Jesús como un “judío marginal”, porque él se aleja -por ejemplo- del
urbanizado mundo greco-romano en cuyas ciudades nunca predica, y porque a él lo marginan, ya sea los
dirigentes religiosos de su pueblo, ya su familia, ya -incluso- sus propios discípulos cuando no lo
comprenden y lo abandonan. Su marginación, que la vive como opción misionera por obediencia al Padre,
está al servicio de los valores del Reino. Jesús no puede asumir lo que vive la sociedad de su tiempo,
porque de hacerlo rechazaría -como sus contemporáneos- a su Padre celestial y su soberanía sobre los
hombres, la historia y el mundo. Entonces, convierte su misma vida en denuncia profética de lo lejos que
todo está de Dios: el culto, las oraciones, ayunos y limosnas, la política y la economía, el comportamiento
de los dirigentes… Opta por una vida itinerante y desprendida en virtud del señorío de su Padre y al
servicio del anuncio del Reino. Como toda su vida cuestionó la estructura religiosa de su tiempo, la manera
de acabar con el problema fue matarlo.
Para un último grupo37, Jesús es un “sanador popular y un exorcista”. Hubo un tiempo en que se
cuestionaba la historicidad de los milagros de Jesús. Hoy es un dato que ya nadie pone en duda: Jesús
realizó curaciones entre sus contemporáneos y estas acciones, avaladas por varios de los criterios de
historicidad mencionados, forman parte de la vida del Jesús histórico. A pesar de que no era extraño
encontrar curadores populares en los pueblos preindustriales de la cuenca del Mediterráneo del siglo I, la
multitud sigue a Jesús por su poder sobrenatural de curar enfermos y vencer demonios. Ahora bien, como
estas posesiones demoníacas, según este grupo de estudiosos, se dan en contextos de crisis profunda a
causa de rupturas del equilibrio socio-político y familiar, se interpretan como intervenciones divinas
favorables cuando toda otra respuesta humana es imposible. Por tanto, las acciones de Jesús de expulsar
demonios en nombre propio son leídas como la respuesta de Dios (el Reino) a situaciones de sufrimiento y
desgracias insalvables. La misma expulsión es una propuesta de equilibrio socio-político e invitación al
compromiso por lograrlo. Como reconocido sanador popular y exorcista, Jesús se convierte en un peligro
para el sistema social y político de entonces.
A lo largo del tiempo se seguirá intentando dar respuesta a la pregunta acerca de la identidad de
Jesús y del sentido de su obra38. Algunas son respuestas valiosas que nos ayudan a conocer mejor a
Jesucristo. Pero son respuestas de otros y elaboradas desde las ciencias socio-históricas y bíblicas. “Mi
propia respuesta”, la que elabore a partir de “mi historia personal” y de “mi realidad actual” no puede
esperar. Jesús, como a sus discípulos, hoy me pregunta: “Tú, ¿quién dices que soy yo?”. Tan importante es
la respuesta y su certeza que de ella depende mi discipulado.
En el caso de los discípulos elegidos por el Nazareno, la respuesta fue posible por vivir -por lo
menos en parte- los cuatro momentos del discipulado histórico.
36
37
38
J.P. MEIER y otros.
G.H. TWELFTREE, S. DAVIES.
Los autores de la Third Quest acerca de Jesús de Nazaret (colectivo ya mencionado antes) intentan variadas identificaciones,
subrayando su situación de campesino judío, sabio, reformador social, profeta y profeta reformador social; inserción en el
mundo hebreo, exorcista, figura marginal y escatológica; filósofo cínico, mago o mago helenista… En esto autores predomina
la figura de un maestro de sabiduría no apocalíptico, que anuncia el reinado de Dios para el presente y no para el futuro, y que
vivía y enseñaba conductas atípicas respecto al mundo judío al que pertenecía. Muchos de estos retratos de Jesús no están
exentos de parcialidad y están sesgados por la ideología de su autor.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
3-
14
Los momentos del discipulado histórico
Llamamos “discipulado histórico” al recorrido humano y espiritual que hicieron los discípulos de
Jesús para llegar a ser de los suyos, es decir, para seguirlo y formar parte de su comunidad. La mirada no es
a cada uno de los discípulos ni principalmente desde la perspectiva de Jesús, sino más bien describimos las
constantes del discipulado que los Evangelios Sinópticos reflejan en relación con dicho recorrido
discipular.
Tenemos acceso a estas “constantes discipulares” gracias a la lectura atenta del material evangélico
comparándolo con otros movimientos de discípulos del siglo I de los que tenemos noticias (Juan Bautista,
rabinos, esenios…). También consideramos dicho material teniendo en cuenta la historia y la cultura en la
que aquellos hombres y mujeres siguen al Señor. Finalmente, para nuestro objetivo, es evidente que el
discipulado hay que plantearlo en el contexto de la vida histórica de Jesús, pues no se entiende sin sus
palabras y obras que condicionaron y transformaron la vida cotidiana y concreta de los suyos.
Teniendo en cuenta estos criterios distinguimos cuatro momentos o tiempos en el discipulado
histórico:
a- El momento de la admiración y las preguntas.
b- El momento de la vinculación a Jesús gracias a la elección divina, la opción humana y la
posterior pertenencia a “los suyos”.
c-
El momento de revelación de Jesús a sus elegidos, y
d- El momento de la misión.
Para su época, Jesús suscitó pronto un movimiento considerable de gente en torno a él, reunidos por
la admiración que sentían por su enseñanza y por sus acciones que demostraban una autoridad propia
nunca vista sobre enfermedades y espíritus impuros. Al ser testigos de la obra de Jesús es probable que la
gente percibiera que en él había mucho “de Dios”: de su santidad, su gloria, su misericordia y
compasión…, todo aquello que anhelaba un judío que se esforzaba por conocer a Yahveh y hacer su
voluntad.
Muchos de aquel tiempo, por tanto, leerían esta primera etapa del ministerio de Jesús en Galilea
como visita de Dios a su pueblo: Yahveh, por su profeta, sale al encuentro de su pueblo oprimido. Quienes
ponían atención a sus enseñanzas y eran testigos frecuentes de sus obras, acicateados por la admiración, se
formulaban preguntas que intentaban descifrar el origen de sus palabras y, sobre todo, explicar la sanación
de enfermos y la expulsión de demonios. La conducta de Jesús (palabras y obras) aumentaba la admiración
y suscitaba muchos interrogantes, entre otras razones, porque contravenía las costumbres religiosas y
culturales de entonces al comer con pecadores y marginados, al no darle a la Ley la importancia que tiene,
ni tampoco al ayuno, a las limosnas, al día sábado, y a otras prácticas piadosas de la vida religiosa del
judío.
Pronto se creó en torno a Jesús una muchedumbre que procuraba estar cerca de él cada vez que
podía. De entre esta muchedumbre, particularmente de entre aquellos que se mostraban fascinados por
Jesús y buscaban con sinceridad respuestas a sus preguntas (Zaqueo y Andrés y su compañero son buenos
ejemplos)39, Jesús va eligiendo a los que quiere para formar la comunidad de “los suyos”. Los invita para
39
Lc 19,1-10; Jn 1,35-42.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
15
que estén y vivan con él. De ellos, Jesús espera una respuesta pronta y generosa. Varias son las
explicaciones ante las palabras y acciones de Jesús: para unos es uno más de tantos profetas, para otros un
profeta tan o más importante que Elías y Jeremías, y según otros actúa así porque está trastornado o
poseído por espíritus impuros. Mientras unos se abren a la posibilidad de la fe, otros se obstinan de tal
manera que se hacen incapaces de reconocer que Jesús de Nazaret es el Mesías enviado por Dios a quien
hay que escuchar. El seguimiento del Señor necesita el compromiso conciente de una libertad personal que
entregue confiadamente la vida a Jesús. A la elección de Jesús sigue siempre la opción personal por Jesús.
A partir de cierto momento de su ministerio público, Jesús trata a sus discípulos de modo diferente
a como lo hace con la muchedumbre. Se nota, por ejemplo, en su relación pedagógica con ellos: Jesús
revela su identidad y explica su misión a sus discípulos, pero no a la muchedumbre40. En la convivencia
con Jesús, el discípulo toma progresiva conciencia que está ante el Mesías e Hijo de Dios que hace presente
el Reino del Padre celestial. Las parábolas sobre todo, que explica sólo a sus discípulos, consignan las
notas distintivas del reinado de Dios en cuanto Padre. Este es el momento de revelación.
En la misma convivencia con Jesús y en su formación como discípulo, éste aprende a ser
misionero. Los que siguen a Jesús van con él por caminos y aldeas, siendo testigos de qué y cómo Jesús
predica la Buena Nueva. Según parece, ya en vida de Jesús, ellos son enviados a preparar el camino del
Mesías. Entienden que llegará el día en que asumirán la tarea del Maestro, encargo que -a su vez- le viene
del Padre. Extender el encargo de Jesús, por tanto, es realizar el encargo del Padre.
Salta a la vista que estos cuatro momentos (admiración y preguntas, vinculación, revelación y
misión) se dividen así por criterios pedagógicos, pues no son realidades estancas y yuxtapuestas, sino
realidades dinámicas de implicancia humano-espiritual que se necesitan para constituir, todas ellas, al
discípulo misionero. Estos momentos no son cronológicos en el sentido de venir uno después del otro, sino
que se imbrican y necesitan, configurando todos ellos el camino histórico de adhesión del discípulo a Jesús.
III-
«¿No es este el hijo del carpintero?»: momento de admiración y preguntas
1-
Los signos del Reino: «Lo que Jesús hizo y enseñó» (Hch 1,1)
La primera impresión que tenía un contemporáneo de Jesús le venía por sus acciones, enseñanzas y
relaciones. Actos, palabras y tipo de relaciones sociales revelan en aquel entonces la interioridad del
hombre y constituían su cédula de identidad. En el siglo I, uno es lo que hace, lo que dice y cómo se
relaciona, y por esto será juzgado por Dios y los hombres. El valor de las emociones y de la introspección
es prácticamente nulo.
Por lo mismo, para presentar la persona de Jesús, san Lucas, el evangelista-historiador, escribe
acerca de «todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que subió al cielo» (Hch 1.12), lo que también define como «los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros» (Lc 1,1). San
Marcos, por su lado, comienza la proclamación de la Buena Nueva de Jesucristo mostrando quién es, para
lo cual debe describir las relaciones de Jesús con el Antiguo Testamento y Juan Bautista, con Dios y con
Satanás41. Acciones, palabras y relaciones revelan quién es Jesús, quién es su Padre y cuál es su proyecto
para la humanidad. El proyecto es el Reino y toda la vida de Jesús desvela el Reino de su Padre y sus
signos distintivos. Dicho de otro modo: toda la existencia de Jesús es proclamación del acontecimiento
salvífico del Reino de Dios, lo que -según la tradición mesiánica israelita- Jesús lleva a cabo conforme a
los modelos clásicos de profeta y rey.
Entre los signos del Reino hay que destacar:
40
41
Mc 4,10-12.33-34.
Mc 1,2-8; 1,9-11 y 1,12-13.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
16
a- Sanar enfermos y expulsar demonios en nombre propio.
b- Comer con pecadores y recaudadores de impuestos, gente considerada marginal por el sistema
socio-religioso israelita, y
c-
Enseñar con autoridad y no como los rabinos de su tiempo.
Según los datos de las diversas fuentes que poseemos, sometidos a los criterios de historicidad
mencionados, estos tres signos son históricos, lo que significa que fueron realizados por Jesús y, si los
conservó la tradición -primero oral, luego literaria- es porque tienen sólido fundamento en la vida de Jesús.
Estos signos del Reino son mensajes en acto, como los actos simbólicos de los profetas, que
visibilizan el misterio del Reino y la vocación del discípulo del Reino. Ante estos signos, los
contemporáneos de Jesús se mueven entre la admiración y el temor. FLAVIO JOSEFO describe a Jesús como
«un hombre excepcional, ya que llevaba a cabo cosas prodigiosas»42.
Un milagro de Pedro refleja bien la sorpresa que suscita Jesús y sus discípulos entre la gente de su
tiempo. Después de sanar a un paralítico, todo el pueblo «se llenó de admiración y asombro por lo que le
había sucedido… Pedro, al ver esto, dijo al pueblo: “Israelitas, ¿por qué se admiran de este suceso?, ¿por
qué nos miran como si nosotros lo hubiéramos hecho caminar por nuestro propio poder o virtud?”» (Hch
3,10.12).
El discipulado comienza por ser testigo de lo que Jesús dice y hace, dejándose sorprender, admirar,
fascinar… por este hombre excepcional, dando luego cabida a las preguntas sobre el origen y el sentido de
su obra y abriéndose -con corazón purificado- a las respuestas que el mismo Jesús ofrece.
Profundizaremos en los signos del Reino buscando la razón de la admiración que suscitaba Jesús en
sus contemporáneos, judíos o no. Comenzamos por lo que Jesús “hizo” y luego nos ocupamos de lo que
“enseñó”, según la síntesis del evangelio de Lucas que nos presenta el mismo autor en su prólogo a los
Hechos de los Apóstoles: «Ya traté en mi primer libro, querido Teófilo, de todo lo que Jesús hizo y enseñó
desde el principio hasta el día en que subió al cielo…» (Hch 1,1-2).
2-
«Lo que Jesús hizo»
2.1-
Jesús sana enfermos y expulsa demonios en nombre propio
La sanación de enfermedades del cuerpo y del espíritu (como posesiones diabólicas) está
atestiguada en la literatura extrabíblica de la época. Gracias a ella tenemos noticias de reconocidos
sanadores, algunos del tiempo de Jesús. Sabemos, por ejemplo, del rabí galileo Janina ben Dosa, de antes
del año 70 dC., probable contemporáneo de Jesús, y del griego Apolonio de Tiana a quien conocemos por
FILÓSTRATO, su biógrafo, que relata nueve de sus milagros.
Si existían otros sanadores populares y algunos con gran fama, ¿cuál es la razón de la admiración
por Jesús? El judío de aquella sociedad pre-industrial y pre-científica del siglo I contaba con la posibilidad
de acciones extraordinarias que, si eran malas, las atribuían a poderes malignos y, si eran buenas, al Dios
todopoderoso. Si bien es cierto que dichas acciones llamaban la atención, caían -sin embargo- en el ámbito
de lo que era posible en virtud de la estrecha injerencia y continuidad con que se concebía en aquel tiempo
lo natural y lo sobrenatural. En cambio, aquella gente no contaba con que Jesús sanara las enfermedades sin
mencionar o recurrir a Dios, a algún espíritu impuro o a un poder sobre humano. Es decir, ¡Jesús curaba las
42
Antigüedades judías, XVIII 63.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
17
enfermedades en virtud de su propio poder! El asombro, pues, no provenía tanto de la acción maravillosa
cuanto de la fuente de la que provenía dicha acción.
Veamos por qué.
En el tiempo del mundo bíblico (Antiguo y Nuevo Testamento), las enfermedades se atribuyen al
pecado individual o de los antepasados, y a la posesión demoníaca o de espíritus impuros43. Si la causa de
muchas enfermedades es el pecado y los espíritus impuros, la sanación de enfermos se explica por el
perdón de pecados o la expulsión y sometimiento de demonios y espíritus impuros. Y Jesús siempre lo hace
en nombre propio y en un marco determinado: la predicación del señorío de su Padre misericordioso en su
pueblo y en la tierra44.
Antes de describir cómo se viven las enfermedades en la época de Jesús son necesarias tres
precisiones.
La primera es hacer notar la tendencia que siguen los Evangelios Sinópticos respecto a los relatos
de exorcismos. Mientras en Marcos se encuentran muchos de estos relatos, siguiendo el modelo de la
predicación apostólica45, como también varios de ellos en la Fuente Q, las otras fuentes (Mateo y Lucas)
sólo se conforman con repetir lo que trae Marcos y Q, sin añadir ningún relato nuevo, e incluso eliminando
aspectos del exorcismo chocantes para el lector. Juan, el evangelio de redacción más tardía y a diferencia
de los demás, no trae ningún relato de exorcismo. Esta tendencia a la disminución de los relatos y a su
matización es un indicador claro de la historicidad de los exorcismos practicados por Jesús y, por lo
mismo, de la referencia fundamental a él de estas acciones de potestad. Si no hubieran correspondido a su
existencia histórica, simplemente no las habrían mencionado.
La segunda precisión es acerca de la tendencia bíblica a considerar las posesiones demoníacas
como respuestas con carácter de denuncias ante cuadros de extrema tensión en sociedades preindustriales y
en estratos sociales pobres y populares. Estudios de psicología social afirman que en aquellas sociedades
mediterráneas tradicionales, las presiones socio-políticas se denuncian mediante la anulación de la persona
y la aparición de “otro” que actúa y que no puede ser castigado. Si esto es así, la expulsión de demonios
implica también la resolución de los conflictos y tiene importante gravitación socio-política. Por tanto, no
sólo son acciones portentosas pertenecientes al ámbito religioso, sino propuestas de sociedad nueva tanto
para Israel como para sus enconados enemigos del momento, los romanos.
La tercera precisión tiene que ver con el significado y la sensibilidad popular respecto a los
milagros, no así en los círculos más ilustrados. Para la gente sencilla de aquel tiempo, un milagro no es una
contradicción de las leyes naturales, sino una acción portentosa que se integra sin conflicto en su concepto
de mundo y de Dios. Se entienden como intervenciones poderosas de seres no humanos, generalmente
Dios, que manifiestan con absoluta claridad su presencia, su potencia y su querer. El milagro es parte de los
parámetros existenciales de los pueblos mediterráneos del siglo I.
Describamos ahora cómo se viven las enfermedades en el tiempo de Jesús.
Las enfermedades se viven en nuestro tiempo como disfunciones bio-químicas del organismo. En
cambio, en aquella época no son disfunciones bio-químicas, sino disfunciones religiosas. Las
enfermedades son signos claros del abandono, por causa del pecado o posesión demoníaca, del ámbito de
influencia santa y benéfica de Dios, y del sometimiento del enfermo a seres no humanos y malignos que
impiden la relación con Dios y la participación en el pueblo santo de Dios. La consecuencia inmediata para
el enfermo es la pérdida de su status en la comunidad santa de Israel, y la limitación o derogación del
ejercicio de sus derechos sociales (matrimonios, celebraciones familiares...) y cultuales (sacrificios,
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44
45
1 Re 17,18; Mt 12,22; Jn 5,14; 9,2.
Mc 1,23-25; 5,11-13.
Hch 10,38.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
18
oraciones en el Templo, en la sinagoga...). Por esto la Ley declara impuro a quien padece ciertas
enfermedades como la lepra, hemorragias, ceguera, sordera, mudez…46.
Según la conciencia religiosa de entonces, el mundo está regido por una cosmogonía de seres no
humanos y humanos en estricta escala jerárquica, donde los seres superiores tienen ingerencia directa, para
bien o para mal, sobre los inferiores. Vestigios de esta escala jerárquica de seres y poderes cósmicos se
encuentran en las cartas paulinas: “ángeles - principados”, “dominación - potestad”, “tronos”, “virtud”,
“príncipe del imperio del aire” y “elementos del mundo”47. El puesto de excelencia en honor y soberanía
en la escala cósmica lo ocupa Yahveh, Dios de Israel, que creó todo y domina sobre todo, tanto sobre seres
humanos como no humanos, visibles como invisibles, poderosos como débiles.
Al tener en cuenta los sumarios de Marcos se deduce que Jesús sana a muchos enfermos
independiente de la enfermedad de cual se trate48. Además, Jesús derrota a poderosos demonios como
aquel que lleva por nombre «Legión» (Mc 5,9). Conforme a la concepción descrita, Jesús sólo puede
devolver la salud si expulsa al espíritu impuro o perdona el pecado, causas que originan muchas de las
enfermedades. Pero, ¿cómo es posible que haga esto? Es decir, si Satanás y los espíritus impuros son seres
no humanos inferiores a Dios, pero superiores a los seres humanos, “¿cómo puede dominarlos —se
preguntan sus contemporáneos— cuando sabemos de donde viene, y sus hermanos viven con nosotros… y
es uno como nosotros?”. Los espíritus impuros sólo se vencen con la ayuda de Dios o con la asistencia del
mismo Satanás… ¡y de esto último acusan a Jesús!49.
Por tanto, la causa del desconcierto y la admiración no es sólo porque Jesús expulsa demonios para
sanar las enfermedades, lo que también hacía un número no pequeño de curanderos en nombre de Yahveh
o de sus dioses, si son paganos, sino porque Jesús lo hace en nombre propio, y ordena a sus discípulos que
también lo hagan en su nombre50. No es esta la conducta de los hombres de Dios en el Antiguo
Testamento que actúan siempre en nombre de Yahveh como, por ejemplo, el profeta Elías que resucita un
muerto y que hace otros prodigios admirables51.
La conducta de Jesús no hace más que aumentar la perplejidad y la admiración por él y, a la par,
suscita interrogantes como los siguientes: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda
incluso a los espíritus impuros y éstos lo obedecen!» (Mc 1,27). Y Marcos de inmediato agrega: «Pronto se
extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea» (1,28).
Sólo al discípulo de Jesús que convive con él y porque tiene acceso al misterio del Padre se le
revela de dónde le viene todo esto: es que Jesús es Profeta, Mesías venido de Dios, Hijo del hombre e Hijo
de Dios52, superior a Satanás y a todos los espíritus impuros, con poder divino propio para perdonar
pecados y expulsar demonios. Por eso las enfermedades y los espíritus impuros desaparecen, significando
así la presencia liberadora del Reino del Padre: «Si yo -dice Jesús- expulso los demonios con el poder de
Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Lc 11,20).
Este es el sentido original de los milagros de curación y expulsión de demonios realizados por
Jesús: signos potentes y reveladores de la presencia liberadora del “Reino” de Dios y del “Dios” que por
Jesucristo quiere reinar. Por lo mismo, la fe que Jesús exige antes de cada milagro es la confianza absoluta
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52
Lv 13-15; Nm 5,1-4.
Ef 1,21; 2,2; Col 1,16.
Mc 3,7-12; 6,53-56.
Mt 9,32-34; 12,22-24; Jn 3,2.
Mc 1,25.34; 9,38; Hch 4,7.10.30.
1 Re 17,7-24.
Jn 9,17.31-33.35.38.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
19
en la intervención salvífica de Dios53, capaz -por su Ungido- de recrear y redimir cosas y personas
liberándolas de la apropiación de poderosos agentes del mal que amenazan la vida y la participación en los
bienes del pueblo santo de Dios.
Si los milagros son signos manifiestos del Reino de Dios, la curación de enfermedades no vale
tanto por la sanación de un miembro enfermo (mano, ojo, oído…), cuanto por la derrota del pecado y del
mal y por su inmediata consecuencia: la reinserción en el pueblo santo de Dios de la persona sanada,
certificada oportunamente por los sacerdotes54, lo que hacía posible su participación en el culto y en la
vida social de las aldeas. De modo contrario es siempre un marginado, un excluido del pueblo de la alianza
y, por lo mismo, de sus bienes.
Como Jesús es portador del Reino de su Padre y los milagros son inseparables de su Persona y de la
manifestación del Reino, quien es sanado se transforma en signo vivo tanto de la soberanía de Dios
poderoso y misericordioso como de la nueva familia que el Padre, por su Mesías, está inaugurando.
La admiración de la gente, pues, tiene un fundamento: la certeza de que están ante alguien de
condición excepcional, Jesucristo, que suscita desde la curiosidad por conocerlo, pasando por la simpatía y
la admiración por él, hasta dejarlo todo por seguirlo, acompañado de gran temor y sin entender bien las
consecuencias de la opción55. Sólo hay un paso de la admiración a dejarse cautivar por Jesús y su
propuesta, propuesta nunca antes escuchada, vida nunca antes vista.
Cuando se pierde la admiración por Jesús y pasa a ser uno más de tantos, él deja de ser un hombre
excepcional para mí y se diluye más y más el encanto del seguimiento tras aquel que dio su vida por cada
uno. Entonces, hay de nuevo que hacerse como niño, para redescubrir -admirados- la propuesta del Padre
por su Hijo primogénito y excepcional.
2.2-
Jesús come con pecadores y publicanos
Entre las acciones de Jesús que mejor visibilizan o escenifican el Reino de Dios y justifican la
admiración creciente de la gente están las comidas abiertas con pecadores y recaudadores de impuestos, es
decir, con marginados por su rebeldía con Dios o por su oficio vinculado directamente al fraude. Según la
Fuente Q, llaman a Jesús -no sin ironía- «amigo de recaudadores de impuestos y pecadores» (Mt 11,19 y Lc
7,34). Jesús realiza estas comidas como signos patentes de la compasión de Dios y de su propuesta de
comunión y fraternidad, esto es, expresión de la voluntad salvífica del Padre que irrumpe —por su Hijo—
en la historia de la humanidad para liberar de la exclusión a israelitas y gentiles56. Por tanto, la mesa
dispuesta para todos es lenguaje del Reino, como las curaciones y expulsiones de demonios.
Las comidas con gente marginada eran frecuentes por parte de Jesús. Los datos de la Fuente Q y de
Marcos son coincidentes. Se trata, pues, de una conducta histórica de Jesús que asombraba por su carga de
denuncia al sistema religioso establecido, como luego veremos. Un sociólogo de hoy catalogaría dicha
conducta con el nombre técnico de “comportamiento desviado”.
La crítica a Jesús por esta conducta no se hace esperar. Los fariseos se quejan ante los discípulos
por el comportamiento de su Maestro57. Jesús, con un dejo de ironía, responde a la acusación
denunciándolos por su doble standar: «Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tienen a
un comilón y a un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores”. Pero la sabiduría ha
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57
Mt 15,28; Mc 5,34.36.
Mc 1,44. Ver Lv 14,1-32.
Lc 9,43b-45.
Fuente Q: Mt 8,11-12 y Lc 13,28-29.
Mc 2,16.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
20
quedado acreditada por todos los que son sabios» (Lc 7,34). En sus respuestas, Jesús deja claro que estas
comidas revelan la preocupación de su Padre por los marginados y la oferta de vida nueva para pecadores,
prostitutas y publicanos.
Los banquetes y las comidas en el siglo I no eran tanto actos para asegurar la sobre vivencia de cada
individuo cuanto ritos para poner de manifiesto el rol social y la condición religiosa de los comensales. De
aquí las normas y protocolos estrictos que rigen los banquetes58, pues reproducen a escala reducida el
sistema socio-religioso de Israel con su inflexible organización jerárquica y sus exigencias de pureza ritual.
Se comparte una misma mesa y unos mismos alimentos cuando el nivel social, económico y religioso es el
mismo, de lo contrario no se tiene cabida en aquella mesa y, muchas veces, tampoco en aquel banquete.
Los de menor condición, invitados al banquete, se los ubica en otras mesas, se les sirve comida de inferior
calidad y en menor abundancia. De aquí la importancia de poner mucho cuidado con quién se come, qué se
come, cuándo se come y el lugar asignado para sentarse59.
La cercanía con Dios, determinada por estrictas normas o “mapas de pureza”, exige la lejanía de
todos aquellos que no son de Dios o no se comportan como lo manda la Ley. Así se asegura la pureza de
personas y de sus grupos de pertenencia, haciendo que la dinámica de la sociedad israelita, entendida como
“pueblo santo de Dios Santo”, pueda desarrollarse sin conflictos. Esto, como se ha dicho, se explica porque
comer con éstos y no con aquellos es hacerse partícipe del honor y la condición socio-religiosa de esos
comensales. De aquí la exclusión sistemática de sus mesas que los fariseos hacían de pecadores y
publicanos, pues ellos son justos y puros, y éstos injustos e impuros. Las comidas reforzaban el sistema
socio-religioso no sólo en razón de los comensales, sino también en virtud de los tipos de alimentos (unos
permitidos y otros no), de los vestidos ritualmente puros y del cumplimiento de los días de ayuno60.
Jesús, como ofrece el reinado de un Padre que libera precisamente a pecadores, lo significa siendo
inclusivo en sus comidas, es decir, sentándose a la mesa con todos, para que todos (justos o no) participen
de su enseñanza y de su vida61. De este modo libera a comensales y alimentos de su condición de
“impuros” y relativiza las prácticas relacionadas con los ayunos62. La irrupción del Reino lleva a Jesús a
transgredir comportamientos socio-religiosos establecidos, tenidos por seguro camino de comunión con
Dios por el mundo religioso judío de su tiempo. Por esta razón lo someten a frecuentes controversias por
parte de sus adversarios, sobre todo maestros de la Ley. El Reino de su Padre es para Jesús
sobreabundancia del todo gratuita de bondad y perdón para con los que no tienen cabida en las mesas de
los judíos que se consideraban justos63.
Porque las comidas son indicadores de la intención salvífica de su Padre santo y misericordioso,
Jesús, con su forma de comportarse, introduce una propuesta nueva de entender la sociedad y la relación
entre los hombres. El Reino del Padre crea comunidades de hermanos que, compartiendo el pan, expresan
el señorío salvífico del Padre Dios.
La admiración no sólo por Jesús, sino por el Dios de Jesús a propósito de la comensalidad abierta,
lleva a muchos a seguirlo seducidos y fascinados por su “enseñanza en acto”.
3-
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61
62
63
«Lo que Jesús enseñó»
Eclo 31,12-32,13.
Ver Mc 12,39; Mt 23,5-7; Lc 14,7-10.
Al respecto ver, Mt 22,11; Lc 18,12.
Lc 15,1-2.
Mc 2,18-22; 7,17-19.
Mc 2,17.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
3.1-
21
Jesús enseña con autoridad
La enseñanza de Jesús presenta algunas notas distintivas que suscitan y acrecientan la admiración
de la muchedumbre. Al comparar su enseñanza con el modo que tiene el rabí judío de ejercer la docencia,
con su contenido y el tipo de relación con sus discípulos, aparece lo original del Maestro galileo, causa de
creciente admiración.
Jesús suscita admiración en la muchedumbre por su método pedagógico, que no es el frecuente
entre los rabinos de su tiempo. Éstos —a la hora de enseñar— prefieren discursos sapienciales y
disquisiciones en base a la Ley y la teología. Jesús, en cambio, prefiere metáforas, parábolas y proverbios,
adecuándose así a la capacidad de comprensión de la gente. Además, a diferencia de los otros rabinos, los
auditorios de Jesús son abiertos, formados por hombres y mujeres, por justos y pecadores, por sanos y
enfermos y -con probabilidad- hasta mujeres de mala vida se acercaban a escucharlo.
Un segundo motivo de admiración es la relación sencilla y horizontal que los discípulos de Jesús
cultivan con él a diferencia de la relación impregnada de reverencia y temor, del todo vertical, de los
discípulos judíos con sus rabinos64.
Un tercer motivo es el hecho de que su palabra esté validada por signos portentosos como la
curación de enfermos y expulsión de demonios que realiza en nombre propio65. Jesús no sólo enseña
“diciendo”, sino también “haciendo” y suscitando relaciones nuevas, poderosos argumentos en aquel
sistema socio-religioso del siglo I66.
Un cuarto motivo de admiración son las frecuentes controversias de Jesús con los rabinos de su
tiempo. Sus discípulos ven que su Maestro, un galileo originario de Nazaret, hijo de un carpintero, de una
aldea sin importancia, discute de igual a igual con reconocidos rabinos preparados en el difícil arte de
conocer la ley mosaica y sus tradiciones. Con estas controversias, la muchedumbre constata -por un ladoque la sabiduría de Jesús, su autoridad y su ingenio es tal que repetidas veces aquellos reputados escribas
de la Ley no saben qué responder67, y -por otro- sabe perfectamente, pues es dato socio-cultural, que las
disputas públicas a las que someten a Jesús buscan demostrar que no es rabino o maestro en Israel por lo
que no hay que perder el tiempo escuchándolo. Estamos hablando del desafío al honor, típico de aquella
sociedad, en el que profundizaremos más adelante.
Un quinto motivo de admiración es que descubren a Dios no ya mediante la enseñanza de la Ley,
sino mediante la misma vida de Jesús que se convierte en “lugar” de revelación completa y perfecta del
misterio del Padre. Las palabras de Jesús explican sus acciones y éstas confirman sus palabras, y es toda la
persona de Jesús -aceptado por la fe- la que se vuelve camino de conocimiento y comunión con Dios.
Jesús, en cuanto Hijo de Dios hecho hombre, vive lo que proclama, porque es un «hombre recto» que habla
de su experiencia de Dios motivado por una profunda espiritualidad (Mc 12,14).
Jesús, irrupción salvífica y personal de Dios en Israel y la humanidad, es “acontecimiento
teológico” de conocimiento y comunión con Dios que perfecciona (san Mateo) o sustituye (san Juan) las
mediaciones de encuentro con Dios empleadas por el mundo religioso judío. Jesús mismo, pues, es la
principal causa de admiración de la gente, porque nadie les ha revelado de esa forma a Dios (modo) ni
menos a Dios como Padre rico en misericordia y perdón (contenido) que sale a buscar a los catalogados por
el mundo judío como pecadores e injustos (destinatarios).
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66
67
Lc 22,27.
Mc 2,12.
Mt 7,21.
Mt 21,23-27; Mc 12,17.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
22
Mientras los rabinos transmiten diversas imágenes de Dios sustentadas en el Antiguo Testamento e
interpretadas según sus tradiciones, Jesús revela su experiencia de Hijo amado del Padre y, como la gente
experimenta la compasión de Dios, queda cautivada por esta sabiduría de Jesús68. El Dios de Jesús busca
reinar no en cuanto Rey poderoso del cosmos y soberano de las naciones (teología tradicional judía), sino
en cuanto Padre compasivo que perdona e invita a todos, justos y pecadores, a hacerse parte de su proyecto
y a participar de su vida.
Toda la vida de Jesús, lo que hizo, enseñó y las relaciones que manifiesta, son anuncio profético
que corrigen aquellas enseñanzas que ofrecen un Dios más juez y hacedor de signos portentosos que Padre
preocupado por la vida y fraternidad de sus hijos69. Su anuncio acerca del Reino pone en comunión a
“hijos” con “su Padre”, y no a esclavos de la Ley con su Legislador o a un pueblo oprimido con un Dios
taumaturgo, celoso de mostrar su poderío.
Por su forma de revelar a Dios, Jesús se parece mucho más a los grandes profetas de Israel, como
Elías y Eliseo, que a los maestros de la Ley del siglo I. Sin embargo, también se diferencia de aquellos
profetas, porque su misma vida es lugar de revelación y porque enseña con autoridad y sabiduría nunca
antes vista70. Si antes todos eran enseñados y liberados por Dios mediante la Ley, ahora Dios enseña a su
pueblo y lo libera mediante su Hijo: «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo los
aliviaré. Carguen con mi yugo… y encontrarán descanso para sus vidas» (Mt 5,28-29).
De esta forma, Jesús genera una nueva identidad que se convierte, al mismo tiempo, en proyecto de
vida regido por la soberanía de Dios en cuanto “padre materno” (como un autor describe a Dios). La
existencia histórica de Jesús, sus acciones y enseñanzas, introducen en el ambiente religioso de entonces un
conflicto de imágenes de Dios, lo que en definitiva le costará la vida.
3.2
Jesús maestro o rabí de Israel: el “desafío al honor”
Por los motivos apuntados, la obra de Jesús hace crecer su fama y la admiración por él, hasta el
punto de llamar la atención de reyes como Herodes71. El dato del interés creciente por Jesús se halla
también en fuentes extrabíblicas. El historiador judío FLAVIO JOSEFO da testimonio de la fama de Jesús
diciendo que este «maestro de personas que estaban totalmente dispuestas a prestar buena acogida» a sus
doctrinas, «conquistó a muchos entre los judíos e incluso entre los griegos»72.
La admiración de la muchedumbre por Jesús se expresa en un tipo particular de preguntas. Ya
recordamos algunas de ellas. Varias preguntas no sólo se refieren a su origen y situación social, sino a su
capacidad de obrar portentos: «¿De dónde le vienen a éste… esos poderes milagrosos?» (Mt 13,54), y a sus
estudios: «¿Cómo es posible que este hombre sepa tanto sin haber estudiado?» (Jn 7,15), es decir, ¿cómo es
que sin tener ningún maestro habla como maestro en Israel? Son preguntas que provienen de sus parientes
y vecinos, por tanto, de aquella gente que se supone lo conoce bien. Marcos retrata exactamente la
situación anímica de esta gente cuando escribe que a todos «los tenía desconcertados» (Mc 6,3).
Hay que distinguir bien la función de estas preguntas. No se hacen porque conocidos y parientes de
Jesús no sepan cuál es su oficio o quién es su familia o el status socio-religioso de ésta, sino porque los
desconcierta. Es decir, “¿cómo es posible que siendo uno de nosotros, a quien conocemos bien, pues
68
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72
Mt 11,19; Lc 21,15.
Jn 9,16.
Mt 5,38.39.
Mc 6,14.
Antigüedades judías, XVIII 63.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
23
sabemos quién es su familia y cuál es su condición, enseñe lo que le escuchamos y haga los portentos que
vemos?”.
Por lo que conocen acerca de la formación religiosa de Jesús y por la concepción jerárquica supranaturalista con que entienden el cosmos y los seres que lo habitan, Jesús no debería de ningún modo
enseñar ni hacer lo que enseña y hace: “¡si es uno de nosotros!”.
El estudio del contexto socio-cultural del siglo I, del que Jesús y sus contemporáneos son deudores,
nos ayudará a descubrir la razón de estas preguntas, frutos de la admiración y del desconcierto.
Es bastante probable que la impresión básica de los contemporáneos de Jesús acerca de él oscilara
entre “profeta” y “maestro”73, esto es, entre hombre de Dios e instructor de la Ley para su pueblo.
“Maestro” es el título que le dan a Jesús otros rabinos, a veces con ironía como cuando buscan tenderle una
trampa74. Como “maestro en Israel” lo tratan los escribas cuando someten a Jesús a intensos
interrogatorios sobre complejas cuestiones legales y cuando reconocen que enseña con verdad el camino de
Dios75. Jesús demuestra ser un avezado “maestro” cuando deja callados y avergonzados con sus respuestas
a sus oponentes. El hecho de vivir rodeado de un grupo relativamente numeroso de discípulos acentúa su
imagen de “maestro en Israel”, aunque también -en menos escala- de “profeta” quienes tenían grupos de
discípulos.
Si Jesús mismo se reconoce “maestro” y así con naturalidad lo llaman sus discípulos, sin embargo,
no se reconoce “profeta”, por lo menos no en forma directa.
El rabinato judío de antes del año 70 dC. no tiene aún la organización que alcanzará a finales del
siglo I, y sólo después del 70, rabí (hebreo) o rabuní (arameo)76 se convierte en título propio. En tiempos
de Jesús tenía el significado genérico de “mi jefe”, “mi señor”, que procedía del sentido literal hebreo: “mi
grande”, es decir, “lo más grande para mí”, y así se decía de aquellos maestros de la Ley. Un dato histórico
de gran probabilidad es que la gente tiene a Jesús por rabí galileo según se entendía y ejercía dicho oficio
antes de su consolidación.
Como tal y por la fuerza profética de su enseñanza, Jesús se volvía un personaje cada vez más
desconcertante e incómodo. Quizás también por esto su fama crece entre la gente en poco tiempo y en
muchos lados77 y, al igual, el tipo de preguntas ya mencionadas.
Por ser maestro en Israel y según las costumbres de entonces, Jesús tuvo que abrirse un espacio
entre los reputados “grandes de la Ley”, demostrando que enseña con autoridad. Esto significa que su
autoridad es mucho mayor que aquellas autoridades o interpretaciones de connotados maestros en las que
fundan su enseñanza los otros maestros de Ley. Jesús es un maestro revestido de honor y autoridad que le
vienen de su condición de Mesías e Hijo de Dios, por lo que hay que escucharlo y seguirlo.
Cuando alguien buscaba un espacio como maestro en Israel (o en cualquier otro oficio de
connotación social) y no se tenían noticias de quién fue su maestro ni dónde aprendió el oficio se desafiaba
su honor y autoridad, esto es, se sometía a juicio público su condición para tal oficio. Jesús, pues, fue
sometido a la prueba en su oficio de rabí por parte de los otros escribas de la Ley. Este aspecto capital de la
validación de oficios con connotaciones socio-religiosas en aquella sociedad del siglo I explica el sentido
de las preguntas de la muchedumbre, parientes y vecinos. La permanente validación del honor y autoridad
como maestro por parte de Jesús, nos permite entender por qué su fama y la admiración de la gente no
dejaban de crecer.
73
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76
77
Mc 8,28; 10,17.
Mc 12,32; Lc 10,25.
Mc 10,2; 12,13-14.19.28; Lc 12,13-14.
Mc 14,15 y Jn 20,16.
Lc 4,14.37.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
24
El honor, buena fama o reputación es el valor central de las sociedades semitas agrarias y preindustriales de la cuenca del Mediterráneo en el siglo I.
Por “honor” se entiende el reconocimiento social que se recibe de la comunidad (clan, aldea…) por
pertenecer a una familia de comportamiento respetable, puesto que sus miembros adecuan su religión, su
conducta (en razón del sexo) y su oficio a lo que se espera de ellos. El honor puede ser asignado o
adquirido. Es honor asignado cuando la persona recibe el reconocimiento de la comunidad en cuanto
miembro de una familia honorable. Cuando la buena reputación de algún miembro proviene de otra fuente
como, por ejemplo, la instrucción o estudios realizados fuera del ámbito familiar, recibe el nombre de
honor adquirido.
El grado de honor asignado o adquirido, conforme a los términos definidos por “honorable” en
aquel sistema social israelita, determina el status socio-religioso de la familia y de cada uno de sus
miembros por el simple hecho de pertenecer a dicha familia. De este status depende la forma de
relacionarse con superiores (Dios, autoridades), con iguales (familiares, paisanos) y con inferiores (siervos,
esclavos, deudores).
Oficios como profetas, sacerdotes, levitas, escribas… en tiempos de Jesús tienen asignado un
altísimo honor. El honor de los escribas se funda en su función de intérpretes de la Ley de Dios y de las
tradiciones de los antepasados. Ellos se ocupan -nada menos- de los fundamentos de Israel como pueblo de
Dios: conocer y dar a conocer la Ley mosaica, esto es, el querer del Dios de Israel. Toda la gente reconocía
y respetaba sin cuestionar el honor adscrito a tal función, sea honor asignado (una reconocida familia de
rabinos) o adquirido (por estudio con algún maestro).
¿Qué ocurría con Jesús? Si el oficio de maestro y el alto honor adscrito a él se recibe por
asignación, ¿hay acaso en su familia varones escribas que le transmitan la Ley y su interpretación?, ¿hay en
su familia ilustres maestros de donde proceda el hábil conocimiento que demuestra de la Ley? La otra
posibilidad es que dicho oficio de maestro y el honor que conlleva lo haya adquirido, pero ¿en qué lugar y
con quién estudió la Ley y sus complejas tradiciones? Al respecto es ilustrativa la defensa de Pablo ante
quienes lo atacan por cuestiones legales, aduciendo que él estudió con Gamaliel, un buen maestro de aquel
entonces78.
Estos mismos supuestos se expresa con palabras de admiración en boca de los judíos: «¡Nadie ha
hablado jamás como lo hace este hombre!» (Jn 7,46). Podríamos reformular el razonamiento de los
contemporáneos de Jesús del modo siguiente: “si Jesús es originario de Nazaret, aldea sin figuración
social79, si su oficio familiar es ser carpintero y su parentela la conocemos bien, ¿cómo puede ser maestro
en Israel demostrando tal autoridad en su enseñanza y sus acciones?, ¿de dónde le viene todo esto?”. No
era, pues, extraño que le preguntaran con frecuencia: «¿Quién eres tú?» (8,25), o bien le reprocharan: «¿Por
quién te tienes a ti mismo?» (8,53).
Jesús, sin ser rabí ni por asignación ni por adquisición, interpreta de tal modo la Ley que su
auditorio crece más y más, auditorio que le reconoce una gran autoridad, superior a la de los maestros de la
Ley de su tiempo80. Según los dirigentes de Israel, su pretensión es una apropiación indebida y grave del
oficio de rabí y del honor que le viene anejo. En aquella sociedad de bienes finitos no se adquiere honor y
autoridad que conllevan el desempeño de un oficio sin quitárselos a las familias o individuos que
desempeñan el mismo oficio, lo que se traduce en pérdida de auditorio o “devaluación” del honor o fama, y
de clientes o de ingresos económicos.
La forma de recuperar el honor perdido (fundamental bien finito) es desafiando sistemáticamente el
honor y la autoridad de Jesús mediante la controversia. Al demostrar ante el público -que hace las veces
78
79
80
Hch 22,3.
Jn 1,46.
Mc 1,22.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
25
de juez- que Jesús es incapaz de responder cuestiones fundamentales de la Ley queda en evidencia que no
es “maestro” y que está usurpando un oficio para el que no está preparado. Jesús, por tanto, no merece ser
escuchado, y la vergüenza por la usurpación de dicho oficio lo acompañará a él y a su familia mientras
viva.
Ahora bien, sólo quien pasa de “muchedumbre” a “discípulo” de Jesús puede comprender que él es
Maestro por asignación divina.
Los relatos teofánicos del bautismo y la transfiguración, además de revelar fundamentales aspectos
teológicos, explican el origen de Jesús (Hijo de Dios) y su función de Mesías y Maestro en el seno de
Israel, el pueblo de Dios.
Jesús es el Hijo primogénito y amado en la casa del Padre celestial y no un esclavo81. Lo que
enseña no es otra cosa que lo que ha visto hacer a su Padre. Y esto que aprendió de él es lo que comunica
porque su Padre lo envió82. En la convivencia y comunión con su Padre, Jesús adquirió la verdad que
transmite a la muchedumbre y a sus discípulos83. Porque «el Padre y yo somos uno» (Jn 10,30) y «el Padre
está en mí y yo en el Padre» (10,38), Jesús no se está apropiando de ningún oficio de cara al pueblo de
Dios, sino más bien él es el único y definitivo Mesías y Maestro a quien hay que escuchar y seguir. Por eso
no habla como un profeta más (“Yahveh dice que…”) o un maestro más (“la Ley enseña que…”), sino que
enseña en nombre propio, perfeccionando la Ley y los Profetas hasta sus últimas consecuencias84.
Pero este misterio no se revela si no a los que hacen el éxodo de muchedumbre a discípulo, es decir,
a quienes -por iniciativa de Jesús- se vinculan vitalmente a su Persona.
IV-
«¡Ven y sígueme!»: momento de vinculación
1-
La elección
1.1-
Elección gratuita de Jesús
Alguien de la muchedumbre o gentío no pasa por sí mismo de la admiración al seguimiento
comprometido de Jesús. Como don inmerecido, Jesús es quien escoge a los suyos de entre la multitud,
eligiéndolos para que se vinculen a él y así —en la convivencia con él— interioricen sus enseñanzas y
motivaciones, descubran el sentido profundo de sus gestos salvadores y se hagan responsables del encargo
del Padre. Los mejores dispuestos para seguir a Jesús son aquellos descritos como “pobres de Yahveh”
(“auténticos israelitas”)85 y aquellos de entre la muchedumbre que, admirados y anhelantes, se abren a la
posibilidad de que Jesús sea el que viene de parte de Dios como “mesías” o “cristo” a cumplir las promesas
divinas de liberación para Israel y la humanidad. Con todo, el discipulado también requiere de la opción
libre del elegido de participar en la comunidad de los de Jesús.
La escuela discipular de Jesús (elección, formación, encargo…) presenta rasgos comunes y rasgos
originales respecto a las escuelas discipulares de los maestros de la Ley y de otro maestros de aquella
época. Lo original de Jesús es para qué elige a quienes lo siguen.
Antes de profundizar en la finalidad de la elección, enumeremos otros rasgos distintivos de la
elección de Jesús:
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Jn 8,34-35.
Jn 6,45; 7,29; 8,38.54-55.
Jn 8,40.
Mt 5,21ss: «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…».
Jn 1,47; ver Rm 9,6.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
26
a- La autoridad con la que Jesús invita a seguirlo no tiene antecedentes en la historia de Israel: ni
profetas ni reyes ni sabios ni sacerdotes… lo hicieron así. La razón es que en las escenas y
relatos vocacionales del Nuevo Testamento, Jesús aparece en el lugar que le corresponde a
Dios en las narraciones vocacionales del Antiguo Testamento. Jesús ocupa el puesto de
Yahveh, lo que se explica por su autoconciencia de Hijo amado del Padre celestial y de
Mesías del pueblo de Dios.
b- Jesús siempre es quien elige a sus discípulos y acepta o no el ofrecimiento voluntario que le
hacen otros de irse con él86. Pide respuesta inmediata y obediencia incondicional. “Estar
con él” exige radicalidad (dejarlo “todo”) y premura en la respuesta (dejarlo “ahora”).
Llama, además, sin límite de tiempo y sin criterios aparentes, pues no se fija en la condición
religiosa (justos y pecadores) ni social (pobres o ricos) ni en las aptitudes (tiene capacidad o
no) ni si el elegido es varón o mujer. Su libertad es total a la hora de elegir o aceptar al que
quiere.
Esta forma de hacer discípulos era poco habitual en el siglo I. Los rabinos generalmente no
escogían a sus discípulos, que eran sólo varones, sino que éstos escogían al rabí con quien
querían formarse. El rabí se guardaba la libertad de aceptar o rechazar al discípulo, pues le
pedía tiempo y condiciones intelectuales para aprender la Ley y las interpretaciones de
reputados maestros antiguos, además de cierto peculio que garantizara el pago, casi siempre
modesto, del rabino quien -además- debía tener otro oficio para sobrevivir.
Desarmando prejuicios, Jesús no siempre eligió a los de menos recursos económicos de su
sociedad87. La familia de algunos de los apóstoles, como Santiago y Juan, poseían bienes y
tenían influencia en el medio social en el que vivían al igual que -aunque menos, según
parece- el otro par de hermanos, Pedro y Andrés. La elección de estos hermanos por parte
de Jesús, como la del rico Zaqueo, no debió ser excepcional.
c-
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89
Los elegidos forman el grupo de “los suyos” o de “sus discípulos” a quienes “hace iglesia” (de
kaléō: “llamar, convocar”), es decir, “comunidad de los convocados”. Les inculca un fuerte
sentido de pertenencia, pero abiertos a que otros se integren a ella, una gran sensibilidad por
las necesidades espirituales y materiales de sus miembros y de quienes los rodean, y un
claro espíritu de misión. Nota distintiva de esta comunidad es la inserción en el medio y lo
incluyente que vive su relación con el mundo y las culturas. Se destaca más aún este rasgo
cuando se comprueba que la tendencia socio-religiosa de muchos grupos del siglo I es
encerrarse en sí mismos y, por esta razón, excluir a quienes no viven como ellos88.
Entre los discípulos de Jesús, se destaca el grupo de los Doce y, al interior de éste, Pedro,
Santiago y Juan. Los Doce, además de su importancia teológica, constituyen la contención
social y afectiva de Jesús en cuanto Hijo del hombre, su espacio de acogida y amistad89. Es
el grupo de apoyo humano en el que Jesús encuentra su arraigo en la realización de su
ministerio de cara a otros grupos sociales y religiosos adversos. Varios otros discípulos,
Mc 1,16-20; 2,14; 5,18; Lc 9,57.61.
Con todo, ver 1 Cor 1,26-31.
Así, por ejemplo, algunos grupos de fariseos y saduceos y los esenios de Qumrán.
“Hijo del hombre” es también expresión para designar el propio yo con sus condicionamientos corporales y espirituales.
Entonces, puede traducirse como “este hombre”, es decir, como autodesignación de quien habla (ver 2 Cor 12,2-5). Los Doce
constituyen “la contención” del hombre-Jesús.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
27
entre los que no faltaban mujeres, contribuyen con sus bienes, constituyendo su grupo de
apoyo estratégico90. Para estos discípulos y discípulas, Jesús ejerce un liderazgo
carismático y ejemplar y, por lo mismo, incuestionable.
d- Jesús llama a un seguimiento entendido en sentido físico de lo que casi no existen testimonios
entre los rabinos del siglo I, pues, con raras excepciones, son maestros sedentarios. Sin
embargo, tanto Marcos como la Fuente Q nos indican que esta exigencia de Jesús sólo la
vivieron los discípulos que formaban parte del grupo de los Doce y unos cuantos más,
varios de éstos de manera eventual. Sin duda que los adeptos sedentarios de Jesús eran
muchos más que los discípulos itinerantes. La conclusión es la señalada al hablar de los
Doce: Jesús escoge a algunos para que vayan físicamente detrás de él no sólo como
expresión de discipulado, sino también como estrategia misionera. Ellos son hechos
“apóstoles” en cuanto enviados a predicar replicando el modelo discipular.
Gracias a la itinerancia con Jesús, el discípulo comparte el estilo de vida en orden a la misión y
se prepara para asumir también su destino, afrontando la persecución y la hostilidad por el
anuncio del Reino, las que vienen -muchas veces- por la ruptura con la familia91. La
fidelidad en la prueba abre al discípulo a la participación en el destino gozoso de los
bienaventurados: «Bienaventurados los perseguidos por hacer la voluntad de Dios…
Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien y los persigan, y digan contra ustedes
toda clase de calumnias por causa mía…» (Mt 5,10-12).
e-
1.2-
El rasgo original de la escuela discipular de Jesús es su finalidad, dándole un carácter del todo
peculiar a la naturaleza del discipulado cristiano.
Jesús elige al discípulo para vincularlo íntimamente a su Persona, tal como se indica en las
fórmulas de seguimiento como, por ejemplo, “ven y sígueme”. Mientras los rabinos judíos y
filósofos griegos aceptan discípulos para que “aprendan” o “se instruyan” en el
conocimiento y práctica de la Ley, en las doctrinas y virtudes92, Jesús los elige para que lo
sigan y vivan en comunión con él. Esta relación de pertenencia y convivencia es lugar
pedagógico donde el discípulo interioriza motivaciones y misión y se prepara a correr la
suerte del Maestro por su misma razón, el rescate de todos.
Lo esencial del seguimiento del Señor, aunque la expresión parezca tautológica, es su carácter
discipular.
Vinculados a Jesús: carácter discipular de “vivir en Cristo”
Para ser discípulo de Jesús no basta la admiración por él, por intensa que sea. Tampoco la búsqueda
de respuestas a las preguntas acerca del origen de su persona, de su sabiduría o del poder de obrar milagros.
Ni siquiera la percepción, aunque sea bastante acertada, de lo que mueve a Jesús a ser “maestro” en Israel y
“salvador” de su pueblo. Si no existe una relación vincular creciente con su Persona simplemente no hay
discipulado auténtico. A esto le llamamos el carácter discipular de vivir en Cristo. Ahora bien, el camino
de esta vinculación para los discípulos del siglo I se preparaba con una genuina espiritualidad, bebida en la
fuente del Antiguo Testamento, con la admiración y la fascinación por Jesús de Nazaret y la capacidad de
abrirse a su invitación y seguirlo.
90
91
92
Lc 8,1-3.
Lc 12,8-12.49-53.
Como SÓCRATES que le dice a PLATÓN: «Sígueme ahora… y aprende. Y él fue desde aquel momento oyente de Sócrates».
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
28
La vinculación de los suyos con Jesús, por obra de Jesús, finalidad de la elección, resalta más aún si
la comparamos con las formas de relaciones discipulares del complejo mundo del judaísmo de aquella
época. Para esto, tanto el Nuevo Testamento como los manuscritos de Qumrán o Mar Muerto nos ofrecen
una valiosa información.
Juan Bautista tenía discípulos que, según parece, subsistieron por largo tiempo93. A sus discípulos
les enseñaba la inminente intervención salvífica de Dios por su Ungido. El anhelo sincero de este juicio
próximo exigía el reconocimiento público de los pecados mediante un rito de inmersión o bautismo, largos
tiempos de ayuno y de oración, y el compromiso de cambiar de vida para conducirse en todo conforme a
Dios. Los discípulos de Juan se saben poseedores de una doctrina diversa a la de los fariseos con quienes
entablan fuertes debates94.
Por su parte, los maestros de la Ley o rabinos vinculaban a sus discípulos con intrincadas
cuestiones legales, las que enseñaban con toda minuciosidad y según la tradición más fiel y rigurosa, pero
no eran pocos los que lo hacían en dinámico proceso de interpretación actualizante. El aprendizaje no sólo
incluía el conocimiento de la Tôrāh o Ley (llamada Pentateuco en griego), sino también la práctica de
dicha Ley95. Como Yahveh da vida a su pueblo y lo hace santo por las leyes mosaicas, la enseñanza de la
Ley y su cumplimiento es la finalidad de las escuelas rabínicas.
Como “instrucción” o “enseñanza” se dice lāmad en hebreo, los discípulos de los rabinos reciben el
nombre de talmîd, término de la misma raíz que lāmad y que significa “aprendiz” o “estudiante” de las
Santas Escrituras. Esta, pues, es su finalidad: aprender la Ley, único Maestro o Didáskalos en Israel y -por
lo mismo- única “ciencia”. Para esto, muchos discípulos convivían y servían a su maestro todo el tiempo
que fuese necesario; como ocurrirá con los discípulos de Jesús que “estaban con él”. Con el tiempo, la
progresiva utilización de textos escritos hizo cada vez menos necesaria la convivencia con el maestro
elegido, y sólo bastará aquello de “el maestro dijo” (magister dixit).
Por tanto, la convivencia con el rabí en el mundo judío no importaba por ella misma, sino porque
era el modo de aprender la Ley de Dios. No ocurrirá así con Jesús, pues la vinculación con él es
imprescindible, puesto que “el maestro” ya no es la Ley (judaísmo), sino el mismo Jesús (cristianismo),
quien por ser Hijo y Mesías es la única y definitiva fuente de amor de Dios y salvación.
Los maestros o rabinos de corriente farisea, que se concentraban en Jerusalén, interpretaban y
enseñaban la Ley a la luz de la tradición oral de los antepasados según las diversas escuelas vigentes. Dos
de las más famosas eran la de Hillel, del tiempo de Herodes el Grande y de Arquelao, abuelo de Gamaliel
con quien Pablo estudió, y la escuela de un contemporáneo de Jesús, Shammai, ambas casi siempre
contrapuestas. Los maestros o rabinos de corriente saducea, al igual que los samaritanos para quienes la
Ley mosaica se sintetizaba en 613 mandamientos, prescindían de las tradiciones orales, razón por lo que
interpretaban literalmente la Tôrāh o Pentateuco. Sin embargo, todos buscaban en las Escrituras y en su
interpretación la voluntad de Dios, rigiendo por ella sus vidas y las instituciones de Israel.
La tradición judía llegó a consignar en la Mišnāh, después del siglo I dC., «cuarenta y ocho»
cualidades que se requerían para adquirir el conocimiento de la Ley, y describió metafóricamente los tipos
de discípulos que se sientan frente a los sabios a estudiarla: «Aquel que es como una esponja o como un
embudo o como un colador o como un cedazo. La esponja absorbe todo; el embudo, coge por una parte y
lo saca por otra; el colador dejar pasar el vino y retiene las heces; el cedazo, deja pasar la harina y recoge la
más selecta»96.
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94
95
96
Mc 2,18; Hch 18,25; 19,3.
Jn 3,25.
Cfr. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo, 153-180.
Mišnāh: «Abôt», 5,15; 6,5.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
29
Los esenios de Qumrán, por su parte, tenían un Maestro de justicia, considerado el profeta del fin
de los tiempos, conocedor por revelación divina de las Escrituras para lo que ha recibido el don de la
comprensión exacta. Él interpreta los acontecimientos presentes y les enseña cómo disponerse a combatir
la batalla escatológica de los últimos días, tiempo que la comunidad creía inminente y al que se preparaba
con responsabilidad. El “mesías” que viene (sobre todo “sacerdotal”), que recibía los títulos de “Mesías de
Aarón y de Israel”97, “Príncipe de la congregación”, “Intérprete de la Ley”, “Profeta escatológico”, llevará
a cabo la batalla entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, inaugurando así los “días del Mesías”,
aún no “el mundo venidero”. De este combate, se habla en un manual llamado Regla de la Guerra98. Las
prescripciones precisas de la congregación, los exigentes ritos de pureza del cuerpo y de los alimentos, y el
estricto calendario de fiestas religiosas los preservaban incontaminados en la espera del “Príncipe de la
congregación” que, a la cabeza de los hijos de la luz, santificará a Israel y conquistará a todos los pueblos
para Dios.
A diferencia de todos estos maestros, Jesús no vincula a sus discípulos a algo (la Ley y sus
tradiciones) o a una tarea (una ética, una batalla escatológica), sino a Alguien, que es su propia Persona.
Es decir, no ofrece instrucción ni siquiera un quehacer, sino la autoconciencia de sí mismo: su origen, sus
relaciones y su misión, es decir, se ofrece él mismo. Así busca suscitar la entrega del elegido a él en orden a
la comunión de vida.
De aquí que las condiciones básicas para ser discípulos de Jesús sean la oferta libre y la fidelidad
gozosa de una vida entregada en comunión y -con esto- la obediencia propia de aquel que, sumergido en
Cristo por el bautismo, adquiere la condición de hijo de Dios; esta es propiamente la obediencia que otorga
la libertad de los hijos de Dios. Mientras los discípulos de los rabinos se preparan en el futuro inmediato
para ser rabí, los de Jesús siempre serán “discípulos” en comunión íntima con su Persona99. Su tarea en
cuanto discípulo es testimoniar a Jesús y el Reino, continuamente interiorizado en la propia existencia por
la convivencia con él.
Jesús manifiesta en las fórmulas de seguimiento su clara intención de elegir a alguien para
vincularlo a él: «Sígueme» (Mc 2,14), «ven y sígueme» (10,21), «vengan detrás de mí» (1,17)… Elige,
pues, con el propósito de «que estén con él» (3,14). Lo mismo ocurre cuando Jesús o Marcos utilizan el
verbo griego pros-kaléomai: «Subió después a la montaña, llamó para sí a los que él quiso y se acercaron a
él» (3,13). El verbo “llamar”, con preposición direccional (pros-), significa “llamar para sí, convocar en
torno a uno”.
Marcos emplea dicho verbo para indicar variados propósitos en Jesús: reúne en torno a sí a los
suyos para compartir su preocupación por la falta de alimentos de la gente o para hablarles del servicio
cuando anhelan poder o del valor de la donación de sí mismos cuando se trata de dar a Dios un culto
sincero; también lo emplea para decirnos que Jesús convoca a sus adversarios para discutir con ellos o para
enseñarle a la muchedumbre100. Cuando se emplea este verbo para hacer discípulos es prioritaria la
exigencia de un nuevo modo de ser, de comportarse y de compartir. Sólo siendo “para Cristo” se aprende a
ser cristiano.
97
El “Mesías de Aarón” es el Sumo sacerdote del tiempo final (Dt 33,8-11) y el “Mesías de Israel” (Nm 24,15-17) es el ungido
davídico, de carácter político y guerrero y de menos importancia que el primero; cfr. Regla de la comunidad 9,9-11, texto en
GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán. Cfr. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo, 317-318 y 337-338, donde afirma que «la
forma más temprana de la aspiración mesiánica qumránica parece haber sido la expectación del Sacerdote Mesías. Es
probable que en el período hasmoneo este mesianismo sacerdotal confluyese con la promesa davídica tradicional» (338).
98 También llamado Guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas; texto en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán.
99 Mt 23,8.
100 Ver pros-kaléomai en: Mc 3,23; 7,14; 8,1.34; 10,42; 12,43;
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
30
El verbo, en estos casos, y las fórmulas de seguimiento indican que la finalidad de Jesús es suscitar
la adhesión a su Persona y no la realización de una tarea o misión o la imposición de una ética o moral o el
aprendizaje de la Ley. Esta es la razón por lo que -respecto a la relación discipular- “seguir, acompañar”
(akolouthéō) es más importante en los Evangelios Sinópticos que manthánō, aunque este verbo en el
mundo israelita no sólo signifique “aprender, memorizar, estudiar”, sino también asimilar la sabiduría del
maestro e imitar su vida.
Que el verbo “seguir” defina mejor que “aprender” el discipulado que inaugura Jesús, revela que él
no es sólo “Maestro” de una escuela para discípulos, sino el Señor resucitado con quien siempre y en todo
lugar se puede vivir en comunión. Con todo, “seguir a Jesús” es también “aprender acerca de Cristo” y
“conocer su yugo” para cargarlo, es decir, aceptar sus normas101.
El seguimiento de Jesús en los Evangelios Sinópticos con el empleo del verbo griego akolouthéō,
tiene su antecedente en la teología del seguimiento de Yahveh por parte del pueblo de Israel, según la
entiende el Antiguo Testamento.
En la literatura del Antiguo Testamento, el verbo “seguir” (akolouthéō en los LXX) es el que mejor
define el tipo de relación que Israel está llamado a cultivar con su Dios. No ocurre así en el mundo griego,
para quienes la relación con los dioses se define con el verbo hépomai, que significa “hacerse semejante a
los dioses, actuar como ellos”. Mientras Israel se va tras Yahveh, los griegos imitan a sus dioses para
conseguir protección y favorecerse con sus poderes. Israel debe “seguir a Yahveh” porque a él le pertenece
en virtud de la alianza102. Es Yahveh y no otros dioses quien ha salido al encuentro de las tribus israelitas
haciéndolas “su pueblo” y él se ha hecho para Israel “su Dios liberador”. Como los ídolos no lo han
liberado ni son “sus señores” o baales, Israel no puede “seguir” o “andar tras” estos amantes103. El
seguimiento de Yahveh en virtud de la alianza está marcado por la pertenencia, la exclusividad y la
fidelidad.
En los relatos vocacionales del Nuevo Testamento es obvio el tema del seguimiento, pero como es
Jesús quien llama, ocupando el lugar de Dios, la vinculación del elegido es con Jesús a quien le debe
pertenencia, exclusividad y radical fidelidad.
Se destaca más aún la vinculación personal con Jesús cuando se consideran dos datos presentes en
algunos relatos o escenas vocacionales:
a- Jesús llama al elegido entre muchos por su “nombre propio”, y el nombre es el “cuerpo”, el
“tiempo”, la “historia personal y familiar”…: a esta persona y a toda la persona, Jesús la
invita a vivir en comunión con él104, y
b- Jesús lo llama “mirándolo con amor” o “con atención”, expresando así el querer íntimo de su
“corazón”, órgano de donde -según el mundo antiguo- sale todo lo que el ser humano piensa
y sienta105, y que los ojos y el rostro se encargan de transparentar106 y la boca de
manifestar107.
101
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105
106
107
Ef 4,20 y Mt 11,29-30.
Dt 13,5; Jr 2,2-3.
Jue 2,12; Os 2,4-15.18-22; Jr 11,13.
Mc 1,16.19; 3,16-19.
Mt 12,35; 15,19; Lc 6,45.
Mt 6,22-23; 2 Pe 2,14; 1 Jn 2,16; Eclo 13,25-26a.
Lc 6,45.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
31
Hacerse discípulo es seguir a Jesús formando parte “de los que van tras él” para “estar con él”.
Jesús llama al discípulo para que lo vea y escuche. Jesús mismo es la finalidad y el contenido del
discipulado por lo que hacerse discípulo no es otra cosa que convivir con él. El discipulado cristiano, por
tanto, se plantea desde el principio como una comunión de existencias entre Jesús y el elegido: porque
Jesús resucitó, el discipulado se define como camino o proceso creciente de convivencia y pertenencia
mutua.
Esto explica, entre otras razones, la desazón de los discípulos cuando mataron a Jesús y lo
perdieron. No bastaba su legado, sus enseñanzas, su recuerdo…, sin él ni siquiera era importante el
movimiento que suscitó. Ellos necesitaban su Persona. Las apariciones del Resucitado les devuelve la
razón de ser discípulos: ¡nuevamente pueden vivir vinculados a él, porque él está vivo! El kērygma es el
anuncio gozoso de que Jesús de Nazaret ha resucitado y a todos les ofrece la posibilidad de vivir
vinculados a él.
Los temas teológicos del “éxodo” y de la “alianza”, propios del Antiguo Testamento, nos permiten
comprender la vinculación con Jesús como itinerario o proceso de liberación en vista a la convivencia y
pertenencia mutua.
Porque es “éxodo”, es camino liberador que recorrer (seguimiento o itinerario), camino de
desvinculación de ídolos y del servicio a los diversos amos que se apoderan de nuestra vida (cual nuevos
“egipcios” o “babilonios”), para alcanzar la vinculación o comunión con el Misterio Trinitario (la vida en
alianza). Este éxodo cristiano se vive con fe y en conversión permanente, y tiene a la vez su fuente y meta
en el amor re-creador del Padre, manifestado y ofrecido por su Hijo y actualizado en cada hombre y mujer
por el Santo Espíritu que procede de ambos.
El evangelista Juan manifestará con un vocabulario del campo semántico de la familiaridad
interpersonal el éxodo hacia la vinculación íntima con Jesús: vivir el éxodo o la liberación del “mundo”
para hacerse “amigos” y “hermanos” de Jesús.
1.3-
Vinculados para ser amigos y hermanos de Jesús
La finalidad de la vinculación con Jesucristo, según Juan, es la comunión fiel con él o la
permanencia fiel en él. Esta vinculación de comunión se expresa con vocablos pertenecientes al campo
semántico de la familiaridad interpersonal: vincularse con Jesús es realizar el éxodo de “siervo” a “amigo”
y a “hermano” de Jesús.
Con el término “siervo”, Jesús describe el grado mínimo de vinculación a él, grado que no tiene
nada de ofensivo, pues todo discípulo es “siervo” de su respectivo maestro. En cambio, con los términos
“amigo” y “hermano”, Jesús no sólo manifiesta la originalidad de su propuesta, sino también el ideal a
alcanzar en la vinculación con él. El rechazo a la vinculación con Jesús lo representan, según Juan,
aquellos que él llama “los judíos”.
“Los judíos”, a diferencia de los “auténticos israelitas” y en palabras de Jesús, son aquellos que
habiendo sido testigos de sus obras, las «que ningún otro ha hecho (…), siguen odiándonos a mí y a mi
Padre» (Jn 15,24). El referente son los dirigentes de Israel y aquellos del pueblo que rechazan a Jesús como
Mesías, infunden miedo en la gente y crean un ámbito dominado por la incredulidad y la maldad, ámbito
que en el cuarto evangelio también recibe el nombre de “mundo”. Hacerse discípulo es seguir a Jesús para
salir de “este mundo” que no reconoció al Mesías108, transformándose en sus amigos y hermanos, quienes
108 Jn 1,10.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
32
sí lo reconocen y viven en comunión con él109. Quien ama “este mundo” se desvincula de Jesús y se
opone al que ha venido precisamente a vencer al mundo110.
Jesús emplea el par “siervo - amigo” en el contexto de la metáfora de la vid y los sarmientos (Jn
15,1-17) cuya finalidad es explicar la naturaleza de la vinculación del discípulo (el sarmiento) con Jesús (la
Vid).
El “siervo” es quien trabaja como esclavo111 y, sin libertad alguna, vive sometido a la voluntad del
amo, haciendo lo que éste le ordena. Como el amo no pide ni espera del siervo una relación personal de
amistad no le da a conocer su mundo íntimo ni el de su familia ni tampoco le comparte sus proyectos. «El
siervo no conoce lo que hace su amo» (Jn 15,15), porque no tiene entrada a “la casa” de su amo: ni a la
casa donde habita, ni menos a la “casa” de su vida. Salvando lo obvio, esta categoría de “siervo” en Juan
bien podría definir la de “muchedumbre” en Marcos.
El “amigo”, en cambio, conoce lo que hace y quiere su amigo, es decir, ingresa y transita por “su
casa” y “conoce su familia”. Jesús hace del creyente un amigo al revelarle la intimidad de su diálogo
familiar con el Padre celestial: «En adelante, ya no los llamaré siervos… sino amigos, porque les he dado a
conocer todo lo que oí a mi Padre» (Jn 15,15). Jesús le confía al amigo lo que su Padre le comunicó, es
decir, le abre la intimidad del “hogar familiar”, mientras «el esclavo no permanece para siempre en la casa»
de su señor (8,35).
Esta amistad entre Jesús y el creyente no se funda en una relación de igualdad ni en la propia
iniciativa. Como los amigos de Jesús tienen acceso a la revelación del Padre, requiere que el mismo Jesús,
en cuanto Palabra del Padre, los elija: «No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes» (Jn
15,16). Jesús es la única Palabra capaz de “decir” o “expresar” a Dios”112, pues a él Dios «le manifiesta
todas sus obras, y le manifestará todavía cosas mayores» (5,20). Sin embargo, el hombre no hubiera
conocido al Padre si no “hace carne” su Palabra, es decir, si Jesucristo -su Hijo- no se hace uno de nosotros
para realizar la obra que el Padre le encargó llevar a término. La Palabra “dice” y “expresa” al Padre,
porque es Palabra que procede de él y porque es Palabra que se hace uno de nosotros, dos condiciones
imprescindibles para garantizan la veracidad de la revelación y el acceso a la misma.
Por esto mismo, la única forma de “conocer a Dios” es aceptar y escuchar la “Palabra de Dios
encarnada” que es la única y plena verdad acerca de Dios. Dicho de otro modo, la Palabra de vida y de
verdad «que existía desde el principio», hoy puede ser escuchada, vista, tocada…, «pues la vida se
manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio» (1 Jn 1,1-4).
La relación de diálogo con el Padre se sustenta en esta particular relación de amistad con Jesús en
cuanto Palabra e Hijo de Dios. Y unidos a un Amigo así, como el sarmiento a su vid, sus amigos obtienen
del Padre lo que pidan en nombre del Hijo. Jesús pide a sus amigos unión íntima con él113, lealtad
inquebrantable, obediencia a su palabra y -sobre todo- el fruto en abundancia del amor, pues la amistad con
Jesús se valida y acrecienta por el amor a los otros: «Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les
mando… y lo que les mando es que se amen los unos a los otros» (Jn 15,14.17).
La vinculación de amistad con el Señor se completa, según el cuarto evangelio, con la vinculación
de fraternidad con él.
Jesús llama a los suyos “sus hermanos” sólo una vez que ha resucitado. A María Magdalena le
ordena: «Anda, ve y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es el Padre de ustedes, a mi Dios, que
109
110
111
112
113
Jn 15,18-20.
Jn 16,33.
Jn 8,33.
Jn 1,1-2.
Jn 15,5.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
33
es también el Dios de ustedes» (Jn 20,17). Antes, en la cruz, adelantaba esta realidad entregándole a su
propia Madre al discípulo amado con estas palabras: «“Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al
discípulo: “Ahí tienes a tu madre”» (19,26-27).
Jesús crucificado y resucitado hace partícipe a los suyos de su madre y de su misma vida, aquella
que le viene del Padre y que es fuente de filiación y fraternidad: «Yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo
en ustedes» (Jn 14,20). La vida del Padre celestial hace que Jesús y los suyos sean “hijos” del Padre,
aunque Jesús lo sea por naturaleza y sus discípulos por participación114. Al hacernos partícipes de su vida
divina, el Padre nos transforma en “hermanos” de su Hijo y, por lo mismo, hermanos unos de otros. El
distintivo del hijo que ama al Padre es que «ame también a su hermano» (1 Jn 4,21). De lo contrario, si
alguno afirma que ama al Padre, pero odia a sus hermanos es un mentiroso y un homicida115.
La finalidad de la vinculación con Jesús -según Juan- es vivir en alianza de amistad y fraternidad
con el Señor resucitado. La vinculación de amistad con el Resucitado abre al discípulo al conocimiento de
la intimidad del Padre y al diálogo con él, a la vinculación de fraternidad, al gozo de la comunión de
filiación con Dios y a la fraternidad con los que son de Jesús. Siempre el amor de comunión -según el
cuarto evangelio- es la nota distintiva en ambas relaciones, contenido fundamental del mensaje del Hijo
que responde a la identidad de su Padre (1 Jn 4,8: «Dios es amor») y a la razón de su vida y misión.
1.4-
Vinculados a Jesús para vincular a otros: convivencia y misión
El Señor resucitado envía a los que se vinculan a su persona a anunciarlo, para que también otros
vivan en relación de amistad y fraternidad con él. Este encargo se llama apostolado o misión, y su
contenido se expresa mediante fórmulas de envío como: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos»
(Mt 28,19), o metáforas centradas en oficios conocidos en aquel tiempo como el de “pescador”, “pastor” y
“cosechador” de la mies a punto para la siega.
Jesús hace partícipe de su misión a quien elige, pero no como algo diverso al hecho de vivir
vinculado a él y a su comunidad, como si vivir en comunión con él y los suyos sea una cosa, y testimoniar
su Buena Nueva una decisión que dependa del arbitrio del discípulo. Jesús no tiene una escuela para
discípulos y otra diversa para misioneros: al formar a los suyos como discípulos, los forma ya como
misioneros; este contenido está, pues, incluido en aquel. Como Jesús es testigo del misterio del Padre, “los
suyos” se hacen -por el mismo hecho de vincularse al Hijo- testigos de la intimidad y obra del Padre. Quien
es de Cristo no puede si no ser su testigo.
La misión no es una tarea opcional, extraña a la vocación o llamado, sino parte integrante de la
misma: ¡es un aspecto substancial del discipulado! La conciencia clara de la vocación cristiana reclama la
misión como testimonio acerca de Jesús y de su vida plena, es decir, la llamada a ser discípulo de Jesús
requiere la misión de hacer discípulos de Jesús a hombres y mujeres116.
La finalidad de la misión es replicar la experiencia del discipulado. Cuando moría el maestro, los
discípulos generalmente se dispersaban117, en cambio, los de Jesús continúan su obra, y lo hacen
replicando el modelo de Jesús: evangelizan con una finalidad claramente discipular, haciendo que otros
sean discípulos de Jesús y del Reino118. No buscan hacerlos “sus discípulos”, de cada uno de los que les
114
115
116
117
118
Jn 10,30: «El Padre y yo somos uno».
1 Jn 3,15.17; 4,20.
Documento de síntesis, nº 182; Documento de Aparecida, nº 144.
Hch 5,36-39.
Mt 28,19; Hch 14,21.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
34
predica el evangelio, situación que los primeros misioneros vivieron en carne propia por la adhesión
equivocada de sus evangelizados119.
Respecto al contenido de la misión, los tipos de misión y sus destinatarios hablaremos más
adelante. Aquí sólo nos interesaba destacar que el elegido es llamado por Jesús para vincularlo a él y,
conviviendo con él, es formado como su discípulo en el seno de los suyos y comunicador de su propuesta.
1.5-
De muchedumbre a discípulo
1.5.1- Adversarios e indiferentes, muchedumbre y discípulos en torno a Jesús
Por la admiración que Jesús suscita genera un movimiento permanente de gente en torno a él con
una adhesión dispar. Luego, el mismo Jesús, al elegir de entre la muchedumbre a los suyos y vincularlos
íntimamente a su Persona, traza fronteras teológicas y eclesiales que llamamos círculos concéntricos en
torno al Mesías, que no sólo son de adherentes, sino también de adversarios. En cada círculo los miembros
no comparten una misma motivación para seguirlo ni responden con igual generosidad. Distinguimos dos
grandes círculos, conformados cada uno por dos círculos más.
El primero es el gran círculo de los “de afuera”120 y a él pertenecen, por un lado, los que rechazan
a Jesús y buscan su muerte (dirigentes de Israel) junto con un número indeterminado de indiferente a
quienes Jesús no les preocupa mayormente y, por otro, aquella gente que lo sigue y forma parte de lo que
llamamos “muchedumbre” o “gentío”, quienes se interesan por Jesús. El segundo gran círculo es el de los
“de adentro” y a él pertenecen, por un lado, los que -por iniciativa de Jesús- han dado el paso de
“muchedumbre” a “discípulo” y se vinculan a su Persona y, por otro, en lo más interno del círculo, los
Doce, con Pedro, Santiago y Juan a la cabeza.
Los círculos van de lo más externo a lo más íntimo, del rechazo total de Jesús a su aceptación
radical. El salto cualitativo de estado121 se da al pasar del primer gran círculo al segundo, esto es, de
muchedumbre o gentío a discípulo o los suyos. En cambio, el paso de “discípulo” a “Doce” no constituye
una transición cualitativa y ni siquiera tiene por finalidad la perfección en el seguimiento del Señor o el
radicalismo ético o social, sino la participación en un ministerio o función de servicio en favor de la
vocación fundamental del pueblo de Israel, su comunión con Dios y la participación de sus bienes. Los
Doce, pues, no son un grupo de primer rango en cuanto tienen “más acceso” al Reino. Esto quiere decir que
cualquiera de los de Jesús es tan “discípulo” como uno del grupo de los Doce. La diferencia está en que, en
cuanto “Doce”, tienen un carácter teológicamente simbólico respecto a las doce tribus de Israel: son
“apóstoles” o enviados a proclamar que Dios por su Ungido da cumplimiento a las promesas divinas de
restauración y liberación del pueblo de su propiedad.
Por tanto, en sentido amplio, todos los que siguen a Jesús son substancialmente discípulos por la
misma razón (la vinculación a Jesús), aunque no todos tienen la misma función122. La diferencia radical se
da entre el primer gran círculo y el segundo, pues en ese paso se juega la vinculación con Jesús y los
motivos del seguimiento. Con los que elige de entre la muchedumbre y optan por su Persona y su misión
(primer gran círculo), Jesús constituirá la familia de sus discípulos o los suyos (segundo gran círculo).
119
120
121
122
1 Cor 1,12; 3,4.
Cfr. más adelante.
Mt 12,30: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama».
Pablo lo dice así: «Y Dios ha asignado a cada uno un lugar en la Iglesia: primero están los apóstoles, después los profetas, a
continuación los encargados de enseñar… ¿Son todos apóstoles?, ¿son todos profetas?, ¿todos enseñan?...» (1 Cor 12,2730).
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
35
1.5.2- La muchedumbre o gentío
Si dejamos de lado a los adversarios de Jesús que buscan su muerte123, en el primer gran círculo,
en los “de afuera”, tenemos a la “muchedumbre” o al “gentío” que en el Nuevo Testamento recibe variados
nombres (ochlós, plēthos, polloí, pántes…).
En el evangelio de Marcos, el vocablo “muchedumbre” o “turba, multitud, tumulto” tiene
connotaciones negativas124. Algunos ejemplos: la “muchedumbre” es quien impide al paralítico, llevado
entre cuatro, llegar hasta Jesús; tanta es la “muchedumbre” que Jesús debe alejarse de ella para que no lo
aplasten, y ni siquiera lo dejan comer125. Sin embargo, también la “muchedumbre” manifiesta una
disposición positiva (aunque pasiva) para con Jesús: su sola presencia y admiración por Jesús lo protege
cuando los dirigentes buscan matarlo126.
La “muchedumbre” o “gentío” está compuesta en su mayoría por galileos de extracto campesino y
de condición social pobre, que acuden a Jesús cautivados por sus palabras y por las acciones que realiza.
Para la gran mayoría de esta gente, el centro de interés está puesto en la satisfacción de sus necesidades
individuales o familiares: buscan un rey o líder que los dirija, que les enseñe y los libere de sus
enfermedades y de los espíritus impuros, porque están como ovejas sin pastor127. Así lo indican los
sumarios de Marcos128. En más de una oportunidad Jesús les enrostra su intención desviada129. Un rabí
del siglo I definiría a esta muchedumbre como gente o pueblo de la tierra (am ha-arets en hebreo),
expresión técnica para designar a la masa de gente sin recursos en lo económico, ignorante de la Ley en lo
religioso y de mínima influencia social130.
Seguramente un grupo no pequeño de entre la “muchedumbre” lo sigue por la fascinación que
provoca en aquel tenso contexto socio-político de Galilea un líder mesiánico y carismático como Jesús,
buscando quien los libere del dominio de los romanos. Debido a este ambiente y por las motivaciones de
estos grupos, Jesús fácilmente pasaba ante las autoridades romanas y judías por un revolucionario que
sublevaba a las masas, lo que había que investigar con detenimiento131.
La adhesión de la muchedumbre a Jesús es generalmente temporal y sentimental, de fe débil e
inconstante, con un comportamiento veleidoso y caprichoso132. Se quedan con las gestas maravillosas de
Jesús sin dar el paso a la adhesión fiel a su Persona y enseñanza. Mientras la fe sea así de interesada, la
fidelidad y la conversión de vida son casi nulas. Por esto, la muchedumbre aún pertenece a los descritos
como “de afuera”.
Sin embargo, no es posible pensar que todos en la “muchedumbre” buscaban a Jesús sólo por el
interés de curarse de sus enfermedades o liberarse del poder político del momento. Los Evangelios
123 Entre los adversarios se cuentan grupos de fariseos y herodianos (Mc 3,6), jefes de los sacerdotes, generalmente de tendencia
saducea, ancianos y maestros de la Ley, es decir, aquellos que componían el Sanedrín y eran la dirigencia religiosa y política
de Israel en la medida que los romanos se lo permitían (14,53.63-64).
124 Se traduce con el término griego ochlós, que aparece 38 veces en Marcos.
125 Mc 2,4; 3,9-10.20; 5,24.31.
126 Mc 11,18; 12,12.
127 Jn 6,15; Mc 6,34.
128 Mc 3,7-12; 6,53-56.
129 Jn 6,26.
130 Ver Jn 7,49.
131 Mc 3,22: vienen maestros de la Ley desde Jerusalén para investigar el “caso Jesús”.
132 Mt 11,16-17.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
36
Sinópticos dan testimonio de la admiración y simpatía de muchos por Jesús, del cerco de protección que
ejercen a su favor y de la sincera espera de algunos de ellos en el cumplimiento de las promesas de Dios
como, por ejemplo, Simeón, hombre justo y piadoso, y Ana, mujer anciana y profetisa133. Ellos y varios
otros pertenecen a la categoría espiritual de los pobres de Yahveh que ansiaban el cumplimiento de las
promesas divinas contenidas en el Antiguo Testamento, esto es, «el consuelo de Israel» o «la liberación de
Jerusalén» (Lc 2,25.38).
Con todo, nada de esto los hace discípulos de Jesús Mesías, por lo menos no en sentido estricto,
aunque entre éstos estaban los mejores preparados para hacerse de “los suyos”.
La muchedumbre tuvo un crecimiento explosivo, propio de los movimientos de masas, debido entre otras razones- a la excitación colectiva por la intensa expectativa mesiánica de la época y al
paradigma “patrón - cliente”, típico de una sociedad campesina tradicional acostumbrada al trueque y a no
recibir un favor sin devolverlo oportunamente. Según este paradigma, los favorecidos con los milagros se
convierten en clientes endeudados que “pagaban” su servicio ayudando a Jesús y los suyos con
alojamiento, dinero, comida…, si es que su situación se los permitía, pero sobre todo propagando “su
nombre” como poderoso benefactor, es decir, dando a conocer el favor recibido y aumentando con ello la
fama de Jesús y de su grupo.
Por esta razón, es probable que entre la muchedumbre, particularmente entre los israelitas de la
región de Galilea, se transmitieran los milagros de curaciones y de exorcismos de Jesús. No es extraño que
tanto los favorecidos con los milagros como, en virtud de la estructura social, la familia y aldea del
favorecido mantuvieran fielmente -por exigencia de la tradición oral de esos pueblos- el recuerdo de la obra
portentosa realizada por Jesús, la que luego tomaba la forma de “tradición popular”.
La muchedumbre o gentío se mantiene hasta prácticamente la muerte de Jesús como lo indica el
relato de su bulliciosa entrada en Jerusalén134. Sin embargo, si dependiera sólo de la muchedumbre, el
proyecto de Jesús fracasa. Lo extenderán “misioneramente” los discípulos itinerantes de Jesús, y lo harán
“domésticamente” (en su domus o casa) sus discípulos sedentarios, categorías que pasamos ahora a
considerar.
1.5.3- Los discípulos y los Doce
A-
Los discípulos o los suyos
El segundo gran círculo, es decir, los “de adentro”, lo forman “sus discípulos” o “los suyos”,
catalogados como «la secta de los nazarenos» (Hch 24,5), invitados a centrar su vida y su familia en la
persona de Jesucristo más que en sus acciones maravillosas, y a hacerse cargo de su misión más que
satisfacer los intereses individuales y grupales. Se los denomina con el nombre griego de mathētēs
(“discípulo”) y son un grupo distinto a la “muchedumbre”. Además de “los suyos”, los evangelios se
refieren a ellos con otras expresiones tales como “los que van” o “están con él” o los “apóstoles” en cuanto
enviados a predicar la Buena Nueva135.
Según Marcos, discípulos de Jesús son «los que están sentados» alrededor de él escuchando su
palabra para cumplir la voluntad del Padre (Mc 3,34-35). Contrapuestos a éstos -con disposiciones que se
parecen a muchos de la muchedumbre- están los que “se quedan afuera”136. Discípulos de Jesús son los
133
134
135
136
Lc 2,25.36.
Mc 11,8-10.
Mc 3,13-14; 5,40.
En Mc 3,31-35 se definen con claridad en relación con Jesús dos grupos de personas: los que se quedan “afuera” de la casa
donde él está (sus parientes y conocidos; 3,31-32 y 4,11) y los que están “adentro” con él, sentados en círculo de escucha y
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
37
setenta y dos enviados a predicar a aldeas y pueblos137 y también varios otros simpatizantes de su causa
conocidos por sus nombres: Zaqueo; Simón, el leproso; Lázaro; José de Arimatea; Cleofás... como muchos
otros innominados, la mayoría de ellos discípulos sedentarios, puesto que permanecen en sus casas. Estos
formarán una red de evangelización que expandirá la causa de Jesús en aldeas y pueblos donde ellos
habitan.
Lo distintivo del discípulo respecto de la muchedumbre es la renuncia a sí mismo y cargar con la
cruz por Jesús y la buena nueva138. Esta es “la puerta” para el salto cualitativo entre “ser de la
muchedumbre” y “ser de Jesús” y de “su familia”, pues Jesús no pide estas condiciones a la multitud que
eventualmente lo sigue.
Con aquellos de su raza (“israelitas”) y sangre (“parientes”) que esperan en Dios, Jesús constituye
una nueva familia o pueblo del Señor. Estos son los suyos a quienes prepara para que acepten su identidad
y misión. Mientras muchos de su raza (israelitas) y su sangre (parientes) permanecen “afuera de la casa”,
despreciando o no interesándose por uno de su raza o de su sangre, aunque venga de Dios, Jesús declara
que los que están “adentro”, a solas con El, sentados a su alrededor escuchando su Palabra y buscando
hacer la voluntad de Dios, son su nueva familia de fe. Esta comunidad es el nuevo Israel llamado a romper
las fronteras de raza y sangre, pues sus miembros se definen por el seguimiento del Mesías y por el anhelo
de hacer realidad el señorío de Dios, abundante en vida y perdón139.
El lugar propio de esta “nueva familia” o “pueblo de Dios”, siempre según Marcos, es la “casa”
donde se encuentra Jesús rodeado de sus discípulos y adonde acude mucha gente140. En casi todas las
lenguas antiguas, “casa” es la familia, la estirpe, la tribu, que incluía la vivienda y el terreno donde vivía el
extenso grupo familiar141.
La casa donde está Jesús es adonde el discípulo, saliendo del judaísmo y la institución judía, tiene
que “ir y entrar” para “estar con él”. Esta casa sustituye a la «sinagoga de ellos» (Mc 1,39) que es «la
sinagoga de los judíos» (Hch 13,5), capaz de cobijar a un espíritu impuro o a un hombre paralítico142. En
la privacidad de “la casa”, lugar de “su familia” o de su comunidad143, es donde el Mesías derrota a un
demonio y libera a una mujer de su enfermedad, haciendo posible el servicio144. En “la casa” donde él
está se reúnen los que anhelan liberarse de la ignorancia y del mal que los aqueja145, y al proclamar en la
propia casa la compasión que se experimenta del Señor se hace espacio de testimonio de la misericordia de
Dios: «Vete a tu casa con los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido
compasión de ti», le ordena Jesús al endemoniado de Gerasa ya curado de sus potentes demonios (5,19).
También Jesús sana enfermos y expulsa demonios en las sinagogas, pero aquí no es posible la aceptación
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145
diálogo (3,32.34 y 4,10). Dos expresiones del pasaje bíblico las podemos considerar técnicas: “los de afuera” para referirse a
los que no son cristianos (1 Cor 5,12-13; Col 4,5), y “sentarse en torno” para indicar al que se hace discípulo de un determinado
maestro (Lc 19,39; Hch 22,3).
Lc 10,1.
Mc 8,34-35.
Ver las parábolas del Reino: Mc 4,1-33.
Como, por ejemplo, en Mc 2,1: Jesús «está en casa» y, con probabilidad, se trata de la casa de Pedro.
En griego hay dos términos para casa: oíkos referido a “casa, vivienda, habitación, templo”, aunque a veces también “familia,
parientes, linaje, patria”, y oikía que designa más bien a la “familia” que vive en la casa, las relaciones humanas que existen en
ella, el “hogar”. Marcos emplea cerca de 11 palabras diversas para referirse a la casa y sus partes.
Mc 1,23; 3,1.
Mc 3,34; 9,28.33.
Mc 1,29-31; 7,30; ver Ex 13,3: «Egipto, casa de esclavitud».
Mc 2,1; 3,20; 6,10; 7,24-25.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
38
del Mesías, sino sólo su rechazo, al igual cuando la institución judía, representada por algunos de sus
líderes religiosos, está “en casa” con Jesús acechando su conducta146. Cuando Jesús rompa con el
judaísmo (dirigentes y sinagogas) no aparecerán más alguno de sus representantes en la casa donde entre
Jesús147.
Si la enseñanza de Jesús es para todos, la explicación y la formación de los discípulos la hace a
solas, en la privacidad de la “casa”, donde Jesús se “sienta” (posición propia de los rabinos) y, por lo
mismo, “hogar” o “nido” propicio para la fe y la fidelidad148. En los escritos posteriores del Nuevo
Testamento, la casa es para «la familia de Dios» construida sobre Cristo Jesús, la piedra fundamental de la
edificación (Ef 2,19-22), por tanto, figura de la nueva realidad comunitaria propia de la nueva alianza
«siempre que mantengamos la libertad y la esperanza en la cual nos gloriamos» (Heb 3,6).
Discípulo es quien por la fe y la conversión franquea la distancia entre “la casa” de la raza (Israel),
de la sangre (parientes) y sus instituciones (sinagogas, Templo), para pasar a “la casa” de Jesús Mesías y
Maestro, la “nueva sinagoga” donde se congrega la nueva familia de Dios. Quien acude a Jesús que saca de
la aldea para devolver la vista (signo de la “fe”), no puede volver a “la aldea” (signo de la comunidad de la
antigua alianza), sino a “la casa”, lugar de nueva humanidad en razón del previo y transformante encuentro
con el Señor149. “Ir a casa” sin algo de Jesús es desfallecer en el camino, como aquellos que «han venido
de lejos» al encuentro con el Mesías (Mc 8,3).
En la casa donde entra y está Jesús es donde el discípulo se hace y forma como tal, puesto que -por
ser y estar con él- accede a la explicación del misterio de Dios y de su Reino contenido en las parábolas y
escenificado en los milagros y comida con los pecadores. En este sentido, “entrar” en su casa es “entrar” en
la Vida que no termina y en el Reino que libera de la ignorancia y de las enfermedades, por lo que nunca un
discípulo acudirá a la sinagoga para permanecer allí con Jesús, sino a la casa donde él se halla. El
seguimiento del Señor requiere de estas radicales rupturas, pues de modo contrario se pertenecerá siempre
a “la casa de Israel”, regido por un jefe de la sinagoga, como Jairo, en cuya casa agoniza y muere su hija, de
doce años, signo del destino de las doce tribus de Israel o pueblo de Dios que rechaza al Mesías150.
Los que llevan a cabo estas rupturas y entran en la casa donde está Jesús se alimentan con la
“levadura” y el “pan” de vida del Mesías y Maestro.
El término “pan” -alimento fundamental en aquella época- tiene fuerte relevancia en Marcos quien
organiza una importante parte de su evangelio con pasajes enlazados con palabras relativas a la “comida” y
al “comer”151.
146 Mc 2,6. Marcos nos informa que Jesús predicaba en las sinagogas de ellos «expulsando los demonios» (1,39), poniendo así en
relación explícita “sinagoga” y “demonios”. Jesús se presenta 5 veces en relación directa con “sinagoga”, y siempre con
connotación negativa, porque en ella hay enfermos (1,21.29.39; 3,1) o allí lo rechazan (6,2); se trata de sinagogas en Galilea a
las cuales Jesús “entra” y “sale” (1,29), en cambio, de “la casa”, nunca se dice explícitamente que “salga” de ella.
147 Después de la constitución de los Doce (Mc 3,13-19), Jesús comienza a reunirse sólo con los suyos en la casa adonde va
(3,20). Marcos 3,20-35 corresponde al quiebre de Jesús con sus parientes (sangre) y el judaísmo (raza). Desde ahora, Jesús
entra a diferentes casas, sin precisiones geográficas (7,17; 9,28): a diferencia de la sinagoga, la casa del discípulo es donde
está Jesús con los Doce y los demás discípulos.
148 Mc 8,26; 9,35; 13,34-35.
149 Mc 8,22-26; ver 2,11: un paralítico sanado de su enfermedad y liberado de sus pecados; 5,19: un pagano endemoniado que
terminó sentado junto a Jesús, vestido y en su sano juicio (5,15); 7,30: la hija de una mujer sirofenicia curada del espíritu
impuro.
150 Mc 5,38-39. Las dos mujeres de Marcos 5,21-43 (la hija de Jairo y la hija de Israel) son signos claros de la condición y el
destino del pueblo de Dios lejos del Ungido: impuras, perdiendo la vida, camino a la muerte… sin vida, liberación y salvación.
151 Mc 6,30-8,21 se conoce como Sección de los panes, pues los pasajes están unidos por palabras pertenecientes al campo
semántico de la “alimentación”: “pan” - “comer” - “comer con manos impuras” - “entra, sale del hombre” - “vientre” - “letrina” “pan de los hijos” - “levadura”…
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
39
El “pan” que proviene de Jesús es gratuito y abundante y sacia el hambre de la muchedumbre,
porque es el “pan del Mesías”, “pan” no sólo para «los hijos» o los israelitas (Mc 7,27), sino también para
la comunidad de los gentiles quienes -como el pueblo de Abraham- experimentan la soberanía de Dios
sobre enfermedades y espíritus impuros. El pan compartido, que al comerlo se introduce en uno y se
transforma en uno152, representa la comunión íntima de vidas y destino, por lo mismo, signo de
fraternidad, solidaridad y alegría. Por esto, cada “comida” de Jesús con pecadores y publicanos es don y
participación de los bienes de Dios Padre. El “pan del discípulo” es la enseñanza auténtica acerca de Dios y
su camino153 que el Buen Pastor ofrece para nutrir al cansado rebaño de Dios154. Finalmente, los de
Jesús reciben el pan del Cuerpo y Sangre del Cordero de Dios que sella la alianza del nuevo pueblo con su
Señor155.
La levadura era en aquel tiempo un trozo de masa vieja y ácida que se introducía en la masa recién
hecha para que la fermentara156. La “levadura” de Jesús son las motivaciones y sabiduría nuevas que
conducen al discípulo a la adhesión al Mesías y aceptación del Reino en contraste con la corrupción que
provocan las viejas y equivocadas doctrinas de fariseos y Herodes, fuente permanente de hipocresía157.
Los discípulos, alimentados con la “levadura” y el “pan” del Mesías, son enviados a “dar de comer”
al pueblo de Dios reunido y organizado por el Señor158.
Para los que pasan de muchedumbre a discípulo entrando a “su casa”, Jesús tiene una particular
estrategia pedagógica: mientras que a la muchedumbre les expone el Reino en parábolas, sólo a sus
discípulos les explica el misterio del Reino que la parábola encierra159. Es que los “de afuera”, cegados
por sus intereses personales u oficiales, «por más que miran no ven, y por más que oyen no entienden» (Mc
4,12).
Respondamos a una última inquietud respecto a quiénes se hacen discípulos de Jesús. Planteemos
el tema con una pregunta: ¿quiénes entran en la “casa de Jesús” a alimentarse de “su pan”, sólo los varones
o indistintamente hombres y mujeres?
En virtud de la confluencia de varios criterios de historicidad160, se puede afirmar que fue un
hecho innegable la presencia de mujeres que físicamente seguían al Señor y participaban de su misión, es
decir, se hacían de los suyos dejando la sinagoga e ingresando a “su casa”. Además, a diferencia de sus
colegas rabinos, Jesús incorpora sin problema alguno la figura y las acciones de las mujeres en sus
enseñanzas, sobre todo en sus parábolas161.
Aunque, a excepción de Tabita (Hch 9,36), estas mujeres nunca recibieron el título de “discípulas”
o mathētria, van tras Jesús, escuchan su enseñanza, se benefician de sus dones, colaboran con sus bienes y
comunican a otros el Reino. Sabemos el nombre de varias de ellas: Marta y María, hermanas de Lázaro;
María Magdalena o de Magdala; María, mujer de Alfeo y madre de Santiago y José; Juana, mujer de Cusa,
alto funcionario de Herodes Antipas, y Salomé.
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Cfr. Ez 3,1ss; Ap 9,8-11.
Mc 12,14; cfr. Mt 4,4; Is 55,2.
Mc 6,34.
Jn 6,35.51.
Ver Mt 13,33: la levadura que una mujer “mete” en tres medidas de harina y espera que fermente todo.
Mc 8,15 (ver 7,21-23); Mt 16,11-12; Lc 12,1 («Cuídense de la levadura de los fariseos que es la hipocresía»); 1 Cor 5,6-8.
Mc 6,41.
Mc 4,10-12.33-34.
Como el de disimilitud o discontinuidad, el de dificultad y el de testimonio múltiple de fuentes.
Lc 13,20-21; 15,8-10.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
40
Varias de estas, con María, la madre de Jesús, están junto a la cruz cuando los discípulos varones
huyen por miedo. Estas mujeres se destacan como grupo particular frente a algunos discípulos varones
siempre itinerantes (los Doce y otros) y los discípulos sedentarios (generalmente familias). Además no
sería raro pensar, dada las condiciones de la vida conyugal, que varias mujeres de los Doce y de otros
discípulos itinerantes siguieran junto a sus maridos tras Jesús, si no de modo permanente, sí de forma
eventual162.
Los rabinos israelitas, como los maestros griegos, no aceptan mujeres como discípulas, pues ellas
están dispensadas de conocer la Ley. Por lo mismo, la bêt-hammidrāsh o escuela para aprender la Tôrāh o
Ley estaba vetada a las mujeres, razón por lo que no se empleaba el substantivo femenino talmidāh o
“discípula”. No faltan sentencias descalificatorias contra mujeres que quieran estudiar la Ley, como aquella
del rabí Eliezer: «Mejor quemar la Tôrāh que enseñarla a una mujer». Esta opción del mundo rabino del
siglo I resalta la originalidad de Jesús al aceptar mujeres como “discípulas” y la libertad con la que vive el
trato con ellas.
En este grupo de discípulos, hombres y mujeres, que conviven con Jesús y reciben “su pan” y
“levadura”, fue donde se guardó y propagó el recuerdo de sus enseñanzas relativas al discipulado
(“tradición discipular”) que reunía material oral como las parábolas del Reino, relatos vocacionales y
sentencias acerca del seguimiento. Así, por un lado, preservaban su identidad de discípulos del Señor Jesús
y, por otro, orientaban la misión que les confió. Tanto estos discípulos itinerantes como los sedentarios
validaban los recuerdos de Jesús en relación estrecha con alguno de los Doce apóstoles.
B-
Los Doce
Al interior de este segundo gran círculo nos encontramos también con “los Doce” que, como se
dijo, no son “Doce” para ser más y mejores discípulos de Jesús que el resto de los suyos. Para ser discípulo
no hay que formar parte de los Doce, sino pasar de muchedumbre a la vinculación personal con el Mesías.
El círculo de los Doce no se define como tal en razón de la calidad del discipulado que allí se vive, sino por
su significación simbólica de cara a las doce tribus de Israel y, por lo mismo, su envío o apostolado a
reunirlas como nuevo pueblo de Dios.
Por eso, si en tiempos de Jesús todos están llamados a ser discípulos, no todos están llamados a
formar parte del grupo de los Doce. El centro de referencia es Israel invitado a reconocer y seguir al Mesías
que inaugura el Reino de Dios, y no el grupo itinerante de los Doce que está al servicio del pueblo de Dios
disperso, sin pastores y sin conocimiento de Dios163. Sin embargo, por ser itinerantes e ir físicamente tras
Jesús, estos Doce, junto con aquellos discípulos de la primera hora, están en situación privilegiada de
conocer mejor al Mesías en razón de la convivencia con él y por la estrategia pedagógica adoptada por el
Maestro.
Existen cuatro listas de los Doce y sus divergencias saltan a la vista, lo que hace suponer que las
tradiciones acerca de ellos no fueron originalmente coincidentes164. Si algunos nombres no coinciden, sí
la existencia y la importancia de “doce” en la intención de Jesús, quien como “grupo de los Doce” le
162 Para algunos tampoco sería tan extraña la idea de matrimonios enviados por Jesús a evangelizar a tiempo completo. Esto,
según ellos, explicaría el silencio respecto a la “esposa” en Mc 10,29. El texto de Lc 14,26, de la Fuente Q, se referiría al
discipulado, no a la misión. Quizás también la orden a los discípulos de ir de dos en dos contemple estos casos (Lc 10,1; ver 1
Cor 9,5). Algunos testimonios posteriores de esto: Prisca y Áquila (Hch 18,2-3; Rm 16,3-5;), Andrónico y Junia (Rm 16,7),
Filemón y Apia (Fil 1-2).
163 Mc 6,34 se puede traducir así: «Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y sintió compasión por ellos, porque
estaban como ovejas sin pastor, y entonces comenzó a enseñarles largo rato»; el oficio del pastor es “enseñar a Dios”; ver Os
4,6.
164 Mc 3,16-19; Mt 10,2-4; Lc 6,14-16; Hch 1,13.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
41
confiere un carácter teológicamente simbólico. Se trata de un grupo que históricamente no se prolongará
más allá del ministerio público de Jesús. Al hablar de ellos más bien hay que tener en cuenta lo que
representan en la intención de Jesús más que su actividad histórica como Doce apóstoles.
Los Doce escogidos por Jesús, para quien su ministerio público es inseparable de ellos, significan el
cumplimiento de las promesas de Dios a los doce patriarcas y a sus descendientes, las doce tribus de
Israel. Ellos, pues, constituyen la realización efectiva de la promesa divina: Dios ya está reuniendo y
restaurando a Israel para hacerlo nuevo pueblo en virtud de una nueva alianza165. Se está, por tanto,
cumpliendo el tiempo en que las dispersas doce tribus de Israel son reunidas de los cuatros extremos de la
tierra, conducidas a su tierra y pastoreadas por su Dios en los montes de Israel, mediante su “ungido” o
“mesías”. Dios, como lo prometió, suscita para las ovejas perdidas de Israel «una fuerza salvadora en la
familia de David su siervo, como lo había prometido desde antiguo por medio de sus santos profetas, para
salvarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos odian» (Lc 1,69-71). Por este nuevo
pueblo reunido y santificado, Dios bendecirá a todas las naciones de la tierra, según la promesa
abrahámica, y santificará su nombre166.
Jesús, por tanto, al escoger a Doce y al pedirles fe y conversión ante el inminente juicio de Dios, los
constituye en representantes y pilares del nuevo Israel restaurado llamado a aceptar el reinado de su Señor
y la irrupción de su misericordia. Este nuevo Israel, a diferencia del antiguo, no se hace “pueblo de Dios”
en virtud de la raza, de la circuncisión, de la Ley mosaica, del sacrificio de corderos pascuales…, sino por
un vínculo distinto al que tanto judíos como gentiles están llamados a vivir: la fe en Jesús de Nazaret en
cuanto Mesías y Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
De este modo, la elección y reunión de Doce por parte del Mesías no tiene la finalidad de restaurar
las fronteras territoriales del antiguo Israel, sino una intención misionera: anunciar el Reino a todo Israel,
es decir, a todos los hombres y mujeres de Israel167. Los Doce, así, significan y concretizan la propuesta y
obra liberadora de Dios que parte por Israel y luego alcanza a toda la humanidad168. En este “nuevo
Israel” (la Iglesia), los Doce asumirán la función de pilares de la fe y el liderazgo pastoral y misionero,
esto es, serán los “apóstoles” o enviados al servicio de los discípulos y del anuncio del evangelio a todos.
Sin embargo, no son los únicos “apóstoles”, pues muchos “discípulos” (como los setenta y dos de
Lucas 10,1) reciben el encargo de Jesús o de la Iglesia de anunciar a los no creyentes, judíos o gentiles, el
evangelio del Reino. Por tanto y en sentido estricto, no todos los discípulos son “apóstoles”, pero sí todos
los apóstoles son “discípulos”.
Al final de los tiempos, los Doce se sentarán en doce tronos, «para juzgar a las doce tribus de
Israel» (Mt 19,28). Una vez que Israel sea reunido, los Doce, revestidos de autoridad mesiánica,
participarán en el gobierno del Ungido no sólo sobre Israel, sino también sobre la humanidad redimida y
reconciliada con Dios.
Entre aquellos de los Doce asentados en Jerusalén, probablemente con Santiago a la cabeza (43 - 62
dC.), se transmitieron los recuerdos de Jesús relativos a las profecías sobre el sufrimiento del Ungido y los
recuerdos relativos a su pasión, muerte y resurrección. Por la estrecha vinculación de esta comunidad
jerosolimitana con el judaísmo y las Sagradas Escrituras169, dichos acontecimientos ocurridos en
Jerusalén se leyeron como cumplimiento de las profecías de la antigua alianza, particularmente de los
165
166
167
168
169
Ap 21,12.14.
Gn 12,2-3; Is 11,11-12; Ez 34,13-16; 36,17-38.
La finalidad, pues, no es étnico-geográfica (intención nacionalista), sino soterio-escatológica (intención misionera).
Mt 10,5-10.
Hch 11,2; 15,5; Gál 2,11-14.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
42
oráculos mesiánicos, de los cánticos del Siervo de Yahveh y de la figura del justo sufriente, la que
encontramos en varios Salmos.
2-
La opción y la formación
2.1-
Del discípulo por tradición al discípulo por opción
Ya se indicó que para ser discípulo de Jesús no basta la admiración por él, las preguntas que suscita
y las respuestas que se buscan y, ni siquiera, en sentido estricto, la elección por parte de Jesús, puesto que si
no hay una opción conciente y libre del elegido que siga a la elección y comprometa la persona tampoco
habrá seguimiento responsable, alegre y testimonial. Para ser de los suyos se requiere la contraparte: el acto
humano -sostenido por la gracia- de optar por una vinculación o relación interpersonal con Jesús
resucitado.
La opción libre es propia del ser humano en cuanto tal. De éste se espera, en todos los ámbitos de la
vida, respuestas responsables, discernidas en conciencia y ejecutadas con libertad. En algunos ámbitos, este
tipo de respuesta no siempre se da e, incluso, no siempre es posible por fuerte influencia de la maldad y de
estructuras personales y sociales que ahogan los anhelos de bondad del hombre o debilitan gravemente el
ejercicio de su libertad. El gran desafío para el discípulo de esta época es pasar del cristianismo por
tradición a un discipulado por opción.
No es que la opción del hombre por Jesús genere el dinamismo cristiano, sino la iniciativa y amor
gratuito del Padre Dios: él «nos amó primero» es la certeza de fe del discípulo amado (1 Jn 4,19). La
experiencia sostenida y transformadora de Dios y de su amor hacen de la opción humana un verdadero don
y no una fatigosa decisión, y un don que mira a modelar una existencia que responda con generosidad a la
gracia y a los desafíos del mundo de hoy.
La opción por Jesús conlleva la decisión por formarse en el seguimiento de su Persona, en la
capacidad de asumir cada vez con más radicalidad su estilo, su destino, su misión. Se trata, en realidad, de
aspectos que se condicionan mutuamente: la opción debe extenderse en formación, y ésta hace cada vez
más lúcida la opción. Ambas miran a adquirir una forma característica de ser y actuar como discípulos en el
hoy y aquí concreto de la vida, haciendo histórico el cristianismo. El discípulo opta y se forma para un
seguimiento encarnado.
La opción y formación del discípulo se juega en varios aspectos. Destacamos los más importantes,
algunos ya mencionados: optar y formarse para…
abcd2.2-
Escuchar y ver a Jesús.
Compartir su estilo de vida y destino.
Llevar a cabo adhesiones vitales e imprescindibles, y
Hacerse de “los suyos”.
Seguir a Jesús para verlo y escucharlo
La opción fundamental es por una persona, Jesús de Nazaret en cuanto Mesías e Hijo de Dios.
Nunca el cristianismo fue ni será una teología o una ética, sino el don de la misma persona de Jesucristo
que salva: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con
un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva»170.
170 BENEDICTO XVI, Deus caritas est, nº 1.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
43
Ya vimos que el llamado de Jesús con verbos como “seguir” o sintagmas como “ir detrás de él”
tienen la finalidad de vincular al elegido con el Señor resucitado. Esta vinculación implica -por parte del
elegido- optar por Jesús y formar su discipulado en vista a la comunión de vidas, en fecunda alianza, y al
encargo misionero.
Jesús no enseña a los suyos recetas para cada momento histórico. En la convivencia con él se
aprehenden su identidad y misión y se interiorizan sus motivaciones que hacen posible la concreción de los
valores alternativos del Reino en culturas y diversas épocas históricas. Sólo de esta forma el cristianismo se
pondrá y anunciará en diálogo con la historia y, por lo mismo, respuestas válidas a los anhelos profundos
de sentido y trascendencia del ser humano.
La opción personal de seguir a Jesús involucra varios aspectos. Destacamos tres:
a- Seguir a Jesús,
b- para escucharlo y verlo, y
c- aprender a ser hijos e hijas del Padre celestial.
a- Seguir a Jesús es hacer propio el itinerario formativo con el que el Nazareno modela la vida de
sus elegidos y los prepara para el anuncio del Reino.
Este itinerario formativo en Marcos se vive al ritmo del itinerario geográfico:
 Su revelación pública comienza con el bautismo donde Juan bautiza, al este del río
Jordán, en torno a Betania de Perea bajo el domino de Herodes Antipas, cerca del Mar
Muerto; más tarde, Juan se trasladará a Ainón, cerca de Salín, dependiente de
Escitópolis, ciudad de la Decápolis171.
 Luego del encarcelamiento y muerte del Bautista a manos de Herodes Antipas172, Jesús
inicia su ministerio público en las aldeas de Galilea. Desde Cafarnaún, hogar de Pedro
y punto de referencia en su itinerancia misionera173, extiende su anuncio por Galilea,
bajo la jurisdicción de Herodes, y por sus alrededores, territorios paganos en los que no
reinaba Herodes, como -por ejemplo- Tiro y Sidón en Fenicia, pertenecientes a la
tetrarquía de Herodes Filipo II174, y ciudades de la Decápolis175. Jesús se mueve
exclusivamente en las aldeas rurales, evita las grandes ciudades y se cuida de transitar y
vivir en los dominios del violento rey Antipas.
 Después de unos tres años de ministerio anunciando el Reino, Jesús abandona Galilea y,
en un recordado viaje en el que pasa por Perea, lugar de los bautismos de Juan, sube
con los suyos a Jerusalén, en la región de Judea, la capital del país ubicada en la zona
montañosa del sur.
171 Jn 1,28; 3,23.
172 Mt 14,1-12. Para la tradición evangélica, la muerte del Bautista se debe a su condena por el adulterio de Herodes, en cambio
para JOSEFO, al miedo de Herodes a que el movimiento de Juan se transformara en una revuelta sangrienta (Antigüedades
judías, XVIII 118). La separación de su mujer le costó a Herodes una derrota en la guerra con el rey nabateo Aretas IV, padre
de la mujer despechada por preferir a Herodías, esposa de su medio hermano Herodes Filipo I.
173 Mc 1,21-2,1; 9,33; Jn 2,12; 6,17.24.59.
174 Llamado sólo “Filipo” en el Nuevo Testamento y hermano de Herodes Antipas. Cfr. Mc 7,24; 8,27.
175 Mc 5,1.
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44
 Finalmente, sucedidos los acontecimientos pascuales y una vez resucitado, pide a los
suyos volver al norte, a Galilea, y esperarlo allí176.
En perspectiva teológica, este itinerario geográfico corresponde al itinerario formativo de un
discípulo como tal:
- el río Jordán y la actividad del Bautista, al período del bautismo de Jesús y la revelación
a Israel de su filiación y misión;
- la región de Galilea de los paganos y sus alrededores, inmediatamente después de la
muerte de Juan, al período de convivencia de Jesús con sus discípulos, a la
revelación del Reino mediante palabras y signos y a la explicación a los suyos del
contenido de parábolas, enseñanzas y acciones;
- la capital Jerusalén y el ministerio de Jesús allí, al período de la pascua como oferta de la
propia vida para salvación de todos, y
- el mandato de retornar a Galilea, al período de la misión o anuncio del Reino, previa
memoria agradecida y resignificación, gracias al don del Espíritu, de lo que Jesús
hizo y enseñó.
b- Se sigue a Jesús para escucharlo y verlo, disposiciones discipulares de importancia capital,
puesto que el Reino acontece por palabras y acciones del Mesías que exigen testigos:
escuchar, ver, tocar, sentir, contar…
En la Escritura, “escuchar” no es sólo “oír”, sino también “obedecer”177. Discípulo es aquel
de “oídos abiertos” que vive pendiente, mediante la escucha, de las palabras de Jesús y de su
proyecto. “Oídos abiertos” es metáfora de la disponibilidad para obedecer los mandatos de
Dios178; en cambio, “tapar” o “cerrar los oídos” es metáfora de la incapacidad de vivir en
diálogo con el Señor y aceptar su revelación179.
El Padre regala el don de iluminar “los ojos del creyente”, metáfora -esta vez- de la capacidad
de contemplar al Hijo, incrementando la adhesión de fe y generando una sostenida
conversión. Este modo de “ver a Jesús” es el argumento que invoca Pablo para validar su
pertenencia a él y la misión recibida: «¿Acaso no soy apóstol? ¿Es que no he visto ya a
Jesús, nuestro Señor?» (1 Cor 9,1). Porque “ha visto”, Pablo es apóstol o enviado.
Escuchar y ver a Jesús es la primera labor de un discípulo, pues así se conoce al Señor y se
entra en comunión de vida con él. Sólo quien lo ha escuchado y visto es quien se transforma
en ministro de la palabra y testigo de su vida180. Es el itinerario vivido por María
Magdalena quien anuncia a los apóstoles: «“¡He visto al Señor!”. Y les contó lo que Jesús le
había dicho» (Jn 20,18)181. Sólo se puede “contar al Señor” cuando “se lo ha visto” para
poder “decirlo” como verdadero testigo.
176
177
178
179
180
181
Así en Marcos y Mateo, pero no Lucas.
Mientras “escuchar” se dice en griego akoúō, “obedecer” yp-akoúō, esto es, tienen la misma raíz.
Is 50,4b-5.
Jr 6,10.
Lc 1,1-4.
Ver 1 Jn 1,1.3; 2 Pe 1,18.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
45
A diferencia de los obcecados de corazón, el discípulo es bienaventurado porque ve y oye.
Mientras aquellos se cierran al misterio del Reino, los discípulos de Jesús, mirando y
escuchando a su Maestro, abren el corazón a dicho misterio182.
La tradición evangélica recogida en los Sinópticos tiene por fundamento a aquellos que
escucharon y vieron al Señor, quienes -por lo mismo- contaron con el status de testigos que
los revistió de autoridad normativa entre los primeros cristianos.
c-
2.3-
Escuchar y ver a Jesús tiene sobre todo una finalidad: ser hijos en y por el Hijo primogénito.
Jesús inculca a los suyos su pasión decisiva y orientadora: el amor infinito por su Padre
celestial y la imagen nueva de Dios como ’Abbá de sus discípulos (“padre, papito”). Ser
discípulo de Jesús es tratar a Dios como ’Abbá viviendo una relación intensamente filial con
él, aspecto que desarrollaremos al hablar del momento de revelación.
Compartir estilo y destino de vida del Mesías
La convivencia con Jesús apunta a la imitación del Maestro. Y el discípulo lo imita sobre todo en
su estilo de vida, marcado por el servicio al Reino de Dios. También Jesús prepara a los suyos para que lo
imiten asumiendo su destino que también está íntimamente unido a la realización del Reino del Padre.
El estilo de vida y el destino de Jesús son consecuencias de su conciencia de filiación y misión, y
responden -a los ojos de sus contemporáneos- al estilo y destino propio de un profeta carismático de
liderazgo propositivo. Asumir y vivir dicho estilo y destino de vida son rasgos propios de una auténtica
espiritualidad de seguimiento.
Involucran varios aspectos:
a- Itinerancia por Jesús y el Reino.
La vida de Jesús es itinerante, sin domicilio fijo. Jesús vive como hombre desarraigado porque
tiene puesto su corazón en el Padre y en el anuncio de su Reino. Sin embargo, Jesús no
pretendió un movimiento itinerante, de abandono de aldeas y ciudades para refugiarse en el
desierto o lugares despoblados, sino la instauración del Reino en el pueblo de Dios que
habitaba en ellas. Su itinerancia responde a una estrategia misionera: está al servicio de la
reunión y restauración del pueblo elegido de Dios disperso en las aldeas de Galilea y sus
contornos. Él es el Buen Pastor que recorre las aldeas para reunir y alimentar con el pan de
la Buena Nueva al disperso pueblo de Dios. Esta forma de proceder revela la irrupción de
los nuevos valores y razones para creer, esperar y amar propios de la nueva alianza.
Hacer de la itinerancia una estrategia misionera en el siglo I exigía, por lo menos, relativizar la
importancia de la familia como núcleo estructurador de la vida, abandonar el oficio y asumir
una vida de pobreza y celibato, y esto último debió llamar poderosamente la atención en
aquella sociedad183. La opción de vida itinerante por la misión en una sociedad preindustrial y agraria, como la del siglo I, trae necesariamente consigo inseguridad y
marginalidad, pobreza e, incluso, indigencia. Sin embargo, nada de esto tiene para Jesús una
motivación ascética o de perfección de vida, sino que encuentra su razón de ser en el envío
182 Mt 13,10-17. Varias son hoy las mediaciones que permiten al discípulo misionero escuchar y ver realmente a su Señor
resucitado. El Documento de Aparecida (nsº 246-265) presenta como lugares de encuentro con Jesucristo: la Palabra de Dios
consignada en la Sagrada Escritura; la Sagrada Liturgia, particularmente la celebración de los sacramentos de la Eucaristía y la
Reconciliación; la oración personal y comunitaria; la comunidad viva; los pobres, afligidos y enfermos; la piedad popular.
183 Mt 19,12; Mc 10,28-29; Lc 9,57-62.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
46
del Padre, es decir, en la misión de pastorear al pueblo de la nueva alianza, anunciando a
todos el Reino de Dios.
Además de esta finalidad misionera, su itinerancia -dado el origen y el destino de Jesús- es
también signo filial de su camino a Jerusalén, donde cumplirá su éxodo, pues allí volverá a
las manos del Padre de las que salió184. Aún más, si tenemos en cuenta la importancia del
paradigma teológico del éxodo en la antigua alianza, la itinerancia de Jesús es signo
discipular para aquellos que quieren vivir un nuevo éxodo caminando tras el Mesías, nuevo
Moisés, para entrar en el Reino de Dios. Finalmente, dada la situación de los campesinos
del siglo I que perdían con frecuencia sus tierras a manos de funcionarios herodianos y
terratenientes poderosos, la itinerancia por el Reino se transforma en signo profético de la
fuerza liberadora del Reino y de abandono en Dios providente que intervendrá -como la
historia de la salvación lo confirma- en favor de pobres y oprimidos. Así también el Dios
del Reino da contenido a la esperanza de los pobres de Yahveh.
b- Renunciar a sí mismo.
Dos son las condiciones que marcan a fuego el estilo de vida y el destino del que sigue a Jesús:
«Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que
me siga» (Mc 8,34). Renuncia a sí mismo y llevar la cruz son características propias del
discipulado cristiano.
La renuncia o el “negarse a sí mismo” (Mc 8,34: aparneómai heautou) para irse con Jesús es
relativizar y, muchas veces, abandonar las fidelidades que se profesan a personas (entre
ellos, la familia) o a ideales políticos (el “mesianismo nacionalista”) y religiosos (la
“religión doméstica”), realidades que conforman la red básica de la existencia de un judío
del siglo I. La razón es hacer de Jesús la fuente y el referente absoluto de la propia vida.
Quien “se niega a sí mismo” es aquel que renuncia a pensar «como los hombres» y, por aceptar
a Jesucristo, comienza a pensar como Dios (Mc 8,33). Pedro, que toma aparte a Jesús para
reprenderlo porque se dirige a Jerusalén, es modelo eximio en aquel momento de cómo
piensan los hombres. Pedro no quiere persecución ni muerte, sino dominio y triunfo: ¡Pedro
no quiere renunciar, sino poseer, al igual que Satanás!
“Negarse a sí mismo” es “re-negar” de lo de antes, porque frente a Cristo nada ni nadie tiene el
valor de camino, verdad y vida. Cuando el discípulo no reniega de sí mismo, puede terminar
-como Pedro- renegando del Señor (Mc 14,30: aparneómai).
El discípulo, al igual que el Maestro, tiene que hacerse Siervo de Yahveh y estar dispuesto a
cambiar los referentes vitales para afirmar la supremacía del Padre y su encargo.
c-
Cargar con la cruz.
La “cruz”, el símbolo más escandaloso del siglo I, es mencionada por Jesús para referirse al
destino que le espera a él y a su discípulo. “Cargar con la cruz” es asumir el rechazo y la
ignominia dispuesto incluso a morir en la cruz por el sentido que Cristo lo hizo: inmolando
la vida para que otros tengan vida.
Sin embargo, la expresión “llevar” o “cargar la cruz” no se refiere al momento de la muerte en
cruz, sino al camino hacia la ejecución, momento de escarnio y burla pública de Jesús. Se
refiere, pues, a la ignominia y los sufrimientos que hay que asumir por seguir el camino de
Jesús. Quien sigue a Jesús tiene que “llevar su cruz cada día” como un condenado a muerte,
184 Lc 9,51; 23,46; ver Jn 16,28: «Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo para regresar al Padre».
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
47
recibiendo -por ser de Cristo- la burla, el desprecio, el descrédito… y hasta la muerte si
fuera necesario.
Ahora bien, como ya se indicó, “cargar con la cruz” -según la Fuente Q185- se refería
originalmente a sobre llevar el conflicto y la marginación a causa de la ruptura con la
familia por seguir al Señor. Esta ruptura es para integrarse a una nueva familia con su
exigencia fundamental de obediencia y respeto, por sobre todos, al nuevo pater familias, el
Padre celestial186. Así lo expresa Lucas: «Si alguno quiere venir conmigo y no está
dispuesto a renunciar a su padre y a su madre… incluso a sí mismo, no puede ser mi
discípulo. El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo» (Lc
14,26-27).
La decisión de romper con la familia para seguir a Jesús era para aquellos hombres una
metafórica crucifixión social y religiosa, porque a la renuncia de la familia seguía la
hostilidad de la misma y la muerte (física o espiritual) del miembro considerado y tratado
como traidor. De aquí la necesidad de discernir si “la renuncia a sí mismo” y “llevar la cruz”
por el seguimiento se pueden vivir con fidelidad, porque de modo contrario es como si se
construyera una torre que luego no se puede terminar o se saliera a combatir con diez mil al
que ataca con veinte mil187.
Quien se entrega en fidelidad siempre, hasta cuando el Reino alcance su plenitud, recibirá
como recompensa la participación en la misma función del Hijo del hombre188.
d- Inmolar la vida por Jesús y el Reino.
Cuando a Jesús le advierten que Herodes lo busca para matarlo, afirma que seguirá igual su
viaje a Jerusalén, «porque es impensable que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc
13,31-33). Jesús tiene conciencia que como profeta verdadero vive su existencia como “proexistencia”, es decir, como comunicación del Padre y existencia donada para vida de
otros189. Por tanto, estilo y destino de vida de Jesús están marcados por la inmolación de
su vida y el amor oblativo al modo del Siervo de Yahveh190.
Jesús pide a sus discípulos que estén dispuestos a perder la vida por él y por el Reino, incluso
hasta la muerte: «El que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y
por la buena nueva, la salvará» (Mc 8,35). La existencia del discípulo, como la del Maestro,
se hace fecunda cuando entrega la vida hasta la muerte física para testimoniar lo absoluto
del Padre y su Reino.
Jesús recurre a dos metáforas para hablar a sus discípulos de una vida inmolada en beneficio de
los otros: «Beber el cáliz que yo voy a beber» y «bautizarse con el bautismo con que yo me
voy a bautizar» (Mc 10,38). Ambas indican que quien anuncia el Reino y lo hace como
Jesús debe estar dispuesto a aceptar el rechazo, el sufrimiento y la muerte con la convicción
de que el mismo Dios hará fecunda la entrega. Estas metáforas están dichas a las puertas de
la Jerusalén de la cruz hacia donde Jesús se dirige con sus asustados discípulos.
185
186
187
188
189
190
Ver Lc 14,26-27 // Mt 10,37-38.
Mc 3,20-21.31-35.
Lc 14,28-32.
Mt 19,27-30.
Cfr. RATZINGER, Jesús de Nazaret, 409; SCHÜRMANN, El destino de Jesús, 267-354; Documento de Síntesis, nº 97.
Is 53,4-6.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
48
Los aspectos que hemos considerado y que marcan el estilo de vida del cristiano no tienen razón de
ser en sí mismos:
a- La itinerancia física es para testimoniar y anunciar el Reino a todos como soberanía
paterno/materna en el mundo presente del Padre de Jesucristo. La itinerancia física tras
Jesús se transforma para el discípulo de hoy en signo discipular o itinerancia espiritual que
consiste en la conversión permanente para ser mejor hijo y miembro de su familia y para un
anuncio del Reino cada vez más «performativo»191.
b- La renuncia a sí mismo y llevar la cruz es “por mí y el evangelio” dice Jesús, con el propósito
de generar aquellas motivaciones y conductas que hacen posible la vinculación vital con el
Mesías y permiten testimoniarlo como Salvador. Para aprehender la Vida (Jesús) hay que
despojarse de “este mundo” que no reconoció al Mesías y que lo persiguió hasta su muerte
en cruz.
c-
La inmolación de la vida no es sólo para alcanzar la vida plena y eterna, que el Padre por su
Hijo ya en germen ofrece en esta tierra, sino también -como se indica en la literatura
paulina- para completar lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de todos192. Este
estilo de vida es siempre evangélicamente fecundo.
También descubrimos el estilo de vida que Jesús inculca a sus discípulos en acciones con
connotación pública que no se ajustan al sistema socio-religioso vigente, por lo que provocan escándalo y
controversia. Entre éstas se cuentan: comer con publicanos y pecadores, su aparente falta de respeto hacia
prácticas de culto (ayuno, sábado, ritos de pureza, pago de diezmos…) y hacia lugares de culto (Templo),
arrogarse autoridad para perdonar pecados, tocar a gente impura y dejar que lo toquen, incluso
prostitutas…, todas conductas sancionadas por la Ley y las costumbres de Israel. Incluso, muchas de sus
parábolas, manifiestan -por un lado- la tensión entre la religión como se practicaba entonces y las
costumbres que imponía la cultura del siglo I, y -por otro- los valores que el Reino exigía a quien se hacía
discípulo del Reino, contraviniendo costumbres y disposiciones legales.
Debido a estos comportamientos social y religiosamente desadaptados, Jesús era objeto de variados
insultos como identificarlo con “Belcebú” o llamarlo “samaritano”193 o deslizar la ofensa gravísima de
“eunuco” o tildarlo de “comilón y borracho” y “amigo de pecadores”194, estigmas sociales que buscaban
denigrarlo en el conciente religioso de los israelitas. Un hombre así, ¿puede ser enviado de Dios?, ¿puede
sustentar seriamente su pretensión de ser “el mesías” del Dios santo de Israel?
Los discípulos de Jesús pronto socializan el estilo de vida de su Maestro: comen en día sábado, se
juntan con pecadores, tocan enfermos, no ayunan cuando deben hacerlo... También ellos, como su Maestro,
serán perseguidos por contradecir la pureza ritual (confundida con “la santidad”) a la que Dios llama a su
pueblo. Incluso en esto, Maestro y discípulos comparten la vida, convirtiéndose en signos de la presencia
soberana y liberadora del Padre celestial y de su opción preferencial por pecadores y marginados. En el
origen, los discípulos no deben haber entendido que con dicho comportamiento Jesús encarnaba profética y
carismáticamente la novedad del reinado de Dios, es decir, que su conducta escenificaba la soberanía
191 «Esto significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación
que comporta hechos y cambia la vida», BENEDICTO XVI, Spes salvi, nº 2.
192 Col 1,24.
193 Mc 3,22; Jn 8,48.
194 Mt 19,12; Lc 7,34.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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salvífica de Dios como Padre ofrecida a todos, aunque de modo preferente a pobres y pecadores. Después
de Pentecostés, los discípulos accederán a la lectura verdadera no sólo de su enseñanza, sino también del
comportamiento “desadaptado” de Jesús.
2.4-
Llevar a cabo adhesiones vitales
Sólo el amor de Jesús hace posible las rupturas para llevar a cabo las adhesiones vitales que él
exige a los que llama a seguirlo. Dos de estas rupturas, cuando se oponen a su camino, son con la Tôrāh o
la Ley mosaica y con la familia.
En el primer caso, Mateo, que tiene por destinatarios a cristianos que vienen del mundo judío,
mitiga la perspectiva y presenta a Jesús como plenitud de la Ley195. De todas formas, ni para Mateo ni
para los otros evangelistas, Jesús no desprecia el papel de la Ley en la vida de su pueblo y -sin dudaaprecia no sólo a su propia familia, sino la institución familiar como voluntad de Dios y a cada uno de sus
miembros, particularmente la mujer y los niños196. Es difícil pensar que la gran muchedumbre, compuesta
mayoritariamente por judíos, hubiera seguido a Jesús si éste promoviera la ruptura porque sí con la Ley y la
familia.
La renuncia que exigía Jesús es por conflictos graves de intereses dada la imposibilidad de servir a
dos señores.
Por tanto, cuando hablamos de ruptura con la Ley y la familia es en el entendido de que hay
conflictos de fidelidades irreconciliables entre la propuesta de Jesús y las exigencias que impone la Ley
mosaica (mal entendida) y la familia judía o gentil; estas experiencias de rupturas por causa de Cristo no
debían ser pocas en la Palestina del siglo I197. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no siempre que
había una conversión había conflictos de fidelidades, puesto que tampoco era raro que a la conversión del
jefe de hogar siguiera la de toda la familia198. Incluso hay testimonios en el mundo no judío que cuando
marido y mujer, uno cristiano y el otro no, aceptaban vivir juntos y en paz no se rompía la unidad conyugal
ni familiar199.
Estas y otras rupturas son evangélicamente posibles por la certeza de ser elegido y amado por Jesús.
La vinculación con el Señor le permite al discípulo vivir su adhesión al Resucitado como plenitud de la
voluntad de Dios, perfeccionando así la Ley mosaica, y como plenitud de comunión con Dios,
perfeccionando así la unión que proviene de “la sangre” o con los parientes. El modelo es Jesús mismo
que, por el Reino, se enfrenta a sus parientes que dicen que está trastornado y no creen en él. Cuando
adolescente, Jesús ya había confesado que la preocupación filial por las cosas de su Padre celestial
constituye la razón de su vida200.
La ruptura con la familia por el Reino tiene consecuencias existenciales, pues es ruptura con “la
sangre”, con los de mi misma sangre201. Si se tiene en cuenta que -según la mentalidad del siglo I- la vida
está en la sangre, abandonar la familia corresponde a un suicidio social y personal. Dejar la familia es “desangrarse”, esto es, renegar de la “sangre familiar” que me hace de “esta familia” y me vincula a su
historia, a sus antepasados y tradiciones, dándome un status socio-económico en el medio en el que vivo
195
196
197
198
199
200
201
Mt 5,17-19.12.
Mc 10,1-16; Lc 2,51; 11,11-13.
Lc 12,51-53.
Hch 11,14; 16,15.31; 18,8.
Ver 1 Cor 7,12-14.
Lc 2,48-49.
Lc 14,26.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
50
imprescindible para una sana y próspera vida social. Dejar la familia es perder referencias vitales: la
identidad personal y social que provenía de la familia y no del individuo (personalidad diádica), el honor,
la estabilidad laboral y la seguridad material, y -en muchos casos- la fecundidad y la descendencia.
Esta ruptura -encarnada por figuras proféticas y apocalípticas- es para muchos del siglo I la piedra
de tope en el seguimiento de Jesús: sólo quien rompía con los suyos cuando se oponían a Jesús podía ser su
discípulo202. El abandono de la Ley o la familia desencadenaba de inmediato una virulenta persecución
por parte de judíos piadosos y de los parientes (que debían salvaguardar su honor de “judíos justos”,
cumplidores de la Ley), haciéndose así realidad la palabra de Dios por el profeta Miqueas: «No se fíen del
prójimo…, ten cuidado de lo que hablas…, porque el hijo desprecia al padre, la hija se alza contra su
madre, la nuera contra su suegra. ¡Sus propios parientes se convierten en enemigos!» (Miq 7,1-7). Esta era
la pesada cruz que debía cargar el discípulo de Jesús203.
El hecho de que estas rupturas sean por Jesús y por el evangelio nos indica que se realizan en razón
de una nueva adhesión vital: la persona de Jesús, su misión y su comunidad. La adhesión a él es fuente de
conocimiento del querer Dios que hay que proclamar. La adhesión a los suyos es integración a una familia
subrogada que se genera por la acogida de Jesús, Mesías e Hijo del Padre, y de su escucha atenta y
obediente. El Padre de Jesús es ahora el Padre de esta gran familia y de cada uno de sus miembros.
Por tanto, la propuesta de Jesús es cambiar los referentes vitales, no a vivir sin Ley ni familia. La
aceptación de corazón de estos nuevos referentes es lo que hace “ser de los suyos”, pues otorga una nueva
identidad (hijos e hijas de Dios), sustenta el honor en la santificación del Padre y hace posible la fraternidad
y la fecundidad (tanto casados como solteros) al modo del célibe Jesús.
2.5-
Hacerse de “los suyos” o de “su familia”
El mayor signo de la victoria de Jesús sobre el individualismo y la división, después de su muerte,
es la permanencia de sus discípulos como comunidad del Resucitado.
Para el cristiano de antes como para el de hoy, la opción por Jesús implica necesariamente la opción
por pertenecer a esta comunidad. No se puede ser discípulo fuera de la comunidad escatológica de
servidores y testigos fundada por Jesús.
En el Nuevo Testamento, aunque sólo una vez, se emplea el sustantivo griego symmathētēs o
«condiscípulo» (Jn 11,16), para indicar así la conciencia de ser todos por igual “de Jesús”. Hacerse
discípulo de Jesús, por tanto, es hacerse discípulos-con-otros de Jesucristo, formando parte de un mismo
rebaño conducido por un mismo Pastor y alimentados con una misma vida.
Por tanto, la opción del discípulo por Jesús es también opción por la familia de Jesús, por
incorporarse a los que llevan por nombre “cristianos”, a aquellos que han sido hechos en y por Cristo nueva
criatura204, enviados a prolongar en el mundo la misión de Cristo. Se entiende que la formación del
discípulo, la que tiene lugar en el seno de esta nueva comunidad, sea sobre todo formación a “ser de los
suyos” para “ser su testigo”. En realidad no hay opción por Jesús sin la opción por la familia de Jesús, que
no sólo es compromiso de pertenecer a ella, sino también de vivir el peculiar carácter comunitario de la
adhesión a Jesús. La Iglesia en cuanto comunidad de vida y gracia no es una realidad ajena al discipulado,
aún más, éste es radicalmente comunitario.
202 Lc 9,59-62; 18,28-30.
203 Mt 10,34-39 que cita Miq 7,6.
204 Ver Hch 11,26 y 2 Cor 5,17.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
51
Cuando Jesús llama a los primeros discípulos los “hace cuerpo”: «Los hizo Doce», se lee en el texto
griego del Nuevo Testamento205. Para hacerlos la comunidad escatológica, dedica tiempo y energía,
enseñándoles a no pelearse ni tener envidias, a corregirse fraternalmente y a perdonar, a vencer los temores,
las dudas y a confiar en Dios, a superar las divisiones, a hacerse servidores unos de otros, a plantearse los
acontecimientos desde los caminos de Dios, a rechazar la ira y la violencia206.
Hay valores como el servicio, el respeto mutuo, el no pretender otro lugar que el que corresponde,
el perdón, el sacrificio por el grupo posponiendo el interés individual y la lealtad a toda prueba, propios de
las relaciones de parentesco en una familia sanguínea. Esto indica que la intención de Jesús es formar a los
suyos como verdadera familia de parientes que favorezcan -por un lado- las relaciones de fraternidad y por otro- la confianza filial en el Padre celestial y su santificación, realizando su voluntad. Para esto, Jesús
traspasa las fronteras de “la sangre” y estructura su comunidad escatológica en virtud de la fe y del amor, la
hace posible y fecunda por su Misterio pascual y el don del Espíritu y le encarga los valores del Reino
como signos de la presencia real y eficaz de Dios en cuanto Padre de todos.
Quien se vincula a Jesús pasa a integrar esta familia de Jesús como familia sustitutiva de la
sanguínea. Dicho de otro modo: no pertenece a la intención de Jesús la vida en comunión con su discípulo
al margen de la comunión de éste con aquellos otros condiscípulos que participan de la misma vida del
Resucitado y del mismo don del Espíritu.
V-
«¡Gracias Padre por dar a conocer estas cosas a los pequeños!»: momento de
revelación
1-
Las “pasiones” del Mesías
La revelación de Jesús no es la de un académico que inculca ideas y teorías a alumnos que lo
escuchan atentamente, buscando aprender. La existencia histórica de Jesús con sus relaciones, sus
enseñanzas y gestos públicos y privados (dirigirse a los suyos, mirar, tocar, reírse…) revelan tres
fundamentales realidades que explican su vida: el Padre, el encargo o Reino del Padre, y el hombre y su
felicidad o salvación207. Estas tres realidades, reveladas con tal ardor en la vida histórica de Jesús Mesías
(por eso “pasiones”), movilizan su existencia y lo impulsan en su misión: ¡son la razón de su ser y de su
quehacer en medio de los hombres!
No se trata de revelaciones o “pasiones del Mesías” desconectadas unas de otras, sino íntimamente
unidas, complementarias e interdependientes. La pasión por su Padre lo lleva a asumir su encargo (el
Reino) como Hijo fiel y obediente, encargo que consiste en la donación de su propia vida para dar vida
nueva a los hombres. El Padre es quien aporta la plenitud de sentido para su vida.
Estas pasiones tienen una doble fuente: por su condición de Hijo de hombre, una profunda y
personal experiencia religiosa en sintonía con la historia de salvación del pueblo de Dios, y por su
condición de Hijo de Dios, el conocimiento perfecto de su Padre celestial y la experiencia única de su
amor.
Antes de profundizar en la pasión por el Padre, describamos cómo los discípulos accedieron al
conocimiento de estas pasiones del Mesías.
205 Mc 3,14 que emplea el verbo poiéō: “hacer, causar, efectuar, crear, establecer”.
206 Mc 10,43-45; Mt 8,26; 18,15-17.21-35; 20,24; Lc 9,54-55; 12,4-7.54-57.
207 Al respecto, el «Tomo III: Compañeros y competidores» de MEIER, Un judío marginal; cfr. GUIJARRO: «Seguidores de Jesús y
oyentes de la Palabra» en SILVA, GUIJARRO y AGUIRRE, Kērigma, discipulado y misión, 68-70.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
52
Jesús revela a Dios mediante su vida y mediante el sentido que le da a su muerte. Frente a su vida,
Marcos, exagerando un poco, nos informa que los discípulos de Jesús poco y nada comprendían de él208.
Frente a la muerte de Jesús, Lucas es detallista al describirnos la situación anímica de los discípulos
después de la sepultura del Maestro209. ¿Por qué los discípulos no se desbandan con la muerte del líder?
Los seguidores de otros líderes es lo primero que han hecho210. La admiración intensa por Jesús les hace
perseverar en una secreta esperanza: fue tan excepcional su paso por este mundo que las cosas no pueden
terminar así. Pero el tiempo y el miedo deshacen cualquier esperanza sustentada sólo en la admiración.
Será la relectura de las promesas mesiánicas contenidas en las Sagradas Escrituras, las apariciones del
Resucitado y el mandato de permanecer en Jerusalén (según Lucas) esperando el don del Espíritu, lo que
los mantendrá unidos y expectantes.
Pentecostés fue el acontecimiento salvífico que re-dimensionó todo según el plan de Dios. La
venida del Espíritu es don divino para crecimiento y unidad de los suyos, para conocimiento pleno de Jesús
por la comprensión íntegra de la Escritura y para testimoniar la Buena Nueva211. Enfrentados a la tarea de
anunciar a Jesucristo a judíos y gentiles, los discípulos re-leen o re-significan la existencia de Jesús, tanto
su vida como su muerte y su misión.
Entonces alcanzan la verdad completa que, por su obstinada incomprensión, no habían logrado: que
toda la vida de Jesús es manifestación del encargo de Dios, su Padre, de hacer presente su Reino en cuanto
Padre, para salvación de todos los hombres. Descubren también que si Jesús vivió por esto, murió también
por esto. Su muerte, pues, se explica por su pasión por el Padre y su encargo, y dicha donación es vida
nueva para quien lo acepta por la fe y el bautismo.
Por tanto, parece bastante claro que los discípulos no accedieron de modo inmediato, apenas se
vinculaban al Jesús histórico, a la comprensión de la revelación o “pasiones del Mesías”. No bastaba verlo
y escucharlo, quizás sí para intuir dichas pasiones, pero no para alcanzar el conocimiento pleno de ellas.
Sin el Misterio Pascual, sin las apariciones del Resucitado ni Pentecostés era imposible. El conocimiento y
la adhesión a la revelación o “pasiones del Mesías” es siempre don del Padre.
2-
Pasión por el Padre
Jesús de Nazaret -como Hijo de hombre y en virtud de la “ley de la encarnación”- nutre su
experiencia religiosa de sus contextos vitales. Jesús, hijo de judíos, entre los 6 y los 12 años, educado por
sus padres y el “encargado” de la sinagoga de Nazaret, aprende a memorizar diversos fragmentos de la
Escritura acerca de la historia religiosa de su pueblo. Conoce así que Yahveh, Dios Creador y Redentor,
escogió a Israel de entre todos los pueblos de la tierra haciéndolo su pueblo y haciéndose para él su Dios
(alianza). También, en el seno de su familia, le enseñaron las gestas de Yahveh en favor de Israel, a respetar
y conocer a Dios, a practicar su voluntad (los mandamientos) y vivir acciones cultuales que caracterizan la
religión del pueblo de Dios: la celebración de la cena pascual, la limosna, la oración212 y el ayuno. Por sus
padres, particularmente por boca de José, su padre adoptivo, aprende a “ser pueblo de Dios” y, con ello, el
valor del otro como “prójimo” y la atención a los más desfavorecidos (pobres, extranjeros, viudas y niños).
Luego, ya adulto, es probable que su primera intuición religiosa extra-familiar esté relacionada con
la figura y la predicación de Juan Bautista a quien seguramente respetaba y admiraba. De hecho, tal profeta
208
209
210
211
212
Mc 4,13; 6,52; 7,18-19; 8,17.21; 9,32.
Lc 24,19-24.
Hch 5,36-37.
Ver Jn 16,13; Hch 1,8; 2,41; 28,23; 1 Cor 15,3-4.
Las Dieciocho bendiciones y el Shemá.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
53
no dejaba indiferente a nadie, pues aparecía ante sus contemporáneos como un hombre santo por su forma
de vestir, su alimentación, su predicación y su misión de bautizar. Anunciaba el juicio inminente de
Yahveh sobre su pueblo, por lo que pedía la conversión y el reconocimiento público de los pecados.
Sin embargo, esta experiencia religiosa no fue totalizante ni movilizante para Jesús, puesto que al
final casi nada de esto explica el sentido de su vida y de su muerte violenta. Jesús entiende que el proyecto
de Dios para él no es continuar la misión del Bautista.
Ya en Galilea, Jesús se desmarca de tal modo de Juan que entre su misión y la del Precursor hay un
cambio radical de carácter cualitativo, el cambio entre la misión de Juan en el desierto, al sur del país, y la
de Jesús en las aldeas de la «Galilea de los paganos», al norte del país; el cambio entre el precursor y el
Mesías, es decir, entre la Ley y los Profetas, y la actualidad de la Buena Nueva; entre los bautismos rituales
de Juan preparando el ingreso al Israel purificado, y las curaciones de enfermos y expulsión de demonios
de Jesús como signos potentes del Reino; entre el tiempo de la promesa y preparación y el tiempo de
realización del Reino de Dios rico en vida y misericordia213.
La estrategia misionera también cambia: ya no hay que ir a un solo lugar, como con el Bautista,
sino que -a diferencia de éste- Jesús se vuelve itinerante, yendo a aldeas y pueblos donde vive la gente.
Ahora el signo de ingreso en el nuevo pueblo de Dios ya no es el bautismo de penitencia, sino la adhesión
al Mesías y al Reino que él inaugura. A la proclamación de la penitencia y del arrepentimiento por los
pecados, y a la figura ascética de Juan, sigue Jesús con la proclamación de la vida y la misericordia de
Dios, razón por la que representa el Reino mediante banquetes celebrativos y alegres. El mismo Dios se
está regalando a su pueblo: ¡por esto la fiesta!214.
En Jesús de Nazaret hay algo del todo original: su experiencia de amor y sumisión filial al Padre
celestial y el don de su Espíritu que lo hace “ungido” o “mesías”. Ungido con el Espíritu para derrotar a
Satanás y su dominio sobre Israel y la humanidad. Esta vocación de “Mesías” y la misión de que Dios, su
Padre, reine como nuestro Padre es la experiencia religiosa fundante de la existencia y misión de Jesús de
Nazaret.
El relato del bautismo de Jesús, relato de unción, está en estrecha conexión con el relato de la
tentación en el desierto, relato de misión. Ambos relatos constituyen para los discípulos la revelación de la
identidad y encargo de Jesús, por lo que a su Maestro lo perciben como a los grandes hombres de Dios de
la historia de la salvación, quienes tienen la experiencia íntima de ser tomados o separados del pueblo
(elegidos), para ser transformados en mediadores del mensaje y la vida de Dios (ungidos) en favor de Israel
y la humanidad (enviados con un encargo).
La experiencia de la paternidad de Dios que Jesús vive tiene por fuente tanto su conciencia de Hijo
de Dios (filiación) como su historia terrena de verdadero Hijo de hombre ungido por el Espíritu
(encarnación).
En virtud de ambas fuentes, Jesús revela una nueva imagen de Dios no manifestada por los rabinos
de entonces, puesto que ni Moisés ni la Ley podían dar el conocimiento de Dios ni la comunión con él que
el Hijo primogénito les enseña a vivir a sus discípulos. Por lo mismo, Jesús es por sobre todo un maestro
espiritual, más aún, un mistagogo, porque lo que transmite no sólo “se aprende”, sino que “se aprehende”
dejándose seducir y atrapar por el Misterio de la mano de Jesús de Nazaret. Discípulo es aquel que vive en
comunión con el Dios de Jesucristo al modo de Jesucristo. El contenido de su ministerio público (anuncio
del Reino, su oración, la comunidad… sobre todo su muerte en cruz) es testimonio de su experiencia de la
paternidad de Dios, la que transmite a los suyos.
Jesucristo nos revela que su Padre es nuestro Padre, porque nos regala su vida por su Hijo
primogénito. El amor del Padre hecho visible y concreto en Jesús de Nazaret es el acontecimiento salvífico
213 Lc 16,16. Cfr. SILVA RETAMALES, Discípulo de Jesús y discipulado según la obra de san Lucas, 95-109.
214 Dicho cambio se ve en textos como Mc 2,18-22 y Lc 7,31-35.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
54
fundante que suscita enamorados y que genera una forma radicalmente nueva y subversiva de vivir lo de
todos los días.
Jesús nunca enseñó a sus discípulos a llamar a Dios “Yahveh”, “el Dios de mi padre” o de
“nuestros padres”, “el Altísimo”, “el Santo” o “el Santo de Israel”, “el Señor de los ejércitos”, traducido
muchas veces por “Señor todopoderoso”215…, todas fórmulas conocidas y consagradas en la religiosidad
judía. Jesús pide a sus discípulos que a su Dios lo llamen ’Abbá216, término arameo que significa “padre,
papito” y, que con ’immá (“mamá, mamita”), es la primera palabra que aprende un niño judío a pronunciar.
’Abbá pertenece al vocabulario de las relaciones familiares y cotidianas por lo que un judío de aquella
época jamás hubiera empleado un término tan coloquial para invocar a Yahveh, frente a cuyo poder y
santidad, incluso los hombres de Dios, se sentían morir. La novedad en boca de Jesús no está, pues, en la
invención del término, sino en su aplicación a “su Padre” porque es “nuestro ’Abbá”.
Considerando la relación paterno-filial en los pueblos del Mediterráneo del siglo I dC., el hijo
espera del padre el “pan”, palabra que engloba su responsabilidad en cuanto padre, puesto que si -como
colaborador de Dios- ha dado vida a un nuevo ser, tiene que darle seguridad y alimento, es decir, tiene que
cuidar esa vida217. No es lo único. También al padre le corresponde enseñarle a vivir con sentido a su hijo
en el medio socio-religioso en que la familia se desenvuelve, inculcándole las conductas adecuadas (según
el sexo) en las relaciones sociales y la práctica de la “religión doméstica”. En Israel, ésta consistía en la
transmisión de las gestas que Yahveh había obrado en favor de su pueblo218. Al padre le corresponde
también preparar al hijo para el matrimonio y para ganarse la vida con dignidad (oficio).
Por tanto, la tarea propia del padre del siglo I es la protección y sobre vivencia de su hijo, su
educación social y religiosa, la que se llevaba a cabo con gran severidad, su preparación al matrimonio y su
instrucción casi siempre en el mismo oficio del padre. La imitatio patris (“imitación del padre”) es el
objetivo fundamental de la educación del niño. Del hijo, en cambio, el padre espera respeto y sumisión,
disposiciones características de un niño judío para con su progenitor y, en general, para con todos los
mayores219. El bien principal que un hijo judío debe procurar a sus padres es el honor, la fama o el buen
nombre. Lo hace guardándoles en toda ocasión estima y respeto, cumpliendo su voluntad y haciéndose
cargo de ellos en su vejez220.
Jesús, en cuanto Hijo de hombre, además de las notas teológicas propias de su condición filial
divina, asume -en virtud de la ley de la encarnación- las características socio-culturales de la relación
padre-hijo del siglo I: es un Hijo del todo sumiso a la voluntad del Padre, que siempre actúa teniendo en
cuenta los planes e intereses de su Padre y, de este modo, lo honra o -que es lo mismo- “santifica su
nombre” 221. La comunión de Jesús con su Padre es tal, que el Hijo hace suyo todo lo del Padre, le parezca
o no222. Su punto de referencia es siempre y en toda circunstancia el Padre celestial y su voluntad. De aquí
las disposiciones fundamentales que sustentan y expresan dicha relación: confianza absoluta en el Padre,
entrega sin condiciones, diálogo frecuente con él, seguridad y gozo por contar con un Padre así.
215
216
217
218
219
220
221
222
Ex 3,14; 15,2; Is 5,19.24; 6,3: 28,22; Jr 7,3; Sal 97,9; 99,3.5.9.
Mc 14,36; ver Rm 8,15; Gál 4,6, donde la invocación aparece como aclamación bautismal obrada por el don del Espíritu.
Mt 6,25-26.
Como, por ejemplo, el éxodo, el Sinaí y el don de la Ley, la conquista y el don de la tierra… (Ex 12,26-27; Dt 6,20-25).
Eclo 30,1-13; para la imitatio patris ver 30,4.
Eclo 3,1-16; Ex 20,12; ver Col 3,20.
Lc 2,49; 11,2; Heb 10,5-7.
Mt 26,39.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
55
Ahora bien, sobre este trasfondo socio-cultural de la relación paterno-filial se destaca la
originalidad de la revelación de Jesucristo. Sus parábolas y acciones revelan que su Padre no se define por
su autoridad ni por cuidar de su honra o buen nombre, preocupación fundamental de un padre del siglo I.
Su Padre se define por su infinita capacidad de generar vida y por su gratuita misericordia que perdona sin
límites, acercándose a pecadores y marginados precisamente porque son tales. Este Padre ama sin exigir
nada a cambio, ni siquiera la conversión de la vida, pues su vida y perdón no tienen prerrequisitos: «¡Él nos
amó primero!» (1 Jn 4,19). La conversión será también una gracia divina que se fundamente en la
experiencia del amor del Padre. Por tanto, la autoridad y la honra del Padre de Jesús no está en el dominio
sobre sus hijos y su familia, sino en su capacidad sin límites de dar vida, amor y perdón223. Un buen hijo
es aquel que imita a este Padre.
La vida de Jesús, lo que hace y dice, revela las notas distintivas de su Padre: un Dios que se hace
nuestro Padre por la vida que regala y por la misericordia y el perdón que ofrece. Los rasgos que mejor lo
definen son su cercanía paterno/materna, cercanía cotidiana y preocupada, haciendo así presente -por su
Hijo primogénito- su amor de Padre que recrea y redime sin exigencia previa alguna. Se puede decir que
«la admisión en la esfera del dominio soberano de Dios se llevaba a cabo, para Jesús, bajo el signo de la ley
de la inclusión y del código de la gratuidad más incondicional, sin más razón que la siguiente: Dios rey está
hecho de este modo y se muestra tal en él»224.
Es evidente que esta imagen de Dios que Jesús revela cuestionaba la autoridad patriarcal centrada
en el dominio sobre los hijos y la mujer y, sobre todo, ponía en crisis la teología que transmitía la religión
popular de su tiempo (los fariseos), teología que oscilaba entre el Dios juez e inflexible dador de la Ley y el
Dios poderoso hacedor de portentos y dominador de las naciones, que viene a reinar sobre ellas225.
Si Jesús de Nazaret revela a Dios como Padre rico en vida, misericordia y perdón, la familia que
propicia (“su familia”) no puede si no ser una fraternidad abierta y solidaria. Su reinado como Padre hace
que todos estén llamados a ser familia de Dios, judíos o gentiles, varones o mujeres, ricos o pobres, sabios
o ignorantes… incluso los enemigos, quienes se convierte en hermanos por el perdón sincero226.
3-
Pasión por el encargo del Padre (el Reino)
La pasión por el Padre se convierte en Jesús -en perfecta continuidad- en pasión por su encargo:
proclamar el Reino de Dios en cuanto Padre misericordioso que perdona y todo lo llena de su vida227.
Toda la existencia de Jesús de Nazaret está al servicio de transmitirnos y hacernos partícipes su
experiencia de filiación. La revelación y comunicación de esa experiencia filial es el contenido del Reino.
La vida de Jesús, por tanto, todo lo que dijo e hizo está al servicio de la irrupción del señorío de Dios en
cuanto Padre, y él, su Hijo único y amado, intenta en las aldeas rurales de Galilea que las doce tribus
reconozcan y se abran a dicho don. De este modo, por todo su ministerio, el Reino acontece como
transmisión de su relación paterno-filial, modelo y fuente de relación esencial entre los que son de él y su
propio Padre.
Este encargo, objeto de su misión, Jesús lo asume con conciencia y autoridad mesiánica y en
obediencia filial hasta la muerte en cruz y, a partir del acontecimiento pascual, como fuente para quien
223
224
225
226
227
Lc 15,20.
BARBAGLIO, Jesús, hebreo de Galilea, 286.
Ver Jn 9,16.
Lc 6,27-36.
“Reino de Dios” es un nombre de acción, pues indica el ejercicio real del señorío de Dios en cuanto Padre, es decir, su reinado
que, a la luz de las dinastías del Medio Oriente Antiguo, implica un ámbito social, un pueblo sobre el cual se reina y un ámbito
geográfico donde habita dicho pueblo o grupo de gente.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
56
anhela la soberanía de Dios como Padre, generador de fraternidad e «indulgente con todas las cosas…,
amigo de la vida» (Sab 11,26).
El Antiguo Testamento abunda en confesiones respecto a la misericordia de Dios con su pueblo y
revela concretos gestos paterno-maternos de Dios con su hijo Israel. La esperanza de Israel en la antigua
alianza es que Dios pronto se convierta en Rey para cambiar la situación de opresión y desgracia de tantos
en el país por un estado permanente de justicia, paz y prosperidad228.
La buena noticia de la nueva alianza es que Dios misericordioso comienza a reinar como Padre en y
por su Hijo amado hecho uno de nosotros para manifestarnos el intenso y universal amor de Dios por
todos, particularmente por los enfermos, pecadores y oprimidos. La preocupación de Jesús por los
necesitados y el don de la vida nueva hace presente en medio de la gente una imagen original “del Dios”
del Reino: Dios quiere reinar como ’Abbá o Padre que por el don de su vida divina busca hacerse nuestro
Padre229. Como ya se indicó, el camino de tal revelación es la comunicación de la propia experiencia de
Jesús en cuanto Hijo y la preparación de Israel y, luego, la humanidad para aceptarla y vivirla.
Quizás por esto no existan en Jesús indicios de la teología clásica respecto a Dios en cuanto Rey de
Israel cuando proclama el Reino230.
Siguiendo el Antiguo Testamento, podemos sintetizar en tres aspectos lo que caracteriza a Dios
como rey:
a- Yahveh, como rey o señor único y magnífico, tiene palacio y trono, seres de fuego que lo
sirven, dioses sobre quienes domina y, posteriormente, con la confesión monoteísta, una
corte celestial y el reconocimiento universal de los pueblos. Este es el culto real y
verdadero. Lo que sucede en el Templo de Jerusalén es mera representación del honor que
los poderes celestiales le tributan a Yahveh en los cielos. A Dios-rey no le falta la dignidad
y magnificencia regia, al estilo de las cortes orientales. Israel jamás puede perder la
esperanza en este Dios de trascendencia y soberanía absoluta a pesar de la gravedad de sus
crisis históricas; aún más, si Israel sufre desgracia y opresiones es porque ha profanado su
santo nombre y no ha sido testigo ante los pueblos del esplendor de su realeza y de su
dominio soberano231.
b- Yahveh es un guerrero poderoso que vence a los idólatras (sus enemigos), a los pueblos
enemigos de Israel y el caos de la creación. Dios-rey pone su poder al servicio de la
liberación de su pueblo y de un lugar habitable donde viva su pueblo y el hombre232. Aquí
se sustenta la espera en una intervención definitiva de Dios que restaure este mundo creado
228
229
230
231
Os 11; Is 61,11; 66,13.
Mt 6,9.
Tal vez sólo Mt 5,35.
Ez 36,16-21. El feliz destino de los israelitas que temen a Dios y cumplen sus mandamientos se expresa en la literatura esenia,
Qumrán, del modo siguiente: «Tú serás como un ángel del rostro en la morada santa para la gloria del Dios de los Ejércitos…
Tú estarás alrededor sirviendo en el Templo del reino, compartiendo el lote con los ángeles de la faz y el consejo de la
comunidad… por el tiempo eterno y todos los períodos perpetuos… Te he hecho santo entre tu pueblo… consagrado para el
santo de los santos…», 1Q28b o 1QSb o Colección de bendiciones, 4,24-28. Texto en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán.
232 Ambos aspectos unidos literaria y teológicamente en el Deuteroisaías (Is 40-55): Dios es rey redentor y creador que, como
héroe o guerrero victorioso, soberano celeste y pastor del pueblo, precedido de mensajeros e instrumentos de su voluntad, trae
la liberación del pueblo exiliado en Babilonia y para ello pone toda la creación al servicio del nuevo éxodo de su pueblo a la
libertad.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
57
y haga a Israel partícipe de su soberanía, poniéndolo en el puesto que le corresponde en el
cosmos y en el concierto de las naciones.
c-
Yahveh es un juez justo que, por su sabiduría y poder, garantiza la justicia plena en su reino (su
pueblo y ámbito geográfico) para huérfanos, viudas y extranjeros, triada frecuente para
indicar a los más marginados en Israel. Dios-rey administra la justicia y procura la paz y la
prosperidad para quienes lo tienen por soberano. El anhelo de liberación de tantos
oprimidos en Israel se fundaba en la certeza de que Dios establecerá su soberanía actuando
con justicia y cambiando la suerte de los pobres.
Estos aspectos se traducen en títulos clásicos de la teología tradicional sobre la realeza de Dios que
Jesús nunca empleó. Él no habla de Dios como «Rey y Señor todopoderoso» (Is 6,5), «Rey de la gloria…,
héroe poderoso, héroe de las batallas» (Sal 24,8) y varios otros títulos. Por lo mismo, Jesús no insiste en la
soberanía de Dios sobre Israel por el conocimiento y el señorío de su voluntad233 ni en su dominio
universal y perenne sobre los otros pueblos ni sobre el cosmos. Tampoco, según Jesús, Dios tiene una corte
celestial que le tributa alabanzas mientras está sentado en su magnífico trono234 ni une el tema del juicio y
la justicia, propio del reinado de Dios y de su ungido235, a un cruel castigo de los pecadores y a la
santificación de su pueblo por quien vendrá la bendición para todas las naciones paganas236.
El culto en el Templo de Jerusalén en la época de Salomón quizás explique los orígenes de esta
teología israelita sobre la realeza de Dios. La primera función de esta teología fue seguramente justificar y
consolidar religiosa y políticamente la naciente monarquía, al estilo de los pueblos vecinos a Israel. Con el
tiempo adquirió tal fuerza que la destrucción del Templo no significó su desaparición, sino que se
reinterpretó a la luz de los nuevos condicionantes históricos del pueblo de Israel en crisis, convirtiéndose en
artículo de fe primordial en la época del exilio y del postexilio. Ya con el “segundo Templo”237, la
teología real se volvió unir a su dimensión cúltica. Y así llegó hasta Jesús y sus contemporáneos.
Poco y nada hay en Jesús de esta teología real. Según Jesús, Dios sí quiere reinar, pero no
ejerciendo un poderío de dominio y esplendor, sino su paternidad. Dios busca reinar como ’Abbá, por lo
que su soberanía es el dominio de su vida y amor en cuanto Padre, vida y amor que hace realidad por la
revelación de la experiencia filial de su Hijo que, al aceptarla, se convierte en fuente de comunión, perdón
y misericordia, recreando a la humanidad oprimida. Por tanto, cuando Jesús anuncia la llegada del Reino de
Dios, proclama que el Rey que llega tiene por nombre ’Abbá o “Padre”. Ambos aspectos (realeza y
paternidad-filiación), íntimamente imbricados, constituyen una única realidad en la propuesta de Jesús. Es
decir, Dios no puede si no reinar conforme a su identidad de Padre de todos y mediante su Hijo, razón por
la que Jesús pide a todo quien quiera entrar en el Reino fe, como adhesión íntima a él, y conversión de vida
para cumplir la voluntad de Dios en cuanto Padre238.
233 Sal 29,3-10; 96,10-13; 103,19-22. En la literatura esenia, en la Regla de la Guerra, después de que se describen las armas y la
disposición de los hijos de la luz (esenios) para la lucha, se afirma: «Pues la realeza pertenece al Dios de Israel y por los santos
de su pueblo obrará proezas», 1QM 6,6; ver 12,7-9. En un fragmento de la Regla de la Guerra encontrado en la gruta 4 se
afirma: «Para Dios es el reinado, y para su pueblo la salvación», 4Q491, frag. 11, col. II,17; cfr. 4Q521, Sobre la Resurrección,
frag. 2, col. II,7-8. Los textos en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán.
234 Sal 47,9; 93,1-2; 95,3; 96,4; 97,7-9; 102,16.
235 Sal 94,14-21; 98,9; 99,4. Al respecto, ver Mt 5,6.10; 6,33.
236 Gn 12,2-3; Sal 10,16; 29,11; 47,3-4; 97,2; 98,1-3; 102,13-14.19-23.
237 Época que va de su reconstrucción (Esdras y Nehemías) hasta su destrucción por los romanos (70 dC.).
238 Mc 1,14-15; Mt 7,21.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
58
Se entiende que a este Reino de Dios, anunciado e inaugurado por su Hijo y Mesías, estén invitados
sobre todo los carentes de vida, misericordia y perdón, los pobres, pecadores y condenados… todos
aquellos que la sociedad de Jesús no tiene por “hijos” ni “hermanos”.
Por la vinculación con el Hijo, en cuanto revelador de su vida de filiación y de la misericordia de su
Padre, se hace realidad la soberanía de Dios en cuanto padre-materno, poniendo en toda realidad, sea
humana o no, un dinamismo divino de transformación que busca su plenitud escatológica. De este modo, la
realidad que inaugura el Reino queda abierta, en el Hijo y por la acción del Espíritu, a la plenitud en Dios, a
su presencia trinitaria, a su poder y sabiduría, a su fuerza creadora y liberadora, no como realidad por venir
aún desconocida e increada, sino como despliegue creciente en perfección de la vocación profunda del
hombre y de la historia. La verdad del ser sólo se encuentra en su final escatológico y, por lo mismo, «su
entidad auténtica es precisamente la que le viene y asalta en el presente desde ese futuro de su plenitud
final»239. En palabras de BENEDICTO XVI: «La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia
arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente.
Este mirar hacia delante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo»240.
Por esto construir el Reino en este tiempo histórico, siempre en tensión escatológica, es disponer a
este ser humano y su mundo, su tiempo y acontecimientos para la plena soberanía de Dios Padre quien, por
la redención del Hijo y la acción del Espíritu, hace que el “todavía no” se transforme en “ya” definitivo.
Descrito así, el Reino no es un concepto, una doctrina o un programa, sino un acontecimiento de
carácter salvífico, relacional e inclusivo, siempre abierto a múltiples posibilidades, que desde el hoy y aquí
se despliega dinámicamente en perspectiva escatológica bajo los avatares de la historia y del pecado, como
semilla que busca tierra buena entre piedras o espinos para dar sus mejores frutos o trigo que crece en
medio de la cizaña, como lo sabemos por varias parábolas.
Ni Dios ni Jesucristo ni el Espíritu ni el mundo por sí mismos son, en sentido estricto, “Reino de
Dios”. Ésta es una realidad teológicamente complexiva, de sentido salvífico, relacional e inclusivo. El
Reino de Dios en cuanto revelación y aceptación de la experiencia filial del Hijo Jesús no se explica sin su
obediencia hasta la muerte, su resurrección y exaltación junto al Padre (misterio pascual) y sin la acción del
Espíritu que hacen realidad en este mundo la soberanía del perdón y de la vida de Dios en cuanto Padre.
Desde la perspectiva del discípulo misionero, al Reino no “se entra” sin la aceptación en este mundo de
Jesús de Nazaret en cuanto Hijo de Dios y del hombre, por quien Dios se hace Padre salvador de todos. El
Reino de Dios no es tal sin el misterio trinitario puesto como acontecimiento actual y salvífico en el
hombre y en el mundo y, por lo mismo, como fuente de dinamismos transformadores que todo lo pone en
dinamismo de plenitud escatológica
Desde este sentido salvífico, relacional e inclusivo se afirma que «Jesús es el Reino de Dios en
persona: el hombre en el cual Dios está en medio de nosotros y a través del cual podemos tocar a Dios,
acercarnos a Dios»241. A tal punto llegan a fundirse el Reino y la persona de Jesús «que la adhesión a uno
y a otro se entrecruzan»242. Para proclamar y hacer presente el Reino, Jesucristo se hace una familia, la
Iglesia, por lo que el Reino tampoco se puede separar de la Iglesia aunque siempre teniendo en cuenta que
la soberanía divina en el mundo no se restringe a los límites jurídicos e institucionales de esta familia.
El Reino es de inicio oculto, casi invisible, no aparece de forma espectacular, pero «ya está entre
ustedes» (Lc 17,21) y, porque es Reino “de Dios”, ya sea que el hombre duerma o vele siempre brota y
crece; sin embargo, necesita del corazón convertido, tierra buena para la semilla del Reino. Como se trata
239
240
241
242
VIDAL, Jesús el Galileo, 131.
BENEDICTO XVI, Spe salvi, nº 41.
BENEDICTO XVI: «Discurso a la Curia Romana», 22 de diciembre de 2006.
PUIG, Jesús. Una biografía, 356.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
59
del Reino de Dios en cuanto Padre que comunica la experiencia filial con su Hijo amado su aceptación
transforma las relaciones humanas, ubicándolas en un paradigma diverso de vivencia y convivencia: el de
la fraternidad en virtud del Hijo y, por lo mismo, del amor solidario, del perdón y del servicio mutuo entre
unos y otros. Es Reino que hay que pedir al Padre (Mt 6,10: «Venga tu Reino») porque, si bien es cierto
que tiene ya carácter presencial y real, social y creacional, es también escatológico en cuanto
acontecimiento salvífico que camina a su plenitud.
El carácter escatológico del Reino no significa que, en virtud de la plenitud a la que camina, no
necesite de la colaboración humana. Es cierto que todo está listo para que los frutos del Reino sean el
ciento por uno, por lo que la hoz está pronta para cosecharlos243, pero esos frutos no se producen sin
hacerse tierra buena para la semilla del Reino. Entrar en el Reino es don y tarea, mezcla de responsabilidad
y urgencia humana, de gracia y paciencia divina. Urge optar por el señorío de Dios en cuanto Padre de un
pueblo nuevo de hijos y hermanos que viven en un mundo y una sociedad que caminan a su plenitud. Y la
decisión pertenece al presente, a este tiempo, más aún cuando el Reino sufre violencia y «los violentos
pretenden apoderarse de él» (Mt 11,12).
Dispuesta la existencia como tierra buena para la semilla del Reino, el Padre manifiesta toda su
fuerza real y actual de vida y liberación, de solidaridad e inclusión devolviendo en plenitud impensable lo
que el ser humano había dilapidado con su pecado: el conocimiento y la comunión íntima con él, la
fraternidad y la aceptación de sí mismo244, y el señorío sobre las cosas mediante la aceptación del misterio
de su Hijo.
El Reino del Padre introduce en la existencia del discípulo, en el mundo y en la sociedad valores de
vida del todo nuevos. Si el Reino es “de Dios”, los valores del Reino serán aquellos que brotan de la
naturaleza de Dios, es decir, de su ser de Padre. Las bienaventuranzas (Mt 5,3-13), que encabezan el
“Sermón del monte” (Mt 5-7), son las que mejor revelan los valores alternativos del Reino que los
discípulos tienen que vivir y testimoniar.
Leemos las bienaventuranzas como exigencias de la identidad de Dios revelada en la historia de la
salvación y como valores de “ese Dios” para todos aquellos que aceptan vivir en y por el Hijo la soberanía
de la paternidad divina que Jesucristo hace posible:
- El discípulo debe encarnar el valor de la pobreza (Mt 5,3)245, porque en la vinculación o
comunión íntima de amistad y fraternidad con Jesucristo descubre que su Padre es “el
absoluto”, creador de todo y providente, pues todos los bienes le pertenecen y los reparte a
buenos y malos246. Él mismo, por tanto, se encarga de darle a los suyos el pan de cada
día247, y él mismo es la máxima riqueza del discípulo, quien empleará los medios
materiales (riquezas, dinero, haciendas…) para servicio de los demás.
Entrar de su Reino o ámbito de soberanía paterna no es optar por el dominio y la acumulación de
riquezas, haciendo de los medios “fines absolutos” con la dinámica que ello crea, como lo
atestigua la reflexión del hombre opulento: «Ya sé lo que haré; derribaré mis graneros,
construiré otros más grandes, almacenaré en ellos todas mis cosechas y mis bienes, y me
diré: “Ahora ya tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y
diviértete”» (Lc 12,18-19).
243
244
245
246
247
Mt 9,37-38; Ap 14,15-16.
CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, nº 22.
Ver Lc 6,20.24.
Mt 6,25-34.
Mt 6,11.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
60
- El discípulo, en la comunión creciente con Jesucristo, descubre que su vida debe estar centrada
en el conocimiento y la práctica de la voluntad de su Padre248, incluso aceptando y, aún
más, alegrándose de sufrir persecuciones por Dios y su querer (Mt 5,10.11-12). Porque el
Padre de Jesucristo es santo y redentor, la comunión con él y la acepción de su proyecto
salvífico terminará siendo -según el proceder misterioso de Dios- un camino de felicidad y
liberación para pobres e insignificantes.
Dios ofrece la victoria al discípulo según los parámetros del Mesías, Siervo de Yahveh, no con
las categorías de los opresores y llenos de sí mismos249.
- El discípulo, por la vinculación con Jesucristo, prepara para su Padre un corazón puro que
destruye los ídolos (Mt 5,8) y hace posible una vida humilde (5,5), porque el Padre de
Jesucristo es el único y verdadero Señor de la historia y de la vida, el único quien merece
todo honor y gloria. El Señor dispersa a los de corazón soberbio y derriba a los poderosos,
haciendo grandes cosas en los de corazón puro y humilde250.
El ideal espiritual que hace posible la alianza en Israel es que Dios sea el único Dios y Salvador
a quien se ame con toda el alma, con todas las fuerzas… con todo el corazón251.
- El discípulo, que vive en comunión con Jesucristo, no rehuye la aflicción ni se desespera por los
sufrimientos, porque sabe que el Padre de Jesucristo es, desde la liberación de Egipto,
«padre de los huérfanos y defensor de las viudas», quien procura un hogar a afligidos e
indefensos (Sal 68,6-7) y se encarga de socorrer al justo sufriente. Dios mismo intervendrá
para consolarlo (Mt 5,4).
El discípulo, restituido por el consuelo divino, conforta a los que también sufren gracias al
consuelo que recibe de Dios. Así lo dice Pablo: «Él es el que nos conforta en todos nuestros
sufrimientos, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros
confortar a todos los que sufren» (2 Cor 1,4).
- El discípulo, por la vinculación íntima con Jesucristo, experimenta la misericordia y la paz de
Dios (Mt 5,7.9), porque el Padre de Jesucristo es «un Dios clemente y compasivo, paciente,
rico en misericordia y en fidelidad, que mantiene su amor eternamente» (Ex 34,6-7). Este
Dios bendice con la paz para siempre252, y lo hace mediante su “ungido rey” que llevará
por nombre «Príncipe de la paz» (Is 9,5). El perdón y la paz que el discípulo ofrece lo hace
objeto del amor redentor del Padre, merecedor del nombre de “hijo de Dios”253.
El Reino, en cuanto irrupción de la misericordia del Padre por revelación y participación en la
filiación del Hijo, abre a la consideración del otro desde el don que se recibe, es decir, desde
la misericordia y la paz que nos viene de Dios por Jesucristo. El Reino de Dios es el señorío
de los bienes de Dios que otorgan la paz mesiánica en horizonte de plenitud escatológica.
248 “Justicia” en Mateo es hacer o dar lo que corresponde a la santidad de Dios; de aquí la traducción en Mt 5,6; cfr. Biblia de
América.
249 A esto también apunta la sentencia de Jesús: «Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros», Mt 19,30.
250 Lc 1,48.51-52.
251 Dt 6,4-5; ver Mc 12,28-34.
252 Nm 6,26; Is 54,10.
253 Mt 5,9; 6,12.14-15.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
61
Los valores del Reino, que son los de las bienaventuranzas, tienen su razón de ser en la identidad
del Dios del Reino revelado en la historia de la salvación: porque el Padre de Jesucristo es Absoluto,
Creador y Providente, el discípulo opta por una vida pobre; porque es Santo y Redentor busca hacer
siempre su voluntad; porque es el único y verdadero Señor revestido de gloria, suscita un corazón puro y
una vida humilde; porque es Padre para pobres y afligidos, no rehuye los sufrimientos, y porque es Dios
rico en misericordia y paz, opta por la misericordia y construye la paz por lo que merece ser llamado “hijo
de Dios”.
4-
Pasión por el hombre y su salvación
Cada momento de la vida de Jesús y toda su vida en su conjunto sella la nueva alianza con el Padre
y dispone un nuevo pueblo para él. Este pueblo se hace tal por el amor gratuito del Padre que salva «en
virtud de la redención de Cristo Jesús» (Rm 5,19-26). La salvación ofrecida es la vida nueva de Dios que
hace al hombre creación nueva, partícipe de un Reino en donde no habrá más «muerte, ni llanto, ni dolor,
porque todo lo antiguo ha desaparecido» (Ap 21,1-5). La salvación «consiste en creer y acoger el misterio
del Padre y su amor, que se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu»254.
Pero esto, como se indicó, no lo entendieron de inmediato los discípulos, pues la primera lectura
que hicieron de su muerte en cruz fue la de una irremediable derrota de aquél que se autoproclamaba
“mesías”: «Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel y, sin embargo, ya hace tres días que
ocurrió esto» (su muerte en cruz; Lc 24,21). Ellos no habían sido capaces de comprender que en un hombre
como Jesús, radicalmente coherente, el sentido de su muerte está marcado por el sentido que le dio a su
vida255.
¿Cuál fue el sentido de su vida?
Todo aquel que se acercaba al Jesús histórico buscando vida (paz, curación, consuelo, el camino de
Dios…), encontraba lo que buscaba y superando siempre sus expectativas. Para algunos, Jesús era vida
cuando los curaba de su dolor físico y enfermedades, para otros cuando los resucitaba o expulsaba sus
demonios, para otro grupo cuando perdonaba sus pecados… Estas palabras y acciones autoritativas de
aquel que «pasó haciendo el bien… porque Dios estaba con él» (Hch 10,38) son “señales” de que Dios
mismo se ofrece redimiendo, liberándonos así de la incredulidad del mundo, de la oscuridad y del dominio
de los ídolos. Por esto, el encuentro con Jesús y la convivencia con él, no sólo otorgaban un bien, sino que
ponían la vida en una dimensión desconocida de comunión con Dios e integración al pueblo redimido de la
nueva alianza.
Si la existencia de Jesús es fuente inagotable de vida, su muerte no puede ser otra cosa que la
donación plena, en virtud de la obediencia del Hijo al Padre, de aquella misma y fecunda vida que Jesús
ofrecía en caminos y aldeas de Palestina para restituir de modo pleno la comunión con Dios y con el pueblo
de Dios. Para hacer de Dios el único Padre salvador, Jesús entrega en obediencia perfecta su vida de
Mesías e Hijo de Dios.
Si los discípulos que acompañaban a Jesús en Galilea no comprendieron el sentido de su vida,
menos el sentido de su muerte. Marcos, al respecto, no deja pasar momento para destacarlo.
Sin embargo, según se indicó, gracias a una nueva lectura de las promesas divinas contenidas en el
Antiguo Testamento, a las apariciones del Resucitado y al acontecimiento de Pentecostés, los discípulos resignifican los acontecimientos relativos a la vida histórica de Jesús, incluyendo su muerte y su resurrección.
254 JUAN PABLO II, Redemptoris missio, nº 12.
255 Mc 12,14. FERNÁNDEZ: «La muerte solo puede tener valor antropológico eminente cuando es culminación de la vida, entrega
radical de la libertad ejercida en todo el vivir», “Jesús y la salvación” en AAVV, Jesús de Nazaret. Perspectivas, 253.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
62
Si han tenido la experiencia de un Jesús que ofrecía la vida a todos, su muerte y resurrección les dio la
convicción de que no sólo daba algo de sí, sino que se daba todo él, para que todo «quien crea en él tenga
vida eterna» (Jn 3,15). Y, como ahora está ya resucitado, su vida donada es para los suyos y por siempre.
Éstos, pues, confiesan convencidos la victoria de la Vida sobre la muerte, de la Verdad sobre la mentira y
de la Gracia sobre el pecado, proclamando que sólo el Señor tiene «palabras que dan vida eterna» (6,68).
Porque el Hijo vivió el encargo de su Padre en obediencia filial y fiel a su voluntad, fruto de la
experiencia de su amor, Dios le concede un puesto y un nombre «que está por encima de todo nombre»,
para que todos reconozcan «que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Fil 2,9-11). Así, como se
indicó, la existencia misma de Jesús como “Señor” y “Salvador” exaltado junto a su Padre queda hecha
para siempre pro-existencia salvífica, es decir, existencia del Resucitado ofrecida para salvación del
mundo. La salvación es un don divino siempre presente y actual y, quien recibe a Cristo, «hoy» llega la
salvación a esa casa (Lc 19,9).
Porque «hoy» la salvación entra en su vida, el discípulo experimenta de inmediato que la
vinculación con Jesucristo, así como el sarmiento en la vid, es fuente de vida, es decir, real participación de
la Vida salida de las entrañas del Padre256. Esta vinculación con Jesús o la salvación en acto es comunión
en la vida divina paterna que confiere identidad nueva: Dios es “mi Padre” y “nuestro Padre”, y el mismo
acontecimiento divino que nos constituye “hijos” nos hace “hermanos”, realidades que se imbrican de tal
modo que no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos, ni se puede amar a éstos sin querer al
Padre257.
La segunda e imprescindible consecuencia de la vinculación con este Cristo es que «nos hace
participar de su ser “para todos”», haciendo que sea también nuestro modo de ser; vivir para este Cristo
significa «dejarse moldear en su “ser-para”»258. Solo entonces la vida en Cristo y por Cristo, el hombre
para los demás, genera vida.
Vida divina participada y amor de comunión con Dios y los otros son los componentes esenciales
de la salvación que el Padre ofrece por su Hijo y hace realidad por su Espíritu. Por esto los signos del
Reino son sanar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, expulsar demonios… y «si gratis lo han
recibido, entréguenlo también gratis (Mt 10,7-8).
¡Es momento de misión!
VI-
«Vayan y hagan discípulos a toda la gente»: momento de misión
1-
Metáforas de misión
El proceso histórico del discipulado, que pasa por diversas etapas (admiración y preguntas;
elección, opción y formación; revelación), queda incompleto si no asume la misión de Jesús como tarea
propia. La misión o encargo evangelizador es responsabilidad de los que Jesús ha vinculado a sí y que en la
convivencia con él aprenden a realizar. El evangelista Marcos lo expresa del modo siguiente: Jesús,
después de subir a la montaña, «llamó a los que él quiso y se acercaron a él. Designó entonces a Doce…
para que estuvieran con él y enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). La misión es el encargo de Jesús de hacer
que otros también sean sus discípulos, es decir, que otros también se vinculen a su Persona. Quien vive
como don y con alegría su vinculación con Jesús se transforma en testigo convincente de que sólo esa
vinculación es fuente de esperanza y vida eterna.
256 Jn 14,6; 10,10.
257 1 Jn 4,19-21.
258 BENEDICTO XVI, Spes salvi, nº 28.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
63
Las metáforas de misión que Jesús emplea sugieren el contenido de dicha misión: «Los haré
pescadores de hombres» (Mc 1,17), «obreros» o «jornaleros de la mies» (Mt 9,38), «pastores» del rebaño
(Mc 6,34), todos oficios conocidos y comunes en su tiempo259.
Jesús hace a sus discípulos pescadores para “sacar” o “arrebatar” a los hombres del dominio de Satanás y
hacerlos hijos de Dios, jornaleros para cosechar la mies que Dios hace crecer con su Palabra y su Gracia, y
pastores para ofrecer aquella enseñanza que al cansado y disperso rebaño de Dios lo haga “pueblo”. Con
estas imágenes, Jesús describe la finalidad de la misión, siempre en relación con la congregación y
liberación del pueblo de Dios disperso y oprimido.
Las dos primeras metáforas (“pescadores” y “jornaleros”) se dejaron de usar; la tercera (“pastores”)
se conservó, pero se entendió como oficio estable y no itinerante como lo era en las primeras generaciones
cristianas260. Las imágenes de la “pesca” y la de “jornalero de la mies” tienen fuertes connotaciones
escatológicas: la misión es urgente (“¡ahora!”), pues el Señor está ya por intervenir de modo definitivo en
la historia. ¡Apenas queda tiempo!
Las tres imágenes se entienden y viven como tareas temporales para este momento de la historia de
la salvación, siempre en perspectiva de crecimiento hacia la plenitud escatológica que anima el Espíritu del
Resucitado.
2-
Tipos de misión
2.1-
Dimensiones evangelizadoras de la Iglesia
La misión de vincular a todos a Jesús se realiza mediante tres dimensiones evangelizadoras de la
Iglesia:
a- Anunciar la Palabra.
En primer lugar, la predicación del kērigma o primer anuncio de fe a los no creyentes, para
suscitar la adhesión a Jesús (misión). Al kērigma sigue la formación en la fe del creyente
(catequesis). Forma parte del ministerio de la Palabra la reflexión de la fe y la
profundización en el misterio de Jesús (dogma) con sus incidencias en la vida de cada día
(moral).
Estas acciones propias del ministerio de la Palabra tienen por fuente las Sagradas Escrituras.
b- Celebrar la fe.
Esta dimensión de la Iglesia no sólo contempla la celebración de los sacramentos,
especialmente Bautismo y Eucaristía, sino también la vida de oración de los primeros
discípulos (liturgias), la que probablemente se inspiró en las formas sinagogales de
interpretar y orar las Escrituras.
En este ambiente se pusieron por escrito y se utilizaron muchos de los ciclos literarios que más
tarde formarían parte de los evangelios que hoy tenemos.
c-
Constituir y acompañar las comunidades.
259 Para estas metáforas de misión cfr. SILVA RETAMALES, Discípulos de Jesús. Relatos e imágenes de vocación y misión en la
Biblia, 103-164.
260 Hch 20,28; 1 Pe 5,1-4.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
64
Con los que se bautizan y creen en Cristo se constituyen pequeñas comunidades de vida
cristiana261, las que forman una iglesia local. Estas comunidades son grupos de hermanos
con una organización más institucional que carismática (así las comunidades judías de
Jerusalén) o más carismática que institucional (así varias comunidades gentiles de
inspiración paulina).
Entre los rasgos característicos de estas primeras comunidades se cuentan:
2.2-
la centralidad en la persona del Señor resucitado;
una clara identidad y sentido de pertenencia;
el sentido escatológico de la historia;
la solidaridad, y
el ardor misionero.
Evangelizar a judíos y gentiles
Estas dimensiones evangelizadoras de la Iglesia toman dos direcciones a la hora de realizar la
evangelización, ambas muy iluminadoras para replantear nuestra actual tarea de anunciar a Jesucristo.
Las dos direcciones se distinguen en razón de sus destinatarios, pues los primeros misioneros
pronto entienden que si uno mismo es el Evangelio, sin embargo, no pueden emplear la misma forma de
evangelizar a judíos o a gentiles o no judíos (griegos, romanos…)262.
La primera dirección tiene por destinatarios al mundo judío, a los miembros del pueblo de Dios,
primeros receptores de las promesas de Yahveh a Abraham, y fue llevada a cabo por cristianos que
procedían de dicho mundo, marcados fuertemente -por lo tanto- por el judaísmo de la época. Esta
concepción la representan Pedro y Santiago, y se centra en el testimonio de vida y la argumentación en
base a las Escrituras para convencer a los israelitas de que Jesús es el Mesías de Yahveh, invitándolos a
formar parte del nuevo Pueblo de Dios. También Pablo, un preparado ex-fariseo, es un buen representante
de esta dirección misionera en determinados momentos de su vida apostólica263.
La segunda dirección tiene por destinatario al mundo no judío y fue inicialmente llevada a cabo por
misioneros judíos abiertos a la mentalidad griega con la colaboración de los primeros gentiles convertidos a
Cristo. Esta segunda dirección la representa Pablo y el grupo de sus discípulos, sobre todo judíos que
proceden de ciudades gentiles o bien gentiles que han abrazado la fe. Ella se centra en el anuncio de la
Palabra de salvación, de la que procede la fe, y en la constitución de comunidades carismáticas, insertas
en su medio e intensamente misioneras.
2.3-
Primera dirección de la misión: “luz en el monte”
La primera forma de llevar a cabo la evangelización está marcada por la concepción israelita de
salvación, conforme se testimonia en las Sagradas Escrituras, y por el encargo de Jesús de anunciar la
Buena Nueva a Israel, el pueblo de la promesa.
Según el anuncio de los profetas, el tiempo escatológico del reinado de Dios se inicia con la
restauración de Israel como pueblo de su propiedad, tarea que lleva a cabo el Ungido davídico suscitado
261 Hch 1,5: «Unos ciento veinte» en total.
262 Para lo que sigue, cfr. AGUIRRE: «La primera evangelización» en SILVA, GUIJARRO y AGUIRRE, Kērigma, discipulado y misión,
95-141.
263 Hch 28,23-28.
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65
por Yahveh y que realiza a partir de la simiente santa de Abraham o “resto” de Israel264. Siempre según
los profetas, Dios reinará purificando al resto de Israel y quitando la maldad de esta tierra265. Lo hará
mediante una batalla escatológica contra sus enemigos y los de su pueblo, la que librará mediante su
Ungido. El resultado será un renovado pueblo de Dios que sea para siempre su pueblo y para el cual Dios
sea su único Señor, conforme el ideal expresado en la fórmula de alianza266.
Jesús de Nazaret es el Salvador que cumple estas promesas divinas. Él es quien instaura el Reino de
Dios convocando al resto santo de Israel (los “Doce”, los “discípulos”), iniciando así la batalla escatológica
contra el señorío de Satanás y los suyos sobre los israelitas y los demás pueblos267.
En el origen de llevar adelante esta misión se encuentra el mandato de Jesús a los Doce de ir sólo a
las aldeas de judíos a buscar a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel», proclamando que «llega el Reino
de los cielos» y exhortando a la conversión (Mt 10,5-7). Los signos que los Doce deben ofrecer para validar
la autenticidad del mensaje son: la expulsión de espíritus impuros, la curación de enfermos, la resurrección
de muertos y la comunidad de mesa con todos.
Los enviados eran casi siempre bien recibidos por la calidez humana y la hospitalidad de los
habitantes de las aldeas rurales del siglo I.
A los Doce y a los discípulos enviados en misión les corresponde testimoniar entre los israelitas
que son el nuevo Israel conquistado para Dios por la sangre del Cordero. El Reino aceptado por el nuevo
Israel es como el grano de mostaza que llega a ser un gran arbusto donde todos los pájaros del cielo (es
decir, “las naciones”) podrán anidar268. Israel está llamado a testimoniar la soberanía de Dios al modo
como una luz ilumina desde un monte269: todo Israel, salvado por el poder de su Dios, es la luz que
contemplan y el brillo que atrae a los pueblos a adorar al único Dios verdadero, el Dios que refleja su gloria
en Israel santificado. Entonces, cuando esto ocurra, «el Señor reinará sobre toda la tierra, y aquel día el
Señor será el único, y único será su nombre» (Zac 14,9).
Dicho en categorías religiosas de aquel tiempo, el nuevo Israel debe dar testimonio como nación de
su aceptación del Ungido de Yahveh (“religión oficial”), para que todos los pueblos de la tierra,
abandonando los dioses y la sumisión a ellos, conviertan esta nueva fe en su religión.
Dado el pluralismo religioso judío de antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70
dC., las comunidades judeo-cristianas pasaban con probabilidad como un movimiento más del vario pinto
judaísmo de la época. Serán principalmente las comunidades pagano-cristianas las que insistirán en aquella
identidad que las separa y margina del judaísmo.
2.4-
Segunda dirección de la misión: “levadura en la masa”
La segunda forma de llevar a cabo la evangelización tiene por centro el anuncio de la fe a los no
israelitas, sobre todo en ambientes urbanos, para constituir incisivas y misioneras comunidades cristianas.
Se predica la palabra de Cristo a los gentiles y, con los que creen, se forman pequeñas “iglesias
domésticas” que se reúnen en casas particulares270. Sus miembros no se desinteresan por el sistema
social urbano en el que viven ni se excluyan de él por abrazar una nueva fe, como lo hacen -por ejemplo264
265
266
267
268
269
270
Is 37,31-32; Jr 23,5-6; Miq 2,12-13; 5,6-7.
Miq 4,6-7; 7,18-20; Jr 50,20; Zac 3,8-9.
Zac 14 (una clara conciencia de esta batalla tienen los esenios de Qumrán según lo expresan en Regla de la Guerra); Jr 31,33.
Lc 10,17-20.
Mc 4,30-32.
Mt 5,14-16.
Rm 16,5; 1 Cor 1,2; Col 4,15.
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66
los esenios de Qumrán o algunas tendencias dentro de los fariseos. Al igual que en las comunidades judeocristianas, la fuerza de estas iglesias domésticas está en su apertura a la acción trinitaria y, para responder a
la coyuntura en que viven, su apertura a las mociones del Espíritu271.
El modelo es la delegación de Jesús a los setenta y dos discípulos enviados de dos en dos a las casas
de judíos y paganos por donde el Señor pensaba pasar272, envío distinto al de los Doce de dirigirse sólo a
las aldeas israelitas273. Al llegar a las casas, según la instrucción misional de Jesús, deben ofrecer la paz
mesiánica y compartir el alimento y la bebida con la familia274. La paz mesiánica es la plenitud de vida y
de relaciones, la felicidad concreta en todos los ámbitos, señal de la actualidad de la soberanía de Dios
sobre cada miembro de la familia. No se trata, pues, del típico saludo exigido por las normas de
hospitalidad. Paz mesiánica y mesa compartida, siempre con carácter inclusivo, son signos potentes de la
actualidad del Reino para judíos y no judíos.
Así como el enviado convive con la familia sin excluirse de la mesa familiar en razón de rígidas
normas alimenticias275 ni excluye a los de la casa de la comunión con Dios desde el momento que les
ofrece la paz, así las familias en razón de su nueva fe y transformadas en iglesia doméstica deben aprender
a convivir con todos allí donde estén, no excluyendo a nadie de la mesa y ofreciendo la paz a todos.
Quedan de este modo derribadas las barreras de la circuncisión y de la pureza o impureza.
Esta misión, llevada a cabo en las ciudades, presenta bastante más dificultades que aquella otra de
los Doce y misioneros itinerantes en las aldeas rurales israelitas. Los misioneros deben saber que son
enviados «como corderos en medio de lobos» (Lc 10,3.17-18). El juicio sobre quienes los rechazan tienen
que dejarlo en manos de Dios, pues no sólo ellos son los rechazados, sino Jesús y su Padre, quienes los
envían. De todos modos, quienes no los reciben, igual se enterarán de que está llegando el Reino de Dios.
Si empleamos categorías religiosas de aquel tiempo, Pablo evangeliza replicando la forma en que se
vive la religión doméstica o familiar, tan común en ciudades romanas y griegas de aquella época. El
resultado del modelo paulino es una especie de religión de familia extensa, puesto que mientras la religión
doméstica en las ciudades de entonces es propia del núcleo familiar sanguíneo dirigido por el jefe de hogar,
en las comunidades paulinas se vive la vinculación con Jesús en una fraternidad más bien pequeña
(familia) pero abierta (extensa), que no se reduce a los miembros de la misma sangre, dirigidas por un
apóstol o discípulo en comunión con el cuerpo apostólico.
Estas iglesias domésticas insertas en las ciudades de entonces, presentan varias notas distintivas:
- dan gran importancia a los carismas del Espíritu Santo;
- procuran una intensa vida de fe guiados por el apóstol, líder espiritual y principio de unidad
sacramental, doctrinal y moral;
- buscan la conversión de sus integrantes;
- son celosos de la unidad interna de la comunidad y combaten con energía la división;
- viven en solidaridad activa entre ellas, sobre todo en tiempos de crisis (persecución, hambres,
pestes…), y
271 Hch 13,1-3; 2 Cor 13,11-13.
272 Lc 10,1. “Setenta y dos”, quizás por el número de las naciones según LXX Gn 10. Se acentúa así en Lucas la universalidad del
envío.
273 Mt 10,5-6; Lc 9,1-6.
274 Lc 10,5.7.
275 Lc 10,8; Heb 13,9.
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67
- crean una verdadera red de comunidades que, insertas en cada ciudad, explicitan los valores del
Reino, los que testimonian como valores alternativos a los del sistema socio-cultural donde
residen.
Por esta forma de ser y vivir, todo lo llenan de Cristo: familia, política, economía, trabajo… De este
modo, estas comunidades se transforman en fermento de evangelización en medio de su sociedad al modo
como la levadura en la masa276, metáfora que describe muy bien esta dirección que asume la
evangelización del mundo urbano greco-romano.
3-
Destinatarios de la misión
Si tomamos el evangelio de san Marcos y nos fijamos cómo Jesús va revelando su misterio de
Mesías e Hijo de Dios, podemos determinar los destinatarios de la misión y las razones de por qué Jesús
procede de esa manera.
Si las promesas de Dios son para Israel, los destinatarios primeros del anuncio del reinado de Dios
son los israelitas en cuanto pueblo elegido por él. El primer milagro de Jesús, según Marcos, es en la
sinagoga de Cafarnaún con un auditorio judío. Continuará su ministerio público dirigiendo su mensaje
sobre todo a los israelitas que habitan Galilea. La reacción de los dirigentes del pueblo de Dios es acusar a
Jesús de estar endemoniado, lo que explicaría su enseñanza distorsionada, su poder de expulsar demonios y
sus conductas desviadas respecto a la Ley y costumbres de Israel como, por ejemplo, comer con pecadores
y entrar en contacto con leprosos.
Luego de este fracaso, Jesús concentra su quehacer evangelizador -siempre en ámbito israelita- en
los que se supone que lo van a aceptar con facilidad, pues lo conocen desde siempre: sus parientes y
paisanos. Al igual que antes, surge la controversia respecto a por qué Jesús enseña como lo hace, cura
enfermos y expulsa demonios cuando en realidad es uno más de ellos. Por tanto, si no es profeta como
piensa mucha gente ni rey como quieren aclamarlo, ¿de dónde tanta sabiduría y poder? Paisanos y parientes
no tienen razones que sustenten su adhesión de fe, y su incredulidad aumenta más y más277.
Jesús sella el rechazo de estos grupos (dirigentes de Israel y parientes) citando al profeta Isaías, cita
a la que luego los misioneros acudirán con frecuencia para indicar que el rechazo de muchos estaba
previsto por Dios: tan cerrado tienen oídos y ojos a la revelación de Dios, que por más que oyen no
escuchan, y por más que miran no ven278.
Tal es el rechazo, por un lado, de dirigentes y muchos judíos y, por otro, de parientes y conocidos
que Jesús parece quedarse sin destinatarios.
Sin embargo, Jesús hace de esta crisis un momento propicio de salvación (kairós) para abrir el
anuncio a todos los hombres y mujeres, conforme al proyecto de Dios de salvar a todos. Si el anuncio del
Reino es para Israel, no es sólo para los de raza israelita (los hijos de Abraham), y si el anuncio es para sus
familiares y conocidos, no es sólo para los de su misma sangre (parientes), porque al Reino no se entra ni
por la raza ni por la consanguinidad, sino por la fe en el Mesías y la conversión de vida.
Jesús llama a todos a vincularse con él: al pueblo de Israel y a los gentiles, a hombres justos que
cumplen los mandamientos como el joven rico, pero también -y sobre todo- a pecadores y publicanos como
Leví y Zaqueo, y a muchos marginados de entonces, entre los que hay que contar enfermos y
endemoniados, niños y mujeres.
276 Lc 13,20-21.
277 Mc 6,1-6.
278 Is 6,9-10 citado en Mc 4,12; ver Hch 28,24-28.
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Respecto a los destinatarios de la misión, Jesús hace saltar las estrictas fronteras establecidas por
una lectura nacionalista de algunas promesas divinas a Israel y le pone a la misión un sello
característicamente “católico” o universal: la integración de todos ya que «no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13)… y lo son tanto israelitas como gentiles, varones como mujeres,
libres como esclavos.
VII-
Conclusión
Hemos procurado hacer el camino del discipulado partiendo de la perspectiva y vivencia de los
discípulos, por lo demás, inseparable de la propuesta del ser y quehacer de Jesús.
Ahora, como conclusión, nos planteamos una pregunta transversal a todas nuestras consideraciones
bíblico-teológicas: ¿cómo se llega a “ser cristiano”?
El camino para serlo o itinerario discipular de carácter histórico lo hemos descrito en cuatro
momentos:
a- La admiración por Jesucristo, lo que implica un vivo interés por su humanidad histórica, por su
manera de ser entre los hombres y su manera de situarse en aquella historia de la Galilea y
Judea del siglo I; él, así, se convierte en objeto de admiración y fuente de un sin número de
preguntas que buscan respuestas.
b- La vinculación con Jesús tiene estructura y dinámica de encuentro personal, por lo que no prima
la investigación para responder las preguntas, sino la convivencia con el Maestro en orden a
la comunión de amistad y a la contemplación del Misterio. El encuentro no lo resuelve el
discípulo: éste es siempre llamado por Jesús, por lo que antes de cualquier respuesta
humana está la experiencia del amor del Padre celestial revelado por el Hijo. El amor divino
toca el ser íntimo del elegido, vitaliza sus posibilidades creativas y hace posible lo que
parece imposible. Esto no significa que el elegido no requiera una opción responsable por
Jesús y por los de Jesús, pues la gracia requiere de actos humanos conscientes y libres.
Como la llamada es a la vez elección a pertenecer a los suyos, a ésta y a la opción por Jesús
sigue la formación en el carácter discipular y comunitario de la vida cristiana que pone en el
mundo al discípulo de una forma original e irrepetible.
c- Jesucristo, camino al Padre y revelador de su Misterio y de su encargo (el Reino), es inaccesible
sin la fe y sin la Iglesia, es decir, sin la comunidad de los suyos que testimonia que Jesús es
el Hijo de Dios y el Señor resucitado. En el encuentro con él en el seno de su comunidad
madura la fe y, por tanto, la interiorización y contemplación del Misterio. En la comunidad
y en dinamismo creciente, obra de la gracia, el discípulo se abre al Misterio, transitando un
camino —como el de los primeros discípulos— hecho también de dudas e incomprensión,
de desesperanza, malentendido y conflicto.
d- Sin que aún los discípulos tuvieran todo resuelto, Jesús los envía, encargándoles hacer lo mismo
que él realizaba por amor al Padre y a los hombres.
¿A qué nos conduce este itinerario discipular vivido por los discípulos históricos de Jesús?
Hagamos la pregunta de otro modo: ¿cuál es la esencia del “ser cristiano”?
La respuesta es aparentemente tautológica: la esencia del ser cristiano es su mismo carácter
discipular, es decir, seguir fiel y creativamente a Jesús, Mesías e Hijo de Dios, fuente de existencia crística.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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Ahora bien, como se trata de seguimiento, la existencia crística nunca deja de ser cristificación, es decir,
progresiva conformación con Jesucristo hasta alcanzar la plenitud del Hombre perfecto.
Como lo recuerdan los Obispos en la V Conferencia General del Episcopado en Aparecida, ciudad
del Brasil, la vocación cristiana es la vida que estamos llamados “a vivir en Cristo” y que —en virtud del
amor de Dios— nos identifica como discípulo “de Cristo”, sin lo cual no podemos ser con total propiedad
“cristianos”279. Nuestra identidad como discípulos del Señor está dada por el hecho de “ir tras él”,
respondiendo fiel y renovadamente a su invitación de «ven y sígueme» (Mc 10,21) o «vengan detrás de mí»
(1,17).
“Seguir a Jesús” en los Evangelios Sinópticos es un hecho físico: es irse con él, caminar tras él,
hacerse itinerante como él por el anuncio del Reino. Pero se trata de esas exigencias que no se agotan, ni
mucho menos, en la realización física del mandato. Quien sigue a Jesús es para vincularse al Nazareno en
cuanto Señor resucitado y adquirir lo de él. Por lo mismo, constitutivo de la vocación cristiana es la fe en el
Señor entendida como adhesión vital, y la conversión personal entendida como transformación radical de la
vida y de los motivos para vivir.
Los Obispos en Aparecida lo expresan del siguiente modo: «La admiración por la persona de Jesús,
su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del
corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (Jn
10,3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino,
Verdad y Vida (14,6)». Y más adelante: «La naturaleza misma del cristianismo consiste, por tanto, en
reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros
discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de
quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en
sus corazones»280.
El encuentro personal con Jesús y su seguimiento fiel miran a la vinculación de “amigo” y
“hermano” con el Resucitado. Ésta es la vinculación que hace que a la vez nuestra existencia sea crística,
porque se vive por y en Cristo (configuración del ser), y cristiforme, porque se vive para o hacia Cristo
(configuración del quehacer). De este modo, el amor del Padre y la obra interior de su Espíritu configura la
existencia del discípulo, gracias al encuentro y al seguimiento, con la vida salvífica del Señor, haciéndola
salvífica y don para el mundo.
De este creciente dinamismo discipular (encuentro y seguimiento, vinculación y configuración)
brota la misión entendida como anuncio de Jesucristo por la luz y fuerza del Espíritu (parresía), pero no
cualquier anuncio, sino el testimonial, como expresión del ser-en-Cristo y el anuncio gozoso, por desborde
del alegría del vivir-para-Cristo. Desde esta perspectiva, ser misionero no es más que ser auténtico
discípulo, siguiendo las huellas del Maestro, viviendo su estilo y actuando por sus motivaciones. Quien
pone una existencia crística en el seno del mundo y de la historia no puede sino cristificarlos.
Con un lenguaje lleno de esperanza, así lo dicen los Obispos en Aparecida: «La alegría que hemos
recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor,
deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades […]. La alegría del
discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La
alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta, sino una certeza que brota de la fe, que
serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor
279 Documento de Aparecida, nº 352.
280 Documento de Aparecida, nsº 136 y 244.
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regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en
la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo»281.
La Virgen María es modelo perfecto de discipulado por su escucha y seguimiento de Dios,
disposiciones que hacen posible en ella la máxima realización de la vida cristiana como «vivir trinitarios de
“hijos en el Hijo”»282. Como toda su vida está orientada a la escucha y obediencia de la Palabra, ella es
imagen acabada de encuentro y seguimiento fiel y fecundo.
En torno a esta Madre, que le confiere alma y ternura a la convivencia de los discípulos de Jesús, se
constituye la Iglesia-familia y de ella, la Iglesia aprende a ser materna. En la «escuela de María»283 es
donde aprendemos a seguir al Señor con gozo y convicción y nos formamos para vivir como Iglesia.
281 Documento de Aparecida, nº 29.
282 Documento de Aparecida, nº 266
283 BENEDICTO XVI, citado en Documento de Aparecida, nº 270.
SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos
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