Jesús sigue presente en la historia: la Iglesia

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Revista de Pastoral Juvenil 487 febrero 2013
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Jesús sigue presente en la historia: la Iglesia
Diego M. Molina1
1. Presentación del tema
“Todo comenzó con un encuentro [...] Unos hombres entraron en contacto con Jesús y se quedaron
con él. Aquel encuentro y todo lo sucedido en la vida y en torno a la muerte de Jesús hizo que la
existencia adquiriera un sentido nuevo y un nuevo significado.”. Con estas palabras comienza su
reflexión E. Schillebeeckx sobre lo acontecido a los discípulos después de la muerte de Jesús. De
hecho, la muerte de Jesús supuso un momento de crisis en la existencia de aquellos que habían
compartido la vida con Él. Puede que pensaran incluso que todo se había acabado, pero la cosa no
fue así.
La historia nos dice que muy pronto este reducido grupo de hombres y mujeres van a empezar a
proclamar que el que había sido crucificado había resucitado y, despreciando las amenazas que
recibieron por parte de diversas autoridades, comenzaron a predicar que Jesucristo era el salvador;
pronto se reunió un grupo alrededor de ellos que, aun siendo mayoritariamente judíos, iban a irse
identificando cada vez más a partir de su confesión de fe acerca de Jesús. Comienza así a
desarrollarse lo que hoy llamamos Iglesia, aunque con esto sólo hemos adelantado el resultado de
un proceso que es mucho más largo y que pretendemos describir en estas páginas.
Es importante desde el comienzo señalar que el término “iglesia” no es un término unívoco, sino
más bien una palabra con diversos significados o bien con el mismo significado pero con distinto
grado de realización en esta historia.
a) La “iglesia” que existe desde siempre.
La Biblia entera puede ser comprendida como la historia de un Dios a la búsqueda de un pueblo.
En ella aparecen las distintas maneras como Dios se ha ido haciendo presente en la vida de la
humanidad para entrar en relación con ella, para hacer que todos los seres humanos participen de la
vida divina. Las maneras han sido muy diversas pero todas han buscado lo mismo: reunir a la
humanidad entera como hijos de un mismo Padre y hermanos unos de otros. Esto es lo que
llamamos la voluntad salvífica universal de Dios que no conoce límites (más que los que la libertad
humana le impone) y que ha estado activa desde el primer momento. Aún más, podemos decir que
esta voluntad salvífica es la que movió a Dios a crear al ser humano, ya que la posibilidad que tiene
Dios de salir de Él mismo y de entrar en relación con el hombre es no su posibilidad necesaria pero
sí su posibilidad primigenia, ya que Dios es amor y el amor busca darse por entero.
Esta idea divina de reunir a todo el género humano en torno suyo, algo que habrá de llegar a
realizarse, es lo que llamamos Iglesia. La Iglesia, por lo tanto, existe “teológicamente” desde antes
de la creación del mundo. Esta idea ha sido puesta de manifiesto de nuevo por Lumen Gentium, el
documento del concilio Vaticano II que trata sobre el ser de la Iglesia, que comienza presentando a
la Iglesia en relación con la Trinidad, frente a la tendencia anterior de la reflexión teológica de
subrayar casi exclusivamente la vinculación de la Iglesia con Jesucristo. Decimos así que la Iglesia
es un misterio, porque pertenece al misterio por antonomasia, que no es otro que la voluntad de
Dios sobre el hombre y la historia, que se manifestará plenamente en la vida, muerte y resurrección
de Jesús.
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Profesor de Eclesiología. Facultad de Teología de Granada.
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b) La Iglesia que va apareciendo en la historia.
Lo que Dios quiere con respecto a ese entrar en comunión con el ser humano se va realizando en la
historia de manera concreta, y ese querer de Dios se ha ido explicitando de manera gradual. Lumen
Gentium, en su número dos, establece diversas etapas en dicha realización: [Dios] “estableció
convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del
mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza,
constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará
gloriosamente al final de los tiempos”.
La Iglesia prefigurada desde el origen del ser humano.
Los once primeros capítulos del Génesis son la reflexión bíblica en torno al proyecto de Dios sobre
el ser humano y sobre el mundo. Desde la aparición del primer ser humano que vivió en esta tierra
Dios ha querido ser su Padre y ha entablado una relación con él. No es raro, pues, que San Agustín
hablase de una Iglesia que existe desde el justo Abel (que equivale a lo que después los teólogos
dirían acerca de la Iglesia, que existe desde Adán).
La Iglesia preparada en la historia del pueblo de Israel Israel.
En un momento determinado de la historia Dios se va a elegir un pueblo, algo que se ve claramente
en la vocación de Abrahán (Gen 12,1-3) Dos aspectos son importantes en dicha vocación: por una
parte Dios elige un pueblo concreto con el que establece una alianza especial y que, de alguna
manera, queda segregado del resto de los pueblos de la tierra y recibe una misión especial en la
historia de la salvación; por otra parte dicha elección no se concibe como un bien del que sólo
gozará Israel, sino que la elección de Israel será una bendición para todos los pueblos de la tierra.
La idea de que la elección divina de un pueblo pueda ir más allá de los límites físicos de dicho
pueblo quizá no estuvo totalmente clara para Israel desde el principio, pero es algo que poco a poco
va a ir ganando espacio en los autores sagrados hasta llegar a los profetas donde claramente se habla
ya de que otros pueblos también serán invitados... (Isaías 25, 6-10).
c) La Iglesia constituida en los tiempos definitivos.
Jesús se inscribe dentro de la tradición judía que esperaba un mesías. Jesús es ese mesías que
proclama el Reino de Dios y que personifica, de hecho, las características de dicho Reino. Lo que
Dios busca para todos los seres humanos, que seamos sus hijos y, a partir de dicha filiación, que
seamos hermanos, se ha producido de manera eminente y única en Jesús de Nazaret, que es el Hijo
de Dios de forma verdadera y, por el misterio de la encarnación, es el que vive la fraternidad con
todo el género humano de la forma más plena.
Con Jesús queda clara de una vez por todas cuál es, pues, la voluntad de Dios y la manera como nos
posicionemos ante Él será el criterio (nuevo) de aceptación o rechazo de la oferta de Dios a
nosotros. La relación que Jesús tiene con la Iglesia es por ello muy importante, ya que solamente
una realidad que esté conectada con Él puede presentarse como la concreción plena de lo que Dios
había querido realizar desde el origen.
Frente a ciertas ideas, más o menos extendidas, de que Jesús es una cosa y la Iglesia otra muy
diferente; frente a voces que llegan a proclamar que la Iglesia no tiene ninguna vinculación con la
obra y palabras de Jesús y que más bien fue una obra de alguno o todos sus discípulos, la
autoconciencia de la Iglesia siempre ha insistido en su relación fundante con la vida de Jesús de
Nazaret, aunque la manera como se ha explicado dicha relación ha sido diversa. Tradicionalmente
se ha usado el término “fundador” referido a Jesús para explicar dicha relación.
Así Jesús habría fundado su Iglesia en un momento puntual de su vida (normalmente identificado
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con las palabras dirigidas a Pedro por parte de Jesús tal como aparecen en Mt 16, 18). Esta
explicación fue criticada a partir de la utilización de los métodos histórico-críticos en el análisis
bíblico, que pusieron de manifiesto que el texto de Mateo era un texto postpascual, por lo que no
servía para definir la relación entre Jesús de Nazaret y la Iglesia. A partir de este momento se tomó
conciencia de que la Iglesia no estaba relacionada con un único “momento fundacional” por parte
de Jesús, sino que era el fruto de toda la vida, palabras y hechos, de Jesús. Así Jesús reunió durante
su vida a un grupo de discípulos a los que envió a predicar, realizó una serie de signos en los que se
manifestaba el Reino, celebró la pascua con sus discípulos... todos estos acontecimientos, entre
otros, fueron poniendo las bases para que la Iglesia se fuese constituyendo como una la comunidad
de los seguidores de Jesús.
d) La Iglesia manifestada en la efusión del Espíritu Santo.
Para la configuración de la Iglesia como tal, el acontecimiento de Pentecostés tiene un gran
significado. Pentecostés es, si no el nacimiento de la Iglesia, el momento en que esta se muestra
como es. Por un lado, la Iglesia sólo puede entenderse como tal tras la muerte y resurrección de
Cristo, ya que sus señas de identidad serán justamente dicha predicación. Por otro lado la Iglesia no
puede ser considerada como la suma de creyentes individuales que se han encontrado con Cristo y
que después se reúnen de manera accidental, sino que la Iglesia es más bien el fruto de una
experiencia comunitaria de gracia, algo que únicamente se produce cuando se recibe el Espíritu.
Así, aun cuando la Iglesia debe ser puesta en relación con la muerte-resurrección de Cristo (y en la
medida en que estas realidades no eliminan la vida anterior de Jesús, entonces también la Iglesia
está en relación con toda la vida de Jesús) también lo es que únicamente la nueva situación
escatológica que inaugura la realidad de la resurrección de Cristo, y que es captada como tal
solamente por el Espíritu es la que posibilita el nacimiento de la Iglesia.
En Pentecostés además aparece otra realidad importante para la comprensión de la Iglesia: la
necesidad del “testimonio” y de la acción apostólica (tal como aparece en Hch 2,32. 37. 40-42) para
que el poder del Señor Jesús en el Espíritu llegue a todos los hombre. De hecho la comunidad se
construye en la medida en que nuevos discípulos se van agregando al grupo de los apóstoles (Hch 2,
41-47).
La Iglesia aparece a partir de Pentecostés como una comunión cuyo vínculo profundo es el Espíritu
de Jesús y cuyo foco visible de irradiación es el grupo apostólico en la medida en que testimonia al
resucitado, algo que toma de alguna manera el relevo de la presencia física de Jesús. Si antes de
pascua se seguía a Jesús, ahora se proclama que su obra salvífica continúa, todavía más, que
solamente ahora cobra pleno sentido lo que Jesús dijo e hizo, donde se pergeñaba el tiempo del
Espíritu en el que ahora vivimos.
e) La Iglesia en camino hacia la consumación.
Después de lo que venimos diciendo no se podría limitar la consideración de la Iglesia a su sola
dimensión terrestre y visible. Mientras que camina a través de la historia, la fuente que la nutre y
alimenta está «donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, donde la vida de la Iglesia esta
escondida con Cristo en Dios, hasta que [la Iglesia misma] aparezca con su Esposo en la gloria (cf.
Col 3,1-4)». De su unión íntima con Cristo y de los dones de su Espíritu, la Iglesia recibe la fuerza
de entregarse al servicio de todo hombre y de todo el hombre. El Espíritu Santo conduce, renueva y
purifica a la Iglesia en su recorrido histórico y la acompaña hacia la unión plena con Jesús
resucitado. Por eso suele decirse que “la patria del cristiano es el cielo”, porque su destino final, allí
donde será plenamente quien está llamado a ser desde Dios, será «la Jerusalén de arriba, nuestra
Madre» (Gál 4,26).
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2. Textos para profundizar
Necesidades y deseos
exigen su ración diaria
dentro de nosotros.
Acosan el corazón
y esparcen su malestar
en todas direcciones.
Caprichosos y fugaces
como rabia de niño.
Elementales como el sol
y el pan de cada día.
Ajenos e impuestos
por la astucia del mercado.
Nuestros y viscerales
con una larga historia
de hormonas y de días.
Pero encuentro en mí
un deseo con raíces
más hondas que yo,
con un destino
más extenso
que mis contornos singulares,
más duradero
que mis días contables:
¡el deseo de ti y de tu reino!
Único deseo
que orquesta en armonía
nuestras necesidades.
Fuego inextinguible
que tú alientas cada día,
intenso como una llamarada,
o apacible como brasa entre cenizas.
Cuando es mío tu deseo,
cuando es tuyo mi deseo,
cuando es nuestro
y único el deseo,
ya se encuentran
el cielo con la tierra,
la eternidad sin cuentas
y el tiempo tan medido,
el yo tan solo
y el nosotros,
el espíritu libre
y el cuerpo aquí y ahora.
Avanzamos solamente
en tu gracia,
siguiendo solamente
tus ofertas,
sin codicias tiranas
que impongan su agobiante ritmo,
ni reclamos de otros dueños
que nos rompan.
Solamente
en ti y en tu reino,
solamente. (EE. EE., 23).
(B. GONZÁLEZ BUELTA, Salmos para sentir y
gustar internamente).
“La vida en el mundo de la creación recibe un sentido más profundo si el hombre se sitúa en este
mundo como aquél a quien Dios se dirige íntimamente. Entonces, el mundo creado se
convierte en un momento de este diálogo interior aunque todavía anónimo con Dios.
Siendo el Dios que quiere mantener con nosotros relaciones personales el creador del
cielo y de la tierra, esto supone que nuestra confrontación con el mundo, nuestra exis tencia en este mundo, nos hablará del Dios vivo más de lo que podría el mundo por sí
mismo. […] La comunidad religiosa por la que el hombre religioso era conducido en su vida y por
la que su vida fue el primer esbozo providencial de la Iglesia futura,, de la verdadera Iglesia de Cristo. Así, la Iglesia, presencia de gracia visible, es una realidad tan vasta como el mundo. Más todavía, es un fragmento de cristianismo inconsciente, como decían los antiguos Padres de la Iglesia.
Porque en el orden en que vivimos, toda gracia se refiere al único mediador, Jesucristo. Por esta razón, podemos decir de una manera general: no hay religiosidad sin eclesialidad”. (E.
SCHILLEBEECKX, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, Dinor, San Sebastián 1965).
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3. Para trabajar…
Cuestionario

El texto que has leído es un tanto denso. Conviene lo leas varias veces y anotes aquellas dudas
que te surgen tras la lectura del texto.

Señala aquellos aspectos del tema expuesto que te hayan resultado nuevas. ¿Se ha ampliado la
visión que tenías de la Iglesia? ¿Te parece importante para tu vida cristiana?

Fíjate en el poema de B. González Buelta. El repite la palabra deseo, un “deseo con raíces más
hondas que yo”. ¿Cómo crees que se conecta ese deseo con el modo como se ha presentado
aquí el término “iglesia”?

¿Cómo explicarías la frase de E. Schillebeeckx “no hay religiosidad sin eclesialidad”?
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