Correspondencia “freudiana”: las cartas de Sigmund y su hija

Anuncio
64
LATERCERA Domingo 22 de diciembre de 2013
Cultura&Entretención
Correspondence
Sigmund Freud,
Anna Freud
Polity
400 págs
US$ 20.70 en
amazon.com
Correspondencia
“freudiana”: las cartas
de Sigmund y su hija
R Se editan las misivas y
R Van de 1904 a 1938, un
telegramas entre Freud y
su hija Anna.
Pablo Marín
Anna, la menor de los seis hijos de Sigmund y Martha
Freud, nació en Viena en 1895.
Como resalta su biógrafa, Elizabeth Young-Bruehl, fue el
mismo año en que su padre
dice haber descubierto el significado de los sueños, lo que
a su vez fue la clave de su creación mayor: el sicoanálisis.
“Para Anna Freud, ella y el sicoanálisis fueron mellizos que
empezaron a competir por la
atención paterna”. Pero agrega que cuando Anna se convirtió en conferencista del Instituto Sicoanalítico de Viena y
autora de El ego y los mecanismos de defensa (1936), ella
y su “hermano” no eran ya rivales: la especialista en análisis infantil se convirtió en heredera y a la vez madre de la
disciplina. Sigmund, próximo ya a la muerte, la llamaría
“Anna Antígona”, aludiendo a
la dedicada hija de Edipo.
Anna fue la única hermana
que siguió los pasos profesionales del padre. Nunca se casó
y vivió en la casa paterna hasta su fallecimiento, en 1982.
También fue la cómplice, la
mensajera y hasta la mediadora en lo que respecta a la madre. Y no extraña que en casa
año antes de la muerte
del padre del sicoanálisis.
ambos acostumbraran conversar de lo importante y de lo
banal. Pero hubo más. Hubo
cartas, postales y telegramas,
donde se transmitió de todo:
de un favor ocasional a la
preocupación por la salud del
otro, pasando por algún raspacacho inopinado.
Todo ese material integra la
correspondencia de padre e
hija entre 1904 y 1938, que fue
cuidadosa y hasta obsesivamente compilada por Ingeborg Meyer-Palmedo en un libro que del alemán se tradujo
al francés, y ahora al inglés.
Aunque no trate grandes temas, Correspondence ofrece
nuevas aristas para conocer a
un personaje con estatus de
celebridad y a otro al que, por
lo mismo, le cuesta más sacar
la voz.
“Un poco rara”
“Si Anna y Sigmund hubiesen tenido Google y
smartphones, se habrían ahorrado muchos problemas”,
comenta la terapeuta Philippa
Perry en el diario británico
The Independent acerca de la
profusión de anotaciones sobre boletos de tren, reservas
de hotel e ítemes de ese tipo
presentes en la correspondencia. Pero en esos y otros
casos se cuelan inquietudes,
temores y fijaciones.
Así, en septiembre de 1910 y
con 14 años, Anna pregunta al
padre, entonces de viaje en el
sur de Europa, si ha leído sobre la epidemia de cólera que
ya ha alcanzado Nápoles. Si
acaso ha tomado los resguardos necesarios. No conforme
con ello, expresa su preocupación de que Sándor Ferenczi,
colega y compañero de viaje
de Freud, no lo esté cuidando.
El propio autor de El malestar
de la cultura había mencionado sus problemas gastrointestinales a su hija, por lo que
la actitud de la remitente no
debería ser sinónimo de un
celo exagerado.
Algo más complicado ocurriría años después. Anna viaja a Inglaterra en 1914 y su padre le advierte enérgicamente sobre las eventuales
actitudes donjuanescas de Ernest Jones, fundador de la Sociedad Sicoanalítica Británica.
El hombre es mucho mayor
que ella y completamente inadecuado, le dice. Papá tenía
sus razones: Jones se había
visto envuelto en un escándalo enjundioso, tiempo atrás, y
él lo veía con una mezcla de
admiración y desconfianza.
Tanto así, que envió a Jones
RR La hija menor de Freud fue la única que se dedicó al sicoanálisis.
una nota privada diciéndole
que había acordado con su
hija que ésta no sucumbiría a
los encantos de nadie. La pregunta, en este punto, es quién
sería adecuado para la menor
de sus retoños. En último término, Freud parece haberse
adaptado a la idea de que su
hija, que nunca se casaría, encontró una “compañera cercana” en Dorothy Burlingham, heredera de Tiffany’s.
Sigmund podía, por otro
lado, usar un tono relajante y
balsámico, pero también valerse de una franqueza inusual. O de giros que aún hoy
resultan inquietantes. ¿Por
qué, por ejemplo, cuando ella
tenía 17 años, la llamaba “Mi
querida hija soltera”? Igualmente, le dice que es “un poco
rara” y sugiere que el dolor
de espalda que la aquejaba,
derivado de su costumbre de
bordar, era simplemente el
desplazamiento de su ambivalencia hacia su hermana
Sophie, que la aventajaba claramente en lo que toca a atributos físicos. Pero, por ahí, el
padre daba un giro y le cargaba las tintas a Sophie, considerándola celosa de los dones
intelectuales de su hermana.
La mayor parte del material
reunido en el libro fue escrito
en el verano. Excursiones por
un bosque, hallazgo de champiñones y paisajes soleados
formaban parte del repertorio.
Pero tanto en ese caso como en
el de consejos de mayor relevancia, la férrea unión de ambos está fuera de duda. Tanto
para alimentar especulaciones “freudianas”, que no han
cesado con los años, como
para efectuar una doble operación: sacar a Anna de la
sombra del padre y, en tanto
guardiana del sicoanálisis, devolverla a ese lugar.b
Descargar