Anna Freud. Una mujer y un destino

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Anna Freud. Una mujer
y un destino
Fernando Jiménez Hernández-Pinzón
Julia Victoria Jiménez Vacas
Hernández-Pinzón
Anna Freud. Una mujer y un destino
© Fernando Jiménez Hernández-Pinzón
Julia Victoria Jiménez Vacas Hernández-Pinzón
ISBN: 978-84-9948-425-9
Depósito legal: A-859-2011
Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33
C/ Decano, n.º 4 – 03690 San Vicente (Alicante)
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e-mail: [email protected]
Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 96 567 19 87
C/ Cottolengo, n.º 25 – 03690 San Vicente (Alicante)
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[email protected]
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro
puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico
o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier
almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso
previo y por escrito de los titulares del Copyright.
NOTA PRELIMINAR
Para la elaboración del contenido de este libro, me ha sido
indispensable el trabajo de investigación de JULIA VICTORIA
JIMÉNEZ VACAS, que ha buceado sistemáticamente en
las obras de Anna Freud, así como en otras publicaciones y
estudios, aportando gran parte de las citas y testimonios que
contiene.
JULIA VICTORIA JIMÉNEZ VACAS es maestra de
niños, graduada en EDUCACIÓN INFANTIL, coincidiendo
con nuestra biografiada Anna Freud en vocación, titulación y en
interés por todo lo relacionado con la Psicología de la Infancia.
Los datos históricos, biográficos y bibliográficos que
entretejen la redacción de este libro sobre la vida y la obra de
ANNA FREUD están estudiados y seleccionados desde tres
fuentes bibliográficas:
1.ª BIOGRAFÍAS DE ANNA FREUD
-Anna Freud. A Biography, escrita por Elisabeth YoungBruehl en 1988, traducida al castellano por Emecé editores de
Argentina, título: Anna Freud.
-Anna Freud, ein Leben für das Kina, Múnich, 1979, de Uwe
Henrit Peters, en traducción al francés titulada Anna Freud.
-Anna Freud, de Clifford Yorke, publicada en francés por
PUF Presses Universitaires de France, 1997.
-Conversaciones con Anna Freud. La Técnica en Psicoanálisis de
Niños, de J. Sendler, H. Kennedy y R. Tyson, publicado por
Gedisa, 1996.
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Fernando Jiménez Hernández-Pinzón / Julia Victoria Jiménez Vacas
-La vida cotidiana de Sigmund Freud y su familia. Recuerdos de Paula
Ficht, de D. Berthelsen, editado en español por Península, 1995.
2.ª BIOGRAFÍAS DE SIGMUND FREUD
-Freud, el misterio del alma, de Georg Markus, Espasa-Calpe,
1990, traducida del original en alemán Sigmund Freud und das
géminis der seele, de 1989.
-FREUD. Una vida de nuestro tiempo, de Peter Gay, editorial
Paidós, 1989.
-Vida y Obra de Sigmund Freud, de Ernest Jones, editorial
Anagrama, 1970.
-Freud. El hombre y su causa, de Ronald W. Clark, editorial
Planeta, 1985.
-Freud. El genio y sus sombras, de Louis Bregar, Ediciones B
Argentina, 2001.
-La vida trágica de Sigmund Freud, de Raymond Becker, Biblioteca
Nueva, 1972.
3.ª OBRAS DE ANNA FREUD
-El Yo y los Mecanismos del Defensa, Editorial Paidós, 1980.
-Introducción al Psicoanálisis para Educadores, Editorial Paidós,
1988.
-Psicoanálisis del desarrollo del niño y del adolescente, Editorial
Paidós, 2004.
-Normalidad y patología en la niñez, Editorial Paidós, 1982.
-Psicoanálisis del niño, ediciones Horme, Editorial Paidós,
1980.
Quiero dejar constancia de agradecimiento a la Psicóloga
Clínica, Máster en Psicoanálisis, Tánger Sand, por su cuidadosa
colaboración en la corrección del texto, así como por sus valiosas
sugerencias y sus alentadores estímulos.
FERNANDO JIMÉNEZ H.-PINZÓN
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PÓRTICO
El Psicoanálisis es una aventura a través de la mente y del
corazón humano, y Anna Freud es una de sus más importantes
abanderadas. Nació hace dos siglos, el mismo año en que
su padre, Sigmund Freud, publicó su obra fundamental La
Interpretación de los sueños, y murió hace poco, en el último tercio
del siglo que acabamos de dejar. Fue la menor de los hijos de
Freud, continuadora de la obra de su padre y autora de uno
de los libros más importantes y famosos de la doctrina del
Psicoanálisis, El Yo y los Mecanismos de Defensa.
Reconocida como pionera de la Psicología y del Psicoanálisis
de la infancia y de la adolescencia, consiguió con enormes
esfuerzos instaurar centros de acogida para niños huérfanos
y traumatizados a consecuencia de las dos guerras mundiales,
que a ella le tocó vivir. Fue además fundadora en Londres de
una Clínica de niños y Centro de Formación de Psicoterapeutas
en Psicoanálisis infantil, de actual y pujante preponderancia,
además de haber sido profesora reputada y conferenciante
incansable por muchos países de Europa y de los Estados
Unidos de América, donde está considerada como una de las
más importantes iniciadoras y propulsoras del movimiento
psicoanalítico.
Sin embargo, la imagen de su persona ha quedado ensombrecida y desdibujada en Europa, y en concreto entre nosotros, en España, por el reflejo de luz tan potente que irradia
de la figura de su padre. Y también, no hay que olvidarlo, por
la preponderancia que en los medios psicoanalíticos europeos
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Fernando Jiménez Hernández-Pinzón / Julia Victoria Jiménez Vacas
tuvo la figura y la doctrina original de Melanie Klein, otra de
las indiscutibles pioneras de la Psicología y del Psicoanálisis
infantil.
Anna Freud, una mujer y un destino pretende ser un relato
biográfico, en el que, basándome sobre los datos objetivos de
la vida, la obra y el pensamiento de Anna Freud, he creado
imaginativamente una situación de intimidad y encuentro en su
vivienda familiar, en el barrio londinense de Hampstead (actual
Museo de Freud, donde ella vivió durante más de cuarenta
años). A través de estos encuentros imaginarios, se va trazando
una imagen entrañable y profunda de la personalidad de Anna
Freud, y se va poniendo de manifiesto su gran importancia
en el ámbito de la Psicología y la Psicoterapia infantil, así
como su enorme influencia en toda la historia del Movimiento
Psicoanalítico.
Cuando murió su viejo amigo Romi Greenson, redactó estas
líneas para ser leídas en la ceremonia del sepelio: «Estamos
creando a nuevas generaciones de psicoanalistas en todo el
mundo. Sin embargo, aún no hemos descubierto el secreto
de cómo crear a los verdaderos discípulos de gente como
Romi Greenson, es decir: hombres y mujeres que utilicen el
Psicoanálisis para todo: para entenderse a sí mismos y a sus
semejantes, y para comunicarse con el mundo; en resumidas
cuentas, personas para quienes el Psicoanálisis sea una forma
de vida». Esta última frase retrata a Anna y delinea lo que había
sido su propia vida.
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INTRODUCCIÓN
Anna Freud y su padre
Sigmund Freud llegó a escribir con esperanzada, incluso
ilusionada resignación, parodiando unos versos de Goethe,
que al final, todos dependemos / de criaturas que nosotros mismos
hemos creado. Y añadió, ufano, completando la expresión de
Mefistófeles: «De todos modos, fue muy inteligente haberla
creado a ella». Se refería a su hija menor, Anna. En el plano
de fondo de su mente, en el inconsciente, quizás se estaba
también refiriendo a un analogatum alterum, a su otra criatura,
el Psicoanálisis... Elisabeth Young-Bruehl, la principal biógrafa
de Anna, comienza su obra biográfica con estas palabras:
«Anna Freud, la menor de los seis hijos que tuvieron Sigmund
y Martha Freud, nació en Viena en 1895, el año en que su padre
hizo el descubrimiento de la interpretación de los sueños, clave
de su creación, el Psicoanálisis. Posteriormente Anna Freud
tuvo la impresión de que ella y el Psicoanálisis eran hermanos
gemelos, que compitieron para atraer la atención de su padre».
Pero además, como afirma también más tarde su misma
biógrafa, «Anna llegó a ser la madre del Psicoanálisis y a ella le
correspondió la responsabilidad de preservar su espíritu y de
velar por su futuro».
Peter Gay, biógrafo de Freud, refiriéndose a esa relación
privilegiada entre Freud y su hija Anna, cita, entre muchos
textos, este tomado de una carta a su hija en 1922, cuando ella
se encontraba en Hamburgo: «Se te echa mucho de menos, la
casa está muy solitaria sin ti, y en ninguna parte nada puede
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Fernando Jiménez Hernández-Pinzón / Julia Victoria Jiménez Vacas
reemplazarte por completo». O este otro testimonio de una
carta a Ferenczi fechada semanas antes: «Nuestra casa está ahora
desolada». Y es que, como asegura Gay, Anna «se convirtió
sin titubeos en secretaria, confidente, representante, colega y
enfermera de su padre herido. Se convirtió en lo más precioso
de la vida de él, su aliado contra la muerte».
En la celebración de su octogésimo aniversario, recibió
Freud, entre otros muchos regalos llegados de todas las partes
del mundo, un memorial de felicitación, escrito por Stefan
Zweig y Thomas Mann y firmado por 191 artistas, intelectuales,
científicos y escritores. En su carta de agradecimiento dirigida
a Stefan Zweig, Freud afirmó: «Aunque en mi casa he sido
excepcionalmente feliz, con mujer e hijos y especialmente
con una hija que satisface en rara medida todo lo que puede
pedirle un padre, no puedo reconciliarme con la desdicha y el
desamparo de ser viejo, y espero la transición al no-ser con una
especie de anhelo». Tal vez su inconsciente estuviera asociando
con aquella «silenciosa diosa de la muerte», evocada en 1913,
en su trabajo El tema de la elección del cofrecillo, que, a imagen de la
primera madre original, lo acogerá en su regazo.
A partir de la muerte de su padre, Anna dedicará
exhaustivamente su vida y todo su potencial intelectual, y su
actividad profesional y el peso de su nombre, de su convicción
y de su prestigio profesional (no se olvide que incluso llegó a
estar propuesta al Premio Nobel) a los niños desprotegidos
y traumatizados como consecuencia de la Segunda Guerra
Mundial, creando casas de acogida, primero en Inglaterra,
después en los EE.UU., destinadas a restituir la protección
y la seguridad en la existencia a aquellos niños de la guerra,
diré, utilizando la metáfora lacaniana, los niños del espejo roto, los
despojados de esa experiencia primordial del espejo materno
que los adhiere a la vida, al mismo tiempo que la salvaguarda,
protege y alienta. Esta experiencia es la que Anna pretende
restituir, o reparar, a través del Psicoanálisis infantil, o por lo
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Anna Freud. Una mujer y un destino
menos contrapesar su carencia de madre, desde el espejo de
su entrega incondicional, de su dedicación y de su convicción
irrefutable.
Como otra nota al margen, recordaré que Marilyn Monroe,
hija de hospicios y de orfanatos, prototipo proverbial del sex
symbol, del narcisismo secundario autodestructivo (como en la
propia leyenda del mítico Narciso), durante los meses de rodaje
de unas de sus películas en Londres, fue a buscar en el diván
de Anna Freud, en Maresfield Gardens 20, la restitución de
una imagen especular, que quizás por lo tardío de su recurso
o por lo escaso de las sesiones, no pudo ser suficientemente
restituida, o, al menos, recompensada, pero que ella valoró
tanto que dejó parte de su herencia para reforzar y sostener la
obra de Anna Freud a favor de esos niños, como ella misma,
los del espejo maternal roto.
Ernest Jones, en carta a Freud del 27 de junio de 1914, le
dijo: «Está tremendamente atada a usted, y este es uno de estos
casos raros en los que el padre real corresponde a la imago del
padre». En ese mismo año, 1914, Freud le había confesado a
Ferenczi que su «hijita» Anna (aunque entonces tenía 19 años)
le hacía pensar en Cordelia, la hija menor del rey Lear. Y desde
ahí elabora una conmovedora meditación sobre el papel de la
mujer en la vida y en la muerte del hombre. Es su trabajo El
tema de la elección del cofrecillo, publicado ese mismo año, de donde
data también una fotografía de padre e hija en las Dolamitas,
cogidos del brazo, vestidos ambos con trajes alpinos, en una
encantadora imagen de sugerente y recíproca complacencia.
De ese mismo periodo de tiempo, existe una carta de Anna a
su padre, en la que le informa de un sueño de típico contenido
de megalomanía narcisista infantil e identificación con el Yo
ideal: «Recientemente he soñado que tú eras un rey y yo una
princesa, y que cierta gente quería separarnos con intrigas
políticas». En cartas escritas desde 1946 a 1948 a una de sus
especiales confidentes y amigas, la princesa María Bonaparte,
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Fernando Jiménez Hernández-Pinzón / Julia Victoria Jiménez Vacas
manifestándole su material onírico de esa época, asocia con
un sueño tenido con la imagen de su padre, el recuerdo de
un poema de Albrecht Schaeffer titulado Tú, fuerte y querido
caminante: Yo di contigo cada paso del camino, / no alcanzaste victoria
que yo no alcanzara, / no hubo pesadumbre que yo no sufriera a tu lado,
/ mi tenaz y adorable caminante.
Ya casi en la última década de su vida, pensando en la posible
cercanía de su muerte, Freud se preguntaba pesarosamente, en
carta a su sobrino Samuel, qué sería de su hija Anna, su siempre
pequeña Annerl, su «diablillo negro» (como a ella, siendo ya
adolescente, le gustaba que la llamase), una vez que la muerte
los hubiera fatalmente separado: «¿Quién puede decir si sus
intereses actuales la harán feliz en sus años venideros, cuando
tenga que enfrentar la vida sin su padre?». Quizás esta solicitud
paternal, tan protectora y entregada, fue lo que cultivó en ella,
según el testimonio de los que la conocieron, ese «carácter
franco, casi infantil, por el que sus amigos íntimos tanto la
amaban». Aunque por otra parte la reconozcan y la definan
los que la conocieron como «mujer de extraordinaria energía,
productividad y claridad de ideas, así como de gran altruismo».
Otro testimonio del significado existencial que Anna
llegó a adquirir para su padre es que, en el mismo año en que
Anna publicó El yo y los mecanismos de defensa y Freud cumplía
los 80 años, en una carta dirigida a Lou Andreas Salomé dice
estas palabras: «Lo más placentero que me queda en la vida
se llama Anna. Es notable la influencia, la autoridad, que ella
ha conquistado entre la tropa de psicoanalistas, muchos de los
cuales son por desgracia de un tejido humano poco modificado
por el análisis. Es sorprendente también la precisión, la claridad
y la seguridad con que ella domina su materia, verdaderamente
en total independencia de mí. Usted se alegrará leyendo su
próxima obra. Naturalmente abundan las preocupaciones: ella
se complica la vida como si nada, ¿qué va a ser de ella cuando
me haya perdido?».
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Anna Freud. Una mujer y un destino
En los confines últimos de la vida de Anna, después de
que durante más de cuarenta años la imagen de su padre
desaparecido hubiese sido para ella como una sombra
protectora, y el propulsor interiorizado, el inspirador, el
animador y el objetivo ideal de su afirmación existencial, en
este tramo último y final de su vida, en el aledaño inmediato
de su muerte, su principal biógrafa Elisabeth Young-Bruehl
pone con estas palabras el punto final al proceso descriptivo
de la historia de Anna: «Tan grande fue el sufrimiento de sus
últimos días que ni siquiera sus fantasías le sirvieron de ayuda.
Durante su larga internación en el hospital, a menudo Manna
(su enfermera) la sacó a pasear en un sillón de ruedas hasta
un pequeño lago donde podían arrojarles migas de pan a los
patos y ver a los niños que jugaban con sus barquitos. Esas
excursiones tan alegres le hacían recordar cuando ella salía con
su niñera Josephine por Bergasse, pasaba por Ringstrasse y
llegaba al parque de los niños donde estaba el lago lleno de
peces de colores. Cuando estaban organizando uno de esos
paseos para el día siguiente, y pese a lo mucho que le costaba
hablar, Anna le pidió a Manna Friedmann que al regresar al
hospital parara en Maresfield Gardens 20 (allí es donde se
instaló su padre a su salida de Viena, y donde él murió una año
más tarde, el 23 de septiembre de 1939, y allí, donde ahora está
instalado el Museo de Freud, impresionante por su sencillez y
por la fuerza evocadora e irradiadora que desprende, es donde
Anna le sobrevivió hasta la madrugada del 9 de octubre de
1982, que es el momento en que estamos ahora). Allí Manna
encontró, en el armario de Anna, el viejo abrigo del profesor
que sistemáticamente había sido limpiado y acondicionado año
tras año desde fines de la guerra.
»Después, prosiguieron rumbo hacia el parque. Anna, que
ya se había encogido y tenía apenas el tamaño de una colegiala,
iba envuelta en el grueso gabán de su padre».
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LONDRES, 1971
Lunes, 6 de septiembre (5 de la tarde)
Desde Regent Street, florida y presurosa, casi esquineando
con Picadilly Circus, al alcance ya de las flechas del lacerante
Eros, acomodado en la parte superior del rojo autobús de
línea, por mejor contemplar, al paso, el paisaje urbano de
casas, calles, avenidas arboladas, y el flujo humano de rostros
anónimos y piernas aceleradas, dejando atrás el Regent Park
con sus verdores sosegados, sosegadores, avanzando sobre
Finchey Street, atisbando atentamente las señales previstas
para no extraviarnos, ya en el elegante barrio Hampstead, de
la calle Maresfield Gardens, donde, en el n.º 20, dejó la vida el
maestro, al año escaso de su exilio de Viena, el viejo estoico, en
la madrugada de un 23 de septiembre de hace más de treinta
años.
El deseo es más largo que la felicidad, mucho más largo, más
extenso, como la movilización de estos segundos sucesivos, que
me van acercando, en su acumulación incesante, a la realización
del mío: encontrar a Anna, ver a Anna, y a experimentar una
vez más, inexorablemente, que en la sustitución de la secuencia
fantasmática del deseo por la del encuentro, la felicidad quedará
fagocitada en el instante puntual de lo real, donde todo deseo
se pierde por cada uno de sus imprevisibles meandros.
Lo único que nos arraiga a la vida es el amor, único objeto
final y definitivo de todo deseo. En el vacío carencial del amor,
nos apoyamos ávidamente –confundiendo felicidad con ilusión
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Fernando Jiménez Hernández-Pinzón / Julia Victoria Jiménez Vacas
o satisfacción– en soportes sustitutos, sexo, vino o rosas,
cultura, actividades o cosas avaramente consumidas por todos
los medios técnicos de esta sociedad identificada precisamente
con la etiqueta del consumo, con tal de no perecer, regurgitado
en el vacío, en un naufragio existencial. ¿Era para mí el encuentro
con Anna una consecución del deseo, o un soporte más, una
tabla de salvación, entre tantas sucesivas, para no perecer en mi
peculiar naufragio?
Ella era sonrisa acogedora, allí, enmarcada en el dintel de
aquella casa, número 20 de la calle Maresfield Gardens, donde
la placa azul redonda que identifica en Londres los lugares
significados por una personalidad relevante nos responde que
es allí mismo donde habitó en exilio el Dr. Segismundo Freud,
y donde, ahora, su hija, la que fue su imbatible Antígona, es
sonrisa y acogida, con un gesto cauto de mano tendida ante el
que se diluyen todas mis atávicas incertidumbres.
—¿Desde España?…
En su rostro, y pese a su mirada benevolente y acogedora,
con el encanto propio de quien ha consagrado su vida a
las desgracias y gracias de los niños, tiene ya cincelados
permanentemente, a sus setenta y cuatro años, los rasgos de la
obstinación, la convicción y la decisión…
Sobre el interés de su padre, el Dr. Freud, ya desde su
primera juventud, por Cervantes, que le impulsó a aprender
el castellano; su lectura fascinada de El Diálogo de los Perros que
le indujo a adoptar el pseudónimo de Cipión en sus cartas con
un amigo de la infancia, con el que llegó a crear una juvenil
“Academia de español”; su ilusión al ver su obra traducida al
español como primer idioma de difusión... Este fue el tema de
nuestra agradable conversación, a pesar de mi titubeante inglés,
mientras tomábamos un té muy caliente, servido por la fiel
Paula Ficht, con unos dulces hechos por la misma Paula (que era
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Anna Freud. Una mujer y un destino
necesario elogiar para que no se sintiera despechada), sentados
Anna y yo en la parte posterior del jardín, lugar de descanso
preferido por su padre, durante tantas horas de recuerdos y
reflexiones, desde el exilio, en el último año de su vida.
Ni aún ahora, cuando lo escribo, logro asimilar y digerir
tanta emoción y tanta satisfacción de ver hechos realidad mis
largos deseos de joven estudiante de Psicología.
Miércoles, 8 de septiembre
He subido al piso de arriba, acompañado por Paula, donde
Anna tiene su gabinete de trabajo y el diván desde el que sus
pacientes le abren las puertas de las profundas latitudes del
alma. Sobre el diván, un gran ventanal mira a la parte trasera
del jardín donde veo los sillones de mimbre que ocupamos
ayer en nuestro primer encuentro, y en los que sus padres y
ella habían descansado y compartido las primeras alegres y
dolorosas experiencias del exilio.
«Yo nací un 3 de diciembre, el de 1895, el mismo año en que
se publicó Estudios sobre la Histeria, compuesto por mi padre y
su gran amigo y valedor de entonces, el Dr. Joseph Breuer. Se
piensa que este libro marca el nacimiento del Psicoanálisis...Y
el del mío también». Y Anna me mira con ojos sonrientes y
complacidos.
Me había hecho notar Elisabeth Young-Bruehl, biógrafa
de Anna, que los trabajos preparatorios a La Interpretación de
los Sueños, cuyo manuscrito definitivo quedará terminado en el
verano de 1899, se elaboraron igualmente durante las semanas
que siguen al nacimiento de Anna. Así pues, en el momento de
su nacimiento, la obra principal y fundamental de Freud existía
ya, aunque solo fuese en la mente de su autor. Por eso parece
justo designar al año 1895 como el año clave del Psicoanálisis.
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